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Descargar PDF aquí - Difusión obra María Valtorta

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espiritual, vean y recuerden, y para que aquellos que buscan a Dios o son ya de Él se vean<br />

confirmados en la fe y en el amor. El Padre me ha enviado para que, en el tiempo que<br />

todavía se le concede a Israel, complete el conocimiento de Dios en Israel y en el mundo...Ve,<br />

pues, llégate donde el ciego de nacimiento y tráemele <strong>aquí</strong>”.<br />

* El ciego curado explica que un discípulo del Maestro le indicó cómo encontrarle y ser<br />

curado, a pesar de ser sábado, “para que resplandezca su poder ahora que le han<br />

ultrajado”.- ■ Iscariote responde: “Ve tú, Andrés. Yo quiero quedarme <strong>aquí</strong> y ver lo que hace<br />

el Maestro”, y señala a Jesús, que se ha agachado hacia el camino polvoriento, ha<br />

escupido en un montoncito de tierrilla y con el dedo está mezclando la tierra con la saliva<br />

y formando una pelotita de barro, y que, mientras Andrés, siempre condescendiente, va por<br />

el ciego, que en este momento está para torcer hacia la callecita donde está la casa de José<br />

de Séforis, se la extiende en los dos índices y se queda con las manos como las tienen los<br />

sacerdotes en la Santa Misa, durante el Evangelio o la Epístola. Pero Judas se retira de su<br />

sitio diciendo a Mateo y a Pedro: “Venid <strong>aquí</strong>, vosotros que tenéis poca estatura, y veréis<br />

mejor”. Y se pone detrás de todos, casi tapado por los hijos de Alfeo y por Bartolomé, que<br />

son altos. Andrés vuelve, trayendo de la mano al ciego, que se esfuerza en decir: “No<br />

quiero dinero. Dejadme que siga mi camino. Sé dónde está ese que se llama Jesús. Y voy<br />

para pedir...”. Andrés, deteniéndose delante del Maestro, dice: “Éste es Jesús, éste que está<br />

enfrente de ti”. ■ Jesús, contrariamente a lo habitual, no pregunta nada al hombre. En<br />

seguida le extiende ese poco de barro que tiene en los índices, sobre los párpados<br />

cerrados, y le ordena: “Y ahora vete, lo más deprisa que puedas, a la cisterna de Siloé, sin<br />

detenerte a hablar con nadie”. El ciego, embardurnada la cara de barro, se queda un<br />

momento perplejo y abre los labios para hablar. Luego los cierra y obedece. Los primeros<br />

pasos son lentos, como de uno que esté pensativo o se sienta defraudado. Luego acelera el<br />

paso, rozando con el bastón la pared, cada vez más deprisa (para lo que puede un ciego,<br />

aunque quizás más, como si se sintiera guiado...). Los dos jerosolimitanos ríen<br />

sarcásticamente, meneando la cabeza, y se marchan. José de Arimatea --y me sorprende el<br />

hecho-- los sigue, sin siquiera saludar al Maestro, volviendo sobre sus pasos, o sea, hacia<br />

el Templo, siendo así que por esa misma dirección venía. Así, tanto el ciego como los dos<br />

y, como José de Arimatea, van hacia el sur de la ciudad, mientras que Jesús tuerce hacia<br />

occidente y le pierdo de vista, porque la voluntad del Señor me hace seguir al ciego y a los<br />

que le siguen. ■ Superada Beceta, entran todos en el valle que hay entre el Moria y Sión -me<br />

parece que he oído otras veces llamarle Tiropeo-- y le recorren todo hasta Ofel; orillan<br />

Ofel; salen al camino que va a la fuente de Siloé, siempre en este orden: primero, el<br />

ciego, que debe ser conocido en esta zona popular; luego los dos; último, distanciado un<br />

poco, José de Arimatea. José se para cerca de una casita miserable, semiescondido por un<br />

seto de boj. Pero los otros dos van hasta la misma fuente y observan al ciego, que se acerca<br />

cautamente al vasto estanque y, palpando el murete húmedo, introduce en la cisterna una<br />

mano y la saca rebosando de agua, y se lava los ojos, una, dos, tres veces. A la tercera<br />

aprieta también contra la cara la otra mano, deja caer el bastón y lanza un grito como de<br />

dolor. Luego separa lentamente las manos y su primer grito de pena se transforma en un grito<br />

de alegría: «¡Oh! ¡Altísimo! ¡Yo veo!», y se arroja al suelo como vencido por la emoción,<br />

las manos puestas para proteger los ojos, apretadas contra las sienes, por ansia de ver, por el<br />

sufrimiento de la luz, y repite: “¡Veo! ¡Veo!”. Alzando los brazos al cielo, grita: “¡Bendito<br />

seas, Altísimo, por la luz, por la madre, y por Jesús!”, y se echa a correr, dejando en el<br />

suelo su bastón, ya inútil... Los dos no han esperado a ver todo esto. En cuanto han visto<br />

que el hombre veía, han ido raudos hacia la ciudad. ■ José, sin embargo, se queda hasta el<br />

final, y, cuando el ciego que ya no es ciego pasa por delante de él como una flecha para<br />

entrar en el dédalo de callejuelas del popular barrio de Ofel, deja a su vez su lugar y<br />

vuelve sobre sus pasos, hacia la ciudad, muy pensativo... y llega a la casa del curado, cuando<br />

por otra callecita que desemboca en ésta, vienen los dos de antes con otros tres: un escriba, un<br />

sacerdote y otro que no identifico por el vestido. Se abren paso con arrogancia y tratan de entrar<br />

en la casa del curado abarrotada de gente. ■ E1 ciego curado habla arrimado a la mesa,<br />

respondiendo a los que le preguntan, que son todos gente pobre como él, población<br />

modesta de Jerusalén, de este barrio que es quizás el más pobre de todos. Su madre, en<br />

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