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Descargar PDF aquí - Difusión obra María Valtorta

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animadamente. Y llegan casi a una disputa porque los presentes tienen dispares opiniones: unos<br />

quieren poner inmediatamente las cartas sobre la mesa. ¿Cuáles?; otros, por el contrario,<br />

proponen no asaltar enseguida al Maestro sino convencerle primero de que le guardan un<br />

profundo respeto. Triunfa este último grupo, por ser el más numeroso; así que Cusa, como<br />

anfitrión, llama a los siervos para que preparen la comida, y así dar tiempo a Jesús, «que está<br />

cansado --y se le nota-- para que descanse», lo que todos aceptan, tanto que, cuando Jesús<br />

aparece de nuevo, los invitados se alejan con grandes reverencias y le dejan con Cusa, ■ que le<br />

lleva a una habitación fresca donde hay un lecho con ricas alfombras. Jesús, que se queda solo<br />

después de haber entregado a un siervo sus sandalias y su vestido, para que les quiten el polvo y<br />

señales del viaje, no se acuesta. Se sienta al borde del lecho, con sus pies descalzos sobre la<br />

estera del suelo, y con su túnica corta que le cubre el cuerpo y le llega hasta los codos y rodillas.<br />

Está sumamente pensativo. Estar así vestido le hace parecer más joven y más hermoso por su<br />

complexión armónica y viril, pero, por otra parte, la concentración en lo que piensa, que<br />

ciertamente no debe ser alegre, le ahonda las arrugas y le carga el rostro con una expresión<br />

dolorosa de cansancio que le envejece. Ningún ruido en la casa, ninguno en el campo, donde las<br />

uvas maduran bajo el fuerte sol. Las cortinas oscuras que hay en puertas y ventanas no se<br />

mueven en absoluto. Y así pasan las horas... Las sombras aumentan con el descenso del sol.<br />

Pero el calor sigue. Y Jesús continúa en sus profundas reflexiones. ■ Finalmente la casa da<br />

señales de haberse despertado. Se oyen voces, pisadas, órdenes. Cusa mueve cuidadosamente la<br />

cortina para ver sin molestar. Jesús dice: “¡Entra! No estoy durmiendo”. Cusa entra: está vestido<br />

ya para el banquete. Mira y observa que en el lecho no se ve señal alguna de que Jesús se haya<br />

acostado. Cusa: “¿No dormiste? ¿Por qué? Estás cansado...”. Jesús: “He descansado en el<br />

silencio y en la sombra. Me basta”. Cusa: “Voy a decir que te traigan unos vestidos”. Jesús:<br />

“No. Mis vestidos han de estar ya secos. Prefiero los míos. Quiero partir tan pronto como<br />

termine el banquete. Te ruego que ordenes que estén preparados el carro y la barca”. Cusa:<br />

“Como ordenes, Señor... Hubiera preferido que te quedases hasta mañana al amanecer...”. Jesús:<br />

“No puedo. Debo irme...”. Cusa sale después de haber hecho una inclinación Se oye un gran<br />

vocerío... Pasa algún tiempo. Vuelve el siervo con el vestido de lino, limpio, oloroso a sol y con<br />

las sandalias limpias del polvo, relucientes con la grasa. Otro siervo viene con el lavamanos,<br />

una jarra y la toalla. Todo lo pone sobre una mesa baja. Salen...<br />

* Amigos y enemigos proclaman que “ahora se cumplen las promesas y esperanzas de un<br />

Mesías restaurador, Vengador, Libertador y creador de la verdadera independencia de<br />

Israel, la patria más grande del mundo”.- ■ ...Jesús se reúne con los invitados en el atrio, que<br />

divide la casa de norte a sur, creando un lugar ventilado y agradable en que están diseminados<br />

unos asientos, adornado con cortinas ligeras, de coloridas franjas, que modifican la luz sin poner<br />

obstáculo al aire; ahora, recogidas, permiten ver los verdes alrededores que rodean la casa. Jesús<br />

está majestuoso. Pese a que no ha dormido, parece estar lleno de fuerza, y su caminar es de<br />

reyes. El lino de su vestido está blanquísimo y sus cabellos, limpios con el baño de la mañana,<br />

resplandecen levemente adornando su rostro con su color dorado. Cusa dice: “Ven, Maestro. Te<br />

esperábamos solo a Ti”, y le lleva directamente a la sala donde están las mesas. Después de la<br />

plegaria y de una nueva ablución de manos se sienta. La comida empieza, rica como de<br />

costumbre, y envuelta en el silencio. Poco a poco el hielo se deshace. Jesús está al lado de Cusa.<br />

Mannaén está a su otro lado y tiene por compañero a Timoneo. Cusa, un hombre habituado a la<br />

corte, señala a los demás sus lugares en la mesa en forma de “U”. El esenio ha sido el único que<br />

no ha querido tomar parte en el banquete y sentarse a la mesa con los demás. Solo cuando por<br />

órdenes de Cusa un siervo le ofrece un cesto precioso lleno de frutas, acepta sentarse detrás de<br />

una mesa baja, después de haber hecho no sé cuántas abluciones tras remangarse las largas<br />

mangas de su blanca vestidura, por temor de mancharlas, o por rito o por algún otro motivo que<br />

ignoro. ■ Es un banquete extraño donde prevalecen más las miradas que las palabras. Solamente<br />

algunas frases breves de cortesía y un recíproco examinarse, o sea: Jesús escruta a los presentes<br />

y éstos a Jesús. Los siervos después de haber puesto sobre las mesas grandes fuentes de frutas<br />

por orden de Cusa se retiran. Las frutas están frescas y debieron de estar guardadas en lugar<br />

friísimo. Parece como si estuvieran heladas por lo hermosas que se ven. Los siervos salen<br />

después de haber encendido las lámparas, todavía no necesarias, porque todavía el día está<br />

luminoso con su largo ocaso estival. ■ Cusa empieza diciendo: “Maestro, debes de haberte<br />

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