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Descargar PDF aquí - Difusión obra María Valtorta

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áfaga del dolor y de la alegría tu corazón era limpio, como después de una tempestad y del arco<br />

iris, es límpido el horizonte. Veías las cosas con rectitud. Luego... Vuélvete, Cusa, y mira<br />

nuestro Mar de Galilea. ¡Al amanecer se veía límpido! Por la noche el rocío había limpiado la<br />

atmósfera y con el fresco de la noche, ya no hubo más evaporación. Cielo y lago eran dos<br />

espejos de zafiro claro que reflejaban mutuamente sus bellezas, y las colinas de alrededor<br />

respiraban frescura y limpieza como si las hubiese creado Dios en la noche. Ahora mira. El<br />

polvo de los caminos de la costa, recorridos por personas y animales, el ardor del sol, que hace<br />

vaporear a bosques y jardines, como calderas al fuego, e incendia el lago y evapora sus aguas,<br />

mira cómo han ensuciado el horizonte. Primero las orillas, nítidas por la limpidez del aire,<br />

parecían cercanas; ahora, mira... parecen empañadas, sin contornos claros, semejantes a cosas<br />

vistas a través del agua sucia. Esto mismo ha pasado en ti. Polvo: ideas humanas. Sol: orgullo.<br />

Cusa, no pierdas el control de ti mismo...”. Cusa agacha la cabeza. Y juguetea mecánicamente<br />

con los adornos de su túnica y con la hebilla del rico cinturón que sujeta la espada. Jesús calla.<br />

Cierra los ojos como si tuviese sueño. Cusa no le perturba.<br />

* Jesús, en la casa de campo de Cusa, entre amigos, falsos amigos e imprudentes amigos.-<br />

■ El carro avanza lentamente en dirección sudeste, hacia las leves ondulaciones, que son, por lo<br />

que me imagino, la primera parte de la meseta que limita el valle del Jordán por este lado, el<br />

oriental. Debido a la abundancia de aguas subterráneas o de algún río, lo cierto es que los<br />

campos son fértiles y hermosos. Viñedos y árboles frutales se ven por todas partes. El carro<br />

cambia de dirección, deja el camino principal y toma uno particular. Se interna por un sendero<br />

tupido de ramajes, lleno de sombra y de frescor, teniendo en cuenta el horno que es el soleado<br />

camino principal. En el fondo del sendero hay una casa blanca, baja, de aspecto señorial. Y, acá<br />

y allá, por los campos y viñedos, están diseminadas casas pequeñas. El carro pasa un<br />

puentecillo y un mojón, a partir del cual el huerto se transforma en un jardín con un paseo<br />

recubierto de guijo. Al sonar de forma distinta las ruedas sobre la grava, Jesús abre los ojos.<br />

Cusa dice: “Hemos llegado, Maestro. Mira a los invitados que nos han oído y vienen a nuestro<br />

encuentro”. ■ De hecho, muchos hombres de rica posición social, se apiñan en el sendero y<br />

saludan con inclinaciones pomposas al Maestro que llega. Veo y reconozco a Mannaén, a<br />

Timoneo, a Eleazar, y a otros que antes he visto, pero cuyos nombres no conozco. Y luego<br />

muchos, muchos jamás vistos, o por lo menos, que nunca he advertido concretamente. Hay<br />

muchos que llevan espada; otros, en vez de las espadas, ostentan abundantes perifollos<br />

farisáicos y sacerdotales o rabínicos. Se detiene el carro. Jesús desciende y se inclina saludando<br />

a todos. Los discípulos Mannaén y Timoneo se acercan y le saludan de una manera particular.<br />

Se acerca Eleazar (el fariseo bueno del convite dado en la casa de Ismael), y, con él, otros dos<br />

escribas que tratan de hacerse conocer. Uno es aquel cuyo hijo fue curado en Tariquea el día de<br />

la primera multiplicación de los panes, y el otro el que en las faldas del monte de las<br />

bienaventuranzas dio alimentos para todos. Se acerca también el fariseo que en la casa de José<br />

de Arimatea, en el tiempo de la siega, fue instruido por Jesús acerca del verdadero móvil de sus<br />

insensatos celos. ■ Cusa les presenta uno por uno, cosa que omito, porque se hace uno un lío<br />

con los nombres de Simón, Juan, Leví, Eleazar, Natanael, José, Felipe, etc, etc.; saduceos,<br />

escribas, sacerdotes, herodianos en su mayoría; y debería añadir que los últimos son los más<br />

numerosos; algún que otro prosélito y fariseo, dos sanedristas, cuatro sinagogos, y, perdido no<br />

sé cómo <strong>aquí</strong> dentro, un esenio. Jesús se inclina al oír el nombre de cada uno, mirando<br />

penetrantemente a cada uno de los rostros, algunas veces sonriendo levemente, como cuando<br />

alguien, para darse mejor a conocer, saca a relucir algún hecho que le puso en contacto con<br />

Jesús. Esto sucede, por ejemplo, con un tal Jo<strong>aquí</strong>n de Bozra que dice: “Tú curaste a mi mujer<br />

<strong>María</strong> de la lepra. Tú bendito”. Y el esenio: “Te oí cuando hablaste cerca de Jericó, y uno de los<br />

nuestros dejó las riberas del Mar Salado para seguirte. Tuve después noticias de Ti por el<br />

milagro que <strong>obra</strong>ste en Eliseo de Engaddi. En estas tierras vivimos, nosotros puros,<br />

esperando...”. Qué cosa esperan, no lo sé. Pero lo que sí puedo decir es que los esenios miran a<br />

los demás con un aire de superioridad, que ciertamente no muestran apariencia de místicos, sino<br />

que, en su mayor parte, muestran a las claras que no desaprovechan la oportunidad de gozar de<br />

los bienes que su posición les concede. ■ Cusa libera a su Invitado de las ceremonias de los<br />

saludos y le conduce a una habitación bien arreglada con baño, donde le deja para que se<br />

refresque un poco sobre todo con ese calor. Vuelve a sus invitados con los que habla<br />

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