Descargar PDF aquí - Difusión obra María Valtorta
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en cuanto que la muerte, para los que aman, es la prueba de su supremo amor. Es también amor<br />
porque, preparar a los amigos amados para el infortunio, es una muestra providente de cariño<br />
que quiere verlos preparados y no acobardados, para cuando llegue la hora. Confiar un secreto<br />
es prueba de amor, de la estima que se tiene en quien se confía. ■ Sé que habéis hecho llover<br />
preguntas y preguntas sobre Juan para saber qué le dije cuando estuvimos solos. Y no habéis<br />
creído cuando afirmé que nada le dije, sino que tan solo estuvo conmigo. Y sin embargo así ha<br />
sido; me ha bastado tener al lado una criatura...”. Iscariote pregunta con cierta altanería: “¿Por<br />
qué, entonces, él, y no otro?”. Pedro y Tomás y Felipe dicen también: “Tiene razón. ¿Por qué<br />
escogiste a él y no a otros?”. Jesús responde a Iscariote: “¿Hubieras querido ser tú? ¿Te atreves<br />
a pedirlo? ■ Era una mañana fresca y serena de Adar... Yo era un desconocido que caminaba<br />
por el camino cercano al río... Cansado, lleno de polvo, palidecido por el ayuno, la barba<br />
crecida, las sandalias rotas: parecía Yo un mendigo por los caminos del mundo... Él me vio... y<br />
me reconoció como Aquel sobre quien había bajado la Paloma de fuego eterno. En esa primera<br />
transfiguración mía, ciertamente debió revelarse un átomo de mi divino esplendor. Los ojos<br />
abiertos por la penitencia de Juan el Bautista y los que la pureza había conservado angelicales<br />
vieron lo que otros no vieron. Y los ojos puros llevaron esa visión a lo profundo del corazón;<br />
allí la conservaron cual perla en un arca... Cuando dos meses después esos ojos se abrieron para<br />
ver al caminante empolvado, su alma me reconoció... Yo era su amor. Su primer y único amor.<br />
El primero y único amor nunca se olvida. El alma le siente venir, aunque se haya alejado, le<br />
siente venir desde distantes lejanías, y se llena de gozo y despierta a la mente y ésta a la carne,<br />
para que todas participen en el banquete de la alegría de volverse a encontrar y a amarse. Una<br />
boca que temblaba de emoción me dijo: «Te saludo, Cordero de Dios». ¡Oh, fe de los puros<br />
que eres tan grande! ¡Cómo vences todos los obstáculos! No conocía mi Nombre. No sabía<br />
quién era Yo, de dónde venía, qué hacía; ni si era Yo rico, pobre, sabio, ignorante. ¿Qué importa<br />
saber todo esto para la fe? ¿Aumenta o disminuye ella por saber? Él creía en todo lo que le<br />
había dicho el Precursor. Como estrella que transmigra, por orden del Creador, de una a otra<br />
parte del cielo, él se había separado de su cielo: Juan el Bautista, de su constelación, y había<br />
venido a su nuevo cielo: al Mesías, a la Constelación del Cordero. No es la estrella mayor, pero<br />
sí la más hermosa y pura de la constelación de amor. Desde aquella fecha han pasado tres años.<br />
Estrellas grandes y pequeñas se han unido a mi constelación y se han separado de ella. Algunas<br />
han caído y han muerto, otras, debido a pesados vapores, se han convertido en estrellas<br />
brumosas. Pero él ha quedado fijo con su pura luz, junto a su Polar. ■ Dejadme mirar su luz.<br />
Dos serán las luces durante las tinieblas del Mesías: <strong>María</strong> y Juan. Pero tanto será el dolor, que<br />
casi no podré verlas. Dejad que imprima en mi pupila esos cuatro ojos que son pedazos de cielo<br />
entre pestañas rubias, para llevar conmigo, adonde nadie podrá ir, un recuerdo de pureza. ¡Todo<br />
el pecado! ¡Todo sobre las espaldas del Hombre! ¡Oh, gota de pureza!... ¡Mi Madre! ¡Juan! ¡Y<br />
Yo!...Tres náufragos que salen del naufragio de una humanidad en el mar del pecado”.<br />
* Las profecías de David e Isaías sobre el Siervo de Yabé y el semblante de Iscariote.- ■<br />
Jesús: “Será la hora en que Yo, el retoño de la estirpe de David, entre lágrimas volveré a recitar<br />
el llanto de David (Sal 21,1): «Dios mío, vuélvete a Mí. ¿Por qué me has abandonado? Los gritos<br />
de los crímenes que por todos he tomado sobre Mí, me alejan de Ti... soy un gusano, no un<br />
hombre, la vergüenza humana, lo más sucio de la plebe». Oid a Isaías (Is.50,6): «He entregado mi<br />
cuerpo a los que golpean, mis mejillas a quien me arrancaba la barba. No retiré la cara de<br />
quien me ultrajaba y me cubría de salivazos». Oid de nuevo a David (Sal. 21,13-14): «Muchos<br />
becerros me han rodeado, muchos toros se han lanzado contra Mí. Cual leones han abierto su<br />
hocico para desgarrarme y han rugido. He desaparecido como el agua». Isaías termina la<br />
figura: «Yo mismo me he teñido mis vestidos» (Is. 63,3). ¡Oh, por Mí mismo tiño mis vestiduras, no<br />
con mi furor, sino con mi dolor y el amor mío por vosotros! Como dos piedras de un molino, me<br />
aprietan y me exprimen la sangre. No soy distinto del racimo de uva prensado: ¡qué hermoso era<br />
cuando entró, y luego es un pellejo sin jugo, ni hermosura! «Y Mi corazón», digo con David (Sal.<br />
21,15): «se hace como de cera y se derrite dentro de mi pecho». ¡Corazón perfecto del Hijo del<br />
hombre!, ¿en qué te conviertes ahora? Semejante al que una vida de orgías deshace y enerva.<br />
Todo mi vigor se seca (Sal 16). La lengua la tengo pegada al paladar por la fiebre y por la agonía.<br />
La muerte se acerca en medio de su ceniza que asfixia y ciega. ¡Y todavía no hay compasión!<br />
(Sal.17) «Una jauría de perros me ataca y me muerde. En mis heridas se clavan sus mordidas y