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Descargar PDF aquí - Difusión obra María Valtorta

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transmite el deseo de los gentiles. Jesús: “Llévalos a aquel ángulo. Voy donde ellos”.Y mientras<br />

Jesús trata de pasar entre la gente, Juan, que ha vuelto con Pedro, Pedro mismo, Judas Tadeo,<br />

Santiago de Zebedeo y Tomás, que para ayudar a sus compañeros deja el grupo de sus<br />

familiares --los había encontrado entre la multitud--, luchan ahora abrirle camino. ■ Ya está<br />

Jesús donde los gentiles, que le reciben con muestras de obsequio. “La paz sea con vosotros<br />

¿qué queréis de Mí?”. Gentiles: “Verte. Hablar contigo. Lo que has dicho nos ha entristecido.<br />

Hemos deseado siempre hablar contigo para decirte que tu palabra nos impresiona.<br />

Esperábamos el momento propicio para hacerlo. Hoy... hablas de muerte... Tememos no poder<br />

hablar contigo, si no aprovechamos este momento. ¿Pero es posible que los hebreos sean<br />

capaces de matar a su mejor hijo? Nosotros somos gentiles, y no hemos recibido beneficio de tu<br />

mano. Tu palabra nos es desconocida. Habíamos oído hablar de Ti vagamente. Pero nunca te<br />

habíamos visto ni nos habíamos acercado a Ti. Y, a pesar de todo, ya ves: te tributamos<br />

homenaje; todo el mundo con nosotros te honra”. Jesús: “Sí, ha llegado la hora en que el Hijo<br />

del hombre debe ser glorificado, por los hombres, y por los espíritus”. ■ Ahora la gente, de<br />

nuevo, está en torno de Jesús. Con la diferencia de que en la primera fila están los gentiles y<br />

detrás los demás. Gentiles: “Pero entonces, si es la hora de tu glorificación, no morirás como<br />

dices, o como hemos entendido. Porque morir de esa manera no significa ser glorificado.<br />

¿Cómo podrás reunir al mundo bajo tu cetro, si mueres ante de haberlo hecho? Si tu brazo se<br />

inmoviliza cuando mueras, ¿cómo podrás triunfar y reunir a los pueblos?”. Jesús: “Muriendo<br />

doy vida. Muriendo edifico. Muriendo creo al Pueblo nuevo. La victoria se consigue con el<br />

sacrificio. En verdad os digo que si el grano de trigo que cae a la tierra no muere, queda sin<br />

fruto; mas si muere, produce mucho fruto. El que ama su vida la perderá. El que aborrece su<br />

vida en este mundo la salvará para la vida eterna. Y Yo tengo el deber de morir, para dar esta<br />

vida eterna a todos lo que me siguen para servir a la Verdad. El que me quiera servir que venga:<br />

no está limitado el sitio en mi Reino a este a aquel pueblo. El que me quiera servir, quienquiera<br />

que sea, que venga y me siga, y donde Yo esté estará también mi servidor. Y al que me sirva le<br />

honrará el Padre mío, único, verdadero Dios, Señor del Cielo y de la Tierra, Creador de todo lo<br />

que existe, Pensamiento, Palabra, Amor, Vida, Camino, Verdad; Padre, Hijo, Espíritu Santo,<br />

Uno siendo Trino, Trino siendo Único, Solo, Verdadero Dios”.<br />

* Se oye una Voz más fuerte que el trueno, inmaterial, pues no se asemeja a ninguna voz<br />

de hombre.- ■ Jesús prosigue: “Pero ahora mi alma está turbada. Y ¿qué diré? ¿Acaso: «Padre,<br />

líbrame de esta hora»? No. Porque he venido para esto: para llegar a esta hora. Entonces diré:<br />

«¡Padre glorifica tu Nombre!»”. Jesús abre los brazos en cruz, una cruz purpúrea que tiene<br />

como fondo el blanco mármol del pórtico; y levanta su rostro, ofreciéndose como víctima,<br />

orando, subiendo con su alma al Padre. Y una Voz, más fuerte que el trueno, inmaterial, que<br />

no es humana en el sentido que no es semejante a ninguna voz de hombre pero perceptibilísima<br />

a todos los oídos, llena el cielo sereno de este bellísimo día de Abril, vibrando más poderosa que<br />

el acorde de un órgano gigante, melódicamente bella, y proclama: «Le he glorificado y le<br />

seguiré glorificando». La gente ha sentido miedo. Esa voz, tan potente que ha hecho vibrar el<br />

suelo y lo que sobre él se halla, esa voz misteriosa, distinta de todas las otras voces, procedente<br />

de una fuente desconocida, esa voz que llena todo, de septentrión a mediodía, de oriente a<br />

occidente, aterroriza a los hebreos y asombra a los paganos. Los primeros, si pueden hacerlo, se<br />

arrojan al suelo susurrando atemorizados: “¡Vamos a morir ahora! Hemos oído la voz del Cielo.<br />

¡Un ángel le ha hablado!”, y se dan golpes de pecho esperando la muerte. Los segundos, gritan:<br />

“¡Un trueno! ¡Un estruendo! ¡Huyamos! ¡La Tierra ha bramado! ¡Ha temblado!”. Pero huir es<br />

imposible porque los que estaban fuera de las murallas del Templo ahora entran presurosos<br />

gritando: “¡Piedad de nosotros! ¡Corramos! Éste es lugar santo. ¡No se abrirá el monte donde se<br />

alza el altar de Dios!”. Y, por lo tanto, la gente --quién obstruido por la multitud, quién<br />

paralizado por el espanto-- permanece donde estaba. ■ Los sacerdotes, los escribas, los fariseos,<br />

que estaban esparcidos por los vericuetos del Templo, suben a las terrazas, y lo mismo levitas y<br />

magistrados del Templo. Agitados, desconcertados. Pero ninguno, fuera de Gamaliel y su hijo,<br />

bajan a donde está la gente. Jesús le ve pasar, todo blanco con su túnica de lino, tan blanca que<br />

refulge incluso, bajo este fuerte sol que sobre ella incide. Jesús, mirando a Gamaliel, pero como<br />

hablando para todos, alza la voz diciendo: “No por Mí, sino por vosotros, ha venido esta voz del<br />

Cielo”.Gamaliel se detiene, se vuelve, perfora con las miradas de sus ojos profundos y

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