Descargar PDF aquí - Difusión obra María Valtorta
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la Luz e ilumino los corazones...”. Gritan los herodianos: “Puedes fiarte de nosotros. Nosotros<br />
no amamos ni a Herodes, ni a ningún otro”. Jesús: “No. Os amáis a vosotros solos. Es verdad. Y<br />
no podéis amarme. Os serviría de palanca para derrocar el trono, y dejar expedito el camino a un<br />
poder más fuerte, y para imponer sobre el pueblo una opresión mayor. Caería Yo en engaño, lo<br />
mismo que el pueblo y vosotros mismos. Roma aplastaría a todos, después de que vosotros lo<br />
hubierais sido”. ■ Los prosélitos dicen: “Señor, entre las colonias de la Diáspora hay muchos<br />
hombres dispuestos a levantarse... y nuestros bienes son para ello”. El de Bozra y otros gritan:<br />
“Y los míos, y todo el apoyo del Auranítide y Traconítide. Sé lo que digo. Nuestros montes<br />
pueden preparar un ejército, fuera de todo peligro, para lanzarlo después como cohorte de<br />
águilas, a tu servicio”. “También la Perea”. “También la Gaulanítide”. “¡El valle de Gahas está<br />
contigo!”. Y el esenio: “Y contigo las riberas del Mar Salado con los nómadas que nos creen<br />
dioses, si consientes unirte a nosotros”, y continúa con una monserga de exaltado que se pierde<br />
en la gritería. Otros también insisten: “Los montañeses de la Judea son de la raza de fuertes<br />
reyes”. “Y los de la Alta Galilea son héroes del temple de Débora. También las mujeres,<br />
también los niños son héroes”. “¿Crees que seamos pocos? Somos ejércitos y ejércitos. Todo<br />
el pueblo está contigo. ¡Tú eres rey de la estirpe de David, el Mesías! Éste es el grito que se oye<br />
en los labios de los sabios y de los ignorantes, porque es el grito de los corazones... Tus<br />
milagros... tus palabras... las señales...”. ■ Una confusión que no logro seguir. Jesús, cual roca<br />
firme ante un huracán, ni se mueve, ni reacciona. Está impasible. Y la vorágine de súplicas,<br />
insistencias, razones, continúa: “¡Nos destruyes! ¿Por qué quieres nuestra destrucción? ¿Quieres<br />
actuar solo? No puedes, Matatías Macabeo no rechazó la ayuda de los Asideos y Judas libertó a<br />
Israel con su ayuda... ¡Acepta!”. De cuando en cuando todos dicen esta única palabra. Jesús no<br />
cede.<br />
* “La mayor desgracia de un creyente es caer en la falsa interpretación de las señales”.- ■<br />
Uno de los Ancianos --anciano, y mucho, también de edad-- cuchichea con un sacerdote y un<br />
escriba, más viejos que él. Se abren paso. Imponen silencio. Habla el escriba anciano, que<br />
también ha llamado a Eleazar y a los dos escribas de nombre Juan: “Señor, ¿por qué no quieres<br />
ceñir la corona de Israel?”. Jesús: “Porque no es mía. No soy hijo de príncipe hebreo”. Escriba:<br />
“Señor, tal vez no lo sabes. Un día, éste y éste otro fuimos convocados, porque tres Sabios<br />
llegaron preguntando dónde estaba el que había nacido como rey de los hebreos. ¿Comprendes?<br />
«Nacido Rey». Herodes para poder responder nos convocó a nosotros, a los príncipes de los<br />
sacerdotes y a los escribas del pueblo. Con nosotros estaba Hilel el Justo. Nuestra respuesta fue:<br />
«En Belén de Judá». Nos consta que naciste allí y que grandes señales acompañaron tu<br />
nacimiento. Algunos de tus discípulos son testigos de esto, ¿puedes negar que los tres Sabios te<br />
adoraron como a Rey?”. Jesús: “No lo niego”. Escriba: “¿Puedes negar que el milagro te<br />
precede y que te acompaña y que te sigue como señal del Cielo?”. Jesús: “No lo niego”.<br />
Escriba: “¿Puedes negar que no eres el Mesías prometido?”. Jesús: “No”. Escriba: “Entonces,<br />
en nombre de Dios vivo ¿por qué quieres defraudar las esperanzas de un pueblo?”. Jesús: “Yo<br />
he venido a cumplir las esperanzas de Dios”. Escriba: “¿Cuáles?”. Jesús: “Las de la redención<br />
del mundo, del establecimiento del Reino de Dios. Mi Reino no es de este mundo. Dejad en su<br />
lugar vuestras riquezas, dejad las armas. Abrid los ojos y el corazón para leer las Escrituras y los<br />
Profetas, y para acoger mi Verdad, y tendréis el Reino de Dios en vosotros”. Escriba: “No. Las<br />
Escrituras hablan de un Rey libertador”. ■ Jesús: “De la esclavitud satánica, del pecado, del<br />
error, de la carne, del gentilismo, de la idolatría. ¿Qué os hizo Satanás, hebreos, pueblo<br />
sabio, para haceros caer hasta tal punto en error acerca de las verdades proféticas? ¿Qué os hace,<br />
hebreos, hermanos míos, para haceros de tal manera ciegos? ¿Qué os hace, discípulos míos, para<br />
que ni siquiera vosotros comprendáis nada? La mayor desgracia de un pueblo y de un<br />
creyente es la de caer en una falsa interpretación de las señales. Y <strong>aquí</strong> es donde se cumple<br />
esta desgracia. Intereses personales, prejuicios, arrebatos, amor patrio mal entendido, todo esto<br />
sirve para que se abra el abismo... el abismo del error en que un pueblo perecerá desconociendo<br />
a su Rey, tomándole como lo que no es”. Escriba: “Tú eres el que te desconoces”. Jesús:<br />
“Vosotros sois los que os desconocéis, y también me desconocéis a Mí. Yo no soy el rey<br />
humano. Vosotros... vosotros, tres cuartas partes de los que estáis <strong>aquí</strong> reunidos, lo sabéis, y<br />
queréis mi mal, no mi bien. Lo hacéis por odio, no por amor. Os perdono. Digo a los rectos de<br />
corazón: «Volved en vosotros mismos, no seáis siervos involuntarios del mal». Dejadme que me<br />
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