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Descargar PDF aquí - Difusión obra María Valtorta

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comportaras como un hombre, y mira si te acusa. Tú, antes que ningún otro, lo sabrás. Pero, si<br />

ella te tranquiliza, ¿por qué dices palabras que son malditas con solo decirlas, o incluso<br />

pensarlas, aunque sea por broma?”. Jesús habla con calma. Parece un maestro que explicara una<br />

tesis a sus discípulos. La agitación es grande, pero la calma de Jesús la aplaca. ■ De todas<br />

formas, Pedro, que es el que más sospecha de Iscariote --quizás también Tadeo, pero que se<br />

calma al ver la desenvoltura de Iscariote--, tira de la manga a Juan, y cuando Juan, que se había<br />

pegado fuertemente a Jesús al oír hablar de traición, se vuelve, le dice en voz baja: “Pregúntale<br />

quién es”. Juan vuelve a su postura de antes. Lo único es que levanta un poco la cabeza, como<br />

para dar un beso a Jesús, y en voz bajísima le dice al oído: “Maestro, ¿quién es?”. Y Jesús, al<br />

devolverle el beso entre los cabellos, con voz bajísima: “Aquel a quien daré un pedazo de pan<br />

mojado”. Toma un pan todavía entero, no el resto del usado para la Eucaristía; separa un buen<br />

trozo, lo moja en la salsa del cordero que hay en la bandeja, extiende por encima de la mesa su<br />

brazo y dice: “Toma, Judas. Esto te gusta”. Iscariote: “Gracias, Maestro. Me gusta, sí” y, sin<br />

saber lo que significa ese bocado, se lo come mientras Juan, horrorizado, hasta cierra los ojos<br />

para no ver la risa diabólica de Iscariote mientras muerde el trozo de pan acusador. ■ Jesús dice<br />

a Iscariote: “Bien. Ahora que he logrado contentarte, vete. Todo está terminado, <strong>aquí</strong> (y hace<br />

hincapié es esta palabra.). Lo que te falta por hacer en otro lugar, hazlo pronto, Judas de<br />

Simón”. Iscariote: “Obedezco inmediatamente, Maestro. Después me reuniré contigo en<br />

Getsemaní. ¿Vas a ir allá o no? ¿Cómo de costumbre?”. Jesús: “Voy a ir allá... como de<br />

costumbre... de veras”. Pedro pregunta: “¿Qué va a hacer? ¿Va solo?”. Iscariote, mientras se<br />

pone el manto, en tono socarrón, dice: “No soy ningún niño”. Jesús responde: “Déjalo que se<br />

vaya. Yo y él sabemos lo que tiene que hacerse”. Pedro dice: “Sí, Maestro”, pero no replica. Tal<br />

vez se imagina que ha faltado contra la caridad por haber sospechado de un compañero. Con la<br />

mano en la frente, piensa. ■ Jesús estrecha hacia Sí a Juan y le susurra otra cosa entre sus<br />

cabellos: “Por ahora no digas nada a Pedro. Sería un inútil escándalo”. Iscariote dice<br />

despidiéndose: “Hasta pronto, Maestro. Hasta pronto, amigos”. Jesús le responde: “Hasta<br />

pronto”. Pedro: “Te devuelvo el saludo, muchacho”. Juan, con la cabeza casi apoyada sobre<br />

las rodillas de Jesús, murmura: “¡Satanás!”. Jesús es el único que le oye, y da un suspiro.<br />

* CONCLUSIÓN DE LA CENA.<br />

. ● “Un milagro que por su forma, duración, naturaleza, límite, no puede ser mayor”.- ■<br />

Pasan unos minutos de absoluto silencio. Jesús está cabizbajo mientras maquinalmente acaricia<br />

los rubios cabellos de Juan. Luego reacciona. Alza la cabeza, mira en derredor suyo, sonríe a<br />

sus discípulos para consolarlos. Dice: “Levantémonos y sentémonos juntos como los hijos se<br />

sientan alrededor de su padre”. Toman los asientos lechos que están detrás de la mesa (los de<br />

Jesús, Juan, Santiago, Pedro, Simón, Andrés y el primo Santiago) y los llevan al otro lado. Jesús<br />

se sienta en el suyo, entre Santiago y Juan como antes. Pero cuando ve que Andrés va a sentarse<br />

en el lugar que dejó Iscariote, grita: “No, ahí, no”. Un grito impulsivo que su inmensa prudencia<br />

no logra controlar. Luego busca una explicación, diciendo: “No es necesario tanto espacio.<br />

Estos asientos son suficientes. Quiero que estéis muy cerca de Mí”. ■ Ahora, respecto a la mesa<br />

están así: o sea, forman una «U» con Jesús en el centro, y, en frente, la mesa, una mesa ya sin<br />

comida, y el lugar de Judas. Santiago de Zebedeo llama a Pedro. “Siéntate, <strong>aquí</strong>. Yo me siento<br />

en este banco, a los pies de Jesús”. Pedro dice: “¡Que Dios te bendiga, Santiago! ¡Lo estaba<br />

deseando!”, y se arrima a su Maestro, que viene a hallarse estrechado entre Juan y Pedro, y tiene<br />

a Santiago a los pies. Jesús sonríe: “Veo que empiezan a surtir efecto las palabras que antes os<br />

dije. Los buenos hermanos, se aman entre sí. Y en cuanto a ti, Santiago, también te digo: «Dios<br />

te bendiga». Esta acción tuya jamás será olvidada, y hallarás premiada arriba. ■ Todo lo que<br />

pido, lo alcanzo. Ya lo habéis visto. Bastó un deseo mío para que el Padre concediese a su Hijo<br />

darse en Comida al hombre. Con todo lo que ha sucedido ahora ha sido glorificado el Hijo del<br />

hombre, porque el milagro, sólo posible para los amigos de Dios, es testimonio de poder.<br />

Cuanto más grande es el milagro, tanto más segura y profunda es la amistad divina. Este es un<br />

milagro que por su forma, duración, naturaleza, por su magnitud y límites a que llega, no<br />

admite otro posible mayor. Yo os lo aseguro: es tan poderoso, sobrenatural, inconcebible a los<br />

ojos del hombre soberbio que muy pocos lo comprenderán como debe entenderse, y muchos lo<br />

negarán. ¿Qué diré entonces? ¿Qué se les condene? No. ¡Que se les tenga piedad! Pero, cuanto<br />

mayor es el milagro, mayor es la gloria que recibe su autor. Ha sido Dios mismo el que lo hizo.

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