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Descargar PDF aquí - Difusión obra María Valtorta

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cerca; no es como las otras veces, que todavía faltaba tiempo. Ya ha llegado la hora. Voy para ser<br />

entregado a mis enemigos e inmolado para la salvación de todos. Y esta flor todavía no habrá<br />

perdido sus pétalos, después de haber florecido, y Yo ya estaré muerto”. ■ Cuando termina así<br />

quién se lleva las manos a la cara, quién llora como si le estuvieran hiriendo. Iscariote está lívido,<br />

literalmente lívido... El primero que se sobrepone es Tomás que proclama: “Esto no te sucederá,<br />

porque te defenderemos o moriremos juntos contigo, y así demostraremos que te habíamos<br />

alcanzado en tu perfección y que éramos perfectos en el amor hacia Ti”. Jesús le mira sin<br />

responder. Bartolomé, después de un silencio meditativo, dice: “Has dicho que serás entregado...<br />

Pero ¿quién, quién puede entregarte en manos de tus enemigos? Eso no está escrito en las<br />

profecías. No. No está dicho. Sería demasiado horrible que un amigo tuyo, un discípulo tuyo, un<br />

seguidor tuyo, aunque fuese el último de todos, te entregase en manos de los que te odian. ¡No!<br />

Quien te ha oído con amor, aunque hubiera sido una sola vez, no puede cometer semejante<br />

crimen. Son hombres, no bestias feroces ni Satanás. ¡No, Señor mío! Ni siquiera los que te<br />

odian lo podrán... Tienen miedo del pueblo y ¡el pueblo estará, por entero, a tu alrededor!”.<br />

Jesús mira también a Natanael y no habla. Pedro y Zelote hablan animadamente entre sí.<br />

Santiago de Zebedeo regaña a su hermano porque le ve tranquilo, Y Juan responde: “Es<br />

porque hace tres meses lo sé” y dos lágrimas caen por su rostro. Los hijos de Alfeo hablan con<br />

Mateo que, desconsolado, menea la cabeza. ■ Andrés se vuelve a Iscariote: “Tú que tienes<br />

tantos amigos en el Templo...”. Iscariote rebate: “Juan mismo conoce a Anás”, y añade: “¿Qué<br />

quieres que se haga? ¿Qué puede valer la palabra del hombre, si así está predestinado?”. Tomás<br />

y Andrés le preguntan simultáneamente: “¿Crees de verdad en esto?”. Iscariote responde: “No.<br />

Yo no creo nada. Son alarmas inútiles. Ha dicho bien Bartolomé. Todo el pueblo estará con Jesús.<br />

Se ve ya por la gente que vamos viendo por el camino. Y será un triunfo. Veréis que será así”.<br />

Andrés, señalando a Jesús que se ha quedado a esperar a las mujeres, dice: “¿Pero entonces,<br />

¿por qué Él?...”. Iscariote: “¿Que por qué lo dice? Porque está impresionado... y porque nos<br />

quiere probar. Pero no sucederá nada. Y yo iré por mi parte...”. Andrés suplica: “¡Sí, sí! Ve a<br />

ver...”. Dejan de hablar porque Jesús los sigue en medio de su Madre y <strong>María</strong> de Alfeo. (Escrito<br />

el 8 de Marzo de 1947).<br />

·······································<br />

1 Nota : Mt. 20,17-19; Mc. 10, 32-34; Lc. 18,31-34.<br />

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().<br />

9-586-259 (10-47-327).- Sábado, víspera de la entrada en Jerusalén.- Cena en Betania (1):<br />

Magdalena unge cabeza y pies de Jesús.<br />

* “Magdalena ha ungido mi cuerpo de antemano para la sepultura”.- ■ Magdalena vuelve a<br />

entrar a la sala. Trae en las manos una jarra de cuello estrecho y terminado en un piquito. El<br />

alabastro es de un precioso color amarillo-rosado, como la piel de ciertas personas rubias. Los<br />

apóstoles la miran, pensando que tal vez haya traído algún raro manjar. Pero <strong>María</strong> no va al<br />

centro, a donde está su hermana, al interior de la «U» que forman las mesas. No. Pasa por detrás<br />

de los triclinios y va a colocarse entre el de Jesús y Lázaro y el de los dos Santiagos. Destapa la<br />

jarra de alabastro y pone la mano debajo del pico, y recoge algunas gotas de un líquido que sale<br />

lentamente. Un penetrante olor de tuberosas y de otras esencias, un perfume intenso y riquísimo,<br />

se esparce por la sala. Pero <strong>María</strong> no se siente satisfecha con eso poco que sale. Se agacha y<br />

rompe con un golpe seguro el cuello de la jarra contra el ángulo del triclinio de Jesús. El<br />

estrecho cuello cae al suelo esparciendo sobre los mármoles del suelo gotas perfumadas. Ahora<br />

la jarra tiene una boca amplia y sale el ungüento exuberante. <strong>María</strong> se pone a la espalda de Jesús<br />

y echa sobre la cabeza de Él el bálsamo denso, y luego lo extiende con las peinetas que se ha<br />

quitado, y repeina la cabellera de Jesús. Su cabeza rubia y rojiza brilla como si fuera de oro<br />

bruñido. La luz de la lámpara que los siervos han encendido se refleja en la cabeza rubia de<br />

Jesús como en un casco de bronce pulido. El perfume es embriagador. Penetra por las narices,<br />

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