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Descargar PDF aquí - Difusión obra María Valtorta

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“¡Blasfemo! ¡Loco! ¡Demonio! ¿Eres más que nuestro padre Abraham que murió, y que los<br />

profetas? ¿Quién te crees ser?”. Jesús: “El Principio que os habla”. ■ Se produce una<br />

confusión inaudita. Y, mientras esto sucede, el levita Zacarías empuja a Jesús<br />

insensiblemente hacia un ángulo del pórtico, ayudado en ello por los hijos de Alfeo y por<br />

otros que quizás colaboran, sin quizás saber siquiera bien lo que hacen.<br />

* “Si me glorifico, no tiene valor mi gloria, mas el que me glorifica es mi Padre, al<br />

que no le queréis conocer a través de Mí, pero yo sí le conozco, como Dios y como<br />

Hombre. Abraham deseó ver este día... Antes de que Abraham naciera Yo soy”.- El<br />

levita Zacarías rescata a Jesús del tumulto.- ■ Cuando Jesús está bien arrimado al<br />

muro y tiene delante de sí la protección de los más fieles, y un poco se calma el tumulto también<br />

en el patio, dice con su voz incisiva y hermosa, tranquila incluso en los momentos<br />

más agitados: “Si me glorifico a Mí mismo, no tiene valor mi gloria. Todos pueden<br />

decir de sí lo que quieran. Pero el que me glorifica es mi Padre, el que decís que es<br />

vuestro Dios, si bien es tan poco vuestro que no le conocéis y no le habéis conocido<br />

nunca ni le queréis conocer a través de Mí, que os hablo de Él porque le conozco. Y si<br />

dijera que no le conozco para calmar vuestro odio hacia Mí, sería un embustero como lo<br />

sois vosotros diciendo que le conocéis. Yo sé que no debo mentir por ningún motivo. El<br />

Hijo del hombre no debe mentir, si bien el decir la verdad será causa de su muerte.<br />

Porque si el Hijo del hombre mintiera, ya no sería verdaderamente Hijo de la Verdad y<br />

la Verdad le alejaría de Sí. ■ Yo conozco a Dios, como Dios y como Hombre. Y como<br />

Dios y como Hombre conservo sus palabras y las acato. ¡Israel, reflexiona! Aquí se<br />

cumple la Promesa. En Mí se cumple. ¡Reconóceme en lo que soy! Vuestro padre<br />

Abraham suspiró por ver mi día. Lo vio proféticamente por una gracia de Dios, y exultó.<br />

Y vosotros en verdad lo estáis viviendo...”. Judíos: “¡Cállate! ¿No tienes todavía cincuenta<br />

años y pretendes decir que Abraham te ha visto y que Tú le has visto?”, y su carcajada<br />

de burla se propaga como una ola de veneno o de ácido corrosivo. Jesús: “En verdad, en<br />

verdad os lo digo: antes de que Abraham naciera, Yo soy”. ■ Hay uno que le grita: “¿«Yo<br />

soy»? Solo Dios puede decir que es, porque es eterno. ¡No Tú! ¡Blasfemo! ¡«Yo soy»!<br />

¡Anatema! ¿Eres, acaso, Dios para decirlo?”. Debe ser un alto personaje porque acaba de llegar<br />

y ya está cerca de Jesús, dado que todos se han apartado con terror cuando ha venido. Jesús<br />

responde con voz de trueno: “Tú lo has dicho”. Todo se hace arma en las manos de los que odian.<br />

Mientras el último que ha preguntado al Maestro se entrega a toda una mímica de escandalizado horror y<br />

se quita violentamente el capucho que cubre su cabeza, y se alborota el pelo y la barba y se desata<br />

las hebillas que sujetan la túnica al cuello, como si se sintiera desfallecer del horror, puñados de tierra,<br />

y piedras (usadas por los vendedores de palomas y otros animales para tener tensas las cuerdas de los<br />

cercados, y por los cambistas para... prudente custodia de sus pequeñas arcas de las que se muestran<br />

más celosos que de la propia vida) vuelan contra el Maestro, y naturalmente caen sobre la propia<br />

gente, porque Jesús está demasiado dentro, bajo el pórtico, como para ser alcanzado, y la gente impreca<br />

y se queja... ■ Zacarías, el levita, da --único medio para hacerle llegar hasta una puertecita baja,<br />

escondida en el muro del pórtico y ya preparada para abrirse-- un fuerte empujón a Jesús; le empuja<br />

hacia la puerta a la par que a los dos hijos de Alfeo, Juan, Mannaén y Tomás. Los otros se quedan<br />

afuera, en el tumulto... Y el rumor de éste llega debilitado a la galería que está entre unos poderosos<br />

muros de piedra que no sé cómo se llaman en arquitectura. Están construidos con técnica de ensamblaje,<br />

diría yo, o sea, con piedras anchas y piedras más pequeñas, y encima de éstas, sobre las pequeñas, las<br />

anchas, y viceversa. No sé si me explico bien. Oscuras, fuertes, talladas toscamente, apenas visibles en<br />

la penumbra producida por estrechas aberturas puestas arriba a distancias uniformes, para ventilar y<br />

para que no sea completamente tenebroso este lugar, que es una angosta galería que no sé para lo que<br />

sirve, pero que me da la impresión de que da la vuelta por todo el patio. Quizás había sido hecha como<br />

protección, como refugio, para hacer dobles y, por tanto, más resistentes los muros de los pórticos, que<br />

forman como cinturones de protección para el Templo propiamente dicho, para el Santo de los Santos. En<br />

fin, no sé. Digo lo que veo. Olor de humedad, de esa humedad que no se sabe decir si es frío o no,<br />

como en ciertas bodegas. ■ Tomás pregunta: “¿Y qué hacemos <strong>aquí</strong>?”. Judas Tadeo responde:<br />

“¡Calla! Me ha dicho Zacarías que vendrá, y que estemos callados y quietos”. Tomás: “¿Pero...<br />

podemos fiarnos?”. Judas Tadeo: “Eso espero”. Jesús consuela: “No temáis. Ese hombre es<br />

bueno”. Afuera, el tumulto se aleja. Pasa tiempo. Luego, un rumor sordo de pasos y una pequeña luz<br />

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