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Descargar PDF aquí - Difusión obra María Valtorta

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puede hacer ese favor. Conviene que los otros no lo sepan, porque si lo supiesen... correría<br />

sangre, y no quiero que los corderos se conviertan en lobos, ni siquiera por amor al Inocente. ■<br />

Mi Madre... ¡oh, qué angustia hablar de Ella!... Está muy angustiada ya. También es una<br />

agonizante casi sin fuerzas... Hace treinta y tres años que también está muriendo; y ahora es<br />

toda una llaga como si hubiera sido víctima de un atroz suplicio. Te juro que he combatido entre<br />

la mente y el corazón, entre el amor y la razón, para decidir si era justo alejarla, enviarla a su<br />

casa donde Ella siempre sueña con el Amor que la hizo Madre, y paladea el sabor de su beso de<br />

fuego, y vibra con el éxtasis de aquel recuerdo y, con los ojos de su alma, siempre ve soplar<br />

levemente el aire impulsado y agitado por un resplandor angélico. A Galilea la noticia de mi<br />

muerte llegará casi en el momento en que pueda decirle: «¡Madre, soy el Vencedor!». Pero, no,<br />

no puedo hacer esto. El pobre Jesús, cargado con los pecados del mundo (Is. 52,13-53,12), tiene<br />

necesidad de un consuelo. Y mi Madre me lo dará. El mundo, aún el más pobre del mundo,<br />

tiene necesidad de dos víctimas. Porque el hombre pecó con la mujer; y la Mujer debe<br />

redimir, como el Hombre redime. Pero mientras no suena la hora, a mi Madre le doy<br />

sonrisas... Ella tiembla... lo sé. Siente que se acerca la Tortura. Lo sé. Y siente rechazo de ella<br />

por natural horror y por santo amor, así como Yo siento rechazo de la muerte, porque soy un ser<br />

«vivo» que debe morir. ¡Pero qué terrible sería, si supiese que será dentro de cinco días!... No<br />

llegaría viva a esa hora, y Yo quiero que esté viva para sacar de sus labios fuerzas, como de su<br />

seno saqué la vida. ■ Dios quiere que esté en mi Calvario para mezclar el agua del llanto<br />

virginal con el vino de mi Sangre divina y celebrar la primera Misa. ¿Sabes lo que será la<br />

Misa? No. No lo sabes. No puedes saberlo. Será mi muerte aplicada para siempre al género<br />

humano viviente o purgante. No llores, Lázaro. Ella es fuerte. No llora. Ha llorado desde que se<br />

convirtió en Madre. Ahora no llora más. Se ha crucificado la sonrisa en su rostro... ¿Has visto<br />

qué rostro presenta en esos últimos días? Se ha crucificado la sonrisa para consolarme. ■ Te<br />

ruego que imites a mi Madre. No podía guardar yo solo el secreto. Volví mis ojos a mi<br />

alrededor en busca de un amigo sincero y seguro, y encontré tu mirada leal. Me dije: «A Lázaro<br />

se lo descubriré». Yo, cuando tenías una pena en tu corazón, respeté tu secreto, y me abstuve de<br />

preguntártelo. Te pido igual respeto para el mío, después... después de mi muerte, lo dirás. Dirás<br />

esta conversación. Para que se sepa que Jesús marchó conscientemente a la muerte, y a las<br />

torturas que conocía unió ésta de no haber ignorado nada, ni sobre las personas, ni sobre el<br />

propio destino. Para que se sepa que, mientras todavía podía salvarse, no quiso, porque su amor<br />

infinito por los hombres no anhelaba otra cosa sino consumar el sacrificio por ellos”.<br />

* “Lázaro, congregarás a mis discípulos dispersos”.- ■ Lázaro: “¡Oh, sálvate, Maestro,<br />

sálvate! Te puedo ayudar a que huyas. Esta misma noche. ¡Una vez huiste a Egipto! Huye de<br />

nuevo ahora. Partamos. Tomamos a tu Madre y a mis hermanas. Sabes que nada de mis riquezas<br />

me atrae. Mi riqueza, como la de Marta y <strong>María</strong>, eres Tú. Partamos”. Jesús: “Lázaro, en aquella<br />

ocasión huí porque no había llegado mi hora. Ahora está ya a la puerta. Y me quedo”. Lázaro:<br />

“Entonces voy contigo. No te abandonaré”. Jesús: “No. Tu te quedas <strong>aquí</strong>. Puesto que una<br />

licencia concede que quien está dentro de la distancia de un sábado puede consumir el cordero<br />

en su casa; así que tú, como de costumbre, consumirás <strong>aquí</strong> tu cordero. Sin embargo, deja que<br />

vengan conmigo tus hermanas... para que estén con mi Madre... ¡Oh, qué te celebran, oh Mártir,<br />

las rosas del amor divino! ¡El abismo! ¡El abismo! ¡Y de él ahora suben, y atacan, las llamas del<br />

Odio para morderte el corazón! Tus hermanas, sí; ellas son fuertes y valerosas... y mi Madre<br />

será un ser agonizante, inclinado sobre mi cadáver. Juan no basta. Juan es el amor. Pero todavía<br />

no ha alcanzado la madurez. Madurará y se hará hombre en el suplicio de estos próximos días.<br />

Pero la Mujer tiene necesidad de las mujeres, que atiendan sus horribles heridas. ¿Las dejas ir?”.<br />

Lázaro: “Todo, todo te lo he dado con alegría. ¡Lo único que me afligía es que me pidieras tan<br />

pocas cosas!”. Jesús: “Ya lo ves. De nadie he aceptado tanto como de los amigos de Betania. ■<br />

Ésta ha sido una de las acusaciones que el injusto me ha echado en cara más de una vez. Pero<br />

Yo <strong>aquí</strong>, entre vosotros, encontraba muchas cosas que consolaban al Hombre de todas sus<br />

amarguras de hombre. En Nazaret era el Dios que se consolaba con la única Delicia de Dios.<br />

Aquí era Yo el hombre. Y antes de subir al patíbulo, te doy gracias, amigo fiel y cariñoso,<br />

amigo gentil y diligente, reservado y docto, discreto y generoso. Te agradezco todo. Mi Padre te<br />

lo pagará después...”. Lázaro: “Ya he recibido todo con tu amor y con la redención de <strong>María</strong>”.<br />

Jesús: “¡Oh, no! ¡Todavía debes recibir mucho! Escúchame. No te desesperes de este modo.<br />

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