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Descargar PDF aquí - Difusión obra María Valtorta

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106<br />

hijo, ¿qué hará?”, y Jesús traspasa con sus ojos de zafiro, encendidos como un sol, a los<br />

presentes, y especialmente a los grupos de los más influyentes judíos, fariseos y escribas que<br />

están entremezclados con la gente. Ninguno dice nada. “¡Hablad, pues! Al menos vosotros,<br />

rabíes de Israel. Pronunciad palabras de justicia que convenzan al pueblo en orden a la<br />

justicia. Yo podría decir palabras no buenas, según vuestro pensamiento. Hablad vosotros<br />

entonces, para que el pueblo no sea inducido a error”. ■ Los escribas, obligados, responden<br />

así: “Castigará a esos criminales haciéndolos morir de manera atroz, y dará la viña a<br />

otros arrendatarios que, además de que se la cultiven, le darán lo que le pertenece”. Jesús:<br />

Bien habéis respondido. Así está en la Escritura: «La piedra desechada por los constructores<br />

ha venido a ser piedra angular. Es una <strong>obra</strong> realizada por el Señor y es admirable ante<br />

nuestros ojos». Así pues, está escrito y vosotros lo sabéis. Habéis contestado rectamente<br />

al decir que los criminales recibirán atroz castigo porque mataron al hijo heredero del amo de<br />

la viña, y al afirmar que ésta sea entregada a otros arrendatarios que la cultiven como se debe.<br />

Por eso, os digo: «El Reino de Dios os será arrebatado para ser entregado a otros que lo<br />

cultiven con fruto. Y el que caiga contra esta piedra quedará destrozado, y aquel sobre el que<br />

ella cayere quedará triturado”. ■ Los jefes de los sacerdotes, los fariseos y escribas, con un acto<br />

verdaderamente... heroico, no reaccionan. ¡Tanto puede la voluntad de alcanzar un<br />

objetivo! Por mucho menos, otras veces, han arremetido contra Él, y hoy, que abiertamente<br />

el Señor Jesús les dice que serán privados del poder, no empiezan a echar improperios, no<br />

ponen ningún acto de violencia, no amenazan: falsos corderos pacientes que bajo una<br />

hipócrita apariencia de mansedumbre ocultan un inmutable corazón de lobo.<br />

* “¿Con qué autoridad haces estas cosas?”---“¿Con qué autoridad bautizaba Juan?” “No<br />

saben contestar por cálculo y para no confesar que Yo soy el Mesías y hago lo que hago<br />

porque soy el Cordero de Dios del que habló Juan”.- ■ Se limitan a acercarse a Él, que<br />

ahora pasea yendo y viniendo y escuchando a unos o a otros de los muchos peregrinos que están<br />

congregados en el vasto patio (y muchos de ellos piden consejo en orden a casos de alma o<br />

de circunstancias familiares o sociales). Se acercan a Él en espera de poderle decir algo<br />

después de escuchar el juicio que da a un hombre acerca de una intrincada cuestión de<br />

herencia... Entonces los sacerdotes y escribas se le acercan para hacerle una pregunta: “Te<br />

hemos oído. Has hablado con ecuanimidad. Un consejo que ni Salomón lo hubiera dado más<br />

sabio. Pero ahora dinos, Tú que <strong>obra</strong>s prodigios y das sentencias como sólo el rey sabio podía<br />

dar, ¿con qué autoridad haces estas cosas? ¿De dónde te viene ese poder?”. Jesús los mira<br />

fijamente. No se muestra agresivo ni desdeñoso, sino majestuoso; mucho. Dice: “Yo<br />

también tengo una pregunta que haceros. Si me respondéis, os diré con qué autoridad Yo,<br />

hombre sin autoridad de cargos y pobre --porque esto es lo que queréis decir--, hago estas<br />

cosas. Decid: ¿el bautismo de Juan de dónde venía?, ¿del Cielo o del hombre que lo<br />

impartía? Respondedme. ¿Con qué autoridad Juan lo impartía como rito purificador para<br />

prepararos a la venida del Mesías, si Juan era todavía más pobre y menos instruido que Yo,<br />

y carecía de todo cargo, pues que había vivido en el desierto desde su juventud temprana?”. ■<br />

Los escribas y sacerdotes se consultan unos a otros. La gente se cierra en torno, bien abiertos<br />

sus ojos y oídos, preparada para la protesta si los escribas descalifican a Juan Bautista y<br />

ofenden al Maestro, y a la aclamación si aquéllos se ven vencidos por la pregunta del Rabí<br />

de Nazaret, divinamente sabio. Impresiona el silencio absoluto de esta multitud que<br />

espera la respuesta. Es tan profundo, que se oyen la respiración y los cuchicheos de los<br />

sacerdotes o escribas, que hablan entre sí casi sin usar la voz, mientras miran de reojo al<br />

pueblo, cuyos sentimientos, ya preparados para estallar, intuyen. Al fin se deciden a responder.<br />

Se vuelven hacia Jesús, que está apoyado en una columna, con los brazos recogidos sobre el<br />

pecho mirándolos fijamente. Dicen: “Maestro, no sabemos con qué autoridad Juan hacía<br />

esto ni de dónde venía su bautismo. Ninguno pensó en preguntárselo a Juan el Bautista<br />

mientras vivía, y él espontáneamente nunca lo dijo”. Jesús: “Y Yo tampoco os diré con qué<br />

autoridad hago estas cosas”. Les vuelve las espaldas, llama a los doce y, abriéndose paso entre<br />

la gente que aclama, sale del Templo. ■ Una vez afuera, pasada la Probática --han salido por esa<br />

parte-- Bartolomé le dice: “Ahora son muy prudentes tus adversarios. Quizás están<br />

convirtiéndose al Señor, que te ha enviado, y empezando a reconocerte como Mesías santo”.<br />

Mateo dice: “Es verdad. No han alegado nada ni contra tu pregunta ni contra tu respuesta...”.

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