Descargar PDF aquí - Difusión obra María Valtorta
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nada más que eso. Durante muchos años he estado en la sombra de la ceguera. Pero los<br />
párpados cerrados han creado tiniebla sólo para los ojos. La inteligencia ha estado<br />
siempre en la luz, en gracia de Dios, y me dice que no debo dañar al único Santo que<br />
hay en Israel”. Escriba: “¡Basta! ¿No sabes que hay castigos para quien se opone a los<br />
magistrados?”. Joven: “Yo no sé nada. Aquí estoy y <strong>aquí</strong> me quedo. Y no os conviene hacerme<br />
ningún daño. Ya veis que todo Ofel está de mi parte”. ■ La gente grita: “¡Sí! ¡Sí! ¡Dejadle!<br />
¡Ventajistas! Dios le protege. ¡No le toquéis! ¡Dios está con los pobres! ¡Dios está con<br />
nosotros! ¡Explotadores, hipócritas!”, y amenaza, con una de esas espontáneas manifestaciones<br />
populares, que son las explosiones de indignación de los humildes contra quien los<br />
oprime, o de amor hacia quien los protege. Y gritan: “¡Ay de vosotros si agredís a nuestro<br />
Salvador! ¡Al Amigo de los pobres! Al Mesías tres veces Santo. ¡Ay de vosotros! No hemos<br />
temido la ira de Herodes ni la de los gobernadores, cuando ha hecho falta. ¡No tememos<br />
las vuestras, viejas hienas de mandíbulas desdentadas! ¡Chacales de uñas desmochadas!<br />
¡Inútiles prepotentes! Roma no quiere tumultos y no importuna al Rabí porque Él es paz.<br />
Pero a vosotros os conoce. ¡Marchaos! ¡Fuera de los barrios de los oprimidos por vosotros<br />
con diezmos superiores a sus fuerzas, para tener dinero para saciar vuestros apetitos y<br />
realizar torpes comercios. ¡Descendientes de Jasón! ¡De Simón! ¡Torturadores de los<br />
verdaderos Eleazares, de los santos Onías. ¡Vosotros que pisoteáis a los profetas! ¡Fuera!<br />
¡Fuera!”. ■ La gritería comienza a subir de punto. José de Arimatea, aplastado contra un murete,<br />
espectador de los hechos, hasta ahora atento pero inactivo, con una agilidad insospechable en un<br />
viejo --y menos todavía estando tan arrebujado en túnicas y mantos--, salta al murete y, en pie,<br />
grita: “¡Silencio, ciudadanos! ¡Escuchad a José el Anciano!”. Una, dos, diez cabezas se<br />
vuelven en la dirección del grito. Ven a José. Gritan su nombre. Debe ser muy conocido el<br />
de Arimatea y debe gozar del favor del pueblo, porque los gritos de indignación se<br />
transforman en gritos de alegría: “¡Está José el Anciano! ¡Viva él! ¡Paz y larga vida al<br />
justo! ¡Paz y bendición al benefactor de los indigentes! ¡Silencio, que habla José! ¡Silencio!”.<br />
().<br />
* J. de Arimatea: “Solo hay un culpable: el hombre de Keriot”. J. de Arimatea y los<br />
fariseos Eleazar, Juan y Jo<strong>aquí</strong>n y el mismo Bartolmai responden: curar en sábado<br />
no es <strong>obra</strong> del Demonio.- ■ Y José, ricamente vestido de espléndida lana, pone una mano<br />
en un hombro del joven y se pone en camino. La túnica cenizosa y gastada del joven, su<br />
pequeño manto, van rozando contra la amplia túnica rojo obscura y el pomposo manto<br />
aún más oscuro del anciano miembro del Sanedrín. Detrás, los cinco; después de éstos,<br />
muchos, muchos de Ofel...Ya están en el Templo, tras haber atravesado las calles centrales<br />
llamando la atención de muchos. Y la gente recíprocamente se señala al que antes era<br />
ciego, diciendo: “¡Pero si es el que pedía limosna ciego! ¡Y ahora tiene ojos! Bueno, quizás<br />
es uno que se le parece. No. Es él, sin duda, y le llevan al Templo. Vamos a oír”, y la fila<br />
aumenta cada vez más, hasta que los muros del Templo se tragan a todos. José guía al joven a<br />
una sala --no es el Sanedrín-- donde hay muchos fariseos y escribas. Entra. Y con él<br />
entran Bartolmái y los cinco. A los lugareños de Ofel los echan para atrás reteniéndolos en<br />
el patio. ■ José de Arimatea dice: “Aquí está el hombre. Yo mismo os le he<br />
traído, pues, sin ser visto, he asistido a su encuentro con el Rabí y a su curación. Y os<br />
puedo decir que fue totalmente casual por parte del Rabí. El hombre, le oiréis también<br />
vosotros, fue conducido --o mejor: invitado a ir-- donde estaba el Rabí, por Judas de Keriot, a<br />
quien conocéis. Y yo he oído, y también estos dos que están conmigo han oído porque<br />
estaban presentes, cómo fue Judas el que tentó a Jesús de Nazaret en orden al milagro.<br />
Ahora <strong>aquí</strong> declaro que si hay que castigar a uno no es ni al ciego ni al Rabí, sino al hombre<br />
de Keriot, que --Dios ve si miento al decir lo que mi inteligencia piensa-- es el único autor<br />
del hecho, en el sentido de que lo ha provocado con intencionada mani<strong>obra</strong>. He dicho”. ■<br />
Fariseo: “Lo que dices no anula la culpa del Rabí. Si un discípulo peca, no debe pecar el<br />
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