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JUDAS DE KERIOT - Difusión obra María Valtorta

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Judas Iscariote 1º año v. p. de<br />

Jesús<br />

Incluye también:<br />

-Familia de Lázaro de Betania<br />

(Lázaro, Marta, <strong>María</strong> Magdalena)<br />

-Pastores de Belén.<br />

El tema de ―Judas Iscariote‖, 1º año de la vida pública de Jesús, comprende:<br />

Episodios y dictados extraídos de la Obra magna<br />

―El Evangelio como me ha sido revelado‖<br />

( ―El Hombre-Dios‖)<br />

(La historia de Judas Iscariote, como discípulo, empieza después de la elección de los<br />

primeros 6 discípulos: Pedro y Andrés, Santiago de Zebedeo y su hermano Juan, Felipe y<br />

Bartolomé. Con estos 6 discípulos había llegado Jesús a Jerusalén para la celebración de la<br />

Pascua. Es de advertir que, los primos-hermanos de Jesús, Santiago de Alfeo y Judas Tadeo,<br />

debido a la fuerte oposición de su familia (del padre y de sus dos hermanos mayores) aún no se<br />

habían decidido seguir a Jesús, aunque pronto lo harán. Precisamente, Judas Tadeo era esperado<br />

por Jesús en Jerusalén durante esta fiesta. Por otra parte, al día siguiente de expulsar del Templo<br />

a los mercaderes, Jesús, en una casa de campo del Getsemaní donde se aloja, recibe la visita de<br />

tres hombres).<br />

1-54-296 (1-17-324).- Primer encuentro de Jesús con J. Iscariote y Tomás, y con un leproso<br />

(Simón Zelote) que es curado de la lepra. Tomás aceptado como discípulo.<br />

* El leproso es curado de la lepra,- ■ Jesús está con sus seis discípulos; ni ayer ni hoy he<br />

visto a Judas Tadeo, que también había dicho que quería venir a Jerusalén con Él. Deben estar<br />

aún en las fiestas de Pascua, porque hay mucha gente por la ciudad de Jerusalén. Ya se acerca el<br />

atardecer y muchos se dirigen presurosos a sus casas. También Jesús se dirige a la casa donde se<br />

hospeda. No es la del cenáculo --que está más en la ciudad, aunque en las afueras--. Ésta es una<br />

casa de campo en el pleno sentido de la palabra, entre tupidos olivos. Desde la pequeña y<br />

agreste explanada que tiene delante, se ven descender colina abajo, en escalones, los árboles,<br />

deteniéndose a la altura de un riachuelo escaso de agua, que discurre por el valle situado entre<br />

dos colinas poco altas; en la cima de una de las colinas está el Templo; en la otra colina, sólo<br />

olivos y más olivos. Jesús está en la parte baja de la ladera de esta colina que sube sin asperezas:<br />

serenos árboles, todo manso. ■ Un hombre anciano que tal vez sea el agricultor o el propietario<br />

del olivar y conocido de Juan, le dice a éste: ―Juan, hay dos hombres que esperan a tu amigo‖.<br />

Juan: ―¿Dónde están? ¿Quiénes son?‖. Anciano: ―No lo sé. Uno, sin duda, es judío. El otro... no<br />

sabría decirte. No se lo he preguntado‖. Juan: ―¿Dónde están?‖. Anciano: ―Están esperando en<br />

la cocina... y... sí... bueno... hay también uno lleno de llagas... Le he dicho que se estuviera allí<br />

porque... no quisiera que estuviera leproso... Dice que quiere ver al Profeta que ha hablado en el<br />

Templo‖. Jesús, que hasta ese momento había guardado silencio, dice: ―Vayamos primero a<br />

éste. Diles a los otros que si quieren venir, que vengan. Hablaré con ellos aquí en el olivar‖ y se<br />

va donde había señalado el anciano. Pedro pregunta: ―Y nosotros ¿qué hacemos?‖. Jesús:<br />

―Venid si queréis‖. ■ Un hombre todo cubierto y embozado está pegado al pequeño, rústico<br />

muro, que sostiene un escalón del terreno, el más cercano al límite de la propiedad. Cuando ve<br />

que Jesús viene a él, grita: ―¡Atrás! ¡Atrás! ¡Pero ten piedad!‖. Y descubre su tronco, dejando<br />

1


caer el vestido. Si la cara está cubierta de costras, el tronco es un entretejido de llagas: unas ya<br />

convertidas en agujeros profundos, otras simplemente como rojas quemaduras, otras<br />

blanquecinas y brillantes como si tuviesen encima un cristalito blanco. Jesús: ―¡Eres leproso!<br />

¿Para qué me quieres?‖. Leproso: ―¡No me maldigas! ¡No me tires piedras! Me han contado que<br />

la otra tarde te has manifestado como Voz de Dios y Portador de su Gracia. Me han dicho que<br />

Tú has afirmado que al alzar tu Señal sanas cualquier enfermedad. ¡Levántala sobre mí! ¡Vengo<br />

de los sepulcros... desde allá! Me he arrastrado como una serpiente entre los arbustos del<br />

riachuelo para llegar sin ser visto. He esperado a que anocheciera para hacerlo, porque en la<br />

penumbra se me identifica menos. Me he atrevido... encontré a éste, al buen amo de la casa. No<br />

me ha matado y solo me ha dicho: «Espera junto al muro». Ten piedad, Tú también‖. Y dado<br />

que Jesús se acerca, Él solo, pues los seis discípulos y el dueño del lugar, con los dos<br />

desconocidos, se han quedado lejos y muestran claramente repulsa, dice de nuevo: ‖¡No más<br />

adelante!...¡No más!... ¡Estoy infectado!‖. Pero Jesús avanza. Le mira con tanta piedad, que el<br />

hombre se pone a llorar y se arrodilla con la cara casi sobre el suelo y solloza: ―¡Tu Señal! ¡Tu<br />

Señal!‖. Jesús: ―Será levantada en su hora. Pero a ti te digo: ¡Levántate! ¡Cúrate! ¡Lo quiero! Y<br />

sé para Mí testigo en esta ciudad que debe conocerme. Y no peques más en reconocimiento<br />

hacia Dios‖. El hombre se levanta poco a poco. Parece como si emergiese de una tumba... y está<br />

curado. Grita: ―¡Estoy limpio! ¡Oh!, ¿qué debo hacer ahora yo por Ti?‖. Jesús: ―Obedecer a la<br />

Ley. Ve al sacerdote. Sé bueno en el porvenir. ¡Ve!‖. El hombre hace un movimiento de<br />

arrojarse a los pies de Jesús, pero se acuerda de que está todavía impuro según la Ley (Lev. 13 y<br />

14) y se detiene. Eso sí, se besa la mano y manda con ella el beso a Jesús, y llora de alegría.<br />

* Judas de Keriot y Tomás quieren seguir a Jesús. “Judas, es mejor sopesarse a sí mismo<br />

antes de emprender un camino muy escarpado... sólo el que sabe querer con todas sus<br />

fuerzas resiste”.- ■ Los otros parecen como petrificados. Jesús vuelve la espalda al curado y,<br />

con la sonrisa en los labios, los hace volver en sí, diciendo: ―Amigos, no era más que una lepra<br />

de la carne, vosotros veréis caer la lepra de los corazones. ¿Sois los que me buscabais?‖<br />

pregunta a los dos desconocidos. ―Aquí estoy. ¿Quiénes sois?‖. ―Te oímos la otra tarde... en el<br />

Templo. Te habíamos buscado. Uno que se dice ser tu pariente, nos dijo que estabas aquí‖.<br />

Jesús: ―¿Por qué me buscáis?‖. ―Por seguirte, si quieres, porque has dicho palabras de verdad‖.<br />

Jesús: ―¿Seguirme? ¿Pero sabéis hacia dónde voy?‖. ―No, Maestro, pero ciertamente que a la<br />

gloria―. Jesús: ―Sí, pero no a una gloria de la tierra sino a la que tiene su asiento en el Cielo y<br />

que se conquista con la virtud y sacrificios. ¿Por qué queréis seguirme?‖ vuelve a preguntar.<br />

―Para tener parte en tu gloria‖. Jesús: ‖¿Según el Cielo?‖. ―Sí, según el Cielo‖. Jesús: ―No<br />

todos pueden llegar porque Mammón acecha, más que a los demás, a los que desean el Cielo y<br />

sólo el que sabe querer con todas sus fuerzas resiste. ¿Por qué seguirme, si seguirme quiere<br />

decir lucha continua con el enemigo que es Satanás?‖. ―Porque así quiere nuestro corazón, que<br />

ha quedado conquistado por Ti. Tú eres santo y poderoso. Queremos ser tus amigos‖. Jesús:<br />

―¡¡¡Amigos!!!‖.... ■ Jesús se calla y suspira. Después mira fijamente al que siempre ha estado<br />

hablando y que ahora ha dejado de caer el manto pequeño de la cabeza que está rapada. Es<br />

Judas de Keriot. Jesús: ―¿Quién eres tú, que hablas mejor que uno del pueblo?‖. Iscariote: ―Soy<br />

Judas de Simón. Soy de Keriot. Pero soy del Templo... o... estoy en el Templo. Espero y sueño<br />

en el rey de los Judíos. Te he visto que eres rey en la palabra. Rey te he visto en el gesto.<br />

Tómame contigo‖. Jesús: ―¿Tomarte?... ¿Ahora?... ¿Inmediatamente?... ¡No!‖. Iscariote: ―¿Por<br />

qué, Maestro?‖. Jesús: ―Porque es mejor sopesarse a sí mismo antes de emprender un camino<br />

muy escarpado‖. Iscariote: ―¿No te fías de mi sinceridad?‖. Jesús: ―¡Lo has dicho! Creo en tu<br />

impulso, pero no creo en tu constancia. Piénsalo bien, Judas. Por ahora me voy, y volveré para<br />

Pentecostés. Si estás en el Templo, podrás verme. ¡Sopésate a ti mismo!... ■ y tú, ¿quién eres?‖<br />

pregunta al otro desconocido. Éste le responde: ―Otro que te vio. Querría estar contigo. Pero<br />

ahora siento temor‖. Jesús: ―¡No! La presunción es perdición. El temor puede ser obstáculo,<br />

pero si procede de humildad, es una ayuda. No tengas miedo. También tú piénsalo y cuando<br />

vuelva...‖. El desconocido le interrumpe: ―Maestro, ¡eres santo! Tengo miedo de no ser digno.<br />

No de otra cosa. Porque respecto a mi amor no temo...‖. Jesús: ―¿Cómo te llamas?‖. Responde:<br />

―Tomás y de sobrenombre Dídimo‖. Jesús: ―Recordaré tu nombre. Ve en paz‖. Jesús los<br />

despide y se retira a la casa donde se hospeda, para la cena.<br />

2


* “¿Por qué has hecho tanta diferencia entre los dos?”.- ”Quiero que se me llame el Hijo<br />

del hombre”.- .- ■ Los seis que están con Él quieren saber muchas cosas. Juan pregunta: ―¿Por<br />

qué has hecho tanta diferencia entre los dos, Maestro?... ¿Por qué tanta diferencia?... Ambos<br />

tenían el mismo impulso...‖. Jesús: ―Amigo, un impulso, aun siendo el mismo, puede tener<br />

distintos orígenes y producir distintos efectos. Ciertamente los dos tienen el mismo impulso.<br />

Pero el uno no es igual al otro en el fin, y el que parece el menos perfecto es el más perfecto,<br />

porque no tiene el acicate de la gloria humana. Me ama porque... me ama‖. Todos ellos<br />

unánimes gritan: ―¡También yo!‖.―¡Y también yo!‖. ―¡Y yo!‖...‖¡Y yo!‖...‖¡Y yo!‖... ¡Y yo!‖.<br />

Jesús: ―Lo sé. Os conozco por lo que sois‖. Discípulos: ―¿Somos por lo tanto perfectos?‖.<br />

Jesús: ―¡Ah, no! Pero, como Tomás lo seréis si permanecéis en vuestra voluntad de amor.<br />

¿Perfectos?... ■ ¿Quién es perfecto sino Dios?‖. Discípulos: ―Tú lo eres‖. Jesús: ―En verdad os<br />

digo que no por Mí soy perfecto, si creéis que soy un profeta. Ningún hombre es perfecto. Pero<br />

Yo soy perfecto porque el que os habla es el Verbo del Padre. Sale de Dios su Pensamiento que<br />

se hace Palabra. Tengo la perfección en Mí. Y como tal me debéis creer, si creéis que soy el<br />

Verbo del Padre. Y, no obstante, a pesar de todo lo que estáis viendo amigos, Yo quiero que se<br />

me llame el Hijo del hombre, porque me aniquilo al tomar sobre Mí todas las miserias del<br />

hombre para llevarlas --mi primer patíbulo-- y anularlas después de haberlas llevado, ¡sin ser<br />

mías! («llevarlas», no «tenerlas»). ¡Qué peso, amigos! Mas lo llevo con alegría. Es una alegría<br />

para Mí llevarlo porque, siendo Yo, el Hijo del hombre, haré del hombre un hijo de Dios como<br />

el primer día. Como el primer día‖. Jesús está hablando con dulzura, sentado a la pobre mesa,<br />

gesticulando serenamente con las manos sobre la mesa, el rostro un poco inclinado, iluminado<br />

de abajo a arriba por la lamparita de aceite que está colocada sobre la mesa. La sonrisa da<br />

expresión al rostro de Jesús. Cuando enseña es majestuoso, pero al mismo tiempo amigable en<br />

su trato. Los discípulos le escuchan atentos.<br />

* Pedro pregunta a Jesús por Judas Tadeo y da su primer juicio sobre J. Iscariote.- ■<br />

Pedro pregunta: ―Maestro... ¿por qué tu primo, sabiendo dónde vives, no ha venido?‖. Jesús:<br />

―¡Pedro mío!... Tú serás una de mis piedras, la primera. Pero no todas las piedras pueden<br />

emplearse igualmente. ¿Has visto los mármoles del Pretorio? Arrancados con trabajo del seno<br />

de la montaña ahora forman parte del palacio. Mira por el contrario aquellas otras piedras que<br />

brillan allí, bajo la luz de la luna, en medio de las aguas del Cedrón. Están en el lecho del río y<br />

si alguien desea tomarlas, no tiene más que extender la mano. Mi primo es como de las primeras<br />

piedras de que hablé... las del seno de la montaña; la familia me lo disputa‖. Pedro: ―Pero yo<br />

quiero ser en todo como las piedras del río. Estoy pronto a dejar todo por Ti; casa, esposa,<br />

pesca, hermanos y... ¡Todo! ¡Oh, Rabí por Ti!‖. Jesús: ―Lo sé, Pedro. ■ Por eso te amo. Mas,<br />

también vendrá Judas‖. Pedro: ―¿Quién? ¿Judas de Keriot?¡No me agrada! Es un apuesto<br />

señorito, pero... prefiero... me prefiero incluso a mí mismo...‖. Todos lanzan una risotada con la<br />

salida de Pedro, que añade: ―No hay por qué reírse. Quise decir que prefiero un galileo franco,<br />

burdo, pescador pero sin malicia... a los de la ciudad que... no sé... ¡Ea! el Maestro entiende lo<br />

que yo pienso‖. Jesús: ―Sí entiendo. Pero no hay que juzgar. Tenemos necesidad los unos de<br />

los otros en la tierra, y los buenos están mezclados con los perversos como las flores en un<br />

campo. La cicuta está al lado de la salutífera malva‖.<br />

* ―En Caná honraba a la Toda Santa, haciendo de Ella --la Anticipadora de la Gracia--, la<br />

Anticipadora del milagro (El mundo me tiene por Ella), aquí honro a Jerusalén haciendo<br />

públicamente de ella la iniciadora de mi poder del Mesías‖.- ■ Andrés: ―Yo quisiera una<br />

cosa...‖. Jesús: ―¿Cuál es, Andrés?‖. Andrés: ―Juan me ha contado el milagro de Caná...<br />

Teníamos muchas ganas de que hicieses alguno en Cafarnaúm... y has dicho que no hacías<br />

ningún milagro sin haber cumplido antes la Ley. ¿Por qué, entonces, en Caná? Y, ¿por qué aquí<br />

y no en tu tierra?‖. Jesús: ―Cada vez que el hombre obedece a la Ley se une a Dios y por eso<br />

aumenta su capacidad. El milagro es la señal de esta unión con Dios y es la prueba de su<br />

presencia benévola y aprobadora. Por esta razón quise cumplir con mi deber de Israelita antes de<br />

empezar la serie de prodigios―. Andrés: ―Pero la Ley no te obligaba a Ti‖. Jesús: ―¿Por qué?<br />

Como Hijo de Dios, no. Pero como hijo de la Ley, sí. Israel por ahora solo me conoce como esto<br />

segundo... Incluso más adelante casi todo Israel me conocerá solo así, más aún, como menos<br />

todavía. Pero no quiero dar escándalo a Israel y obedezco a la Ley‖. Andrés: ―Eres santo‖.<br />

Jesús: ―La santidad no dispensa de la obediencia. Más aún, la perfecciona. Además de todo,<br />

3


tengo que daros ejemplo. ¿Qué dirías de un padre, de un hermano mayor, de un maestro, de un<br />

sacerdote que no diesen buen ejemplo?‖. ■ Andrés: ―¿Y entonces, Caná?‖. Jesús: ―Caná era el<br />

regocijo que mi Madre debía tener. Caná es el anticipo que se debe a mi Madre. Ella es la<br />

Anticipadora de la Gracia. Aquí honro a la Ciudad santa, haciendo de ella, públicamente, la<br />

iniciadora de mi poder de Mesías. Pero allá, en Caná, honraba a la Santa de Dios, a la Toda<br />

Santa. El mundo me tiene por Ella. Es justo que también por Ella vaya mi primer milagro al<br />

mundo‖.<br />

* Tomás aceptado en el grupo de los discípulos.- ■ Tocan a la puerta. Es Tomás nuevamente.<br />

Entra y se echa a los pies de Jesús: ―Maestro... no puedo esperar hasta tu regreso. Déjame<br />

contigo. Estoy lleno de defectos pero tengo este amor, único, grande, verdadero, que es mi<br />

tesoro. Es tuyo y es para Ti. ¡Déjame, Maestro!‖. Jesús, poniendo la mano sobre la cabeza:<br />

―Quédate, Dídimo. Ven, conmigo. ■ Bienaventurados los que son sinceros y tenaces en el<br />

querer. Vosotros sois benditos. Para Mí sois más que parientes, porque me sois hijos y<br />

hermanos, no según la sangre, que muere, sino conforme al querer de Dios y al querer vuestro<br />

espiritual. Y Yo digo ahora que no tengo pariente más cercano a Mí que el que hace la voluntad<br />

de mi Padre, y vosotros la hacéis, porque queréis el bien‖. La visión termina aquí. (Escrito el 26<br />

de Octubre de 1944).<br />

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1-55-304 (1-18-333).- Un encargo confiado a Tomás.<br />

* Encargo: buscar al leproso ( Simón Zelote) y de momento evitar a Iscariote.- ■ Jesús se<br />

dirige a Tomás: ―Amigo, antes te he dicho, en el olivar, que cuando vuelva por aquí, si todavía<br />

deseabas, serías mi discípulo. Ahora te pregunto si estás dispuesto a hacerme un favor‖. Tomás:<br />

―Sin duda‖. Jesús: ―¿Y si este favor te puede suponer un sacrificio?‖. Tomás: ―Ningún<br />

sacrificio es el servirte. Te tengo a Ti. ¿Qué se te ofrece?‖. Jesús: ―Quería decirte... Pero tal<br />

vez tendrás negocios, afectos...‖. Tomás: ―¡Nada, nada! ¡Te tengo a Ti! Habla‖. Jesús:<br />

―Escucha. Mañana cuando el alba salga, el leproso saldrá de los sepulcros para encontrar a<br />

alguien que ponga al sacerdote en conocimiento de lo sucedido. Tú lo primero que harás es ir a<br />

los sepulcros. Es caridad. Y dirás en voz alta: «Tú que ayer fuiste curado, sal fuera. Me manda a<br />

ti Jesús de Nazaret, el Mesías de Israel, el que te ha curado». Haz que el mundo de los<br />

«muertos-vivos» conozca mi Nombre y arda de esperanzas; y que quien a la esperanza una la fe<br />

venga a Mí para que le cure. Es la primera forma de limpieza que Yo traigo, la primera forma<br />

de la resurrección de la que soy dueño. Llegará el día en que os daré una limpieza más<br />

profunda... Un día, los sepulcros sellados vomitarán a los verdaderos muertos que aparecerán<br />

para reír, a través de sus cuencas sin ojos y de sus mandíbulas descarnadas, por el profundo<br />

gozo --que aun los esqueletos experimentarán-- cuando sus espíritus sean liberados del Limbo<br />

de espera. Aparecerán para celebrar su liberación y para llenarse de júbilo al saber a qué se la<br />

deben... Tú irás y él se acercará a ti. Harás lo que él te diga que tienes que hacer. En todo le<br />

ayudarás como si fuese tu hermano. ■ Le dirás también: «Cuando hayas cumplido con tu<br />

purificación, iremos juntos por el camino del río, más allá de Jericó y de Efraín. Allá el Maestro<br />

Jesús te espera, y me espera, para decirnos en qué debemos servirle»‖. Tomás: ―¡Así lo haré! ¿Y<br />

el otro?‖. Jesús: ―¿Quién?... ¿El Iscariote?‖. Tomás: ―Sí, Maestro‖. Jesús: ―Para él todavía vale<br />

mi consejo. Déjale que decida por sí mismo, y durante un largo tiempo. Evita aún el<br />

encontrarle‖. Tomás: ―Estaré con el leproso. Por el valle de los sepulcros solo andan los impuros<br />

o quien por piedad tiene contacto con ellos‖.<br />

* Las características del leproso señaladas por Jesús a Tomás.- ■ Jesús: ―¿Estás seguro de<br />

reconocer al leproso? No hay ningún otro curado, pero podría haberse ido ya, a la luz de las<br />

estrellas, para tratar de encontrar a algún caminante solícito. Y quizás otro, por el ansia de entrar<br />

en la ciudad, ver a los familiares... podría ocupar su lugar. Escucha cómo es su retrato. Yo<br />

estaba cerca de él y a la luz del crepúsculo le he visto bien. Es alto y delgado. Piel oscura como<br />

de sangre mezclada, ojos profundos y muy negros bajo unas cejas blancas, cabellos blancos<br />

como el lino y tirando a rizados, nariz larga pero achatada en la punta como la de los libios,<br />

labios gruesos, sobre todo el inferior, y salientes. Es de color tan aceitunado, que los labios<br />

parecen casi como amoratados. En la frente le ha quedado una antigua cicatriz, que será la<br />

única mancha que tenga, ahora, ya que todas las otras costras se le cayeron‖. Felipe: ―Es un<br />

4


viejo, si es todo blanco‖. Jesús: ―No, Felipe. Lo parece, pero no lo es. La lepra le ha hecho<br />

canoso‖. ■ Pedro: ―¿Qué es? ¿Tiene mezcla de razas?‖. Jesús: ―Tal vez. Tiene cierta semejanza<br />

con los pueblos de África‖. Pedro: ―¿Será Israelita, entonces?‖. Jesús: ―¡Ya lo sabremos! ¿Y si<br />

no lo fuera?‖. Pedro: ―¡Ah!, si no lo fuera, se marcharía. Ya está bien con haber merecido que<br />

se le cure‖. Jesús: ―No, Pedro. Aun cuando fuera un idólatra, no le rechazaré. Jesús ha venido<br />

para todos. Y en verdad te digo que los pueblos de las tinieblas precederán a los hijos del pueblo<br />

de la Luz...‖. Jesús da un suspiro. Se levanta. Da gracias el Padre con un himno y los bendice.<br />

La visión termina aquí.<br />

* San Simón y San Judas.- ■ Como inciso, hago notar de paso que el que dentro de mí habla,<br />

me ha dicho desde ayer tarde cuando veía al leproso: ―Este es Simón, el apóstol. Verás cuando<br />

él y Judas Tadeo lleguen al Maestro‖. Esta mañana después de la comunión (es viernes) abrí el<br />

misal y vi que hoy exactamente es la vigilia de la fiesta de los santos Simón y Judas, y que el<br />

Evangelio de mañana habla precisamente de la caridad (Ju. 15,17-25), casi repitiendo las<br />

palabras que había oído antes en la visión. Pero por ahora no he visto a Judas Tadeo. (Escrito el<br />

27 de Octubre de 1944).<br />

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1-56-307 (1-19-336).- Judas Tadeo, y Simón Zelote elegidos como discípulos en el Jordán.<br />

Simón Zelote y Judas Tadeo unidos en común destino.<br />

*Razones de Judas Tadeo, amigo desde la infancia, para seguir a Jesús.- ■ ¡Sois hermosas,<br />

en verdad, riberas del Jordán, así cual erais en tiempos de Jesús! Os veo y me siento dichosa<br />

con vuestra majestuosa paz verde-azul, con rumor de aguas y de frondas que se mueven con un<br />

dulce tono como de melodía. Me encuentro en un camino que es bastante ancho y bien cuidado.<br />

Debe ser una de las principales vías, más bien una vía militar, trazada por los romanos para unir<br />

las diversas regiones con la capital. Corre junto al río, pero no exactamente por la orilla; la<br />

separa del río un espacio boscoso, que creo sea para afianzar las márgenes y servir de dique a<br />

las aguas en tiempo de crecidas. Al otro lado del camino, continúa el bosquecillo de modo que<br />

la vía parece una galería natural a la que hacen techo, entrelazadas, las frondosas ramas: alivio<br />

inapreciable para el viandante, en estos lugares de un sol candente. El río y, por la misma razón,<br />

también el camino, forman en el punto en donde estoy, una curva suave, de modo que veo cómo<br />

continúa el terraplén frondoso como una muralla verde para cerrar un depósito de aguas quietas.<br />

Parece casi un lago de un parque señorial. Pero el agua no es el agua tranquila de un lago; fluye,<br />

aunque lentamente... ■ Tres viajeros están parados en esta curva del camino, exactamente en un<br />

saliente de la curva. Miran hacia arriba y hacia abajo; al Sur, donde está Jerusalén; al Norte,<br />

donde está Samaria. Miran a través de la enramada que forman los árboles para ver si ya viene<br />

la persona, que esperan. Son Tomás, Judas Tadeo y el leproso curado. Hablan entre sí. ―¿Ves<br />

algo?‖. ―¡Nada!‖. ―Ni yo tampoco‖. ―Y con todo éste es el lugar‖. ―¿Estás seguro?‖. ―Seguro,<br />

Simón. Uno de los seis, mientras el Maestro se alejaba entre las aclamaciones de la multitud<br />

después que había curado milagrosamente al mendigo que caminaba cojeando en la Puerta de<br />

los Peces, me dijo: «Ahora nos vamos de Jerusalén. Espéranos a unas cinco millas entre Jericó y<br />

Doco, donde el río hace curva, en el camino flanqueado de árboles». ¡Ésta es! Luego añadió:<br />

«Dentro de tres días estaremos allí a eso del amanecer». Es el tercer día, y aquí nos ha<br />

encontrado la cuarta vigilia‖. Zelote: ―¿Vendrá? Tal vez hubiera sido mejor haberle seguido<br />

desde Jerusalén‖. Tomás: ―¡No, Simón, todavía no podías ir entre la muchedumbre!‖. Tadeo:<br />

―Si mi primo dijo que vendría aquí, vendrá. Siempre cumple con lo que promete. No hay más<br />

que esperar‖. ■ Zelote: ―¿Has estado siempre con Él?‖. Tadeo: ―Siempre. Desde que regresó a<br />

Nazaret ha sido siempre para mí un buen compañero. Siempre juntos. Somos casi de la misma<br />

edad. Yo un poco mayor. Además su padre me quería mucho, era yo su preferido. Su padre era<br />

hermano del mío. También la mamá de Él me quería mucho. Más me he criado junto con Ella<br />

que con mi madre‖. Zelote: ―Te quería... Ahora, ¿ya no te quiere lo mismo?‖. Tadeo: ―¡Oh, sí!<br />

Pero nos hemos separado un poco desde que Él se hizo profeta. A mi familia no le gusta‖.<br />

Zelote: ―¿Qué familia?‖. Tadeo: ―A mi padre y a otros dos hermanos míos. El otro hermano está<br />

en duda... Mi padre es muy viejo y no ha querido dejarme, pero ahora... Ya no más. Ahora voy<br />

donde el corazón y la cabeza me arrastran. Voy a donde está Jesús. No creo que falte contra la<br />

5


Ley al hacerlo así. Claro... si no es cosa buena lo que hago, Jesús me lo hará saber. Haré lo que<br />

Él me diga. Si yo creo que ahí está la salvación, ¿por qué impedirme conseguirla? ¿Por qué a<br />

veces los padres de uno se convierten en enemigos?‖. Simón lanza un suspiro como si en su<br />

mente hubiera recuerdos tristes, y baja la cabeza. No habla ni una palabra. Tomás, sin embargo,<br />

responde: ―Yo he vencido ya el obstáculo, mi padre me escuchó y me comprendió. Me bendijo<br />

con estas palabras: «Ve. Que esta Pascua se convierta para ti en libertad de algo que has<br />

esperado. Dichoso tú que puedes creer. Si en realidad fuera Él --y lo sabrás siguiéndole--,<br />

vuelve a tu anciano padre a decirle que Israel tiene ya al Esperado»‖. Tadeo: ―¡Tienes más<br />

suerte que yo! ¡Y pensar que hemos vivido a su lado!... Y no creemos, ¡nosotros los de la<br />

familia!... Y dicen, o sea, ellos dicen: «Ha perdido el juicio»‖. ■ Simón Zelote grita: ―¡Eh,<br />

miren allí a un grupo de gente! ¡Es Él, es Él! ¡Reconozco su cabellera rubia! ¡Vamos<br />

corriendo!‖. Velozmente caminan hacia el sur. Los árboles, ahora que han llegado a la curva,<br />

ocultan el resto del camino, de manera que los grupos se encuentran casi uno frente al otro<br />

cuando menos lo esperan. Jesús parece que sube del río, porque está entre los árboles de la<br />

orilla. ‖¡Maestro!‖ ―¡Jesús!‖ ―¡Señor!‖. Los tres gritos del discípulo, del primo, del curado<br />

resuenan envueltos en adoración y alegría. ―¡La paz sea con vosotros!‖. He aquí la hermosa e<br />

inconfundible voz, llena, sonora, tranquila, dulce y cortante de Jesús. ■ Dice a Tadeo:<br />

―¿También, Tú, Judas, primo mío?‖. Se abrazan. Judas llora. Jesús: ―¿Por qué lloras?‖. Tadeo:<br />

―¡Jesús! ¡Quiero estar contigo!‖. Jesús: ―Siempre te he esperado. ¿Por qué no habías venido?‖.<br />

Judas inclina la cabeza y guarda silencio. Jesús: ―No querían... Y... ¿ahora?‖. Tadeo: ―Jesús,<br />

yo... yo no puedo obedecerles. Te quiero obedecer a Ti solo‖. Jesús: ―Pero Yo no te he mandado<br />

nada‖. Tadeo: ―No, Tú no. ¡Pero es tu misión la que me manda! Es Aquel que te ha enviado el<br />

que habla en mí, en el fondo de mi corazón, y me dice: «Ve a Él». Es Aquella que te engendró<br />

y que para mí ha sido una gentil maestra, que con su mirada de paloma, me lo dice sin emplear<br />

palabras: «Sé tú de Jesús». ¿Puedo dejar de hacer caso a esa majestuosa voz que taladra el<br />

corazón? ¿Puedo dejar de atender esa voz santa, que ciertamente ruega por mi bien? ¿Solo<br />

porque soy tu primo por parte de José, no debo de reconocerte por lo que eres, mientras que el<br />

Bautista te ha reconocido --sin haberte visto jamás-- aquí, en las orillas de este río y te ha<br />

saludado como «Cordero de Dios»?... Y yo, yo que he crecido contigo, yo que me hecho bueno<br />

siguiéndote a Ti, yo que me he convertido en hijo de la Ley por mérito de tu Madre y que de<br />

Ella he bebido no sólo los 613 preceptos de los rabíes, además de la Escritura y las oraciones,<br />

sino el espíritu de ellas... ¿Es que no voy a ser capaz de nada?‖. Jesús: ―¿Y tu padre?‖. Tadeo:<br />

―¿Mi padre? No le falta ni pan ni quien le asista, y además... Tú me das ejemplo. Tú has<br />

pensado en el bien del pueblo más que en el pequeño bienestar de <strong>María</strong>. Y Ella está sola. Dime,<br />

Maestro, ¿no es acaso lícito, sin faltarle al respeto, decir al propio padre: «¡Padre te quiero! Pero<br />

sobre ti está Dios, y a Él sigo...?»‖. Jesús: ―Judas, pariente y amigo mío, Yo te lo digo: vas muy<br />

adelante en el camino de la Luz. Ven. Sí, es lícito hablar en estos términos al padre cuando Dios<br />

es quien llama. Nada está por encima de Dios. Incluso las leyes de la sangre dejan de existir, o<br />

mejor dicho, se subliman, porque con nuestras lágrimas los ayudamos más a nuestros padres, a<br />

nuestras madres, y por algo más eterno que no lo cotidiano del mundo. Los atraemos con<br />

nosotros al Cielo y, por el mismo camino del sacrificio de los afectos, a Dios. Quédate, pues,<br />

Judas. Te he esperado y soy feliz de volverte a ver, amigo de mi vida Nazaretana‖. Judas queda<br />

conmovido<br />

* Simón Zelote, “Zelote” por casta y “Cananeo” por madre, elegido como discípulo.- ■<br />

Jesús se vuelve a Tomás: ―Has obedecido fielmente y esa es la primera virtud del discípulo‖.<br />

Tomás: ―He venido para serte fiel a Ti‖. Jesús: ―Lo serás. Te lo digo‖. Y luego dirigiéndose al<br />

ex leproso: ―Ven, tú que estás como avergonzado en la sombra. No tengas miedo‖. Zelote:<br />

―¡Señor mío!‖. El antiguo leproso está ya a los pies de Jesús que le dice: ―Levántate. ¿Cómo te<br />

llamas?‖. Zelote: ―Simón‖. Jesús: ―¿Tu familia?‖. Zelote: ―Señor... era poderosa... y yo también<br />

tenía poder... Pero envidia de opulencia y... errores de juventud lesionaron su poder. Mi padre...<br />

¡Oh! Debo hablar contra él, ¡porque me ha costado lágrimas y precisamente no del cielo! ¡Ya lo<br />

ves, ya has visto qué regalo me ha dado!‖. Jesús: ―¿Era leproso?‖. Zelote: ―No era leproso,<br />

como tampoco yo. Había contraído una enfermedad que se llama de otra forma, y que nosotros<br />

los de Israel la incluimos en las distintas lepras. Él --entonces dominaba su casta-- vivió y<br />

murió poderoso en su casa. Yo... si Tú no me hubieras salvado, habría muerto en los sepulcros‖.<br />

6


Jesús: ―¿Estás solo?‖. Zelote: ―Solo. Tengo un siervo fiel que tiene cuidado de lo que me<br />

queda. Le he instruido al respecto‖. Jesús: ―¿Tu madre?‖. Zelote: ―Ha muerto‖. El hombre<br />

parece sentirse violento. Jesús le observa atentamente y después le dice: ―Simón, me dijiste:<br />

«¿Qué debo hacer por Ti?». Ahora te lo digo: «¡Sígueme!»‖. Zelote: ―¡Enseguida, Señor!... ■<br />

Pero... pero yo... déjame que te diga una cosa. Soy, me llamaban «Zelote» por la casta y<br />

«Cananeo» por madre. ¿Lo ves? Soy de color moreno. Tengo en mí sangre de esclava. Mi<br />

padre no tuvo hijos de su mujer, y me tuvo de una esclava. Su mujer, una mujer buena, me<br />

cuidó como si fuera su propio hijo y me curó de todas las enfermedades, hasta que murió...‖.<br />

Jesús: ―No hay esclavos ni libertos a los ojos de Dios. Hay una sola esclavitud ante sus ojos: el<br />

pecado. Yo he venido a hacerla desaparecer. A todos os llamo, porque el Reino es de todos.<br />

¿Eres culto?‖. Zelote: ―Lo soy. Tenía incluso un lugar entre los grandes, mientras mi mal pudo<br />

estar oculto bajo los vestidos. Pero cuando salió al rostro... a mis enemigos les pareció tener<br />

bastante razón para aprovecharse y ponerme entre los «muertos», aunque --como dijo un médico<br />

romano de Cesárea, a quien consulté-- mi enfermedad no era una lepra verdadera, sino una<br />

erisipela hereditaria. Para evitar que se propagara, bastaba con no tener hijos. ¿Puedo acaso no<br />

maldecir a mi padre?‖. Jesús: ―Debes no maldecirle aunque fue la causa de muchos males...‖.<br />

Zelote: ―¡Oh, sí! Dilapidó la fortuna, fue vicioso, cruel, sin corazón, sin amor. Me quitó la salud,<br />

las caricias, la paz, me ha dado un nombre que es despreciable y una enfermedad que es marca<br />

de oprobio... Se hizo dueño de todo. Hasta del porvenir de su hijo. Todo me ha quitado hasta la<br />

alegría de ser padre‖. ■ Jesús: ―Por esto, te digo: «Sígueme». A mi lado, en mi compañía,<br />

encontrarás padres e hijos. Mira a lo alto, Simón, y allí encontrarás al verdadero Padre que te<br />

sonríe. Levanta la vista y contempla los inmensos espacios de la tierra, los continentes, las<br />

regiones. Hay hijos y más hijos; hijos espirituales para los que no tienen hijos. Te están<br />

esperando y muchos, como tú, te esperan. Bajo mi Señal no existe el abandono. Bajo mi señal<br />

no hay soledades, ni diferencias. Es Señal de amor y da tan solo amor‖.<br />

* Simón Zelote y Judas Tadeo: unidos en un destino común.- Simón Zelote y Tomás<br />

quedarán en Judea, “preparando el camino de mi regreso. Dentro de no mucho volveré‖.-<br />

■ Jesús, que tiene cerca a Zelote y a Tadeo, les dice: ―Ven, Simón, tú que no has tenido hijos.<br />

Ven, Judas, que pierdes a tu padre por Mí. Os uno en el destino‖, y pone sus manos sobres sus<br />

hombros, como para una toma de posesión, como para imponer un yugo común. Después<br />

agrega: ―Os uno pero ahora os separo. Tú, Simón, quedarás aquí con Tomás. Prepararás el<br />

camino de mi regreso. Dentro de no mucho volveré, y quiero que me espere mucha, mucha<br />

gente. Decid a los enfermos --tú lo puedes decir-- que Aquel que cura, viene. Decid a los que<br />

esperan, que el Mesías está ya entre su pueblo. Decid a los pecadores que hay quien perdona y<br />

que da fuerzas para subir...‖. Zelote: ―Pero ¿seremos capaces?‖. Jesús: ―Sí. Solo tenéis que<br />

decir: «Él ha llegado y os llama, os espera. Viene para liberaros. Estad aquí preparados para<br />

verle»‖. ■ Y tú, Judas, primo mío, ven conmigo y con éstos. Tú de todas formas te quedarás en<br />

Nazaret‖. Tadeo: ―¿Por qué, Jesús?‖. Jesús: ―Porque me debes preparar mi camino en nuestra<br />

patria. ¿La consideras una misión pequeña? ¡En verdad no hay una más pesada!...‖. Jesús lanza<br />

un suspiro. Tadeo: ―¿Y lo lograré?‖. Jesús: ―Sí y no. Pero eso será suficiente para justificarnos‖.<br />

Tadeo: ―¿De qué cosa?...¿Y ante quién?‖. Jesús: ―Ante Dios. Ante nuestra patria, ante la familia<br />

que no podrá decir que nosotros no les hayamos ofrecido el bien. Y si nuestra tierra y nuestra<br />

familia no hacen caso, nosotros no tendremos ninguna culpa de que se hayan perdido‖. ■ Pedro:<br />

―¿Y nosotros?‖. Jesús: ―Tú, Pedro y vosotros, volveréis a las redes‖. Pedro: ―¿Por qué?‖.<br />

Jesús: ―Porque pienso instruiros lentamente y tomaros conmigo cuando os vea preparados‖.<br />

Pedro: ―Pero, entonces, ¿te veremos?‖. Jesús: ―¡Claro! Iré frecuentemente con vosotros, os<br />

mandaré llamar cuando esté en Cafarnaúm. Ahora despedios amigos y vámonos. Mi paz sea<br />

con vosotros‖. Y la visión ha terminado. (Escrito el 28 de Octubre de 1944).<br />

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(―Dentro de no mucho volveré‖ había dicho Jesús. Y así es, después de unos días de estancia<br />

en Galilea, exactamente después de la Pesca Milagrosa, vuelve, solo Él, a Jerusalén. Se hospeda<br />

como la vez pasada en la casa del Getsemaní).<br />

1-66-354 (1-29-387).- Judas de Keriot en Getsemaní se hace discípulo.<br />

7


* “De y con Israel debe brotar la planta de vida eterna, cuya savia será la Sangre del<br />

Señor”.- ■ Por la tarde, veo a Jesús bajo unos olivos. Está sentado sobre un escalón del terreno<br />

en su postura habitual: con los codos apoyados en las rodillas, los antebrazos hacia adelante y<br />

las manos unidas. Empieza a hacerse de noche y la luz va disminuyendo en el tupido olivar.<br />

Jesús está solo. Se quitó el manto como si tuviese calor y su blanco vestido resalta sobre lo<br />

verde del lugar muy oscurecido por el crepúsculo. Sube un hombre entre los olivos. Da la<br />

impresión de que busca algo o a alguien. Es alto, su vestido de un color alegre: un amarillo rosa<br />

que hace más vistoso el manto, lleno de franjas ondulantes. No distingo bien su cara porque la<br />

luz y la distancia no lo permiten. Cuando ve a Jesús, hace un gesto como diciendo: ‖¡Ahí está!‖,<br />

y apresura el paso. A pocos metros saluda: ―¡Salve, Maestro!‖. Jesús se vuelve repentinamente y<br />

alza la cara, porque el que acaba de llegar en ese momento está en el escalón superior. Jesús le<br />

mira seriamente y podría decir que hasta con tristeza. El hombre repite: ―Te saludo, Maestro.<br />

Soy Judas de Keriot ¿No me reconoces? ¿No te acuerdas de mí?‖. Jesús: ―Te recuerdo y te<br />

reconozco. Eres el que me habló aquí con Tomás en la Pascua pasada‖. Iscariote: ―Y al que Tú<br />

dijiste: «Piensa y reflexiona al decidirte antes de mi regreso». Ya lo he decidido: voy contigo‖.<br />

Jesús: ―¿Por que vienes, Judas?‖. Jesús está realmente triste. Iscariote: ―Porque... ya te dije la<br />

otra vez por qué: porque sueño en el reino de Israel y te he visto cual rey‖. Jesús: ―¿Vienes por<br />

este motivo?‖. Iscariote: ―Por éste. Me pongo a mí mismo, y todo cuanto poseo: capacidad,<br />

conocimientos, amistades, fatiga, a tu servicio y al servicio de tu misión para reconstruir Israel‖.<br />

■ Los dos están ahora frente a frente, cerca el uno del otro, en pie. Se miran fijamente. Jesús<br />

serio hasta la tristeza; el otro exaltado por su sueño, sonriente, joven y hermoso, ligero y<br />

ambicioso. Jesús: ―Yo no te busqué, Judas‖. Iscariote: ―Lo sé. Pero yo te buscaba. Día tras día<br />

puse a las puertas quien me indicase tu llegada. Pensaba que vendrías con seguidores y que así<br />

fácilmente se podría saber de Ti. Pero fue al contrario... he comprendido que estabas, porque<br />

después de que curaste a un enfermo, los peregrinos te bendecían. Pero nadie sabía decirme con<br />

exactitud dónde estabas. Entonces me acordé de este lugar. Y vine. Si no te hubiera encontrado<br />

aquí, me hubiera resignado a no encontrarte más...‖. Jesús: ―¿Piensas que ha sido para ti un<br />

bien el haberme encontrado?‖. Iscariote: ―Sí, porque te buscaba, te anhelaba, te quiero‖. Jesús:<br />

―¿Por qué?... ¿Por qué me has buscado?‖. Iscariote: ―Te lo dije, ¡Maestro! ■ ¿No me has<br />

comprendido?‖. Jesús: ―Te he comprendido. Sí... pero quiero que también me comprendas antes<br />

de seguirme. Ven. Hablaremos en el camino‖. Y empiezan a caminar uno al lado del otro. ―Tú<br />

me sigues por una idea que es humana, Judas. Debo disuadirte. No he venido para esto‖.<br />

Iscariote: ―¿Pero no eres Tú el señalado Rey de los Judíos? ¿Del que han hablado los profetas?<br />

Han venido otros. Pero les faltaban demasiadas cosas, y cayeron como hojas que el viento ya no<br />

sostiene. Tú tienes a Dios contigo, en tal modo que haces milagros. Donde está Dios, el éxito de<br />

la misión está seguro‖. Jesús: ―Es verdad lo que has dicho: que Yo tengo a Dios conmigo. Soy<br />

su Verbo. Soy el que profetizaron los profetas, el prometido de los Patriarcas, el esperado de las<br />

multitudes. Pero ¿por qué, ¡oh Israel! te has hecho tan ciega y sorda que ya no sabes leer ni ver,<br />

oír ni comprender lo verdadero de los hechos? Mi Reino, no es de este mundo, Judas. No te<br />

hagas ilusiones. Vengo a traer a Israel la Luz y la Gloria. Pero no la luz y la gloria de esta tierra.<br />

Vengo a llamar a los justos de Israel al Reino. Porque de Israel y con Israel debe formarse y<br />

brotar la planta de la vida eterna, cuya savia será la Sangre del Señor, planta que se extenderá<br />

por toda la tierra, hasta el fin de los siglos. Mis primeros seguidores son de Israel. Aun mis<br />

verdugos serán de Israel, y también el que me traicionará será de Israel...‖. Iscariote: ―No,<br />

Maestro. Esto no sucederá nunca. Aunque todos te traicionasen, yo quedaré y te defenderé‖.<br />

Jesús: ―¿Tú, Judas?‖.<br />

* ―Judas, seguir al Mesías en verdad y justicia quiere decir realizar <strong>obra</strong>s del espíritu y es<br />

necesario matar al hombre y renacer‖.- ■ Jesús: ―Y ¿en qué basas tu seguridad, Judas?‖.<br />

Iscariote: ―En mi palabra de honor‖. Jesús: ―Cosa más frágil que una tela de araña, Judas. A<br />

Dios debemos pedir la fuerza para ser honrados y fieles. ¡El hombre!... El hombre realiza <strong>obra</strong>s<br />

de hombre. Pero para realizar <strong>obra</strong>s del espíritu --seguir al Mesías en verdad y en justicia quiere<br />

decir realizar <strong>obra</strong>s de espíritu-- es necesario matar al hombre y hacerlo renacer. ¿Eres capaz de<br />

cosa tan grande?‖. Iscariote: ―Sí, Maestro. Y además... no todo Israel te amará. Pero Israel no<br />

dará ni verdugos ni traidores a su Mesías. ¡Te espera desde hace siglos!‖. Jesús: ―Me los dará.<br />

Recuerda los profetas... sus palabras... y el fin que tuvieron. Estoy destinado a desilusionar a<br />

8


muchos y tú eres uno de ellos. Judas, tienes enfrente de ti a un hombre manso, pacífico, pobre y<br />

que quiere permanecer pobre. No he venido para imponerme ni para hacer guerras. No disputo a<br />

los fuertes y a los poderosos ningún reino, ningún poder. No disputo sino a Satanás las almas y<br />

he venido a destrozar las cadenas con el fuego de mi amor. He venido a enseñar misericordia,<br />

sacrificio, humildad, continencia. Te digo a ti y a todos también digo: «No tengáis sed de<br />

riquezas humanas, sino trabajad por el dinero eterno». Desilusiónate, Judas, si crees que soy<br />

vencedor de Roma y de las castas que mandan. Los Herodes como los Césares pueden dormir<br />

tranquilos mientras Yo hablo a las multitudes. No he venido a arrebatar el cetro a nadie... y mi<br />

cetro, eterno, ya está preparado, pero nadie, que no fuese amor como Yo, lo querría empuñar.<br />

Vete, Judas, y medita...‖. ■ Iscariote: ―¿Me rechazas, Maestro?‖. Jesús: ―No rechazo a nadie,<br />

porque quien rechaza no ama. Pero dime, Judas: ¿Qué nombre darías al hecho de alguien, que<br />

sabiendo que tiene enfermedad contagiosa, dijese a uno que no lo sabe y que se acerca a beber<br />

de su vaso: «Piensa en lo que haces» ¿Lo llamarías odio o amor?‖. Iscariote: ―Lo llamaría<br />

amor, porque no quiere que el que ignora su enfermedad destruya su salud‖. Jesús: ―Pues<br />

entonces llama también así a mi acto‖. Iscariote: ―¿Puedo destruir mi salud al venir contigo?<br />

¡No, nunca!―. Jesús: ―Más que destruir la salud, tú mismo te puedes destruir. ■ Piensa bien,<br />

Judas, poco se exigirá al que asesinare, creyendo que lo hace justamente, y lo cree porque no<br />

conoce la Verdad; pero mucho será exigido de quien, después de haberla conocido, no sólo no la<br />

sigue, sino que se hace su enemigo‖. Iscariote: ―Yo no lo seré. Acéptame, Maestro. No puedes<br />

rechazarme. Si eres el Salvador y ves que soy pecador, oveja extraviada, un ciego que está fuera<br />

del camino recto, ¿por qué no quieres salvarme? Acéptame. Te seguiré hasta la muerte‖. Jesús:<br />

―¡Hasta la muerte! Es verdad. Esto es cierto. Después...‖. Iscariote: ―¿Después qué, Maestro?‖.<br />

Jesús: ―El futuro está en el seno de Dios. Vete. Mañana nos veremos cerca de la Puerta de los<br />

Peces‖. Iscariote: ―Gracias, Maestro. El Señor sea contigo‖. Jesús: ―Y su misericordia te salve‖.<br />

Todo termina Así. (Escrito el 28 de Diciembre de 1944).<br />

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1-68-361 (1-31-395).- Jesús, con Iscariote en el Templo, pide permiso para enseñar en el<br />

Templo.<br />

* “Mi Maestro es el Espíritu de Dios que me habla con su Sabiduría todos los Textos<br />

sagrados”.- ■ Estoy viendo a Jesús que, con Judas a su lado, entra en el recinto del Templo, y,<br />

después de haber atravesado la primera terraza o rellano de la grada si se prefiere, se detiene en<br />

un pórtico que rodea un amplio patio, cuyo suelo está hecho con mármoles de diversos colores.<br />

El lugar es muy hermoso y está lleno de gente. Jesús mira a su alrededor y ve un sitio que le<br />

gusta. Pero antes de dirigirse a él, dice a Judas: ―Llámame al encargado de este lugar. Debo<br />

presentarme para que no se vaya a decir que falto a las costumbres y al respeto‖. Iscariote:<br />

―Maestro, Tú estás sobre las costumbres, y nadie tiene más derecho que Tú a hablar en la Casa<br />

de Dios. Tú, el Mesías‖. Jesús: ―Lo sé. Tú lo sabes, pero ellos no lo saben. He venido no para<br />

dar escándalo, ni para enseñar a violar la Ley, ni las costumbres. Por el contrario, he venido a<br />

enseñar el respeto, la humildad, la obediencia y para quitar escándalos. Por esta razón quiero<br />

pedir permiso para hablar en nombre de Dios, haciéndome reconocer digno de ello por el<br />

responsable del lugar‖. Iscariote: ―La otra vez no lo hiciste‖. Jesús: ―La otra vez me consumió<br />

el celo de la Casa de Dios, profanada con tantas cosas. La otra vez era el Hijo del Padre, el<br />

Heredero que en nombre del Padre y por amor de su Casa, actuaba con majestad, que me es<br />

propia y que está por encima de magistrados y sacerdotes. Ahora soy el Maestro de Israel, y<br />

enseño también esto. ■ Por otra parte, Judas, ¿piensas que el discípulo es mayor que el<br />

Maestro?‖. Iscariote: ―No, Jesús‖. Jesús: ―Y ¿tú quién eres?... y ¿quién soy Yo?‖. Iscariote:<br />

―Tú eres el Maestro y yo el discípulo‖. Jesús: ―Si reconoces que las cosas son así ¿por qué<br />

quieres enseñar al Maestro? Ve y obedece. Yo obedezco a mi Padre, tú obedece a tu Maestro.<br />

La primera condición del Hijo de Dios es obedecer sin discutir, pensando que el Padre no puede<br />

dar sino órdenes santas. Condición primera del discípulo es obedecer al Maestro, pensando que<br />

el Maestro sabe, y que no puede dar sino órdenes justas‖. Iscariote: ―Es verdad. Perdona.<br />

Obedezco‖. Jesús: ―Te perdono. Ve y oye lo siguiente, Judas: Acuérdate de esto, recuérdalo<br />

siempre‖. Iscariote: ―¿De obedecer?... Sí‖. Jesús: ―¡No! Recuerda que Yo fui respetuoso y<br />

9


humilde para con el Templo; para con el Templo, o sea, con las castas poderosas. Ve‖. Judas le<br />

mira pensativo interrogativamente... pero no se atreve a preguntar algo más. Y se va pensando.<br />

■ Regresa con un personaje vestido oficialmente. ―Maestro, he aquí el encargado‖. Jesús: ―La<br />

paz sea contigo. Pido enseñar a Israel, entre los Rabíes de Israel‖. Encargado: ―¿Eres Tú rabí?‖.<br />

Jesús: ―Lo soy‖. Encargado: ―¿Quién fue tu maestro?‖. Jesús: ―El Espíritu de Dios que me<br />

habla con su sabiduría y que me ilumina con su luz todas las palabras de los Textos<br />

Sagrados‖. Encargado: ―¿Eres más que Hilel, Tú que sin ser maestro dices conocer cualquier<br />

doctrina? ¿Cómo puede uno aprender si no hay uno que le enseñe?‖. Jesús: ―Como se formó<br />

David, pastorcillo desconocido, y que llegó a ser poderoso y sabio por voluntad de Dios‖ (1<br />

Re.17,12-18,5). Encargado: ―¿Tu nombre?‖. Jesús: ―Jesús de José de Jacob, de la estirpe de<br />

David, y de <strong>María</strong> de Joaquín, de la estirpe de David, y de Anna de Aarón; <strong>María</strong>, la Virgen que<br />

el Sumo Sacerdote casó en el Templo, según la ley de Israel, porque era huérfana‖.<br />

Encargado: ―¿Quién lo prueba?‖. Jesús: ―Todavía aquí debe de haber levitas que se acuerden<br />

del hecho y que fueron coetáneos de Zacarías de la clase de Abía, mi pariente. Pregúntales, si<br />

dudas de mi sinceridad‖. Encargado: ―Te creo. Pero ¿quién me prueba de que eres capaz Tú de<br />

enseñar?‖. Jesús: ―Escúchame y tu mismo decidirás‖. Encargado: ―Eres libre de hacerlo...<br />

pero... ¿no eres Nazareno?‖. Jesús: ―Nací en Belén de Judá en tiempos del censo ordenado por<br />

César. Proscritos a causa de leyes injustas, los hijos de David están por todas partes. Pero la<br />

estirpe es de Judá‖. Encargado: ―Ya sabes... los fariseos... toda Judea... respecto a Galilea...‖.<br />

Jesús: ―Lo sé. Pero no desconfíes. En Belén vi la luz por primera vez, en Belén Efratá de donde<br />

viene mi estirpe; si ahora vivo en Galilea es solo para que se cumpla lo que está escrito...‖. El<br />

encargado se aleja unos metros, dirigiéndose a donde le llaman. ■ Judas pregunta: ―¿Por qué no<br />

has dicho que eres el Mesías?‖. Jesús: ―Mis palabras lo dirán‖. Iscariote: ―¿Qué es lo que está<br />

escrito y debe cumplirse?‖. Jesús: ―La reunión de todo Israel bajo la enseñanza de la palabra del<br />

Mesías. Soy el Pastor de quien hablan los Profetas y he venido a reunir a mis ovejas de todas<br />

partes, he venido a curar las enfermedades, a poner en buen camino a los que yerran. Para Mí no<br />

hay Judea o Galilea, Decápolis o Idumea. Sólo hay una cosa: el Amor que mira con un único<br />

ojo y une con un único abrazo para salvar...‖. Jesús está inspirado, ¡tanto sonríe a su sueño, que<br />

parece emanar destellos! Judas le contempla admirado. Entre tanto, algunas personas, curiosas,<br />

se han acercado a los dos, cuyo aspecto imponente --distinto en ambos-- atrae e impresiona.<br />

* ( Jesús anuncia a la gente los nuevos tiempos. Les dice que el precepto del amor ahora es<br />

más luminoso y se presenta como el Mesías anunciado por el Bautista).<br />

■ Mas Judas se siente en el deber de decir a diestro y siniestro: ―El Mesías es el que os está<br />

hablando. Os lo aseguro yo que le conozco y soy su primer discípulo‖. La gente, atemorizada,<br />

exclama: ―¡Él!... ¡Oh!...‖, y se echa atrás un poco. Pero Jesús se muestra tan bondadoso, que<br />

vuelven a acercarse. Iscariote anima a la gente: ―Pedidle algún milagro. Él es poderoso. Cura.<br />

Lee los corazones. Responde a todas las dificultades‖. Un enfermo se le acerca: ―Háblale para<br />

mí, que estoy enfermo. Con el ojo derecho no veo, y el izquierdo está casi seco...‖. Iscariote<br />

llama a Jesús que estaba acariciando a una niña ―Maestro, este hombre está casi ciego y quiere<br />

ver. Le he dicho que Tú puedes‖. Jesús: ―Puedo para quien tiene fe ¿Tienes fe tú?‖. Enfermo:<br />

―Yo creo en el Dios de Israel. He venido para echarme en Betzeta. Pero siempre hay alguien que<br />

se echa antes que yo‖. Jesús: ―¿Puedes creer en Mí?‖. Enfermo: ―Si creo en el ángel de la<br />

piscina (Ju.5,2-4), ¿no debería creer en Ti, de quien tu discípulo dice que eres el Mesías?‖. Jesús<br />

sonríe. Se pone saliva en el dedo y frota el ojo del enfermo. ―¿Qué ves?‖. Enfermo: ―Veo las<br />

cosas sin la neblina de antes. Y... ¿no me curas el otro?‖. Nuevamente Jesús sonríe. Hace lo<br />

mismo con el ojo ciego. ―¿Qué ves?‖ pregunta al quitar la yema del dedo del párpado caído.<br />

Enfermo: ―¡Ah! ¡Señor de Israel! ¡Veo como cuando corría de niño por los prados! ¡Bendito<br />

seas para siempre!‖. El hombre postrado a los pies de Jesús llora. Jesús: ―Vete. Sé bueno ahora<br />

por agradecimiento a Dios‖. ■ Un levita, que había llegado cuando ya estaba concluyéndose el<br />

milagro, pregunta: ―¿Con qué poder haces Tú estas cosas?‖. Jesús: ―¿Tú me lo preguntas? Te lo<br />

diré si me respondes a una pregunta. Según tú, ¿es más grande un profeta que anuncia al Mesías<br />

o el Mesías mismo?‖. Levita: ―¡Qué pregunta! El Mesías es mayor: es el Redentor que prometió<br />

el Altísimo‖. Jesús: ―Entonces... ¿por qué los Profetas hicieron milagros? ¿Con qué poder?‖.<br />

10


Levita: ―Con el poder de Dios que les daba para probar a las multitudes que Dios estaba con<br />

ellos‖. Jesús: ―Pues bien: con el mismo poder Yo hago los milagros: Dios está conmigo, Yo<br />

estoy con Él. Pruebo a las multitudes que es así, y que el Mesías bien puede, con mayor razón y<br />

medida, lo que podían los Profetas‖. El levita se va pensativo y todo termina. (Escrito el 1 de<br />

Enero de 1945).<br />

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1-69-366 (1-32-401).- Jesús instruye a Iscariote: ―Quien mata o se mata muestra soberbia...¿qué<br />

es la desesperación sino soberbia?‖.<br />

* “Maestro, matar la carne, ¿no está en contradicción con el mandamiento de Dios?”.-<br />

“Todo es vanidad”.- ■ Jesús y Judas salen del Templo de Jerusalén después de haber estado<br />

orando en el lugar más cercano al Santo, concedido a los israelitas varones. Judas quisiera<br />

quedarse con Jesús, pero este deseo encuentra oposición en el Maestro. ―Judas, deseo estar solo<br />

en las horas de la noche. Es cuando mi espíritu obtiene su alimento del Padre. Tengo más<br />

necesidad de la oración, meditación y soledad, que del alimento corporal. El que quiere vivir del<br />

espíritu y quiere llevar a otros a que vivan la misma vida, debe posponer la carne, diría casi,<br />

matarla, para cuidar sólo del espíritu. Todos, sábelo Judas, también tú, si quieres ser<br />

verdaderamente de Dios, o sea, de lo sobrenatural‖. Iscariote: ―Pero nosotros pertenecemos,<br />

Maestro, todavía a la tierra. ¿Cómo podemos dejar de pensar en la carne y tan solo en el<br />

espíritu? ¿No está en contradicción lo que dices con el Mandamiento de Dios: «No matarás»?<br />

¿No se incluye también en él no suicidarse?... ■ Si la vida es un don de Dios, ¿debemos amarla<br />

o no?...‖. Jesús: ―Te voy a responder como no respondería a una persona sencilla, a la cual es<br />

suficiente elevarle la mirada del alma, o de la mente, a esferas sobrenaturales, para poder<br />

llevársela en vuelo a los reinos del espíritu. Tú no eres una persona sencilla. Te has formado en<br />

ambientes que te han pulido... pero también te han manchado con sus sutilezas y doctrinas.<br />

Judas, ¿te acuerdas de Salomón? Era sabio, el más sabio de aquellos tiempos. Recuerdas qué<br />

dijo después de haber conocido todo el saber humano: «No hay más que vanidad. Todo es<br />

vanidad. Temer a Dios y observar sus mandamientos, para el hombre, esto lo es todo» (Eci 1,2;<br />

12,8 y 13). Ahora yo te digo que hay que saber tomar de los alimentos sustento, pero no veneno.<br />

Y si se ve que un alimento nos es nocivo (porque se producen reacciones en nuestro organismo<br />

por las cuales ese alimento es nefasto, siendo más fuerte que nuestros humores buenos, los<br />

cuales lo podrían neutralizar), es necesario dejar de tomar ese alimento, aún cuando sea<br />

agradable al paladar. Es mejor pan, sin más, y agua de la fuente, que no los platos rebuscados de<br />

la mesa del rey que tienen especias que alteran y envenenan‖. Iscariote: ―¿Qué debo dejar,<br />

Maestro?‖. Jesús: ―Todo lo que sabes que te hace mal. Dios es paz y si quieres ponerte en el<br />

sendero de Dios, debes librar tu mente, tu corazón y tu carne de todo lo que no es paz y te turba.<br />

Sé que es difícil reformarse a sí mismo, pero Yo estoy aquí para ayudarte a hacerlo. Estoy aquí<br />

para ayudar al hombre a que se haga hijo de Dios, a volver a crearse, por medio de una segunda<br />

creación, una autogénesis querida por él mismo. ■ Pero deja que te responda a cuanto<br />

preguntabas, para que no digas que quedaste en error por culpa mía. Es verdad que el suicidarse<br />

es lo mismo que matar. Sea la vida propia o la de otro, la vida es un don de Dios y solo Dios<br />

que la dio, tiene el poder de quitarla. Quien se mata, muestra su soberbia, y Dios odia la<br />

soberbia‖. Iscariote: ―¿Muestra la soberbia? Diría yo la desesperación‖. Jesús: ―Y ¿qué es la<br />

desesperación sino soberbia? Considera esto, Judas. ¿Por qué uno se desespera? O porque las<br />

desgracias se ensañan con él y quiere vencerlas por sí solo, sin ser capaz de tanto; o bien porque<br />

es culpable, y juzga de sí mismo que Dios no le puede perdonar. Tanto en el primero como en el<br />

segundo caso, ¿no es reina la soberbia? El hombre que quiere resolver por sí mismo las cosas,<br />

carece de la humildad de tender la mano al Padre y decirle: «No puedo, pero Tú sí puedes.<br />

Ayúdame, porque espero todo, todo lo estoy esperando, de Ti». El otro hombre, el que dice:<br />

«Dios no me puede perdonar», lo dice, porque, midiendo a Dios con el patrón de sí mismo,<br />

piensa que otra persona, ofendida como él ha ofendido, no le podría perdonarle. O sea, también<br />

aquí hay soberbia. El humilde siente compasión y perdona aun cuando sufra por la ofensa<br />

recibida. El soberbio no perdona. Es soberbio además porque no sabe bajar la cabeza y decir:<br />

«Padre, he pecado, perdona a tu hijo culpable». ¿O es que no sabes, Judas, que el Padre está<br />

11


dispuesto a disculpar todo, si se pide perdón con corazón sincero y contrito, con corazón<br />

humilde y deseoso de resucitar al bien?‖.<br />

* ―Dios perdona... pero a partir de que el Verbo haya aclarado toda verdad y dado fuerzas<br />

a las almas con su Espíritu, no le será concedido el perdón a quien muera desesperado‖.- ■<br />

Iscariote: ―Pero ciertos pecados no son perdonados. No lo pueden ser‖. Jesús: ―Eso lo dices tú.<br />

Y hasta será verdad, si el hombre así lo quiere. Pero en verdad, en verdad te digo que aun<br />

después del crimen más grande que puedas imaginarte, si el culpable corre a los pies del Padre,<br />

infinitamente perfecto, y llorando le pidiese perdón, le ofreciese expiación, pero sin<br />

desesperarse, el Padre le daría la manera de expiar para merecer el perdón y salvar su alma‖. ■<br />

Iscariote: ―Siendo así, ¿Tú dices que los hombres que cita la Escritura, y que se mataron (2<br />

Re.17,23), hicieron mal?‖. Jesús: ―No es lícito hacer violencia a nadie, y tampoco uno a sí<br />

mismo. Hicieron mal. Según su conocimiento relativo del bien, habrán conseguido de Dios, en<br />

ciertos casos, misericordia. Pero a partir de que el Verbo haya aclarado toda verdad y haya dado<br />

fuerzas a las almas con su Espíritu, a partir de ese momento, no le será concedido el perdón a<br />

quien muera desesperado. Ni en el instante del juicio particular, ni, después de siglos de<br />

Gehnna, en el Juicio Final, ni nunca ¿Es dureza de Dios esto? ¡No!: ¡Es justicia! Dirá Dios:<br />

«Tú, criatura dotada de razón y de ciencia sobrenatural, a quien crié libre, decidiste seguir el<br />

sendero escogido por ti y dijiste: ‗Dios no me perdona. Estoy separado de Él para siempre.<br />

Juzgo que debo aplicarme, por mí mismo, justicia por mi delito. Dejo la vida para escapar de los<br />

remordimientos‘, sin pensar que ya no habrías sentido remordimientos si hubieses venido a mi<br />

pecho paterno. Recibe eso mismo que has juzgado. Vete. No violento la libertad que te he<br />

dado». Esto dirá el Eterno al suicida. Piénsalo, Judas‖.<br />

* La vida ¿es fin o medio?.- ■ Jesús: “La vida es un don y hay que amarla. Y ¿qué clase de<br />

don es? Un don santo y por esto debe amarse santamente. La vida dura tanto cuanto la carne<br />

resiste. Después empieza la Vida grande, la Vida eterna, que será de felicidad para los justos y<br />

de maldición para los injustos. La vida, ¿es fin o medio? Es medio. Sirve para el fin, que es la<br />

eternidad. Y si es así, demos, pues, a la vida aquello que le haga falta para durar y servir al<br />

espíritu en su conquista: continencia de la carne en todos sus apetitos, en todos; continencia de<br />

la mente, en todos sus deseos, en todos; continencia del corazón en todas sus pasiones que saben<br />

a humano. Mientras que por el contrario, sea ilimitada el ansia hacia las pasiones que llevan al<br />

Cielo: Amor a Dios y al prójimo, voluntad de servir a Dios y al prójimo, obediencia a la palabra<br />

divina, heroísmo en el bien y en la virtud. Te he respondido, Judas ¿Te basta la explicación? Sé<br />

siempre sincero y pregunta; y si no sabes lo suficiente, estoy aquí para enseñarte‖.<br />

* ―Judas, he venido para hacer de los hombres, ángeles. Éstos, siendo espirituales, solo<br />

podían tener un pecado: la soberbia, que fue la flecha que afeó a Lucifer”.- ■ Iscariote:<br />

―He comprendido y me basta. Pero... es muy difícil llevar a la práctica lo que he comprendido.<br />

Tú lo puedes porque eres santo. Pero yo... soy un hombre joven, lleno de vitalidad...‖. Jesús:<br />

―He venido para los hombres, Judas, y no para los ángeles, que no tienen necesidad de Maestro.<br />

Los ángeles ven a Dios y viven en su Paraíso, no ignoran las pasiones de los hombres, porque la<br />

inteligencia, que es su vida, les hace conocer todo, incluso a aquellos que no son custodios del<br />

hombre. Pero, siendo espirituales, solo pueden tener un pecado, como uno de ellos lo tuvo y<br />

arrastró consigo a los menos fuertes en la caridad: la soberbia, la flecha que manchó y afeó a<br />

Lucifer, el más hermoso de los arcángeles, e hizo de él el monstruo horrible del Abismo. No he<br />

venido para los ángeles, los cuales, después de la caída de Lucifer, se horrorizan incluso ante el<br />

espectro de un pensamiento de orgullo. ■ He venido para los hombres, para hacer de los<br />

hombres ángeles. El hombre era la perfección de la creación. Tenía del ángel el espíritu, y del<br />

animal la completa belleza en todas sus partes animales y morales; no había criatura que le<br />

igualara. Era el rey de la tierra, como Dios es Rey del Cielo, y un día, el día en que él se hubiera<br />

dormido por última vez en la tierra, iba a ser rey, con el Padre, en el Cielo. Satanás ha<br />

arrebatado las alas al ángel-hombre y, en su lugar, le ha puesto garras de fiera y deseos ardientes<br />

de inmundicia y ha hecho de él un ser al que cuadra más el nombre de hombre-demonio que el<br />

de hombre a secas. ■ Yo quiero borrar la deformación causada por Satanás, destruir el hambre<br />

corrompida de la carne contaminada, devolverle las alas al hombre, y llevarle de nuevo a ser<br />

rey, coheredero del Padre y del Reino celestial. Sé que el hombre, si realmente quiere, puede<br />

hacer todo lo que digo para volver a ser rey y ángel. No os diría cosas que no pudierais hacer.<br />

12


No soy uno de esos oradores que predican doctrinas imposibles. He tomado carne verdadera<br />

para poder saber, por experiencia de carne, cuáles son las tentaciones del hombre‖.<br />

* ―Jesús, ¿nunca has pecado o sido tentado alguna vez?”.- “Judas, cuanto podría ignorar<br />

como hombre y juzgarlo mal, lo conozco y juzgo como Hijo de Dios”.- ■ Iscariote pregunta:<br />

―¿Y los pecados?‖. Jesús: ―Todos pueden ser tentados; pecador, tan solo quien quiere serlo‖.<br />

Iscariote: ―Jesús... ¿nunca has pecado?‖. Jesús: ―Nunca he querido pecar. Y ello no porque Yo<br />

sea el Hijo del Padre, sino que es que lo he querido y lo querré, para mostrarle al hombre que el<br />

Hijo del hombre no pecó porque no quiso pecar y que el hombre, si no quiere, puede no pecar‖.<br />

Iscariote: ―¿Has sido tentado alguna vez?‖. Jesús: ―Tengo treinta años, Judas, y no he vivido en<br />

una cueva de algún monte, sino entre los hombres. Y aunque hubiese vivido en el lugar más<br />

solitario de la tierra, ¿tú crees que no habrían venido las tentaciones?... Todo lo tenemos en<br />

torno a nosotros: el bien y el mal. Todo lo llevamos con nosotros. Sobre el bien sopla Dios y lo<br />

aviva como a incensario de agradables y sagrados trozos de incienso. Sobre mal sopla Satanás y,<br />

encendiéndolo, lo hace una hoguera de feroz llama. Pero el cuidado atento y la oración<br />

constante son húmeda arena sobre la llamarada de infierno: la sofocan y la extinguen‖. ■<br />

Iscariote: ―Pero si jamás has pecado, ¿cómo puedes juzgar a los pecadores?‖. Jesús: ―Soy<br />

hombre y soy Hijo de Dios. Cuanto podría ignorar como hombre, y juzgarlo mal, lo conozco y<br />

juzgo como Hijo de Dios. Y... ¡por lo demás!... Judas, respóndeme a esta pregunta: uno que<br />

tiene hambre ¿sufre más cuando dice: «ahora me siento a comer» o cuando dice «no hay<br />

comida para mí»?‖. Iscariote: ―Sufre más en el segundo caso, porque sólo el saberse privado de<br />

la comida le trae a la memoria el olor de las viandas, y las vísceras se retuercen de deseo‖.<br />

Jesús: ―Exacto: la tentación es mordiente como este deseo, Judas. Satanás lo hace más agudo,<br />

exacto y seductor que cualquier acto realizado. Además, después que el acto ha sido terminado<br />

y que tal vez provoque náuseas, la tentación con todo no desaparece, sino que, como un árbol<br />

podado, echa ramas cada vez más vigorosas‖. ■ Iscariote: ―¿Y jamás has cedido?‖. Jesús:<br />

―Jamás he cedido‖. Iscariote: ―¿Cómo lo has conseguido?‖. Jesús: ―He dicho: «Padre, no me<br />

dejes caer en la tentación»‖. Iscariote: ―¡Cómo!... ¿Tú, el Mesías, Tú que <strong>obra</strong>s milagros, has<br />

pedido la ayuda al Padre?‖. Jesús: ―No tan sólo ayuda: le he pedido no me deje caer en la<br />

tentación. ¿Crees tú que, porque Yo sea Yo, puedo prescindir del Padre? (1) ¡Oh, no! En verdad<br />

te digo que el Padre le concede al Hijo todo, pero también te digo que el Hijo recibe todo del<br />

Padre. Y te digo que todo lo que se pida al Padre en mi nombre, será concedido. Pero mira que<br />

hemos llegado a Get-Sammi, donde vivo. Nos volveremos a vernos mañana. Adiós. La paz sea<br />

contigo‖. Iscariote: ―También sea en ti la paz, Maestro‖.<br />

* ―Bajo mi señal todo se invertirá: no será grande el poderoso sino el humilde y santo”.-<br />

La opción por los pobres.- ■ Iscariote: ― Mas, te querría decir otra cosa. Te acompañaré hasta<br />

el Cedrón y después me vuelvo para atrás. ¿Por qué estás en ese lugar tan humilde? Sabes, la<br />

gente tiene en cuenta muchas cosas. ¿No conoces a alguno en la ciudad que tenga una casa<br />

hermosa? Yo, si quieres, puedo llevarte con amigos. Te acogerán por amistad hacia mí. Serán<br />

moradas más dignas de Ti‖. Jesús: ―¿Crees así? Yo no lo creo. Lo digno y lo indigno están en<br />

todas las clases sociales. Y, no por carecer de caridad, sino para no faltar a la justicia, te digo<br />

que lo indigno, y lo maliciosamente indigno, se encuentra frecuentemente entre los grandes. No<br />

hace falta ser poderoso para ser bueno, como tampoco sirve el ser poderoso para ocultar el<br />

pecado a los ojos de Dios. Todo debe invertirse bajo mi Señal: no será grande el poderoso, sino<br />

el que es humilde y santo‖. Iscariote: ―Pero para ser respetado, para imponerse...‖.. Jesús: ―¿Es<br />

acaso respetado Herodes?... ¿Y Cesar es respetado? ¡No! Los labios y los corazones los<br />

soportan y los maldicen. Créeme, Judas, sobre los buenos, o incluso sobre los que tienen buena<br />

voluntad, sabré imponerme más con la modestia, que con el poderío‖. ■ Iscariote: ―Pero<br />

entonces... ¿despreciarás siempre a los poderosos? Te buscarás enemigos. Pensaba hablar de Ti<br />

a muchos que conozco y que tienen un nombre...‖. Jesús: ―Yo no desprecio a nadie. Iré tanto a<br />

los pobres como a los ricos, a los esclavos como a los reyes, a los puros como a los pecadores.<br />

Pero si bien he de quedar agradecido a quien proporcione pan y techo a mis fatigas, cualquiera<br />

que sea el pan y el techo, verdad es que daré siempre preferencia a lo humilde. Los grandes<br />

tienen ya muchas satisfacciones, los pobres no tienen más que su recta conciencia, un amor fiel,<br />

e hijos, y el verse escuchados por la mayoría de ellos. Yo siempre me inclinaré hacia los<br />

pobres, los afligidos y los pecadores. Te agradezco tus buenos sentimientos pero déjame en este<br />

13


lugar de paz y de oración. Vete. Y que Dios te inspire lo que está bien‖. Jesús deja al discípulo y<br />

se interna entre los olivos. Todo termina. (Escrito el 3 de Enero de 1945).<br />

·······································<br />

1 Nota : En la sexta petición del ―Pater Noster‖: “no nos dejes caer en la tentación‖ no se<br />

pide a Dios que no nos tiente para el mal sino que nos aleje de las pruebas muy duras, como a<br />

la que Dios mismo sometió a Abraham y después como a Jesús en el Huerto de los Olivos.<br />

--------------------000--------------------<br />

1-70-372 (1-33-408).- Jesús se encuentra en Getsemaní con Juan de Zebedeo. Una<br />

consideración: el alma del Templo de Jerusalén está muerta; una encomienda especial para<br />

Juan: debe ser amigo del nuevo discípulo, ―una tierra contaminada con aguas muertas‖.<br />

* Encuentro entre Jesús y Juan de Zebedeo con efusivas manifestaciones de afecto entre<br />

ambos.- Noticias de Simón Zelote (“está feliz a tu servicio”).- ■ Veo que Jesús se dirige a<br />

la pequeña casa blanca que está en medio de los olivos. Le saluda un jovencillo. Parece que es<br />

del lugar porque lleva en las manos los utensilios para poder cavar. ―Dios sea contigo, Rabí.<br />

Llegó tu discípulo Juan, pero se ha vuelto a marchar para encontrarte‖. Jesús: ―¿Hace<br />

mucho?‖. Jovencillo: ―No, acaba de cruzar aquel sendero... Creíamos que vendrías de la parte<br />

de Betania...‖. Jesús se encamina ligero, da vuelta al sendero y ve a Juan que casi corriendo baja<br />

hacia la ciudad y le llama. El discípulo se vuelve y, con el rostro iluminado por la alegría, grita:<br />

―¡Oh, Maestro mío!‖ y regresa corriendo. Jesús abre los brazos y los dos se abrazan<br />

afectuosamente. Juan: ―Iba a buscarte... Pensábamos que estarías en Betania, como habías<br />

dicho‖. Jesús: ―Sí. Eso quería. Debo comenzar a evangelizar también los alrededores de<br />

Jerusalén. Pero luego me entretuve en la ciudad... para instruir a un discípulo nuevo‖. Juan:<br />

―Maestro, todo lo que Tú haces está bien hecho y sale bien. ¿Lo ves? También esta vez nos<br />

hemos encontrado en seguida‖. ■ Caminan los dos juntos. Jesús lleva un brazo sobre los<br />

hombros de Juan, el cual, siendo más bajo que Él, le mira de abajo arriba, feliz de aquella<br />

intimidad. En esta forma llegan a la casita. Jesús: ―¿Hace mucho tiempo que habías venido?‖.<br />

Juan: ―No, Maestro. Con el alba he salido de Doco junto con Simón (Zelote); ya le he dicho lo<br />

que querías. Después nos hemos detenido un tiempo en los campos de los alrededores de<br />

Betania, compartiendo la comida y hablando de Ti a los campesinos que hemos encontrado por<br />

allí. Cuando el fuego del sol ha disminuido, nos hemos separado. Simón ha ido a ver a un amigo<br />

suyo (Lázaro) al que también quiere hablar de Ti: es el dueño de casi toda Betania. Él ya le<br />

conocía cuando aún vivían sus respectivos padres. Mañana viene aquí Simón. Me ha encargado<br />

decirte que se siente feliz de estar a tu servicio. Simón es muy competente. Quisiera ser como él,<br />

pero soy un muchacho ignorante‖. Jesús: ―No, Juan, también tú haces mucho bien‖. Juan:<br />

―¿Te sientes realmente contento de tu pobre Juan?‖. Jesús: ―Muy contento, Juan mío. Mucho‖.<br />

―¡Maestro mío!‖. Juan se inclina con ímpetu a tomar la mano de Jesús y la besa, y se la pasa por<br />

la cara como una caricia. ■ Han llegado ya a la casa. Entran en la cocina baja y humosa. El<br />

dueño les saluda: ―La paz sea contigo‖. Responde Jesús: ―Paz a esa casa y a ti, y a quien vive<br />

contigo. Viene conmigo un discípulo‖. Dueño: ―Habrá pan y aceite también para él‖. Juan: ―He<br />

traído pescado seco que me dieron Santiago y Pedro. Al pasar por Nazaret tu Madre me dio pan<br />

y miel para Ti. He caminado sin detenerme pero ha de estar ya duro‖. Juan: ―No importa, Juan.<br />

Tendrá siempre el sabor de las manos de mi Madre‖. ■ Juan saca sus tesoros de la alforja que<br />

había dejado en un rincón, y veo preparar el pescado seco de una manera rara: lo meten varias<br />

veces dentro del agua caliente, después lo untan y lo asan directamente sobre la llama. Jesús<br />

bendice el alimento y se sienta con el discípulo a la mesa. También están sentados a la mesa el<br />

dueño a quien llaman Jonás, y su hijo. La madre va y viene con el pescado, aceitunas negras,<br />

verduras preparadas con aceite. Jesús ofrece también de su miel. La ofrece a la madre<br />

extendiéndosela sobre el pan. ―Es de mi colmena‖ dice ―Mi Madre cuida las abejas. Cómetela,<br />

es sabrosa. Tú, <strong>María</strong>, eres tan buena conmigo, que mereces esto y más‖ agrega, porque la<br />

mujer no querría privarle de su sabrosa miel. ■ La cena termina pronto. La conversación ha sido<br />

breve. Nada más acabar, después de dar gracias por el alimento recibido, Jesús dice a Juan:<br />

―Ven. Salgamos un poco al olivar. La noche está templada y clara. Será agradable estar un poco<br />

afuera‖. El dueño de la casa dice: ―Maestro, Yo me despido de Ti. Estoy cansado, y también<br />

mi hijo. Vamos a descansar. Dejo la puerta entornada y el candil encima de la mesa. Ya sabes<br />

14


cómo se hace‖. Jesús: ―Sí, claro, Jonás, vete a descansar. Y apaga también el candil. Hay una<br />

luz de luna tan clara, que veremos incluso sin él‖. Jonás: ―¿Y tu discípulo dónde va a dormir?‖.<br />

Jesús: ―Conmigo. En mi estera hay sitio también para él. ¿Verdad, Juan?‖. Juan, ante la idea de<br />

dormir al lado de Jesús, está sumamente contento.<br />

* ―El Templo debe y debería tener alma de oración y santidad, mas los levitas y sacerdotes<br />

son los primeros en quitarle ese aspecto. No se puede dar lo que no se tiene. Le comunican<br />

la muerte que hay en sus almas. Tienen fórmulas y no la vida de ellas‖.- ■ Salen al olivar.<br />

Pero antes de salir, Juan ha tomado algo de la alforja que había puesto en el rincón. Caminan un<br />

poco y llegan a un punto donde se ve toda Jerusalén. Jesús dice: ―Sentémonos aquí y<br />

hablemos‖. Juan, sin embargo, prefiere estar sentado a los pies de Jesús, sobre la hierba<br />

cortada. Apoya el brazo sobre las rodillas de Jesús. Reclina la cabeza sobre el brazo. Y mira de<br />

cuando en cuando a Jesús. Parece un niño que está junto a la persona a quien más quiere.<br />

―Desde aquí es bonito, Maestro. Mira qué grande parece la ciudad de noche; más que de día‖.<br />

Jesús: ―Es porque la luz de la luna difumina sus contornos. Observa: parece como si el límite se<br />

ensanchara en una luminosidad de plata. Mira la cúspide del Templo, allí arriba. ¿No parece<br />

suspendida en el vacío?‖. Juan: ―Parece que la llevan los ángeles en sus alas de plata‖. Jesús<br />

suspira. ■ ―Por qué suspiras, Maestro?‖. Jesús: ―Porque los ángeles han abandonado el Templo.<br />

Su aspecto de pureza y santidad, está solo en los muros. Los que deberían de darle ese aspecto al<br />

alma del Templo --pues también cada lugar tiene su alma, el espíritu en virtud del cual fue<br />

levantado, y el Templo tiene, debería tener, alma de oración y santidad-- son los primeros en<br />

quitarle ese aspecto. No se puede dar lo que no se tiene. Y si los sacerdotes y levitas que viven<br />

allí son muchos, con todo ni una décima de ellos es capaz de dar vida al Lugar Santo. Muerte, sí<br />

que dan. Le comunican la muerte que hay en sus almas, muertas para todo lo que es santo.<br />

Tienen fórmulas, pero no la vida de ellas. Son cadáveres que tienen calor tan solo por la<br />

putrefacción que los hincha‖. Juan: ―¿Te han hecho algún mal, Maestro?‖ Jesús: ―No, antes<br />

bien, me dejaron hablar cuando lo pedí‖. Juan: ―¿Lo pediste?... ¿Por qué?‖. Jesús: ―Porque no<br />

quiero ser Yo el que empiece la lucha. Esta vendrá por sí misma. Porque en algunos produciré<br />

un terror humano que no tiene razón de ser, y seré un reproche para otros. Pero esto debe estar<br />

en el libro de ellos, no el mío‖.<br />

* Juan ofrece a Jesús protección (su familia, por razón de negocio del pescado, conoce a<br />

Anás y Caifás) y alojamiento más digno junto al Hípico (un mercader conocido de su<br />

familia).- ■ Después de un momento de silencio, Juan habla otra vez; dice: ―Maestro... yo<br />

conozco a Anás y a Caifás. Por razón de negocios, mi familia ha estado en contacto con ellos, y,<br />

cuando estuve en Judea, por causa del Bautista, venía también al Templo, y ellos nos trataban<br />

bien a nosotros los hijos de Zebedeo. Mi padre les provee con el mejor pescado. Es costumbre...<br />

¿sabes? Cuando se quiere tener amigos, y quiere uno conservarlos, es necesario <strong>obra</strong>r así...‖.<br />

Jesús: ―Lo sé‖. Jesús está serio. Juan insiste: ―Bueno, pues si lo ves oportuno, le hablaré de Ti<br />

al Sumo Sacerdote. Y luego... si quieres, yo conozco a uno que está en relación de negocios con<br />

mi padre. Es un mercader de pescado. Tiene una casa bonita y grande junto al Hípico, porque<br />

son personas ricas, y también muy buenas. Estarías más cómodo y te cansarías menos. Además,<br />

para venir hasta aquí se tiene que atravesar ese suburbio de Ofel, tan desordenado y siempre<br />

lleno de asnos y de muchachos pendencieros‖. Jesús: ―No, Juan. te lo agradezco, pero estoy<br />

bien aquí. ¿Ves cuánta paz? ■ Se lo he dicho también esto al otro discípulo que me hacía la<br />

misma propuesta. Él decía: «Para estar mejor considerado»‖ Juan: ―Yo lo decía para que te<br />

cansaras menos‖. Jesús: ―No me canso. Por mucho que camine, no me cansaré jamás. ¿Sabes<br />

qué es lo que me cansa? La falta de amor. ¡Oh, eso... qué carga!... es como si llevara un peso en<br />

el corazón‖. Jesús: ―Yo te amo, Jesús‖. Jesús: ―Sí, y me das mucho consuelo. Te quiero mucho<br />

Juan; te querré siempre, porque jamás me traicionarás‖.<br />

* ―Oye Juan, cordero sin trasquilar... pero también águila..., te ruego que, conservándote<br />

tal cual eres, seas amigo del nuevo discípulo, experto de la vida, para que le transmitas tu<br />

corazón”.- ■ Juan, con asombro: ―¡Traicionarte!‖. Jesús: ―Y, sin embargo, habrá muchos que<br />

me traicionarán... Juan, escucha. Te dije que aquí me detuve para instruir a un nuevo discípulo.<br />

Es joven judío, instruido y conocido‖. Juan: ―Entonces te encontrarás mejor con él que con<br />

nosotros, Maestro. Me alegro de que tengas a alguno más capaz que nosotros‖. Jesús: ―¿Crees<br />

que tendré que trabajar menos?‖. Juan: ―¡Digo yo! Si es menos ignorante que nosotros, te<br />

15


entenderá mejor y te servirá mejor, sobre todo si te ama mejor‖. Jesús: ―Exacto. Lo has dicho<br />

bien. Pero el amor no está en proporción con la instrucción, y ni siquiera con la educación. Uno<br />

que jamás ha amado y ama por vez primera, ama con toda la fuerza de ese primer amor suyo. Lo<br />

mismo sucede con el primer amor del pensamiento. El amado penetra, se imprime más en un<br />

corazón y en un pensamiento donde antes jamás había habido otro amor, que en aquel en quien<br />

ha habido ya otros amores. Pero, Dios dispondrá... ■ Oye, Juan. Te ruego que seas amigo suyo.<br />

Mi corazón tiembla de ponerte a ti, cordero sin trasquilar, junto al experto de la vida; pero, por<br />

otra parte, se calma, porque sabe que tú serás, sí, cordero, pero también águila y si el experto<br />

quiere hacerte tocar el suelo, siempre fangoso, sabrás librarte de él y querer solo el azul y el sol.<br />

Por eso te ruego que... conservándote tal cual eres, seas amigo de mi nuevo discípulo, que no<br />

será muy estimado por Simón Pedro ni tampoco por otros, para que le transmitas tu corazón...‖.<br />

Juan: ―¡Maestro! Pero... ¿no bastas Tú?‖. Jesús: ―Yo soy el Maestro. A Mí no se me dirá todo.<br />

Tú eres el condiscípulo, un poco más joven, con quien será más fácil abrirse. No te digo que me<br />

repitas lo que él te diga. Odio a los espías y traidores. Pero te ruego le evangelices con tu fe y<br />

caridad y con tu pureza. Es una tierra contaminada con aguas muertas; hay que secarla con el sol<br />

del amor, purificarla con la honestidad del pensamiento, deseos y <strong>obra</strong>s, cultivarla con la fe.<br />

Puedes hacerlo‖. Juan: ―Si Tú dices que lo pueda hacer, lo haré por amor a Ti.‖ Jesús: ―Gracias,<br />

Juan‖.<br />

* La consabida bolsa del desconocido de Cafarnaúm.-El nombre del nuevo discípulo.-<br />

Noticias de Tomás: por la vía del mar, va al encuentro de Felipe y Bartolomé. “Siendo de<br />

caracteres tan diferentes, el amor por la causa de Dios debe uniros... Tú, Juan, en nuestra<br />

familia, eres la paz amorosa del Mesías de Dios”.- ■ Juan dice: ―Maestro, has mencionado a<br />

Simón Pedro. Y ahora me acuerdo de lo que ante todo tenía que decirte. La alegría de oírte<br />

me lo había alejado del pensamiento. Después de volver a Cafarnaúm, pasada la fiesta de<br />

Pentecostés, encontramos la consabida suma de ese desconocido (1). El niño se la había<br />

llevado a mi madre. Yo se la di a Pedro y él me la devolvió diciendo que la usase un poco<br />

para el regreso y la estancia en Doco y que el resto te lo trajera a Ti para lo que pudieras<br />

necesitar... porque también Pedro pensaba que éste es un lugar incómodo... Pero Tú dices que<br />

no... Yo sólo he sacado dos denarios para dos pobrecillos que encontré cerca de Efraín. Por lo<br />

demás, me he mantenido con lo que me había dado mi madre y lo que me han dado algunas<br />

buenas personas a las que he predicado tu Nombre. Aquí tienes la bolsa‖. Jesús: ―Se la<br />

distribuiremos mañana a los pobres. Así también Judas aprenderá nuestras costumbres‖. ■ Juan:<br />

―¿Ha venido tu primo? ¿Cómo se las ha arreglado para darse tanta prisa? Estaba en Nazaret<br />

y no me habló de partir...‖.Jesús: ―No. Judas es el nuevo discípulo. Es de Keriot. Tú le has<br />

visto por Pascua, aquí, la tarde de la curación de Simón. Estaba con Tomás‖. Juan: ―¡Ah!<br />

¿es él?‖. — Se le nota un poco turbado a Juan. Jesús: ―Es él. ■ ¿Y Tomás qué hace?‖. Juan:<br />

―Ha obedecido lo que habías dicho, dejando a Simón Cananeo y yendo por la vía del mar al<br />

encuentro de Felipe y Bartolomé‖. Jesús: ―Sí, quiero que os améis sin preferencias, ayudándoos<br />

mutuamente, comprendiéndoos mutuamente. Nadie es perfecto, Juan. Ni los jóvenes ni los<br />

viejos. Pero si tenéis buena voluntad llegaréis a la perfección; lo que os falte lo pondré Yo.<br />

Vosotros sois como los hijos de una santa familia. En ella hay muchos caracteres<br />

distintos. Uno es fuerte; el otro, dulce o valiente o tímido o impulsivo o muy cauto. Si<br />

todos fuerais iguales, seríais una fuerza en un solo temperamento, pero estaríais<br />

incompletos en todos los demás; mientras que así formáis una unión perfecta porque os<br />

completáis unos a otros. El amor os une --debe uniros--, el amor por la causa de Dios‖. Juan:<br />

―Y por Ti, Jesús‖. Jesús: ―Primero la causa de Dios y luego el amor hacia su Mesías‖. Juan:<br />

―Yo... ¿qué soy yo en nuestra familia?‖. Jesús: ―Eres la paz amorosa del Mesías de Dios, ¿estás<br />

cansado, Juan? ¿Quieres regresar? Yo me quedo a orar‖. Juan: ―Yo también me quedo a orar<br />

contigo. Déjame quedarme a orar contigo‖. Jesús: ―Bien, quédate‖. Jesús recita algunos<br />

salmos y Juan le sigue; pero la voz se apaga, y el apóstol se queda dormido con la cabeza<br />

en el regazo de Jesús, que sonríe y extiende su manto sobre los hombros del durmiente y<br />

continúa orando mentalmente. La visión termina así. (Escrito el 4 de Enero de 1945).<br />

··········································<br />

1 Nota : Se trata del publicano Mateo, quien antes de su aceptación como discípulo, fue<br />

enviando a Jesús, de forma anónima, bolsas de dinero, sirviéndose de un niño de Cafarnaúm.<br />

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1-70-377 (1-34-413 ).- Comparación entre Juan de Zebedeo e Iscariote.<br />

* “Juan es aquel que se despoja aun de su modo de pensar y juzgar para ser «el<br />

discípulo»... Judas es el que no se quiere despojar de sí mismo, conserva su modo de<br />

pensar”.- ■ Dice Jesús: ―Una comparación más entre mi Juan y el otro discípulo; comparación<br />

en la que aparece siempre más clara la figura de mi predilecto. Juan es aquel que se despoja aun<br />

de un modo de pensar y juzgar para ser «el discípulo». Es el que se dona sin querer quedarse<br />

para sí con nada de lo que era antes de su elección. Judas es el que no se quiere despojar de sí<br />

mismo. Trae consigo su yo enfermo de soberbia, sensualidad, avaricia. Conserva su modo de<br />

pensar; y por esto neutraliza los efectos de la entrega completa y de la gracia. ■ Judas: cabeza<br />

de todos los apóstoles fallidos... ¡y son tantos...! Juan: cabeza de los que se hacen hostia por<br />

amor a Mí. Es tu antecesor. Yo y mi Madre somos hostias por excelencia. Llegar hasta nosotros<br />

es difícil, mejor dicho, imposible, porque nuestro sacrificio fue de una aspereza total. ¡Pero mi<br />

Juan!... Es esa hostia que pueden imitar mis amantes de todas clases: virgen, mártir, confesor,<br />

predicador, siervo de Dios y de la Madre de Dios, activo, contemplativo; él dispone de un<br />

ejemplo para todos: es aquél que ama. ■ Observa los distintos modos de pensar. Judas investiga,<br />

cavila, escudriña, y, aunque externamente parece que cede, en realidad conserva su modo de<br />

pensar. Juan se siente nada, acepta todo, no pide razones, se contenta con hacerme feliz. He aquí<br />

el modelo. ¿Y no te has sentido invadida de paz ante su amor sencillo y encantador?...¡Oh, Juan<br />

mío! Mi pequeño Juan que quiero que seas siempre más semejante a mi amado. Acepta todo,<br />

diciendo al igual que el apóstol: «Todo lo que Tú haces, está bien hecho» para que merezcas que<br />

Yo te diga: «Eres mi paz llena de amor». Tengo necesidad también Yo de consuelo, <strong>María</strong>.<br />

Dámelo. Sea mi corazón para tu descanso‖. (Escrito el 4 de Enero de 1945).<br />

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1-71-378 (1-35-414).- Iscariote, presentado a Juan y Simón Zelote.- Zelote y Lázaro de Betania.<br />

* Jesús quiere hacer las veces de padre con un Judas que no se digna a abrir su corazón.-<br />

■ Veo que Jesús se pasea con Judas Iscariote yendo y viniendo junto a una de las puertas del<br />

recinto del Templo. Judas pregunta: ―¿Estás seguro que vendrá?‖. Jesús: ―Lo estoy. Al alba<br />

partiría de Betania y en Get-sammi debería de haberse encontrado con mi primer discípulo...‖.<br />

Jesús se detiene y mira fijamente a Judas. Le tiene frente a Sí; le estudia. Después le pone una<br />

mano encima del hombro y le pregunta: ―¿Por qué, Judas, no me dices lo que estás pensando?‖.<br />

Iscariote: ―¿Qué cosa? No pienso en nada especial en este momento, Maestro. Te hago hasta<br />

demasiadas preguntas. No puedes lamentarte de mi mutismo‖. Jesús: ―Me haces muchas<br />

preguntas y me das muchas informaciones detalladas sobre la ciudad y sus habitantes. Pero no<br />

me abres tu corazón. ¿Crees que me interesen mucho las noticias sobre el censo o sobre la<br />

estructura de esta o aquella familia? No soy un ocioso que haya venido aquí en plan de pasar el<br />

tiempo. Tú sabes para qué he venido. Y, como puedes comprender, ante todo me apremia ser el<br />

Maestro de mis discípulos. Por eso exijo de ellos sinceridad y confianza. ■ ¿Te quería tu padre,<br />

Judas?‖. Iscariote: ―Me quería mucho. Era yo su orgullo. Cuando regresaba de la escuela, e<br />

incluso después, cuando volvía a Keriot desde Jerusalén, quería que le dijese todo. Se interesaba<br />

de todo lo que yo hacía. Si eran cosas buenas, se alegraba. Si eran menos buenas, me consolaba.<br />

Si había cometido un error (como alguna vez, ya se sabe, cualquiera se equivoca), y, por ello,<br />

me reprendía, él me mostraba toda la justicia de la represión recibida, o en dónde estaba el error<br />

de lo que yo había hecho. Pero lo hacía tan dulcemente... que parecía un hermano mayor. Casi<br />

siempre terminaba de este modo: «Esto te lo digo porque quiero que mi Judas sea una persona<br />

justa. Quiero que me bendigan a través de mi hijo...». Mi padre...‖. Jesús, que ha estado mirando<br />

en todo momento fija y atentamente al discípulo, sinceramente conmovido ante la evocación del<br />

padre, dice: ―Mira, Judas, estate seguro de cuanto te digo. Ninguna <strong>obra</strong> le hará más feliz a tu<br />

padre como el que me seas un discípulo fiel. El espíritu de tu padre se regocijará, allí donde está<br />

en espera de la luz --porque si te educó así debió de haber sido justo--, si ve que eres discípulo<br />

mío. Mas... para serlo, debes de decirte: «He vuelto a encontrar a mi padre perdido, al padre que<br />

parecía un hermano mayor; le he encontrado de nuevo en mi Jesús, y a Él, al igual que al padre<br />

amado a quien todavía lloro, le diré todo, para que sea mi guía, para que tenga yo sus<br />

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endiciones y sus dulces reproches». ¡Quiera el Eterno y quieras tú, sobre todo tú, que Jesús no<br />

tenga otra cosa que decirte sino: «Eres bueno. Te bendigo!»‖. Iscariote: ―¡Oh, sí, Jesús, sí! Si<br />

me llegas a amar tanto, podré ser bueno como Tú quieres y como quería mi padre. Y mi madre<br />

así ya no tendrá más esa espina en su corazón. Ella siempre decía: «Te has quedado sin guía,<br />

hijo, y todavía tenías mucha necesidad de ella». ¡Cuando sepa que te tengo a Ti...!‖. Jesús: ―Te<br />

amaré como ningún otro hombre sería capaz de hacerlo. Te amaré mucho. Mucho te amaré. No<br />

me desengañes‖. ■ Iscariote: ―No, Maestro, no. Estaba lleno de contradicciones, envidias, celos,<br />

manía de ser el primero, carne... todo chocaba dentro de mí contra las voces buenas. Incluso<br />

hace poco, ¿ves?, Tú me has causado un dolor. Bueno, Tú, no, me lo causó mi malvada<br />

naturaleza... Yo creía que era tu primer discípulo... y me has dicho que tienes ya otro‖. Jesús:<br />

―Lo viste tú mismo. ¿No recuerdas de que en el Templo, durante la Pascua, estaba Yo con<br />

algunos galileos?‖. Iscariote: ―Creía que eran amigos... Creía que yo era el primer discípulo<br />

elegido y, por tanto, el predilecto‖. Jesús: ―En mi corazón no hay distinción entre los últimos y<br />

los primeros. Si el primero faltase y el último fuese santo, entonces sí se crearía ante los ojos de<br />

Dios la distinción. Pero Yo... Yo los amaré igual: con un amor de dicha al santo, y con un amor<br />

que sufre al pecador.■ Pero mira, allí viene Juan con Simón. Juan es mi primero y Simón es<br />

aquel de quien te hablé hace dos días. Tú ya los has visto a Simón y a Juan. Uno estaba<br />

enfermo...‖. Iscariote: ―¡Ah, el leproso! Recuerdo. ¿Es ya tu discípulo?‖. Jesús: ―Desde el día<br />

siguiente‖. Iscariote: ―Y yo, ¿por qué he debido esperar tanto?‖. Jesús: ―¡¿Judas?!‖. Iscariote:<br />

―Es verdad. Perdón‖.<br />

* S. Zelote habla a Jesús de Lázaro de Betania.- ■ Juan ya vio al Maestro y se lo indica a<br />

Simón. Apresuran el paso. Juan y Jesús se saludan con un beso mutuo. Simón, por el contrario,<br />

se echa a los pies de Jesús, y los besa exclamando: ―¡Gloria a mi Salvador! Bendice a tu siervo<br />

para que sus acciones sean santas a los ojos de Dios, y yo le dé gloria bendiciéndole por<br />

haberme otorgado a Ti‖. Jesús le pone la mano sobre la cabeza: ―Sí, te bendigo para agradecerte<br />

tu trabajo. Levántate, Simón. Juan, Simón... ¡éste es el último discípulo! También él quiere la<br />

Verdad. Por esto es un hermano para todos vosotros‖. Se saludan entre sí: los dos judíos con<br />

recíproca indagación, Juan con franqueza. ■ Jesús pregunta: ―¿Estás cansado, Simón?‖. Zelote:<br />

―No, Maestro, junto con la salud me ha venido un vigor, como no lo había tenido antes‖. Jesús:<br />

―Y sé que lo empleas bien. He hablado con muchos y todos me han referido de ti que les habías<br />

hablado del Mesías‖. Simón sonríe contento y dice: ―Aun ayer tarde hablé de Ti a un israelita<br />

(Lázaro de Betania) honrado. Espero que un día le conocerás. Querría yo ser quien te llevase a<br />

él‖. Jesús: ―Eso no es imposible‖. ■ Judas interrumpe: ―Maestro, me prometiste venir conmigo<br />

a Judea‖. Jesús: ―E iré. Simón continuará instruyendo a la gente sobre mi venida. Amigos, el<br />

tiempo es breve y la gente es mucha. Ahora voy con Simón. Por la tarde vosotros dos vendréis a<br />

mi encuentro por el camino del Monte de los Olivos. Distribuiremos dinero a los pobres. ¡Id!‖.<br />

Jesús, solo con Simón, le pregunta: ―¿Esa persona de Betania es un verdadero Israelita?‖.<br />

Zelote: ―Lo es. Existen en él todas las ideas imperantes, pero tiene una verdadera ansia por el<br />

Mesías. Y cuando le dije: «Está Él entre nosotros» al punto me dijo: «Feliz de mí que vivo en<br />

estos tiempos»‖. Jesús: ―Algún día iremos a su casa a llevarle mi bendición‖.<br />

* Jesús pide a Zelote comprensión y ayuda para formar a Iscariote.- ■ Luego Jesús<br />

pregunta a Zelote: ―¿Has visto al nuevo discípulo?‖. Zelote: ―Sí, es joven y parece inteligente‖.<br />

Jesús: ―Lo es. Tú que eres judío le compadecerás, más que los otros, por sus ideas‖. Zelote:<br />

―¿Es un deseo o una orden?‖. Jesús: ―Es una dulce orden. Tú que has sufrido, puedes tener<br />

mayor comprensión. El dolor es maestro de muchas cosas‖. Zelote: ―Si tú me lo mandas, seré<br />

para él comprensión‖. Jesús: ―Así es, probablemente mi Pedro, y no tan solo él, se escandalizará<br />

un poco al ver cómo cuido a este discípulo y me preocupo de él. Pero algún día comprenderá...<br />

Cuanto peor formado está uno, más necesidad tiene de cuidados. Los otros... ¡oh!, los otros se<br />

forman incluso por sí mismos, por el solo contacto. Yo no quiero hacer todo solo. Pido la<br />

voluntad del hombre y la ayuda de los demás para formar a un hombre. Os llamo para que me<br />

ayudéis... y os agradezco la ayuda‖. ■ Zelote: ―Maestro, ¿estás suponiendo que te va a<br />

defraudar?‖. Jesús: ―No. Pero es joven y se ha formado en Jerusalén‖. Jesús: ―¡Oh! Cerca de Ti<br />

se curará de todos los vicios de esta ciudad... Estoy seguro de ello. Yo, viejo ya y cansado de la<br />

vida, me he sentido nuevo desde que te he visto‖. Jesús susurra: ―Que así sea‖. Luego dice con<br />

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voz fuerte: ―Ven conmigo al Templo. Evangelizaré al pueblo‖. Y la visión termina. (Escrito el 6<br />

de Enero de 1945).<br />

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1-72-381 (1-36-418).- Jesús, Juan, Simón Zelote y Judas de Keriot van hacia Belén.<br />

* Iscariote pide para su alma la misma curación que obtuvo el alma de Zelote.- ■ Veo que<br />

al rayar el alba, Jesús está en la misma puerta con Juan y luego se le unen los discípulos Simón<br />

y Judas. Oigo que dice: ―Amigos, os ruego vengáis conmigo por la Judea, si no os cuesta<br />

demasiado, sobre todo a ti, Simón‖. Zelote: ―¿Por qué, Maestro?‖. Jesús: ―El camino es muy<br />

duro por los montes de Judea... y tal vez incluso te resultará más duro el encontrar a ciertas<br />

personas que te han causado daño‖. Zelote: ―Por lo que toca al camino, te aseguro una vez más,<br />

que después de que me sanaste soy más fuerte que un joven y no siento ninguna fatiga; además,<br />

siendo por Ti, y, ahora contigo, menos... Por lo que respecta al encuentro con los que me<br />

hicieron mal, en el corazón de Simón, desde que es tuyo, ya no hay rencores, y ni siquiera<br />

sentimientos duros. El odio cayó juntamente con las escamas de la enfermedad. Y no sé,<br />

créemelo, si has hecho un milagro mayor al curarme la carne corroída o el alma abrasada por el<br />

rencor. Pienso que no me equivoco si digo que el milagro más grande fue éste último. Sana<br />

siempre con menos facilidad una llaga del espíritu... y Tú me has curado de un golpe. Esto es un<br />

milagro, porque uno no se cura de repente aunque quiera hacerlo con todas sus fuerzas; no se<br />

cura el hombre de un hábito moral, si Tú no anulas ese hábito con tu querer santificante‖. Jesús:<br />

―No te equivocas al juzgar así‖. ■ Judas, un poco resentido, pregunta: ―¿Por qué no lo haces así<br />

con todos?‖. Juan: ―Pero si lo hace, Judas. ¿Por qué hablas así al Maestro? ¿No te sientes<br />

cambiado desde que estás con el Maestro? Yo ya era discípulo de Juan el Bautista, pero me<br />

siento cambiado completamente desde que Él me dijo: «Ven»‖. Juan, que generalmente nunca<br />

interviene, sobre todo si tiene que hacerlo delante del Maestro, esta vez no sabe quedarse<br />

callado. Dulce y cariñoso ha puesto una mano sobre el brazo de Judas, como para calmarle, y le<br />

habla preocupada y persuasivamente. Al caer en la cuenta de que había hablado antes que Jesús,<br />

se sonroja y dice: ―Perdón, Maestro, hablé en tu lugar... pero quería... quería que Judas no te<br />

causase ningún dolor...‖. Jesús: ―Sí, Juan. Pero no me ha causado ninguna pena como discípulo.<br />

Cuando lo sea, si entonces continúa en su modo de pensar, me causará dolor. ■ Tan solo me da<br />

tristeza el constatar lo corrompido que está el hombre por Satanás, y cómo éste le aparta el<br />

pensamiento del recto camino. ¡Todos, ¿sabéis?, todos tenéis el pensamiento turbado por él!<br />

Pero vendrá, sí, vendrá el día en que tendréis la Fuerza de Dios, la Gracia; tendréis la Sabiduría<br />

con su Espíritu... Entonces dispondréis de todo para juzgar justamente‖. Iscariote: ―¿Y todos<br />

podremos juzgar justamente?‖. Jesús: ―No, Judas‖. Iscariote: ―Pero ¿hablas de nosotros, los<br />

discípulos o de todos los hombres?‖. Jesús: ―Hablo refiriéndome primero a vosotros, después a<br />

los demás. Cuando llegue la hora, el Maestro instituirá discípulos y los mandará por el<br />

mundo...‖. Iscariote: ―¿No lo estás haciendo ya?‖. Jesús: ―Por ahora solo me sirvo de vosotros<br />

para que digáis: «Está el Mesías entre nosotros. Venid a Él». Llegada la hora, os haré capaces<br />

de que prediquéis en mi nombre, que hagáis milagros en mi nombre...‖. Iscariote: ―¡Oh!,<br />

¿también milagros?‖. Jesús: ―Sí, en los cuerpos y en las almas‖. Judas está feliz ante esta idea y<br />

exclama: ―¡Oh! ¡Cómo nos admirarán entonces!‖. ■ Juan dice: ―Pero ya no estaremos con el<br />

Maestro entonces y... yo tendré siempre miedo de hacer lo que es de Dios a mi manera de<br />

hombre‖, y mira a Jesús pensativamente, y hasta con un dejo de tristeza. Zelote dice: ―Juan, si el<br />

Maestro permite, me gustaría decirte lo que pienso‖. Jesús: ―Díselo a Juan. Deseo que<br />

mutuamente os aconsejéis‖. Zelote: ―¿Y sabes que es un consejo?‖. Jesús sonríe y calla. Zelote:<br />

―Pues bien, te digo entonces, Juan, que no debes, no debemos temer. Apoyémonos en su<br />

sabiduría de Maestro santo y en su promesa. Si Él dice: «Os enviaré», señal es de que sabe que<br />

nos puede enviar sin que le perjudiquemos a Él ni a nosotros, o sea, a la causa de Dios que todos<br />

amamos como se ama a la propia esposa recién casada. Si Él nos promete vestir nuestra miseria<br />

intelectual y espiritual con los rayos de la potencia que el Padre le da para nosotros, debemos<br />

estar seguros de que lo hará, y nosotros tendremos ese poder de que nos habla el Maestro, no<br />

por nosotros, sino por su misericordia. Pero ciertamente todo esto sucederá así si no<br />

introducimos el orgullo, el deseo humano en nuestro <strong>obra</strong>r. Pienso que si corrompemos nuestra<br />

misión, que es completamente espiritual, con elementos que son terrestres, entonces la promesa<br />

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de Cristo decaerá también; no por incapacidad suya, sino porque nosotros ahogaremos esta<br />

capacidad con la soga de la soberbia. No sé si me explico bien‖. ■ Iscariote le responde: ―Te<br />

explicas muy bien. Me he equivocado yo. Pero mira... pienso que, en el fondo, desear ser<br />

admirados como discípulos del Mesías, suyos hasta el punto de haber merecido hacer lo que Él<br />

hace, es deseo de aumentar aún más la figura potente del Mesías entre las gentes. Alabanzas al<br />

Maestro, que tiene tales discípulos; esto es lo que quería decir yo‖. Zelote: ―No todo es erróneo<br />

en tus palabras‖.<br />

* “Judas, yo vengo de una casta perseguida por haber entendido mal qué es el Mesías....<br />

Durante la persecución y después la segregación he pensado mucho... y he visto la<br />

verdadera figura del Mesías, la Tuya, Maestro...‖.- ■ Y acto seguido Zelote se explica:<br />

―Pero... mira, Judas. Yo vengo de una casta perseguida por... por haber entendido mal qué y<br />

cómo debe de ser el Mesías. Sí. Si lo hubiésemos esperado con justa visión de su ser, no<br />

habríamos podido caer en errores que son blasfemias contra la Verdad y rebelión contra la ley<br />

de Roma; por lo cual tanto Dios como Roma nos han castigado. Hemos querido ver en el<br />

Mesías a un conquistador y a un libertador de Israel, a un nuevo Macabeo y más grande que el<br />

héroe Judas... Esto solo. Y ¿por qué? Porque hemos cuidado más de nuestros intereses (los de la<br />

Patria y los de los ciudadanos), que de los intereses de Dios. ¡Oh!, santo es también el interés<br />

por la Patria. Pero ¿qué es comparado con el Cielo eterno? He aquí cuanto he pensado y visto en<br />

las largas horas de persecución, primero, y de segregación después; cuando, fugitivo, me<br />

escondía en las cuevas de las bestias salvajes, condividía con ellas el lecho y la comida, para<br />

escapar de la fuerza romana, y sobre todo de las delaciones de los falsos amigos; o cuando, en<br />

espera de la muerte, gustaba ya el olor del sepulcro en mi cueva de leproso. ■ ¡Cuánto he<br />

pensado y he visto! He visto... la figura verdadera del Mesías... la tuya, Maestro humilde y<br />

bueno, la tuya, Maestro y Rey del espíritu, la tuya, ¡oh Mesías!, Hijo del Padre, que llevas al<br />

Padre, y no a los palacios de la tierra, no a las deidades de barro. ¡Tú... oh!, me resulta fácil<br />

seguirte...porque --perdona mi osadía que se proclama justa-- porque te veo como te he pensado;<br />

te reconozco, enseguida te reconocí. Sí, no se trataba de un conocimiento de Ti, sino un<br />

reconocer a Uno que el alma había conocido...‖. Jesús: ―Por esto te llamé... y por esto te llevo<br />

conmigo, ahora en este mi primer viaje a Judea. Quiero que completes el reconocimiento... y<br />

quiero que también éstos, a los que la edad no los hace así capaces de llegar a la verdad por<br />

medio de una meditación constante, sepan cómo su Maestro ha llegado a esta hora... Después<br />

entenderéis. ■ Pero henos aquí a la vista de la torre de David. La puerta Oriental está cerca‖.<br />

Iscariote: ―¿Salimos por ella?‖. Jesús: ―Sí, Judas. Primero vamos a Belén. Nací allí... Es bueno<br />

que lo sepáis para que lo digáis a los demás. También esto entra en el conocimiento del Mesías<br />

y de la Escritura. Encontraréis las profecías escritas en las cosas con voces que no pertenecen ya<br />

más a la profecía sino a la historia. Demos vuelta rodeando por las casas de Herodes...‖.<br />

Iscariote: ―La vieja zorra malvada y lujuriosa‖. Jesús: ―No juzguéis. Es Dios quien juzga.<br />

Vayamos por aquella vereda, entre las hortalizas. Nos cobijaremos bajo la sombra de un árbol,<br />

cerca de algún hospitalario lugar, hasta que el sol deje de quemar. Después proseguiremos el<br />

camino‖. La visión termina. (Escrito el 7 de Enero de 1945).<br />

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1-73-384 (1-37-422) En las cercanías de Belén, en casa de un campesino, noticias sobre la<br />

matanza de Herodes y la suerte de Anna. Visita a la Gruta de la Natividad.<br />

* Jesús, que hace recordar las profecías del A.T. sobre Belén y sobre la matanza de los<br />

inocentes, es rechazado por el campesino, penetrado, como todo betlamita, de odio hacia<br />

aquellos que, según ellos, fueron la causa de la matanza.- ■ El camino es un sendero<br />

pedregoso, polvoriento, que el sol del estío ha quemado. Discurre entre grandes olivos, todos<br />

cargados con pequeñas aceitunas. El suelo, en los lugares que aún no han sido pisados, está<br />

cubierto con las florecillas del olivo, que cayeron después de la fecundación. Jesús, con los tres,<br />

camina en fila india a lo largo del margen del camino, donde la sombra de los olivos ha<br />

conservado todavía verde la hierba, y por ello hay menos polvo. El camino cambia de dirección<br />

en ángulo recto, y sube levemente hacia una cuenca que tiene forma de amplia herradura, en la<br />

que están esparcidas numerosas casas, más o menos grandes, hasta formar una pequeña ciudad.<br />

Exactamente en el punto en que el camino tuerce, hay una construcción cúbica cubierta por una<br />

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pequeña cúpula baja; está completamente cerrada, como abandonada. Zelote dice: ―¡He allí el<br />

sepulcro de Raquel!‖. Iscariote: ―Entonces ya casi hemos llegado. ¿Entramos inmediatamente<br />

en la ciudad?‖. Jesús: ―No, Judas. Primero os enseñaré un lugar... Después entraremos en la<br />

ciudad y como todavía el día es claro y por la noche habrá luna, podremos hablarle a la<br />

población, si quiere escuchar‖. Iscariote: ―¿Cómo quieres que no te escuche?‖. ■ Han llegado<br />

al sepulcro, antiguo pero bien conservado, y bien pintado en blanco. Jesús se detiene a beber en<br />

un rústico pozo cercano. Una mujer, que ha venido a sacar agua, se la ofrece. Jesús le pregunta:<br />

―¿Eres de Belén?‖. Mujer: ―Lo soy. Pero ahora, en tiempo de recolección, estoy con mi marido<br />

en estos campos, para cuidar los huertos y los árboles frutales. Tú, ¿eres galileo?‖. Jesús: ―Nací<br />

en Belén, pero estoy en Nazaret de Galilea‖. Mujer: ―¿Tú también perseguido?‖. Jesús: ―La<br />

familia. Pero por qué dices: «¿Tú también?» ¿Hay muchos perseguidos entre los betlemitas?‖.<br />

Mujer: ―¿No lo sabes? ¿Cuántos años tienes?‖. Jesús: ―Treinta‖. Mujer: ―Si es así... naciste<br />

exactamente cuando... ¡Oh, qué desgracia! Pero... ¿pero por qué nació Aquél aquí?‖. Jesús:<br />

―¿Quién?‖. Mujer: ―Aquél que se decía que era el Salvador. Maldición a esos estúpidos que,<br />

borrachos de sidra, vieron ángeles en las nubes, oyeron voces celestiales en los balidos y<br />

rebuznos y, en medio de su semioscura embriaguez, tomaron a tres miserables por los más<br />

santos de la tierra. ¡Maldición a ellos! ¡Y a quien creyó en ellos!‖. Jesús: ―Pero no explicas, con<br />

todas tus maldiciones qué sucedió. ¿Por qué maldices?‖. Mujer: ―Porque... Óyeme: ¿a dónde<br />

quieres ir?‖. Jesús: ―A Belén con mis amigos. Tengo compromisos allí. Debo saludar a viejos<br />

amigos y llevarles el saludo de mi Madre. Pero antes quisiera saber muchas cosas, porque<br />

nosotros los de la familia hace muchos años que estamos ausentes. Dejamos la ciudad cuando<br />

yo era de unos cuantos meses‖. ■ Mujer: ―Antes de la desgracia, entonces. Oye, si no te repugna<br />

la casa de un campesino, ven con nosotros a compartir el pan y la sal, Tú y tus compañeros.<br />

Hablaremos durante la cena y os daré alojo hasta mañana. Tengo una casa muy pequeña, pero<br />

en el pajar hay mucho heno amontonado. La noche es cálida y serena. Creo que podrás dormir‖.<br />

Jesús: ―El Señor de Israel pague tu hospitalidad. Con gusto voy a tu casa‖. Mujer: ―El peregrino<br />

trae siempre bendiciones consigo. Vamos. Pero antes debo echar seis cántaros de agua a las<br />

verduras‖. Jesús: ―Yo te ayudo‖. Mujer: ―No, Tú eres un señor. Lo dice tu modo de <strong>obra</strong>r‖.<br />

Jesús: ―Soy un obrero, mujer. Y éste es pescador. Y éstos, judíos, son de censo y empleo. No<br />

Yo‖. Y toma el cántaro que estaba cerca del brocal del pozo, le pone la cuerda y lo baja. Los<br />

otros no quieren ser menos y dicen a la mujer: ―¿Dónde está el huerto? Muéstranoslo:<br />

llevaremos allí los cántaros‖. Mujer: ―Dios os bendiga. Tengo los riñones destrozados de tanto<br />

trabajar. Venid...‖.Y mientras Jesús saca su cántaro, los otros tres desaparecen por un<br />

vericueto... después regresan con dos cántaros vacíos, los llenan y se van. Y así lo hacen no tres<br />

veces, sino hasta diez. Y Judas con la sonrisa en la boca dice: ―Se muere de bendecirnos.<br />

Hemos echado tanta agua en la verdura que por dos días por lo menos, la tierra estará mojada y<br />

esta mujer no acabará con sus riñones‖. ■ Y cuando vuelve por última vez dice: ―Maestro, de<br />

todas formas, me parece que hemos venido a parar a un mal sitio‖. Jesús: ―¿Por qué Judas?‖.<br />

Iscariote: ―Porque la tiene tomada con el Mesías. Le dije: «No blasfemes. ¿No sabes que el<br />

Mesías es la mayor gracia para el pueblo de Dios? Jeová se lo prometió a Jacob y a todos los<br />

profetas y justos de Israel, ¿y tú le odias?»‖. Me respondió: «No odio a Él, sino al que los<br />

pastores borrachos y los malditos Magos de Oriente, llamaron Mesías». Eso me dijo y... puesto<br />

que eres Tú...‖. Jesús: ―No importa. Sé que he sido puesto para prueba y contradicción de<br />

muchos. ¿Le dijiste quién soy Yo?‖. Iscariote: ―No. No soy tonto. Quise librar tus espaldas y las<br />

nuestras‖. Jesús: ―Hiciste bien. No por tratarse de las espaldas, sino porque Yo deseo<br />

manifestarme cuando lo crea conveniente. Vamos‖. Judas los guía hasta el huerto. ■ La mujer<br />

echa los tres últimos cántaros y luego los lleva a una casa campestre que está en medio de<br />

árboles frutales. ―Entrad‖ dice. ―Mi marido está ya en la casa‖. Entran en una pequeña y<br />

húmeda cocina. Jesús saluda: ―La paz sea en esta casa‖. El campesino responde: ―Quien quiera<br />

que seas Tú, sea la bendición contigo y con los tuyos. Entra‖. Y trae al punto un lavamanos con<br />

agua para que los cuatro se refresquen y se limpien. Se sientan en una mesa rústica y dice: ―Os<br />

agradezco en nombre de mi mujer. Me ha dicho lo que habéis hecho. Yo nunca había tratado a<br />

los galileos, y me habían dicho que eran vulgares y pendencieros. Pero vosotros habéis sido<br />

gentiles y buenos. ¡Estando ya cansados... trabajar tanto! ¿Venís de lejos?‖. Jesús: ―De<br />

Jerusalén. Éstos son judíos. Éste y Yo somos de Galilea. Pero créeme hombre: el bueno y el<br />

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malo se encuentran en donde quiera‖. Campesino: ―Es verdad. Yo, como primer encuentro con<br />

los galileos, encuentro a los buenos. Mujer, trae la comida. No tengo más que pan, verduras,<br />

aceitunas y queso. Soy campesino‖. Jesús: ―Yo tampoco soy un señor. Soy carpintero‖.<br />

Campesino: ―¿Tú? No, a juzgar por tus modales‖. La mujer interrumpe: ―Nuestro huésped es de<br />

Belén, te lo dije, y, si persiguen a los suyos, habrán sido quizás ricos e instruidos como lo eran<br />

Josué de Ur, Matías de Isaac, Leví de Abrahám... ¡pobres desgraciados!‖. Campesino: ―Nadie te<br />

preguntó. Perdónala. Las mujeres son más parlanchinas que los pájaros al oscurecer‖. Jesús:<br />

―¿Eran familias de Belén?‖. Campesino: ―¿Cómo?... ¿No sabes quiénes eran, siendo Tú de<br />

Belén?‖. Jesús: ―Huimos cuando yo apenas tenía unos cuantos meses‖. La mujer que en verdad<br />

debe ser una parlanchina dice de nuevo: ―Se fue antes de la matanza‖. Campesino: ―¡Ah! Lo<br />

comprendo. De otro modo no habría nadie en el mundo. ¿No has regresado más allá?‖. Jesús:<br />

―No‖. ■ El hombre exclama: ―¡Qué gran desgracia! Encontrarás a pocos de los que, según me<br />

ha contado Sara, quieres conocer y saludar. Muchos fueron matados, muchos huyeron,<br />

muchos... dispersos y no se sabe ni siquiera si murieron en el desierto o fueron arrojados en la<br />

cárcel para castigarlos por su rebelión. Pero ¿fue rebelión?... Mas ¿quién habría podido<br />

permanecer inerte, dejando degollar a tantos inocentes? No, ¡que no es justo que estén todavía<br />

vivos Leví y Elías (pastores de Belén), mientras hayan sido asesinados tantos inocentes!‖. Jesús:<br />

―¿Quiénes son esos dos y qué hicieron?‖. Campesino: ―¡Pero bueno!... al menos sabrás algo de<br />

la matanza. ¡La matanza de Herodes! Más de mil infantes en la ciudad y otro millar casi en los<br />

campos (1). Y... todos... casi todos varoncitos, porque en medio de la furia, de la oscuridad,<br />

confusión, esos crueles hombres arrancaron de las cunas, de los lechos maternos, hasta a las<br />

niñitas y las mataron como los arqueros matan a las pequeñas gacelas que están mamando la<br />

leche de su madre. Y bien... ¿todo esto por qué? Porque un grupo de pastores que, para no<br />

helarse de frío, habían bebido sus buenos tragos de sidra, empezaron a delirar diciendo que<br />

habían visto ángeles, oído cantares, recibido señales... y nos dijeron a los de Belén: «Venid y<br />

adorad al Mesías que ha nacido». ¡Imagínate! ¡El Mesías en una cueva! Pero debo de decir que<br />

en realidad todos estábamos ebrios, hasta yo, que en ese entonces era un jovencito, y también mi<br />

mujer, que tenía unos cuantos años de edad... porque todos creímos y quisimos ver en una pobre<br />

mujer galilea a la Virgen que da a luz, de la que hablaron los profetas (Is. 7,14). ¡Pero si estaba<br />

con un vulgar galileo! Su marido, claro; y, si estaba casada, ¿cómo podía ser la «Virgen»?... En<br />

resumidas cuentas ¡creímos! Regalos, adoraciones... casas se abrían para hospedarles... ¡Oh,<br />

habían sabido hacer muy bien su papel! ¡Pobre Ana! Perdió los bienes y la vida y también los<br />

hijos de su hija --la primera, la única que se salvó porque estaba casada con un mercader de<br />

Jerusalén-- perdieron también los bienes, porque Herodes mandó quemar la casa y todo el<br />

sembradío. Ahora es un terreno desierto en que pacen los animales‖. ■ Jesús: ―¿Los pastores<br />

tuvieron toda la culpa?‖.Campesino: ―No, también tres brujos que vinieron de los reinos de<br />

Satanás. Tal vez eran compinches de los tres... ¡Y nosotros, estúpidos, nos sentíamos honrados!<br />

¡Aquel pobre hombre arquisinagogo! Le matamos porque juró que las profecías se cumplían<br />

exactamente con las palabras de los pastores y de los Magos...‖. Jesús: ―Entonces, ¿toda la culpa<br />

fue de los pastores y de los tres Magos?‖. Campesino: ―No, galileo. También nuestra. De<br />

nuestra credulidad. ¡Se le esperaba desde hacía tiempo al Mesías! Siglos de espera. Muchas<br />

desilusiones en los últimos tiempos a causa de los falsos Mesías. Uno era galileo, como Tú, otro<br />

se llamaba Teoda (Hech. 5,36-37). ¡Mentirosos! ¡Mesías ellos! ¡No eran más que aventureros<br />

rapaces en busca de fortuna! Debía habernos servido la lección, para que abriéramos los ojos.<br />

Sin embargo...‖. Jesús: ―Y entonces ¿por qué maldecís solamente a los pastores y a los Magos?<br />

Si también os juzgáis estúpidos, deberíais también maldeciros a vosotros mismos. Ahora bien,<br />

la maldición no está permitida por el mandamiento del amor. Maldición atrae maldición. ■<br />

¿Estáis seguros vosotros de estar en lo justo? ¿No podría ser que los pastores y los Magos<br />

hubiesen dicho la verdad, revelada a ellos por Dios?...¿Por qué debe de pensarse que fueran<br />

mentirosos?‖. Campesino: ―Porque los años de la profecía no se habían cumplido (Dan.<br />

9,20.27). Después reflexionamos en ello... después que la sangre, que enrojeció tanques del agua<br />

y ríos, nos abriera los ojos del pensamiento‖. Jesús: ―¿Y no podría haber hecho el Altísimo,<br />

llevado de un gran amor por su pueblo, anticipar la venida del Salvador? ¿En qué apoyaron los<br />

Magos su aserción? Me has dicho que vinieron de Oriente...‖. Campesino: ―En sus cálculos<br />

sobre una nueva estrella‖. Jesús: ―¿Y no acaso está dicho: «Una estrella nacerá de Jacob y un<br />

22


cetro se alzará en Israel»? (Núm. 24,17). ¿No es Jacob el gran patriarca que vivió en esta tierra<br />

de Belén a la que quiso como a la pupila de sus ojos porque en ella murió su amada Raquel?... (<br />

Gén.35,16-20) ¿Y no acaso está dicho también por boca del profeta: «Brotará un retoño de la<br />

raíz de Jesé y saldrá una flor de esta raíz»? (Is. 11,1). Isaí, padre de David nació aquí. ¿El<br />

retoño de la estirpe, serrada por la raíz por usurpación de unos tiranos, no es acaso la «Virgen»<br />

que dará a luz a su Hijo, sin intervención de hombre (Is.7,14) --puesto que entonces no sería<br />

virgen-- sino por querer divino y por lo cual Él será «el Emmanuel» porque: Hijo de Dios, será<br />

Dios; y traerá, por tanto, a Dios a habitar entre su pueblo, como su nombre lo dice? ¿Y acaso no<br />

será anunciado, dice la profecía (Is. 9,1), a los pueblos de las tinieblas, o sea, a los paganos por<br />

«una luz grande»? ¿La estrella que vieron los Magos no podría ser la estrella de Jacob, la gran<br />

luz de las dos profecías de Balaam (Núm. 24,17) y de Isaías? (Is. 9,1). Hasta la misma matanza<br />

que hizo Herodes ¿no acaso forma parte de las profecías? «Se ha oído un lamento en lo alto...<br />

Es Raquel que llora por sus hijos» (Jer. 31,5; Gén. 35,19). Estaba indicado que los huesos de<br />

Raquel vertieran lágrimas en su sepulcro de Efrata, cuando, a causa del Salvador, llegara la<br />

recompensa al pueblo santo. Lágrimas que después se cambiarían en sonrisa celestial, como el<br />

arco-iris que se forma con las últimas gotas del temporal, y que parece decir: «¡Ea!¡Ahora todo<br />

está sereno!»‖.Campesino: ―Eres muy docto. ¿Eres Rabí?‖. Jesús: ―Lo soy‖. Campesino: ―Y yo<br />

lo percibo. Hay luz y verdad en tus palabras. Sin embargo... todavía hay muchas heridas que<br />

manan sangre en esta tierra de Belén a causa del verdadero o falso Mesías... Yo nunca le<br />

aconsejaría a Él que viniese aquí. La tierra le rechazaría como se rechaza a un hijastro por el que<br />

murieron los verdaderos hijos. Pero, bueno... si era Él... murió ya con los otros degollados‖. ■<br />

Jesús: ―¿Dónde viven ahora Leví y Elías?‖. El hombre entra en sospechas: ―¿Los conoces?‖.<br />

Jesús: ―No los conozco. No conozco su rostro pero... son desgraciados y siempre tengo<br />

compasión de los infelices. Quiero ir a verlos‖. Campesino: ―¡Ya!... serías el primero después de<br />

seis lustros. Son todavía pastores y están al servicio de un rico herodiano de Jerusalén que se<br />

apropió muchos de los bienes de los asesinados... ¡Siempre hay alguien que se aprovecha! Los<br />

encontrarás con los ganados por las vertientes que van a Hebrón. Pero un consejo: que los<br />

betlemitas no te vean hablar con ellos. Te iría mal. Los soportamos porque... porque está el<br />

herodiano. De otro modo...‖.Jesús: ―¡Sí... el odio!... ¿Por qué odiar?‖.Campesino: ―Porque es<br />

justo. Nos hicieron daño‖. Jesús: ―Creyeron hacer bien‖.Campesino: ―Pero hicieron daño.<br />

Debíamos haberlos matado, de la misma forma que ellos, con su torpeza, provocaron muertes.<br />

Pero todos estábamos como alelados, y después... estaba el herodiano‖. Jesús: ―Si no hubiese<br />

estado él, entonces ¿incluso después del primer sentimiento de venganza, los habríais matado?‖.<br />

Campesino: ―Incluso ahora los mataríamos, si no tuviésemos miedo de su patrón‖. Jesús:<br />

―Hombre, Yo te digo: no hay que odiar. No hay que desear el mal. Aquí no hay culpa. Aunque<br />

hubiese, perdona. Perdona en nombre de Dios. Dilo a los otros betlemitas. ■ Cuando haya caído<br />

el odio de vuestros corazones, veréis al Mesías; le conoceréis entonces, porque Él vive, Él no<br />

estaba ya, cuando sucedió la matanza. Yo te digo. No fue culpa de los pastores ni de los Magos,<br />

sino de Satanás, el que hubiese acaecido tal matanza. El Mesías ha nacido aquí, ha venido a<br />

traer la luz a la tierra de sus padres. Hijo de Madre Virgen de la estirpe de David, en las<br />

ruinas de la Casa de David, ha abierto al mundo el torrente de gracias eternas, ha mostrado la<br />

vida al hombre...‖.Campesino: ―¡Largo, largo de aquí! ¡Sal de aquí! Tú, seguidor de este falso<br />

Mesías, porque de no haberlo sido, no nos hubiera acarreado a nosotros de Belén esa desgracia.<br />

Tú le defiendes, por eso...‖. Iscariote, violento e iracundo, asiendo por el vestido al campesino y<br />

sacudiéndole, prorrumpe: ―Cálmate, hombre. Soy judío y tengo amigos que están en lo alto.<br />

Podría hacer que te arrepintieras del insulto‖. El campesino no se calma: ―¡No!, ¡No! ¡Fuera de<br />

aquí! No quiero pleitos ni con los betlemitas ni con romanos, ni con Herodes. Idos, malditos, si<br />

no queréis que os deje un recuerdo. Fuera...‖. Jesús: ―Vámonos, Judas. No respondas.<br />

Dejémosle con su rencor. Dios no entra donde hay ira. ¡Vámonos!‖. Iscariote. ―Vámonos, sí.<br />

Pero me las pagaréis‖. Jesús: ―No, Judas no. No digas así. Están ciegos... y habrá tantos a lo<br />

largo del camino...‖.<br />

* ―Juan, repetirás una y otra vez: «Él era la Luz y las tinieblas no le comprendieron»”. J.<br />

Iscariote, encargado de la bolsa.- ■ Salen, detrás de Simón y Judas, que estaban ya afuera,<br />

hablando en voz baja detrás de la esquina del pajar con la mujer, que dice: ―Perdona a mi<br />

marido, Señor. No pensaba que podría yo causar tanto daño... mira, ten, los tomarás mañana.<br />

23


Están frescos, son de hoy. No tengo otra cosa... Perdona. ¿Dónde dormirás?...‖( le da los<br />

huevos). Jesús: ―No te preocupes. Sé dónde ir. Vete en paz por tu buen corazón. Adiós‖.<br />

Caminan unos cuantos metros en silencio. Luego Judas no aguanta más y dice: ―¡Pero también<br />

Tú...! ¡Mira que no hacerte adorar! ¿Por qué no hiciste que ese puerco blasfemo besase el<br />

lodo?... ¡A la tierra! ¡Arrojado a tierra por haberte faltado! ¡Al Mesías!... ¡Oh! ¡Yo lo hubiera<br />

hecho! A los samaritanos hay que reducirlos a cenizas con fuego milagroso. ¡Solo esto los<br />

mueve!‖. Jesús: ―¡Oh!, ¡cuántas veces habré de oír lo mismo! Si debiese convertir en cenizas a<br />

cada uno que me ofenda!... No, Judas... he venido para crear, no para destruir‖. Iscariote: ―Está<br />

bien, pero entre tanto otros te destruyen‖. Jesús no contesta. Simón pregunta: ―¿A dónde vamos<br />

ahora, Maestro?‖. Jesús: ―Venid conmigo. Conozco un lugar‖. Iscariote, más irritado todavía,<br />

pregunta: ―Pero si nunca has estado aquí, desde que huiste, ¿cómo lo conoces?‖. Jesús: ―Lo<br />

conozco. No es hermoso. He estado allí otra vez. No es en Belén... un poco fuera... Torzamos de<br />

este lado‖. Jesús va delante, detrás Simón, luego Judas y al final Juan... ■ En el silencio<br />

interrumpido tan solo al frotarse las sandalias contra las piedrecitas del camino, se percibe un<br />

llanto. Jesús, volviéndose, pregunta: ―¿Quién llora?‖. Judas: ―Es Juan, ha tenido miedo‖. Juan:<br />

―No, no tengo miedo. Tenía la mano en el cuchillo que tengo en mi cinto... pero me acordé de tu<br />

«No matar». Perdona. Siempre lo dices...‖. Iscariote pregunta: ―¿Y entonces, por qué lloras?‖.<br />

Juan: ―Porque sufro al ver que el mundo no ama a Jesús. No le reconoce y no quiere<br />

reconocerle. ¡Qué dolor! Algo así como si me restregasen el corazón con espinas de fuego.<br />

Como si hubiera visto pisotear a mi madre y escupirle a mi padre en la cara. Todavía peor...<br />

como si hubiese visto los caballos romanos comer en el Arca Santa y descansar en el Santo de<br />

los Santos‖. Jesús: ―No llores, Juan mío. Repetirás lo mismo una y otras tantas veces: «Él era la<br />

luz que vino a brillar entre las tinieblas, pero las tinieblas no le comprendieron. Vino al mundo<br />

que Él había hecho, pero el mundo no le conoció. Vino a su ciudad, a su casa, y los suyos no le<br />

recibieron». ¡No llores así!‖. Juan, con un suspiro, dice: ―¡Esto no sucede en Galilea!‖.<br />

Iscariote le responde: ―Y tampoco en Judea. Jerusalén es su capital y hace tres días te lanzaba<br />

hosannas a Ti, el Mesías; este lugar de burdos pastores, campesinos y hortelanos, no hay que<br />

tomarlo como punto de referencia. Tampoco los galileos, ¡vamos!, serán todos buenos. Y<br />

además, Judas el falso Mesías, ¿de donde era? Se decía...‖. Jesús: ―Basta, Judas. No conviene<br />

perder la calma. Estoy tranquilo. También estadlo vosotros. ■ Judas, ven aquí. Debo hablarte‖.<br />

Judas va donde Jesús. Jesús: ―Toma la bolsa, te encargarás de los gastos de mañana‖. Iscariote:<br />

―¿Y ahora en dónde nos albergaremos?‖. Jesús sonríe y calla.<br />

* “Entrad, ésta es la alcoba en donde nació el Rey de Israel‖. ■ Ha llegado la noche. La luna<br />

está arropada en su claridad. Los ruiseñores cantan entre los olivos. Un río que pasa por allí, es<br />

como una cinta de plata que canta. De los prados segados se levanta un olor a heno caliente,<br />

diría sensual. Algún mugido, algún balido, y... estrellas, estrellas y estrellas... un campo de<br />

estrellas en el manto del cielo; un baldaquino de piedras preciosas sobre las colinas de Belén.<br />

Iscariote dice: ―Pero aquí... son ruinas. ¿A dónde nos llevas? La ciudad está más allá‖. Jesús:<br />

―Lo sé. Ven. Sigue el río, detrás de Mí. Unos pocos pasos más y después... después te ofreceré<br />

la habitación del Rey de Israel‖. Judas encoge de hombros y calla. Unos pocos pasos más.<br />

Luego un amasijo de casas derruidas. Restos de viviendas... Una cueva entre dos aberturas de<br />

una gruesa pared. Dice Jesús: ―¿Tenéis yesca? Encended‖. Simón saca de su alforja una<br />

lamparita, la enciende y se la da a Jesús. ―Entrad‖ dice el Maestro levantando la lamparita. ■<br />

―Entrad, esta es la alcoba en donde nació el Rey de Israel‖. Iscariote: ―¿Estás de broma,<br />

Maestro? Esta es una cueva. Por supuesto que yo aquí no me quedo. Me repugna. Húmeda, fría,<br />

apestosa, llena de escorpiones, tal vez de serpientes...‖. Jesús: ―Y con todo, amigos, aquí el 25<br />

de las Encenias, de la Virgen nació Jesús el Emmanuel, el Verbo de Dios hecho carne por amor<br />

del hombre. Yo, que estoy hablando. Entonces, como ahora, el mundo fue sordo a las voces del<br />

Cielo que le hablaban al corazón... y rechazó a mi Madre... y aquí... No, Judas, no apartes con<br />

desagrado tus ojos de esos murciélagos que andan revoloteando; de esas lagartijas, de esas<br />

telarañas; no levantes con asco tu hermosa y bordada vestidura para que no roce el suelo<br />

cubierto de excrementos de animales. Esos murciélagos son hijos de los hijos de aquellos que<br />

fueron los primeros juguetes que miraban los ojos del Niño, a quien cantaban los ángeles el<br />

«Gloria» que escucharon los pastores, que estaban ebrios, sí, pero solo de extática alegría, de la<br />

verdadera alegría. Esas lagartijas, con su color esmeralda, fueron los primeros colores que<br />

24


hirieron mi pupila, y los primeros después del candor del vestido y del rostro maternos; estas<br />

telarañas fueron los baldaquinos de mi cuna real. Ese suelo... lo puedes pisar sin desdén... está<br />

cubierto de excrementos... pero está santificado por los pies de Ella, la Santa, la Gran Santa, la<br />

Pura, la Inviolada, la Doncella Deípara, aquella que dio a luz porque debía dar a luz. Dio a luz<br />

porque Dios, no el hombre, se lo dijo y la fecundó de Sí mismo. Ella, la sin Mancha, ha hollado<br />

este suelo. Tú puedes pisarlo. Y Dios quiera que por las plantas de tus pies te suba al corazón la<br />

pureza que Ella derramó...‖.■ Simón se ha arrodillado. Juan va derecho al pesebre y llora con la<br />

cabeza apoyada en él. Judas está aterrado... luego le vence la emoción y, sin pensar en su<br />

hermosa vestidura, se arroja al suelo, toma la orla del vestido de Jesús, la besa y se golpea el<br />

pecho diciendo: ―¡Misericordia, Maestro bueno, por la ceguera de tu siervo! Mi soberbia cae...<br />

te veo cual eres. No el rey que yo pensaba, sino el Príncipe Eterno, el Padre del siglo futuro, el<br />

Rey de la Paz. ¡Piedad, Señor y Dios mío, piedad!‖. Jesús: ―Sí, ¡Toda mi piedad! Ahora<br />

dormiremos donde durmieron el Infante y la Virgen, allí donde Juan se ha colocado en el lugar<br />

de mi Madre en adoración, aquí donde Simón parece mi padre putativo... O si lo preferís, os<br />

hablo de aquella noche...‖. ―¡Oh, sí, Maestro! Dinos cómo naciste‖. ―Para que sea perla de luz<br />

en nuestros corazones, y para que lo podamos contar a nuestra vez al mundo‖. ―Y venerar a tu<br />

Madre, no sólo porque es tu Madre, sino por ser... por ser la Virgen‖. Primero habló Judas,<br />

después Simón y luego Juan que está cerca del pesebre, con el rostro envuelto en llanto y<br />

sonrisa. ■ Jesús: ―Venid aquí sobre el heno. Escuchad...‖... y Jesús empieza a hablar de la noche<br />

de su nacimiento: ―... Cuando ya mi Madre estaba ya próxima a dar a luz, llegó por orden de<br />

César Augusto, el bando que publicó su delegado imperial Publio Sulpicio Quirino. En<br />

Palestina el gobernador era Senzio Saturnino. El bando era para hacer el censo de todos los<br />

habitantes del Imperio. Los que eran súbditos, tenían que ir al lugar de su origen para inscribirse<br />

en los registros del Imperio. José, esposo de mi Madre, obedeciendo, pues, el bando, salieron de<br />

Nazaret para venir a Belén, cuna de la estirpe real. Hacía frío...‖. Jesús continúa su narración y<br />

así termina todo. (Escrito el 8 de Enero de 1945).<br />

·····························<br />

1 Nota : Sobre la matanza de Herodes.- En cuanto a los Inocentes degollados por orden de<br />

Herodes el número exacto fue de 320, según afirma Jesús en los ―Cuadernos del 47‖ Pág. 342.<br />

Entre los de Belén y los de su campiña. Y aún especifica más diciendo que, entre ellos fueron<br />

188 los de Belén y 132 los de la campiña abatidos en un amplio radio por los enviados de<br />

Herodes a exterminar a los niños. Entre los sacrificados por sicarios se contaron igualmente 64<br />

niñas no identificadas como tales por los sicarios que mataban en medio de las sombras, la<br />

confusión y la furia de hacerlo cuanto antes para concluir la matanza sin dar tiempo a cualquier<br />

reacción imprevista. Como sucede siempre, el campesino exagera la verdad, y de este modo<br />

muchas leyendas falsas se han creado.<br />

--------------------000--------------------<br />

1-74-394 (2-38-433).- Noticias del dueño de la posada sobre la matanza de Herodes. Jesús que,<br />

desde las ruinas de la casa de Anna, se manifiesta como el Mesías a los betlamitas, es expulsado<br />

de Belén a pedradas.<br />

* Iscariote tiene sentido práctico.- ■ Son las primeras horas de una brillante mañana de<br />

verano... Jesús, con los brazos cruzados sobre el pecho, contempla la naturaleza que le rodea<br />

percibiendo el bullicio de las criaturas que la pueblan y sonríe. Simón Zelote pregunta a sus<br />

espaldas: ―¿Tan temprano, Maestro?‖. Jesús: ―Sí. ¿Todavía están durmiendo los otros?‖.<br />

Zelote: ―Todavía‖. Jesús: ―Son jóvenes... Me he bañado en el río. Es agua fresca que despeja la<br />

mente‖. Zelote: ―Ahora voy yo‖. Mientras Simón, que lleva sólo una túnica corta, se asea y<br />

luego se pone los demás vestidos, sacan la cabeza Judas y Juan. ―Dios te guarde, Maestro. ¿Es<br />

demasiado tarde?‖. Jesús: ―No. Apenas ha amanecido. Pero daos prisa que nos vamos‖. Los<br />

dos se lavan y luego se ponen la túnica y el manto. ■ Antes de que se pongan en camino, Jesús<br />

arranca unas florecillas que han brotado entre las hendiduras de dos piedras y las echa en una<br />

cajita de madera en que hay otras cosas que no puedo ver bien. Da la razón: ―Las llevaré a mi<br />

Madre. Le gustarán... ¡Vámonos!...‖. Iscariote pregunta: ―¿A dónde vamos, Maestro?‖. Jesús:<br />

―A Belén‖. Iscariote: ―¿De veras? Me parece que no hay un buen ambiente respecto a<br />

nosotros...‖. Jesús: ―No importa. Vayamos. Quiero que veáis dónde bajaron los Magos y dónde<br />

25


estaba Yo‖. Iscariote: ―Si es así, Maestro, perdona y permite que te hable. Hagamos una cosa.<br />

En Belén, en la posada, permite que sea yo el que hable y pregunte. En Judea no hay mucho<br />

cariño para los galileos y mucho menos aquí. Hagamos así: Tú y Juan parecéis galileos aun por<br />

el vestido, que es muy simple. Y luego... ¡ese pelo! ¿Por qué os gusta llevarlo tan largo?...<br />

Simón y yo os dejamos nuestro manto y cogemos el vuestro. Tú, Simón, dale a Juan; yo, al<br />

Maestro. Así... así... ¿Ves? Pareceréis, en un momento, un poco más judíos. Ahora esto.‖ Se<br />

quita el capucho: un pedazo de tela con rayas amarillas, marrones, rojas y verdes, como el<br />

manto, alternadas; sujetado por un cordón amarillo. Lo pone sobre la cabeza de Jesús, cubriendo<br />

con él ambos lados de su cara para ocultar sus largos cabellos rubios. Juan se pone el verde<br />

oscuro de Simón. ―¡Ah! ¡Ahora mejor! ¡Tengo el sentido práctico!‖. Jesús: ―Sí, es cierto Judas,<br />

tienes el sentido práctico, no hay duda... pero procura que no rebase al otro sentido, al<br />

espiritual‖. Iscariote: ―Lo haré. Pero en ciertos casos conviene saber ser más políticos que los<br />

diplomáticos. Escucha... no te enojes... es por tu bien... no me desmientas si digo cosas... cosas...<br />

que no son verdaderas‖. Jesús: ―¿Qué quieres dar a entender? ¿Por qué mentir? Yo soy la<br />

Verdad y no amo la mentira ni en Mí, ni alrededor de Mí‖. Iscariote: ―Pero... no diré más que<br />

medias mentiras. Diré que nosotros regresamos de lugares lejanos, por ejemplo de Egipto, y que<br />

deseamos tener noticias de amigos queridos. Diré que somos judíos que regresamos de un<br />

destierro... en el fondo, hay un poco de verdad... por otra parte, soy yo el que habla... mentira<br />

más, mentira menos...‖. Jesús: ―¡Pero Judas! ¿Por qué engañar?‖. Iscariote: ―¡No te preocupes,<br />

Maestro! El mundo se gobierna con mentiras. Son necesarias algunas veces. Bueno para<br />

contentarte diré sólo que venimos de lejos y que somos judíos. Esto es verdad en el 75 por<br />

ciento. Y ¡tú Juan no abras para nada tu boca! Nos traicionarías‖. Juan: ―No diré nada‖.<br />

Iscariote: ―Luego... si las cosas van bien... diremos lo que falta. Pero tengo poca esperanza...<br />

Soy astuto, y las cazo al vuelo‖. Jesús: ―Ya lo veo, Judas. Pero preferiría que fueses sencillo‖.<br />

Iscariote: ―Sirve de muy poco. En tu grupo seré quien tome las misiones difíciles. Déjame que<br />

yo me las entienda‖. Jesús se muestra poco entusiasta. Pero cede. ■ Se ponen en camino.<br />

Rodean las ruinas; luego van siguiendo una gruesa pared sin ventanas, detrás de la cual se oye<br />

rebuznar, mugir, relinchar, balar, y ese sonido desagradable desafinado de los camellos y<br />

dromedarios. La pared hace esquina. Vuelven ésta... y se encuentran en la plaza de Belén. El<br />

tanque del agua de la fuente está en el centro de la plaza, que sigue teniendo la misma forma<br />

irregular, pero que ahora es distinta en el lado opuesto a la posada. En el lugar que estaba la<br />

casita --cuando pienso en ella la veo todavía toda plateada bajo los rayos de la Estrella-- hay<br />

ahora un montón de escombros. Tan sólo queda en pie la pequeña escalera con su pequeño<br />

balcón. Jesús mira y da un suspiro. La plaza está llena de gente en torno a los vendedores de<br />

alimentos, enseres o herramientas, telas etc., los cuales han extendido sobre esteras, o colocado<br />

en cestas, sus mercancías, todas depositadas sobre el suelo; ellos están hasta en cuclillas,<br />

generalmente en el centro de su... puesto, si es que no están en pie, gritando y gesticulando,<br />

cerrando un trato con algún comprador tacaño. Zelote dice: ―Es día de mercado‖.<br />

* Noticias del posadero sobre la matanza de Herodes y el impacto que produjo en Belén.-<br />

El César dijo de Herodes: «Cerdo que se alimenta de sangre».- ■ La puerta, mejor dicho, el<br />

portal de la posada está abierta de par en par y sale por allí una hilera de asnos cargados de<br />

mercancía. Judas es el primero en entrar. Mira a su alrededor. Pilla, altanero, a un mozo de<br />

establos de pequeña estatura, sucio, que lleva solo una camisa larga, sin mangas y hasta la<br />

rodilla. ―¡Mozo!‖ grita. ―¡El patrón! ¡Enseguida! ¡Muévete, no estoy acostumbrado a esperar!‖.<br />

El muchacho sale corriendo, llevando en su prisa una escoba de ramas. Jesús: ―¡Pero Judas!<br />

¡Qué modales!‖. Iscariote: ―Silencio, Maestro. Déjame que yo me las entienda. Nos deben creer<br />

ricos y de ciudad‖. ■ El patrón viene corriendo y se deshace en inclinaciones delante de Judas.<br />

Iscariote: ―Venimos de lejos, somos judíos de la comunidad asiática. Éste, perseguido,<br />

betlemita de nacimiento, busca a sus queridos amigos de aquí. Y nosotros con Él, venimos<br />

desde Jerusalén, donde hemos adorado al Altísimo en su Casa. ¿Puedes darnos información al<br />

respecto?‖. Posadero: ―Señor, soy tu siervo... ordena‖. Iscariote: ―Queremos tener noticias de<br />

muchos pero sobre todo de Anna, la mujer que habitaba frente al albergue‖. Posadero: ―¡Oh,<br />

pobrecilla! No encontrarás a Anna sino en el seno de Abrahám y a sus hijos con ella‖. Iscariote:<br />

―¿Muerta?... ¿Por qué?‖. Posadero: ―¿No sabéis lo de la matanza de Herodes? Todo el mundo<br />

habló de ello e incluso César declaró a Herodes: «cerdo que se alimenta de sangre». ¡Ay, qué<br />

26


he dicho! ¡No me denunciéis! ¿Eres en realidad un judío?‖. Iscariote: ―Mira la señal de mi tribu.<br />

Así, pues, habla‖. Posadero: ―A Anna la mataron los soldados de Herodes, y con ella a todos<br />

sus hijos, menos a una‖. Iscariote: ―Pero ¿por qué?...¡Era muy buena!‖. Posadero: ―¿La<br />

conociste?‖. Judas miente descaradamente: ―¡Muy bien!‖. Posadero: ―La mataron por haber<br />

dado alojamiento a los que se decían ser padre y madre del Mesías... Ven aquí, a esta<br />

habitación... Las paredes tienen oídos y hablar de ciertas cosas... es peligroso‖. ■ Entran en una<br />

pequeña habitación baja y oscura. Se sientan en un diván también bajo. Posadero: ―La cosa fue<br />

así... yo intuí algo. ¡No en vano soy posadero! Nací aquí, hijo de hijos de posaderos. Tengo la<br />

malicia en la sangre. Y entonces no los acepté. Tal vez hubiera podido encontrar un rinconcillo<br />

para ellos. Pero... galileos, pobres, desconocidos, ¡no, no! ¡A Ezequías no se engaña! Y<br />

además... veía... veía... que eran diferentes... esa mujer... unos ojos... un algo... ¡no, no!; debía de<br />

tener el demonio dentro y hablar con él. Y nos lo trajo aquí... A mí no, pero sí a la ciudad. Anna<br />

era más inocente que una ovejilla, y los hospedó pocos días después, ya con el Niño. Decían que<br />

era el Mesías... ¡Oh! Cuánto dinero gané en esos días. ¡Fue mucho más que un<br />

empadronamiento! Venía incluso gente que no habría debido venir por el padrón. Venían<br />

incluso desde el mar, ¡hasta de Egipto! para ver... ¡y durante meses! ¡Qué ganancias tuve!... Los<br />

últimos en llegar fueron tres Reyes, tres potentados, o tres magos... ¡qué sé yo! ¡Un cortejo que<br />

no acababa nunca! Me ocuparon todas las cuadras y pagaron en oro heno como para un mes, y<br />

al día siguiente se fueron dejando todo allí. Y ¡qué regalos hicieron a los mozos de los establos<br />

y a las mujeres... y a mí! ¡Oh, yo no puedo decir sino bien del Mesías, fuera verdadero o falso!<br />

Me hizo ganar dinero a montones. No sufrí ningún desastre, ni siquiera muertos, porque me<br />

acababa de casar. Así pues... ¡Pero los demás...!‖. ■ Iscariote: ―Querríamos ver los lugares de la<br />

matanza‖. Posadero: ―¿Los lugares? Pero si todas las casas fueron lugar de matanza. Hubo<br />

muertos en varias millas a la redonda. Venid conmigo‖. Suben por una escalera y luego a una<br />

terraza que está encima del tajado; desde arriba se ve ampliamente el campo y toda Belén<br />

extendida como un abanico abierto sobre sus colinas. El posadero explica: ―¿Veis aquellos sitios<br />

destruidos? Allí ardieron incluso las casas porque los padres defendieron a sus hijos con las<br />

armas. ¿Veis allí aquella especie de pozo cubierto de hiedra? Son los restos de la sinagoga,<br />

quemada con el arquisinagogo dentro, que había asegurado que aquél era el Mesías. La<br />

quemaron los que se salvaron, enloquecidos por la matanza de sus hijos. Hemos tenido luego<br />

problemas... Y allí, y allí, y allí... ¿veis aquellos sepulcros? Son de las víctimas... Parecen ovejas<br />

esparcidas entre la hierba, hasta donde alcanza la mirada. Todos inocentes, y también sus padres<br />

y madres... ¿Veis aquel estanque de agua? Su agua estaba roja después que los sicarios lavaron<br />

sus armas y sus manos en ella. Y ¿habéis visto ese riachuelo de aquí detrás?... Iba enrojecido<br />

con la sangre que recogía de las cloacas... Y ahí, sí ahí enfrente... eso es lo único que queda de<br />

Anna‖. Jesús llora. El posadero le pregunta: ―¿La conocías bien?‖. Responde Judas: ―Era como<br />

una hermana para con su Madre, ¿no es así, amigo mío?‖. Jesús responde solo: ―Sí‖. El<br />

posadero dice: ―Lo comprendo‖, y se queda pensativo. Jesús se inclina hacia Judas para hablar<br />

con él en voz baja. Iscariote dice: ―Mi amigo querría ir a esas ruinas‖. Posadero: ―¡Pues que<br />

vaya! ¡Pertenecen a todos!‖. Bajan, se despiden y se van. El posadero queda desilusionado. Tal<br />

vez esperaba alguna ganancia.<br />

* ―La matanza fue venganza de Satanás por ser Belén cuna del Salvador”.- Jesús<br />

apedreado al manifestarse como el Salvador nacido en Belén.- ■ Atraviesan la plaza. Suben<br />

por la pequeña escalera que ha quedado en pie. ―Por aquí‖, dice Jesús, ―mi Madre me sacó a<br />

saludar a los Magos y desde aquí bajamos para huir a Egipto‖. Hay gente que mira a los cuatro<br />

que están sobre las ruinas. Uno pregunta: ‖¿Parientes de la muerta?‖. Responden: ―Amigos‖.<br />

Una mujer grita: ―No hagáis ningún mal, al menos vosotros, a la muerta, como los otros amigos<br />

suyos se lo hicieron a la viva, y luego escaparon salvos‖. Jesús está de pie en la terraza, contra el<br />

muro que la limita, por tanto a una altura de unos dos metros con respecto de la plaza, con el<br />

vacío por detrás, un vacío rico de luz que le aureola todo y hace aún más cándida su vestidura de<br />

lino blanquísimo que le cubre --solo el vestido, ahora que el manto se ha deslizado desde los<br />

hombros y está a sus pies como un pedestal multicolor--. Más atrás, el fondo verde y desaliñado<br />

de lo que fuera el jardín y la tierra propiedad de Anna, ahora lleno de arbustos y de escombros.<br />

■ Jesús extiende los brazos. Judas, que ve el gesto, dice: ―¡No hables! ¡Sé prudente!‖. Pero<br />

Jesús llena la plaza con su voz fuerte: ―¡Hombres de Judá! ¡Hombres de Belén, escuchadme!<br />

27


¡Oidme, vosotras, mujeres de la sagrada tierra de Belén! Oid a uno que viene de David, que<br />

sufrió persecuciones, que honrándose con hablaros, lo hace para daros luz y consuelo.<br />

Escuchadme‖. La multitud deja de hablar, de pelear, comprar y se amontona. ―Es un Rabí‖.<br />

―Ciertamente que viene de Jerusalén‖. ―¿Quién es?‖. ―¡Qué hermoso es!‖. ―¡Qué voz!‖. ―¡Qué<br />

ademanes!‖. ―¡Claro, si es de la descendencia de David!‖. ―¡Entonces es nuestro! ¡Oigamos!<br />

¡oigamos!‖. Toda la plaza está ahora contra la pequeña escalera, que parece púlpito. ―Está dicho<br />

en el Génesis: «Pondré enemistad entre ti y la Mujer... Ella te aplastará la cabeza y tú estarás<br />

al acecho de su calcañal...». Y también está dicho: «Multiplicaré tus sufrimientos y tus partos...<br />

y la tierra producirá cardos y espinas». Ésta es la condena del hombre, de la mujer y de la<br />

serpiente. Habiendo venido de lejos a venerar la tumba de Raquel, he oído en el viento de la<br />

tarde, en el rocío de la noche, en el llanto del ruiseñor por la mañana, el sollozo de la Raquel de<br />

antaño, repetido por bocas y bocas de madres de Belén en medio de los sepulcros o en medio de<br />

sus corazones. Y he escuchado el dolor de Jacob clamando en el dolor de los viudos, ya sin<br />

esposa porque el dolor la mató...Yo lloro con vosotros. Pero oid, hermanos de la tierra mía.<br />

Belén, tierra bendita, la más pequeña de entre las ciudades de Judá, pero la mayor ante los ojos<br />

de Dios y del linaje humano, porque siendo la cuna del Salvador, como dice Miqueas,<br />

precisamente por esta razón, por estar destinada a ser el tabernáculo en que reposaría la gloria<br />

de Dios, el Fuego de Dios, su amor Encarnado, Satanás desencadenó su odio. «Pondré<br />

enemistad entre ti y la Mujer...». ¿Qué mayor enemistad puede haber que la que tiene por objeto<br />

los hijos, corazón del corazón de la mujer? Y ¿qué pie más fuerte que el de la Madre del<br />

Salvador? He aquí por tanto que fue natural la venganza de Satanás vencido, el cual, no, no<br />

contra el calcañal, sino contra el corazón de las madres, lanzó su asechanza. ¡Oh!, los<br />

sufrimientos del parto de los hijos se multiplicaron al perderlos! ¡Oh, terribles cardos que<br />

después de haber sembrado y sudado por los hijos, seguir siendo padre pero sin prole! Pero<br />

¡regocíjate, Belén! Tu sangre más pura, la sangre de los inocentes, ha abierto camino de<br />

llama y púrpura al Mesías...”. ■ La multitud, que, desde que Jesús ha nombrado al Salvador<br />

y luego a la Madre del mismo, ha ido progresivamente inquietándose, ahora muestra un indicio<br />

más claro de agitación. ―¡Calla, Maestro!‖ dice Judas ―¡Vámonos!‖. Pero Jesús no le hace caso.<br />

Continúa: ―... al Mesías, salvado de los tiranos por la Gracia de Dios Padre para conservárselo al<br />

pueblo para su salvación y...‖. Se oye una voz chillona de mujer: ―¡Cinco, cinco, había yo<br />

parido y ninguno de ellos está en mi casa! ¡Desgraciada de mí!‖ histéricamente grita. Es el<br />

principio de la gritería. Otra mujer se arroja al polvo y desgarrando sus vestidos, muestra un<br />

pecho con el pezón mutilado y grita: ―¡Aquí, aquí en esta mama me degollaron a mi<br />

primogénito! La espada le partió la cara junto con mi pezón. ¡Oh, Elíseo mío!‖. Otra: ―¿Y yo?<br />

¿Y yo?... ¡He ahí mi palacio!: tres tumbas en una, veladas por el padre. Marido e hijos<br />

juntos.¡Ahí, ahí está!... Si está el Salvador entre nosotros, que me devuelva a mis hijos, a mi<br />

esposo, y que me salve de la desesperación, ¡que me salve Belzebú!‖. Todos a una gritan: ―A<br />

nuestros hijos, a nuestros hijos, a nuestros maridos y padres, ¡que nos los devuelva, si está entre<br />

nosotros!‖. Jesús mueve los brazos para imponer silencio. ―Hermanos de mi misma tierra: yo<br />

querría devolver a vuestra carne, sí, incluso a vuestra carne, los hijos. Pero Yo os digo: sed<br />

buenos, resignaos; perdonad, tened esperanza, regocijaos en una certeza. Pronto volveréis a<br />

tener a vuestros hijos, ángeles en el Cielo, porque el Mesías va a abrir pronto la puerta del Cielo,<br />

y, si sois justos, la muerte será Vida que viene y Amor que vuelve...‖. Gente: ―¡Ah!, ¿eres Tú el<br />

Mesías?¡En nombre de Dios, dilo!‖. Jesús baja los brazos con ese gesto suyo tan dulce, tan<br />

manso, que parece un abrazo y dice: ―Lo soy‖. La gente grita: ―¡Lárgate! ¡Lárgate!... Entonces...<br />

¡Tú tienes la culpa!‖. Vuela una piedra entre silbidos e insultos. ■ Judas tiene un bello gesto...<br />

¡Si así hubiese sido siempre! Se interpone ante el Maestro, que está de pie sobre la pared<br />

pequeña del balconcito, con el manto abierto, y sin miedo alguno recibe las pedradas, sangrando<br />

incluso, y les dice a Juan y a Simón chillando: ―Llevaos a Jesús. Detrás de esos árboles, yo<br />

después iré. ¡Id, en nombre del Cielo!‖. Y a la multitud le grita: ―¡Perros rabiosos! Soy del<br />

Templo. Os denunciaré ante el Templo y ante Roma‖. La multitud siente, por un momento,<br />

temor. Pero luego vuelve otra vez a las piedras, que por fortuna no le atinan. Impertérrito Judas<br />

las recibe, y con injurias responde a las maldiciones de la multitud. Aún más, coge a vuelo una<br />

piedra y se la tira a la cabeza a un viejecito que grita como una garza desplumada viva. Y, dado<br />

que intentan asaltar la escalerilla, rápido recoge una rama seca que hay en el suelo (ya no está<br />

28


encima del pequeño muro) y la hace rotar sin piedad sobre las espaldas, cabezas y manos hasta<br />

que los soldados acuden y se abren paso con sus lanzas. Pregunta un soldado: ―¿Quién eres?<br />

¿Por qué esta riña?‖. Iscariote: ―Un judío asaltado por estos plebeyos. Estaba conmigo un rabí a<br />

quien los sacerdotes conocen. Hablaba a estos perros. Se han exaltado y nos han atacado‖.<br />

Soldado: ―¿Quién eres?‖. Iscariote: ―Judas de Keriot que pertenecía al Templo, pero ahora es<br />

discípulo del Rabí Jesús de Galilea. Soy amigo de Simón el fariseo, de Yocana el saduceo, de<br />

José de Arimatea, consejero del Sanedrín y en resumidas cuentas, esto lo puedes comprobar con<br />

Eleazar ben Anás, el gran amigo del Procónsul‖. Soldado: ―Lo verificaré ¿A dónde vas?‖.<br />

Iscariote: ―Con mi amigo a Keriot y después a Jerusalén‖. Soldado: ―Ve. Te guardaremos las<br />

espaldas‖. Judas da al soldado unas monedas. Debe ser cosa ilícita... pero usual, porque el<br />

soldado las toma pronto y cauto, saluda y sonríe. ■ Judas salta y va brincando por el baldío<br />

campo, hasta alcanzar a sus compañeros. Jesús: ―¿Estás muy herido?‖. Iscariote: ―Cosa de nada,<br />

Maestro. ¡Además, por Ti!... No obstante, también yo he dado. Debo estar todo manchado de<br />

sangre...‖. Juan: ―Sí, en la mejilla. Aquí hay un hilo de agua‖. Juan moja un pedazo de tela y<br />

lava la mejilla de Judas. Jesús: ―Lo siento, Judas... Pero mira... aun diciéndoles a ellos que<br />

éramos judíos, según tu sentido práctico...‖. Iscariote: ―Son unos brutos. Espero que te habrás<br />

convencido, Maestro, y que no insistirás‖. Jesús: ―¡Oh, no!... No por miedo sino porque por<br />

ahora es inútil. Cuando no nos quieren no se maldice, sino que uno se retira rogando por los<br />

pobres locos que se mueren de hambre y no ven el Pan. Vámonos por este camino solitario.<br />

Creo que por aquí se puede tomar el camino que lleva a Hebrón... Vamos donde los pastores, a<br />

ver si los encontramos‖. Iscariote: ―¿Para que nos den otra pedrada?‖. Jesús: ―¡No! Para<br />

decirles: «Soy Yo»‖. Iscariote: ―¡Ah! Entonces... sí que nos darán de palos ¡Treinta años hace<br />

que por tu causa padecen!‖. Jesús: ―Veremos‖. Y se internan en un bosque tupido. Los pierdo<br />

de vista. (Escrito el 9 de Enero de 1945).<br />

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1-75-403 (2-39-442).- Jesús encuentra a los pastores Elías, Leví y José.<br />

* Los pastores, fieles al recuerdo de aquel “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a<br />

los hombres de buena voluntad”.- ■ Las alturas se hacen mucho más elevadas y boscosas que<br />

las de Belén; y cuanto más se asciende se ve una verdadera cadena de montes. Jesús va subiendo<br />

delante de todos, proyectando su mirada hacia adelante y alrededor, como buscando algo. No<br />

habla. Escucha más las voces del arbolado que las de los discípulos, que van unos metros detrás<br />

de Él hablando bajo entre sí. Se oye lejos una campanilla, cuyo ritintín lleva el viento. Jesús<br />

sonríe. Se vuelve y dice: ―Oigo algunas ovejas‖. ―¿Dónde, Maestro?‖. ―Me parece que hacia<br />

aquella colina‖. Juan, sin decir una palabra, se quita el vestido --el manto lo llevan todos en<br />

bandolera, enrollado, porque tienen calor--, se queda solo con la prenda corta, y abraza un<br />

tronco alto y liso (yo diría que es de fresno), y sube, sube... hasta que puede ver: ―Sí, Maestro.<br />

Hay muchos rebaños y tres pastores; allí, detrás de esa arboleda‖. Baja y ya caminan seguros. Se<br />

preguntan: ―¿Serán ellos?‖. Jesús: ―Preguntaremos, Simón; si no son, nos sabrán decir algo... Se<br />

conocen entre ellos‖. Unos cien metros más. ■ Luego, ante la vista de un amplio pacedero<br />

verde, rodeado de grandes árboles añosos, hay muchas ovejas que muerden la tupida hierba.<br />

Tres hombres las están cuidando. Uno es anciano, ya completamente cano; los otros tienen: uno,<br />

aproximadamente, treinta años; el otro, unos cuarenta. ―Cuidado, Maestro. Son pastores...‖ dice<br />

Judas con tono de consejo, al ver que Jesús acelera el paso. Pero Jesús ni siquiera responde.<br />

Continúa, alto, hermoso, dándole el sol de poniente el rostro, con su vestido blanco. Se le ve tan<br />

luminoso, que parece un ángel... Cuando está en los bordes del pasto saluda: ―La paz sea con<br />

vosotros, amigos‖. Los tres sorprendidos vuelven la cara. Silencio. El más viejo pregunta:<br />

―¿Quién eres?‖. Jesús: ―Uno que te ama‖. Pastor: ―Serás el primero después de muchos años.<br />

¿De dónde vienes?‖. Jesús: ―De Galilea‖. Pastor: ―¿De Galilea?¡Ah!‖. El hombre le mira con<br />

atención. Los otros dos se han acercado. ―De Galilea‖... repite el pastor, y en voz baja como si<br />

hablase consigo mismo: ―También Él era uno que venía de Galilea... ¿De qué lugar, Señor?‖.<br />

Jesús: ―De Nazaret‖. Pastor: ―¡Ah! Entonces dime. ¿Ha regresado un Niño, con una mujer de<br />

nombre <strong>María</strong> y un hombre de nombre José, un Niño aún más hermoso que su Madre, una flor<br />

bella que jamás vi en las laderas de Judá? Un Niño que nació en Belén de Judá, cuando fue el<br />

edicto. Un Niño que luego huyó, para gran fortuna del mundo. ¡Un Niño que... yo daría la vida<br />

29


por saber que está vivo y que ahora será ya un hombre!‖. Jesús: ―¿Por qué dices que el que Él<br />

huyera ha sido una gran fortuna para el mundo?‖. Pastor: ―Porque Él era el Salvador, el Mesías<br />

y Herodes le quería matar. No estaba yo cuando huyó con su padre y su Madre... Cuando tuve<br />

noticias de la matanza y volví --porque yo también tenía hijos (sollozo), Señor, y una mujer<br />

(sollozo) y me habían dicho que habían sido asesinados (otro sollozo), pero te juro por el Dios<br />

de Abraham, que temblaba yo más por Él que por mi propia carne--, supe que había huido, y ni<br />

siquiera pude preguntar, ni siquiera pude recoger a mis hijos degollados... ■ Me apedreaban<br />

como a un leproso, como un inmundo, como un asesino... Y tuve que huir a los bosques, llevar<br />

una vida de lobo... hasta que encontré a un patrón de ganado. ¡Oh, pero no es como era Anna!...<br />

¡Es duro y cruel!... Si una oveja se disloca una pata, si el lobo me lleva un cordero, o recibo<br />

palos hasta sangrar o me quita mi poca paga o debo trabajar en los bosques para otros, hacer<br />

algo, para pagar, siempre el triple del valor. Pero no importa. He dicho siempre al Altísimo:<br />

«Permíteme que vea a tu Mesías, haz que al menos sepa que está vivo, y todo lo demás es<br />

nada». Señor, pude haber devuelto mal por mal, o hacer el mal, robando, para no sufrir a causa<br />

del patrón. Pero solo he querido perdonar, padecer, ser honrado, porque los ángeles dijeron:<br />

«Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad»‖. ■ Jesús:<br />

―¿Dijeron eso exactamente?‖. Pastor: ―Sí, Señor, créelo Tú, al menos Tú, que eres bueno.<br />

Conoce Tú al menos, y cree, que el Mesías ha nacido. Nadie lo quiere creer. Pero los ángeles no<br />

mienten... y no estábamos borrachos como dijeron. Éste, mira, era entonces un niño y fue el<br />

primero en ver al ángel. No bebía sino leche. Los ángeles dijeron: «Hoy en la ciudad de David<br />

ha nacido el Salvador, que es el Mesías, el Señor, y le reconoceréis por esto: encontraréis a un<br />

Niño recostado sobre un pesebre, envuelto en pañales»‖. Jesús: ―¿De veras dijeron eso? ¿No<br />

oísteis mal? ¿No os equivocáis, después de tanto tiempo?‖. Pastor: ―¡Oh, no! ¿Verdad Leví?<br />

Para no olvidarlo --ya de por sí no habríamos podido, porque eran palabras del Cielo y se<br />

esculpieron con fuego del Cielo en nuestros corazones-- todas las mañanas, todas las noches,<br />

cuando el sol sale, cuando brilla la primera estrella, decimos esas palabras como oración, como<br />

bendición, como fuerza, y consuelo, juntamente con el Nombre de Él y el de su Madre‖. Jesús:<br />

―¡Ah! ¿decís: Mesías?‖. Pastor: ―No Señor. Decimos: Gloria a Dios en los Cielos altísimos y<br />

paz en la tierra a los hombres de buena voluntad, por el Mesías que nació de <strong>María</strong> en un establo<br />

de Belén y que, siendo el Salvador del mundo, estaba envuelto en pañales en un pesebre‖. ■<br />

Jesús: ―Pero en definitiva, ¿vosotros a quién buscáis?‖. Pastor: ―Al Mesías, Hijo de <strong>María</strong>, al<br />

Nazareno, al Salvador‖. Jesús: ―Soy Yo‖. A Jesús se le ilumina el rostro al manifestarse a éstos<br />

tenaces hombres que le han amado. Tenaces, fieles, pacientes. Los tres se echan a tierra y besan<br />

los pies de Jesús entre llantos de alegría: ―¡Tú! ¡Oh!¡Señor, Salvador nuestro Jesús!‖. Jesús:<br />

―Levantáos. Levántate Elías; también Leví y tú, que no sé quién eres‖. Pastor: ―José, hijo de<br />

José‖. Jesús: ―Éstos son mis discípulos, Juan es galileo; Simón y Judas Iscariote, judíos‖. Los<br />

pastores ya no están rostro en tierra, pero sí todavía de rodillas, echados hacia atrás sobre sus<br />

calcañares. Adoran al Salvador, con ojos de amor, labios que tiemblan de emoción, con rostros<br />

enrojecidos de alegría.<br />

* ―Vosotros me dais lo que yo busco: amor, fe y esperanza que resiste por años y al fin<br />

florece”.- ■ Jesús se sienta en la hierba. Pastores: ―No, Señor. En la hierba, Tú, no, Rey de<br />

Israel‖. Jesús: ―No os preocupéis, amigos. Soy pobre; un carpintero, para el mundo. Rico solo<br />

de amor para el mundo, y del amor que los buenos me dan. Vine para estar con vosotros, para<br />

compartir con vosotros el pan de esta noche, dormir a vuestro lado sobre el heno y recibir<br />

consuelo de vosotros...‖. Pastores: ―¡Oh, consuelo! Somos hombres sin educación y<br />

perseguidos‖. Jesús: ―También Yo lo estoy. Pero vosotros me dais lo que busco: amor, fe y<br />

esperanza que resiste durante años y al fin florece. ¿Veis? Habéis sabido esperarme, al creer sin<br />

dudar que era Yo. Y Yo he venido‖. ■ Elías: ―¡Oh, sí! Has venido. Ahora, aunque me muera, no<br />

tengo nada que me dé dolor, porque lo que esperé lo tengo‖. Jesús: ―No, Elías. Tú vivirás hasta<br />

después el triunfo del Mesías. Tú, que viste mi alba, debes ver mi resplandor‖.<br />

* Elías da noticias a Jesús de la situación actual de aquellos doce pastores de Belén.- ■<br />

Después, Jesús pegunta: ―¿Y los otros? Erais doce: Elías, Leví, Samuel, Jonás, Isaac, Tobías,<br />

Jonatás, Daniel, Simeón, Juan, José y Benjamín. Mi Madre me decía siempre vuestros nombres,<br />

como el nombre de mis primeros amigos‖. Los pastores se muestran cada vez más conmovidos.<br />

Jesús: ―¿En dónde están los demás?‖. Elías: ―El viejo Samuel hace veinte años que murió. Era<br />

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ya anciano. A José le mataron peleando en la puerta de la salida, para dar tiempo a su esposa,<br />

madre desde hacía pocas horas, de huir con éste, al que yo recogí por amor de mi amigo, y por...<br />

seguir teniendo niños a mi alrededor. También tomé conmigo a Leví... le perseguían. Benjamín<br />

con Daniel pastorean en Líbano. Simeón, Juan y Tobías, que ahora prefiere que se llame Matías,<br />

en recuerdo de su padre, al cual también le mataron, son discípulos de Juan Bautista. Jonás está<br />

en la llanura de Esdrelón, al servicio de un fariseo. Isaac está sólo, en Yutta, con los riñones<br />

despedazados y sumido en la mayor miseria. Le ayudamos como podemos... pero, golpeados<br />

como somos por todos, estamos en la ruina y lo poco que le damos es como gotas de rocío en un<br />

incendio. Jonatás es ahora servidor de uno de los grandes de Herodes‖. ■ Jesús: ―¿Cómo habéis<br />

logrado, sobre todo Jonatás, Jonás, Daniel y Benjamín, conseguir estos trabajos?‖. Elías: ―Me<br />

acordé de Zacarías, pariente tuyo... Tu Madre me había mandado a él. Y cuando nos volvimos a<br />

encontrar entre los desfiladeros de Judea, fugitivos y maldecidos, los llevé donde Zacarías. Se<br />

portó bien. Nos protegió, nos dio de comer y nos buscó un patrón como pudo. Yo ya había<br />

tomado a mi cuidado todo el ganado de Anna de manos del herodiano... y me quedé a su<br />

servicio... Cuando el Bautista llegó a la edad adulta y empezó a predicar, Simeón, Juan y Tobías<br />

se fueron con él‖. Jesús: ―Pero el Bautista ahora está prisionero‖. Elías: ―Sí. Y ellos vigilan en<br />

torno a Maqueronte, con un puñado de ovejas para no levantar sospechas; ovejas que les ha<br />

dado un hombre rico, discípulo de Juan, tu pariente‖. Jesús: ―Me gustaría ver a todos‖. Elías:<br />

―Sí, Señor. Iremos a decirles: «Venid, Él está vivo. Se acuerda de vosotros y os ama»‖. Jesús:<br />

―Pero primero iremos a ver a Isaac. ¿En dónde están sepultados Samuel y José?‖. Elías:<br />

―Samuel en Hebrón. Quedó al servicio de Zacarías. José... no tiene tumba, Señor. Murió en su<br />

casa incendiada‖. Jesús: ―Pronto estará en la Gloria, no entre las llamas de los crueles, sino<br />

entre las llamas del Señor. Yo te lo digo, a ti, José, hijo de José, Yo te lo aseguro. Ven a que te<br />

bese para agradecer a tu padre‖. Elías: ―¿Y mis hijos?‖. Jesús: ―Son ángeles, Elías; ángeles que<br />

repetirán el «Gloria» cuando el Salvador sea coronado‖. Elías: ―¿Rey?‖. Jesús: ―No. Redentor.<br />

¡Qué cortejo de justos y santos! ¡Y delante irán las falanges blancas y purpúreas de los niñitos<br />

mártires! Y al abrirse las puertas del Limbo, subiremos juntos al Reino en donde no existe la<br />

muerte. ¡Y luego iréis vosotros y volveréis a encontrar a vuestros padres, madres e hijos en el<br />

señor! ¿Lo creéis?‖. Pastores: ―Sí, Señor‖. Jesús: ―Llamadme Maestro. ■ Ya llega la noche, la<br />

primera estrella ha nacido. Di tu oración antes de cenar‖. Elías: ‖Yo no, Tú‖. Jesús: ―Gloria a<br />

Dios en los Cielos altísimos y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad que han<br />

merecido ver la luz y servirle. El Salvador está entre vosotros. El Pastor de la estirpe real está<br />

entre su grey. La Estrella matutina ha nacido. ¡Alegraos justos! Alegraos en el Señor. Él, que<br />

creó los Cielos y los sembró con estrellas, Él, que puso límite entre la tierra y los mares, Él, que<br />

creó los vientos y el rocío, que dispuso las estaciones para que den pan y vino a los hijos, he<br />

aquí que os manda un Alimento mucho mayor: el Pan vivo que baja del Cielo, el Vino de la<br />

eterna Vid eterna. Venid. Vosotros, primicias de los que me adoraron. Venid a conocer<br />

realmente al Padre, para que le sigáis santamente y consigáis el premio eterno‖. Jesús dijo esta<br />

plegaria, de pie, con los abrazos abiertos, mientras que discípulos y pastores están arrodillados.<br />

* ―¿Cómo servirán al Mesías, ellos, unos incultos?”.- ■ Después se reparten pan y una<br />

escudilla de leche recién ordeñada, y, dado que son tres los tazones --o calabazas vaciadas, no<br />

sabría decirlo--, primero comen Jesús, Simón y Judas, luego Juan (al cual Jesús le pasa su taza)<br />

con Leví y José; Elías come el último. Las ovejas ya no pastan, se reúnen en un gran grupo<br />

compacto en espera de ser conducidas quizás a su aprisco. Sin embargo, veo que los tres<br />

pastores las conducen al bosque, debajo de un rústico cobertizo de ramas cercado de cuerdas.<br />

Ellos se ponen a prepararles a Jesús y a los discípulos un lecho de heno. Se encienden algunos<br />

fuegos, tal vez, para los animales salvajes. Judas y Juan, cansados, se echan; al poco tiempo ya<br />

están dormidos. Simón querría hacerle compañía a Jesús, pero al cabo de un poco él también se<br />

queda dormido, sentado en el heno y con la espalda apoyada en un poste. ■ Permanecen<br />

despiertos Jesús y los pastores. Y hablan: de José, de <strong>María</strong>, de la huida a Egipto, del regreso...<br />

Luego, después de estas preguntas de amor, vienen otras de mayor importancia: ¿qué hacer para<br />

servir a Jesús?, ¿cómo hacerlo ellos, pastores sin educación? Jesús instruye y explica. ―Ahora<br />

Yo voy por Judea. Siempre los discípulos os tendrán informados. Después haré que vayáis<br />

conmigo. Entre tanto, reunios. Procurad que cada uno tenga noticias de los demás y que sepan<br />

de mi presencia en el mundo, como Maestro y Salvador; y, como podáis, manifestadlo a otras<br />

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gentes. No os prometo que siempre se os creerá. Yo he recibido escarnios y golpes, vosotros<br />

también recibiréis. Pero así como supisteis ser fuertes y justos en la espera, sedlo más aún ahora<br />

que sois míos. ■ Mañana iremos hacia Yutta, luego a Hebrón. ¿Podéis venir?‖. Pastores: ―¡Oh,<br />

sí! Los caminos son de todos y los pastos son de Dios. Tan sólo el odio injusto nos tiene<br />

alejados de Belén. Los otros pueblos saben todo... pero solo se burlan de nosotros llamándonos<br />

«Bebedores». Por esto, muy poco podremos hacer aquí‖. Jesús: ―Os llamaré para que vayáis a<br />

otro lugar. No os abandonaré‖. Pastores: ―¿Durante toda la vida?‖. Jesús: ―Durante toda mi<br />

vida‖. Elías: ―No, primero moriré yo, Maestro. Soy viejo‖. Jesús: ―¿Tú lo crees? ¡No! Yo. Una<br />

de las primeras caras que vi fue la tuya, Elías. Y será una de las últimas. Me llevaré conmigo, en<br />

mi pupila, tu cara consternada de dolor a causa de mi muerte. Pero después será tu cara la que<br />

lleve en el corazón el irradiar de una mañana triunfal, y con ella esperarás la muerte... La<br />

muerte: el encuentro eterno con el Jesús a quien adoraste cuando era pequeñito. También<br />

entonces los ángeles cantarán el Gloria: «para los hombres de buena voluntad». No oigo más.<br />

La dulce visión termina. (Escrito el 11 de Enero de 1945).<br />

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1-76-409 (2-40-448).- Jesús en Yutta con Isaac el pastor. – Sara y sus niños.<br />

* Isaac siente la llamada de Jesús y sus piernas inertes rec<strong>obra</strong>n fuerzas milagrosamente.-<br />

■ Jesús viene bajando con los suyos y con los tres pastores en dirección al río. Se para con toda<br />

la paciencia cuando hay que esperar a una oveja retrasada o a uno de los pastores que debe ir<br />

tras de una oveja que se le extravía. Es exactamente el Buen Pastor. También se ha buscado Él<br />

una rama larga para apartar las ramas de las moreras y de los espinos y algalias, que salen al<br />

paso por todas partes tratando de pegarse a los vestidos. Así es completa su figura de pastor.<br />

Elías: ―¿Ves?... Yutta está allá arriba. Ahora pasaremos el torrente; hay un lugar en donde se<br />

puede vadear en verano, sin tener que ir hasta el puente. Habría sido más breve venir por<br />

Hebrón, pero Tú no has querido‖. Jesús: ―No a Hebrón iremos después. Primero y siempre al<br />

que sufre. Los muertos ya no sufren, cuando son justos. Y Samuel era justo. Además, para los<br />

muertos que necesitan de oraciones, no es necesario que uno esté cerca de los huesos muertos<br />

para ofrecerlas...‖. ■ Elías: ―¿Me has dicho que quieres que Isaac sepa de tu presencia, pero sin<br />

entrar en el pueblo?‖. Jesús: ―Sí, así lo deseo‖. Elías: ―Entonces es hora de separarnos. Yo iré a<br />

verle, Leví y José se quedarán con el rebaño y con vosotros. Subo por aquí; así será más<br />

rápido‖. Elías sube por la ladera, hacia las casas blanquecinas que resplandecen con el sol.<br />

Tengo la sensación de que le sigo. Ahí está ante las primeras casas. Sigue por un callejón entre<br />

casas y huertos. Continúa caminando algunas decenas de metros. Tuerce y va a dar a una calle<br />

más ancha, que le lleva a una plaza. No he dicho que todo sucede en las primeras horas<br />

matinales. Lo digo ahora para que se comprenda por qué en la plaza hay todavía mercado, y que<br />

amas de casa y vendedores se desgañitan en torno a los árboles que dan sombra en la plaza. ■<br />

Siguiendo un camino que parte de la plaza, en una esquina, hay una casa pobre, mejor dicho,<br />

una habitación con la puerta abierta. Casi a la puerta hay un lecho miserable y sobre él hay un<br />

enfermo que es todo un esqueleto, que pide entre lamentos una limosna. Elías entra como rayo.<br />

―Isaac... soy yo‖. Isaac: ―¿Tu?... No te esperaba. Viniste la luna pasada‖. Elías: ―Isaac...<br />

Isaac... ¿Sabes por qué he venido?‖. Isaac: ―No sé... Estás excitado... ¿Qué pasa?‖. Elías: ―He<br />

visto a Jesús de Nazaret, ya hombre, y Rabí. Ha venido a buscarme...y quiere vernos. ¡Oh,<br />

Isaac! ¿Te sientes mal?‖. En realidad Isaac está como alguien que fuese a morir, pero toma<br />

aliento. Dice: ―No. La noticia...¿Dónde está? ¿Cómo es? ¡Oh, si pudiera verle!‖. Elías: ―Está<br />

allá abajo, hacia el valle. Me manda que te diga esto, nada más esto: «Ven, Isaac, quiero verte<br />

y bendecirte». Isaac: ―¿Ha dicho eso?‖. Elías: ―Eso. Pero, ¿qué haces?‖. Isaac: ―Me pongo en<br />

camino‖. Isaac hace a un lado las cobijas, mueve las inertes piernas, las saca fuera del jergón de<br />

paja, las pone en el suelo, se levanta todavía un poco incierto, vacilante. Todo sucede en un<br />

instante, bajo los ojos desencajados de Elías... que al fin entiende y da un grito... Se asoma una<br />

mujercita curiosa. Ve al enfermo de pie, cubriéndose --no tiene otra cosa-- con una de las<br />

cobijas, y se echa a correr gritando como una gallina. Isaac: ―Vamos... Vamos por aquí, para<br />

tardar menos y no toparnos con mucha gente... Rápido, Elías‖. Y salen los dos de estampida por<br />

una puerta de un huerto que da a la parte posterior, empujan la puerta de ramas secas; ya están<br />

afuera; marchan rápidamente por una callejuela miserable, luego siguen por un camino entre<br />

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huertos, y continúan bajando, por los prados y arboledas, hasta llegar al río. ■ Elías, señalando a<br />

Jesús con el dedo, le dice: ―¡Mira allí a Jesús! Aquel alto, hermoso, rubio, vestido de blanco y<br />

con el manto azul...‖. Isaac corre, se hace paso entre el rebaño que pace, y con un grito de<br />

triunfo, de alegría, de adoración, se postra a los pies de Jesús. Jesús: ―Levántate Isaac. He<br />

venido a traerte la paz y bendición. Levántate para que vea tu cara‖. Pero Isaac no quiere<br />

levantarse. Son demasiadas las emociones juntas, y continúa en medio de su llanto silencioso,<br />

con la cara contra el suelo. Jesús: ―Has venido inmediatamente. No te has preguntado si<br />

podías...‖. Isaac: ―Tú me has mandado decir que viniese... y he venido‖. Elías: ―Ni siquiera ha<br />

cerrado la puerta, ni ha recogido las limosnas, Maestro‖. Jesús: ―¡No importa! Los ángeles<br />

vigilarán su habitación ¿Estás contento Isaac?‖. Isaac: ―¡Oh Señor!‖. Jesús: ―Llámame<br />

Maestro‖. Isaac: ―Sí, Señor, Maestro mío. Aunque no me hubiese curado, me habría sentido<br />

feliz de verte. ¿Cómo he podido obtener de Ti tanta gracia?‖. Jesús: ―Por tu fe y tu paciencia,<br />

Isaac. Sé cuánto has sufrido...‖. Isaac: ―¡Nada!, ¡nada! ¡Ya nada!¡Te he encontrado! ¡Estás<br />

vivo! ¡Estás aquí! Esto es lo que vale... Lo demás, todo lo demás, pertenece al pasado‖.<br />

* Isaac llamado a ser discípulo: “Para confesar, contra burlas y amenazas, mi presencia en<br />

el mundo y decir que te he llamado y has venido”.- ■ Isaac añade: ―Pero, Señor y Maestro,<br />

ahora ya no te vas ya ¿verdad?‖. Jesús: ―Isaac, tengo a todo Israel para evangelizar. Me voy...<br />

Pero si no puedo quedarme, tú sí me puedes seguir y servir. ¿Quieres ser mi discípulo, Isaac?‖.<br />

Isaac: ―¡Oh! ¡Pero no serviré para ser discípulo!‖. Jesús: ―¿Sabrás confesar mi presencia en el<br />

mundo?, ¿confesarlo contra las burlas y amenazas?, ¿y decir que Yo te he llamado y has<br />

venido?‖. Isaac: ―Aun cuando Tú no lo quisieras, todo esto diría yo. En esto te desobedecería,<br />

Maestro. Perdona que lo diga‖. Jesús sonríe y dice: ―¿Ves cómo eres capaz de ser mi<br />

discípulo?‖. Isaac: ―¡Oh, si solo es para hacer esto!... Pensaba que sería una cosa más difícil,<br />

que tendría que ir a la escuela de los rabinos para servirte, Rabbí de los rabinos... y así de viejo<br />

ir a la escuela...‖. El hombre, tiene al menos cincuenta años. ■ Jesús: ―Tú ya has aprendido lo<br />

que se enseña en una escuela, Isaac‖. Isaac: ―¿Yo? ¡No!‖. Jesús: ―Tú, Sí. ¿No has seguido<br />

creyendo y amando, respetando y bendiciendo a Dios y al prójimo, sin tener envidia, sin desear<br />

lo ajeno, e incluso lo que era tuyo y ya no tenías? ¿No has seguido diciendo solo la verdad, aun<br />

cuando ello te perjudicase? ¿No has evitado fornicar con Satanás cometiendo pecados? ¿No has<br />

hecho todo esto en estos treinta años de desventura?‖. Isaac: ―Sí, Maestro‖. Jesús: ―Lo ves. La<br />

escuela ya la has terminado. Sigue así y añade la revelación de mi presencia en el mundo. No<br />

hay nada más que hacer‖.<br />

* Isaac ya predicó: del Niño, Ángeles, Magos, y... de <strong>María</strong>, “porque pronunciar ese<br />

nombre es como tener miel en la boca‖.- ■ Isaac: ―Ya te he predicado, Señor Jesús. Les hablé<br />

a los niños que venían, cuando ya casi inválido, llegué a este pueblo pidiendo un pan y cuando<br />

todavía podía trabajar de esquilador o haciendo productos lácteos, y luego, cuando venían<br />

alrededor de mi cama, cuando mi mal se había hecho fuerte y había perdido todas las fuerzas de<br />

las piernas. Les hablaba de Ti a los niños de aquellos tiempos y a los niños de ahora, hijos de<br />

aquellos... Los niños son buenos y creen siempre... Les contaba de cuando naciste... de los<br />

ángeles y de la Estrella de los Magos... ■ y de tu Madre... ¡Dime!:¿vive todavía?‖. Jesús: ―Vive<br />

y te manda saludos. Siempre habla de vosotros‖. Isaac ―¡Oh, si pudiera verla!‖.Jesús: ―La<br />

verás. Algún día vendrás a mi casa. <strong>María</strong> se dirigirá a ti con el saludo de «amigo»‖. Isaac:<br />

―<strong>María</strong>... sí. ¡Es como tener miel en la boca al pronunciar ese nombre...!‖.<br />

* ―Sara y Joaquín, que me han dado siempre refugio y ayuda, han puesto a sus hijos los<br />

nombres de <strong>María</strong>, José, Emmanuel y ahora están pensando en el nombre que le pondrán<br />

al cuarto recién nacido”.- ■ Isaac: ―Hay una mujer en Yutta, --ahora es ya mujer, madre,<br />

desde hace poco, de su cuarto hijo--, que entonces era una niña, una de mis pequeñas amigas... y<br />

ha puesto a sus hijos los nombres de <strong>María</strong> y José a los dos primeros, y, como no atreviéndose a<br />

poner al tercero el nombre de Jesús, le ha puesto el nombre de Emmanuel, como signo de<br />

bendición para sí misma, para su casa y para Israel. Y ahora está pensando en el nombre que<br />

dará al cuarto, que ha nacido hace seis días. ¡Ah, cuando sepa que estoy curado, y que Tu estás<br />

aquí! ¡Sara, la mamá, es buena como el pan, y bueno es también su esposo Joaquín. Y ¡qué<br />

decir de sus familiares! Estoy vivo por ellos. Me han dado siempre refugio y ayuda‖. Jesús:<br />

―Vamos a su casa a pedirles refugio mientras baja el sol y a llevarles una bendición por su<br />

caridad”. Isaac: ―De este lado, Maestro, es más fácil para el ganado y para evitar a la gente que<br />

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ciertamente estará agitada. La anciana que me ha visto ponerme en pié con seguridad ya lo<br />

habrá contado.‖ ■ Ahí están los prados con los manzanos, las higueras y los nogales. Ahí está<br />

la casa, blanca sobre verde, con su ala saliente que protege la escalera formando un pórtico y<br />

mirador. Ahí está la pequeña cúpula en la parte más alta, y el huerto jardín, con el pozo, la<br />

pérgola, los cuadros... Un gran murmullo sale de la casa. Isaac se adelanta, entra, llama con<br />

fuerte voz: ―¡<strong>María</strong>, José, Emmanuel, ¿dónde estáis? Venid con Jesús‖. Acuden tres críos: una<br />

niña de casi cinco años y dos niños de los cuatro a los dos, el último todavía con el paso un poco<br />

inseguro. Se quedan con la boca abierta ante el... resucitado. Luego la niña grita: ―¡Isaac!<br />

¡Mamá! ¡Isaac está aquí! ¡Es verdad lo que ha visto Judit!‖. ■ De una habitación donde hay un<br />

gran murmullo de voces, sale una mujer. Es la madre de lozano aspecto, morena, alta,<br />

exuberante en su mirar lejano, hermosa toda... que exclama: ―¡Isaac! ¿Pero cómo es posible?<br />

Judit... Creía que el sol la había hecho perder la cabeza... ¡Andas!... ¿Qué ha sucedido?‖. Isaac:<br />

―¡El Salvador ¡Oh! ¡Sara! ¡Él es ya una realidad y ha venido!‖. Sara: ―¿Quién? ¿Jesús de<br />

Nazaret? ¿Dónde está?‖. Isaac: ―¡Allí, detrás del nogal! ¡Y dice que si se le puede recibir!‖.<br />

Sara: ―¡Joaquín! ¡Madre! ¡Todos! ¡Venid! ¡Está aquí el Mesías!‖. Salen todos corriendo:<br />

mujeres, hombres, muchachos, niños; salen dando gritos, chillando... Pero, al ver a Jesús, alto,<br />

majestuoso, pierden toda vehemencia y quedan como petrificados. Jesús: ―Paz a esta casa y a<br />

todos vosotros. La paz y la bendición de Dios‖. Jesús se dirige, despacio, sonriente, hacia el<br />

grupo de personas. ―Amigos, ¿queréis recibir en vuestra casa al Viandante?‖ y sonríe aún más.<br />

Su sonrisa ya vence los temores. El esposo tiene el valor de hablar: ―Entra, Mesías. Te hemos<br />

amado sin conocerte. Te amaremos mucho más conociéndote‖.<br />

* ―La historia de Israel tiene muchos nombres grandes, dulces y benditos. Los más dulces<br />

y benditos ya los tienen éstos. Pero hay tal vez todavía otro...”.- ■ Joaquín: ― Mi casa está<br />

de fiesta por tres motivos: Por Ti, por Isaac y por la circuncisión de mi tercer varoncito.<br />

Bendícelo, Maestro. ¡Mujer, trae al niño! Entra, Señor‖. Pasan a una sala preparada para la<br />

fiesta. Mesas y platos, manteles y ramas verdes por todas partes. Sara vuelve con un hermoso<br />

niño recién nacido y se lo presenta a Jesús. Jesús: ―Dios sea siempre con él. ¿Cómo se llama?‖.<br />

Sara: ―No tiene nombre. Ésta es <strong>María</strong>, éste es José, éste Emmanuel, éste... todavía no tiene...‖.<br />

Jesús mira a los esposos sonriendo: ―Buscadle un nombre, si es que hoy debe ser circuncidado‖.<br />

Los dos se miran, le miran, abren la boca y la cierran sin decir palabra alguna. Todos están<br />

atentos. Jesús insiste: ―La historia de Israel tiene muchos nombres grandes, dulces, benditos.<br />

Los más dulces y benditos ya los tienen éstos. Pero tal vez hay todavía otro‖. Al unísono los dos<br />

esposos dicen: ―¡El tuyo, Señor!‖ y la esposa termina diciendo: ‖pero es demasiado santo..‖.<br />

Jesús sonríe y pregunta:‖ ¿Cuándo será circuncidado?‖. Sara: ―Estamos esperando al que va a<br />

circuncidar‖. Jesús: ―Estaré presente en la ceremonia. Entre tanto, os agradezco lo que habéis<br />

hecho por mi Isaac. Ahora no tiene más necesidad de los buenos, pero los buenos tienen<br />

necesidad todavía de Dios. Habéis puesto al tercero el nombre de «Dios con nosotros». Y sin<br />

embargo, a Dios lo teníais desde que tuvisteis caridad para con mi siervo. Seáis benditos. En la<br />

tierra y en el cielo vuestra acción será recordada‖. ■ Sara: ―¿Isaac se va ahora? ¿Nos deja?‖.<br />

Jesús: ―¿Os duele? Él debe servir a su Maestro. No obstante, volverá, y Yo también vendré.<br />

Vosotros, entre tanto, hablaréis del Mesías...¡Hay tanto que decir para convencer al mundo!...<br />

Llega la persona que esperábamos‖. ■ Entra un personaje pomposo con su criado. Saludos e<br />

inclinaciones. ―¿Dónde está el niño?‖ pregunta con solemnidad. Sara: ―Aquí está. Pero saluda<br />

al Mesías. Está aquí‖. ―¿El Mesías?... ¿El que curó a Isaac? Bueno... Hablaremos de esto más<br />

tarde. Tengo mucha prisa. El niño y su nombre‖. Los presentes están mortificados con tales<br />

modales. Sin embargo, Jesús sonríe como si tales desaires no fuesen para Él. Toma al bebé, lo<br />

toca en su frentecita con sus hermosos dedos, como si los fuese a consagrar y dice: ―Su nombre<br />

es Jesai‖ y se lo vuelve a dar al padre, el cual, junto con el personaje soberbio y con otros, se<br />

dirige a la habitación vecina. Jesús se queda en donde está hasta que regresan con el niño<br />

llorando desesperadamente. Jesús, para consolar a la angustiada madre, dice: ―Mujer, dame al<br />

niño ¡Ya no llorará!‖. El niño al ser puesto sobre las rodillas de Jesús, se calla al punto.<br />

* ―Judas, deja que me llame por mi Nombre. Sólo cuando pasa por los labios inocentes no<br />

pierde el sonido que tiene en los labios de mi Madre... Sólo los inocentes, que ni calculan<br />

interés ni odian, lo pronunciarán con amor...”.- ■ Se forma un grupo aparte alrededor de<br />

Jesús, con los niños, los pastores y los discípulos. Afuera se oye el balar a las ovejas (Elías las<br />

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ha metido en el aprisco). En la casa hay rumor de fiesta. Traen dulces y bebidas a Jesús y a los<br />

suyos. Pero Jesús distribuye éstas a los pequeños. Joaquín: ―¿No bebes, Maestro? ¿No lo<br />

aceptas? Te lo damos de corazón‖. Jesús: ―Lo sé, Joaquín, y lo acepto de corazón. Pero déjame<br />

que primero dé gusto a los pequeñuelos; ellos constituyen mi alegría...‖. Isaac: ―No hagas caso<br />

de ese hombre, Maestro‖. Jesús: ―No, Isaac. Ruego porque vea la Luz. Juan, lleva a los dos<br />

niños a ver las ovejas. ■ Y tú, <strong>María</strong>, acércate más y dime: ¿Quién soy Yo?‖. <strong>María</strong>: ―Tú eres<br />

Jesús, Hijo de <strong>María</strong> de Nazaret, nacido en Belén. Isaac te vio y me puso el nombre de tu Mamá<br />

para que yo sea buena‖. Jesús: ―Tienes que ser buena como el ángel de Dios, más pura que un<br />

lirio que haya brotado en la ladera del monte, piadosa como el levita más santo, para imitarla.<br />

¿Lo serás?‖. <strong>María</strong>: ―Sí, Jesús‖. Iscariote: ―Niña, di «Maestro» o «Señor»‖. Jesús: ―Judas...<br />

deja que me llame por mi Nombre. Sólo cuando pasa por los labios inocentes no pierde el<br />

sonido que tiene en los labios de mi Madre. Todos, en el correr de los siglos, pronunciarán este<br />

Nombre, unos por interés, otros por diferentes motivos, y otros para hacerle objeto de blasfemia.<br />

Sólo los inocentes, que ni calculan interés ni odian, lo pronunciarán con amor como lo hace esta<br />

pequeñita y lo hace mi Madre. También los pecadores me llamarán, sintiéndose necesitados de<br />

compasión. ¡Pero, mi Madre y los niños! ¿Por qué me llamas Jesús?‖ pregunta, acariciando a la<br />

niña. <strong>María</strong> responde: ―Porque te quiero mucho... como a papá, a mamá y a mis hermanitos‖ y<br />

se abraza a las rodillas de Jesús, con la cara levantada y llena de sonrisas. Jesús se inclina y la<br />

besa... y así termina todo. (Escrito el 12 de Enero de 1945).<br />

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1-77-417 (2-41-457).- Jesús en Hebrón, en casa de Zacarías, acompañado de los tres discípulos<br />

y de los pastores Elías, Leví, José e Isaac.- Encuentro con la romana Aglae.<br />

* “Si los pastores, son amigos tuyos y de Dios, ¿por qué son desgraciados?”.- ■ ―¿A que<br />

hora llegaremos?‖ pregunta Jesús, que camina en el centro del grupo precedido por las ovejas,<br />

que mordisquean la hierba de las veredas. Elías responde: ―A eso de las nueve. Son cerca de 10<br />

millas‖. Iscariote pregunta: ―Y después... ¿vamos a Keriot?‖. Jesús: ―Sí. Vamos allí‖. Iscariote:<br />

―¿Y no era más corto ir de Yutta a Keriot? No debe haber mucha distancia. ¿O no es así,<br />

pastor?‖. Elías: ―Dos millas más, poco más menos‖. Iscariote: ―Así caminaremos más de veinte<br />

millas inútilmente‖. Jesús dice: ―Judas... ¿Por qué estás tan inquieto?‖. Iscariote: ―No lo estoy,<br />

Maestro. Sólo que me habías prometido venir a mi casa...‖. Jesús: ―E iré. Siempre mantengo<br />

mis promesas‖. Iscariote: ―Mandé avisar a mi Madre... y Tú, por otra parte, dijiste que con los<br />

muertos se está también con el espíritu‖. Jesús: ―Lo dije. Pero piensa bien Judas: Tú, por Mí, no<br />

has sufrido todavía. Éstos hace treinta años que sufren y ni siquiera han traicionado el recuerdo<br />

mío. Ni siquiera el recuerdo. Ellos no sabían si estaba vivo o muerto... y sin embargo<br />

permanecieron fieles. Se acordaban de Mí, cuando recién nacido, Niño que no tenía otra cosa<br />

que llanto y deseo de leche... y sin embargo siempre me han reverenciado como a Dios. Por<br />

causa mía han sido golpeados, maldecidos, perseguidos: como un oprobio de la Judea, y con<br />

todo, su fe no vacilaba, con los golpes no se secaba, sino que echaba raíces más profundas y se<br />

hacía más robusta‖. ■ Iscariote: ―A propósito. Hace ya varios días que una pregunta me quema<br />

los labios. Éstos son amigos tuyos y de Dios ¿no es cierto? Los ángeles los bendijeron con la<br />

paz del Cielo... ¿no es así? Permanecieron justos contra todas las tentaciones. ¿No me equivoco?<br />

Entonces... explícame ¿por qué fueron desgraciados?... ¿Y Anna? ¿La mataron porque te<br />

amaba?...‖. Jesús: ―¿... y por tanto concluyes que mi amor y el amarme traigan desgracias?‖.<br />

Iscariote: ―No... pero...‖. Jesús: ―Pero es así. Siento verte tan cerrado a la luz y tan preocupado<br />

de las cosas humanas. No te metas, Juan, ni tú tampoco Simón. Prefiero que él hable. No regaño<br />

jamás. Tan sólo deseo que abráis vuestros corazones para introduciros a la luz. Ven aquí, Judas.<br />

Escucha. Tú partes de un juicio, que muchos también tienen y que otros tantos tendrán. Dije<br />

juicio, debería decir error. Pero lo decís sin malicia, por ignorancia de lo que es la verdad, por<br />

eso no es error, sino juicio imperfecto, como puede tenerlo un niño. Sois niños, pero hombres. Y<br />

Yo estoy como Maestro, para formaros hombres adultos, capaces de discernir lo verdadero de lo<br />

falso, lo bueno de lo malo, lo mejor de lo bueno. Escuchad, pues. ¿Qué cosa es la vida? Es un<br />

breve tiempo en que el hombre está en la tierra, diría Yo, en el limbo del Limbo, que el Padre<br />

Dios os concede para probar vuestra naturaleza de hijos buenos o de bastardos, para reservaros,<br />

sobre la base de vuestras <strong>obra</strong>s, un futuro en el que no habrá ni pausas ni pruebas. Decidme<br />

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ahora: ¿Sería justo que alguien que ya tuvo el bien extraordinario de poder servir a Dios de una<br />

manera especial, gozara también por toda la vida de un bien continuo? ¿No os parece que ya ha<br />

tenido mucho bien y que, por lo tanto, puede llamarse feliz, aunque en lo humano no lo sea?...<br />

¿No sería injusto que aquel que tiene ya en el corazón la luz de manifestación divina y la paz de<br />

una conciencia tranquila, tuviera además honores y bienes terrenos? ¿No sería una cosa hasta<br />

imprudente?‖. ■ Zelote dice: ―Maestro, pienso que hasta sería profanador. ¿Por qué poner<br />

alegrías humanas en donde Tú estás?... Cuando uno te tiene --y éstos te han tenido pues son<br />

los únicos ricos en Israel porque durante treinta años te poseyeron-- no debe tener otra cosa. No<br />

se ponen cosas humanas en el propiciatorio... y el vaso sagrado no sirve más que para usos<br />

sagrados. Estos han sido consagrados desde el día en que vieron tu sonrisa... ¡y nada, pero nada<br />

que no sea Tú debe entrar en el corazón que te posee! ¡Si fuese como ellos!‖. Iscariote contesta<br />

irónicamente: ―Sin embargo, te has dado prisa, después de haber visto al Maestro y después de<br />

ser curado, en volver a tomar posesión de tus bienes‖. Zelote: ―Es verdad, lo dije y lo hice,<br />

pero... ¿sabes por qué? ¿Cómo puedes juzgar si no lo sabes todo? Mi administrador tuvo<br />

órdenes escuetas. Ahora que Simón Zelote está curado --y sus enemigos no pueden hacerle daño<br />

segregándole; ni perseguirle porque ya no pertenece más que al Mesías, y no tiene ninguna<br />

secta: tiene sólo a Jesús y basta-- Simón puede disponer de sus bienes que un hombre honrado,<br />

un hombre fiel le conservó. Y yo, dueño todavía durante una hora, di órdenes de reajuste para<br />

obtener más dinero por su venta y poder decir... no, esto no lo digo‖. Jesús dice: ―Simón, los<br />

ángeles lo dicen por ti, y lo escriben en el libro eterno‖. Simón mira a Jesús. Los dos se cruzan<br />

miradas, la del uno está llena de sorpresa, la del otro de bendición. ■ Iscariote: ―¡Como siempre<br />

estoy equivocado!‖. Jesús: ―No, Judas. Tienes sentido práctico. Tu mismo lo dices‖. Juan,<br />

siempre dulce y conciliador, dice: ‖¡Oh, pero con Jesús!... ¡También Simón Pedro estaba<br />

apegado al sentido práctico ¡y ahora sin embargo!... También, tú, Judas, llegarás a ser como él.<br />

Poco tiempo hace que estás con el Maestro, nosotros más y nos hemos mejorado‖. Iscariote:<br />

―No me ha querido con Él. Si no, hubiera sido suyo desde la Pascua‖. Hoy Judas está de mal<br />

humor. Jesús corta la conversación al dirigirse a Leví: ―¿Has estado alguna vez en Galilea?‖.<br />

Leví: ―Sí, Señor‖. Jesús: ―Vendrás conmigo para llevarme a donde está Jonás... ¿Le conoces?‖.<br />

Leví: ―Sí, por Pascua nos veíamos siempre; yo iba a verle entonces‖. José baja la cabeza<br />

apenado. Jesús lo nota y le dice: ―Juntos no podéis venir. Elías se quedaría solo con las ovejas.<br />

Pero tú vendrás conmigo hasta el paso de Jericó, donde nos separaremos por un tiempo.<br />

Después te diré lo que debes hacer‖. Iscariote: ―¿Nosotros ya nada más?‖. Jesús: ―También<br />

vosotros, Judas, también vosotros‖.<br />

* Jesús llega a conocer el final de la familia Zacarías-Isabel y algunos detalles de la vida<br />

oculta de Juan Bautista.- ■ Juan, que va unos pasos por delante, dice: ―Ya se ven las casas‖.<br />

Elías: ―Es Hebrón, entre dos ríos, como jinete. ¿Ves, Maestro? ¿Ves aquella casa grande entre<br />

aquella hierba verde, un poco más alta que las demás? Es la casa de Zacarías‖. Jesús:<br />

―Apresuremos el paso‖. Recorren ligeros los últimos metros del camino y entran en el pueblo.<br />

Las pequeñas pezuñas de las ovejas parecen castañuelas al chocar contra las piedras irregulares<br />

de la calle, aquí toscamente adoquinada. La gente mira a este grupo de hombres de tan diverso<br />

aspecto, edad y vestido entre el blancor de las ovejas. Elías dice: ―¡Oh! ¡Está cambiada! ¡Aquí<br />

estaba la verja de entrada! Ahora en lugar de la verja hay un portón de hierro que impide ver. Y<br />

la tapia que la circunda es más alta que un hombre, y, por tanto no se ve nada‖. Jesús: ―Tal vez<br />

esté abierto por detrás, vamos‖. Dan vuelta a un gran cuadrilátero, mejor dicho, un amplio<br />

rectángulo, pero la pared es igual por todas partes. Juan, al observarla, dice: ―Una pared<br />

construida hace poco. No tiene grietas y en el suelo hay todavía piedras con cal‖. Elías, perplejo,<br />

dice: ―Tampoco veo el sepulcro... Estaba hacia el bosque. Ahora el bosque está fuera del muro<br />

y... parece de todos. Están haciendo leña en él...‖. ■ Un hombre, un viejecito leñador de baja<br />

estatura, pero fuerte, que mira al grupo, deja de partir un tronco caído, y viene hacia ellos.<br />

―¿Qué buscáis?‖. Elías: ―Queríamos entrar en la casa, para orar en el sepulcro de Zacarías‖.<br />

Leñador: ―Ya no existe el sepulcro. ¿No lo sabéis? ¿Quiénes sois?‖. Elías: ―Yo, amigo de<br />

Samuel, el pastor. Él...‖. Jesús dice: ―No es necesario, Elías‖, y Elías calla. Leñador: ―¡Ah!<br />

¡Samuel!... ¡Ya! Solo que desde que Juan, hijo de Zacarías, está en prisión, la casa ya no es<br />

suya. Y es una desgracia, porque él distribuía todas las ganancias de sus bienes entre los pobres<br />

de Hebrón. Una mañana vino uno de la corte de Herodes, echó fuera a Joel, clausuró la casa;<br />

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después volvió con algunos trabajadores y empezó a levantar el muro... En el ángulo, allí, estaba<br />

el sepulcro. No lo quiso... y una mañana lo encontramos todo destrozado, medio derruido... los<br />

pobres huesos mezclados con el polvo... Los recogimos como se pudo... Ahora están en una<br />

única urna... ■ Y en la casa del sacerdote Zacarías, aquél infame tiene sus amantes. Ahora hay<br />

una actriz de Roma. Por eso levantó el muro. No quiere que se le vea... ¡La casa del sacerdote,<br />

un prostíbulo! ¡La casa del milagro y del Precursor! Porque ciertamente es él, si es que no es él<br />

el Mesías. Y ¡cuántas dificultades hemos tenido por causa del Bautista! ¡Pero es nuestro grande!<br />

¡Verdaderamente grande! El haber nacido ya fue un milagro. Isabel, vieja como un cardo seco,<br />

fue fértil como un manzano en Adar, primer milagro. Después vino una prima, que era una<br />

santa, a servirla y a desatar la lengua del sacerdote. Se llamaba <strong>María</strong>. Me acuerdo de Ella,<br />

aunque solo la viéramos en raras ocasiones. No sé cómo sucedió. Se dice que, para contentar a<br />

Isabel, Ella hizo que la boca muda de Zacarías tocase su vientre grávido, o que Ella le metió sus<br />

dedos en la boca. No sé muy bien. Lo cierto es que después de nueve meses de silencio,<br />

Zacarías habló, alabando al Señor y diciendo que había venido ya el Mesías. No explicó más,<br />

pero mi mujer asegura --ella estaba ese día-- que Zacarías dijo, alabando al Señor, que su hijo<br />

iría delante de Él. Ahora yo digo: no es como la gente cree. Juan es el Mesías y camina ante el<br />

Señor como Abrahám ante de Dios. ¿No tengo razón?‖. Jesús: ―Tienes razón por lo que respecta<br />

al espíritu del Bautista, que siempre camina en presencia de Dios. Pero no tienes razón, respecto<br />

al Mesías‖. Leñador: ―Entonces, aquella mujer, de la que se decía que era Madre del Hijo de<br />

Dios --lo dijo Samuel-- ¿no era verdad que lo era? ¿No vive todavía?.‖ Jesús: ―Lo era. El<br />

Mesías ha nacido, precedido por aquel que en el desierto alzó su voz, como dijo el Profeta‖<br />

(Mal. 3,: Is. 40,3). Leñador: ―Eres tú el primero que lo asegura. Juan, la última vez que Joel le<br />

llevó una piel de oveja --como lo hacía cada año al acercarse el invierno-- cuando fue<br />

interrogado acerca del Mesías, no dijo: «Ya ha venido». Cuando él lo diga...‖. Juan interviene:<br />

―Oye, yo he sido discípulo de Juan Bautista y le oí decir: «He aquí el Cordero de Dios»,<br />

señalando...‖. Leñador: ―¡No! ¡No! El Cordero es él. Verdadero cordero que por sí mismo se ha<br />

desarrollado, sin necesitar casi de madre ni padre. Apenas hecho hijo de la Ley, se apartó a<br />

las cuevas de los montes que dan al desierto y allí creció, hablando con Dios. Isabel y Zacarías<br />

murieron y él no vino. Para él, Dios era su padre y madre. No hay nadie que sea más santo que<br />

él. Preguntad a toda Hebrón. Lo decía Samuel, pero debían de tener razón los de Belén. Juan es<br />

el Santo de Dios‖. Jesús pregunta: ―Si alguien te dijese: «Yo soy el Mesías», ¿qué dirías tú?‖.<br />

Leñador: ―Le llamaría blasfemo y le echaría a pedradas‖. Jesús: ―¿Y si hiciese un milagro para<br />

probar que es Él?‖. Leñador: ―Diría que está endemoniado; el Mesías vendrá cuando Juan se<br />

revele en su verdadero ser. El mismo odio de Herodes es la mayor prueba. Él, astuto, sabe que<br />

Juan es el Mesías‖. Jesús: ―No nació en Belén‖. Leñador: ―Pero cuando le liberen, después de<br />

anunciarse por sí mismo su próxima venida, se manifestará en Belén. También Belén espera<br />

esto. Mientras... ¡Oh!. Ve, si tienes valor, a hablarles a los de Belén de otro Mesías... y verás‖. ■<br />

Jesús: ―¿Tenéis una sinagoga?‖. Leñador: ―Sí, por esta calle, derecho, como a doscientos pasos.<br />

No puedes equivocarte, cerca está la urna de los restos profanados‖. Jesús: ―Adiós, que el Señor<br />

te alumbre‖. Se van.<br />

* Encuentro con la prostituta romana Aglae.- ■ Dan vuelta por la parte de delante. En el<br />

portón hay una joven vestida descaradamente. Hermosísima. ―¿Señor, quieres entrar en la<br />

casa?... ¡Entra!‖. Jesús la mira fijamente, severo como un juez, pero no dice nada. Judas habla,<br />

en esto apoyado por todos: ―¡Metete dentro desvergonzada! ¡No nos manches con tu aliento,<br />

perra hambrienta!‖. La mujer sonroja y baja la cabeza. Apenada trata de desaparecer,<br />

escarnecida por gamberros y por la gente que pasa. Jesús, severo, dice: ―¿Quién es tan puro que<br />

pueda decir: «Jamás he deseado la manzana ofrecida por Eva?». Decidme dónde está éste y Yo<br />

lo saludaré con la palabra «santo». ¿Ninguno? Bueno, pues entonces, si no por desprecio, sino<br />

por debilidad, os sentís incapaces de acercaros a ésta, retiraos. No obligo a los débiles a una<br />

lucha en inferioridad de condiciones. Mujer: quiero entrar. A esta casa, que era de un pariente<br />

mío, le guardo cariño‖. Mujer: ―Entra, Señor, si no sientes asco de mí‖. Jesús: ―Deja la puerta<br />

abierta. Que el mundo vea y no murmure...‖. ■ Jesús pasa serio, majestuoso. La mujer se inclina<br />

subyugada, y no se atreve a moverse. Pero las burlas de la gente la hieren muy a lo vivo. Huye<br />

corriendo hasta el fondo del jardín, mientras Jesús llega hasta los pies de la escalera: mira de<br />

refilón por las puertas entreabiertas, pero no entra. Luego se dirige al sepulcro, donde ahora hay<br />

37


una especie de templo pagano. Jesús: ―Los huesos de los justos, aunque estén resecos y<br />

dispersos, manan bálsamo de purificación y esparcen semillas de vida eterna. ¡Paz a los<br />

muertos que vivieron en el bien! ¡Paz a los puros que duermen en el Señor! ¡Paz a los que<br />

sufrieron pero no quisieron conocer el vicio! ¡Paz a los verdaderos grandes del mundo y del<br />

Cielo! ¡Paz!‖.■ La mujer, bordeando un seto que la ocultaba, se ha acercado a Él. ―¡Señor!‖.<br />

―¡Mujer!‖. ―¿Tu nombre, Señor?‖. ―Jesús‖. ―Jamás lo había oído. Soy romana, actriz y bailarina.<br />

No soy experta en ninguna otra cosa más que en lascivias. ¿Qué significa tu Nombre? El mío es<br />

Aglae y... quiere decir vicio‖. Jesús: ―El mío: Salvador‖. Aglae: ―¿Cómo salvas?... ¿A quién?‖.<br />

Jesús: ―A quien tiene buena voluntad de salvación. Yo salvo enseñando a ser puros, a preferir el<br />

dolor a la pérdida de la honra, a amar el bien a toda costa‖. Jesús habla sin acritud pero sin<br />

siquiera volverse a la mujer. Aglae: ―Estoy perdida, muerta, soy porquería y mentira. Tú que no<br />

me miras ni me tocas ni me pisoteas, ten piedad de mí‖. Jesús: ―Yo soy el que busco a los<br />

perdidos, el que da Vida, Yo soy Pureza y Verdad. Ante todo ten piedad de ti, de tu alma‖.<br />

Aglae: ‖¿Qué cosa es el alma?‖. Jesús: ―Lo que hace del hombre un dios y no un animal. El<br />

vicio, el pecado la mata, y muerta ya, el hombre se convierte en un animal repugnante‖. Aglae:<br />

―¿Podré verte otra vez?‖. Jesús: ―Quien me busca me encuentra‖. Aglae: ―¿En dónde estás?‖.<br />

Jesús: ―Donde los corazones tienen necesidad de médico y de medicina para volveros<br />

honestos‖. Aglae: ―Entonces... no te veré más... Yo estoy donde no se quiere médico ni<br />

medicina, ni honestidad...‖. Jesús: ―Nada te impide que vengas a donde Yo estoy. Mi Nombre<br />

será voceado por los caminos y llegará hasta ti. Adiós‖. Aglae: ―Adiós, Señor. Permíteme que te<br />

llame «Jesús» ¡Oh! No por familiaridad sino... para que penetre un poco de salvación en mí.<br />

Soy Aglae. Acuérdate de mí‖. Jesús: ―Sí. Adiós‖. La mujer queda en el fondo. Jesús sale severo.<br />

Mira a todos. Ve la perplejidad en los discípulos, la burla de los hebronitas. Un siervo cierra el<br />

portón.<br />

* Jesús echado de la sinagoga de Hebrón.- ■ Jesús toma la calle y llega a la sinagoga y<br />

llama. Se asoma un viejo malévolo. No da tiempo a Jesús ni de que hable. ―La sinagoga está<br />

prohibida a los que comercian con prostitutas; este lugar es santo. ¡Lárgate!‖. Jesús se vuelve<br />

sin hablar y continúa caminando por la calle. Los suyos le siguen. Cuando están fuera de<br />

Hebrón empiezan a hablar. Iscariote dice: ―Hay que decir que Tú lo has buscado, Maestro.<br />

¡Una prostituta!‖. Jesús: ―Judas, en verdad te digo que ella te superará. Y, ahora que tú me lo<br />

echas en cara, ¿qué me dices de los judíos? En los lugares más santos de Judea se han burlado<br />

de nosotros y nos han echado... Pero, así es. Vendrá el tiempo que Samaria y los gentiles<br />

adorarán al Dios verdadero, y el pueblo del Señor estará manchado de sangre y de un crimen...<br />

de un delito respecto al cual el de las prostitutas que venden su carne y su alma será poca cosa.<br />

■ No he podido orar sobre los huesos de mis primos y del justo Samuel. Pero no importa.<br />

Descansad huesos santos, alegraos ¡oh espíritus que habitáis en ellos! La primera resurrección<br />

está cercana. Después vendrá el día en que seréis mostrados a los ángeles como los espíritus de<br />

los siervos del Señor‖. Jesús calla y todo termina. (Escrito el 13 de Enero de 1945).<br />

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1-78-424 (2-42-465).- Jesús en Keriot: Judas quiere proclamarle rey.- Muerte del viejo Saúl.<br />

* Jesús dice a la madre de J. Iscariote: “Mi Madre es tu hermana... en el amor y en el<br />

destino doloroso de madre de señalados”.- ■ Tengo la impresión de que la parte más<br />

escabrosa, o sea, la garganta más estrecha de las montañas de Judea, se encuentra entre Hebrón<br />

y Yutta. Pero podría también engañarme, y ser éste un valle más ancho y extenso que descubre<br />

horizontes más amplios, en los que emergen montes aislados que ya no forman una cordillera.<br />

Quizás es una cuenca entre dos cordilleras, no lo sé. Es la primera vez que la veo y no la<br />

conozco bien. Por los campos bien labrados, aunque no extensos, se ve la cebada, el centeno y<br />

también viñedos en las partes más soleadas. Más arriba, bosques hermosos con pinos y abetos, y<br />

otros árboles propios de la selva. Un camino... discreto, introduce en un pequeño poblado.<br />

Iscariote, tan agitado, que, en realidad, está fuera de sí, dice: ―Este es el suburbio de Keriot. Te<br />

ruego que vengas a mi casa de campo. Mi madre allí te espera. Después iremos a Keriot‖. No he<br />

dicho que ahora están solos Jesús, Judas, Simón y Juan. No vienen ya los pastores.<br />

Probablemente se quedaron en los pastizales de Hebrón o bien regresaron en dirección de Belén.<br />

Jesús: ―Como quieras, Judas. Pero también podíamos habernos quedado aquí para conocer a tu<br />

38


madre‖. Iscariote: ―¡Oh, no! Es una casucha. Mi madre viene en tiempo de la cosecha, pero<br />

después vuelve a Keriot. ¿No quieres que te vea mi ciudad? ¿No quieres traer a ella tu luz?‖.<br />

Jesús: ―Sí que quiero, Judas. Pero sabes que no me preocupa la humildad del lugar que me<br />

hospeda‖. Iscariote: ―Pero ahora eres mi huésped... y Judas sabe dar hospitalidad‖. ■ Caminan<br />

todavía algunos metros entre las casitas desparramadas por el campo. Mujeres y hombres,<br />

avisados por los niños, se asoman. Está claro que se ha despertado la curiosidad. Judas debe de<br />

haber dado un grito de atención. Iscariote: ―He aquí mi pobre casa. Perdona su pobreza‖. Pero<br />

la casa no es ninguna chabola: es un cubo de un solo piso pero amplio y bien cuidado, en medio<br />

de un jardín frondoso y bien cultivado. Un camino propio, muy limpio, bien limpio, va desde el<br />

camino a la casa. Iscariote: ―¿Me permites que vaya delante, Maestro?‖. Jesús: ―Ve, si quieres‖.<br />

Judas va. Zelote dice: ―Maestro: Judas ha preparado las cosas a lo grande. Me lo sospechaba,<br />

pero ahora me convenzo. Tú dices, Maestro, y dices bien: espíritu... espíritu... pero él... no<br />

entiende así. Jamás te entenderá... o muy tarde‖ --corrige, para no disgustar a Jesús--. Jesús da<br />

un suspiro y calla. ■ Judas sale con una mujer de unos cincuenta años. Más bien alta, no tanto<br />

como el hijo, a quien dio sus ojos negros y su abundante cabello. Pero los ojos de ella son<br />

suaves, más bien tristes, mientras que los de Judas son imperiosos y astutos. Ella, postrándose<br />

con un verdadero saludo de súbdita, dice: ―Te saludo Rey de Israel. Haz el favor de que tu<br />

sierva te dé hospitalidad‖. Jesús: ―La paz sea contigo, mujer. Y Dios sea contigo y con tu hijo‖.<br />

Madre de Judas: ―¡Oh, sí! ¡Con mi hijo!‖ es más bien un suspiro que una respuesta. Jesús:<br />

―Levántate, madre. Tengo también Yo Madre y no puedo permitir que me beses los pies. En<br />

nombre de mi Madre te beso, mujer. Es tu hermana... en el amor y en el destino doloroso de<br />

madre de señalados‖. Iscariote, un poco inquieto, pregunta: ―¿Qué quieres decir, Mesías?‖.<br />

Pero Jesús no responde. Está abrazando a la mujer a la que ha levantado cariñosamente del<br />

suelo y a quien besa en las mejillas. Y luego tomándola de la mano, va hacia la casa. Entran en<br />

una habitación fresca mantenida en sombra por ligeras cortinas de rayas. Ya han preparado<br />

bebidas frías y fruta fresca. Pero antes la madre de Judas llama a una sierva para que traiga agua<br />

y toallas; ella, por su parte, quisiera quitar las sandalias a Jesús para lavarle los pies llenos de<br />

polvo, pero Jesús se opone: ―No, Madre, la madre es una criatura demasiado santa, sobre todo<br />

cuando es honesta y buena como tú eres, para permitir que se ponga en actitud de esclava‖. La<br />

madre mira a Judas... con una mirada extraña, y luego se va. Jesús ya se ha refrescado.<br />

* ―Judas, seré proclamado Rey cuando sea elevado en un madero infame... por <strong>obra</strong> de<br />

uno que no habrá entendido nada... Te he rechazado porque veo lo que hay en ti. Vete por<br />

tu camino. No eres apto para esta <strong>obra</strong>...”.- ■ Cuando está a punto de ponerse las sandalias,<br />

la mujer regresa con un par nuevo. ―Mira, éstas, Mesías nuestro. Creo que lo he hecho bien...<br />

como quería Judas... Él me dijo: «Un poco más largas que las mías e igual de anchas»‖. Jesús:<br />

―Pero ¿por qué, Judas?‖. Iscariote: ―¿No quieres permitirme que te haga un regalo? ¿No eres mi<br />

Rey y mi Dios?‖. Jesús: ―Sí, Judas, pero no debías haber dado tanta molestia a tu madre. Tú<br />

sabes cómo soy Yo...‖. Iscariote: ―Lo sé. Eres Santo. Pero debes aparecer como Rey Santo. Así<br />

es como se debe ser. En el mundo en que, nueve de cada diez, está compuesto de tontos, hay<br />

que imponerse con la presencia; yo entiendo de eso‖. Jesús se ha amarrado las sandalias nuevas<br />

de piel roja, de correas perforadas que van desde el empeine hasta las pantorrillas. Mucho más<br />

hermosas que sus sencillas sandalias de obrero, y semejantes a las de Judas, que son como<br />

mocasines que dejan ver solo pequeñas partes del pie. Madre de Judas: ―También el vestido,<br />

Rey mío. Lo tenía preparado para mi Judas... pero... él te lo regala. Es de lino fresco y nuevo.<br />

Permite que una madre te vista... como si fuese su hijo‖. Jesús vuelve a mirar a Judas... pero no<br />

se opone. Se suelta en el cuello la cinta y cae la amplia túnica, quedando con la túnica interior.<br />

La mujer le pone el vestido nuevo y le ofrece un cinturón (una faja profusamente bordada), de la<br />

que cuelga un cordón terminado en muchísimos hilos. Sin duda Jesús se sentirá bien, con esos<br />

vestidos frescos y sin polvo; sin embargo, no parece que esté muy contento. Entre tanto los<br />

otros se han aseado. ■ Iscariote: ―Ven, Maestro. Son de mi pobre huerta, y este es el jugo de<br />

manzanas cocidas que mi madre prepara. Tú, Simón, tal vez prefieras este vino blanco. Toma.<br />

Es de mi viñedo. Y ¿tú, Juan?... ¿como el Maestro?‖. Judas está feliz en poder usar los<br />

hermosos vasos de plata y en poder mostrar que es alguien que puede. La madre habla poco.<br />

Mira... mira a su Judas... pero mucho más a Jesús, y cuando Jesús, antes de comer, le ofrece la<br />

fruta más hermosa y le dice: ―Primero es la madre‖ una lágrima como perla asoma a sus ojos.<br />

39


Iscariote pregunta: ―¿Mamá, todo lo demás está hecho?‖. Madre de Judas: ―Sí, hijo mío. Creo<br />

que todo lo he hecho bien. Yo he vivido siempre aquí y no sé... no sé las costumbres de los<br />

reyes‖. Jesús: ―¿Qué costumbres, mujer? ¿Qué reyes? Pero... ¿qué has hecho, Judas?‖.<br />

Iscariote: ―¿Pero no eres Tú el Rey prometido a Israel? Es hora de que el mundo te salude como<br />

a tal, y ello debe suceder por vez primera aquí, en mi ciudad, en mi casa. Ya te venero como a<br />

tal. Por el amor hacia mí y respeto a tu nombre de Mesías, de Rey, que los Profetas, por orden<br />

de Yavé, te han dado, no me desmientas‖. ■ Jesús: ―Mujer, amigos, un momento. Debo hablar<br />

con Judas. Debo darle órdenes precisas‖. La madre y discípulos se retiran. Jesús: ―Judas ¿qué<br />

has hecho? ¿Tan poco me has entendido hasta ahora? ¿Por qué me has rebajado hasta el punto<br />

de hacerme tan sólo un poderoso de la tierra, o peor aún, uno que se esfuerza por ser poderoso?<br />

¿No entiendes que es una ofensa a mi misión y hasta un obstáculo? Sí. No lo niegues. Un<br />

obstáculo. Israel está sujeto a Roma. Tú sabes lo que ha sucedido cuando ha querido levantarse<br />

contra Roma alguien en actitud de caudillo del pueblo levantando sospechas de fomentar una<br />

guerra de liberación. Has oído, justamente en estos días, cómo se ensañaron con un Niño porque<br />

se le supuso rey según el mundo. Y ¡tú... y tú! ¡Oh Judas! ¿Pero qué esperas de un poder mío<br />

humano? ¿Qué esperas? Te he dado tiempo para que pensases y decidieses. Te hablé muy<br />

francamente desde la primera vez. Te he rechazado porque sabía... porque sé, sí, porque sé,<br />

porque leo, porque veo lo que hay en ti. ¿Por qué quieres seguirme, si no quieres ser como Yo<br />

quiero? Vete, Judas. No te hagas daño y no me lo hagas... Vete. Es mejor para ti. No eres un<br />

obrero apto para esta <strong>obra</strong>... es muy superior a ti. En ti hay soberbia, concupiscencia con sus<br />

tres ramas, autosuficiencia... tu madre misma, debe de tener miedo de ti... tienes inclinación a la<br />

mentira... ¡No! Así no debe ser el que me siga. Judas, Yo no te odio, Yo no te maldigo, tan sólo<br />

te digo --con el dolor del que ve que no puede cambiar al que ama--, te digo solo: vete por tu<br />

camino, ábrete camino en el mundo que es el lugar que quieres, pero no te quedes conmigo. ¡Mi<br />

camino...! ¡Mi palacio! ¡Oh, qué pequeñez hay en ellos! ■ ¿Sabes dónde seré Rey? ¿Sabes<br />

cuándo seré proclamado Rey?... Cuando sea levantado en un madero infame y por púrpura tenga<br />

mi Sangre, por corona un tejido de espinas, por enseña un cartel burlón, por trompetas y<br />

tambores y organillos y cítaras saludando al proclamado Rey las blasfemias de todo un pueblo,<br />

de mi pueblo. ¿Y sabes por <strong>obra</strong> de quién todo esto? De uno que no habrá entendido, que no<br />

habrá entendido nada. Corazón de bronce forjado en quien la soberbia, el sentido y la avaricia<br />

habrán destilado sus humores, y estos habrán producido como flor un montón de serpientes que<br />

se unirán como una cadena contra Mí... y como maldición en contra de él. Judas, los demás no<br />

conocen así, claramente mi suerte... y te ruego no la digas, esto quede entre tú y Yo. Por otra<br />

parte... es un regaño... y tú callarás por no decir «me regañaron». ¿Has entendido, Judas?‖. ■<br />

Judas está violáceo de tan colorado que se ha puesto. Está en pié ante Jesús. Está avergonzado,<br />

con cabeza baja... se echa de rodillas y llora con la cabeza pegada a las rodillas de Jesús.<br />

―Maestro, te amo. No me rechaces... Sí, soy soberbio, soy un necio, pero no me apartes de Ti.<br />

No, Maestro. Será la última vez que falto. Tienes razón. No he reflexionado. Pero también en<br />

este error hay amor. Quería proporcionarte mucho honor... y que los demás te lo diesen porque<br />

te amo. Hace tres días dijiste: «Cuando os equivocáis sin malicia, por ignorancia, no es error,<br />

sino juicio imperfecto de niños y Yo estoy aquí para haceros adultos». Mira, Maestro, estoy a<br />

tus rodillas... me dijiste que serás para mí un padre... y te pido perdón, te pido que me hagas un<br />

«adulto» y un adulto santo... No me despidas, Jesús, Jesús, Jesús... No todo es maldad en mí.<br />

¿Lo ves?... Por Ti he dejado todo y he venido. Tú vales más que los honores y victorias que<br />

obtenía yo cuando servía a otros. Tú, en realidad, Tú eres el amor del pobre e infeliz Judas que<br />

querría darte tan sólo alegrías y que en cambio te da dolores‖. Jesús: ―Basta, Judas. Una vez<br />

más te perdono...‖. Jesús parece cansado... ―Te perdono esperando... esperando que en el futuro<br />

me comprendas‖. Iscariote: ―Sí, Maestro, sí. Pero ahora... no quieras en modo alguno<br />

desmentirme, lo que haría de mí objeto de burla. Todo Keriot sabe que he venido con el<br />

descendiente de David, el Rey de Israel... y se ha preparado para recibirte esta ciudad mía...<br />

Creía que actuaba correctamente... creía que así mostraba cómo hay que hacer para ser temidos<br />

y obedecidos... y también a Juan y a Simón Zelote, y a través de ellos a los otros que te aman<br />

pero que te tratan como a un igual... Incluso mi madre será objeto de burla por ser madre de un<br />

hijo mentiroso y loco. Por ella, Señor mío... y te juro que yo...‖. Jesús: ―No jures por Mí. Jura<br />

por ti mismo si puedes, para no pecar más en este sentido. Por tu madre y por los ciudadanos no<br />

40


me marcharé. Levántate‖. Iscariote: ―¿Qué dirás a los otros?‖. Jesús: ―La verdad...‖. Iscariote:<br />

―¡No, no!‖. Jesús: ―La verdad: que te he dado órdenes para hoy. Hay siempre una manera de<br />

decir la verdad con caridad. Vamos. Llama a tu madre y a los otros‖. Jesús se muestra más bien<br />

severo. ■ Y no vuelve a sonreír sino cuando Judas regresa con su madre y los discípulos. La<br />

mujer escudriña a Jesús. Pero le ve complaciente y se tranquiliza. Esta mujer me parece a mí un<br />

alma en pena. Jesús: ―¿Vamos a ir a Keriot? He descansado y te agradezco, madre, tu gentileza.<br />

El Cielo te recompense y conceda, por la caridad que usas conmigo, reposo y alegría a tu esposo<br />

por quien lloras‖. La mujer trata de besarle la mano, pero Jesús se la pone sobre la cabeza,<br />

acariciándosela y no permite que se la bese.<br />

* ―El Hijo ha venido a soldar la paternidad cortada con los hijos del hombre y a construir<br />

la morada de Dios en los corazones pero si el hombre no ayuda al Señor es en vano... El<br />

camino son los Mandamientos...”.- ■ Iscariote: ―La carreta está preparada, Maestro, ven‖. En<br />

estos momentos está llegando una carreta tirada de bueyes, una cómoda carreta, sobre la que<br />

hay almohadones de asientos y un pabellón de tela roja. Iscariote: ―Sube, Maestro‖. Jesús: ―La<br />

madre, primero‖. Sube la mujer, luego Jesús y los demás. Iscariote: ―Aquí, Maestro‖ (Judas ya<br />

no le llama Rey). Jesús se sienta delante, a su lado Judas, detrás la mujer y los discípulos. El<br />

conductor va a pie y aguijonea a los bueyes para que caminen. El trayecto es corto, unos<br />

cuatrocientos metros poco más o menos, luego aparecen las primeras casas de Keriot, que me<br />

parece que es una ciudad modesta. Un niño mira en la calle llena de sol, mira y sale disparado.<br />

Cuando la carreta llega a las primeras casas, personalidades y gente del pueblo están esperando<br />

para recibirle con banderitas y ramas, y banderas y ramas por las calles y de casa en casa. Gritan<br />

de júbilo y profundas reverencias. Jesús --ya no puede evitarlo--, desde lo alto, desde su<br />

bamboleante trono, saluda y bendice. La carreta sigue adelante, atraviesa una plaza y luego gira<br />

por una calle, y llega a la altura de una casa cuyo portón está abierto de par en par; en él hay<br />

dos o tres mujeres. Se detiene la carreta, bajan. Iscariote dice: ―Mi casa es tu casa, Maestro‖.<br />

Jesús: ―Paz en ella, Judas. Paz y santidad‖. Entran. Pasado el vestíbulo hay una sala ancha con<br />

sofás bajos y muebles con incrustaciones. Las personalidades del lugar entran con Jesús y los<br />

demás. Reverencias, curiosidad, gran pompa. ■ Un anciano de aspecto grave pronuncia un<br />

discurso: ―Es una gran fortuna para la tierra de Keriot el tenerte, ¡oh Señor! ¡Gran dicha! ¡Día<br />

feliz! Fortuna por tenerte y fortuna porque vemos que un hijo suyo es tu amigo y te ayuda.<br />

Bendito él que antes que cualquier otro te conoció. Y Tú bendito diez veces, cien veces por<br />

haberte manifestado. Tú a quien las generaciones han esperado. Habla, Señor y Rey. Nuestros<br />

corazones esperan tu palabra como la tierra sedienta por los fuertes calores del estío en espera<br />

de las primeras y acariciadoras lluvias de Septiembre‖. Jesús: ―Gracias, quienquiera que tú seas.<br />

Gracias. Y gracias a estos ciudadanos que han inclinado sus corazones ante el Verbo del Padre.<br />

Porque tened en cuenta que no al Hijo del hombre que os habla, sino al Señor Altísimo van<br />

dirigidas las gracias y honor, por este tiempo de paz en que Él vuelve a soldar la paternidad<br />

cortada con los hijos del hombre. Alabemos al Señor verdadero: el Dios de Abrahám que ha<br />

tenido piedad por su pueblo, lo ha amado y concedido el Redentor prometido. Gloria y alabanza<br />

no a Jesús, siervo de la Voluntad eterna, sino a esta Voluntad amorosa‖. Anciano: ―Hablas como<br />

santo... Yo soy el sinagogo: Hoy no es sábado. Pero ven a mi casa a explicar la Ley, Tú, sobre<br />

quien más que el aceite real, está la unción de la Sabiduría‖. Jesús: ―Iré‖. Iscariote: ―Mi Señor<br />

tal vez está cansado...‖. Jesús: ―No Judas. Jamás me canso de hablar de Dios, y nunca tengo<br />

deseos de quitar las esperanzas de los corazones‖. El sinagogo insiste: ―Entonces, ven. Todo<br />

Keriot estará afuera esperándote‖. Jesús: ―Vamos‖. Salen. Jesús entre Judas y el arquisinagogo;<br />

en torno a ellos las personalidades, y gente y más gente. Jesús pasa y bendice. ■ La sinagoga<br />

está en la plaza. Entran. Jesús se dirige al lugar donde se enseña. Empieza a hablar. Su vestidura<br />

es muy blanca, su rostro inspirado, los brazos extendidos según su costumbre. ―Pueblo de<br />

Keriot: El Verbo de Dios habla. Escuchad. Quien os habla no es sino la Palabra de Dios. Su<br />

soberanía le viene del Padre y regresará al Padre después que hubiere evangelizado a Israel. Que<br />

se abran los corazones y las inteligencias a la verdad, para que el error no quede estancado, para<br />

que no nazca la confusión. Isaías dijo (Is. 9,4-5) «Toda rapiña que se hace con violencia y con<br />

vestiduras manchadas de sangre, las consumirá el fuego. He aquí que ha nacido un Niño, se<br />

nos ha dado un hijo. Tiene sobre sus hombros el Principado. He aquí su nombre: Admirable,<br />

Consejero, Dios, Fuerte, Padre del Siglo Futuro, Príncipe de la Paz». Este es mi Nombre.<br />

41


Dejemos a los Césares y a los Tetrarcas su botín. Yo tendré el mío, pero no un botín que<br />

merezca el castigo de fuego. No solo esto sino que le arrebataré al fuego de Satanás gran<br />

número de presas para llevarlas al Reino de Paz, del que soy Príncipe, y al siglo futuro: el<br />

tiempo eterno del cual soy Padre. ■ «Dios» --dice también David (Para. 29,1), de cuya estirpe<br />

desciendo, como habían predicho quienes vieron porque eran santos, gratos a Dios, elegidos<br />

por Dios para hablar-- «ha elegido a uno solo... a mi hijo... pero la <strong>obra</strong> es grandiosa, porque se<br />

trata no de preparar la casa de un hombre, sino la de Dios». Así es. Dios, el Rey de los reyes,<br />

ha elegido a uno sólo, a su Hijo, para construir, en los corazones, su casa. Ha preparado ya el<br />

material. ¡Oh, cuánto oro de caridad, y bronce, y plata, y hierro, y maderas raras y piedras<br />

preciosas! Todas están acumuladas en su Verbo y Él las usa para construir en vosotros la<br />

morada de Dios. Pero si el hombre no ayuda al Señor, en vano el Señor querrá construir su<br />

casa (Sal. 127). Al oro se responde con el oro, a la plata con la plata, el bronce con el bronce, al<br />

hierro con el hierro. O sea, por el amor debe darse amor, continencia para servir a la pureza,<br />

constancia para ser fieles, fuerza para no desistir. Y luego, llevar hoy la piedra, mañana la<br />

madera: hoy el sacrificio, mañana la <strong>obra</strong> y construir, construir siempre el templo de Dios en<br />

vosotros. ■ El Maestro, el Mesías, el Rey de Israel eterno, del pueblo eterno de Dios, os está<br />

llamando. Pero quiere que estéis limpios para la <strong>obra</strong>. Abajo la soberbia, a Dios sea la alabanza.<br />

Abajo los pensamientos humanos: de Dios es el Reino, ¡oh humildes!, decid conmigo: «Todas<br />

las cosas son tuyas, Padre, todo cuanto es bueno es tuyo. Enséñanos a conocerte y a servirte en<br />

verdad». Decid: «¿Quién soy yo?», y convenceos de que sólo seréis alguna cosa cuando lleguéis<br />

a ser mansiones purificadas en donde Dios pueda bajar y reposar. Todos vosotros, peregrinos y<br />

extranjeros en esta tierra, tratad de juntaros y de ir al Reino prometido. El camino son los<br />

Mandamientos que se cumplen no por temor al castigo sino por amor a Ti, Padre Santo. El<br />

Arca: un corazón perfecto en donde está el maná que nutre de sabiduría y en donde florece la<br />

vara de una voluntad pura. Y para que la casa esté iluminada, venid al que es la Luz del mundo.<br />

Os la he traído. Os he traído la luz. No otra cosa. No poseo riquezas y no prometo honores que<br />

sean de la tierra. Poseo todas las riquezas sobrenaturales de mi Padre y prometo a los que siguen<br />

a Dios con amor y caridad, la honra eterna del Cielo. La paz sea con vosotros‖.<br />

* Mesías y rey no son la misma cosa.- ■ La gente, que ha estado escuchando atenta, murmura<br />

un poco inquieta. Jesús habla con el sinagogo. Se unen al grupo otras personas, probablemente<br />

son las personalidades. El sinagogo pregunta: ―Maestro... ¿pero no eres el Rey de Israel? Nos<br />

habían dicho...‖. Jesús: ―Lo soy‖. Sinagogo: ―Pero Tú has dicho...‖. Jesús: ―Que no poseo y<br />

que no prometo riquezas del mundo. No puedo decir más que la verdad. Y así es. Conozco<br />

vuestro pensamiento. Pero el error proviene de una mala interpretación y de un sumo respeto al<br />

Altísimo. Se os dijo: «Viene el Mesías» y pensasteis, como muchos de Israel que Mesías y Rey<br />

fuesen una misma cosa. Levantad más en alto el espíritu. Contemplad este hermoso cielo de<br />

verano. ¿Pensáis que termina allí su límite, allí donde el aire parece una bóveda de zafiro? No.<br />

Más allá hay capas más puras, de un azul más nítido, hasta aquel inimaginable paraíso a donde<br />

el Mesías conducirá a los justos muertos en el Señor. ■ La misma diferencia existe entre la<br />

realeza mesiánica que el hombre imagina y la verdadera que es todo divina‖. Sinagogo: ―¿Pero<br />

podremos nosotros, pobres hombres, levantar el espíritu a donde Tú dices?‖. Jesús: ―Basta que<br />

lo queráis, y, si lo queréis, al punto os ayudaré‖. Sinagogo: ―¿Cómo te debemos llamar si no<br />

eres Rey?‖. Jesús: ―Maestro, Jesús, como queráis. Maestro soy y soy Jesús, el Salvador‖.<br />

* El anciano Saúl, que vio un día al Niño con su Madre, ve ahora al verdadero Rey.- ■ Un<br />

anciano dice: ―Oye, Señor: hubo ocasión, hace mucho tiempo, allá por el Edicto, que llegó la<br />

noticia que había nacido en Belén el Salvador... yo fui con otros... vi a un pequeñín, igual que<br />

los demás. Pero le adoré con fe. Después supe que había un hombre santo, que se llamaba Juan.<br />

¿Cuál es el Mesías verdadero?‖. Jesús: ―Aquel a quien tú adoraste. El otro es su Precursor. Un<br />

gran santo a los ojos del Altísimo, pero no es el Mesías‖. Anciano: ―¿Eras Tú?‖. Jesús: ―Era Yo.<br />

Y ¿qué viste alrededor de Mí recién nacido?‖. Anciano: ―Pobreza y limpieza, honradez y<br />

pureza... un carpintero gentil y serio que se llamaba José; carpintero pero de la estirpe de David.<br />

Una joven mujer rubia y gentil, de nombre <strong>María</strong>, ante cuya belleza las rosas más hermosas de<br />

Engadi palidecen y los lirios de los palacios reales son feos... y un Niño con ojos grandes de<br />

cielo, de cabellos de hilo de oro pálido. No vi otra cosa... y todavía creo oír la voz de la Madre<br />

que me decía: «Por mi Hijo yo te digo: el Señor esté contigo hasta el eterno encuentro y su<br />

42


Gracia te salga al paso en tu camino». Tengo ochenta y cuatro años... el camino se está<br />

acabando. No esperaba más, que encontrar la Gracia de Dios... Pero te he encontrado... y ahora<br />

no deseo ver otra luz que no sea la tuya... Sí. Te veo, cual eres, bajo esos vestidos de piedad que<br />

son la carne que has tomado. ■ ¡Te veo! Escuchad la voz del que al morir ve la Luz de Dios‖.<br />

La gente se arremolina alrededor del anciano inspirado que está en el grupo de Jesús y que sin<br />

sostenerse en su bastón, levanta los brazos trémulos, la cabeza blanca, la barba larga y partida<br />

en dos, una verdadera cabeza de patriarca o de profeta: ―Yo veo a Éste, el Elegido, el Supremo,<br />

el Perfecto, que habiendo bajado por amor, vuelve a subir a la diestra del Padre. A volver a ser<br />

Uno con Él. Pero, ¡ved!, no Voz y Esencia incorpórea como Moisés vio al Altísimo (Éx.3,1-6) y<br />

como el Génesis dice le conocieran los Primeros Padres y con Él hablasen en el viento de la<br />

tarde (Gén 2,18-22; 3,8). Le veo subir como un verdadero Hombre hacia el Eterno, Cuerpo que<br />

brilla. Cuerpo glorioso. ¡Oh pompa del Cuerpo divino! ¡Oh belleza del Hombre-Dios! Es el<br />

Rey. ¡Sí! ¡Es el Rey! No de Israel, sino del mundo. Ante Él se inclinan todas las realezas de la<br />

tierra y todos los cetros y coronas palidecen, ante el fulgor de su cetro y de sus joyas. Una<br />

corona, una corona tiene en su frente. Un cetro, un cetro tiene su mano. Sobre el pecho tiene un<br />

escudo: hay en él perlas y rubíes de un esplendor jamás visto. Llamas salen como de un altísimo<br />

horno. En sus muñecas hay dos rubíes y lleva un lazo de rubíes en sus santos pies. Luz, luz de<br />

rubíes. Mirad, ¡oh pueblos! al Rey Eterno. ¡Te veo! ¡Te veo! Subo contigo... ¡Ah! ¡Señor!<br />

¡Redentor nuestro!... La luz aumenta en los ojos de mi alma... ¡el Rey adornado con su sangre!<br />

¡La corona... es una corona de espinas que sangran, el cetro, una cruz... ¡He ahí al Hombre!<br />

¡Helo! ¡Eres Tú!... Señor, por tu inmolación ten piedad de tu siervo. ¡Jesús a tu piedad confío mi<br />

espíritu!‖. ■ El anciano, hasta ese momento derecho, que se había vuelto joven en el fuego de su<br />

profecía, se dobla de improviso, y caería al suelo si Jesús, atento, no le hubiera sujetado contra<br />

su pecho. La gente exclama: ―¡Saúl!‖. ―Está muriendo Saúl‖. ―¡Auxilio!‖.―Corred‖. Jesús, que<br />

lentamente se ha arrodillado para poder sostener mejor al anciano, que pesa cada vez más, dice:<br />

―Paz en torno al justo que muere‖. Hay silencio. Jesús le coloca en el suelo y se levanta: ―Paz a<br />

su espíritu. Ha muerto viendo la Luz. Y en la espera, que será breve, verá el rostro de Dios y<br />

será feliz. No existe la muerte para aquellos que mueren en el Señor‖. La gente, pasados algunos<br />

minutos, se aleja comentando lo sucedido. ■ Quedan los ancianos, Jesús, los suyos y el<br />

sinagogo. Sinagogo: ―¿Ha profetizado, Señor?‖. Jesús: ―Sus ojos han visto la Verdad.<br />

Vámonos‖. Salen. Sinagogo: ―Maestro, Saúl ha muerto revestido con el espíritu de Dios.<br />

¿Quienes le hemos tocado, estamos limpios o inmundos?‖. Jesús: ―Inmundos‖. Sinagogo: ―¿Y<br />

Tú?‖. Jesús: ―Yo como los otros. No cambio la Ley. La Ley es ley y el israelita la observa.<br />

Estamos inmundos. Dentro del tercero y séptimo día nos purificaremos. Hasta entonces estamos<br />

inmundos. Judas, no regreso a la casa de tu madre. No llevaré inmundicia a su casa.<br />

Comunícaselo por medio de alguien que pueda hacerlo. Paz a esta ciudad. Vámonos‖. No veo<br />

otra cosa más. (Escrito el 14 de Enero de 1945).<br />

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2-79-2 (2-43-477).- De nuevo con los pastores.- Jesús explica a Iscariote la muerte del viejo<br />

Saúl.- Aglae dona sus joyas. Parábola sobre su conversión.<br />

* Judas no puede comprender que la muerte de Saúl fue una Gracia.- ■ Jesús va<br />

caminando entre sus discípulos por un camino que sigue el curso del río. Bueno, digo sigue el<br />

curso del torrente por decirlo de alguna forma. En realidad, el torrente está abajo; mientras que<br />

el camino (un camino serpenteado, como es fácil encontrar en algunos lugares montañosos) va<br />

arriba, cortando la pendiente. Juan está completamente colorado, cargado con una alforja grande<br />

bien llena. Judas, por su parte, lleva la de Jesús y la suya. Simón lleva solo la suya y los mantos.<br />

Jesús viste de nuevo sus vestidos y sandalias. La madre de Judas debe haber encargado que se lo<br />

lavaran porque no tienen arrugas. ―¡Cuánta fruta! ¡Qué hermosos los viñedos de aquellas<br />

colinas!‖ dice Juan que no pierde su buen humor pese al calor y al cansancio. Y añade:<br />

―¿Maestro, es este el río en cuyas riberas nuestros padres cogieron los racimos milagrosos?‖.<br />

Jesús: ―No. Es el otro que está más hacia el sur. Pero toda la región es muy rica en frutas<br />

sabrosas‖. Juan: ―Ahora ya no es tan fértil, aunque sigue siendo bella‖. Jesús: ―Demasiadas<br />

guerras han devastado el suelo. Aquí se formó Israel... pero, para formarse, tuvo que fecundarse<br />

con su sangre y con la de los enemigos‖. Juan: ―¿En dónde encontraremos a los pastores?‖.<br />

43


Jesús: ―A cinco millas de Hebrón, en las orillas del río que decías‖. Juan: ―Entonces, ¿más allá<br />

de aquellas colinas?‖. Jesús: ―Sí‖. ■ Juan: ―Hace mucho calor... Maestro, después, ¿a dónde<br />

vamos?‖. Jesús: ―A un lugar mucho más caliente. Pero os ruego vengáis. Caminaremos de<br />

noche. Las estrellas son tan claras que no hay oscuridad. Os quiero mostrar un lugar‖. Juan:<br />

―¿Una ciudad?‖. Jesús: ―No... Un lugar... que os hará comprender al Maestro... mejor tal vez<br />

que sus palabras‖. ■ Iscariote: ―Perdimos varios días con ese estúpido contratiempo. Destruyó<br />

todo... y mi madre que había hecho tantas cosas, ha quedado desilusionada. No sé por qué has<br />

querido retirarte hasta la purificación‖. Jesús: ―Judas, ¿por qué llamas estúpido a un suceso que<br />

ha significado gracia para un verdadero fiel? ¿No desearías para ti una muerte semejante? Había<br />

esperado toda su vida al Mesías. Había ido, siendo ya anciano, por caminos incómodos a<br />

adorarle cuando le dijeron: «Ha venido»; había conservado en su corazón durante treinta años la<br />

palabra de mi Madre. El amor y la fe le han cubierto con su fuego en la última hora que Dios le<br />

reservaba. El corazón se le partió de alegría, se le incendió en el fuego de Dios como holocausto<br />

agradable.¡Qué suerte mejor que ésta! ¿Aguó la fiesta que habías preparado?... Ve en esto una<br />

respuesta de Dios. Que no se vaya a mezclar lo que es del hombre con lo que es de Dios... Tu<br />

madre otra vez me verá. Aquel anciano no más. Todo Keriot puede venir al Mesías, el anciano<br />

no tenía fuerza ya para hacerlo. He sido feliz en haber estrechado con el corazón al anciano<br />

padre que moría y de haber encomendado su espíritu. Y por lo demás... ¿Por qué dar escándalo<br />

mostrando desprecio a la Ley? Para decir «seguidme», hace falta recorrer uno mismo el camino<br />

¿Cómo habría podido Yo, o cómo podré decir «sed fieles», si Yo fuera infiel?‖. ■ Zelote<br />

observa: ―Creo que este error es la causa de nuestra decadencia. Los rabíes y los fariseos<br />

aplastan al pueblo con sus preceptos y después... después hacen como aquel que ha profanado la<br />

casa de Juan en Hebrón transformándola en un lugar de vicio‖. Iscariote: ―Es uno de Herodes‖.<br />

Zelote: ―Sí, Judas. Pero las mismas culpas hay también en las castas que se llaman a sí mismas<br />

santas. ¿Qué opinas Tú de esto, Maestro?‖. Jesús: ―Afirmo que solo en el caso de que haya un<br />

poco de verdadera levadura y de verdadero incienso en Israel, se hará el pan y se perfumará<br />

el altar‖. Zelote: ―¿Qué quieres decir?‖. Jesús: ―Quiero decir que si hay alguien, que con recto<br />

corazón venga a la Verdad, la Verdad se esparcirá como fermento en la masa de harina y como<br />

incienso en todo Israel‖. Iscariote pregunta: ―¿Qué te dijo aquella mujer?‖. Jesús no responde.<br />

Se vuelve a Juan: ―Pesa mucho y te cansas, dámela‖. Juan: ―No, Jesús, estoy acostumbrado a<br />

las cargas, y, además... me lo aligera el pensamiento de la alegría que le dará a Isaac‖.<br />

* ―Isaac, hay que alimentar el cuerpo, como si fuera un borriquillo, que ayuda a su<br />

dueño”.- ■ Han dado vuelta a la colina y a la sombra del bosque, a la otra parte, están las<br />

ovejas de Elías. Los pastores sentados a la sombra, las cuidan. Ven a Jesús y corren. ―La paz sea<br />

con vosotros. ¿Qué hacíais?‖. Isaac: ―Estábamos preocupados por Ti... y por el retardo...<br />

dudando si ir a encontrarte u obedecer... decidimos venir hasta aquí... para obedecerte y al<br />

mismo tiempo obedecer a nuestro amor. Pero deberías haber llegado aquí hace muchos días‖.<br />

Jesús: ―Hemos tenido que detenernos‖. Isaac: ―Pero... ¿nada malo?‖. Jesús: ―No, nada, amigo.<br />

Solo la muerte de un fiel sobre mi pecho‖. Iscariote: ―¿Qué querías que sucediese, pastor?<br />

Cuando las cosas están bien preparadas... Claro que es menester saber prepararlas y preparar los<br />

corazones para recibirlas. Mi ciudad tributó al Mesías honores. ¿No es verdad, Maestro?‖.<br />

Jesús: ―Es verdad. ■ Isaac, al regreso hemos pasado por la casa de Sara. También la ciudad de<br />

Yutta, sin ningún otro preparativo que el de su bondad sencilla y el de la verdad en las palabras<br />

tuyas, logró entender la esencia de mi doctrina y amar con un amor práctico, desinteresado y<br />

santo. Isaac, te envían vestidos y alimentos, y todos han querido echar alguna cosa más a los<br />

óbolos que quedaron en tu habitación, ya que ahora regresas al mundo y te encuentras sin nada.<br />

Tómalo. No tengo dinero, pero esto lo he traído porque está purificado con la caridad‖. Isaac:<br />

―No, Maestro, tenlo Tú... Yo... estoy acostumbrado a no tener nada‖. Jesús: ―Ahora tendrás que<br />

ir por los pueblos a los que te voy a enviar y te hará falta. El obrero tiene derecho a su<br />

recompensa, y también el obrero de almas... porque hay que alimentar el cuerpo, como si fuese<br />

el borriquillo, que ayuda a su dueño. No es mucho, pero sabrás emplearlo. Juan, en aquella<br />

alforja hay vestido y sandalias. Joaquín ha cogido de lo suyo; será un poco grande... ¡pero hay<br />

mucho amor en ese regalo!‖. Isaac toma la alforja y va a vestirse detrás de un matorral. Todavía<br />

estaba descalzo y llevaba su extravagante toga hecha con una manta.<br />

44


* Parábola de la levadura y la harina aplicada a la regeneración de Aglae.- ■ El pastor<br />

Elías dice: ―Maestro, esa mujer... esa que está en la casa de Juan... cuando habían pasado tres<br />

días de tu partida, y estando nuestro ganado apacentando en Hebrón --que son de todos y no<br />

nos podían echar fuera-- nos mandó a una criada con esta bolsa y a decirnos que nos quería<br />

hablar... No sé si hice bien... pero la primera vez devolví la bolsa y dije: «No tengo nada que<br />

escuchar»... Después la sirvienta me volvió a decir: «Ven en nombre de Jesús» y fui...<br />

esperando que no estuviese su... digamos el hombre que la tiene... ¡Cuántas cosas quería... aún<br />

más, quería saber! Pero yo... hablé poco por prudencia. Es una prostituta. Tenía miedo de que<br />

fuese una trampa contra Ti. Me preguntó que quién eres, dónde vives, qué haces, si eres<br />

grande... le dije: «Es Jesús de Nazaret, está por todas partes porque es un Maestro y va<br />

enseñando por Palestina». Le dije que eres un hombre pobre, sencillo, un obrero a quien ha<br />

hecho sabio la Sabiduría... No dije más‖. Dice Jesús: ―Hiciste bien‖. Pero simultáneamente<br />

Judas Iscariote exclama: ―¡Has hecho mal! ¿Por qué no le dijiste que Él es el Mesías, que es el<br />

Rey del Mundo? ¡Aplastar la soberbia romana bajo el fulgor de Dios!‖. Elías: ―No me hubiera<br />

entendido... Y además ¿estaba seguro de si era sincera? Tú mismo dijiste lo que era ella cuando<br />

la viste. ¿Podía ofrecer las cosas santas --y todo lo que es Jesús es santo--, a su boca? ¿Podía<br />

poner en peligro a Jesús dándole muchos informes? Que el mal le venga de cualquier otro<br />

punto, pero no de mí‖. ■ Iscariote: ―Vamos, Juan, a decirle quién es el Maestro, a explicar la<br />

verdad santa‖. Juan: ―Yo no. A no ser que Jesús me lo ordene‖. Iscariote: ―¿Tienes miedo?...<br />

¿Qué quieres que te haga?... ¿Te causa asco?... El Maestro no lo tuvo‖. Juan: ―No es miedo ni<br />

asco. Tengo compasión de ella, pero me imagino que, si Jesús hubiera querido, se hubiera<br />

detenido a instruirla. No lo hizo... no es necesario que lo hagamos nosotros‖. Iscariote:<br />

―Entonces no había señales de conversión... Ahora... ■ A ver, Elías, la bolsa‖. Y Judas echa en<br />

su manto, pues se ha sentado sobre la hierba, lo que hay en ella: anillos, brazaletes, collares<br />

salen de la bolsa; oro pálido cae sobre el pálido color del vestido de Judas, que exclama: ―¡Joyas<br />

todas!... ¿Qué hacemos de ellas?‖. Zelote dice: ―Se pueden vender‖. Objeta Iscariote: ―Son<br />

siempre pejigueras‖. Judas muestra, no obstante, admiración por las joyas. Elías: ―Le dije<br />

también, cuando las recibía: «Tu dueño te pegará». Y me respondió: «No son suyas, son mías y<br />

hago de ellas lo que se me antoje. Sé que es oro de pecado... pero se hará bueno si se emplea<br />

con quien es pobre y santo. Para que se acuerde de mí», y se echó a llorar‖. Iscariote: ―Ve, Tú<br />

Maestro, si no manda a Simón‖. Jesús: ―¡No!‖. Iscariote: ―Entonces voy yo‖. Jesús: ―¡No!‖.<br />

Los «no» de Jesús son cortantes e imperiosos. Pregunta Elías que ve que Jesús está enojado:<br />

―¿He hecho mal, Maestro, en haber hablado con ella y en haber tomado el oro?‖. Jesús: ―No<br />

hiciste mal, pero no hay nada que hacer‖. Iscariote objeta una vez más: ―Pero tal vez la mujer<br />

quiere redimirse y tiene necesidad de ser instruida...‖. Jesús: ―Hay en ella ya muchas chispas<br />

capaces de provocar el incendio en que puede quemarse su vicio para quedar su alma<br />

virginizada de nuevo por el arrepentimiento. Hace poco os hablé de la levadura que,<br />

esparciéndose entre la harina, convierte a ésta en santo pan. ■ Oid una breve parábola. Esa<br />

mujer es harina, una harina en la cual el Maligno ha mezclado sus polvos de infierno; Yo soy la<br />

levadura, o sea, mi palabra es la levadura. Pero, ¿puede hacerse el pan, aún en el caso de que la<br />

levadura sea buena, si en la harina hay mucho salvado, o si mezclado hay piedras y arena y<br />

ceniza? ¡No puede hacerse! Es necesario quitar con paciencia las cascarillas, la ceniza, las<br />

piedras y la arena. La Misericordia pasa y ofrece el tamiz... El primero: hecho de verdades<br />

breves, pero fundamentales, necesarias para ser comprendidas por uno que está en la red de la<br />

ignorancia completa, del vicio, del gentilismo. Si el alma lo acepta, empieza la primera<br />

purificación... El segundo: es el tamiz del alma misma, que compara su ser con el Ser que se le<br />

ha revelado... y le da horror. Y empieza su <strong>obra</strong>. Por medio de una operación cada vez más<br />

minuciosa, después de las piedras, de la arena y de la ceniza, llega incluso a quitar lo que es ya<br />

harina pero con granitos todavía grandes, demasiado grandes para producir un pan óptimo.<br />

Después, cuando ya está completamente dispuesta, vuelve a pasar nuevamente la Misericordia y<br />

se introduce en esa harina preparada --y también ésta es una preparación, Judas-- y la hace<br />

fermentar y la hace pan. Pero es una operación larga y de voluntad del alma. Esa mujer... esa<br />

mujer tiene ya en sí esa mínima cosa que era justo darle y que le puede servir para terminar su<br />

trabajo. Dejemos que lo lleve a cabo, si quiere hacerlo, sin que se la perturbe. Cualquier cosa<br />

turba a un alma que se elabora: la curiosidad, el celo imprudente, las intransigencias, y la<br />

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excesiva compasión‖. Iscariote: ―Entonces ¿no vamos?‖. Jesús corta tajante: ―No. Y para que a<br />

ninguno de vosotros le venga tentación, nos vamos inmediatamente‖.<br />

* Misión para Isaac. Jesús, con Judas, Juan y Zelote, al lugar donde se preparó para la<br />

misión. “Judas, no fui donde un rabí... y de Juan solo tomé el bautismo”.- ■ Jesús:“En el<br />

bosque hay sombra. Nos detendremos en las faldas del valle del Terebinto. Allí nos<br />

separaremos. Elías volverá a sus pastizales con Leví. José vendrá conmigo hasta el paso de<br />

Jericó. Después... nos volveremos a reunir. Tú, Isaac, continúa haciendo lo que hacías en Yutta,<br />

yendo desde aquí, por Arimatea y Lida, hasta llegar a Doco. Allí nos reuniremos. Hay que<br />

preparar la Judea, y tú sabes cómo hacerlo. Como has hecho ya en Yutta‖. ■ Iscariote pregunta:<br />

―¿Y, nosotros?‖. Jesús: ―Vendréis para mi preparación. También Yo me preparé para la<br />

misión‖. Iscariote: ―¿Yendo donde un rabí?‖. Jesús: ―No‖. Iscariote: ―¿Con Juan?‖. Jesús: ―De<br />

él tomé solo el bautismo‖. Iscariote: ―¿Entonces?‖. Jesús: ―Belén ha hablado con las piedras y<br />

los corazones. También en ese lugar, donde te llevo, Judas, las piedras y un corazón, el mío,<br />

hablarán y te responderán‖.<br />

* Pecado común a muchos pueblos y creyentes: mirar al obrero y no al patrón.- ■ Elías,<br />

que ha traído leche y pan negro, dice: ―Traté, mientras esperábamos, y conmigo también Isaac,<br />

de persuadir a los de Hebrón... Pero... solo creen en Juan, no juran más que por Juan, no quieren<br />

más que a Juan; es su «santo» y solo quieren a él‖. Jesús: ―Es un pecado común a muchos<br />

pueblos y a muchos creyentes que viven y vivirán. Miran al obrero y no al patrón que envió al<br />

obrero. Se dirigen al obrero sin ni siquiera decirle: «Dile a tu patrón esto». Se olvidan de que el<br />

obrero existe porque existe el patrón y de que es el patrón el que instruye al obrero y le hace<br />

apto para el trabajo. Olvidan que el obrero puede interceder, pero uno sólo puede conceder: el<br />

patrón; en este caso Dios, y su Verbo con Él. ¡No importa! El Verbo sufre, pero no guarda<br />

rencor... ¡Vámonos!‖. Termina la visión. (Escrito el 15 de Enero de 1945).<br />

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2-80-8 (2-44-484).-Jesús en el monte del ayuno y la peña de la tentación con los tres discípulos.<br />

* “Vine aquí para preparar mi misión: hacer comprender a los hombres lo que es el<br />

Señor y le amaran en espíritu y verdad...”.- (Jesús y tres de sus discípulos: Juan, Simón<br />

Zelote y Judas Iscariote, han llegado al monte del ayuno). ■ Mientras estoy mirando la<br />

desolación del lugar, me saca de este estado la voz de mi Jesús: ―Hemos llegado ya al lugar<br />

donde quería‖. Me vuelvo, le veo a mis espaldas, entre Juan, Simón y Judas, en la pendiente<br />

rocosa del monte, en el punto en que llega una vereda... sería mejor decir: en el punto en donde<br />

un largo trabajo de aguas, en los largos meses de lluvia, ha arañado la caliza excavando a lo<br />

largo de los siglos un canal apenas dibujado, por donde las aguas de las cimas se precipitan,<br />

pero que por ahora es camino para cabras montesas más que para hombres. ■ Jesús mira<br />

alrededor y repite: ―Sí, aquí es a donde quería traeros. Aquí el Mesías se preparó para su<br />

misión‖. Iscariote: ―¡Pero aquí no hay nada!‖. Jesús: ―No hay nada, tú lo has dicho‖. Iscariote:<br />

―¿Con quién estuviste?‖. Jesús: ―Con mi alma y con el Padre‖. Iscariote: ―¡Ah! ¡Estuviste aquí<br />

unas pocas horas!‖. Jesús: ―No, Judas, no pocas horas. Muchos días‖. Iscariote: ―Pero ¿quién te<br />

atendía?... ¿Dónde dormías?‖. Jesús: ―Tenía por criados a los asnos salvajes que por la noche<br />

venían a dormir a sus cuevas... en ésta donde Yo también había entrado...Tenía de criadas a las<br />

águilas que me decían: «Ya es día» con su áspero graznido al ir a buscar su presa. Tenía de<br />

amigos a las liebrecillas que venían casi a mis pies a comer las hierbas que había... Mi comida y<br />

bebida eran lo que es alimento y bebida de la flor silvestre: el rocío de la noche, la luz del sol,<br />

no otra cosa‖. Iscariote: ―Pero ¿por qué?‖. Jesús: ―Para prepararme bien, como tú dices, para mi<br />

misión. Las cosas bien preparadas salen bien, tú lo has dicho. Y mi cosa no era la pequeña,<br />

inútil cosa de hacer que brillara Yo, Siervo del Señor, sino de hacer comprender a los hombres<br />

lo que es el Señor y, a través de esta comprensión, hacer que le amaran en espíritu y en<br />

verdad. ■ ¡Desgraciado es aquel siervo del Señor que piensa en su triunfo y no en el de Dios!;<br />

que trata de sacar partido, que sueña con ponerse en alto en un trono hecho... ¡Oh, hecho con los<br />

intereses de Dios rebajados hasta el suelo, intereses que son del todo celestiales! Ya no es<br />

siervo, éste, aunque externamente lo parezca; es un mercader, un traficante, un falso que se<br />

engaña a sí mismo, que engaña a los hombres y que querría engañar a Dios... un infeliz que se<br />

cree príncipe, pero es esclavo...; es del Demonio, su rey de embuste. Aquí, en esta cueva, el<br />

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Mesías, durante muchos días, vivió de maceraciones y oración para prepararse a su misión. ■<br />

Judas, ¿a dónde querrías que hubiera ido a prepararme?‖. Judas está perplejo, desorientado, al<br />

fin responde: ―No sé... pensaba... con algunos rabíes... con los esenios... no sé‖. Jesús: ―¿Y<br />

podía encontrar un rabí que me dijese más de lo que me decía la Potencia y Sabiduría de<br />

Dios?... ¿Y podía Yo, --Yo, Verbo Eterno del Padre, Yo, que era cuando el Padre creó al<br />

hombre, y que sé de qué espíritu inmortal y animado, y de qué poder de juicio libre y capaz ha<br />

dotado Dios al hombre-- podía ir a procurarme ciencia y adiestramiento a donde aquellos que<br />

niegan la inmortalidad del alma negando la resurrección final y niegan la libertad de acción del<br />

hombre imputando virtudes y vicios, acciones santas y perversas, al destino, que consideran<br />

fatal e invencible? ¡No! No‖.<br />

* ―En la mente de Dios hay un destino para vosotros: la santidad de ser hijos de Dios. Sois<br />

reyes pues sois libres. Frente a vuestro pequeño reino tenéis un rey amigo y dos potencias<br />

enemigas”.- Jesús: “Tenéis un destino. Es cierto que lo tenéis. En la mente de Dios que os creó<br />

hay un destino para vosotros. El Padre lo desea. Es un destino de amor, de paz, de gloria: «la<br />

santidad de ser hijos de Dios». Este es el destino que ha estado en la mente divina desde el<br />

momento en que Adán fue hecho con el lodo de la tierra y lo seguirá siendo hasta la creación del<br />

alma del último hombre. Pero, Dios no os hace ninguna violencia en vuestra condición de reyes.<br />

El rey, si está prisionero, ya no es rey: es un abyecto. Vosotros sois reyes porque sois libres en<br />

vuestro pequeño reino individual, en el «yo»; en él podéis hacer lo que queráis, como queráis. ■<br />

Frente a vuestro pequeño reino y en sus fronteras tenéis un Rey amigo y dos potencias<br />

enemigas. El Amigo os muestra las reglas dadas por Él para hacer felices a los suyos. Os las<br />

muestra, os dice: «Helas aquí; con estas reglas es segura la eterna victoria». Os las muestra --Él,<br />

el Sabio y Santo-- para que podáis, si queréis hacerlo, practicarlas y con ellas obtener la gloria<br />

eterna. Las dos potencias enemigas son Satanás y la carne. En la carne incluyo la vuestra y la<br />

del mundo, o sea, las pompas y seducciones del mundo, o sea, la riqueza, las fiestas, los<br />

honores, el poder que del mundo y en el mundo se tienen, y que no siempre honradamente se<br />

consiguen, y menos todavía se saben usar honradamente, si por un complejo de causas el<br />

hombre llega a esas cosas. Satanás, maestro de la carne y del mundo, también habla a través de<br />

éste y de la carne; también él tiene sus reglas... ¡Oh, que si las tiene! Y --dado que el «yo» está<br />

envuelto en carne y la carne tiende a la carne como las limaduras del hierro tienden hacia el<br />

imán, y, dado que el canto del Seductor es más dulce que el gorjear del ruiseñor en celo entre<br />

rayos de luna y perfume de rosas-- es más fácil ir hacia estas reglas, volverse hacia estas<br />

potencias y decirles: «Os considero amigas, entrad». Entrad... ¿habéis visto alguna vez a un<br />

aliado que permanezca siempre honesto, sin pedir el ciento por uno a cambio de la ayuda<br />

prestada? Así hacen esas potencias. Entran... Y se hacen dueñas. ¿Dueñas? ¡No!: carceleros. Os<br />

amarran, ¡oh hombres!, a su banco de galera, os encadenan ahí, no os dejan ya alzar el cuello de<br />

su yugo, y su látigo os azota hasta manar sangre, si tratáis escapar de ellas: o dejarse herir hasta<br />

llegar a ser un montón de carne hecha pedazos (tan inútil, como carne, que hasta su cruel piel la<br />

desprecia), o morir bajo ellas. ■ Si sabéis proporcionaros ese martirio, proporcionaros ese<br />

martirio, entonces pasa la Misericordia, la Única que puede todavía tener piedad de esa miseria<br />

repugnante de la que el mundo, uno de sus dueños, siente ahora asco y contra la cual el otro<br />

dueño, Satanás, envía sus flechas de venganza. Y la Misericordia, la Única que pasa, se inclina,<br />

la recoge, la cura, le da otra vez salud y le dice: «Ven. No tengas miedo. No te mires porque tus<br />

llagas, a pesar de haber cicatrizado ya, son tan innumerables que te causarían horror por lo<br />

mucho que te afean. Yo no te las miro, miro tu voluntad; por esa buena voluntad estás marcada<br />

así. Por eso Yo te digo: Te amo. Ven conmigo». Y la lleva a su reino. Entonces comprenderéis<br />

que, Misericordia y Rey amigo, son una misma persona. Halláis de nuevo las reglas que Él os<br />

había mostrado y que no quisisteis seguir. Ahora lo queréis... y llegáis a la paz: de la conciencia,<br />

primero; a la paz de Dios, después. Decidme ahora... ¿este destino lo impuso Uno solo para<br />

todos, o cada uno, individualmente, lo eligió para sí?‖. Zelote: ―Cada uno lo eligió‖. Jesús:<br />

―Juzgas bien, Simón. ¿Podía Yo, para formarme ir con los que niegan la resurrección feliz y el<br />

don de Dios?‖.<br />

* ―Aquí vine. Cogí mi alma de Hijo de hombre y me la labré, terminando el trabajo de 30<br />

años de aniquilamiento y de preparación para ir perfecto a mi ministerio”.- ■ Jesús: ―Aquí<br />

vine. He tomado mi alma de Hijo del Hombre y me la he labrado hasta los últimos toques,<br />

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terminando mi trabajo de treinta años de aniquilamiento y de preparación para ir perfecto a mi<br />

ministerio. Os ruego que estéis ahora conmigo algunos días en esta cueva. En cualquier caso<br />

será una estancia menos solitaria porque seremos ahora cuatro amigos que luchan contra la<br />

tristeza, el miedo, las tentaciones, las necesidades de la carne. Yo estuve solo. En cualquier<br />

caso, será menos penosa porque ahora es verano, y aquí arriba, sopla el viento de las alturas que<br />

templa el calor. Llegué a fines de la luna de Tebet y el viento que descendía de las nieves de la<br />

cúspide era muy frío. En cualquier caso será menos angustiosa, porque es más breve, y porque<br />

tenemos ahora los alimentos indispensables que pueden calmar nuestra hambre. Y en las<br />

pequeñas botijas de cuero que hice que los pastores os diesen hay suficiente agua para estos días<br />

de estancia. ■ Yo... Yo necesito arrancar dos almas a Satanás. Solo la penitencia lo puede. Os<br />

pido vuestra ayuda. También vosotros os formaréis. Aprenderéis cómo se arrancan las presas a<br />

Satanás: no tanto con palabras cuanto con el sacrificio... ¡Las palabras!... El estrépito satánico<br />

impide oírlas... Cada alma en manos del Enemigo está envuelta en torbellinos de voces<br />

infernales... ¿Queréis quedaros conmigo?... Si no queréis podéis iros. Yo me quedo. Nos<br />

encontraremos en Tecua, junto al mercado‖. Juan dice: ―No, Maestro, yo no te dejo‖, y al<br />

mismo tiempo Simón exclama: ―Tú nos elevas al querernos contigo en esta redención‖. Judas...<br />

no me parece que esté muy entusiasmado. Pero hace buena cara al... destino y dice: ―Me<br />

quedo‖. Jesús: ―Tomad, pues, las botijas y las alforjas y metedlas dentro y antes de que queme<br />

el sol, partid la leña y amontonadla junto a las aberturas. La noche aún en verano es fría, y no<br />

todos los animales son buenos. Vamos a encender enseguida una rama. ¡Allí!, de aquella planta<br />

de acacia resinosa; arde bien. Y vamos a mirar entre las aberturas para echar fuera con el fuego<br />

víboras y escorpiones. ¡Venga, comenzad!‖...<br />

* ―Nuestra permanencia ha terminado. Acordaos de este lugar... de cómo se preparó el<br />

Mesías y cómo se preparan los apóstoles tal como Yo os he enseñado...‖.- ■ ...El mismo<br />

lugar del monte. Tan solo que ahora es de noche. Una noche llena de estrellas... Jesús está<br />

sentado en la boca de la cueva y habla a los tres que están alrededor de Él. Deben de haber<br />

hecho fuego porque, en medio del círculo que forman los cuatro, un montoncito de ascuas arroja<br />

chispazos de fuego que se dibujan en los cuatro rostros. ―Sí, nuestra permanencia aquí se ha<br />

acabado. Esta permanencia ha sido corta. La mía duró cuarenta días... Y os digo más: era<br />

todavía invierno en estas pendientes... y no tenía Yo comida. Un poco más difícil que esta vez<br />

¿no es así? Sé que también ahora habéis sufrido. Lo poco que teníamos y que os daba no era<br />

nada, especialmente para el hambre de los jóvenes; era suficiente solo para que no<br />

desfallecierais de debilidad. El agua, todavía más escasa. El calor es tórrido durante el día; diréis<br />

que no hacía este calor de invierno; pero sí había viento seco que bajaba quemando los<br />

pulmones desde aquella cima, y subía desde aquella bajura cargado de polvo desértico, y secaba<br />

más aún que este calor activo que se puede aliviar sorbiendo el jugo de estos frutos agraces ya<br />

maduros. En cambio, el monte, entonces, solo proporcionaba viento y hierbas quemadas por el<br />

hielo en torno a las esqueléticas acacias. No os he dado todo porque he reservado para el regreso<br />

los últimos panes y el último queso con la última botija. Yo sé lo que fue el regreso, estando<br />

exhausto, en la soledad del desierto... Recojamos nuestras cosas y pongámonos en camino. La<br />

noche es aún más clara que la que nos condujo aquí. No hay luna, pero el cielo llueve luz.<br />

Vamos. Acordáos de este lugar. No olvidéis cómo se preparó el Mesías y cómo se preparan los<br />

apóstoles. Cómo enseño Yo para que se preparen‖. ■ Se ponen de pié. Simón con una rama<br />

revuelve las brasas, las reaviva y prende una rama de acacia en la llama y la tiene en alto, a la<br />

entrada de la cueva, mientras Judas y Juan recogen mantos, alforjas y unas botijas de piel, de las<br />

que todavía una está llena. Después apaga la tea contra la roca, se echa encima su alforja, se<br />

pone el manto, como todos, se lo amarra con las cintas para que no le moleste al caminar. Bajan,<br />

sin más palabras, uno detrás del otro, por un sendero inclinadísimo, espantando a los pequeños<br />

animales que comen las pocas hierbas que todavía han resistido al sol. El camino es largo e<br />

incómodo. Finalmente llegan a un llano. Tampoco es muy fácil aquí el camino, donde piedras y<br />

lascas se mueven, traidoras, bajo el pie, hiriéndolo incluso, porque la tierra, reducida a polvo,<br />

las oculta y no se pueden ver ni evitar; aquí donde matorrales quemados, espinosos, arañan y<br />

dificultan el paso enganchándose en los bajos de los vestidos; pero es un camino más expedito.<br />

Arriba las estrellas están cada vez más hermosas. Caminan, caminan, caminan durante horas. La<br />

llanura es cada vez más estéril y triste. Luces fosforescentes brillan en algunas grietas pequeñas<br />

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del terreno, en agujeros que hay en las quebraduras del suelo. Parecen pedacitos de brillantes<br />

sucios. Juan se inclina a mirarlas. Jesús explica: ―Es la sal del subsuelo; está saturado de sal.<br />

Aflora con las aguas de primavera y luego se seca. Por esto la vida no resiste aquí. El Mar<br />

Oriental, a través de venas profundas, esparce su muerte a muchos kilómetros a la redonda. Tan<br />

solo, donde manantiales de agua dulce combaten su acción mordiente, es posible encontrar<br />

plantas... y también refrigerio‖.<br />

* ―Un hombre me preguntó un día si alguna vez había sido tentado... Después del<br />

Bautismo vine aquí... También me preparé a la tentación... Aquí fui tentado directamente<br />

por Satanás... Del hombre he tomado la 1ª y la 2ª de las 3 partes (cuerpo, alma, espíritu).<br />

Como Dios todo lo puedo, como hombre todo lo conozco‖.-Jesús explica sus tentaciones en<br />

el desierto.- ■ Siguen caminando, hasta que Jesús se detiene junto al cóncavo peñasco, en que<br />

le vi tentado por Satanás. ―Detengámonos aquí. Sentaos. Pronto el gallo cantará. Hace seis horas<br />

que estamos caminando y tendréis hambre y estaréis cansados. Tomad, comed y bebed, sentaos<br />

aquí junto a Mí, entre tanto os cuento algo que diréis a vuestros amigos y al mundo‖. Jesús ha<br />

abierto su alforja, ha sacado pan y queso que parte y distribuye y de su botija echa agua en una<br />

tacita que también distribuye. ―¿Tú no comes, Maestro?‖. Jesús: ―No. Yo os hablo. Escuchad.<br />

■ Una vez hubo un hombre que me preguntó si alguna vez había sido tentado; que me preguntó<br />

si no había pecado nunca; que me preguntó si, en la tentación no había cedido nunca; y que se<br />

maravilló porque Yo el Mesías, había solicitado, para resistir, la ayuda del Padre diciendo:<br />

«Padre no me dejes caer en la tentación»‖. Jesús está hablando, despacio, con calma, como si<br />

estuviera contando un hecho ignorado... Judas baja la cabeza como molesto, pero los otros están<br />

tan centrados en mirar a Jesús que eso les pasa desapercibido. Jesús prosigue: ―Ahora vosotros,<br />

amigos míos, podéis saber lo que tan sólo superfluamente supo aquel hombre. Después del<br />

bautismo --estaba Yo limpio, pero no se está nunca suficientemente limpio respecto al<br />

Altísimo (1), y la humildad en decir: «soy hombre y pecador» es ya bautismo que hace limpio<br />

el corazón-- vine aquí. Me había llamado el «Cordero de Dios» aquel que --santo y profeta--<br />

veía la Verdad y veía bajar al Espíritu sobre el Verbo y ungirle con su crisma de amor, mientras<br />

la voz del Padre llenaba los cielos de su sonido al decir: «He aquí a mi Hijo amado en quien me<br />

he complacido». Tú, Juan estabas presente cuando el Bautista repitió las palabras... Después del<br />

bautismo, a pesar de estar limpio por naturaleza y limpio por figura, quise «prepararme». Sí,<br />

Judas, mírame, que mi ojo te diga lo que aún la boca no dice. Mírame, Judas. Mira a tu Maestro<br />

que no se sintió superior al hombre por ser el Mesías y que, por el contrario, sabiendo que era el<br />

Hombre, quiso serlo en todo, excepto en condescender al mal (2). Eso es. Así‖. Ahora Judas ha<br />

levantado su rostro y mira a Jesús, que está frente a él. La luz de las estrellas hacen brillar los<br />

ojos de Jesús como si fueran dos estrellas fijas en un rostro pálido. ■ Jesús prosigue: ―Para<br />

prepararse a ser maestro, es menester haber sido discípulo. Yo, como Dios, sabía todo, con mi<br />

inteligencia, incluso, Yo podía comprender las luchas del hombre, debido a mi poder intelectivo<br />

e intelectualmente. Pero un día algún pobre amigo mío, algún pobre hijo mío, habría podido<br />

decir y decirme: «Tú no sabes qué es ser hombre y tener sentidos y pasiones». Habría sido un<br />

justo reproche. Vine aquí, mejor dicho, allí, a aquel monte para prepararme... no sólo a la<br />

misión... sino también a la tentación. ¿Veis? Aquí, donde estáis vosotros, Yo fui tentado.<br />

¿Por quién? ¿Por un mortal? ¡No! Demasiado débil habría sido su poder. Fui tentado por<br />

Satanás directamente. Estaba ya agotado. Hacía cuarenta días que no probaba alimento... Pero,<br />

mientras había estado sumergido en la oración, todo se había anulado en el gozo que significa el<br />

hablar con Dios; más que anulado, el dolor se había hecho soportable. Lo sentía como una<br />

molestia de la materia, circunscrito a la sola materia... Después volví al mundo... a los caminos<br />

del mundo... y sentí las necesidades de quien está en el mundo: tuve hambre, tuve sed, sentí el<br />

frío hiriente de la noche del desierto, sentí el cuerpo agotado por la falta de descanso y de lecho<br />

y por las largas caminatas hechas en condiciones de debilidad tal, que me impedían continuar...<br />

■ Porque Yo también tengo un cuerpo, amigos, un cuerpo verdadero, sujeto a las mismas<br />

debilidades (3) que tiene todo cuerpo, y con el cuerpo tengo un corazón. Sí. Del hombre he<br />

tomado la primera y segunda de las tres partes que le forman (Tes. 5,23). He tomado la<br />

materia con sus exigencias y lo moral con sus pasiones. Y, si por mi voluntad he doblegado en<br />

el momento de su nacimiento todas las pasiones no buenas, he dejado crecer poderosas como<br />

cedros seculares las santas pasiones del amor filial, del amor patrio, de las amistades, del<br />

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trabajo, de todo cuanto es óptimo y santo. Aquí sentí la nostalgia de mi Madre lejana, aquí sentí<br />

la necesidad de sus cuidados a mi fragilidad humana, aquí sentí renovarse el dolor de haberme<br />

separado de la Única que me ama perfectamente, aquí presentí el dolor que me está reservado y<br />

el dolor de su dolor; pobre Mamá, se le agotarán las lágrimas de tantas como deberá derramar<br />

por su Hijo y por <strong>obra</strong> de los hombres. Aquí sentí el cansancio del héroe y del asceta que en un<br />

momento de presentimiento se hace conocedor de la inutilidad de su esfuerzo... Lloré... ■ La<br />

tristeza... reclamo mágico para Satanás. No es pecado estar triste si los momentos son dolorosos.<br />

Es pecado ceder más allá de la tristeza y caer en la inercia o desesperación. Y Satanás enseguida<br />

acude cuando ve a uno caído en la debilidad del espíritu. Vino...Vestido bajo la apariencia de<br />

caminante bondadoso. Siempre toma el aspecto bondadoso... Yo tenía hambre... y tenía mis<br />

treinta años en la sangre. Me ofreció su ayuda. Primero me dijo: «Di a estas piedras que se<br />

conviertan en pan». Pero antes... sí... antes, me había hablado de la mujer... ¡Oh, él sabe hablar<br />

de ella, la conoce a fondo! Fue a la primera que corrompió, para hacerla su aliada de corrupción.<br />

No soy sólo el Hijo de Dios, soy Jesús, el obrero de Nazaret. A aquel hombre que me hablaba,<br />

preguntándome si conocía tentación, y casi me acusaba de ser injustamente feliz por no haber<br />

pecado, le dije: «El acto se calma en la satisfacción. La tentación rechazada no cede jamás, sino<br />

que se hace más fuerte, y a ello concurre Satanás azuzándola». Rechacé la tentación tanto del<br />

hambre de mujer, como del hambre de pan. Y tened en cuenta que Satanás me presentaba la<br />

primera --y no estaba equivocado, humanamente hablando-- como la mejor aliada para abrirse<br />

campo en el mundo. La Tentación --no vencida por mi respuesta: «no solo de sentido vive el<br />

hombre»-- me habló entonces de mi misión. Quería seducir al Mesías después de haber<br />

tentado al joven. Me incitó a destruir a los ministros indignos del Templo con un milagro... No<br />

se rebaja el milagro, llama del Cielo, a hacer de él un círculo de mimbre con que coronarse... No<br />

se tienta a Dios pidiendo milagros para fines humanos. Esto quería Satanás. El motivo<br />

presentado era el pretexto, la verdad era: «Gloríate de ser el Mesías», para llevarme a la otra<br />

concupiscencia: la del orgullo. No se dejó vencer con mi respuesta: «No tentarás al Señor Dios<br />

tuyo», me insidió con la tercera fuerza de su naturaleza: el oro. ¡Oh, el oro! Gran cosa el pan<br />

y mayor aún la mujer, para quien anhela el alimento o el placer; grandísima cosa es para el<br />

hombre, incomparablemente mayor, la aclamación de las multitudes... Por estas tres cosas,<br />

¡cuántos crímenes se cometen! ¡Ah!, pero el oro... el oro... llave que abre, círculo que suelda, es<br />

el alfa y el omega de noventa y nueve de cada cien de las acciones humanas. Por el pan y la<br />

mujer, el hombre se hace ladrón. Por el poder, homicida incluso; pero por el oro se hace<br />

idólatra. Satanás, el rey del oro, me ofreció su oro a condición de que le adorase... Le derroté<br />

con las palabras eternas: «Adorarás solo al Señor, Dios tuyo». Aquí... aquí sucedió esto‖.■<br />

Jesús se ha puesto de pie. Parece más hermoso que de costumbre, en la naturaleza que le rodea.<br />

También los discípulos se levantan. Jesús prosigue hablando y mira fijamente a Judas.<br />

―Entonces vinieron los ángeles del Señor... el Hombre había vencido la triple batalla. El Hombre<br />

sabía lo que quería decir ser hombre, y había vencido; estaba agotado, la lucha había sido más<br />

agotadora que el largo ayuno... Mas el espíritu se agigantaba... Yo creo que los Cielos se<br />

regocijaron cuando una criatura dotada de inteligencia, tal cosa realizó. Yo creo que desde ese<br />

momento me vino el poder de hacer milagros. Había sido Dios (solamente). Yo me había hecho<br />

el Hombre. Ahora, venciendo al animal que estaba unido a la naturaleza del hombre, he aquí<br />

que Yo era el Hombre-Dios, y lo soy. Como Dios todo lo puedo, como Hombre todo lo<br />

conozco. Haced también vosotros como Yo, si queréis hacer lo que Yo hago, y hacedlo en<br />

memoria mía‖.<br />

* ―Creo que aquel hombre ya no se asombrará más de que Yo haya solicitado ayuda del<br />

Padre para no caer en la tentación... Mi primer contacto con el mundo me produjo<br />

náuseas, ahora al unirme completamente con el Padre en la oración y en la soledad puedo<br />

volver al mundo para retomar mi primera cruz”.- ■ Jesús: ―Aquel hombre se admiraba de<br />

que hubiera Yo solicitado la ayuda del Padre, y de que le hubiera rogado que no me dejara caer<br />

en tentación, es decir, que no me dejara a merced de la Tentación más allá de mis fuerzas. Creo<br />

que aquel hombre, ahora que sabe, ya no se asombrará más. Haced también vosotros así, en<br />

memoria mía y para vencer como Yo, y no dudéis jamás de verme fuerte en todas las<br />

tentaciones de la vida, victorioso en las batallas de los cinco sentidos, del sentido y del<br />

sentimiento, sobre mi naturaleza de verdadero hombre (la que tengo además de mi naturaleza de<br />

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Dios). Acordáos de todo esto. ■ Os había prometido llevaros a donde habríais podido conocer al<br />

Maestro... desde el alba de su día (un alba pura como esta que está naciendo) hasta el mediodía<br />

de su vida, aquél del cual me alejé para ir hacia mi humana tarde... Le dije a uno de vosotros:<br />

«También Yo me preparé»; ahora veis que es verdad. Os doy las gracias por haberme hecho<br />

compañía en este retorno al lugar natal y al lugar penitencial. Los primeros contactos con el<br />

mundo me habían causado náuseas y desilusiones; es demasiado feo. Ahora mi corazón se ha<br />

alimentado de la fuerza del león: al unirme completamente con el Padre en la oración y en la<br />

soledad. Puedo volver al mundo para tomar de nuevo mi cruz, mi primera cruz del Redentor: la<br />

del contacto con el mundo, con el mundo en que demasiado pocas son las almas que se llaman<br />

<strong>María</strong>, que se llaman Juan... ■ Escuchad ahora; tú especialmente Juan. Volvemos a donde está<br />

mi Madre y los amigos. Os ruego que no digáis nada a mi Madre de la dureza que han opuesto<br />

al amor de su Hijo; sufriría demasiado. Sufrirá mucho, mucho, mucho por esta crueldad<br />

humana... pero no le mostremos desde ahora el cáliz: ¡será muy amargo cuando le sea dado!; tan<br />

amargo que, como un veneno, le bajará serpenteando a sus santas entrañas y a sus venas y se las<br />

morderá y le helará el corazón. ¡Oh!, no digáis a mi Madre que Belén y Hebrón me rechazaron<br />

como a un perro. ¡Piedad de Ella! Tú, Simón, eres anciano y bueno, eres un corazón que<br />

reflexiona y sé que no hablarás. Tú Judas, eres Judío, y no hablarás por orgullo regional. Pero<br />

tú, Juan, tú galileo joven, no caigas en el pecado de orgullo, de crítica, de crueldad. Callarás.<br />

Más tarde... más tarde dirás a los demás lo que ahora te ruego que calles. Hay muchas cosas que<br />

hablar sobre el Mesías ¿Por qué añadir lo que es de Satanás contra el Mesías? Amigos: ¿me<br />

prometéis esto?‖. Juan: ―¡Oh, Maestro! ¡Claro que lo prometemos! ¡No desconfíes!‖. Jesús:<br />

―Gracias. Vamos a aquel pequeño oasis. Allí hay un manantial, un pequeño pozo de agua fresca,<br />

sombra y verdor. Está muy cerca de él el camino que lleva al río. Podremos encontrar alimento<br />

y descanso hasta el atardecer. A la luz de las estrellas llegaremos al río, y al vado. Esperaremos<br />

a José (pastor) o nos uniremos a él si ya regresó. ¡Vámonos!‖. Y se ponen en camino mientras<br />

allá en los confines del oriente un nuevo día se levanta bañado en el color rosado con que se tiñe<br />

el cielo. (Escrito el 17 de Enero de 1945).<br />

·············································<br />

1 Nota : ―Pero nunca se es suficientemente limpio ante el Altísimo. Decir soy hombre y<br />

pecador... limpia el corazón‖ es una expresión que se refiere a los hombres en general y no<br />

quiere decir que Jesús, hubiese sido o hubiese creído pecador, como aparece en las palabras a<br />

continuación: ―Hombre... en todo, a excepción del condescender en el mal‖.<br />

2 Nota : La futura doctrina de San Pablo (cfr. Fil.2,7; Hebr.2,16.-18; 4,15; 5,2).<br />

3 Nota : ―Tengo cuerpo y sujeto a debilidades‖: Cfr. Nota anterior 1 y véase que aun en este<br />

contexto no se trata de debilidad como inclinación al pecado o debilidad pecaminosa, sino tan<br />

solo de aquellos defectos humanos que Jesús quiso libre y generosamente tomar para nuestra<br />

enseñanza, sostén y salvación Cfr. Mt. 4,2; 26,38; Mc.14,34; Ju.4,6; Hebr.4,15.<br />

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2-81-17 (2-45-495).- Encuentro con los pastores Juan, Matías y Simeón, discípulos del<br />

Bautista. Un plan para liberar al Bautista.- Iscariote y Juan salen a vender las joyas de Aglae.<br />

* Los 3 pastores se unieron al Bautista porque al venir donde éste, el Precursor, pensaban<br />

encontrar a Él.- ■ Vuelvo a ver el vado del Jordán, el camino verde que corre de una parte y<br />

otra del río está hollado por viajeros que buscan su sombra. Hileras de borriquillos van y vienen<br />

y con ellos los hombres. En la margen del río hay tres hombres que apacientan algunas, pocas,<br />

ovejas. En el camino, José el pastor, que está esperando, mira a un lado y a otro. A lo lejos, en<br />

el punto en que otro camino entronca con éste del río, Jesús aparece con sus tres discípulos.<br />

José y los tres pastores van al encuentro de Jesús. José les anima. Éstos ponen en movimiento<br />

por el camino a las ovejas, haciéndolas avanzar por la orilla herbosa. Rápidamente se dirigen<br />

hacia Jesús. Uno de los pastores: ―Yo casi no me atrevo... ¿con qué palabras le voy a saludar?‖.<br />

José: ―¡Oh, es muy bueno! Dile: «La paz sea contigo», Él saluda siempre así‖. Pastor: ―Él sí...<br />

pero nosotros...‖. José: ―¿Y yo quién soy? No soy ni siquiera uno de sus primeros adoradores, y<br />

me quiere mucho... muchísimo‖. Pastor: ―¿Quién es?‖. José: ―Aquél más alto y rubio‖. Pastor<br />

―¿Le hablamos del Bautista, Matías?‖. Matías dice: ―¡Sí!‖. Simeón: ―¿No pensará que le hemos<br />

preferido antes que a Él?‖. Matías: ―No, hombre, Simeón. Si es el Mesías, ve dentro de los<br />

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corazones y en el nuestro verá que en el Bautista seguíamos buscándole a Él‖. Simeón: ―Tienes<br />

razón‖. Los dos grupos están ya a pocos metros el uno del otro. ■ En el rostro de Jesús se<br />

dibuja una sonrisa que es imposible de describir. José acelera el paso. Las ovejas, por su parte,<br />

se ponen a trotar azuzadas por los pastores. ―La paz sea con vosotros‖ les dice levantando los<br />

brazos como si fuera a dar un abrazo, y especifica: ―¡Paz a ti Simeón, Juan, Matías, mis<br />

discípulos y discípulos de Juan el Profeta!; paz a ti, José‖ y le besa en la mejilla. Los otros tres<br />

están de rodillas. ―Venid, amigos, bajo estos árboles y junto a las aguas del río hablaremos‖.<br />

Bajan. Jesús se sienta en una gruesa raíz que sobresale del terreno, los otros en el suelo. Jesús<br />

sonríe y los mira fijamente, fijamente, uno a uno: ―Dejad que conozca vuestros rostros. Los<br />

corazones ya los conozco como corazones de justos que van tras el Bien, al que amáis frente a<br />

todas las utilidades del mundo. Os traigo saludos de Isaac, Elías y Leví. También otro saludo de<br />

mi Madre. ■ ¿Tenéis noticias del Bautista?‖. Ellos, que hasta ahora se habían sentido<br />

subyugados, rec<strong>obra</strong>n el ánimo: ―Todavía está en prisión. Nuestro corazón tiembla por él,<br />

porque está en manos de un cruel, dominado por una criatura del infierno y rodeado de una corte<br />

corrompida. Nosotros le amamos... Tú sabes que le amamos y que merece nuestro amor.<br />

Después de que Tú dejaste Belén, fuimos perseguidos... Pero más que su odio sentimos el<br />

vernos solos, abatidos, como árboles tronchados por el viento, porque te habíamos perdido.<br />

Luego, después de años de dolor (como quien tuviera los párpados cosidos y buscara el sol y no<br />

lo pudiera ver, porque además estuviera dentro de una cárcel y ni siquiera se lo mostrara el tibio<br />

calor que sintiera en su carne), oímos que el Bautista era el hombre de Dios predicho por los<br />

profetas para preparar los caminos a su Mesías (Is. 40,3-5) y fuimos donde él diciéndonos a<br />

nosotros mismos: «Si él le precede, al ir a él le encontraremos», porque era a Ti, Señor, a quien<br />

buscábamos‖. Jesús: ―Lo sé. Me habéis encontrado. Estoy con vosotros‖. Pastor: ―José nos dijo<br />

que fuiste donde el Bautista. Nosotros no estábamos allí ese día; tal vez él nos habría mandado a<br />

algún lugar. Le servíamos sobre todo en las cosas espirituales que nos pedía con tanto amor; y<br />

con amor le escuchábamos, aunque fuera muy severo, cosa que Tú no eres; pero decía siempre<br />

palabras de Dios‖. Jesús: ―Lo sé. Y... ■ ¿no conocéis a éste?‖ señala a Juan. Pastor: ―Le vimos<br />

con los otros galileos entre la gente más fiel al Bautista. Si no nos equivocamos, tú te llamas<br />

Juan y eres aquél de quien él decía, a nosotros, sus íntimos: «Ved: yo el primero; él, el último;<br />

mas luego será: él, el primero y yo el último». Y nunca pudimos entender lo que quería decir‖.<br />

Jesús se vuelve hacia su izquierda, donde está Juan el apóstol, le trae hacia su pecho, en medio<br />

de una sonrisa aún más resplandeciente, y explica: ―Quería decir el Bautista que él era el<br />

primero en declarar: «He aquí el Cordero», y que éste será el último de los amigos del Hijo del<br />

hombre que hablará del Cordero a las multitudes; pero que, en el Corazón del Cordero, éste es<br />

primero, porque le ama más que a ningún otro hombre. Esto es lo quería decir el Bautista. Pero<br />

cuando le veáis al Bautista --le volveréis a ver y le volveréis a servir hasta la hora determinada-<br />

- decidle que él no es el último en el Corazón del Mesías. No tanto por ser pariente cuanto por<br />

su santidad, a él le quiero como a éste. Y vosotros acordaos de esto. Si la humildad del Santo se<br />

proclama «último», la Palabra de Dios le proclama compañero del discípulo que amo. Decidle<br />

que amo a éste porque lleva su nombre y porque encuentro en él la marca del Bautista,<br />

preparador de los corazones para el Mesías‖. Pastor: ―Le diremos‖.<br />

* Precio de liberación del Bautista: 20 talentos.- Iscariote, que se descubre como un<br />

experto, y Juan salen a vender las joyas de Aglae.- ■ El pastor agrega: ―Pero... ¿le<br />

volveremos a ver?‖. Jesús: ―Le volveréis a ver‖. Pastor: ―Sí. Herodes no se atreve a matarle por<br />

miedo al pueblo. En esa corte de avaricia y corrupción, sería fácil librarle si hubiera dinero.<br />

Pero... pero, por mucho que haya --los amigos han dado ya-- todavía falta mucho, y tenemos<br />

mucho miedo de no llegar a tiempo... y que le maten‖. Jesús: ―¿Cuánto pensáis que os falte para<br />

el rescate?‖. Pastor: ―No, para el rescate, Señor. Herodías no le quiere ni ver, y ella es<br />

demasiado dueña de Herodes como para poder pensar en llegar a un rescate. Pero... en<br />

Maqueronte se han dado cita, yo creo, todos los codiciosos del reino. Todos quieren gozar,<br />

todos quieren sobresalir, desde los ministros hasta los siervos; y para ello hace falta dinero... Ya<br />

hemos encontrado a quien por una importante cantidad de dinero dejaría salir al Bautista.<br />

Incluso Herodes lo desea... porque tiene miedo, no por otra razón, miedo al pueblo y miedo a la<br />

mujer. Así contentaría al pueblo, y la mujer no le podría acusar de haberla disgustado‖. Jesús:<br />

―¿Y cuánto quiere esa persona?‖. Pastor: ―Veinte talentos de plata. Tenemos tan sólo doce y<br />

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medio‖. ■ Jesús: ―Judas, tú dijiste que esas joyas eran muy bonitas‖. Iscariote: ―Bonitas y<br />

valiosas‖. Jesús: ―¿Cuánto podrían valer? Me parece que tú eres experto en esas cosas‖.<br />

Iscariote: ―Sí, lo soy. ¿Por qué quieres saber su valor, Maestro? ¿Las quieres vender? ¿Por<br />

qué?‖. Jesús: ―Quizás... Di, ¿cuánto podrán valer?‖. Iscariote: ―Si se venden bien... al menos...<br />

al menos seis talentos‖. Jesús: ―¿Estás seguro?‖. Iscariote: ―Sí, Maestro. Solo el collar, con el<br />

grueso que es y el peso que tiene, siendo de oro purísimo, vale al menos tres talentos; le he<br />

mirado bien. Y también las pulseras... No sé ni siquiera cómo las muñecas finas de Aglae<br />

podían soportarlas‖. Jesús: ―Eran sus cepos, Judas‖. Iscariote: ―Es verdad, Maestro... ¡Pero a<br />

muchos les gustaría tener cepos como éstos!‖. Jesús: ―¿Tú crees? ¿Quién?‖. Iscariote: ―En fin...<br />

¡muchos!‖. Jesús: ―Sí, muchos que de hombre solo tiene el nombre... Y, ¿sabrías de un posible<br />

comprador?‖. Iscariote: ―En definitiva, ¿los quieres vender? ¿Para el Bautista? ¡Mira que es<br />

oro maldito!”. Jesús: ―¡La incoherencia humana! Acabas de decir, con un deseo patente, que<br />

a muchos les gustaría ese oro y ¿ahora dices que está maldito? ¡Judas! ¡Judas!... Es maldito, sí,<br />

es maldito, pero ya lo ha dicho ella: «Se santificará sirviendo al que es pobre y santo», y lo ha<br />

dado para esto, para que el que reciba el beneficio ruegue por su pobre alma, que, cual embrión<br />

de futura mariposa, crece en la semilla del corazón. ¿Quién más pobre y santo que el Bautista?<br />

Él es como Elías por su misión (3 Re. 17,1), pero más grande que Elías por la santidad. Él es<br />

más pobre que Yo. Yo tengo una Madre y una casa... Cuando se tiene estas cosas, y además<br />

puras y santas como las tengo Yo, jamás uno puede decir que está abandonado. Él ya no tiene<br />

casa, y ni siquiera tiene el sepulcro de su madre. Todo destruido, profanado por la perversidad<br />

humana. ■ ¿Quién es, pues, el comprador?‖. Iscariote: ―Hay uno en Jericó y muchos en<br />

Jerusalén. ¡¡¡Pero el de Jericó!!! Es un astuto orfebre oriental, usurero, estafador, mercader de<br />

amores, ciertamente ladrón, quizás homicida... con toda seguridad perseguido por Roma. Quiere<br />

que se le llame Isaac para parecer hebreo, pero su nombre verdadero es Diómedes. Le conozco<br />

bien‖. Zelote, que habla poco pero todo observa, interrumpe: ―¡Ya lo vemos!‖. Y pregunta:<br />

―¿Pero cómo has hecho para conocerle tan bien?―. Iscariote: ―Bueno... ya sabes... Para contentar<br />

a unos amigos poderosos. Fui a su casa... hice algunos tratos... Nosotros los del Templo... ya<br />

sabes...‖. Zelote termina con fina ironía: ―¡Ya!... trabajáis en toda clase de servicios‖. Judas se<br />

pone rojo de ira, pero se calla. Jesús pregunta: ―¿Puede comprar?‖. Iscariote: ―Yo creo que sí.<br />

El dinero no le falta nunca. Ciertamente hay que saber vender porque ese griego es astuto, y si<br />

ve que está tratando con una persona honesta, un... pichón, le despluma a su gusto. Pero si se<br />

encuentra delante un buitre como él...‖. Zelote dice: ―Ve Judas, eres el tipo de persona adecuado<br />

para esto; tienes la astucia del zorro y la capacidad del buitre. ¡Oh, perdona, Maestro; he<br />

hablado antes que Tú!‖. Jesús: ―Soy de tu misma opinión, y, por tanto, le digo a Judas que vaya.<br />

Juan, ve con él. Nosotros os alcanzaremos al ponerse el sol. El lugar de nuestra próxima cita es<br />

la plaza del mercado. Ve y saca el mayor partido posible‖. Judas se levanta inmediatamente.<br />

Juan tiene los ojos suplicantes, como los de un perro al que se echa fuera. Mas Jesús se dirige de<br />

nuevo a los pastores y no ve esta mirada suplicante. Juan sigue a Judas.<br />

* Iscariote, para los 3 pastores, es seria duda; para Zelote, un enigma; para Jesús, joven<br />

con muchos pliegues en su corazón al que no faltan lados buenos... humanos.- ■ Jesús les<br />

dice a los pastores: ―Querría ser para vosotros motivo de alegría‖. Juan (pastor): ―Lo serás<br />

siempre, Maestro. Que el Altísimo te bendiga por nosotros. ¿Ese hombre es amigo tuyo?‖.<br />

Jesús: ―Lo es. ¿No te parece que pueda serlo?‖. El pastor Juan baja la cabeza y calla. Habla el<br />

discípulo Simón Zelote: ―Solo quien es bueno sabe ver. Yo no soy bueno y no veo lo que la<br />

Bondad ve. Veo lo externo. El bueno desciende también a lo interno. Tú también, Juan, ves<br />

como yo. Pero el Maestro es bueno... y ve...‖. Jesús: ―¿Qué ves, Simón, en Judas? Te ordeno<br />

hablar‖. Zelote: ―Bueno, pienso, cuando le miro, en ciertos lugares misteriosos que parecen<br />

cuevas de fieras y aguas de fiebre estancadas; uno divisa apenas algo que no va bien, e<br />

inmediatamente se retira. Y, sin embargo... sin embargo, dentro hay tórtolas y ruiseñores y el<br />

suelo es rico en aguas y hierbas saludables. Yo quiero pensar que Judas es así.. Lo creo porque<br />

Tú has tomado contigo. Tú, que sabes...‖. Jesús: ―Sí, Yo le conozco... Hay muchos pliegues en<br />

su corazón... pero no le faltan lados buenos. Lo viste en Belén y en Keriot. Este lado bueno,<br />

completamente humano, hay que elevarlo a una bondad espiritual. Entonces Judas será como tú<br />

quisieras que fuera. Es joven...‖. Zelote: ―También Juan es joven...‖. Jesús: ―Y tú concluyes en<br />

tu corazón: «y es mejor». ¡Pero, Juan es Juan! ■ Ámale, Simón, a ese pobre de Judas... Te lo<br />

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uego. Si le amas... te parecerá más bueno‖. Zelote: ―Me esfuerzo en hacerlo... por Ti... Pero es<br />

él el que rompe mis esfuerzos como a cañas del río... No obstante, Maestro, yo tengo una sola<br />

ley: hacer lo que Tú quieres. Por eso le amo a Judas, a pesar de que algo grite en mí contra él y<br />

contra mí mismo‖. Jesús: ―¿Qué es, Simón?‖. Zelote: ―No lo sé con precisión... Algo parecido<br />

al grito del soldado de guardia durante la noche... algo que me dice: «¡No duermas! ¡Observa!».<br />

No lo sé... No tiene nombre esto, pero existe... existe en mí contra él‖. Jesús: ―No pienses más<br />

en ello, Simón. No te esfuerces en definirlo. Hace mal conocer ciertas verdades... y podrías errar<br />

en tu conocimiento... Deja que tu Maestro actúe. Tú, dame tu amor y piensa que eso me hace<br />

feliz...‖. Y todo termina. (Escrito el 18 de Enero de 1945).<br />

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2-82-22 (2-46-500).- J. Iscariote cuenta cómo ha vendido a Diómedes( Isaac) las joyas de Aglae.<br />

* Jesús exhorta al trato justo a los animales a imitación de la Caridad que vela por ellos.-<br />

■ Estoy en la plaza del mercado de Jericó. Pero no por la mañana, sino por la tarde, bajo un<br />

largo y calidísimo crepúsculo de verano. Del mercado de la mañana solo quedan rastros: restos<br />

de verduras, montones de excrementos, paja que cayó de las canastas o de las cabezadas de los<br />

burros, jirones de trapos... Sobre todo ello las moscas triunfan y, de todo, el sol hace fermentar y<br />

evaporar hedores y olores de cosas poco agradables. La vasta plaza está vacía. Algún raro<br />

transeúnte, algún muchacho rebeldillo que tira piedras a los pájaros que andan por el suelo,<br />

alguna mujer que va a la fuente. Y basta. ■ Jesús llega por una calle, mira a su alrededor, no ve<br />

todavía a nadie. Pacientemente se apoya en un tronco y espera, encontrando la manera de hablar<br />

a los muchachos sobre la caridad que empieza en Dios y baja del Creador a todas las criaturas.<br />

―No seáis crueles. ¿Por qué queréis molestar a los pájaros del aire? Tienen nidos allí arriba y<br />

tienen a sus pequeñas crías, no hacen daño a nadie, cantan y limpian comiéndose los<br />

desperdicios que el hombre deja y los insectos que dañan las cosechas y la fruta. ¿Por qué<br />

herirlos y matarlos, privando a los pequeñuelos de sus padres y de sus madres, o a éstos de sus<br />

pequeñuelos? ¿Os gustaría que un malvado entrase en vuestra casa y la destruyese, o que os<br />

matasen a vuestros padres o que os separasen de ellos? ¡Claro que no os gustaría! Entonces ¿por<br />

qué hacer a estos inocentes lo que no querríais que se os hiciese a vosotros? ¿Cómo podréis el<br />

día de mañana no hacer mal al hombre, si, de pequeños, os endurecéis el corazón con criaturitas<br />

que no pueden defenderse, como estos siempre buenos pajaritos? Y ¿no sabéis que dice la Ley:<br />

«Ama a tu prójimo como a ti mismo»? Quien no ama al prójimo tampoco puede amar a Dios. Y<br />

quien no ama a Dios, ¿cómo puede ir a su Casa a pedirle algo? Dios podría decirle, y lo dice en<br />

los Cielos: «Vete, no te conozco. Tú... ¿mi hijo? ¡No! No amas a los hermanos, no respetas en<br />

ellos al Padre que los creó; por tanto, no eres ni hermano ni hijo, sino un bastardo: hijastro para<br />

Dios, hermanastro para los hermanos». ■ ¿Veis cómo ama Él, el Señor eterno? Durante los<br />

meses más fríos hace que sus pajaritos puedan encontrar pajitas, para que, hechas nido en ellas,<br />

vivan los pajaritos. En los meses calurosos, les proporciona las sombras de las hojas para<br />

protegerlos del sol. Durante el invierno, en los campos, apenas está el grano cubierto de tierra y<br />

es fácil sacar la semilla y comerla. En verano su sed se calma con frutas llenas de jugo, y<br />

pueden hacer los nidos más fuertes y calientes con pajitas de heno y con la lana que las ovejas<br />

dejan en las zarzas. Y es el Señor. Vosotros, pequeños hombres, creados por Él como los<br />

pájaros, por tanto hermanos suyos de creación, ¿por qué queréis ser distintos de Él, creyendo<br />

que os es lícito comportaros cruelmente con estos pequeños animales?... Sed misericordiosos<br />

con todos y no privéis de lo justo a ninguno; para con los hombres hermanos y para con los<br />

animales, vuestros siervos y amigos; y Dios...‖. Zelote grita: ―¡Maestro!, Judas está llegando‖.<br />

Jesús: ―... Dios será misericordioso con vosotros; os dará cuanto os sea necesario, como se lo<br />

da a estos inocentes. Id y llevad con vosotros la paz de Dios‖.<br />

* Las habilidades poco escrupulosas de Iscariote en la venta de las joyas de Aglae.- ■ Jesús<br />

se abre paso en el círculo de muchachos, a los que se habían juntado también adultos, y va al<br />

encuentro de Judas y Juan, que vienen rápidos por otra calle. Judas viene triunfante. Juan sonríe<br />

a Jesús... pero no parece contento en absoluto. Iscariote: ―Ven, Maestro. Creo que lo hice bien.<br />

Pero ven conmigo. En la calle no se puede hablar‖. Jesús: ―¿A dónde?, Judas‖. Iscariote: ―A la<br />

fonda. Ya he reservado cuatro habitaciones... son modestas, no te asustes. Tan sólo para<br />

descansar en un lecho después de tanta incomodidad por este calor; y poder comer como<br />

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personas y no como pájaros en el follaje, y hablar también tranquilamente. He hecho una buena<br />

venta ¿Verdad, Juan?‖. Juan asiente sin muchas ganas. Pero Judas está tan contento de su <strong>obra</strong>,<br />

que no repara ni en la poca alegría de Jesús ante la perspectiva de un alojamiento cómodo, ni<br />

ante el menos entusiasta de Juan. Continúa diciendo: ―Después que vendí en más de lo que<br />

había pensado me dije: «Es justo que tome un poquitín, cien denarios para dormir y comer. Si<br />

nosotros, que siempre hemos comido, estamos agotados, mucho más debe estarlo Jesús». ¡Mi<br />

deber es cuidar de que no se enferme mi Maestro! Deber de amor, porque tú me amas y yo<br />

también. Hay un lugar también para vosotros y vuestras ovejas --dice a los pastores-- en todo he<br />

pensado‖. Jesús no dice palabra. Le sigue junto con los demás. Llegan a una plaza secundaria. ■<br />

Judas dice: ―¿Veis aquella casa sin ventanas que dan a esa calle y con aquella puertecilla tan<br />

estrecha que parece una hendidura en la pared? Es la casa del orfebre Diómedes. Parece una<br />

casa pobre... ¿no esa así? Sin embargo, allí dentro hay tanto oro como para comprar Jericó y...<br />

¡ja!¡ja!...‖. Judas ríe con malicia... ―y entre ese oro se pueden encontrar también muchos collares<br />

y copas, y... también otras cosas de las personas más influyentes de Israel. Diómedes... ¡oh!,<br />

todos fingen no conocerle, pero le conocen todos, desde los herodianos hasta... bueno... hasta<br />

todos. En aquel muro liso, pobre... se podría escribir: «Misterio y secreto». ¡Si hablasen esas<br />

paredes!... ¡No ya escandalizarte, Juan, por la forma en que he negociado!... Es que tú... tú te<br />

morirías ahogado de vergüenza y de escrúpulo. Mejor dicho, mira, Maestro, no vuelvas a<br />

mandarme otra vez con Juan a tratar ciertos negocios. Por poco me hace que todo salga mal. No<br />

sabe cogerlas al vuelo, no sabe negar. Y con un astuto como Diómedes hay que tener reflejos<br />

rápidos y mostrarse seguro‖. Juan dice entre dientes: ―Decía ciertas cosas... tan raras y tan...<br />

tan... Sí, Maestro. No me vuelvas a mandar. Yo solo soy capaz de amar, yo...‖. Jesús responde<br />

serio: ―Difícilmente necesitaremos otras ventas de este tipo‖. Iscariote: ―Allá está la fonda. Ven,<br />

Maestro. Hablo yo... porque... yo he hecho todo‖. ■ Entran en la fonda y Judas habla con el<br />

dueño que hace que lleven las ovejas al establo y después conduce personalmente a los<br />

huéspedes a una habitación donde hay dos esteras, que serían las camas, unas sillas y una mesa<br />

preparada, luego se retira. Iscariote dice: ―Hablemos enseguida, Maestro, mientras los pastores<br />

están ocupados en acomodar sus ovejas‖. Jesús: ―Te escucho‖. Iscariote: ―Juan puede decir si<br />

soy sincero o no‖. Jesús: ―No lo dudo. Entre honrados no es necesario ni juramento ni<br />

testimonio. Habla‖. Iscariote: ―Llegamos a Jericó a la hora sexta. Estábamos sudados como<br />

animales de carga. No quise dar impresión a Diómedes de tener necesidad urgente. Así vine<br />

antes aquí, me refresqué, me puse un vestido limpio, y esto mismo quise que hiciera él. ¡Oh, no<br />

quería echarse nada de ungüento ni arreglarse los cabellos! ¡Y es que yo había hecho mi plan,<br />

cuando venía por el camino! Cercano ya al atardecer, digo: «Vamos». Ya estábamos<br />

descansados y frescos como dos ricachones en viaje de placer. Cuando estábamos a punto de<br />

llegar a la casa de Diómedes, dije a Juan: «Tú, sígueme la corriente, no me desmientas y sé<br />

rápido en entender». ¡Pero hubiera sido mejor haberlo dejado afuera! No me ha ayudado en<br />

absoluto. Al contrario... ¡menos mal que yo soy rápido por dos, y había pensado en todo! ■ De<br />

la casa de Diómedes salía el alcabalero. Digo: «Bien, si sale ése de allí, habrá denarios y lo que<br />

necesito para hacer comparaciones». Porque el alcabalero, usurero y ladrón como todos los de<br />

su clase, siempre tiene joyas, arrancadas con amenazas y usuras a los pobres desgraciados a<br />

quienes impone una tasa mayor de lo lícito para tener mucho de qué gozar en crápulas y<br />

mujeres; es muy amigo de Diómedes que compra y vende oro y carne... Me identifiqué y<br />

entramos. Digo «entramos» porque una cosa es ir al lugar en donde finge trabajar honradamente<br />

el oro, y otra es bajar al sótano, donde él lleva a cabo sus verdaderos negocios. Para poder bajar<br />

es necesario que él conozca mucho a uno. Cuando me vio, me dijo: «¿Otra vez quieres vender<br />

oro? La situación es difícil y tengo poco dinero». Su acostumbrado cantar. Le respondí: «No<br />

vengo a vender, sino a comprar. ¿Tienes joyas de mujer? Pero, que sean bonitas, ricas, valiosas<br />

y de peso, de oro puro». Diómedes quedó estupefacto. Preguntó: «¿Es una mujer lo que<br />

quieres?». Le respondí: «No te preocupes, no es para mí; es para este amigo mío que se va a<br />

casar y quiere comprar oro para su amada».■ Y en ese momento Juan empezó a hacer el niño.<br />

Diómedes que le estaba mirando, viendo que se ponía como la púrpura, dijo, como viejo<br />

lujurioso que es: «¡Eh!, el muchacho con solo oír nombrar a su novia, siente fiebre de amor. ¿Es<br />

muy hermosa tu dama?» preguntó. Yo le di una patada a Juan para espabilarle y hacerle<br />

entender que no se comportara como un estúpido. Pero respondió con un «sí» tan apagado, que<br />

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Diómedes entró en sospechas. Entonces tomé yo la palabra: «Si es hermosa o no, no tiene por<br />

qué interesarte, viejo. No estará nunca entre el número de las mujeres por las que merecerás el<br />

infierno. Es una virgen honesta y en breve será una buena esposa. Saca tu oro. Yo soy el amigo<br />

de boda de él y tengo el encargo de ayudar al joven... yo, judío y ciudadano». «¿Él es galileo,<br />

verdad?»--¡ese pelo siempre os traiciona!--. «¿Es rico?». «¡Mucho!». ■ Entonces fuimos abajo y<br />

Diómedes abrió cofres y arcas. Pero di la verdad, Juan... ¿no parecía estar uno en el cielo ante<br />

aquellas piedras preciosas y oro?... Collares, entretejidos, brazaletes, aretes, redecillas de oro y<br />

piedras preciosas para los cabellos, peinetas, broches, anillos... ¡ah, qué esplendor! Con mucha<br />

calma elegí un collar más o menos como el de Aglae, y anillos, broches, brazaletes... todo como<br />

lo que tenía en la bolsa y en igual número. Diómedes se maravillaba y preguntaba: «¿Todavía<br />

más? ¿Pero, quién es éste? ¿Y la novia, quién es?, ¿una princesa?». Cuando tuve todo lo que<br />

quería, dije: «¡El precio!». ¡Oh, qué letanía de lamentos preparatorios, sobre la situación actual,<br />

sobre las tasas, sobre los peligros, sobre los ladrones! ¡Oh, qué otra letanía de afirmaciones de<br />

honradez! Y luego la respuesta: «Solo porque se trata de ti, te diré la verdad, sin exageraciones;<br />

pero, menos ni siquiera un dracma. Pido doce talentos de plata». Dije: «¡Ladrón!». Y<br />

dirigiéndome a Juan: «Vámonos; en Jerusalén encontraremos alguno menos ladrón que éste». Y<br />

fingí que me salía. Corrió detrás de mí. «Mi muy grande amigo, mi amigo predilecto, ven,<br />

escucha a este pobre siervo tuyo. No puedo menos. De veras que no puedo. Mira, hago<br />

verdaderamente un esfuerzo y me arruino; lo hago porque siempre me has brindado tu amistad y<br />

me has hecho hacer buenos negocios. Once talentos. ¿Qué tal? Es lo que yo daría si debiera<br />

comprar este oro a uno que pasa hambre. Ni un céntimo menos. Sería como quitarme sangre de<br />

las venas». ¿Verdad que así hablaba? Causaba risa y náuseas. ■ Cuando le vi que se mantenía<br />

en el precio di el golpe: «Viejo sucio, comprende que no quiero comprar sino vender. Esto es lo<br />

que quiero vender. Mira: es hermoso como el tuyo. Oro de Roma y de nueva cuña. Muchos lo<br />

querrán. Es tuyo por once talentos; lo que pediste por esto. Tú pusiste el precio. Paga». ¡Uh,<br />

entonces!... Aullaba: «¡Es una traición! ¡Has traicionado la estima que tenía de ti! ¡Eres mi<br />

ruina! ¡No puedo darte tanto!», aúlla. «Lo has valorado tú. Paga». «No puedo». «Mira que se lo<br />

llevo a otros». «No, amigo» y alargando sus manos ganchudas las metía en el montón de las<br />

joyas de Aglae. «Pues entonces, paga: debería yo pedirte doce talentos, pero me conformo con<br />

lo último que has pedido». «No puedo». «¡Usurero! Mira que aquí tengo un testigo y te puedo<br />

denunciar como ladrón...» y le dije otras virtudes, que no repito porque aquí está este<br />

muchacho... ■ En fin, dado que me urgía vender y hacerlo pronto, le dije una cosa, una cosa<br />

que quedaba entre él y yo y que no mantendré... pues ¿qué valor tiene una promesa hecha a un<br />

ladrón? Y cerramos la venta en diez talentos y medio. Llegamos a este acuerdo en medio de<br />

lloriqueos de amistad y... de mujeres. Y Juan casi se echa a llorar. Pero, ¿qué te importa que<br />

piensen que eres un vicioso? Basta con que no lo seas. ¿No sabes que el mundo es así y que tú<br />

eres un aborto del mundo? ¿Un joven que no conoce el sabor de la mujer? ¿Quién quieres que te<br />

crea? O, si te creen... ¡yo no quisiera que pensaran de mí lo que puede pensar de ti quien<br />

considere que no tienes deseos de mujer! Aquí está, Maestro. Cuéntalo Tú mismo. Tenía un<br />

montón de denarios, pero me pasé por donde el alcabalero y le dije: «Toma esta basura tuya y<br />

dame los talentos que Isaac te ha entregado» --porque, como cosa última, supe también esto,<br />

una vez hecho el trato--. ■ No obstante, le dije a Isaac-Diómedes al final: «Acuérdate que el<br />

Judas del Templo no existe más. Ahora soy discípulo de un santo. Hazte idea, por tanto, de que<br />

jamás me has conocido, si en algo estimas tu cuello». Y por poco se lo tuerzo en ese momento,<br />

porque me respondió mal‖. Zelote pregunta con indiferencia: ―¿Qué te dijo?‖. Iscariote: ―Me<br />

dijo: «¿Tú, discípulo de un santo? Jamás lo creeré, o muy pronto veré aquí también al santo a<br />

pedirme una mujer». Me dijo: «Diómedes es una vieja raposa en el mundo. Pero tú eres la joven<br />

raposa. Yo todavía podría cambiar, porque lo que soy ahora lo soy de viejo, pero tú no cambias,<br />

porque has nacido así». ¡Viejo lujurioso! Niega tu poder, ¿comprendes?‖. Zelote: ―Y como buen<br />

griego dice muchas verdades‖. Iscariote: ―¿Qué insinúas, Simón?... ¿Lo dices por mí?‖. Zelote:<br />

―No. Por todos. Es una persona que conoce el oro y los corazones de la misma manera. Es un<br />

ladrón lujurioso en todos sus negocios y peor en fama. Pero se percibe en él la filosofía de los<br />

grandes griegos. Conoce al hombre, animal con siete branquias de pecado, pulpo que destroza el<br />

bien, la honradez, el amor y otras tantas cosas en sí y en los demás‖. Iscariote: ―Pero no conoce<br />

a Dios‖. Zelote: ―¿Y tú querrías dárselo a conocer?‖. Iscariote: ―¿Yo?... sí... ¿Por qué?... Son<br />

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los pecadores los que tienen necesidad de conocer a Dios‖. Zelote: ―Así es. Pero el maestro debe<br />

conocer a Dios para darle a conocer‖. Iscariote: ―¿Y yo no le conozco?‖. ■ Jesús: ―Paz amigos.<br />

Vienen ya los pastores. No turbemos su corazón con estas peleas entre nosotros. ¿Contaste tú el<br />

dinero?... Basta. Lleva a buen término todas tus acciones, como has llevado con ésta y, te lo<br />

repito, si puedes, en lo porvenir, no mientas ni siquiera para realizar una acción buena...‖. Los<br />

pastores entran. Jesús: ―Amigos, aquí hay diez talentos y medio. Faltan sólo cien denarios que<br />

Judas tomó para gastos de alojamiento. Tomadlos‖. Iscariote pregunta:―¿Los entregas todos?‖.<br />

Jesús: ―Todos. No quiero ni siquiera un céntimo de ese dinero. Nosotros tenemos la limosna de<br />

Dios y de los que honestamente buscan a Dios... y jamás nos faltará lo indispensable. Créelo.<br />

Tomadlos y alegraos como Yo me alegro, por el Bautista. Mañana iréis a su prisión, vosotros<br />

dos, Juan y Matías. Simeón con José irán donde está Elías a dar noticias y a instruirse para el<br />

futuro. Elías ya sabe. Después José volverá con Leví. El lugar del encuentro será dentro de diez<br />

días en la Puerta de los Peces en Jerusalén, a las seis de la mañana. Ahora comamos y<br />

descansemos. Mañana al amanecer, parto con los míos. No tengo otra cosa que deciros por el<br />

momento. Más tarde tendréis noticias de Mí‖. Todo se desvanece en el momento en que Jesús<br />

parte el pan. (Escrito el 19 de Enero de 1945).<br />

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2-83-30 (2-47-508).- Iscariote pide permiso para ausentarse.- Jesús llora a causa de Judas que<br />

es enseñanza viva para Pedro y para los apóstoles de todos los tiempos. Zelote le consuela.<br />

* “Judas es vuestra escuela, sobre todo para Pedro. Por un Pedro, un Juan... hay al menos<br />

otras tantas veces 7 Judas”.- ■ Jesús está en el campo, en una zona de tierras opimas:<br />

magníficos árboles frutales, viñedos espléndidos con racimos que tienden ya a colorearse de oro<br />

y de rubí... Está sentado bajo un árbol y come fruta que le ofreció un campesino... ■ Se acerca<br />

un hombre que trae un borriquillo cargado de verduras. ―Mira, si tu amigo quiere partir... mi<br />

hijo va a Jerusalén para el mercado de la Pascua‖. Jesús dice a Juan: ―Ve, Juan. Sabes lo que<br />

debes hacer. Dentro de cuatro días nos volveremos a ver. Mi paz sea contigo‖. Jesús abraza a<br />

Juan y le besa, también Simón hace lo mismo. Iscariote dice: ―Maestro, si me permites, voy con<br />

Juan. Tengo necesidad de ver a un amigo. Todos los sábados está en Jerusalén. Iría con Juan<br />

hasta Betfagé y luego iría por mi cuenta... Es un amigo de casa... ya sabes... mi madre me<br />

dijo...‖. Jesús: ―Nada te he preguntado, amigo‖. Iscariote: ―Mi corazón llora al tener que<br />

dejarte. Pero dentro de cuatro días estaré de nuevo contigo, y te seré tan fiel que hasta te<br />

resultaré pesado‖. Jesús: ―Ve, pues. Dentro de cuatro días, cuando el alba se levante, estad en la<br />

Puerta de los Peces. Hasta la vista y que Dios te guarde‖. Judas besa al Maestro y camina a poca<br />

distancia del borriquillo, que va trotando por el camino polvoriento. La tarde va bajando sobre<br />

la campiña que se cobija en silencio. Simón observa el trabajo de los hortelanos que riegan los<br />

surcos. ■ Jesús por unos momentos se ha quedado en el lugar en que estaba. Después se levanta,<br />

va hacia la parte de atrás de la casa, se adentra en el huerto. Se aísla. Se dirige hasta un lugar<br />

tupido en el que robustos granados se entrecruzan con matas bajas --yo diría que son de parras<br />

silvestres, pero no sé con seguridad, porque ya no tienen frutos y conozco poco la hoja de esta<br />

planta--. Jesús se esconde detrás de los granados, se arrodilla y ora... y luego se inclina hacia la<br />

hierba, con el rostro contra el suelo, y llora. Esto lo colijo por sus suspiros profundos y<br />

entrecortados. Un llanto desconsolado, sin sollozos pero muy triste. Así pasa el tiempo. La luz<br />

es ya crepuscular, pero aún no hay tanta oscuridad como para no poder ver. ■ Y dentro de esta<br />

escasa luz, se ve sobresalir por encima de una mata la cara fea pero honrada de Simón Zelote.<br />

Mira, busca, descubre la figura encorvada de Jesús, todo cubierto por el manto azul-oscuro, que<br />

le confunde casi con las sombras del suelo; sólo resaltan la rubia cabeza, apoyada sobre las<br />

muñecas, y las manos unidas en oración, que sobresalen por encima de aquella. Simón mira con<br />

esos ojos suyos tan saltones. Comprende que Jesús está triste, por los suspiros que da, y su boca<br />

de labios abultados y de color violeta, se abre: ―¡Maestro!‖. Jesús levanta el rostro. Zelote:<br />

―¿Lloras, Maestro? ¿Por qué? ¿Me permites que vaya a donde estás?‖. En la cara de Simón está<br />

dibujada la sorpresa y el dolor. En realidad es un hombre feo. A su no bello perfil y al color<br />

oscuro aceituna se le añaden las cicatrices azuladas que cual hoyos le dejó su mal. Pero su<br />

mirada es tan buena, que su deformidad desaparece. Jesús le dice: ―Ven, Simón amigo‖. Jesús<br />

se ha sentado en la hierba. Simón se sienta cerca de Él. Zelote le pregunta: ―¿Por qué estás<br />

57


triste, Maestro mío? Yo no soy Juan y no podré darte todo cuanto él te da, pero tengo deseos de<br />

consolarte. Y tengo un solo dolor: el de sentirme incapaz de hacerlo. Dime: ¿Te he causado<br />

algún disgusto en estos últimos días hasta el punto de que te canse el tener que estar conmigo?‖.<br />

Jesús: ―No, buen amigo. Desde el momento en que te vi, no me has causado ningún desagrado.<br />

Y creo que jamás me serás causa de llanto‖. Zelote: ―¿Y entonces, Maestro?... No soy digno de<br />

tu confianza, pero dados mis años, podría ser hasta padre tuyo, y bien sabes que siempre he<br />

tenido sed de hijos... Permíteme que te acaricie como si fueses hijo mío y que haga yo en esta<br />

hora las veces de padre y madre. Tienes necesidad de tu Madre para olvidar muchas cosas...‖.<br />

Jesús: ―¡Oh, sí... de mi Madre!‖. Zelote: ―Pues bien, mientras no llegue el momento en que Ella<br />

te consuele, deja a tu siervo la alegría de hacerlo. ■ Maestro, Tú lloras porque ha habido uno<br />

que te ha disgustado. Desde hace días tu rostro es como sol cubierto de nubes. Te he estado<br />

observando. Tu bondad oculta la herida, para que nosotros no odiemos al que te hiere; pero esta<br />

herida duele y te provoca náusea. Pero dime, Señor mío: ¿por qué no alejas de Ti la fuente de<br />

esta pena?”. Jesús: ―Porque humanamente es inútil y sería contra la caridad‖. Zelote: ―¡Ah! ¡Te<br />

has dado cuenta de que me refería a Judas! Tú sufres por él. ¿Cómo puedes, Tú, Verdad,<br />

soportar a ese mentiroso?... Miente y ni cambia de color. Es más falso que un zorro, más cerrado<br />

que una piedra. Ahora se ha ido ¿A hacer qué? ¿Será posible que tenga tantos amigos? Aléjale<br />

de Ti, Señor mío, a ese hombre‖. Jesús: ―Es inútil. Lo que debe ser, será‖. Zelote: ―¿Qué<br />

quieres decir?‖. Jesús: ―Nada en particular‖. Zelote: ―Tú de buena gana le has dejado ir<br />

porque... porque te asqueó su modo de actuar en Jericó‖. Jesús: ―Así es, Simón. Una vez más te<br />

digo: lo que debe ser, será. ■ Y Judas forma parte de este futuro. También él debe estar...‖.<br />

Zelote: ―Juan me ha contado que Simón Pedro es todo franqueza y fuego... ¿Le podrá soportar a<br />

éste?‖. Jesús: ―Le debe soportar. También Pedro está destinado a ser una parte, y Judas es el<br />

cañamazo en que debe tejer su parte; o, si lo prefieres, es la escuela en que Pedro se ejercitará<br />

más que con cualquier otro. Ser buenos con Juan, entender a los corazones como el de Juan, es<br />

también virtud hasta de tontos. Pero ser buenos con quien es un Judas, saber comprender<br />

corazones como el de Judas, y ser médico y sacerdote para ellos es difícil. Judas es vuestra<br />

enseñanza viviente”. Zelote: ―¿La nuestra?‖. Jesús: ―Sí, la vuestra. El Maestro no es eterno<br />

sobre la tierra. Se irá después de haber comido el pan más duro, y bebido el vino más amargo.<br />

Pero vosotros os quedaréis para ser mis continuadores... y debéis saber. Porque el mundo no<br />

termina con el Maestro, sino que continúa después, hasta el regreso final del Mesías y hasta el<br />

juicio final del hombre. ■ Y, en verdad te digo que por un Juan, un Pedro, un Simón, un<br />

Santiago, Andrés, Felipe, Bartolomé y Tomás, hay al menos otras tantas veces siete Judas.<br />

Muchos más, muchos más‖. Simón, reflexivo, guarda silencio ■ Luego dice: ―Los pastores son<br />

buenos. Judas los desprecia pero yo los amo‖. Jesús: ―Yo los amo y los alabo‖. Zelote: ―Son<br />

almas sencillas, como las que te agradan‖. Jesús: ―Judas ha vivido en la ciudad‖. Zelote: ―Su<br />

único pretexto. Muchos también han vivido y sin embargo... ■ ¿Cuándo irás a la casa de mi<br />

amigo Lázaro de Betania?‖. Jesús: ―Mañana, Simón. Y con mucho gusto porque estamos solos<br />

tú y yo. Me imagino que es un hombre culto y experimentado como tú‖. Zelote: ‖Y sufre<br />

mucho... en el cuerpo y más aún en el corazón. Maestro... me gustaría pedirte un favor: si no te<br />

habla de sus tristezas, no le preguntes nada referente a su casa‖. Jesús ―No lo haré. Yo soy para<br />

quien sufre, pero no fuerzo las confidencias; el llanto tiene su pudor...‖. Zelote: ―Y yo no lo he<br />

respetado... Pero es que me has dado tanta pena...‖. Jesús: ―Tú eres mi amigo y ya le habías<br />

dado un nombre a mi dolor. Yo para tu amigo soy el Rabí desconocido. Cuando me conozca...<br />

entonces... ¡Vámonos! Ya es de noche. No hagamos esperar a los que nos hospedan. Mañana al<br />

amanecer iremos a Betania‖. (Escrito el 20 de Enero de 1945).<br />

--------------------000--------------------<br />

2-84-34 (2-49-513).-Primer encuentro de Jesús con Lázaro de Betania.<br />

* Una visita muy esperada por Lázaro quien ve en Jesús al “Esperado”.- ■ Jesús y Simón<br />

Zelote caminan por un camino que se aleja de la calzada principal haciendo una ―V‖. Se dirigen<br />

hacia unos magníficos huertos de árboles frutales, y espléndidos campos de lino tan alto como<br />

un hombre, ya cercano a la siega; otros campos más lejanos parecen de color rosado a causa de<br />

las calabazas que se ven entre la amarillez de los rastrojos. Zelote: ―Estamos ya en la propiedad<br />

de mi amigo. Como puedes ver, Maestro, la distancia estaba dentro de la prescripción de la Ley<br />

58


(Gén 2,2-3; Éx. 16,27-30). Jamás me habría permitido un engaño contigo. Detrás de aquel<br />

huertecillo está el muro que circunda el jardín; dentro está la casa. Te he traído por este atajo<br />

precisamente para estar dentro de la distancia permitida‖. Jesús: ―¡Es muy rico tu amigo!‖.<br />

Zelote: ―Mucho. Pero no es feliz. Su casa tiene propiedades también en otras partes‖. Jesús:<br />

―¿Es fariseo?‖. Zelote: ―Su padre no lo fue. Él... es muy observante. Ya te lo dije: un verdadero<br />

israelita‖. ■ Llegan a la sólida puerta de hierro forjado. Simón llama a la puerta con el pesado<br />

aldabón de bronce. Jesús observa: ―Simón, es una hora todavía muy temprana para entrar‖.<br />

Zelote: ―¡Oh! Mi amigo, al no encontrar consuelo sino en su jardín y en los libros, se levanta<br />

nada más salir el sol. La noche es para él un tormento. Maestro, no tardes en darle una alegría‖.<br />

Un criado abre la puerta. ―Buenos días, Aseo. Di a tu patrón que Simón el Zelote ha venido con<br />

su Amigo‖. El criado les invita a entrar diciendo: ―Vuestro siervo os saluda. Entrad, que la casa<br />

de Lázaro está abierta para los amigos‖. Luego se marcha corriendo. Simón, que conoce el<br />

lugar, se dirige no por el pasillo central sino por un sendero que entre rosales lleva a una pérgola<br />

de jazmines. ■ Y de allí, en efecto, sale Lázaro poco después. Está delgado y pálido, como<br />

siempre le he visto; alto, pelo corto ni abundante ni rizado, barba rasurada excepto en el mentón.<br />

Trae un vestido de lino blanquísimo y camina con fatiga, como quien está enfermo de las<br />

piernas. Cuando ve a Simón, le hace una señal de saludo afectuoso, y después como puede,<br />

corre hacia Jesús, se arrodilla inclinándose hasta el suelo para besar la orla de su vestido y dice:<br />

―No soy digno de tanto honor. Pero ya que tu santidad se humilla hasta mi miseria, ven, Señor<br />

mío, entra, y toma posesión de mi pobre casa‖. Jesús: ―Levántate, amigo y recibe mi paz‖.<br />

Lázaro se levanta, besa la mano de Jesús, le mira con veneración no exenta de curiosidad.<br />

Caminan en dirección a la casa. Lázaro: ―¡Cuánto te he esperado, Maestro! A cada amanecer me<br />

decía: «¡Hoy vendrá!», y a cada crepúsculo: «¡Hoy, tampoco le he visto!»‖. Jesús: ―¿Por qué<br />

me esperabas con ansia?‖. Lázaro: ―Porque... ■ ¿qué esperamos nosotros los de Israel sino a<br />

Ti?‖. Jesús: ―¿Y crees tú, que sea Yo el Esperado?‖. Lázaro: ―Simón jamás ha dicho mentiras,<br />

ni es muchacho que se exalte por quimeras. La edad y el dolor le han hecho maduro como un<br />

sabio. Y, además... aunque él no te hubiese conocido por lo que en realidad eres, tus <strong>obra</strong>s<br />

habrían hablado y te habrían llamado «Santo». Quien hace las <strong>obra</strong>s de Dios debe ser hombre de<br />

Dios, y Tú las haces; y las haces de modo que te proclaman el Hombre de Dios. Mi amigo fue a<br />

Ti, por la fama de milagros y obtuvo un milagro. Y sé que tu camino está cubierto de otros<br />

milagros. ¿Por qué no creer entonces que Tú eres el Esperado? ¡Oh, es tan dulce creer lo bueno!<br />

Hay tantas cosas no buenas que debemos creerlas, por amor a la paz, por no poderlas cambiar;<br />

debemos mostrar que creemos muchas palabras falsas, que parecen halagos, alabanzas,<br />

benignidad, y son por el contrario sarcasmo y censura, veneno recubierto de miel; debemos<br />

mostrar que las creemos aun sabiendo que son veneno, censura y sarcasmo..., debemos hacerlo<br />

porque... no se puede actuar de otra manera y somos débiles contra todo un mundo que es<br />

fuerte, y estamos solos contra todo un mundo, que, como enemigo, está contra nosotros... ¿Por<br />

qué, entonces, tener dificultad en creer lo bueno? Pero es que, además, estamos en la plenitud de<br />

los tiempos y los signos de los tiempos se dan. Y cuanto pudiera faltar para robustecer la fe y<br />

hacerla impasible ante la duda, lo pone nuestra voluntad de creer y de aplacar nuestro corazón<br />

en la certeza de que la espera ha terminado y de que el Redentor está ya entre nosotros; está<br />

entre nosotros el Mesías... Aquel que devolverá la paz a Israel y a los hijos de Israel. Aquel que<br />

hará que muramos sin angustia, sabiendo que hemos sido redimidos y que vivamos sin ese<br />

aguijón de nostalgia por nuestros muertos... ¡Oh... los muertos! ¿Por qué sentir pena por ellos,<br />

sino porque ya no tienen a sus hijos y todavía no tienen a su Padre y Dios?‖. ■ Jesús: ―¿Hace<br />

mucho tiempo que se te murió el padre?‖. Lázaro: ―Hace tres años, y hace siete que murió mi<br />

madre. Pero ya hace algún tiempo que no los compadezco... Yo mismo quisiera estar donde creo<br />

que están ellos en espera del Cielo‖. Jesús: ―No hubieras entonces hospedado al Mesías‖.<br />

Lázaro: ―Es verdad. Ahora yo soy más que ellos porque te tengo... y el corazón se aplaca con<br />

esta alegría. Entra, Maestro. Concédeme la honra de que mi casa sea la tuya. Hoy es sábado y no<br />

puedo honrarte convidando a amigos...‖. Jesús: ―No lo deseo. Hoy soy todo para el amigo<br />

común de Simón y mío‖. Entran en una bella sala donde los siervos están preparados para<br />

recibirlos. Dice Lázaro: ―Os ruego que los sigáis. Podréis reponer fuerzas o tomar algún fresco<br />

antes de la comida matutina‖. Y, mientras Jesús y Simón van a otro lugar, Lázaro da órdenes a<br />

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sus siervos. Comprendo que la casa es rica, y señorial además de rica... Jesús bebe leche que<br />

Lázaro quiere personalmente servirle antes de los alimentos matinales.<br />

*Simón Zelote quiere vender su propiedad porque no desea otra atadura que la de servir a<br />

Jesús.- ■ Veo que Lázaro se vuelve a Simón y le dice: ―He encontrado al hombre que está<br />

dispuesto a adquirir tus bienes, y al precio que tu intendente ha estimado justo. No quita ni una<br />

dracma‖ (1). Zelote: ―¿Pero está dispuesto a observar mis cláusulas?‖. Lázaro:―Está dispuesto.<br />

Acepta todo, con tal de estar en estas tierras. Y yo me alegro porque al menos sé con quién<br />

confino. No obstante, de la misma forma que tú deseas mantenerte al margen en la venta, él<br />

desea que no sepas quién es. Te ruego que secundes este deseo suyo‖. Zelote: ―No veo motivo<br />

para no hacerlo. Tú, amigo mío, harás mis veces... Todo lo que hagas estará bien. Me conformo<br />

solo con que mi servidor fiel no se quede en la calle... Maestro, yo vendo, y, por lo que a mí<br />

respecta, me siento feliz de no tener ya nada que me ligue a ninguna cosa que no sea servirte a<br />

Ti. Pero tengo un viejo criado fiel, el único que ha quedado después de mi desventura y que --ya<br />

te lo dije-- me ayudó siempre en los momentos de segregación, cuidando de mis bienes como de<br />

los propios, haciéndolos incluso pasar con la ayuda de Lázaro por propios para salvármelos y<br />

poder socorrerme con ellos. Ahora sería injusto que yo le despidiera sin casa, ahora que es<br />

anciano. He decidido que una pequeña casa, en los lindes de la propiedad, se quede para él, y<br />

que parte de la suma se le dé para su sustento futuro.■ Los viejos, ya sabes, son como la hiedra:<br />

cuando han vivido siempre en un lugar, sufren demasiado si se les aleja de él. Lázaro le quería<br />

consigo, porque Lázaro es bueno, pero he preferido hacer esto. Sufrirá menos el anciano...‖.<br />

Jesús observa: ―Tú también eres bueno, Simón. Si todos fueran justos como tú, resultaría más<br />

fácil mi misión...‖.<br />

* La metáfora de las tierras pantanosas aplicada a la vida de algunos pecadores y el<br />

amor.- ■ Lázaro pregunta: ―¿Encuentras, Maestro, que el mundo te resiste?‖. Jesús: ―¿El<br />

mundo?... ¡No! La fuerza del mundo: Satanás. Si él no fuese dueño de los corazones y los<br />

tuviese en sus manos no encontraría Yo resistencia. Pero el Mal está contra el Bien, y debo<br />

vencer en cada uno el mal para introducir el bien...¡y no todos quieren!‖. Lázaro: ―Es verdad.<br />

No todos lo quieren. Maestro, ¿qué palabras encuentras para convertir y doblegar a quien es<br />

culpable? ¿Palabras de severa reprobación, como las que llenan la historia de Israel hacia los<br />

culpables --el último que las usa es el Precursor--, o por el contrario palabras de misericordia?‖.<br />

Jesús: ―Empleo el amor y la misericordia. ¡Cree, Lázaro, que para quien ha caído tiene más<br />

poder una mirada de amor que una maldición!‖. Lázaro: ―¿Y si se burlan del amor?‖. Jesús:<br />

―Insistir una vez más. Insistir hasta donde más no se pueda. Lázaro, ■ ¿conoces esas tierras<br />

traidoras que se tragan a los incautos?‖. Lázaro: ―Sí. Lo he leído, porque en mi situación actual<br />

leo mucho. Sé que hay en Siria y en Egipto y que son como ventosas. Aspiran cuando hace<br />

presa. Dice un romano que son bocas del Infierno, habitadas por monstruos paganos. ¿Es<br />

verdad?‖. Jesús: ―No es verdad. No son más que formaciones especiales del suelo terrestre. No<br />

tiene nada que ver con el Olimpo. Dejará de creerse en el Olimpo y aquéllas seguirán<br />

existiendo, y el progreso del hombre no podrá más que proporcionar una explicación más<br />

verídica del hecho, pero no eliminarlo. Ahora Yo digo: de la misma forma que has leído acerca<br />

de esas tierras, habrás leído también de qué manera puede salvarse quien cae en ellas‖. Lázaro:<br />

―Sí, echándole una soga, o con un palo o una rama. En ocasiones es suficiente poco para darle al<br />

que se está hundiendo eso mínimo que necesita para mantenerse, que es además ese mínimo<br />

imprescindible para que esté tranquilo, sin movimientos convulsivos, mientras espera un<br />

socorro mayor‖. Jesús: ―Pues bien, el culpable, el que está en manos de Satanás, es como si<br />

sufriera la succión de un suelo engañoso (cubierto de flores en la superficie, pero lodo movedizo<br />

por debajo). ¿Tú crees que, si uno supiera qué significa poner aunque solo fuera un átomo de sí<br />

mismo en manos de Satanás, lo haría? Pero no sabe... y, después... o le paraliza el aturdimiento<br />

y el veneno del mal o le enloquece, y para huir del remordimiento de haberse procurado la<br />

propia ruina empieza a moverse convulsivamente, a agarrarse al lodo, creando así pesadas ondas<br />

con su movimiento imprudente, las cuales aceleran cada vez más su fin. ■ El amor es la soga, el<br />

hilo, la rama de que hablaste. Insistir, insistir... hasta que se haya asido... Una palabra... y<br />

perdón... un perdón más grande que la culpa... al menos para impedir que siga hundiéndose y<br />

esperar el socorro de Dios... Lázaro,¿sabes qué poder tiene el perdón?: Hace que Dios acuda a<br />

auxiliar a quien está socorriendo a otro...‖.<br />

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* Jesús aplaca los escrúpulos de Lázaro por alguna de sus lecturas o aficiones.- ■ Jesús le<br />

pregunta: ―¿Lees mucho?‖. Lázaro: ―Mucho; y no sé si hago bien. Pero la enfermedad y... otras<br />

cosas me han privado de muchos placeres del hombre... y ahora no tengo más que la pasión por<br />

las flores y los libros... por las plantas, y... también por los caballos... Sé que me critican, pero<br />

¿puedo yo ir a mis propiedades en este estado (y descubre unas gruesas piernas completamente<br />

vendadas) a pie o ni siquiera en mula? Debo usar un carro y además que sea rápido. Por esto<br />

tengo caballos y me he encariñado con ellos. Pero si Tú me dices que está mal... los mando<br />

vender‖. Jesús: ―No, Lázaro. No son estas cosas las que corrompen. Corrompe lo que<br />

intranquiliza el corazón y le aleja de Dios‖. Lázaro: ―Pues bien, Maestro, esto quería saber.<br />

Leo mucho. Es mi consuelo. Me gusta saber. Yo creo que en el fondo es mejor saber que hacer<br />

el mal, es mejor leer que... que hacer otras cosas. No leo tan sólo páginas que se refieren a<br />

nosotros. Me encanta también conocer otros mundos. Roma y Atenas me atraen. Ahora sé<br />

cuánto mal le vino a Israel cuando se corrompió con los Asirios y con Egipto (4 Re. 21,1-18...),<br />

cuánto mal nos hicieron los gobiernos helenizantes (1 Mac 1; 2 Mac 4-7). No sé si un particular<br />

puede hacerse a sí el mismo daño que Judas Macabeo se hizo a sí mismo y a nosotros, sus hijos.<br />

Tú ¿qué piensas de ello? Deseo que me enseñes. Tú, que no eres rabí, sino el Verbo sabio y<br />

divino‖. ■ Jesús le mira fijamente durante unos momentos con una mirada penetrante y al<br />

mismo tiempo lejana. Parece que como si, traspasando el cuerpo de Lázaro, Él escrutara su<br />

corazón, y, yendo aún más allá, viera quién sabe qué... Al final habla: ―¿Sientes turbación por<br />

lo que lees? ¿Te separa de Dios y de su Ley?‖. Lázaro: ―No, Maestro. Al revés, me mueve, por<br />

el contrario, a hacer comparaciones entre nuestra verdad y la falsedad pagana. Comparo y<br />

reflexiono las glorias de Israel, sus justos, sus Patriarcas, sus Profetas y las figuras deshonestas<br />

de la historia de otros. Comparo nuestra filosofía --si se puede llamar así la Sabiduría que habla<br />

en los textos sagrados-- con la pobre filosofía griega y romana, en las cuales hay, sí, chispas de<br />

fuego, pero no la segura llama que arde y resplandece en nuestros Sabios. Y luego, con mayor<br />

veneración aún, me inclino con el espíritu a adorar a nuestro Dios que habla a Israel a través de<br />

hechos, personas y nuestros escritos‖. Jesús: ―Entonces, sigue leyendo... Te será útil conocer el<br />

mundo pagano... Continúa... Puedes hacerlo. En ti no existe el fermento del mal y la gangrena<br />

espiritual; por lo tanto, puedes leer sin temor alguno pues el amor verdadero que tienes para tu<br />

Dios, hace estériles los gérmenes profanos que la lectura puede esparcir en ti. ■ En todas las<br />

acciones del hombre existe la posibilidad del bien y del mal, según se realicen. Amar no es<br />

pecado, si se ama santamente. Trabajar no es pecado, si se trabaja cuando es justo. Ganar no es<br />

pecado, si uno se conforma con lo que es justo. Instruirse no es pecado, si, por la instrucción, no<br />

se mata la idea de Dios en nosotros. Por el contrario, es pecado incluso el servir al altar, si ello<br />

se hace por interés propio. ¿Estás convencido, Lázaro?‖. Lázaro: ―Sí, Maestro. Había<br />

preguntado lo mismo a otros, y han terminado por despreciarme... Pero Tú me das luz y paz.<br />

¡Oh, si todos te oyesen!... Ven, Maestro. Entre los jazmines hay frescura y silencio. Dulce es<br />

esperar el atardecer entre la fresca sombra‖. Salen y todo termina.(Escrito el 21 Enero de 1945).<br />

········································<br />

1 Nota : Casa de Simón Zelote en Betania.- Durante el período en que Simón Zelote, acusado<br />

y proscrito como leproso, anduvo errante en continua huída --antes de conocer a Jesús--, fue<br />

Lázaro quien, amparándose en el favor de Roma, le conservó esta propiedad de Betania. Zelote,<br />

después de su curación por Jesús, se hizo cargo nuevamente de la misma, donde un fiel sirviente<br />

suyo vivía y la guardaba. Mas una vez hecho apóstol de Jesús, la puso en venta para, ya ―sin<br />

ataduras humanas, servir solo al Maestro‖. El propio Lázaro, a quien Simón le encargó la venta,<br />

la compró, sin revelar la identidad del comprador, al precio fijado y en las condiciones<br />

estipuladas por Zelote. Una de las condiciones se refería a la permanencia, hasta la muerte, de<br />

su sirviente en la casa. Lázaro, sin embargo, nunca la consideró suya.<br />

--------------------000--------------------<br />

2-85-41 (2-50-521).- Antes de ir a la casa del Getsemaní, Jesús y Zelote suben al Templo.<br />

Zelote, asombrado, ante la predicación de J. Iscariote.<br />

* Judas sorprende a todos: habla en el Templo e invita a aceptar a Jesús como el Mesías.-<br />

■ Jesús está con Simón en el Templo. Ya han entrado y caminan por el primer rellano. Pasan<br />

por un pórtico, dirigiéndose a un segundo rellano. Zelote: ―Maestro, mira allá a Judas entre<br />

61


aquel corro de gente. Y hay también fariseos y miembros del Sanedrín. Voy a oír lo que dice.<br />

¿Me permites?‖. Jesús: ―Ve. Te espero cerca del Gran Pórtico‖. Simón va rápido y se mete de<br />

manera de poder oír, sin ser visto. Judas habla con convicción: ―... y aquí hay personas que<br />

todos conocéis y respetáis, que pueden decir quién soy yo. Pues bien, os lo digo que Él me ha<br />

cambiado. El primer redimido soy yo. Muchos veneráis al Bautista. También Él le venera y le<br />

llama «el santo igual a Elías por misión, pero aún mayor que Elías». Ahora bien, si tal es el<br />

Bautista y el mismo Bautista le llama «el Cordero de Dios» y jura por su santidad haber visto<br />

que el fuego del Cielo lo coronaba mientras una voz del Cielo le proclamaba: «Hijo amado de<br />

Dios a quien se debe escuchar» no puede ser sino el Mesías. Lo es. Os lo juro. No soy un<br />

cualquiera ni un tonto. Lo es. Lo he visto en sus <strong>obra</strong>s y he escuchado su palabra. Os lo digo: Es<br />

Él, el Mesías. El milagro le obedece como el esclavo a su dueño. Enfermedades y desgracias<br />

caen como cosas muertas y en su lugar llega la alegría y la salud. Los corazones se cambian más<br />

que los cuerpos. Podéis verlo en mí. ¿Tenéis enfermos o penas que aliviar? Si los tenéis, venid<br />

mañana al amanecer a la Puerta de los Peces. Estará Él allí y os hará felices. Entre tanto: ved<br />

que en su nombre doy a los pobres esta ayuda‖. Y Judas distribuye el dinero a dos paralíticos y<br />

a tres ciegos, y finalmente obliga a una viejecilla a aceptar el resto. ■ Despide a la gente y se<br />

queda con José de Arimatea, Nicodemo y otros tres que no conozco. Iscariote exclama: ―¡Ah!<br />

¡Ahora estoy bien!, no tengo ya nada. Soy como Él quiere‖. José, sorprendido, le dice: ―En<br />

verdad que no te conozco. Pensaba que era una broma, pero veo que lo haces en serio‖.<br />

Iscariote: ―En serio. ¡Oh! Soy el primero en reconocerlo. Sigo siendo una bestia inmunda<br />

respecto a Él, pero ya estoy muy cambiado‖. Uno, de los que no conozco, pregunta: ―¿Y no<br />

perteneces más al Templo?‖. Iscariote: ―¡Oh, no! Soy del Mesías. Quien se acerca a Él, a menos<br />

que sea una víbora, no puede más que amarle y no desea nada más aparte de Él‖. Nicodemo<br />

pregunta: ―¿No vendrá, más aquí?‖. Iscariote: ―Sí que vendrá. Pero no ahora‖. Nicodemo: ―Me<br />

gustaría conocerle‖. Iscariote: ―Ya habló en este lugar, Nicodemo‖. Nicodemo: ―Lo sé. Pero yo<br />

estaba con Gamaliel... Le vi... pero no me detuve‖. Iscariote: ―Nicodemo... ¿qué dice<br />

Gamaliel?‖. Nicodemo: ―Dijo: «algún nuevo profeta», no añadió más‖. Iscariote habla con<br />

ansiedad: ―¿José, no le dijiste lo que yo te dije?... ¡Tú eres su amigo!‖. José: ―Se lo dije, pero<br />

me respondió: «Tenemos ya al Bautista y, según doctrina de los escribas, por lo menos deben<br />

pasar cien años entre éste y aquél, para la preparación del pueblo para la venida del Rey. Yo<br />

digo que se necesitan menos», añadió, «porque el tiempo se ha cumplido ya». Y concluyó:<br />

«Mas no puedo admitir que el Mesías se manifieste de este modo... Creí un día que daba<br />

principio la manifestación mesiánica, porque su primer resplandor fue un relámpago<br />

verdaderamente celestial (1). Pero después... no hubo más que un largo silencio y creo que me<br />

equivoqué...»‖. ■ Iscariote: ―Trata de hablarle otra vez. Si Gamaliel estuviese con nosotros y<br />

vosotros con Él...‖. Uno de los tres desconocidos objeta: ―No os aconsejo. El Sanedrín es<br />

poderoso y Annás lo gobierna con astucia y ambición. Si tu Mesías quiere vivir, le aconsejo que<br />

permanezca en la oscuridad; a menos que se imponga con la fuerza, pero entonces está<br />

Roma...‖. Iscariote: ―Si el Sanedrín le escuchase se convertiría a Él‖. Los tres desconocidos se<br />

ríen: ―¡Ja! ¡ja! ¡ja!‖, y dicen: ―Judas, creíamos que habías cambiado, y que eras inteligente. Si es<br />

verdad lo que dices de Él, ¿cómo puedes pensar que el Sanedrín le siga?... Ven, ven, José. Es<br />

mejor para todos. Que Dios te guarde, Judas. Te hace falta‖ y se alejan. Judas queda solo con<br />

Nicodemo.<br />

* Judas es un alma muy enferma.- ■ Simón Zelote se aleja sin hacerse notar y va donde<br />

Jesús. ―Maestro, me acuso de haber calumniado a Judas de palabra y de corazón. Este hombre<br />

me desorienta. Casi creía que era un enemigo tuyo, pero le oí hablar de Ti de una forma que<br />

pocos entre nosotros lo harían, sobre todo aquí donde el odio podría matar en primer lugar al<br />

discípulo y luego al Maestro. Le vi dar dinero a los pobres, y tratar de convencer a los miembros<br />

del Sanedrín...‖. Jesús: ―¿Lo ves, Simón? Me alegro de que hayas visto en esta ocasión así.<br />

Dirás esto también a los demás cuando le acusen. Bendigamos al Señor por esta alegría que me<br />

proporcionas; por tu honradez al decir: «He calumniado», y por la <strong>obra</strong> del discípulo que creías<br />

malvado y no lo es‖. Oran por largo tiempo y luego se retiran. Jesús le pregunta: ―¿No te vio?‖.<br />

Zelote: ―¡No! Estoy seguro‖. Jesús: ―No le digas nada. Es un alma muy enferma. Una<br />

alabanza sería semejante a alimentos fuertes dados a un convaleciente de una alta fiebre<br />

estomacal... Le haría que se enfermase más, porque se gloriaría de saber que es famoso... y<br />

62


donde entra el orgullo...‖. Zelote: ―Guardaré silencio. ■ ¿A dónde vamos?‖. Jesús: ―A donde<br />

está Juan. A esta hora del calor se encontrará en la casa del Olivar‖. Caminan ligeros buscando<br />

la sombra por las calles, calles verdaderamente de fuego a causa del intenso sol. Salen del<br />

suburbio polvoriento, atraviesan la puerta de la muralla, salen a la deslumbrante campiña; de<br />

ésta a los olivos, de los olivos a la casa. En la cocina (fresca y oscura por la cortina que han<br />

colocado en la puerta) está Juan que cabecea. Jesús le llama: ―¡Juan!‖. ―Maestro, ¿Tú? Te<br />

esperaba por la noche‖. Jesús: ―Vine antes. ¿Cómo te has sentido durante este tiempo?‖. Juan:<br />

―Como un cordero que hubiese perdido a su pastor. Hablaba a todos de Ti, porque, al hacerlo,<br />

era tenerte un poco. He hablado a algunos familiares, a conocidos y extraños. También a<br />

Annás... y a un paralítico del que me hice amigo con tres denarios. Me los habían dado y yo se<br />

los di a él. ■ Y también a una pobre mujer, de la edad de mi madre, que lloraba en un grupo de<br />

mujeres a la puerta de una casa. Le pregunté: «¿Por qué lloras?». Respondió: «El médico me ha<br />

dicho: ‗Tu hija está enferma, de tisis. Resígnate. En los primeros de Octubre morirá. Ella es lo<br />

único que tengo; es hermosa y buena, y tiene quince años. Debía de casarse en la primavera, y<br />

en lugar del cofre de las nupcias debo prepararle el sepulcro‘». Le dije: «Conozco a un médico<br />

que te la puede curar si tienes fe». Y ella: «Nadie la puede curar. Ya la vieron tres médicos.<br />

Escupe ya sangre». Dije: «Mi médico no es uno como los tuyos. No cura con medicinas, sino<br />

con su poder. Es el Mesías...». Entonces una viejecilla irrumpió: «¡Oh, cree, Elisa! Cree.<br />

¡Conozco a un ciego que ve debido a Él!». Y entonces pasó la madre de la desconfianza a la<br />

esperanza y te está esperando... ¿Hice bien? ¡No hice más que esto!‖. Jesús: ―Hiciste bien. Al<br />

atardecer iremos a tus amigos. ¿Has visto a Judas?‖. Juan: ―No, Maestro. Pero me ha mandado<br />

comida y dinero, que repartí entre los pobres. También mandó decir que podía usarlo porque era<br />

suyo‖. Jesús: ―Es verdad, Juan. ■ Mañana iremos a Galilea...‖. Juan: ―Me alegra, Maestro.<br />

Pienso en Simón Pedro. ¡Con qué ansia te estará esperando! ¿Pasaremos también por Nazaret?‖.<br />

Jesús: ―Sí, y allí esperaremos a Pedro, a Andrés y a Santiago tu hermano‖. Juan: ―¡Oh! ¿Nos<br />

quedamos en Galilea?‖. Jesús: ―Sí, durante un tiempo‖. Juan está feliz. Y en medio de su<br />

felicidad termina todo. (Escrito el 22 de Enero de 1945).<br />

······································<br />

1 Nota : Gamaliel y la señal predicha por Jesús.- El episodio de Jesús, a los doce años, entre<br />

los doctores en el Templo, es narrado por Lucas 2,41-50. En el episodio analógico descrito por<br />

<strong>María</strong> <strong>Valtorta</strong> para la <strong>obra</strong> sobre el Evangelio, aparecen los personajes de: Gamaliel y Hillel<br />

entre esos doctores. Jesús prometió entonces a Gamaliel, impresionado por la ciencia de aquel<br />

muchacho, que vería cómo las piedras se estremecerían, como señal de su Divinidad. Este<br />

suceso y las palabras de Jesús marcaron toda la vida de Gamaliel, como se verá a lo largo de<br />

esta Obra.<br />

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2-86-48 (2-51- 529).- ―Judas, son las luchas del apostolado: más derrotas que victorias‖.<br />

* Iscariote pregunta a Jesús: “¿Llegaré a ser bueno alguna vez?”.- (Jesús, con Juan y<br />

Simón, ha llegado a la Puerta de los Peces a encontrarse aquí, según lo convenido, con Judas y<br />

los pastores. Durante la espera, ha conversado con un soldado romano llamado Alejandro (1), ha<br />

curado a la jovencita de la que Juan habló en el episodio anterior. Después han llegado Judas y<br />

pastores. Están ya en el Templo). ■ Iscariote explica: ―Nos hemos retrasado, pero es que nos<br />

han asediado esas mujeres. Estaban en Getsemaní y querían verte. Nosotros habíamos ido allí,<br />

sin saber los unos de los otros, para venir contigo, pero tú te habías ido y en vez de ti estaban<br />

ellas. Queríamos quitárnoslas de encima... pero eran más pesadas que las moscas, querían saber<br />

muchas cosas... ¿Has curado a la niña?‖. Jesús: ―Sí‖. Iscariote: ―¿Hablaste con el soldado?‖.<br />

Jesús: ―Sí. Es un corazón honrado y busca la Verdad‖. Judas suspira. Jesús le pregunta: ―¿Por<br />

qué suspiras, Judas?‖. Iscariote: ―Suspiro porque... porque quisiera que los nuestros fuesen los<br />

que buscasen la Verdad. Sin embargo, o huyen de ella o se burlan de ella o permanecen<br />

indiferentes. Estoy desilusionado. Siento el deseo de no volver a poner pie aquí y de dedicarme<br />

solo a escucharte. ■ Total, como discípulo no logro hacer gran cosa‖. Jesús: ―¿Y tú crees que<br />

Yo logro mucho?... No te desanimes, Judas. Son las luchas del apostolado. Más derrotas que<br />

victorias: derrota aquí, pero allá arriba siempre son victorias. El Padre ve tu buena voluntad y<br />

te bendice, aunque nada logres‖. Iscariote besándole la mano: ―¡Oh!, Tú eres bueno. ¿Llegaré<br />

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a ser bueno alguna vez?‖. Jesús: ―Sí, si lo quieres‖. Iscariote: ―Creo haberlo sido durante estos<br />

días... He sufrido para serlo... porque tengo muchas tendencias... pero lo he sido pensando solo<br />

en Ti‖. Jesús: ―Entonces persevera. Me haces muy feliz. ■ Y ¿vosotros qué noticias me dais?‖<br />

pregunta a los pastores. Pastores: ―Elías te saluda y te manda un poco de alimentos. Dice que<br />

no le olvides‖. Jesús: ―¡Oh! ¡Yo tengo a todos mis amigos en el corazón! Vámonos hasta aquel<br />

pueblecito. Por la tarde continuaremos. Me siento feliz de estar entre vosotros, de ir a ver a mi<br />

Madre y de haber hablado de la Verdad a un hombre honrado. Sí, soy feliz. ¡Si supieseis lo que<br />

para Mí significa realizar mi misión y ver cómo a ella vienen los corazones, o sea, al Padre, ¡ah,<br />

entonces sí me seguiríais más con el espíritu!...‖. No veo más. (Escrito el 24de Enero de 1945).<br />

·········································<br />

1 Nota : Cfr. Personajes de la Obra magna: Romanos/as.<br />

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2-88-52 (2-53-533).- Jonás, que trabaja en Esdrelón para un cruel fariseo, solía pedir a Dios:<br />

―Tómame a mí como hostia pero ¡dame a Jesús!‖.- El milagro.<br />

* “Jonás, ha llegado la hora, hay que saber esperar... Ahora el Recién Nacido está<br />

preparado para ser el Pan del mundo. Ante todo busco a mis fieles y les digo «venid,<br />

saciaos conmigo»”.- (Este episodio sucede en los campos de Esdrelón a donde Jesús<br />

acompañado de los apóstoles Juan, Zelote e Iscariote junto con los pastores Leví y José ha<br />

llegado. Van a visitar al expastor Jonás, que trabaja en estos campos, propiedad del cruel fariseo<br />

Doras). ■ Por un senderillo entre campos quemados, segados y amarillentos, Jesús camina con<br />

Leví y Juan; detrás, en grupo, vienen José, Judas Iscariote y Simón Zelote. Es de noche y, sin<br />

embargo, no se siente refrigerio. La tierra es un fuego que continúa quemando aun después del<br />

incendio del día. El rocío es impotente ante este arder; tan fuerte es el calor que sale de los<br />

surcos y de las hendiduras del suelo, que creo que se seca incluso antes de tocar el suelo. Todos<br />

caminan en silencio, fatigados y sudados. Pero veo a Jesús sonreír. La noche está clara, a pesar<br />

de que la luna menguante apenas se ve ahora, al este, en el horizonte. Jesús pregunta a Leví:<br />

―¿Piensas que estará?‖. Leví: ―Ciertamente estará. A estas alturas ya está recogida la cosecha y<br />

todavía no ha empezado la recolección de la fruta, por tanto, los campesinos están ocupados en<br />

vigilar los viñedos y los árboles frutales contra los ladrones, y no se alejan, sobre todo cuando<br />

los patrones son odiosos como el que tiene Jonás. Samaria está cerca y cuando esos renegados<br />

pueden... están siempre dispuestos a perjudicarnos a nosotros los de Israel. ¿No saben que luego<br />

a los criados se les apalea? Sí que lo saben. Pero nos odian y esta es la razón‖. Jesús dice: ―No<br />

tengas rencor, Leví‖. Leví: ―No, pero verás cómo fue herido Jonás hace cinco años por culpa de<br />

ellos. Desde entonces pasa las noches en guardia, porque la flagelación es un suplicio cruel‖.<br />

Jesús: ―¿Nos falta todavía mucho para llegar?‖. Leví: ―No, Maestro. ¿Ves allí en donde<br />

terminan estos campos y empieza aquel monte oscuro? Allá están las arboledas de Doras, el<br />

duro fariseo. Si me lo permites, me adelanto para que Jonás pueda oírme‖. Jesús: ―Ve‖... ■ Han<br />

llegado al huerto, se detienen, todos se reúnen. El calor es tan grande que sudan a pesar de no<br />

llevar manto. Guardan silencio y esperan. De la parte más tupida, oscura, ahora apenas<br />

iluminada por la luna, emerge la clara figura de Leví, y, detrás, otra más oscura. Leví dice:<br />

―Maestro, aquí está Jonás‖. Jesús, antes de que Jonás se acerque a Él, le dice: ―Mi paz llegue a<br />

ti‖. Jonás no contesta. Corre y llorando se arroja a sus pies que besa. Cuando puede hablar dice:<br />

―¡Cuánto te he esperado! ¡Cuánto! Qué desconsuelo al sentir que la vida se iba, que venía la<br />

muerte y que tenía que decir: «Y no le vi». Sin embargo, no moría toda la esperanza. Ni siquiera<br />

cuando estuve para morir. También me decía: Ella dijo: «Vosotros aún le serviréis». Y Ella no<br />

podía haber dicho una cosa que no fuese verdad. Es la Madre del Emmanuel. Por esto ninguna<br />

más que Ella tiene a Dios consigo, tiene a Dios y sabe lo que es Dios‖. Jesús: ―Levántate. Ella<br />

te saluda. La tienes muy cerca, muy cerca. Reside en Nazaret‖. Jonás exclama: ―¡Tú! ¡Ella! ¿En<br />

Nazaret? ¡Oh, si lo hubiera sabido! Por la noche, en los meses fríos de invierno, cuando la<br />

campiña duerme, y los malintencionados no pueden causar daño a los agricultores, habría yo ido<br />

corriendo a besaros los pies, y habría vuelto con mi tesoro de estar en lo cierto. ¿Por qué no te<br />

has manifestado, Señor?‖.■ Jesús: ―Porque no era la hora. Mas ahora sí ha llegado. Hay que<br />

saber esperar. Tú lo dijiste: «En los meses del hielo cuando la campiña duerme»... y sin<br />

embargo ya ha sido sembrada... ¿No es verdad?... Yo también, pues, era como el grano<br />

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sembrado. Tú me habías visto cuando era sembrado, después desaparecido, sepultado bajo un<br />

silencio obligatorio, para crecer y llegar al tiempo de la mies y resplandecer a los ojos de quien<br />

me había visto apenas nacido, y a los ojos del mundo. Ese tiempo ha llegado. Ahora el Recién<br />

Nacido está preparado para ser Pan del mundo. Ante todo busco a mis fieles y les digo: «Venid,<br />

saciaos conmigo»‖. El hombre le escucha con una sonrisa feliz y como si consigo hablase:<br />

―¡Oh! ¡Eres exactamente Tú! ¡Eres exactamente Tú!‖. ■ Jesús: ―¿Estuviste a punto de morir?<br />

¿Cuándo?‖. Jonás: ―Cuando me azotaron a muerte porque me robaron los racimos de dos cepas.<br />

¡Mira cuántos cardenales!‖ --se baja el vestido mostrando las espaldas del todo marcadas por<br />

cicatrices irregulares--. ―Con un azote de hierro me golpeó. Contó los racimos que habían<br />

cogido --se veía dónde había sido arrancado de su tallo-- y me dio un golpe por cada racimo.<br />

Luego me dejó allí semimuerto. Me socorrió <strong>María</strong>, la joven esposa de un compañero mío y que<br />

siempre me ha querido. Su padre era el encargado antes de que llegara yo. Cuando vine aquí, le<br />

tomé cariño a la niña porque se llamaba <strong>María</strong>. Me ha cuidado y después de dos meses me curé,<br />

porque las llagas con el calor se habían infectado y me producían calenturas. Dije al Dios de<br />

Israel: ―No importa. Haz que vea otra vez a tu Mesías, y no me importará lo que sufro; tómalo<br />

como sacrificio. No tengo más que ofrecerte. Soy esclavo de un hombre cruel, Tú lo sabes. Ni<br />

siquiera se me permite ir a tu altar durante Pascua. Tómame a mí como hostia. ¡Pero, dame a<br />

Jesús!‖. Jesús: ―Y el Altísimo ha satisfecho tu deseo‖.<br />

* ―Jonás, quieres servirme, como ya hacen tus compañeros?... Diles a los muertos en el<br />

alma que «Yo soy la Vida»; a los que duermen que «Yo soy el sol»; a los vivos que «Yo soy<br />

la Verdad»”.- ■ Jesús: ―Jonás, ¿quieres servirme, como ya hacen tus compañeros?‖. Jonás:<br />

―¿Y en qué forma?‖. Jesús: ―Como ellos lo hacen. Leví sabe y te dirá cuán sencillo es servirme.<br />

Quiero tan solo tu voluntad‖. Jonás: ―La buena voluntad te la he ofrecido incluso cuando, recién<br />

nacido, llorabas. Por ella he superado todo, tanto los desconsuelos como los odios. Es... que<br />

aquí se puede hablar poco... El patrón una vez me dio de patadas, porque yo insistía diciendo<br />

que Tú ya estabas. ¡Pero cuando él estaba lejos, y con quien podía fiarme, yo contaba el<br />

prodigio de aquella noche!‖. Jesús: ―Pues bien, hoy se ha dado el prodigio de encontrarnos. Os<br />

he encontrado a casi todos, y todos fieles. ¿No es esto una maravilla? Por el simple hecho de<br />

haberme contemplado con fe y amor os habéis hecho justos ante Dios y ante los hombres‖. ■<br />

Jonás: ―¡Oh! desde ahora tendré valor. ¡Valor! Porque sé que estás y puedo decir: «¡Él está<br />

aquí. Id a donde está...!». Pero ¿a dónde Señor mío?‖. Jesús: ―Por todo Israel. Hasta Septiembre<br />

estaré en Galilea. Nazaret o Cafarnaúm frecuentemente me hospedarán y allí se me podrá<br />

encontrar... Después... estaré por todas partes. He venido a reunir a las ovejas de Israel‖. Jonás:<br />

―¡Señor mío!, te encontrarás con muchos que no son ovejas. Desconfía de los grandes de Israel‖.<br />

Jesús: ―No me harán ningún daño hasta que no llegue la hora. Tú, a los muertos, a los que<br />

duermen, a los vivos, diles: ―El Mesías está entre nosotros‖. Jonás, extrañado: ―Señor... ¿a los<br />

muertos?‖. Jesús: ―A los muertos en su corazón. Los demás, los muertos en el Señor, se<br />

regocijarán con la alegría cercana de verse libres del Limbo. Diles a los muertos que Yo soy la<br />

Vida; diles a los que duermen que Yo soy el Sol que sale y saca del sueño; diles a los vivos que<br />

Yo soy la Verdad que buscan ellos‖.<br />

* “El milagro: para los buenos, regalo justo; para mediocres: para empujar a la bondad;<br />

para malvados: para persuadirles a creer en Mí”.- ■ Jonás: ―¿Y curas también a los<br />

enfermos? Leví me ha contado lo de Isaac. ¿Solo para él el milagro, porque es tu pastor, o<br />

también para todos?‖. Jesús: ―Para los buenos, el milagro como premio justo; para los menos<br />

buenos para empujarlos hacia la verdadera bondad; para los malvados, también en alguna<br />

ocasión, para removerlos de su estado y persuadirlos de que Yo soy y de que Dios está conmigo.<br />

El milagro es un regalo. El regalo es para los buenos. Pero, aquel que es Misericordia y que ve<br />

que la dureza humana, no removible sino por un hecho extraordinario, recurre también a este<br />

medio para decir: «He hecho todo por vosotros y de nada me ha valido. Decid, pues, vosotros<br />

mismos, ¿qué más puedo hacer?»‖. ■ Jonás: ―Señor, ¿no te da repulsa entrar en mi casa? Si me<br />

aseguras que no vienen los ladrones a la propiedad, quisiera hospedarte, y llamar a los pocos<br />

que te conocen a través de mi palabra para reunirlos en torno a Ti. El patrón nos ha doblegado y<br />

quebrado como a tallos inútiles. No tenemos otra cosa más que la esperanza de un premio<br />

eterno. Pero si te muestras a los corazones intimidados, tendrán una nueva fuerza‖. Jesús: ―Voy.<br />

No tengas miedo de los árboles ni de los viñedos. Puedes creer que los ángeles harán guardia‖.<br />

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■ Jonás: ―¡Oh, Señor! Yo he visto a tus siervos celestiales. Creo y estoy seguro de Ti. ¡Benditas<br />

estas plantas y estas viñas que tienen viento y canción de alas y de voces angelicales! ¡Bendito<br />

este suelo que santifican tus pies! ¡Ven, Señor Jesús! Oid, árboles y vides, oid surcos: Aquel<br />

Nombre que os confié para paz mía, ahora os lo repito. ¡Jesús está aquí! ¡Escuchad! Por ramas y<br />

viñedos discurra a borbotones la savia, el Mesías está con nosotros‖. Todo termina con estas<br />

palabras preñadas de alegría. (Escrito el 26 de Enero de 1945).<br />

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2-89-57 (2-54-539).- Adiós al expastor Jonás.- Simón Zelote quiere pagar el rescate de Jonás.<br />

* “Jonás, que el lugar en que estás sea tu escalera de Jacob... ¡Desearía daros una paz<br />

también humana pero no puedo!”.- ■ Apenas un atisbo de luz. En la puerta de una mísera<br />

choza --y hablo así porque llamarla casa sería demasiado honor--, están Jesús con los suyos y<br />

con Jonás y otros campesinos como él. Es la hora de separarse. Jonás pregunta: ―¿No te volveré<br />

a ver, Señor mío? Nos has traído la luz al corazón. Tu bondad ha hecho de estos días una fiesta<br />

que durará toda la vida. Ya has visto cómo nos tratan. Se preocupan más del borriquillo que de<br />

nosotros; y se cuida más humanamente de las plantas porque valen dinero; nosotros somos solo<br />

máquinas que proporcionan ganancia, y se nos hace trabajar hasta que morimos por exceso de<br />

trabajo. Pero tus palabras han sido como muchas caricias de alas. El pan nos ha parecido más<br />

abundante y mejor, porque Tú lo compartías con nosotros, este pan que él ni siquiera da a sus<br />

perros. Vuelve a compartirlo con nosotros, Señor. Me atrevo a decir esto, solo porque eres Tú.<br />

Para cualquier otro significaría una ofensa el ofrecer un cobijo y un alimento que hasta el<br />

mendigo desdeña. Pero Tú...‖. ■ Jesús: ―Pero Yo encuentro en ellos un perfume y un sabor<br />

celestes, porque hay en ellos fe y amor. Regresaré, Jonás. Quédate en tu lugar, amarrado al carro<br />

como un animal de tiro. Que el lugar en que estás sea tu escalera de Jacob (Gén.28,12;<br />

Ju.1,51). Ciertamente entre el Cielo y tú bajan y suben los ángeles con la atención puesta en<br />

recoger todos tus méritos y llevárselos a Dios. Pero yo volveré a ti, a consolar tu espíritu.<br />

Permanecedme todos fieles. ¡Oh! ¡Quisiera daros una paz que fuera también humana pero... no<br />

puedo! Tengo que deciros: sufrid todavía. Y ello es tristeza para Uno que ama...‖.<br />

* ―Jonás, espera a mi Madre, como se espera el levantarse de la 1ª estrella”. Jesús bendice<br />

la campiña para que, Satán no pueda, dañándola, perjudicar a los infelices campesinos.- ■<br />

Jonás: ―Señor, si Tú nos amas, no se sufre. Antes no teníamos a nadie que nos amara... ¡Si<br />

pudiéramos al menos ver a tu Madre!‖. Jesús: ―No te angusties. Yo te llevaré a Ella. Cuando la<br />

estación sea más suave, vendré con Ella. No te expongas a castigos inhumanos por la prisa de<br />

verla. Sabe esperarla, como se espera el levantarse de una estrella, de la primera estrella.<br />

Aparecerá ante ti improvisadamente, exactamente como hace la estrella vespertina que ahora no<br />

se ve e inmediatamente después titila en el cielo. Y piensa que, ya incluso desde ahora, Ella<br />

esparce sus dones de amor sobre ti. Adiós a todos vosotros. Mi paz os sirva de escudo contra las<br />

crueldades de quien os llena de temor. Adiós, Jonás. No llores. Con fe paciente has esperado<br />

muchos años, te prometo ahora una espera muy breve. No llores. No te dejaré solo. Tu bondad<br />

enjugó mi llanto infantil; ¿no te es suficiente la mía para enjugar el tuyo?‖. Jonás: ―Sí... pero Tú<br />

te marchas... y yo me quedo...‖. Jesús: ―Jonás, amigo, no dejes que vaya abatido por el peso de<br />

no poderte ayudar‖. Jonás: ―No lloro, Señor... Pero, ¿cómo lograré poder vivir sin verte más,<br />

ahora que sé que estás vivo?‖. ■ Jesús vuelve a acariciar una vez más al anciano desolado y<br />

luego se separa; mas en el límite de la mísera era, erguido, abre los brazos bendiciendo la<br />

campiña. Luego se pone en camino. Simón, que ha notado el desacostumbrado gesto,<br />

pregunta:―¿Qué significa lo que hiciste, Maestro?‖. Jesús: ―He puesto una señal sobre todas las<br />

cosas, para que Satán no pueda, dañándolas, perjudicar a esos infelices. Más no podía...‖.<br />

* Zelote, con sus propios bienes, quiere rescatar a Jonás.- ■ Zelote: ―Maestro...<br />

adelantémonos. Quisiera decirte una cosa sin que nos oigan‖. Se separan aún más del grupo y<br />

Simón Zelote toma la palabra: ―Quería decirte que Lázaro tiene orden de usar el dinero para<br />

socorrer a todos aquellos que recurran a él en nombre de Jesús. ¿No podríamos libertar a Jonás?<br />

Ese hombre está acabado y su única alegría es tenerte. Démosela. ¿Qué podemos esperar de su<br />

trabajo aquí? Tu discípulo sería libre en esta llanura tan hermosa, y tan desolada. Aquí los más<br />

ricos de Israel tienen tierras opimas, que las exprimen explotando con cruel usura a los<br />

trabajadores, exigiéndoles el ciento por uno. Lo sé desde hace años. Poco tiempo podrás<br />

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permanecer aquí porque en este lugar impera la secta de los fariseos, que creo que nunca será<br />

amiga tuya. Esos trabajadores, oprimidos y sin luz, son los más infelices en Israel. Ya lo has<br />

oído: ni siquiera para la Pascua gozan de paz y oración, mientras los crueles patrones, con<br />

grandes gestos y fingidas actitudes, se ponen en primera fila entre los fieles. Tendrán al menos<br />

la alegría de saber que Tú vives, la alegría de oír tus palabras, repetidas por uno que no alterará<br />

de ellas ni una jota. Maestro, si te parece bien, da órdenes y Lázaro actuará‖. Jesús: ―Simón, ya<br />

había comprendido por qué te desprendías de todo. No me es desconocido el pensamiento del<br />

hombre. También por esto te amé. Al hacer feliz a Jonás, haces feliz a Jesús. ¡Oh, cómo me<br />

angustia ver sufrir al que es bueno! Mi condición de pobre y despreciado por el mundo no me<br />

causa angustia sino por esto...‖. (Escrito el 27 de Enero de 1945).<br />

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2-89-59 (2-54-542).- Adelantada llegada del Hijo a Nazaret buscando el ansiado regazo de su<br />

Mamá, ―porque no podía esperar más. ¡Mi Mamá!‖, después de haber dejado a Jonás.<br />

* Jesús, sin preocuparse más del sol abrasador, parece volar, de lo presuroso que va... “Yo<br />

doy en nombre de mi Madre lo que en nombre de mi Madre se pide”.- ■ Se llega al camino.<br />

Jesús se detiene en espera de los demás. Cuando el grupo se completa de nuevo, Leví, de<br />

rodillas: ―Debo dejarte, Maestro, pero tu siervo te eleva una súplica: Llévame a donde tu Madre.<br />

Éste es huérfano como yo. No me niegues a mí lo que a él le das, para poder ver un rostro de<br />

madre...‖. Jesús: ―Ven. Yo doy en nombre de mi Madre lo que en nombre de mi Madre se<br />

pide‖... ■... Jesús está solo. Camina rápido entre bosques de olivos cargados de aceitunas<br />

ya bien formadas. El sol, a pesar de que esté declinando, asaetea la copa gris-verde de los<br />

árboles preciosos y pacíficos, pero no taladra el entramado de sus ramas sino con diminutos<br />

ojitos de luz. La vía principal, por el contrario, encajonada entre dos pendientes, es una cinta de<br />

polvorienta incandescencia deslumbrante. Jesús camina y sonríe. Llega a una zanja del<br />

terreno... y sonríe aún más vivamente. Allí está Nazaret... De tanto como la oprime la<br />

incandescencia del sol, parece como si vibrara. Jesús baja aún más veloz. Llega al camino.<br />

No se preocupa más del sol. Parece volar, de lo presuroso que va, con el manto --colocado como<br />

protección sobre 1a cabeza-- hinchado y palpitando a los lados y detrás de Él. ■ La calle<br />

está desierta y silenciosa hasta las primeras casas. Allí, alguna voz de niño o de mujer<br />

se oye venir desde el interior de las casas o desde los huertos, que suspenden incluso<br />

sobre el camino las ramas de sus árboles. Jesús se aprovecha de estas manchas de sombra<br />

para rehuir el implacable sol. Gira por una callecita cuya mitad está en sombra. Allí hay<br />

mujeres que se arremolinan junto a un pozo fresco. Casi todas le saludan, manifestando<br />

con voces agudas su alegría porque haya vuelto. ―Paz a todas vosotras... Pero... guardad<br />

silencio. Quiero dar una sorpresa a mi Madre‖. Las mujeres le dicen: ―Su cuñada se ha<br />

marchado ahora con una jarra fresca, pero tiene que volver; se han quedado sin agua. El<br />

manantial está seco, o se pierde en el suelo ardiente antes de llegar a tu huerto; no<br />

sabemos. <strong>María</strong> de Alfeo lo decía ahora. Mira, allí viene‖. ■ La madre de Judas y Santiago<br />

viene con un cántaro sobre la cabeza y otro en cada mano. No ve inmediatamente a Jesús<br />

y grita: ―De este modo me doy más prisa. <strong>María</strong> está toda triste, porque sus flores se<br />

mueren de sed. Son todavía las de José y Jesús, y siente que le quitan el corazón<br />

viéndolas languidecer‖. Jesús, apareciendo desde detrás del grupo, dice: ―Pero ahora que me<br />

ve a Mí...‖. <strong>María</strong> de Alfeo: ―¡Oh, mi Jesús! ¡Bendito Tú! Voy a decírselo...‖. Jesús: ―No.<br />

Voy Yo. Dame los cántaros‖. <strong>María</strong> de Alfeo: ―La puerta está sólo entornada. <strong>María</strong> está en el<br />

huerto. ¡Oh, qué contenta se pondrá! Hablaba de Ti también esta mañana. ¡Pero, haber<br />

venido con este sol!... ¡Estás todo sudado! ¿Estás solo?‖. Jesús: ―No. Con amigos. Yo me he<br />

adelantado para ver antes a mi Madre. ¿Y Judas?‖ <strong>María</strong> de Alfeo: ―Está en Cafarnaúm.<br />

Va frecuentemente...‖. <strong>María</strong> no habla más, pero sonríe mientras seca con su velo el<br />

rostro humedecido de Jesús.<br />

* “Sí, tengo sed... de tu beso, Mamá. De tus caricias. Déjame estar así, con la cabeza<br />

en tu hombro, como cuando era pequeño...¡Cuánto te echo de menos!... Déjame llenar<br />

mi vista de ti, ¡Santa Madre mía!... Mañana tú serás de mis amigos y Yo de los nazarenos.<br />

Pero hoy tú eres mi Amiga y Yo el Tuyo”.- ■ Los cántaros ya están llenos. Jesús, usando su<br />

cinturón, se carga dos de ellos equilibradamente sobre los hombros, y el otro lo lleva en la<br />

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mano. Camina, vuelve una esquina, llega a la casa, empuja la puerta, entra en la pequeña<br />

habitación, que parece oscura en relación al fuerte sol exterior, levanta despacio la<br />

cortina que cubre la puerta del huerto, observa. <strong>María</strong> está en pie junto a un rosal, dando<br />

la espalda a la casa, compungida por la sedienta planta. Jesús posa el cántaro en el<br />

suelo, y el cobre suena al golpear contra una piedra. ―¿Ya aquí, <strong>María</strong>?‖ dice la Madre sin<br />

volverse. ―¡Ven, ven! ¡Mira este rosal!, y estas pobres azucenas; morirán todas, si no las<br />

socorremos. Trae también unas cañitas para sujetar este tallo que se está cayendo‖. Jesús: ―Te<br />

llevo todo, Mamá‖. <strong>María</strong> se vuelve de repente. Se queda atónita un segundo; luego, dando<br />

un grito, corre con los brazos abiertos hacia el Hijo, el cual ya ha abierto los suyos y la<br />

espera con una sonrisa que es toda amor. ―¡Hijo mío!‖. ―¡Mamá! ¡Querida mamá!‖. La<br />

manifestación de afecto es larga, suave, y <strong>María</strong> está tan contenta que no ve, no siente lo<br />

sudado que está Jesús. Pero luego se da cuenta: ―¿Por qué, Hijo, a esta hora? Estás como la<br />

púrpura y sudando como una esponja. Ven, ven dentro; que Mamá te seque y te refresque.<br />

Ahora te traigo una túnica nueva y sandalias limpias. ¡Pero Hijo! ¡Hijo! ¿Por qué vas por los<br />

caminos con este sol? ¡Las plantas se mueren por el calor y Tú, Flor mía, por los caminos...!‖.<br />

Jesús: ―¡Para llegar antes, Mamá!‖. Virgen: ―¡Oh, querido mío! ¿Tienes sed? Claro que sí.<br />

Ahora te preparo...‖. Jesús: ―Sí. De tu beso, Mamá. De tus caricias. Déjame estar así, con la<br />

cabeza en tu hombro, como cuando era pequeño... ¡Oh! ¡Mamá! ¡Cuánto te echo de<br />

menos!‖. Virgen: ―¡Pero dime que vaya, Hijo, y yo iré! ¿Qué te ha faltado por causa de mi<br />

ausencia?: ¿comida de tu agrado?, ¿ropa fresca?, ¿cama bien hecha? ¡Oh, dime, mi<br />

Dicha, ¿qué te ha faltado?! Tu sierva, ¡oh mi Señor!, tratará de poner remedio‖. Jesús: ―Nada<br />

aparte de ti...‖. ■ Jesús, que ha vuelto a entrar en la casa de la mano de su Madre, se ha<br />

sentado en el banco que está junto a la pared y ahora mira fijamente a <strong>María</strong>. La tiene de frente,<br />

ceñida con sus brazos. Tiene apoyada la cabeza contra su corazón, y de vez en cuando la besa.<br />

Dice: ―Déjame que te mire. Déjame llenar mi vista de ti, ¡Santa Madre mía!‖. Virgen: ―Primero<br />

la túnica. No es bueno estar tan mojado. Ven‖. Jesús obedece. ■ Cuando vuelve con una túnica<br />

fresca, el coloquio continúa, delicado. Jesús: ―He venido con discípulos y amigos. Pero los he<br />

dejado en el bosque de Melca. Vendrán mañana al amanecer. Yo... no podía esperar, más. ¡Mi<br />

Mamá!..‖, y le besa las manos. ―<strong>María</strong> de Alfeo se ha retirado para dejarnos solos; ella también<br />

ha entendido mi sed de ti. Mañana... mañana tú serás de mis amigos y Yo de los nazarenos. Pero<br />

hoy tú eres mi Amiga y Yo el Tuyo‖ (1).<br />

* “Tú eres la Madre de todos... Pero antes de nada, te suplico que tengas mucha piedad con<br />

los que vendrán mañana. Escucha: me aman... pero no son perfectos. Tú, Maestra de<br />

virtud...¡Madre, ayúdame a hacerlos buenos...Yo quisiera salvar a todos...! Santificarlos...<br />

Tu virtud santifica. Te los he traído a propósito... Yo solo no podré”.- ■ Jesús: ―Te he<br />

traído... ¡Oh, Mamá!, he encontrado a los pastores de Belén, y te he traído a dos de ellos:<br />

huérfanos y tú eres la Madre, la Madre de todos, y más aún de 1os huérfanos. Y te he traído<br />

también a uno que tiene necesidad de ti para vencerse a sí mismo; y a otro que es un justo y ha<br />

llorado; bueno,... y a Juan... Y el recuerdo de Elías, de Isaac, Tobías (ahora Matías), Juan y<br />

Simeón. Jonás es el más infeliz. Te llevaré donde él; lo he prometido. Seguiré buscando a otros.<br />

Samuel y José están en la paz de Dios‖.■ Virgen: ―¿Estuviste en Belén?‖. Jesús: ―Sí, Mamá.<br />

Llevé allí a los discípulos que tenía conmigo. Te traigo estas florecillas, nacidas entre las piedras<br />

de la entrada‖. Virgen: ―¡Oh!‖ — <strong>María</strong> coge los tallitos secos y los besa. ―¿Y Ana?‖. Jesús:<br />

―Murió en la matanza de Herodes‖. Virgen: ―¡Pobrecilla! ¡Te quería mucho!‖. Jesús: ―Los<br />

Betlemitas sufrieron mucho y no han sido justos con los pastores. Han sufrido mucho...‖. Virgen:<br />

―¡Pero contigo por entonces fueron buenos!‖. Jesús: ―Sí. Por esto se los debe compadecer.<br />

Satanás está envidioso de aquella bondad suya y los instiga al mal. ■ He estado también en<br />

Hebrón. Los pastores, perseguidos...‖. Virgen: ―¡Oh! ¿Hasta ese punto?‖. Jesús: ―Sí. Los ayudó<br />

Zacarías, y, gracias a él, pudieron tener patrones y pan, aunque estos patrones fueran duros. Pero<br />

son almas de justos, y de las persecuciones y de las heridas se han hecho piedras de santidad. Los<br />

he reunido. He curado a Isaac y... y he dado mi Nombre a un niñito... En Yutta, donde Isaac se<br />

consumía y donde ha renacido hay ahora un grupo inocente que se llama <strong>María</strong>, José y Yesaí...‖.<br />

Virgen: ―¡Oh, tu Nombre!‖. Jesús: ―Y el tuyo, y el del Justo. Y en Keriot, patria de un discípulo,<br />

un fiel israelita murió contra mi corazón, por la alegría de haberme encontrado... ■ Y también...<br />

¡tengo tantas cosas que contarte..., mi perfecta Amiga, Madre dulce! Pero antes de nada, te lo<br />

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suplico, te pido que tengas mucha piedad con los que vendrán mañana. Escucha: me aman... pero<br />

no son perfectos. Tú, Maestra de virtud... ¡Madre, ayúdame a hacerlos buenos... Yo quisiera<br />

salvarlos a todos...!‖.. Jesús se ha caído a los pies de <strong>María</strong>. Ahora Ella aparece en su<br />

majestuosidad de Madre. Virgen: ―¡Hijo mío!¿ . Qué puede hacer tu pobre Mamá que Tú no<br />

hagas?‖. Jesús: ―Santificarlos... Tu virtud santifica. Te los he traído a propósito. Mamá... un día,<br />

ante la urgencia de santificar a los espíritus, viendo en ellos voluntad de redención, te diré:<br />

«Ven». Yo solo no podré... Tu silencio será tan activo como mi palabra. Tu pureza ayudará a mi<br />

potencia. Tu presencia mantendrá distante a Satanás... Tu Hijo, Mamá, sabiendo que estás<br />

cerca, encontrará fuerzas. ■ Vendrás, ¿no es cierto, dulce Madre mía?‖. Virgen: ―¡Jesús!<br />

¡Querido Hijo!... No te siento feliz... ¿Qué te pasa, Criatura de mi corazón? ¿Ha sido duro contigo<br />

el mundo? ¿No? Creerlo me es motivo de consuelo... pero... ¡Oh! Sí. Iré. A donde Tú quieras,<br />

como Tú quieras, cuando Tú quieras, incluso ahora, bajo el sol, bajo las estrellas, o con hielo o<br />

entre aguaceros. ¿Me quieres contigo?: aquí me tienes‖. Jesús: ―No. Ahora no. Pero un día... ¡Qué<br />

dulce es la casa! ¡Y tu caricia! Déjame dormir así, con la cabeza en tus rodillas. ¡Estoy muy<br />

cansado! Sigo siendo tu Hijito...‖. Y Jesús realmente se duerme, cansado, derrengado, sentado<br />

en la estera, con la cabeza reclinada sobre las rodillas de su Madre, mientras Ella, feliz, le<br />

acaricia en el pelo. (Escrito el 27 de Enero de 1945).<br />

··········································<br />

1 Nota : ―Tú eres mi Amiga y Yo el Tuyo‖... expresión que debe entenderse bajo la luz del<br />

Antiguo Testamento del Cantar de los Cantares y la de los Santos Padres refiriéndose a Jesús, el<br />

nuevo Adán y <strong>María</strong> la nueva Eva.<br />

--------------------000--------------------<br />

2-90-63 (2-55-546).-En la casa de Nazaret, presentación de los discípulos y pastores a la Virgen.<br />

* “Cuando eras pequeño sonreías en los sueños. Esta noche suspirabas como si estuvieras<br />

afligido”.- ■ Veo a <strong>María</strong>, descalza y diligente, con las primeras luces del día va y viene por la<br />

casa. Con su vestido azul tenue parece una delicada mariposa que apenas roza, sin hacer ruido,<br />

paredes y objetos. Se acerca a la puerta que da a la calle y la abre cuidando de no hacer ruido: la<br />

deja entornada, después de haber dado una ojeada a la calle todavía desierta. Pone en orden las<br />

cosas, abre puertas y ventanas. Entra en el taller --en donde, ahora que lo ha dejado el<br />

Carpintero, están los telares de <strong>María</strong>-- y también allí trajina; cubre con cuidado uno de los<br />

telares en que hay una tejedura comenzada, y sonríe por un pensamiento que le viene al mirarla.<br />

Sale al huerto. Las palomas se le agolpan encima de los hombros. Con vuelos cortos, de un<br />

hombro a otro, para conseguir el mejor puesto, peleonas y celosas por amor a Ella, la<br />

acompañan hasta una despensa en la que hay provisiones. Saca unos granos para ellas y dice:<br />

―Aquí, hoy aquí. No hagáis ruido. ¡Está muy cansado!‖. Luego coge harina y va a un cuartito<br />

que está junto al horno y se pone a hacer el pan. Lo amasa y sonríe. ¡Qué sonriente está Mamá!<br />

Está tan rejuvenecida por la alegría, que parece la joven Madre de Navidad. De la masa del pan<br />

aparta una cantidad y la cubre; luego continúa su trabajo. Está colorada. Sus cabellos presentan<br />

un aspecto más claro debido a una leve capa de polvo de harina. ■ Entra despacio <strong>María</strong> de<br />

Alfeo: ―¿Ya trabajando?‖. Virgen: ―Sí. Estoy haciendo el pan. Mira, las tortas de miel que a Él<br />

gustan tanto‖. M. de Alfeo: ―Dedícate a ellas. Yo hago el pan, que es mucha la masa‖. <strong>María</strong> de<br />

Alfeo robusta y más gruesa, trabaja con fuerzas en su pan, mientras <strong>María</strong> pone miel y<br />

mantequilla en sus panecillos; hace muchos de forma redondeada y los coloca sobre una<br />

plancha. M. de Alfeo suspira: ―No sé qué hacer para avisar a mi hijo Judas... Santiago no se<br />

atreve... y los demás...‖. Virgen: ―Hoy vendrá Simón Pedro. Viene siempre el segundo día<br />

después del sábado con los pescados. Le mandaremos a él a donde Judas‖. M. de Alfeo: ―Si<br />

quiere ir...‖. Virgen: ―Simón Pedro jamás me dice que no‖. ■ Jesús aparece, dice: ―La paz sea<br />

en este vuestro día‖. Las dos mujeres se sobresaltan al oír su voz. Virgen: ―¿Ya te levantaste?<br />

¿Por qué?... quería que durmieras...‖. Jesús: ―He dormido como un niño, Mamá. Tú no debes<br />

haber dormido‖. Virgen: ―Te he estado viendo dormir... Siempre lo hacía cuando eras pequeño.<br />

Siempre sonreías en los sueños... y esas sonrisas me quedaban todo el día como una perla en el<br />

corazón... Pero esta noche no sonreías, Hijo, suspirabas como si estuvieses afligido...‖. Jesús:<br />

―Estaba cansado, Mamá. Y el mundo no es esta casa donde todo es sinceridad y amor. Tú... Tú<br />

sabes quién soy y puedes entender qué significa para Mí el contacto del mundo. Es como quien<br />

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camina por un camino sucio y lodoso; que, aunque camine atento, un poco de fango le salpica, y<br />

el hedor penetra aunque se esfuerce en no respirar... Y si éste es hombre que le gusta la limpieza<br />

y el aire puro, puedes imaginar cuánto le fastidiará‖. Virgen: ―Sí, Hijo. Lo entiendo. Pero me<br />

duele que sufras...‖. Jesús: ―Ahora estoy contigo y no sufro. Permanece el recuerdo... pero sirve<br />

para hacer más hermosa la alegría de estar contigo‖. Y Jesús se inclina para besar a su Madre.<br />

Acaricia también a la otra <strong>María</strong>, que entra toda colorada, porque ha estado encendiendo el<br />

horno. M. de Alfeo: ―Será necesario anunciar a mi hijo Judas‖ --es la preocupación de <strong>María</strong> de<br />

Alfeo--. Jesús: ―No es necesario, Judas estará hoy aquí‖. M. de Alfeo: ―¿Cómo lo sabes?‖. Jesús<br />

sonríe y calla. ■ Virgen: ―Hijo, todas las semanas, en este día, viene Simón Pedro. Me quiere<br />

traer los pescados frescos que cogió en las primeras horas. Llega un poco después de las seis.<br />

Estará contentísimo hoy. Simón es bueno. En el tiempo que se queda nos ayuda, ¿No es así<br />

<strong>María</strong>?‖. Jesús dice: ―Simón Pedro es un hombre sincero y bueno. Pero también el otro Simón,<br />

que dentro poco le veréis, es un gran corazón. Voy a su encuentro. Están por llegar‖.<br />

* J. Iscariote, presentado a la Madre junto con los dos pastores, Simón Zelote y Juan.-<br />

Jesús sale, mientras las mujeres que han puesto el pan en el horno, regresan a la habitación<br />

donde <strong>María</strong> se pone las sandalias y se pone un vestido blanquísimo de lino. Pasa algún tiempo<br />

y mientras esperan, <strong>María</strong> de Alfeo dice: ―No te ha dado tiempo de terminar ese trabajo‖.<br />

Virgen: ―Lo terminaré pronto y mi Jesús tendrá el consuelo de la sombra, sin preocuparse de<br />

nada‖. ■ Empujan la puerta desde fuera: ―Mamá, he aquí a mis amigos. Entrad‖. Entran en<br />

grupo los discípulos y los pastores. Jesús, con las manos sobre los hombros de los dos pastores,<br />

lleva a éstos hacia su madre: ―He aquí a los dos hijos que buscan una Madre. Sé su alegría,<br />

Mujer‖. Virgen: ―Os saludo... ¿Tú?... Leví... ¿Tú?... no sé, pero por la edad --Él me ha puesto al<br />

corriente-- eres sin duda José. Ese nombre es aquí dulce y sagrado. Ven, venid. Con alegría os<br />

digo: mi casa os acoge y una Madre os abraza en recuerdo del gran amor que vosotros (tú en tu<br />

padre) tuvisteis por mi Niño‖. Los pastores están tan extáticos, que parecen bajo efecto de un<br />

encantamiento. Virgen: ―Soy <strong>María</strong>, sí. Tú viste a la Madre feliz. Sigo siendo la misma; dichosa<br />

también ahora de ver a mi Hijo entre corazones leales‖. Jesús: ―Éste es Simón, Mamá‖. Virgen:<br />

―Mereciste el favor, porque eres bueno. Lo sé. Que la gracia de Dios sea siempre contigo‖.<br />

Simón, más experto en las costumbres del mundo, hace una muy profunda reverencia, llevando<br />

los brazos cruzados sobre el pecho, y dice: ―Te saludo, Madre verdadera de la Gracia, y no pido<br />

otra cosa al Eterno, ahora que conozco la Luz y te conozco a ti, más bella que la luna‖. Jesús:<br />

―Éste es Judas de Keriot‖. Iscariote: ―Tengo una madre, pero mi amor por ella desaparece ante<br />

la veneración que siento por ti‖. Virgen: ―No, no por mí. Por Él. Yo soy, porque Él es. Para mí<br />

no quiero nada. Sólo pido para Él. Sé cuánto honraste a mi Hijo en tu ciudad. Pero aún así yo te<br />

digo: sea tu corazón el lugar en que Él reciba de ti todo el honor. Entonces te bendeciré con<br />

corazón de Madre‖. Iscariote: ―Mi corazón está bajo el calcañal de tu Hijo. Feliz opresión. Sólo<br />

la muerte destruirá mi fidelidad‖. Jesús: ―Éste es nuestro Juan, Mamá‖. Virgen: ―Estuve<br />

tranquila desde el momento en que supe que estabas con Jesús. Te conozco y me tranquilizo en<br />

el alma al saber que estás con mi Hijo. Sé bendito, quietud mía‖. Y le besa.<br />

* Pedro acoge con gozo a los dos pastores, con una mirada franca de advertencia a<br />

Iscariote y alaba la cara honrada de Simón Zelote.- ■ La voz ronca de Pedro se oye desde<br />

fuera: ―He aquí al pobre Simón que trae su saludo y...‖. Entra y queda con la boca abierta.<br />

Después arroja al suelo el canasto, redondo, que llevaba colgado a la espalda y se arroja también<br />

él al suelo, diciendo: ―¡Señor eterno! ¡Pero... no, esto no me lo debías haber hecho, Maestro!<br />

Estar aquí... ¡y no notificármelo... al pobre Simón! ¡Dios te bendiga, Maestro! ¡Ah, qué feliz<br />

soy! ¡No podía estar más sin Ti!‖.Y le acaricia la mano, sin hacer caso a Jesús que le dice:<br />

―Levántate, Simón. ¡Que te levantes!‖. Pedro: ―Me levanto, sí. Pero... ¡Eh, tú, muchacho! (el<br />

muchacho es Juan) ¡Tú al menos podías haber corrido a decírmelo! Ahora ¡venga!, sal<br />

enseguida, a Cafarnaúm, a avisar a los demás... y primero a casa de Judas. Pronto estará aquí tu<br />

hijo, mujer. Rápido. Como si fueras una liebre con los perros por detrás‖. Juan sale riéndose. Al<br />

fin Pedro se ha levantado. Sigue teniendo entre sus cortas, toscas manos, de venas marcadas, la<br />

larga mano de Jesús que la besa sin dejarla, no obstante querer entregar el pescado, que está en<br />

el suelo en el canasto. ―No quiero que te vayas otra vez sin mí. ¡Nunca, nunca más, tanto tiempo<br />

sin verte! Te seguiré como la sombra sigue al cuerpo y la cuerda al ancla. ¿Dónde estuviste,<br />

Maestro?... Me decía: «¿Dónde estará, qué estará haciendo?... ¿Y ese muchacho de Juan, sabrá<br />

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tener cuidado de Él? ¿Estará atento de que no se canse mucho, a que no se quede sin comer?».<br />

¡Te conozco! ¡Estás más delgado! Sí, más delgado. ¡No te cuidó bien! Le diré que... Pero...<br />

¿dónde estuviste, Maestro? ¡No me dices nada!‖. Jesús: ―Espero que me dejes hablar‖. Pedro:<br />

―Es verdad. Pero es que... verte es como un vino nuevo: se sube a la cabeza solo con el olor.<br />

¡Oh! ¡Mi Jesús!‖. Pedro está a punto de llorar de gozo. Jesús: ―También Yo he deseado verte, a<br />

todos vosotros, aun cuando estaba con amigos queridos. ■ Mira, Pedro, estos dos son los que me<br />

han amado desde cuando tenía pocas horas de nacido. Todavía más: ya han sufrido por Mí.<br />

Aquí hay un hijo sin padre por mi causa. Pero encontrará tantos hermanos cuantos sois vosotros<br />

¿o no es verdad?‖. Pedro: ―¿Me lo pides, Maestro? Pero si por una suposición el Demonio te<br />

amase, yo le amaría porque te ama. Veo que también vosotros sois pobres. Somos, pues,<br />

iguales. Venid que os bese. Soy pescador, pero tengo el corazón más tierno que un pichón. Es<br />

sincero. No os fijéis si soy áspero. Lo duro es por fuera; dentro soy todo miel y mantequilla.<br />

¡Con los buenos porque con los malvados...!‖. ■ Jesús: ―Pedro, éste es un nuevo discípulo‖.<br />

Pedro: ―Me parece haberle visto antes...‖. Jesús: ―Sí. Es Judas de Keriot. Tu Jesús por medio de<br />

él tuvo una buena acogida en esa ciudad. Os ruego que os améis, aunque seáis de diversas<br />

regiones. Sed hermanos todos en el Señor‖. Pedro: ―Y a como tal lo trataré, si lo es él. ¡Eh...<br />

sí...! (Pedro mira fijamente a Judas con una mirada franca, de advertencia) Y... sí... es mejor que<br />

lo diga; así me conoces ya desde ahora. Lo digo: no tengo mucha estima en general de los judíos<br />

y de los ciudadanos de Jerusalén en particular. Pero soy honrado y en mi honradez te aseguro<br />

que hago a un lado todas las ideas que tengo de vosotros y que quiero ver en ti, sólo al hermano<br />

discípulo. Toca a ti que no cambie yo ni de pensamiento ni de decisión.‖ ■ Zelote le pregunta<br />

sonriendo: ―¿También contra mí tienes iguales prejuicios?‖. Pedro: ―¡No te había visto! ¿Contra<br />

ti?...Contra ti no. Tienes pintada en la cara la honradez. Se te brota la bondad del corazón para<br />

afuera, como un bálsamo oloroso por un vaso poroso. Y eres anciano. Ello no es siempre una<br />

dote. Algunas veces, cuanto más envejece uno, tanto más falso y malvado se vuelve. Pero tú<br />

eres, como aquellos vinos alabadísimos: cuanto más añejos, más secos y buenos‖. Jesús dice:<br />

―Haz juzgado bien, Pedro. Venid ahora. Mientras las mujeres trabajan para nosotros,<br />

quedémonos debajo de ese emparrado fresco. ¡Qué hermoso es estar aquí con los amigos!<br />

Luego iremos todos juntos por la Galilea y por otras partes; ■ todos no. Leví, ahora que has<br />

satisfecho tu deseo, volverás a donde Elías, a llevarle el saludo de <strong>María</strong>; ¿verdad, Mamá?‖.<br />

Virgen: ―Que lo bendigo, y también a Isaac y a los demás. Mi Hijo me ha prometido llevarme...<br />

y yo iré donde vosotros, los primeros amigos de mi Niño‖. Zelote: ―Maestro, querría que Leví<br />

llevase a Lázaro el escrito que ya sabes‖. Jesús: ―Prepáralo, Simón. Hoy es día de gran fiesta.<br />

Mañana por la tarde partirá Leví a tiempo para llegar antes del sábado. Venid amigos...‖. Salen<br />

al verde huerto y todo termina. (Escrito el 28 de Enero de 1945).<br />

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2-91-68 (2-56-551).- 1ª lección en Nazaret: unios y amaos.- Reproche de Judas a Jesús.<br />

* “1ª cosa: absolutamente necesario entre vosotros: amor y unión. Amaos para enseñar a<br />

amar. Y unidos, pese a las diferencias en edad, posición social, instrucción: todos sois<br />

iguales: necesitados de la misma instrucción para llegar a la Verdad.”.- La unión hace la<br />

fuerza: metáfora de las hormigas.- ■ Veo que Jesús con Pedro, Andrés, Juan, Santiago,<br />

Felipe, Tomás, Bartolomé, Judas Tadeo, Simón, Judas Iscariote y el pastor José salen de la casa<br />

y van no lejos de Nazaret bajo un olivar tupido. Dice: ―Venid a mi alrededor. Durante estos<br />

meses de presencia y de ausencia me he formado un juicio de vosotros. Os he conocido, y he<br />

conocido, con experiencia de hombre, el mundo. Ahora he pensado en enviaros al mundo. Pero<br />

antes debo haceros maestros, haceros capaces de enfrentaros al mundo con la dulzura y la<br />

sagacidad, la calma y la constancia, con la conciencia y la ciencia de vuestra misión.<br />

Aprovecharé este tiempo, de sol ardiente, que impide que se haga viaje alguno por la Palestina,<br />

para vuestra instrucción y formación de discípulos. He escuchado cual músico lo que en<br />

vosotros desentona y quiero poneros en tono con la armonía celestial que debéis transmitir al<br />

mundo, en nombre mío. ■ Retengo a este hijo (y señala al pastor José) porque le doy el encargo<br />

de llevar a sus compañeros mis palabras, para que también allá se forme un núcleo robusto, que<br />

me anuncie; no un anuncio que tan solo diga que Yo ya estoy, sino con las características más<br />

esenciales de mi doctrina. ■ Como primera cosa os digo, que es absolutamente necesario entre<br />

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vosotros el amor y la unión. ¿Qué cosa sois? Personas de toda clase social, de toda edad y de<br />

diversas regiones. He querido escoger a quienes carecen de enseñanza y conocimientos, para<br />

poder penetrar más fácilmente en ellos con mi doctrina, y también porque --habiendo sido<br />

destinados para evangelizar a personas que se encontrarán en una absoluta ignorancia del Dios<br />

verdadero-- quiero que, recordando la primitiva ignorancia, no desprecien a éstos, y, con piedad,<br />

los instruyan, recordando con cuánta piedad Yo les he instruido. Oigo a vosotros una objeción:<br />

«¡No somos paganos, ni tampoco carecemos de cultura intelectual!». ¡No! no lo sois. Pero<br />

vosotros --y sobre todo quienes entre vosotros representan a los doctos y a los ricos-- habéis<br />

sido educados en una religión que, degenerada por demasiadas razones, de religión no tiene sino<br />

el nombre. En verdad os digo que hay muchos que se glorían de ser hijos de la Ley, pero de<br />

ellos ocho partes de cada diez, no son más que idólatras que han confundido, entre nieblas de<br />

mil pequeñas religiones humanas, la verdadera, la santa y eterna Ley del Dios de Abrahám,<br />

Isaac, Jacob. ■ Por tanto, mirándoos unos a otros, tanto vosotros, pescadores humildes y sin<br />

cultura, como vosotros, mercaderes e hijos de mercaderes, oficiales o hijos de oficiales, ricos o<br />

hijos de ricos, decid: «Todos somos iguales. Todos tenemos las mismas deficiencias y todos<br />

tenemos necesidad de la misma instrucción. Hermanos en los defectos personales o nacionales,<br />

debemos desde ahora en adelante ser hermanos en el conocimiento de la Verdad y en el esfuerzo<br />

de practicarla». Sí, hermanos. Quiero que así os llaméis y como tales os consideréis. Sois una<br />

sola familia. ¿Cuándo prospera una familia? ¿cuándo la admira el mundo? Cuando está unida y<br />

se manifiesta concorde. Si los hermanos se enfadan, ¿acaso puede durar la prosperidad de esa<br />

familia? ¡No! En vano el padre de familia se esforzará en trabajar, en allanar las dificultades, en<br />

imponerse al mundo. Sus esfuerzos resultan inútiles, porque las propiedades se acaban, las<br />

dificultades aumentan, el mundo se burla por esta situación perpetua de lucha que reduce<br />

corazón y riqueza --que, unido, era fuerte contra el mundo-- a un montón pequeño de pequeños<br />

intereses contrarios, de los que se aprovechan los enemigos de la familia para acelerar cada vez<br />

más su ruina. Jamás seáis así vosotros. Permaneced unidos. Amaos. Amaos para enseñar a amar.<br />

■ Observad: incluso lo que nos rodea nos ilustra acerca de esta gran fuerza. Ved este enjambre<br />

de hormigas que se dirige hacia un lugar. Sigámoslo y descubriremos la razón de su esfuerzo<br />

para acudir a un punto... Mirad aquí. Esta pequeña hermana descubrió con sus minúsculos<br />

órganos, que no podemos ver con facilidad, un gran tesoro debajo de ese montón de raíces<br />

silvestres. Puede ser que se trate de una migaja de pan que se le haya caído a algún agricultor<br />

que vino a ver sus olivos, o a algún caminante que se haya refugiado bajo esta sombra, para<br />

comer, o a un niño que alegre jugaba entre la hierba. ¿Cómo podría ella sola llevar hasta su nido<br />

este tesoro que era mil veces mayor que ella?... Y ha llamado a una hermana y le ha dicho:<br />

«Mira, date prisa a decir a las demás, que aquí hay alimento para toda la tribu y por muchos<br />

días. Corre, antes de que un pájaro descubra el tesoro y llame a sus compañeros y se lo coman».<br />

Y la hormiguita ha corrido, afanosa, entre las escabrosidades del terreno, subiendo y bajando<br />

entre los arenales y pajillas hasta llegar al hormiguero. Su voz fue: «Venid, una de nosotras os<br />

llama; ha encontrado para todas, pero sola no puede traerlo aquí. Venid». Y todas, incluso las<br />

que --ya cansadas por tanto como han trabajado durante todo el día-- estaban descansando en<br />

las galerías del hormiguero, han acudido; incluso las que estaban amontonándolas provisiones<br />

en sus correspondientes celdas. Una, diez, cien, mil... Mirad... Lo toman con sus pinzas, lo<br />

levantan haciendo de sus cuerpos unos carritos, lo arrastran hincando las patitas en el suelo. Ésta<br />

se cae... más allá la otra casi se lisia porque la punta del pan le ha rebotado y la ha comprimido<br />

contra una piedra; ¿y esta, tan pequeñita? (una jovencita de la tribu): se detiene derrengada...<br />

pero ved que toma aliento y continúa. ¡Qué unidas están! Mirad: ahora el pedazo de pan está<br />

entre todas, y avanza, avanza despacio, pero avanza. Sigámoslo... Todavía un poco más,<br />

hermanitas, todavía un poco más y vuestra fatiga obtendrá su premio. Ya no pueden más, pero<br />

no ceden. Descansan y otra vez prosiguen... Llegan al hormiguero. ¿Y ahora? Ahora al trabajo,<br />

para partir en pequeños trocitos la miga grande. Observad qué trabajo. Unas cortan y otras<br />

llevan... Se ha acabado. Ahora todo está bien y contentas desaparecen entre esas grietas para ir a<br />

su galería. Son hormigas, nada más que hormigas, y, sin embargo son fuertes, porque están<br />

unidas. Meditad en esto. ¿Tenéis algo que preguntarme?...‖.<br />

* Reproche de Iscariote a Jesús y la 1ª recriminación de Pedro a Iscariote.- ■ Iscariote<br />

pregunta: ―Quisiera preguntarte si es que ya no volvemos a Judea‖. Jesús: ―¿Quién lo ha<br />

72


dicho?‖. Iscariote: ―Tú, Maestro. Has dicho que prepararías a José para que fuese a instruir a los<br />

demás que están en Judea. ¿Te fue tan mal como para no volver más allá?‖. Tomás pregunta<br />

curioso: ―¿Qué te hicieron en Judea?‖. Y el fogoso Pedro al mismo tiempo exclama: ―¡Ah!<br />

Tenía yo razón en decir que habías vuelto agotado. ¿Qué te hicieron los «perfectos» de Israel?‖.<br />

Jesús: ―Nada, amigos, ninguna otra cosa más que la que también encontraré acá. Judas, te había<br />

pedido que guardases secreto...‖. Iscariote: ―Es verdad, pero... No, no puedo callarme cuando<br />

veo que prefieres Galilea a mi Patria. Eres injusto. También allí recibiste honores...‖. Jesús:<br />

―¡Judas! ¡Judas! ¡Oh, Judas! Tu reproche es injusto. Tú mismo te acusas, al dejarte llevar de la<br />

ira y de la envidia. Yo había logrado dar a conocer solo el bien que he recibido en Judea. Sin<br />

mentir y con alegría había logrado manifestar este bien para hacer que os amasen a los de Judea.<br />

Con alegría, porque el Verbo de Dios no conoce separaciones de lugares, antagonismos,<br />

indiscriminaciones. A todos vosotros os amo. A todos... ¿Cómo puedes decir que prefiero la<br />

Galilea, cuando quise hacer los primeros milagros y las primeras manifestaciones en el sagrado<br />

sitio del Templo y de la Ciudad Santa que es estimada por todos los israelitas? ¿Cómo puedes<br />

decir que soy parcial, si de vosotros los once discípulos, mejor dicho, de los diez porque mi<br />

primo es de la familia, no de amistad, cuatro sois de Judea? Y, si añado a los pastores, que son<br />

todos judíos, puedes ver de cuántos de Judea soy amigo. ¿Cómo puedes decir que no amo a<br />

vosotros, judíos, si cuando nací y cuando me preparé a la misión quise que hubiese dos judíos,<br />

contra uno solo de Galilea? Me acusas de injusticia, pero examínate, Judas, y mira si el injusto<br />

no eres tú‖. Jesús ha hablado con majestuosidad y dulzura. Pero, aunque no hubiese dicho más,<br />

habrían sido suficientes los tres modos como ha pronunciado «Judas» al principio de sus<br />

palabras, para darle una gran lección. El primer «Judas» lo decía el Dios majestuoso que llama<br />

al respeto; el segundo, el Maestro que enseña de un modo paternal; el tercero era el ruego del<br />

amigo dolido por los modales de su amigo. Judas, humillado, baja la cabeza, todavía iracundo,<br />

afeado por este aflorar de bajos sentimientos. ■ Pedro no sabe quedarse callado: ―Y por lo<br />

menos pide perdón, muchacho. Si estuviese en lugar de Jesús, no te bastarían palabras. ¿Que Él<br />

sea injusto?... ¡Eres un irrespetuoso señorito! ¿De este modo os educan en el Templo? ¿O es que<br />

eres tú el ineducable? Porque si ellos son...‖. Jesús: ―Basta, Pedro. Dije lo que tenía que decir.<br />

Esto será también motivo de instrucción mañana‖.<br />

* ―No digáis a mi madre, todo amor, el odio con que los judíos me han rechazado”.- ■<br />

Jesús añade: ―Y ahora repito lo que había dicho a estos en Judea: No digáis a mi Madre que los<br />

judíos maltrataron a su Hijo. Está muy afligida al haber intuido mi pena. Respetad a mi Madre.<br />

Vive en la sombra y en el silencio. Tan sólo es activa en virtudes y oración por Mí, por vosotros<br />

y por todos. Dejad que las luces negras del mundo y las agrias disputas se queden lejos de su<br />

retiro envuelto en la reserva y en la pureza. No introduzcáis ni siquiera el eco del odio donde<br />

todo es amor. Respetadla. ■ Tiene más valor que Judit y lo veréis. Pero no la obliguéis antes de<br />

la hora, a gustar la hez que supone los sentimientos de los miserables del mundo, de aquellos<br />

que no saben ni siquiera por asomo qué cosa significa Dios y la Ley de Dios. Esos de los que al<br />

principio os hablaba: los idólatras que se creen sabios de Dios y que, por tanto, unen su idolatría<br />

a la soberbia. Vámonos‖. Jesús de nuevo se dirige a Nazaret. (Escrito el 29 de Enero de 1945).<br />

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2-95-88 (2-60-573).- Santiago de Alfeo recibido como discípulo.<br />

* Santiago de Alfeo «un buen amigo de infancia, un buen hermano de juventud».- ■ Es<br />

una mañana de mercado en Cafarnaúm. La plaza está llena de vendedores de toda clase de<br />

mercancías. Jesús, que llega a este lugar desde el lago, ve que vienen a su encuentro sus primos<br />

Judas y Santiago. Acelera el paso en dirección a ellos y, después de abrazarlos con cariño,<br />

pregunta ansioso: ―Vuestro padre... ¿Qué ha sucedido?‖. Judas responde: ―Nada nuevo por lo<br />

que se refiere a su salud‖. Jesús: ―¿Y entonces ¿por qué has venido?... Te había dicho que te<br />

quedaras allí‖. Judas baja la cabeza y calla. ■ Pero ahora es Santiago el que no se contiene: ―Por<br />

mi culpa él no te obedeció. Sí. Por culpa mía; pero es que no he podido soportar más. Todos en<br />

contra... ¿Y por qué? ¿Hago acaso mal en amarte? ¿acaso hacemos mal? Hasta ahora me había<br />

frenado un escrúpulo de estar actuando mal. Pero ahora que sé las cosas, ahora que Tú has dicho<br />

que por encima de Dios no hay nadie, ni siquiera el padre, no he aguantado más. Traté de ser<br />

respetuoso, de hacer entender las razones, de enderezar las ideas. Dije: «¿Por qué me combatís?<br />

73


Si es el Profeta, si es el Mesías ¿por qué queréis que el mundo diga: ‗Su familia fue enemiga<br />

suya; cuando todos le seguían, ella no lo hizo‘? ¿Por qué, si es el infeliz que vosotros decís, no<br />

debemos, nosotros los de la familia, estarle cerca en su demencia, para impedir que sea nociva<br />

no sólo para Él sino también para nosotros?». ¡Oh! Jesús, de este modo hablaba yo, para razonar<br />

humanamente, como ellos razonaban. Pero tú sabes que ni Judas ni yo te creemos demente;<br />

sabes que en Ti vemos al Santo de Dios; que siempre hemos dirigido nuestra mirada a Ti<br />

como a nuestra Estrella Mayor. Pero no han querido comprendernos, ni siquiera escucharnos. Y<br />

entonces yo me he marchado. Entre la elección de «Jesús o la familia», te he escogido a Ti.<br />

Aquí estoy, pues, si me quieres; si no, seré el hombre más infeliz del mundo porque no tendré<br />

nada: ni tu amistad ni el amor de la familia‖. Jesús: ―¿En esto estamos?... ¡Oh! Santiago mío,<br />

mi pobre Santiago. ¡No hubiera querido verte sufrir así, porque te amo! Pero si el Jesús-Hombre<br />

llora contigo, el Jesús-Verbo se regocija por ti. ¡Ven! Estoy cierto que la alegría de ser portador<br />

de Dios entre los hombres aumentará de día en día tu gozo hasta llegar al éxtasis completo en la<br />

última hora de la tierra, y en la eterna del Cielo‖. ■ Jesús se vuelve y llama a sus discípulos que<br />

prudentemente se habían mantenido retirados unos cuantos metros. ―Venid, amigos. Mi primo<br />

Santiago desde ahora es de mis amigos y por esto amigo vuestro. ¡Cuánto he deseado esta hora,<br />

este día para él, mi amigo perfecto de infancia, mi buen hermano de juventud!‖. Los discípulos<br />

dan la bienvenida con alegría al nuevo llegado y a Judas de Alfeo, que hacía días que no le<br />

veían. (Escrito el 2 de Febrero de1945).<br />

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2-97-101 (2-62-586).- Llamada de Jesús a Mateo para ser discípulo (Mt. 9,9-11; Mc. 2,13-17;<br />

Lc.5,27-32).<br />

* Tres miradas, tres llamadas: “Mateo, hijo de Alfeo, ha llegado la hora. Ven...<br />

¡Sígueme!”.- ■ Una vez más en la palaza de Cafarnaúm, pero en una hora de mayor calor en<br />

que el mercado ha terminado ya y solo hay algunas personas ociosas hablando y unos niños<br />

entregados al juego. Jesús, en medio de su grupo, viene del lago hacia la plaza, acariciando a los<br />

niños que le salen al paso e interesándose por sus confidencias... Ya han llegado a la plaza.<br />

Jesús va derecho al banco de la alcabala, donde Mateo está haciendo sus cuentas y<br />

comprobando si corresponden con las monedas (las cuales divide en categorías metiéndolas en<br />

bolsitas de distinto color y colocando éstas en un arca de hierro). Dos siervos esperan para<br />

transportar el arca a otro lugar. En el preciso momento en que la sombra proveniente del alto<br />

cuerpo de Jesús se extiende, Mateo levanta la cabeza para ver quién era el que se había<br />

retardado en ir a pagar. Pedro, mientras tanto, dice, tirando a Jesús de la manga: ―No tenemos<br />

nada que pagar, Maestro. ¿Qué haces?‖. Pero Jesús no le hace caso. Mira fijamente a Mateo,<br />

que se ha puesto de pie inmediatamente en actitud reverente. Otra segunda mirada perforadora,<br />

no obstante, ya no se trata de mirada del juez severo de la otra vez; es una mirada de llamada y<br />

de amor. Le envuelve, le llena de amor. Mateo se pone colorado. No sabe qué hacer, qué decir...<br />

Jesús ordena majestuosamente: ―Mateo, hijo de Alfeo, ha llegado la hora. Ven...¡Sígueme!‖.<br />

Mateo, sorprendido: ―¿Yo... Maestro? ¡Señor! ¿Pero sabes quién soy?... Lo digo por Ti, no por<br />

mí...‖. Jesús repite con voz más dulce: ―Ven, y sígueme, Mateo hijo de Alfeo‖. Mateo: ―¡Oh!<br />

¿Cómo es posible que haya alcanzado favor ante Dios?... ¿Yo... Yo...?‖. La tercera invitación<br />

es una caricia: ―Mateo, hijo de Alfeo, he leído tu corazón. Ven ¡Sígueme!‖. Mateo:<br />

―¡Enseguida, mi Señor!‖ y con lágrimas en los ojos, sale por detrás del banco, sin preocuparse<br />

siquiera por recoger las monedas esparcidas sobre él, ni de pedir la caja fuerte, ni de nada. Y<br />

cuando está cerca de Jesús le pegunta: ―¿A dónde vamos, Señor? ¿A dónde me llevas?‖. Jesús:<br />

―A tu casa. ¿Quieres dar hospedaje al Hijo del hombre?‖. Mateo: ―¡Oh! Pero... pero ¿qué dirán<br />

los que te odian?‖. Jesús: ―Yo escucho lo que se dice en los Cielos, y allí se dice: «Gloria a Dios<br />

por un pecador que se salva», y el Padre dice: «Para siempre la Misericordia se levantará en los<br />

Cielos y se derramará sobre la tierra, y, puesto que con un amor eterno, con un amor perfecto,<br />

Yo te amo, también contigo uso misericordia». Ven. Y que yendo Yo a tu casa, ésta se<br />

santifique además de tu corazón‖. Mateo: ―Yo la tenía purificada, por una esperanza que tenía<br />

en mi alma... que, no obstante, la razón no podía creer verdadera... ¡Oh, yo con tus santos...!‖ y<br />

mira a los discípulos. Jesús: ―Sí, son mis amigos. Venid. Os uno y sed hermanos‖. Los<br />

discípulos están hasta tal punto estupefactos, que todavía no han encontrado la forma de decir<br />

74


palabra alguna. Detrás de Jesús y Mateo caminan en grupo por la plaza, que está completamente<br />

vacía de gente, y van por un estrecho paso de la calle que arde bajo sol abrasador. No hay ser<br />

viviente alguno en las calles, solo sol y polvo. ■ Entran en casa. Una hermosa casa con un<br />

amplio portal que se abre hacia fuera. Un hermoso atrio lleno de sombra y frescor, luego un<br />

pórtico ancho dispuesto como jardín. Mateo: ―¡Entra, Maestro mío! ¡Traed agua y bebidas!‖.<br />

Los criados corren a traerles. Mateo sale a dar órdenes, mientras Jesús y los suyos se refrescan.<br />

Regresa y dice: ―Ahora ven, Maestro. La sala está fresca... Ahora vendrán amigos...¡Oh!<br />

¡Quiero que se haga una gran fiesta! Es mi regeneración. Es la mía... esta es la circuncisión<br />

verdadera... Me has circuncidado el corazón con tu amor... Maestro, es la última fiesta... No<br />

más fiestas para el publicano Mateo. No más fiestas mundanales... sola la fiesta interna de haber<br />

sido redimido y de servirte a Ti... de ser amado por Ti... cuánto he llorado... no sabía cómo<br />

hacer... quería ir... pero... ¿cómo ir a Ti?... ¿A Ti, santo... con mi alma sucia?‖. Jesús: ―Tú la<br />

lavabas con el arrepentimiento y caridad para Mí y para el prójimo. ■ Pedro... ven aquí‖. Pedro<br />

que todavía no ha hablado, pues sigue tan estupefacto, da un paso adelante. Los dos hombres,<br />

igualmente ya de edad, de estatura baja, robustos, están frente a frente, y Jesús ante ellos, los<br />

mira con una hermosa sonrisa, y dice: ―Pedro, me has preguntado muchas veces quién era el<br />

desconocido de la bolsa de dinero que llevaba Santiaguito. Mírale. Le tienes frente a ti‖. Pedro:<br />

―¿Quién?... Este lad... ¡Perdona, Mateo! Pero ¿quién podía pensar que eras tú, precisamente tú,<br />

nuestra desesperación --por la usura--, fueses capaz de arrancarte cada semana un pedazo de tu<br />

corazón, al dar ese rico óbolo?‖. Mateo: ―Lo sé. Injustamente os tasé. Pero mirad, me arrodillo<br />

ante todos vosotros y os digo: «¡No me arrojéis de vuestra presencia! Él me ha acogido, no seáis<br />

más severos que Él»‖. Pedro, que está junto a Mateo, le levanta improvisadamente, a pulso,<br />

brusca pero cariñosamente: ―¡Vamos! ¡vamos! Ni a mí ni a los demás. Pídele perdón a Él.<br />

Nosotros... ¡bueno hombre!, más o menos somos ladrones como tú... ¡Ay! ¡Lo he dicho!<br />

¡Maldita lengua! Pero es que yo soy así: lo que pienso, lo digo; lo que tengo en el corazón, lo<br />

tengo en los labios. Ven. Vamos a hacer un pacto de paz y de amor‖ y besa a Mateo en las<br />

mejillas. Los otros también lo hacen con más o menos cariño. Digo así porque Andrés lo hace<br />

con reserva, debido a su timidez y Judas Iscariote se muestra frío; parece como si abrazase un<br />

montón de serpientes, pues apenas le abraza. Mateo sale al oír un ruido.<br />

* J. Iscariote, que no ve con buenos ojos a Mateo, tiene un rifirrafe con Pedro.- ■ Iscariote<br />

dice: ―Pero, Maestro, me parece que esto no es prudente. Ya te empezaron a acusar los fariseos<br />

de aquí, y Tú... ¡Un publicano entre los tuyos! ¡Un publicano después de una prostituta!... ¿Has<br />

decidido destruirte? Si es así, dilo, que...‖. Pedro concluye irónicamente: ―Que nosotros<br />

«desfilamos», nos vamos, ¿verdad?‖. Iscariote: ―¿Y quién está hablando contigo?‖. Pedro: ―Sé<br />

que no estás hablando conmigo, pero yo, por el contrario, hablo con tu alma de señorito, con tu<br />

purísima alma, con tu sabia alma. Sé que tú, miembro del Templo, sientes hedor del pecado en<br />

nosotros, pobres, que no pertenecemos al Templo. Sé que tú, judío, perfecto, amalgama de<br />

fariseo, saduceo y herodiano, medio escriba y migaja de esenio... quieres otras palabras nobles...<br />

te sientes mal entre nosotros, como un sábalo espléndido caído por azar en una red llena de<br />

pescados sin valor. Pero... ¿qué quieres que hagamos?... Él nos tomó a nosotros... nos<br />

quedamos. Si te sientes mal... vete tú. Respiraremos todos mejor. También Él, que, ¿lo ves?,<br />

está disgustado por mí y por ti; por mí porque me falta paciencia y... sí, también caridad, pero<br />

más contigo, que no entiendes nada, con toda tu retahíla de nobles atributos, y que no tienes ni<br />

caridad, ni humildad, ni respeto. No tienes nada, muchacho, sino una gran vanidad... y quiera<br />

Dios que ese humo no sea nocivo‖. ■ Jesús de pie, disgustado, con los brazos cruzados, la boca<br />

cerrada y con los ojos duros ha dejado que hablase Pedro. Después se dirige a éste y le dice:<br />

―¿Has dicho todo, Pedro? ¿También tú has purificado tu corazón de la levadura que había<br />

dentro? Has hecho bien. Hoy es Pascua de Ácimos para un hijo de Abraham. La llamada del<br />

Mesías es como la Sangre del Cordero sobre vuestras almas, y donde Aquella se encuentra no<br />

bajará más la culpa. No bajará si el que la recibe es fiel a Ella. Mi llamamiento es liberación y<br />

se le festeja con diversas clases de fermento‖. A Judas no le dice nada. Pedro mortificado<br />

guarda silencio. Jesús dice: ―Regresa Mateo con amigos. No le enseñemos otra cosa que no sea<br />

virtud. Quien no lo pueda, salga. No seáis iguales a los fariseos que oprimen con preceptos y<br />

son los primeros en no observarlos‖. (Escrito el 4 de Febrero de 1945).<br />

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75


2-98-106 (2-63-593).- El primer encuentro de Jesús con Magdalena sucede en el lago.<br />

* <strong>María</strong> Magdalena entre amigas y amigos de placer en barca por el lago.- ■ Jesús con<br />

todos los suyos --ya son 13 mas Él-- van por el lago de Galilea, siete en cada barca. Jesús va en<br />

la de Pedro, la primera, junto con Pedro, Andrés, Simón, José y los dos primos. En la otra, los<br />

hijos de Zebedeo con Iscariote, Felipe, Tomás, Natanael y Mateo. Las barcas avanzan a vela,<br />

ligeras, empujadas por un viento fresco boreal, que apenas encrespa el agua en muchos,<br />

pequeños pliegues marcados ligeramente por un hilo de espuma que dibuja un tul sobre azul<br />

turquesa del hermoso lago sereno. Las barcas van dejando dos estelas que en la base se besan,<br />

confundiendo sus espumas alegres en una sola sonrisa de agua, pues las barcas van muy cerca,<br />

apenas separadas unos dos metros. De barca a barca se intercambian palabras y comentarios que<br />

me hacen pensar que los galileos ilustran y explican a los judíos los puntos del lago, con su<br />

comercio, con las personalidades que allí residen, las distancias desde el lugar de partida y de<br />

llegada, o sea, de Cafarnaúm a Tiberíades. Las barcas no pescan, se les emplea tan solo para el<br />

transporte de personas. ■ Jesús está sentado en la proa y se ve claramente que goza de la belleza<br />

que le rodea, del silencio, de todo ese cielo limpio, y de las aguas que rodean las riberas verdes,<br />

sembradas de pueblos del todo blancos entre el verdor. No pone atención a la conversación de<br />

los discípulos, muy hacia delante en la proa, casi echado encima de un atado de velas, casi<br />

siempre con la cabeza inclinada hacia ese espejo de zafiro que es el lago, como si estudiase el<br />

fondo y se interesase de cuanto vive en las transparentes aguas. Pero... quién sabe en qué está<br />

pensando... Pedro le pregunta dos veces si el sol --que está en alto y cuyos rayos, que caen de<br />

pleno en la barca, ya calientan aunque todavía no queman-- le molesta; otra vez le dice si quiere<br />

también pan y queso como los demás. Pero Jesús no quiere nada, ni toldo que le defienda del sol<br />

ni alimento. Y Pedro le deja en paz. ■ Un grupo de pequeñas barcas de recreo, pequeñas pero<br />

con gran exhuberancia de baldaquinos purpúreos y de blandos almohadones, cortan<br />

transversalmente a las barcas de los pescadores. Música, carcajadas, perfumes pasan con ellas.<br />

Están llenas de hermosas mujeres y de vividores romanos y palestinos, pero más romanos, o por<br />

lo menos no palestinos, porque alguno debe ser griego; al menos así lo deduzco de las palabras<br />

de un joven alto, delgado, moreno como una oliva madura, todo elegante con un vestido rojo,<br />

que en los bordes lleva un pesado adorno en greca y va ceñido de un cinturón que es una <strong>obra</strong><br />

maestra de artífice. Dice: ―¿La Hélade es hermosa? Pero ni siquiera mi olímpica patria tiene<br />

este azul y estas flores. Y a la verdad, nada extraño es que las diosas la hayan abandonado para<br />

venir aquí. Arrojemos sobre las diosas, ya no griegas sino judías, las flores, las rosas...‖ y<br />

esparce sobre las mujeres que van en su barca pétalos de espléndidas rosas; y echa otros en la<br />

barca de al lado. Responde un romano: ―¡Echa, echa griego! Pero Venus está conmigo. Yo no<br />

deshojo, yo recojo las rosas en esta hermosa boca; ¡es más dulce!‖ y se inclina a besar en la<br />

boca, abierta a la risa, de <strong>María</strong> de Mágdala, semiechada sobre los almohadones y con la cabeza<br />

rubia apoyada sobre las piernas del romano. ■ En ese momento las barcas grandes tienen ya<br />

literalmente encima a las barcas pequeñas, y por poco no se chocan, o por la impericia de los<br />

bogadores o por una racha de viento. Pedro grita enfurecido: ―Tened cuidado, si queréis seguir<br />

viviendo‖, mientras vira, dando un golpe de barra, para evitar el choque. Insultos de hombres y<br />

gritos de susto de las mujeres van de barca a barca. Los romanos insultan a los galileos con:<br />

―Alejaos, perros judíos‖. Pedro y los otros galileos no dejan caer el insulto y Pedro<br />

especialmente, rojo como un gallo de pelea, de pie sobre el borde de la barca que se balancea,<br />

con las manos en la cintura, responde vivamente, y no perdona ni a romanos, ni a griegos, ni a<br />

hebreos ni a hebreas; es más, dedica a éstas toda una colección de apelativos honoríficos que<br />

dejo en la pluma. El altercado dura mientras la maraña de quillas y de remos no se deshace, y<br />

cada quien se va por su camino. ■ Jesús en todo tiempo no ha cambiado de posición. Ha<br />

permanecido sentado, ausente, sin miradas, sin palabras hacia las barcas o hacia sus ocupantes.<br />

Apoyado sobre un codo, ha seguido mirando a la lejana ribera como si nada sucediese. Le echan<br />

también a Él una flor; no sé quién; con seguridad una mujer, porque oigo una risilla femenina<br />

que acompañó al acto. Pero Él... nada. La flor le pega casi en la cara y cae sobre las tablas para<br />

ir a quedar a los pies del enfurecido Pedro. Cuando las barquichuelas se van alejando, veo que<br />

Magdalena se pone de pie, y sigue la indicación que le señala una compañera de vicio, o sea,<br />

76


apunta sus ojos espléndidos hacia el rostro sereno y lejano de Jesús. ¡Qué lejos del mundo ese<br />

rostro...!<br />

* Iscariote pegunta a Zelote sobre la vida de Magdalena.- Nuevo rifirrafe entre Iscariote y<br />

Pedro.- ■ Dice Iscariote: ―Dime, Simón, tú que eres judío como yo, responde. Aquella<br />

hermosísima rubia en las piernas del romano, y que estaba de pie hace poco ¿no es la hermana<br />

de Lázaro de Betania?‖. Simón Cananeo responde secamente: ―Yo no sé nada. Hace poco que<br />

he vuelto al mundo de los vivos y esa mujer es joven...‖. Iscariote: ―¡Espero que no me vayas a<br />

decir que no conoces a Lázaro de Betania! Sé bien que eres su amigo y que has estado allí con el<br />

Maestro‖. Zelote: ―¿Y si eso fuera así?‖. Iscariote: ―Y puesto que así lo es, yo digo, que debes<br />

conocer también a la pecadora, que es la hermana de Lázaro. ¡También las tumbas la conocen!<br />

Diez años hace que está en la boca de todos. Apenas llegada a la pubertad empezó a ser ligera<br />

de cascos. Pero ¡desde hace cuatro años! No puedes ignorar el escándalo, aunque estuvieras en<br />

el «valle de los muertos». Toda Jerusalén habló de ella, y Lázaro se encerró entonces en<br />

Betania... Bueno, hizo bien. Nadie hubiera puesto un pie en su espléndido palacio de Sión a<br />

donde también ella iba y venía. Quiero decir: ninguno que fuese santo. En los pueblos... ¡Ya se<br />

sabe!... Y además, ahora ella está en todas partes, menos en su propia casa... Ahora está, seguro,<br />

en Mágdala... Se habrá encontrado un nuevo amor... ¿No respondes?... ¿Puedes decirme que no<br />

es verdad?‖. Zelote: ―No te desmiento, callo‖. Iscariote: ―Entonces, ¿ella es? ¡También tú la has<br />

conocido!‖. Zelote: ―La conocí cuando era niña y pura. La vuelvo a ver ahora... No obstante, la<br />

reconozco. Impúdicamente refleja la cara de su madre, que era una santa‖. Iscariote: ―Y<br />

entonces ¿por qué querías casi negar, que fuese la hermana de tu amigo?‖. Zelote: ―Nuestras<br />

llagas y las de los que amamos, tratamos de tenerlas cubiertas. Sobre todo cuando uno es<br />

honesto‖. Judas se ríe forzadamente. ■ Pedro observa: ―Dices bien, Simón, y tú eres un hombre<br />

honesto‖. Iscariote: ―¿Tú la habías reconocido? ¡Seguro que vas a Mágdala a vender tu pescado,<br />

y quién sabe cuántas veces la habrás visto!...‖. Pedro: ―Muchacho, ten en cuenta que cuando<br />

uno tiene los riñones cansados de un trabajo honrado, no se le antojan las mujeres; se prefiere<br />

sólo el lecho casto de nuestra esposa‖. Iscariote: ―¡Ya! ¡Pero lo bello gusta a todos!; al menos se<br />

mira, aunque solo sea eso‖. Pedro: ―¿Por qué?... ¿Para decir: «No es comida para tu mesa?».<br />

No. ¿Sabes? De mi trabajo en el lago he aprendido varias cosas y una de ellas es que peces de<br />

agua dulce y de fondo no están hechos para agua salada y curso vertiginoso‖. Iscariote: ―¿Qué<br />

quieres decir?‖. Pedro: ―Quiero decir que cada uno debe de estar en su lugar, para no morir de<br />

mala muerte‖. Iscariote: ―¿Te hacía morir la Magdalena?‖. Pedro: ―No. Tengo el cuero duro.<br />

Pero... dime: ¿te sientes mal tú?‖. Iscariote: ―¿Yo?... ¡Ni siquiera la he mirado!...‖. Pedro:<br />

―Mentiroso. Apuesto algo a que te estabas royendo por no estar en esa primera barca y tenerla<br />

más cerca... Incluso me habrías soportado a mí con tal de estar más cerca... Y es tan cierto lo<br />

que estoy diciendo, que me honras con tu palabra, por gracia suya, después de tantos días de<br />

silencio‖. Iscariote: ―¿Yo? Pero...¡si ni siquiera me hubiera visto! ¡Miraba ella continuamente al<br />

Maestro!‖. Pedro: ―¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Y dice que no estaba mirándola! ¿Cómo has podido ver a<br />

dónde miraba, si no la estabas mirando?‖. Ante la observación de Pedro todos ríen menos Jesús<br />

y Zelote. ■ Jesús que ha hecho como que no oía, pone fin a la discusión preguntando a Pedro:<br />

―¿Es aquello Tiberíades?‖. Pedro: ―Sí, Maestro, ahora llegamos‖. (Escrito el 5 de Febrero de<br />

1945).<br />

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2-99-115 (2-64-604).- En Tiberíades, en casa de Cusa, esposo de Juana y mayordomo de<br />

Herodes, Jesús busca al pastor Jonatás.- Juan Bautista liberado.- Fe de la nodriza Ester, para<br />

sanar a Juana.<br />

* “Jonatás nos ha alimentado con tu historia. Dice ser bueno solo porque el beso que te dio<br />

le hizo bueno”.-“He dado y recibido besos... pero solo en los buenos éstos aumentan la<br />

bondad”.- ■ El pastor José, quien les acompaña en busca de Jonatás, dice: ―Maestro, hemos<br />

llegado. Ésta es la casa del mayordomo de Herodes‖. Se detienen al final del vial, donde éste<br />

presenta una bifurcación (el vial, así, viene a ser la segunda de las calles, mientras que las casas<br />

de campo quedan entre esta calle y el lago). La casa que ha señalado José es la primera,<br />

bellísima, toda rodeada de un jardín florecido. Fragancias y ramas de jazmines y rosas se<br />

extienden hasta el lago. Jesús: ―¿Y aquí está Jonatás?‖. José: ―Aquí, eso me han dicho. Es el<br />

77


mayordomo del mayordomo. A él le fue bien. Cusa no es malo y es justo en reconocer los<br />

méritos de su mayordomo. Es una de las personas honradas de la corte. ¿Voy a llamarle?‖. José<br />

se dirige al gran portón de la entrada y llama. Acude el portero. Hablan entre sí. Veo que José<br />

tiene un gesto de desagrado y que el portero asoma su cabeza gris y mira a Jesús; luego pregunta<br />

algo a José, el cual asiente. Hablan otra vez entre sí. José viene hacia Jesús, que ha estado<br />

esperando pacientemente a la sombra de un árbol: ―Jonatás no está. Está en el Alto-Líbano. Ha<br />

ido a llevar a aquel aire fresco y puro a Juana de Cusa, que está muy enferma. Dice el criado<br />

que ha ido Jonatás porque Cusa está en la Corte, y no puede venirse después del escándalo de<br />

la fuga de Juan el Bautista, y la enferma empeoraba y el médico decía que aquí moriría. ■ No<br />

obstante, el criado dice que entres a descansar. Jonatás ha hablado del Mesías niño y también<br />

aquí te conocen de nombre y te esperan‖. Jesús: ―Vamos‖. El grupo se pone en movimiento.<br />

De lo cual el portero, que estaba mirando de soslayo, se percata, y llama a los otros domésticos;<br />

abre de par en par la puerta de entrada, que hasta ahora había estado entreabierta, y corre con<br />

mucho respeto al encuentro de Jesús. ―Derrama, Señor, tu bendición sobre nosotros y sobre esta<br />

triste casa. Entra. ¡Cuánto pesará a Jonatás el no haber estado aquí! Su esperanza era verte. Pasa,<br />

pasa, y tus amigos contigo‖. En el atrio hay siervos y criadas de todas las edades. Todos se<br />

inclinan respetuosamente a saludar a Jesús, no sin un sentimiento de curiosidad. Una viejecita<br />

llora en un rincón. Jesús entra y bendice con su gesto y su saludo de paz. Le ofrecen refrigerio.<br />

Toma asiento y todos se ponen a su alrededor. Jesús observa: ―Veo que no soy desconocido‖.<br />

Portero: ―Jonatás nos ha alimentado con tu historia. Jonatás es bueno. Dice serlo solo porque el<br />

beso que te dio le hizo bueno. Pero también es porque lo es‖. Jesús: ―Yo he dado y recibido<br />

besos... pero, como tú dices, solo en los buenos éstos aumentaron la bondad. ¿No está ahora?<br />

Yo venía por él‖. Portero: ―He dicho que está en el Líbano. Allí tiene amigos... es la última<br />

esperanza para la joven patrona. Si esto no produce resultados...‖.<br />

* ―Ester, ¿crees que ella por tu fe no morirá? YO SOY LA VIDA. DOY LA VIDA Y NO<br />

MUERTE‖.-■ La viejecita en su rincón llora con más fuerza. Jesús la mira con actitud<br />

interrogativa. Portero: ―Es Ester, la nodriza de la patrona Juana. Llora porque no se resigna a<br />

perderla‖. Jesús la invita: ―Ven, madre. No llores así. Ven aquí, junto a Mí. ¡No necesariamente<br />

enfermedad significa muerte!‖. Ester: ―¡Es muerte, es muerte! ¡Desde que tuvo aquel único<br />

parto desafortunado se me está muriendo! ¡Las adúlteras dan a luz secretamente y viven a pesar<br />

de todo, y ella, ella que es buena, honesta, un ángel, un verdadero ángel, debe morir!‖. Jesús:<br />

―Pero ¿qué tiene ahora?‖. Ester: ―Una fiebre la consume... es como una lámpara que arde<br />

atizada por un fuerte viento... Cada día más fuerte, y ella cada vez más débil. Yo deseaba<br />

acompañarla, pero Jonatás ha querido criadas jóvenes, porque ella no tiene fuerzas y hay que<br />

llevarla como a un peso inerte y yo ya no soy capaz... No soy capaz de eso, pero sí de amarla.<br />

La recogí del seno de su madre. Yo era una sirvienta. También estaba casada, y había tenido un<br />

hijo hacía un mes. La di de mamar porque su madre estaba débil y no podía... Yo le hice de<br />

madre cuando, apenas sabiendo decir «mamá», se quedó huérfana. Me he llenado de canas y de<br />

arrugas velándola en sus enfermedades. Y la vestí de novia, la conduje al tálamo; he sonreído<br />

ante sus esperanzas de madre, lloré con ella ante el recién nacido muerto, he recogido todas las<br />

sonrisas y las lágrimas de su vida, le he dado toda sonrisa y consuelo de mi amor... ¡Y ahora se<br />

muere y no me tiene cerca!‖. La anciana da pena. Jesús la acaricia, pero no sirve de nada. ■<br />

Jesús: ―Escucha, madre, ¿tienes fe?‖. Ester: ―¿En Ti?‖. Jesús: ―¿Crees que todo lo puede<br />

Dios?‖. Ester: ―Lo creo y creo que Tú, su Mesías, lo puedes. En la ciudad ya se habla de tu<br />

poder. Ese hombre (y señala a Felipe el apóstol) hace tiempo hablaba junto a la sinagoga de tus<br />

milagros. Y Jonatás le preguntó: «¿Dónde está el Mesías?» y le contestó: «No lo sé». Jonatás<br />

me dijo entonces: «Si estuviese aquí, yo te lo juro, que ella se curaría». Pero Tú no estabas<br />

aquí... y partió con ella... y ahora estará para morir‖. Jesús: ―No. Ten fe. Dime claramente lo<br />

que tienes en el corazón: ¿puedes creer que ella por tu fe no morirá?‖. Ester: ―¿Por mi fe? ¡Oh!<br />

si la quieres, te la doy. Toma incluso mi vida, mi vieja vida pero... solo házmela ver curada‖.<br />

Jesús: ―Yo soy la Vida. Doy la vida y no muerte. Tú, un día le diste la vida con la leche de tu<br />

seno, y era una pobre vida que podía acabar. Ahora, con tu fe, le das una vida ilimitada. Sonríe,<br />

madre‖. Ester: ―Pero ella no está...‖ -- la vieja oscila entre la esperanza y el temor-- ―ella no está<br />

y Tú estás aquí...‖. ■ Jesús: ―Escucha. Ten fe. Voy a Nazaret por algunos días. Tengo también<br />

allí amigos enfermos. Luego iré al Líbano. Si Jonatás regresa dentro de seis días, mándale a<br />

78


Nazaret, a Jesús de José. Si no viene, iré Yo‖. Ester: ―¿Cómo le hallarás?‖. Jesús: ―Me guiará el<br />

arcángel de Tobías (Tob. 5-12). Tú robustécete en la fe. No te pido más que esto. No llores,<br />

madre‖. La anciana por el contrario llora más fuerte. Está a los pies de Jesús y tiene la cabeza<br />

sobre las rodillas divinas, mientras besa y baña con sus lágrimas la mano bendita. Jesús, con la<br />

otra mano la acaricia, y, mientras los otros criados le insisten en que deje de llorar, dice:<br />

―Dejadla que llore. Es un llanto que la alivia. Le hace bien. ¿Seréis felices todos, si la patrona<br />

sana?‖. Criados: ―¡Oh! es muy buena. Cuando alguien es así, no es patrón, es un amigo y se le<br />

ama. La amamos. Créelo‖. Jesús: ―Lo veo en vuestros corazones. Vosotros también sed buenos.<br />

Ya me voy. No puedo esperar. Tengo la barca. Os bendigo‖.<br />

* ―Soy más conocido en esta casa de Cusa que en Nazaret, donde solo soy carpintero,<br />

porque la preparó alguien que tenía verdadera fe en el Mesías”.- ■ Jesús sale con los suyos,<br />

acompañado de los criados que le aclaman. Su primo Santiago dice con tristeza: ―¡Eres más<br />

conocido aquí que en Nazaret!‖. Jesús: ―Esta casa la preparó alguien que tenía verdadera fe en<br />

el Mesías. Para Nazaret soy el carpintero... Nada más‖. Santiago: ―Y... y nosotros no tenemos la<br />

fuerza de anunciarte por lo que eres...‖. Jesús: ―¿No la tenéis?‖. Santiago: ―No, primo. No<br />

somos heroicos como los pastores...‖. Jesús: ―¿Lo crees, Santiago?‖. Jesús sonríe mirando a su<br />

primo que tanto se asemeja a su padre putativo, por el color castaño moreno de sus ojos y<br />

cabellos, lo mismo que la cara, --mientras que la tez de Judas Tadeo, el otro primo, es más<br />

pálida, encuadrada entre la barba negrísima y los cabellos ondulados; Judas tiene ojos azules<br />

que ligeramente recuerdan los de Jesús--. ―Pues bien, Yo te digo que no te conoces. Tú y Judas<br />

sois dos fuertes‖. Los dos primos menean la cabeza. (Escrito el 6 de Febrero de 1945).<br />

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2-100-120 (2-65-608).- En Nazaret, en casa del enfurecido, anciano y enfermo, Alfeo (padre de<br />

Santiago y Judas).- No es fácil seguir a Jesús.<br />

* El nazaretano Alfeo explica a Jesús la cólera de Alfeo, tío de Jesús, que piensa que<br />

Jesús está arruinando a la familia y a los parientes.- ■ Están ya en Nazaret. Algunas mujeres<br />

ven a Jesús y le saludan, así como también lo hacen algunos hombres y niños. Pero aquí no hay<br />

aclamaciones al Mesías como en otros lugares, aquí se trata de amigos que saludan al Amigo<br />

que regresa: unos, más expansivamente; otros, menos. Observo en muchos de ellos una<br />

curiosidad irónica al ver al grupo heterogéneo que viene con Jesús y que ciertamente no es<br />

grupo de dignatarios reales, ni de pomposos sacerdotes. Acalorados, empolvados, vestidos<br />

modestamente, menos Judas Iscariote, Mateo, Simón y Bartolomé --los he puesto en orden<br />

decreciente de elegancia-- semejan más un grupo de campesinos viajeros por algún mercado,<br />

que no seguidores de un rey. Rey que, de por sí, manifiesta su realeza en la imponencia de su<br />

estatura y, sobre todo, en la imponencia de su aspecto. Caminan unos metros y luego Pedro y<br />

Juan se separan, yendo hacia la derecha, mientras que Jesús con los demás prosigue hasta llegar<br />

a una plaza llena de niños que gritan alrededor de una pila llena de agua de la que sacan agua las<br />

madres. ■ Un hombre (Alfeo) ve a Jesús y hace una gesto de gozosa sorpresa. Se apresura a ir<br />

hacia Él y le saluda: ―¡Bienvenido, no te esperaba tan pronto! Ten, besa a mi último nieto. Es el<br />

pequeño José. Nació en tu ausencia‖ y le pasa un niñito que tiene en los brazos. Jesús: ―¿Le has<br />

puesto por nombre José?‖. Alfeo: ―Sí. No me olvido de mi casi pariente y, más que pariente,<br />

gran amigo. Ya tengo puestos también a los nietos los nombres que más aprecio: Ana, mi amiga<br />

de cuando era niño, y Joaquín. Luego <strong>María</strong>... ¡Oh! ¡Qué fiesta cuando nació! Recuerdo cuando<br />

me la dieron para que la besase y me dijeron: «¿Ves? Aquel arco iris fue el puente por donde<br />

Ella bajó del Cielo. Los ángeles caminan por ese camino». Verdaderamente que parecía un<br />

angelito... ¡Tan hermosa era!... Ahora, aquí tienes a José. Si hubiera sabido que ibas a volver tan<br />

pronto, te hubiera esperado para la circuncisión‖. Jesús: ―Te agradezco tu amor hacia mis<br />

abuelos y hacia mi padre y mi Madre. Es un niño muy hermoso. Que sea eternamente justo<br />

como el justo José‖. Jesús mece al pequeñín, que dibuja en sus labios risitas llenas de leche.<br />

Alfeo: ―Si me esperas voy contigo. Estoy esperando a que se llenen las ánforas. No quiero que<br />

mi hija <strong>María</strong> se fatigue. Es más, mira, voy a hacer esto: les doy los jarros a los tuyos, si los<br />

toman, y yo hablo un poco contigo a solas‖. Tomás exclama: ―¡Pues claro que los cogemos!¡No<br />

somos reyes asirios!‖, y es el primero en agarrar un jarro. Alfeo: ―Entonces mirad, <strong>María</strong> de José<br />

no está en su casa, está donde el cuñado, ¿sabes?, pero la llave está en la mía. Que os la den para<br />

79


entrar en casa, o sea... en el taller‖. Jesús: ―Sí, si, id; entrad incluso en casa. Luego voy yo‖.<br />

Los apóstoles se marchan y Jesús se queda con Alfeo. ■ Alfeo: ―Quería decirte, soy tu verdadero<br />

amigo... y cuando uno es verdadero amigo, y uno es más viejo y del lugar, puede hablar. Creo<br />

que debo hablar...Yo... no es que quiera darte consejos. Tú eres más entendido que yo. Sólo<br />

quiero ponerte sobre aviso de que...¡oh!, no quiero hacer de espía ni sacarte a la luz defectos de<br />

tus familiares, pero, yo creo en Ti, Mesías y... me duele al ver que ellos dicen que Tú no eres<br />

Tú, o sea, el Mesías; que eres un enfermo, que estás arruinando a la familia y a los parientes. La<br />

ciudad... ya sabes... Alfeo, tu tío, es muy estimado y por eso la ciudad también le escucha; y<br />

ahora está enfermo, infunde compasión... Algunas veces la compasión incluso sirve para<br />

cometer injusticias. Mira, también yo estuve aquella tarde en que Santiago y Judas, sus hijos, te<br />

defendieron y defendieron la libertad de seguirte... ¡Qué escena! No sé cómo tu Madre puede<br />

aguantar. ¿Y la pobre <strong>María</strong> de Alfeo? En ciertas situaciones de familia las mujeres son siempre<br />

las víctimas‖. Jesús: ―Ahora mis primos están en la casa de su padre...‖. Alfeo: ―¿De su padre...?<br />

¡Les compadezco! El viejo está realmente fuera de sí y, será por la edad, o mejor dicho por la<br />

enfermedad, pero se comporta como un loco. Si no estuviera loco, me daría mucha mayor<br />

compasión aún porque... en ese caso pondría en peligro su alma‖. Jesús: ―¿Piensas que tratará<br />

mal a sus hijos?‖. Alfeo: ―Estoy seguro de ello. Lo siento por ellos y por las mujeres... ¿A dónde<br />

vas?‖. Jesús: ―A casa de Alfeo‖. Alfeo:―¡No, Jesús! ¡No te expongas a que te falte al respeto!‖.<br />

Jesús: ―Mis primos me aman por encima de sí mismos, y es justo que Yo les pague con un amor<br />

igual... En esa casa hay dos mujeres a quienes amo...Voy. No me entretengas‖. El hombre<br />

queda pensativo en medio de la calle mientras Jesús se dirige presuroso a la casa de Alfeo.<br />

* Jesús visita a su tío Alfeo enfermo que maldice su destino, la ley de las huérfanas<br />

herederas y la boda de su hermano José, causa de la ruina de la casa de David a la que él<br />

pertenece.- ■ Jesús va veloz. Ya está casi a la altura del linde del huerto de Alfeo cuando le<br />

llegan el llanto de una mujer y los gritos descompasados de un hombre. Jesús acelera el paso,<br />

por el huerto todo verde, en los pocos metros que separan la calle de la casa. Está casi a la<br />

entrada cuando su Madre se asoma a la puerta y le ve. ―¡Mamá!‖.―¡Jesús!‖ --dos gritos de amor-<br />

-. Jesús quiere entrar, pero <strong>María</strong> le dice: ―No. Hijo‖. Y se pone en el umbral con los brazos<br />

abiertos y las manos puestas contra el marco de la puerta: una barrera de carne y de amor, que<br />

repite: ―No, Hijo. No lo hagas‖. Jesús: ―Déjame, Mamá que no pasará nada‖. Jesús está<br />

tranquilísimo, a pesar de que la marcada palidez de <strong>María</strong> le turbe. Toma su delgada muñeca, le<br />

quita la mano del marco y pasa. En la cocina, esparcidos por el suelo, hechos un montón<br />

viscoso, están los huevos que trajeron de Caná sus hijos. ■ De la otra habitación sale una voz<br />

quejumbrosa de un viejo que insulta, acusa, se lamenta con uno de esos arrebatos seniles tan<br />

injustos, impotentes, penosos de ver y dolorosos de padecer: ―...¡mi casa destruida, convertida<br />

en el hazmerreír de toda Nazaret, ¡y yo aquí, sólo, sin ayuda, herido en mi sentimiento, en el<br />

respeto, padeciendo necesidades!... ¡Eso es lo que te toca, Alfeo, por haberte portado como un<br />

verdadero fiel! Y ¿por qué? Por un loco. Un loco que vuelve locos a mis estúpidos hijos. ¡Ay!<br />

¡Ay! ¡qué dolores!‖. Se oye también la voz llena de lágrimas de <strong>María</strong> de Alfeo que suplica:<br />

―¡Cálmate, Alfeo! ¿Ves cómo te perjudicas?... Voy a ayudarte a meterte en la cama... Siempre<br />

bueno tú, siempre justo... ¿Por qué ahora te portas así contigo, conmigo, con tus pobres<br />

hijos?...‖. Alfeo: ―¡Nada! ¡Nada! ¡No me toques! ¡No quiero! ¿Buenos hijos? ¡Ah, sí! ¡En<br />

realidad dos ingratos! ¡Me traen miel después de haberme convertido en un vaso de hiel! ¡Me<br />

traen huevos y fruta... después de que se han atragantado en mi corazón! ¡Lárgate, te digo!<br />

¡Fuera! ¡Que venga <strong>María</strong>, no tú! Ella tiene maña. ¿Dónde está ahora esa débil mujer que no<br />

sabe hacerse obedecer por su Hijo?‖. ■ <strong>María</strong> de Alfeo, arrojada de la presencia de éste, entra en<br />

la cocina en el momento en que Jesús estaba por entrar en la habitación de Alfeo. Le ve y se<br />

arroja en sus brazos llorando desesperada, mientras <strong>María</strong>, la Virgen, va, humilde y paciente,<br />

donde el anciano iracundo. Jesús: ―No llores, tía. Ahora voy Yo‖. <strong>María</strong> de Alfeo: ―¡Nooh! ¡No<br />

te dejes insultar! Está como loco. Tiene el bastón. No, Jesús, no. Pegó incluso a sus hijos‖.<br />

Jesús: ―No me hará nada‖. Y Jesús suave pero resueltamente hace a un lado a su tía y entra.<br />

Jesús: ―La paz sea contigo, Alfeo‖. El anciano, que iba a meterse en la cama en medio de mil<br />

quejas e insultos a <strong>María</strong> ―porque no tiene maña‖ (antes había dicho que Ella era la única que<br />

tenía maña) se vuelve de golpe: ―¿Aquí?... ¿Aquí para burlarte de mí? ¿Hasta esto?‖. Jesús:<br />

―No. A traerte paz. ¿Por qué estás tan inquieto? ¡Te empeoras! Mamá, deja. Yo le levanto. No te<br />

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haré daño ni tendrás que esforzarte. Mamá, levanta las cobijas‖. Y Jesús toma con cuidado aquel<br />

montón de huesos que se resquebrajan, anhelante, duro, quejumbroso, miserable, y le recuesta<br />

con cuidado, como si fuese un recién nacido, sobre la cama. ―Así, así, como hacía Yo con mi<br />

padre. Más alto este almohadón, así estarás más alto y respirarás mejor. Mamá, mete aquí,<br />

debajo de la cintura, ese de allí, el pequeño; estará más mullido. Ahora, así, la luz, que no le dé<br />

en los ojos, pero que deje entrar el aire puro. Eso es. Ahora... he visto una tisana al fuego.<br />

Tráela, Mamá y que esté bien dulce. Estás todo sudado y te estás enfriando. Te hará bien‖.<br />

<strong>María</strong> sale obediente. Alfeo: ―Pero yo... pero yo.. ¿Por qué eres bueno conmigo?‖. Jesús:<br />

―Porque te quiero mucho, como ya lo sabes‖. Alfeo: ―Yo te quería... pero ahora...‖. Jesús:<br />

―Ahora ya no me quieres. Lo sé. Pero Yo te quiero y me basta. Más adelante me querrás...‖.<br />

Alfeo: ―Entonces... ¡ay, ay... qué dolores!...entonces, si es verdad que me quieres, ¿por qué<br />

ofendes mis canas?‖. Jesús: ―No te ofendo, Alfeo, de ningún modo. Te respeto‖. Alfeo:<br />

―«¿Respeto?»... Soy el hazmerreír de Nazaret, eso sí‖. Jesús: ―¿Por qué, Alfeo, dices eso? ¿En<br />

qué te hago el hazmerreír?‖. Alfeo: ―En mis hijos. ¿Por qué son rebeldes? ¡Por Ti! ¿Por qué se<br />

burla de mí la gente? ¡Por Ti!‖. Jesús: ―Dime: si Nazaret te alabara por la condición de tus hijos,<br />

¿sentirías el mismo dolor?‖. Alfeo: ―¡Claro que no! Pero Nazaret no me alaba. Me alabaría si de<br />

verdad fueses Tú una persona llamada al éxito. Pero, ¿quién no se echaría a reír de haber sido<br />

abandonado por seguir a uno que es poco menos que loco, que va por el mundo atrayéndose<br />

odios y burlas, un pobre que vive en medio de pobres? ¡Pobre casa mía! ¡Pobre casa de David!<br />

¡Cómo terminas! ¿Y yo tenía que vivir tanto para contemplar esta desgracia? ¡Verte a Ti, último<br />

vástago de la estirpe gloriosa, hecho un demente por ser demasiado servil! ¡Ah!, la desgracia ha<br />

caído sobre nosotros desde el día en que mi cobarde hermano se dejó unir a esa mujer insípida,<br />

prepotente mujer, que le tuvo dominado en todo. Ya lo dije entonces: «José no ha nacido para el<br />

matrimonio. ¡Será infeliz!». Y así fue. Él sabía cómo era, y nunca había querido oír hablar de<br />

casamiento. ¡Maldición a la ley de las huérfanas herederas! (Núm. 26,33; 27,1-11)¡Maldito<br />

destino! ¡Maldita boda!‖.<br />

* ―A uno que sufre todo se le perdona. La Gracia trabaja incluso sin que los corazones lo<br />

sepan”.- ■ La ―Virgen heredera‖ ha vuelto ya con la tisana, a tiempo para oír las lamentaciones<br />

de su pariente. Se la ve todavía más pálida, pero su actitud paciente no ha perdido la calma. Se<br />

dirige a Alfeo y con una dulce sonrisa le ayuda a beber. Jesús, que le está levantando la cabeza,<br />

le dice: ―Eres injusto, Alfeo; pero has sufrido tanto, que todo se te perdona‖. Alfeo: ―¡Oh, sí!<br />

¡Mucho he sufrido! ¡Dicen que eres el Mesías y que haces milagros! Eso dicen. Si al menos si<br />

me curaras para pagarme por los hijos que te has llevado. Cúrame... y te perdonaré‖. Jesús:<br />

―Perdona a tus hijos, comprende su corazón y Yo te aliviaré. Si guardas rencor, no puedo hacer<br />

nada‖ (Mt.5,43-48...). Alfeo: ―¿Perdonar?‖. El anciano hace un movimiento rápido; ello,<br />

naturalmente, hace más agudos los espasmos, lo cual, de nuevo, le enfurece. ―¿Perdonar?<br />

¡Jamás! ¡Lárgate, si es para decirme esto! ¡Largo! Quiero morirme sin que me molesten más‖.<br />

Jesús tiene un gesto de resignación. ―Adiós, Alfeo. Me voy...¿De veras debo irme?... Tío... ¿de<br />

veras debo irme?‖. Alfeo: ―Si no me curas, sí, vete. Y di a esas dos serpientes que su anciano<br />

padre muere guardándoles rencor‖. Jesús: ―No, esto no, no pierdas tu alma. No me ames, si<br />

quieres, no creas que soy el Mesías... pero no odies, no odies, Alfeo. Búrlate de Mí, llámame<br />

loco... pero no odies‖. Alfeo: ―Pero... ¿por qué me quieres tanto si te insulto?‖. Jesús: ―Porque<br />

Yo soy Aquel a quien no quieres reconocer. Soy el Amor. Mamá, me voy a casa‖. Virgen: ―Sí,<br />

Hijo mío. Iré pronto‖. Jesús: ―Te dejo mi paz, Alfeo. Si me necesitas, mándame llamar a<br />

cualquier hora y vendré‖. Jesús sale, tranquilo como si nada hubiese pasado. Sólo está más<br />

pálido. ■ <strong>María</strong> de Alfeo gime: ―¡Oh! Jesús, Jesús. Perdónale‖. Jesús: ―Claro que sí, <strong>María</strong>. No<br />

hay necesidad siquiera de hacerlo. A uno que sufre, todo se le perdona. Ahora está ya más<br />

calmado. La Gracia trabaja incluso sin que los corazones sepan. Y además, ahí están tus<br />

lágrimas y, por supuesto, el dolor de Judas y Santiago, y su fidelidad a su vocación. Paz a tu<br />

angustiado corazón, tía‖. La besa y sale al huerto para irse a casa.<br />

* Pedro e Iscariote enzarzados de nuevo por asunto de “patrias” en el trato recibido por<br />

Jesús.- ■ Cuando está ya para poner el pie en la calle, entran Pedro y, detrás de él, Juan<br />

jadeantes, como quien ha corrido. ―¡Maestro! Pero ¿qué ha sucedido? Santiago me ha dicho:<br />

«Ve corriendo a mi casa. ¡Quién sabe qué trato recibirá Jesús!» ¡Pero... no me equivoco! Vino<br />

Alfeo, el de la fuente, y dijo a Judas: ―Jesús está en tu casa‖ y entonces Santiago ha dicho eso...<br />

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Tus primos están espantadísimos. Yo no comprendo nada, pero... te veo... y me tranquilizo‖.<br />

Jesús: ―Nada, Pedro. Un pobre enfermo a quien los dolores le hacen insoportable. Ahora ya ha<br />

terminado todo‖. Pedro: ―¡Oh, me alegro! ¿Y tú, por qué estás aquí?‖. Pedro interpela en tono<br />

muy suave a Judas Iscariote, que también ha venido. Iscariote: ―Me parece que estás también<br />

tú‖. Pedro: ―Me han pedido que viniera y he venido‖. Iscariote: ―También yo he venido. Si el<br />

Maestro estaba en peligro, y en su patria, yo, que ya le he defendido en Judea, podía defenderle<br />

también en Galilea‖. Pedro: ―Para eso bastamos nosotros. Pero no hay necesidad de ello en<br />

Galilea‖. Iscariote: ―¡Ja!¡ja!¡ja! ¡Exacto! Su patria le echa fuera como si se tratase de un<br />

alimento indigesto. Bien. Me alegro por ti, que te escandalizaste por un pequeño incidente<br />

sucedido en Judea, donde no le conocen. Aquí, sin embargo...‖ y Judas concluye con un modo<br />

de silbar que es un poema de sátira. Pedro: ―Mira, muchacho. No estoy de humor para<br />

soportarte. Olvida todo, si algo te atraganta. Maestro, ¿te han hecho algún daño?‖. Jesús: ―¡No,<br />

Pedro mío! Te lo aseguro. Vamos más deprisa a consolar a mis primos‖.Van.<br />

* Pedro, viendo el dolor de Santiago y Judas Alfeo por el rechazo de su padre por seguir a<br />

Jesús, se siente un afortunado en su llamada porque su esposa siempre le dice: «Es como si<br />

estuviera repudiada, porque ya tú no eres mío. Pero te digo: „Feliz repudio‟» - ■ Entran en<br />

el amplio taller de carpintería. Judas y Santiago están junto al banco de carpintero: Santiago, en<br />

pie, Judas sentado en un taburete, con los codos sobre el banco y la cabeza entre las manos.<br />

Jesús se les acerca sonriente, para asegurarles de que su corazón los ama: ―Alfeo está más<br />

tranquilo ahora. Los dolores se están calmando y todo vuelve a sosegarse. Estad también<br />

tranquilos vosotros‖. Santiago: ―¿Le has visto? ¿Y a nuestra madre?‖. Jesús: ―He visto a todos‖.<br />

Judas Tadeo pregunta: ―¿Estaban allí mis hermanos José y Simón?‖ Jesús: ―No, no estaban<br />

allí‖. Judas Tadeo: ―Estaban. No han querido dejarse ver. Pero nosotros los vimos. Si<br />

hubiéramos cometido un crimen no nos hubieran tratado peor. ¡Y pensar que veníamos volando<br />

desde Caná por la alegría de volverle a ver y traerle a él lo que le gusta! Le amamos... pero ya<br />

no nos comprende... ya no nos cree‖. Judas dobla el brazo y llora con la cabeza sobre el banco.<br />

Santiago se muestra más fuerte, pero su cara manifiesta un martirio interno. Jesús: ―No llores,<br />

Judas. Y tú no sufras‖. Santiago exclama: ―¡Oh! ¡Jesús! Somos hijos... y nos ha maldecido.<br />

Pero, aunque esto nos destroce ¡no daremos paso atrás! ¡Somos tuyos, y tuyos seremos aun<br />

cuando nos amenazasen con la muerte!‖ Jesús: ―¿Y tú decías que no eras capaz de heroísmo?<br />

Yo lo sabía, pero tú, por tu propia boca, ahora lo manifiestas. En verdad, serás fiel incluso hasta<br />

la muerte. Y tú también‖. Jesús los acaricia... pero ellos sufren. El llanto de Judas llena la<br />

bóveda de piedra. Ello me proporciona la manera de ver mejor el alma de los discípulos. ■<br />

Pedro, cuya honrada cara refleja dolor, exclama: ―¡Claro! Es una cosa dolorosa... Cosas tristes.<br />

Pero, muchachos --y les da unos pequeños zarandeos con afecto--, no todos merecen esas<br />

palabras... Yo... yo me doy cuenta de que he sido una persona afortunada en mi llamada. Esa<br />

buena mujer que es mi esposa siempre me dice: «Es como si estuviese repudiada, porque ya tú<br />

no eres mío. Pero yo te digo: ‗¡Feliz repudio!‘». Decidlo igualmente vosotros. Perdéis un padre,<br />

pero ganáis a Dios‖. El pastor José, que ha sido huérfano siempre, sorprendido de que un padre<br />

pueda ser causa de llanto, dice: ―Creía ser el más infeliz porque me falta el padre. Me doy<br />

cuanta de que es mejor llorarle por muerto que tenerle por enemigo‖. Juan se limita a besar y a<br />

acariciar a sus compañeros. Andrés suspira y guarda silencio. Se muere por el deseo de hablar,<br />

pero su timidez no le permite. Tomás, Felipe, Mateo, Natanael hablan en voz baja en un rincón<br />

como quien respeta un dolor. Santiago Zebedeo ora, apenas perceptiblemente, para que Dios<br />

conceda paz.<br />

* Zelote recuerda a Judas Tadeo unas palabras proféticas de Jesús: «Os uno: a ti, que por<br />

mi causa pierdes a un padre; a ti, que tienes corazón de padre sin tener hijos».- ■ Simón<br />

Zelote --¡cuánto me gusta su actitud!-- deja su rincón y se acerca a los dos afligidos, pone una<br />

mano sobre la cabeza de Judas Tadeo, el otro brazo en torno a la cintura de Santiago, y dice:<br />

―No llores, hijo. Él nos lo había dicho a mí y a ti: «Os uno: a ti, que por mi causa pierdes a un<br />

padre; a ti, que tienes corazón de padre sin tener hijos». No comprendimos la profecía que<br />

encerraba en sus palabras. Pero Él lo sabía. Pues bien, os lo ruego: Soy viejo y siempre he<br />

soñado en que se me llame «padre»; aceptadme como tal, y yo, como padre, os bendeciré<br />

mañana y tarde. Os ruego que me aceptéis como tal‖. Los dos hacen un gesto de aceptación<br />

entre sollozos aún más fuertes. ■ <strong>María</strong>, la Virgen, entra y corre junto a los dos afligidos.<br />

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Acaricia la cabeza (de un moreno intenso) de Judas, y a Santiago le acaricia en la mejilla. Está<br />

pálida como un lirio. Judas le toma la mano y se la besa diciendo: ―¿Qué está haciendo?‖.<br />

Virgen: ‖Está durmiendo, hijo. Vuestra mamá os manda un beso‖ y besa a los dos.<br />

* J. Iscariote, que se ríe del dolor de los hermanos Alfeo, forzado por Pedro a salir de la<br />

casa.- ■ Se deja oír bruscamente la áspera voz de Pedro: ―Oye, ven aquí un momento, que te<br />

quiero decir una cosa‖ y veo que Pedro aferra con su robusta mano un brazo de Iscariote y se le<br />

lleva fuera, a la calle; y luego vuelve solo. Jesús pregunta: ―¿A dónde le has mandado?‖. Pedro:<br />

―¿A dónde? A tomar el aire; si no, acabaría yo dándole el aire de otra manera... y no lo hice tan<br />

sólo por Ti. Ahora está mejor. Quien se ríe ante un dolor es un áspid, y yo aplasto a las<br />

serpientes... Aquí estás Tú... y por eso le he mandado solo al claro de la luna. No digo que no...<br />

pero... yo llegaré incluso a ser un escriba, cosa que solo Dios puede hacer en mí, que apenas<br />

comprendo que estoy en el mundo... pero él, ni aun con la ayuda de Dios, se hará bueno. Te lo<br />

asegura Simón de Jonás. Y no me equivoco. ¡No, no te lo tomes a mal! Él no piensa que ha<br />

habido verdaderamente una tristeza. Es más seco que una piedra bajo el sol de Agosto. ¡Ea,<br />

muchachos! Que aquí hay una Madre que más dulce que Ella no la tiene siquiera el Cielo, aquí<br />

hay un Maestro que es más bueno que todo el Paraíso, aquí hay muchos corazones honrados que<br />

os aman sinceramente. Las borrascas hacen bien, hacen caer el polvo. Mañana estaréis más<br />

frescos que las flores, os sentiréis más ligeros que los pájaros, para seguir a nuestro Jesús‖. Y<br />

con estas palabras sencillas y buenas, Pedro termina. (Escrito el 7 de Febrero de 1945).<br />

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2-100-129 (2-65-617).- Confidencias entre Hijo y Madre.- Difícil camino de aprendizaje de los<br />

Doce.- Uso del término de «Tío» y «Tía».<br />

* “No necesitaba aconsejarme pero cómo gozaba Yo en hablar y pedir consejo a mi dulce<br />

amigo: mi Madre”.- ■ Luego dice Jesús: ―Después de esta visión pondrás la que te di en la<br />

primavera de 1944, aquella en que Yo pedía a mi Madre impresiones sobre mis discípulos.<br />

Llegados a este punto, sus figuras morales han dado ya suficientes destellos para que pueda<br />

ponerse aquí esa visión sin crear en nadie escándalo. No tenía necesidad de aconsejarme con<br />

alguien. Pero cuando estábamos solos, mientras los discípulos estaban esparcidos entre familias<br />

amigas o en lugares vecinos, durante mis permanencias en Nazaret, cómo gozaba Yo en hablar<br />

y pedir consejo a mi dulce amigo: a mi Madre, y obtener confirmación, de su boca de gracia y<br />

de sabiduría, de cuanto Yo había visto. No fui otra cosa con Ella más que «el Hijo». Y entre los<br />

nacidos de mujer, no ha habido una mujer más digna del nombre de «Madre» que Ella, en todas<br />

las perfecciones de las maternas virtudes morales y humanas, ni hubo hijo más «hijo» que Yo,<br />

en el respeto, en la confianza y en el amor‖<br />

*Mi camino, mi trabajo, mi servicio es la cruz, el dolor, la renuncia, el sacrificio.- ■ Jesús:<br />

―Y ahora que vosotros tenéis un mínimo conocimiento de los Doce, de sus virtudes, de sus<br />

defectos, carácter, y luchas ¿hay alguien todavía que diga que me fue fácil unirlos, elevarlos,<br />

educarlos? ¿Hay todavía alguno que juzgue fácil la vida de apóstol, y, por ser un apóstol, o sea,<br />

frecuentemente, por creerse tal, juzgue tener derecho a una vida llana, sin dolores, dificultades,<br />

derrotas? ¿Hay todavía alguno que, por el hecho de que me sirva, pretenda que sea Yo su siervo,<br />

y que haga milagros sin interrupción en favor suyo, haciendo de su vida una alfombra tapizada<br />

de flores, fácil, humanamente gloriosa? Mi camino, mi trabajo, mi servicio es la cruz, el dolor,<br />

las renuncias, el sacrificio. Yo lo hice, háganlo quienes quieran llamarse «míos». Esto no va<br />

para los Juanes, sino para los doctores insatisfechos y difíciles‖.<br />

* ―Uso el término de «Tío» y «Tía», inusitado en lenguas palestinas para aclarar mi<br />

condición de Unigénito y la Virginidad «pre» y «post» parto de mi Madre‖.-■ Jesús: ―Y<br />

digo, para los doctores de la argucia, que he usado el término ―tío‖ y ―tía‖, inusitado en las<br />

lenguas palestinas, para aclarar y definir una irrespetuosa cuestión sobre mi condición de<br />

Unigénito de <strong>María</strong> y sobre la Virginidad «pre» y «post» parto de mi Madre, quien me tuvo por<br />

espiritual y divino connubio y, repítase una vez más, no conoció otras uniones, ni tuvo otros<br />

partos; carne inviolada, la cual ni siquiera Yo laceré, cerrada sobre el misterio de un senotabernáculo,<br />

trono de la Trinidad y del Verbo Encarnado‖. (Escrito el 7 de Febrero de 1945).<br />

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2-101-130 (2-66-618 ).- Jesús pregunta a la Madre acerca de los discípulos.<br />

* A la Madre, no le gusta J. Iscariote: su ojo no es limpio, menos su corazón.- ■ Ahora<br />

estoy viendo, dos horas después de lo escrito anteriormente, la casa de Nazaret. Reconozco la<br />

pequeña habitación del adiós (comienzo de la vida pública), que da al huerto, donde las plantas<br />

están llenas de follaje. Jesús está con <strong>María</strong>. Están sentados el uno junto al otro en el asiento de<br />

piedra que está adosado a la casa. Parece que la cena ya haya terminado y que, mientras los<br />

demás --si hay otros (no veo a nadie)-- ya se han retirado, Madre y Hijo se sienten felices en<br />

una dulce conversación. La voz interna me dice que ésa es una de las primeras veces que Jesús<br />

vuelve a Nazaret después del bautismo, después del ayuno en el desierto y, sobre todo, de la<br />

formación del Colegio Apostólico. Él cuenta a su Madre las primeras jornadas de<br />

evangelización, las primeras conquistas de corazones. <strong>María</strong> está pendiente de los labios de su<br />

Jesús. Está más delgada, más pálida, como si hubiera sufrido mucho durante este tiempo. Tiene<br />

dos grandes ojeras, como las de alguien que ha llorado mucho y que está preocupado. Pero<br />

ahora está feliz y sonríe. Sonríe acariciando la mano de su Jesús. Es feliz de tenerle ahí, de estar<br />

de corazón a corazón en el silencio de la noche que va entrando. Debe ser verano, porque la<br />

higuera tiene ya sus primeros frutos maduros, que llegan incluso hasta la casa, y Jesús,<br />

poniéndose de pie, coge algunos de ellos; los más hermosos se los da a su Madre, limpiándolos<br />

con cuidado y ofreciéndolos como si fuesen cálices blancos de estrías rojas, con su corola de<br />

pétalos blancos por dentro y púrpura por fuera. Los ofrece sobre la palma de su mano y sonríe al<br />

ver que le gustan a su Mamá. ■ Después, a quemarropa, le pregunta: ―Mamá, ¿has visto a mis<br />

discípulos? ¿Qué piensas de ellos?‖. <strong>María</strong> que está para llevar a la boca el tercer higo, levanta<br />

la cabeza, suspende su movimiento, se sobresalta y mira a Jesús. Jesús recalca: ―¿Qué piensas<br />

de ellos ahora que te los he presentado?‖. Virgen: ―Creo que te aman y que podrás obtener<br />

mucho de ellos. Juan... ámale a Juan como Tú sabes amar. Es un ángel. Y estoy tranquila<br />

cuando pienso que está contigo. También Pedro... es bueno. Más duro porque es ya viejo, pero<br />

franco y de convicción. Y su hermano... te aman por ahora como son capaces de hacerlo.<br />

Después te amarán más. También nuestros primos, ahora que se han convencido, te serán fieles.<br />

■ Pero... el hombre de Keriot... ese no me gusta, Hijo. Su ojo no es limpio y su corazón mucho<br />

menos. Me causa miedo‖. Jesús: ―Contigo es respetuoso‖. Virgen: ―Demasiado respetuoso.<br />

También contigo es muy respetuoso. Pero no es por Ti, Maestro; sino por Ti, su futuro rey de<br />

quien espera utilidades y gloria. Era un nadie, apenas un poco más que los demás de Keriot.<br />

Pero ahora espera desempeñar a tu lado un papel de importancia y...¡Oh Jesús!... No quiero<br />

faltar a la caridad, pero pienso, aun cuando no quiero pensarlo, que en caso de que Tú le<br />

desilusiones, no durará en reemplazarte, o en tratar de hacerlo. Es ambicioso, avariento y<br />

vicioso. Está más preparado para ser un cortesano de un rey terrenal que no un apóstol tuyo,<br />

Hijo mío. ¡Me causa miedo!‖ y la Mamá mira a su Jesús con los ojos aterrorizados y su cara<br />

pálida.<br />

* ―Esto es también necesario. Si no fuese él sería otro. Mi Colegio debe representar al<br />

mundo y en el mundo no todos son ángeles”.- ■ Jesús lanza un suspiro. Piensa. Mira a su<br />

Madre. Le sonríe para darle fuerzas: ―Esto también es necesario, Mamá. Si no fuese él, sería<br />

otro. Mi Colegio debe representar al mundo, y, en el mundo, no todos son ángeles, ni todos son<br />

del temple de Pedro y de Andrés. Si escogiese todas las perfecciones, ¿cómo podrían las pobres<br />

almas enfermas atreverse a poder llegar a ser mis discípulos? Yo he venido a salvar lo que<br />

estaba perdido, Mamá. Juan de por sí ya está salvado. Pero, ¡cuántos no lo están!‖. Virgen:<br />

―No tengo miedo de Leví. Él se ha redimido, porque se ha querido redimir. Dejó su pecado con<br />

su banco de alcabalero y se ha transformado en un alma nueva para ir contigo. Pero Judas de<br />

Keriot, no; es más, el orgullo llena cada vez más su vieja alma manchada. Pero Tú sabes estas<br />

cosas, Hijo. ¿Por qué me las preguntas? Yo no puedo sino rogar y llorar por Ti. Tú eres el<br />

Maestro, maestro también de tu pobre Mamá‖. La visión termina aquí. (Escrito el 13 Febrero de<br />

1944).<br />

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2-102-131 (2-68-622).- J. Iscariote se despide del grupo por ―la vendimia en su casa en Keriot‖.<br />

* “No obligo a nadie que venga conmigo. A mi alrededor todo es espontáneo”.- ■ Los<br />

discípulos están cenando en el amplio taller de carpintería de José en Nazaret. El banco hace<br />

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mesa. Todo lo que se requiere para la cena está encima del banco. Pero veo que el taller es<br />

también dormitorio. Sobre los otros dos tablones de carpintero hay esteras que los convierten en<br />

lechos. Unos lechos bajos (esteras sobre cañizos) han sido colocados junto a las paredes. Los<br />

apóstoles hablan entre sí y con el Maestro. Iscariote pregunta: ―¿Entonces es verdad que vas a<br />

subir al Líbano?‖. Jesús: ―No prometo nunca si luego no voy a mantener y en este caso lo he<br />

prometido dos veces: a los pastores y a la nodriza de Juana de Cusa. He esperado los cinco días<br />

que la había dicho y he añadido aún hoy por prudencia. Pero ahora parto. En cuanto salga la<br />

luna nos pondremos en marcha. Será un largo camino, aunque usemos la barca hasta Betsaida.<br />

No obstante, será para mi corazón motivo de gozo saludar también a Benjamín y a Daniel. Ya<br />

ves qué almas tienen los pastores. ¡Oh!, merece la pena ir a honrarlos; efectivamente, ni siquiera<br />

Dios se quita algo honrando a un siervo suyo, antes bien acrecienta su justicia‖. Iscariote:<br />

―¡Con este calor!... piensa lo que haces. Lo digo por Ti‖. Jesús: ―Las noches son ya menos<br />

sofocantes. El sol aún durante un poco está en León, y las tormentas hacen menos abrasador el<br />

calor. Y, además, os lo repito: no obligo a nadie a venir. Todo es espontáneo en Mí y en torno<br />

de Mí. Si tenéis otras ocupaciones o si os sentís cansados, quedaos. Nos volveremos a ver<br />

después‖. Iscariote: ―Eso, Tú lo has dicho. Yo tendría que ocuparme de asuntos de mi casa.<br />

Llega el tiempo de la vendimia y mi madre me había rogado que viera a algunos amigos... ya<br />

sabes, yo soy, en el fondo, el cabeza de familia; quiero decir que soy el hombre de mi familia‖.<br />

Pedro barbotea: ―Menos mal que se acuerda de que la madre es siempre la primera después del<br />

padre‖. Judas, bien porque no oiga, bien porque no quiera oír, no muestra entender el barboteo,<br />

que, por lo demás, Jesús frena con una mirada, mientras Santiago de Zebedeo, sentado al lado<br />

de Pedro le da un tirón de túnica para que se calle. ■ Jesús: ―Ve, Judas, ¿cómo no? Es más,<br />

debes ir. No se debe desobedecer a la madre‖. Iscariote: ―Entonces me voy enseguida, con tu<br />

permiso. Estaré en Naím con tiempo para encontrar todavía alojamiento. Adiós, Maestro, adiós<br />

amigos‖. Jesús dice. ―Sé amigo de la paz, y merece tener siempre a Dios contigo. Adiós‖,<br />

mientras los demás se despiden de él al unísono. No se ve mucha pena al verle partir; más bien<br />

lo contrario... Pedro, quizás por temor a que Judas se arrepienta, le ayuda a apretar los cordones<br />

de su alforja y a metérselo en bandolera, le acompaña hasta la puerta del taller (que ya estaba<br />

abierta, como la otra que da al huerto --sin duda para ventilar la habitación agobiante después de<br />

un día tórrido--) está en la puerta mirándole marcharse y, cuando le ve que realmente se aleja,<br />

hace un gesto de alegría y de irónico adiós, y vuelve frotándose las manos. No dice nada... ya ha<br />

dicho todo. Alguno que ha visto lo sucedido se ríe disimuladamente. (Escrito el 13 de Febrero<br />

de 1944).<br />

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2-102-133 (2.-68-624).-Encuentro con el ex pastor Jonatás y curación de Juana de Cusa.<br />

* Jonatás cuenta la visión y la llamada de Jesús a Juana de Cusa moribunda.- ■ Un<br />

estrépito de cascos herrados y un vocerío de muchachos llega de fuera: ―¡Aquí es! ¡Aquí! ¡Para,<br />

hombre!‖. Y, antes de que Jesús y los discípulos encuentren una explicación, ante el vano de la<br />

puerta se presenta el cuerpo negro y sudoroso de un caballo, y baja un jinete; éste se precipita<br />

dentro como un bólido y se postra a los pies de Jesús besándolos con veneración. Todos miran<br />

asombrados. ―¿Quién eres? ¿Quién eres?‖. Dice: ―Jonatás, soy‖. Con un grito responde José,<br />

que por estar sentado detrás del banco y por la rapidez de la llegada no pudo reconocer a su<br />

amigo. El pastor corre ligero hasta el hombre postrado: ―¡Tú! ¡Si eres tú!‖. Jonatás: ―Sí. ¡Adoro<br />

a mi Señor amado! Treinta años de esperanza. ¡Larga espera! Mas, ahora han florecido como<br />

flor solitaria de agave; y florecen en un instante, en un éxtasis feliz, más feliz aún que aquel,<br />

lejano. ¡Oh, mi Salvador!‖. Mujeres, niños y algún hombre, entre los cuales el buen Alfeo de<br />

Sara, que tiene todavía un pedazo de pan y queso en las manos, se arremolinan en la entrada y<br />

hasta dentro de la espaciosa estancia. Jesús: ―Levántate Jonatás. Estaba ya a punto de ir a<br />

buscarte, como también a Benjamín y Daniel...‖. ■ El fornido anciano, bien aparecido y bien<br />

vestido, dice: ―Lo sé... lo sé. Ella tenía razón. ¡No era delirio de una que está muriendo! ¡Oh,<br />

Señor Dios! ¡Cómo te ve el alma y cómo te siente, cuando Tú la llamas!‖. Jonatás está<br />

conmovido. Pero se rec<strong>obra</strong>. No pierde el tiempo. Activo, a pesar de su rostro de adoración, va<br />

a su objetivo: ―Jesús, Salvador y Mesías nuestro, he venido a pedirte que vengas conmigo. He<br />

hablado con Ester y me ha dicho... Pero antes, antes Juana había hablado contigo y me dijo...<br />

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¡Oh, no os burléis de un hombre feliz, vosotros que me estáis escuchando, hasta que no oiga tu<br />

«voy»! Ya sabes que estaba de viaje con la patrona moribunda ¡Qué viaje! De Tiberíades a<br />

Betsaida fue bueno. Pero luego... En Cesárea de Filipo estuvo a punto de morir con vómitos de<br />

sangre... Nos detuvimos... A la tercera mañana, hace siete días, me manda llamar. Parecía ya<br />

muerta. Pero cuando la llamé abrió sus dulces ojos de gacela agonizante y me sonrió. Me indicó<br />

con la manita helada que me inclinase --porque solo tiene un hilo de voz-- y me dijo: «Jonatás,<br />

llévame a casa; pero inmediatamente». Fue tan grande el esfuerzo en dar la orden. --ella que es<br />

siempre más dulce que una buena niña-- que se colorearon las mejillas, y durante un momento<br />

sus ojos se llenaron de fulgor. Continuó diciéndome: «He soñado con mi casa de Tiberíades.<br />

Dentro estaba Uno con rostro de estrella, alto, rubio, con ojos de cielo y una voz más dulce que<br />

sonido de arpa. Me decía: ‗Yo soy la Vida. ¡Ven, regresa, te espero para dártela!‘ ¡Quiero ir!».<br />

Yo decía: «¡Pero, patrona!... ¡No puedes! ¡Estás mal! ¡Ahora cuando estés mejor, veremos!». Lo<br />

tomé yo por delirio de una agonizante. Pero ella lloró y luego... --es la primera vez que lo ha<br />

dicho en estos seis años que la tengo como patrona; e incluso, de ira, se sentó (ella que no tiene<br />

fuerzas para nada)-- y luego me dijo: «Siervo, lo quiero. Yo soy tu patrona. ¡Obedece!» y cayó<br />

envuelta en sangre. Creí que moría... y me dije: «Démosle gusto. ¡Muerte por muerte!... No<br />

sentiré el remordimiento de no haberla complacido al final, después de haber querido hacerlo<br />

siempre». ¡Qué viaje! No quería descansar ella, aparte de las horas entre tercia y sexta. He<br />

agotado a los caballos para abreviar. ■ Hemos llegado a Tiberíades esta mañana a la hora de<br />

nona. Ester me ha referido... Entonces he comprendido que eras Tú quien la había llamado,<br />

porque coincidían la hora y el día en que Tú prometiste el milagro a Ester y te apareciste al alma<br />

de mi patrona. Ha querido proseguir en cuanto fue la hora nona, y a mí me ha mandado<br />

adelante... ¡Oh, ven, Salvador mío!‖. Jesús: ―Voy al punto. La fe merece su premio. Quien me<br />

quiere me tiene. ¡Vamos!‖. Jonatás: ―Espera. He arrojado mientras venía una bolsa a un joven,<br />

diciendo: «Tres, cinco, los asnos que queráis, si no tenéis caballos; rápido, a la casa de Jesús».<br />

Estarán para llegar. Así abreviaremos. Espero encontrarla cerca de Caná. Si al menos... viviera‖.<br />

Jesús: ―Viva está. Pero, aunque estuviese muerta, Yo soy la Vida. ■ Aquí está mi Madre‖. La<br />

Virgen, avisada sin duda por alguien, viene corriendo seguida de <strong>María</strong> de Alfeo. ―Hijo, ¿te<br />

vas?‖. Jesús: ―Sí, Madre. Voy con Jonatás. Ha venido. Sabía que podría dártele a conocer. Por<br />

eso he esperado un día más‖. Jonatás primero la había saludado inclinándose profundamente<br />

con las manos cruzadas sobre el pecho, y ahora se arrodilla, levanta ligeramente el vestido y<br />

besa la orla: ―Te saludo, Madre de mi Señor‖. Alfeo de Sara dice a los curiosos: ―¡Oh! ¿Qué<br />

decís de esto? ¿No es cosa vergonzosa que tan solo nosotros seamos los que no tenemos fe?‖.<br />

Un gran ruido de cascos se oye en la calle. Son los borricos. Creo que son todos los de Nazaret;<br />

y son tantos, que bastarían para un escuadrón. Mientras Jonatás escoge los mejores y los<br />

contrata, pagando sin escatimar, y toma consigo a dos nazarenos con otros borricos (por miedo a<br />

que algún animal, por el camino, pierda las herraduras, y para que puedan volver con toda esta<br />

rebuznadora caballería asnal), <strong>María</strong> y la otra <strong>María</strong> ayudan a cerrar los sacos y las alforjas.<br />

* ―No pido nada, Señor, a no ser que me ames y que me permitas que te ame”.- ■ Parten.<br />

La noche ha entrado y la luna aparece con su cuarto creciente. A la cabeza van Jesús y Jonatás,<br />

detrás los demás. Mientras están en la ciudad van al paso, porque la gente se arremolina. Pero,<br />

en cuanto salen, van al trote, en una caravana sonora de cascos y cascabeles. Jonatás explica:<br />

―Está en el carro con Ester. ¡Oh, patrona mía! ¡Qué alegría hacerte feliz!¡Llevarte a Jesús! ¡Oh,<br />

mi Señor! ¡Tenerte aquí, a mi lado! ¡Tenerte!...Tienes justamente el rostro de estrella que ella te<br />

ha visto, y eres rubio y con ojos de cielo, y tu voz es realmente sonido de arpa... ¡Oh, pero tu<br />

Madre!... ¿La vas a llevar a la patrona algún día?‖. Jesús: ―Irá la patrona a Ella. Serán amigas‖.<br />

Jonatás: ―¿Sí?... Sí, puede serlo. Juana está casada y ha sido madre, pero tiene alma pura como<br />

una virgen. Puede estar junto a <strong>María</strong> bendita‖. ■ Jesús se vuelve por una fresca carcajada de<br />

Juan, seguida de la de todos los demás. Pedro dice: ―Quien provoca la risa soy yo, Maestro.<br />

En la barca me siento más seguro que un gato... pero ¡aquí arriba! ¡Parezco un barril de madera<br />

suelto en el puente de una nave con el viento del sudoeste!‖. Jesús sonríe y le anima,<br />

prometiéndole que pronto terminará el trote. Pedro: ―¡Oh! No es nada. Si los muchachos se<br />

ríen, nada hay de malo. Vamos, vamos a hacer feliz a esa buena mujer‖. Jesús vuelve una vez más<br />

su rostro por otra explosión de risas. Pedro exclama: ―¡No! Esto no te lo digo, Maestro... y ¿por<br />

qué no? Sí que te lo digo. Decía yo: «Nuestro supremo ministro se va a tirar de los pelos<br />

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cuando sepa que no ha estado justo cuando se podía pavonear con una dama». Y ellos se<br />

ríen. De todas formas, es así. Estoy seguro de que, si se lo hubiera imaginado, no hubiera tenido<br />

viñas paternas que cuidar‖. Jesús no contradice. Se corre rápido el camino sobre estos borriquillos<br />

bien nutridos. Con el claro de luna dejan atrás Caná. ■ Jonatás: ―Si me permites, te precedo.<br />

Paro el carro. Los movimientos bruscos la hacen sufrir mucho‖. Jesús: ―Ve, sí‖. Jonatás pone el<br />

caballo a galope. Siguen y siguen bajo la luz blanca de la luna. Luego... la forma oscura de un<br />

voluminoso carro cubierto, parado al borde del camino. El asno en que va Jesús, instigado por<br />

Él, alcanza un pequeño galope, sesgado. Jesús llega al carro. Se apea. Jonatás anuncia: ―¡El<br />

Mesías!‖. La anciana nodriza se arroja del carro al camino, del camino al polvo. ―¡Oh, sálvala!<br />

Se está muriendo‖. Jesús: ―Aquí estoy‖. Y Jesús, sube al carro, donde hay, extendido, un<br />

considerable número de almohadones y sobre ellos un cuerpo exiguo. Hay un farolillo en un<br />

ángulo, y copas y ánforas. Y una joven criada llorando, que está secando el sudor helado de la<br />

moribunda. Jonatás acude con uno de los faroles del carro. Jesús se inclina hacia la mujer<br />

decaída, verdaderamente moribunda. No hay diferencia entre el candor del vestido de lino y la<br />

palidez, incluso ligeramente azulada, de las manos y del rostro esquelético. Solo las pobladas<br />

cejas y las largas pestañas negrísimas proporcionan un color a ese rostro de nieve. Ni siquiera<br />

tiene en sus mejillas enjutas el infausto color rojo de los tuberculosos, la respiración es difícil, y<br />

en los labios semiabiertos hay una sombra purpúrea. ■ Jesús se arrodilla a su lado y la mira. La<br />

nodriza le toma la mano y la llama. Pero el alma, ya en los umbrales que despiden a la vida, no<br />

oye más. Han llegado los discípulos y los dos jóvenes de Nazaret, y se arremolinan junto al<br />

carro. Jesús pone una mano en la frente de la moribunda, que por un instante abre sus ojos<br />

nublados, vagos y luego los cierra. La nodriza deplora: ―Ya no oye‖. Y llora más fuerte. Jesús<br />

hace un ademán: ‖Madre, oirá, ten fe‖ y luego la llama: ―¡Juana! ...¡Juana! Soy yo. Yo que te<br />

amo. Soy la Vida. Mírame, Juana‖. La moribunda abre sus grandes ojos negros con un mirar<br />

más vivo, y mira el rostro que está junto a ella. Tiene un movimiento de alegría y una sonrisa<br />

brota. Mueve despacio los labios sin voz, con palabras que no tienen sonido. Jesús: ―Sí, soy Yo,<br />

viniste... y vine a salvarte. ■ ¿Puedes creer en Mí?‖. La agonizante asiente con la cabeza. Toda<br />

la vitalidad se ha acumulado en la mirada y en las palabras que no puede pronunciar. Jesús:<br />

―Pues bien, (Jesús, aunque continúa de rodillas y con la mano izquierda en la frente, se endereza<br />

y toma la posición de milagro) pues bien: ―Yo lo quiero. Sé sana. Levántate‖. Quita la mano y<br />

se pone en pie. Una fracción de minuto y luego Juana de Cusa, sin ayuda de nadie, se sienta, da<br />

un grito y se lanza a los pies de Jesús con una voz fuerte y llena de felicidad: ―¡Oh!¡Amarte toda<br />

mi vida! ¡Para siempre! ¡Tuya! ¡Para siempre tuya!¡Nodriza! ¡Jonatás! ¡Estoy curada!<br />

¡Oh!¡Pronto! Corred a decirlo a Cusa. Que venga a adorar al Señor. ¡Bendíceme una vez más,<br />

Salvador mío!‖. Llora y ríe mientras besa el vestido y la mano de Jesús. ■ Jesús: ―Te bendigo,<br />

sí. ¿Qué otra cosa quieres que te haga?‖. Juana: ―Ninguna, Señor, a no ser que me ames y que<br />

me permitas que te ame‖. Jesús: ―Y... ¿no querrías un niño?‖. Juana: ―¡Oh, un niño!... Lo que<br />

Tú quieras, Señor. Te entrego todo: mi pasado, mi presente y mi futuro. Todo te lo dedico y<br />

todo te lo doy. Da a tu sierva lo que sabes que es mejor para ella‖. Jesús: ―La vida eterna,<br />

entonces. Sé feliz. Dios te ama. Me voy. Te bendigo y os bendigo‖. Juana: ―No, Señor,<br />

quédate un tiempo en mi casa, que ahora es un rosal en flor. Permíteme que vuelva a ella<br />

contigo... ¡Soy feliz!‖. Jesús: ―Voy. Pero tengo a mis discípulos‖. Jonatás: ―Mis hermanos,<br />

Señor. Juana tendrá, tanto para ellos como para Ti, comida y bebida y... descanso. ¡Hazme<br />

feliz!‖. ■ Jesús: ―Vamos, devolved los borriquillos y sigamos a pie. El camino es corto.<br />

Caminaremos despacio para que podáis seguirnos. Adiós Ismael y Aser. Saludad a mi Madre, y<br />

a mis amigos‖. Los dos nazarenos, estupefactos, se van con sus asnos, mientras el carro<br />

emprende el retorno con su carga de alegría ahora. Detrás vienen los discípulos comentando el<br />

hecho. Todo termina. (Escrito el 13 de Febrero de 1944)<br />

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2-103-141 (2-69-632).- Jesús en los altos del Líbano donde los pastores Benjamín y Daniel.<br />

* Al hablar de Eliseo, patrón de Daniel y Benjamín, es descrita la crueldad del fariseo<br />

Doras, patrón de Jonás.- ■ Pedro comenta: ―Estos lugares son hermosos‖. Zelote: ―Y no hace<br />

mucho calor‖. Mateo añade: ―Con estos árboles, el sol molesta poco...‖. Juan pregunta: ―¿De<br />

aquí llevaron los cedros del Templo?‖. Jonatás: ―De aquí. Estos bosques son los que<br />

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proporcionan la mejor madera. El patrón de Daniel y de Benjamín tiene muchísimos, además de<br />

muchísimo ganado. Los sierran allí mismo y luego los transportan al valle por algunos pasillos o<br />

sobre los hombros. El trabajo es difícil cuando los troncos deben ser usados enteros, como fue el<br />

caso del Templo. Pero paga bien y hay muchos a su servicio; y además es muy bueno. ■ No es<br />

como aquel feroz de Doras. ¡Pobre Jonás!‖. Zelote: ―Pero ¿cómo es posible que sus servidores<br />

sean casi esclavos? Cuando le dije: «Déjale plantado y vente con nosotros, que Simón de Jonás<br />

tendrá siempre para ti un pan»; me dijo: «No puedo si no pago mi rescate». ¿Qué historia es<br />

ésta?‖. Jonatás: ―Doras no es el único en Israel que habitualmente hace esto: cuando ve que un<br />

siervo es bueno, le lleva con aguda astucia sutil a la esclavitud. Le carga con deudas inmensas y<br />

falsas que el pobre no puede pagar; cuando la suma es suficiente, dice: «Tú eres mi esclavo por<br />

deudas»‖. Zelote: ―¡Qué vergüenza! ¡Y además es fariseo!‖. Jonatás: ―Sí. Jonás mientras tuvo<br />

ahorros, pudo pagar... luego... Un año el granizo, otro la sequía, el trigo y la uva dieron poco,<br />

Doras multiplicó el daño por diez... y otra vez por diez... Luego Jonás se enfermó por el<br />

excesivo trabajo. Doras le prestó dinero para que se curara, pero quiso el doce por uno. Como<br />

Jonás no lo tenía, añadió esto al resto. En pocas palabras: después de algunos años, se había<br />

acumulado una deuda que le hizo esclavo; y jamás le dejará que se vaya... Siempre encontrará<br />

otras razones y otras deudas...‖. Jonatás está triste al pensar en su amigo. Zelote: ―¿Y tu patrón<br />

no podía...?‖. Jonatás: ―¿Qué? ¿Hacer que le trataran como a un ser humano? ¿Pero quién se<br />

enfrenta a los fariseos? Doras es uno de los más poderosos, creo que incluso es pariente del<br />

Sumo Sacerdote... al menos eso se dice. Una vez, cuando le dieron de palos a Jonás hasta dejarle<br />

exánime, y yo lo supe, lloré tanto, que Cusa me dijo: «Pago yo su rescate por hacerte feliz».<br />

Pero Doras se rió delante de su cara y no aceptó nada. ¡Ése!... tiene los campos más ricos de<br />

Israel... pero, te lo juro, han sido abonados con la sangre y las lágrimas de sus siervos‖. ■ Jesús<br />

mira a simón Zelote y éste mira Jesús. Ambos están apenados. Zelote: ―¿Y éste de Daniel es<br />

bueno?‖. Jonatás: ―Al menos, humano. Quiere, pero no oprime, y dado, que los pastores son<br />

honestos, los trata con amor; son los que mandan en los pastos. A mí me conoce y me respeta<br />

porque soy un doméstico de Cusa y... podría serle útil... Pero... Señor, ¿por qué el hombre es<br />

tan egoísta?‖. Jesús: ―Porque el amor fue estrangulado en el Paraíso Terrenal. Yo vengo, no<br />

obstante, a aflojar esa soga y a dar nueva vida al amor‖.<br />

* Recuerdos imborrables de aquellos días de Belén en Daniel y Benjamín.- ■ Jonatás dice:<br />

―Hemos llegado a la propiedad de Elíseo. Los pastos están aún lejanos, pero a esta hora las<br />

ovejas casi siempre están en los apriscos, por el sol. Voy a ver si están‖. Y se marcha casi<br />

corriendo. Vuelve después de un rato con dos pastores entrecanos y robustos, los cuales<br />

realmente se precipitan abajo por la pendiente para ir a donde Jesús que les saluda: ―La paz sea<br />

con vosotros‖. Uno de ellos dice: ―¡Oh! ¡Nuestro Niño de Belén!‖; y el otro: ―Bendita seas, Paz<br />

de Dios, que has venido a nosotros‖. Los dos hombres están inclinados hasta tocar la hierba. El<br />

saludo a un altar no es tan profundo como éste dedicado al Maestro. Jesús: ―Levantáos. Os<br />

devuelvo la bendición, y me alegra hacerlo porque la bendición desciende con gozo sobre quien<br />

es digno de ella‖. Exclaman: ―¡Oh, dignos nosotros!...‖. Jesús: ―Sí, vosotros, que habéis sido<br />

siempre fieles‖. Benjamín dice: ―¿Quién no lo habría sido? ¿Quién puede borrar aquella hora?<br />

¿Quién puede decir: «No es verdad lo que vimos»? ¿Quién puede olvidar que Tú nos sonreíste<br />

durante meses, cuando, volviendo entre las ovejas al atardecer, te llamábamos y Tú, al sonido de<br />

nuestras flautas, batías las manitas?... ¿Le recuerdas, Daniel? Casi siempre vestido de blanco en<br />

los brazos de su Madre, te veíamos entre rayos de sol en el jardín de Anna o desde la ventana, y<br />

parecías una flor que descansaba sobre la nieve del vestido materno‖. Daniel dice: ―Y aquella<br />

vez que viniste, dando los primeros pasos, a acariciar a un corderito menos rizado que Tú...<br />

¡Qué feliz se te veía! Y nosotros no sabíamos qué hacer de nuestras rústicas personas.<br />

Habríamos deseado ser ángeles para parecerte menos feos...‖. Jesús: ―¡Amigos míos! Yo veía<br />

vuestro corazón, y eso veo también ahora‖. Benjamín: ―¡Y nos sonríes como entonces!‖.<br />

Daniel: ―¡Y has venido hasta aquí para ver a estos pobres pastores!‖. ■ Jesús: ―A mis amigos.<br />

Ahora estoy contento. Os he vuelto a encontrar a todos y ya no os perderé. ¿Podéis dar<br />

hospedaje al Hijo del hombre y a sus amigos?‖. Daniel: ―¡Señor! ¿Pero lo pides? No nos falta ni<br />

pan ni leche, pero si tuviéramos solo un bocado te lo daríamos con tal de tenerte con nosotros.<br />

¿Verdad, Benjamín?‖. Benjamín: ―¡Hasta el corazón te daríamos por comida, ¡oh Señor nuestro<br />

tan suspirado!‖. Jesús: ―Vamos, entonces. Hablaremos de Dios...‖. ■ Daniel: ―Y de tus padres,<br />

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Señor. ¡José era tan bueno! ¡<strong>María</strong>..., oh, la Madre! Fijaos, mirad este narciso bañado de rocío.<br />

Es hermoso y puro con su corola que parece una estrella diamantina. Ella, sin embargo... ¡oh,<br />

esto está sucio si se compara a la Madre! Una sonrisa suya era purificación; encontrarse con<br />

Ella, una fiesta; y oírla, santificarse. ¿Te acuerdas también de aquellas palabras tú, Benjamín?‖.<br />

Benjamín: ―Sí. Te las puedo repetir, Señor. Porque cuanto Ella nos dijo en los meses en que<br />

pudimos oírla está escrito aquí (y señala el pecho) en el corazón. Es la página de nuestra<br />

sabiduría. Y ésta la comprendemos aun nosotros porque es palabra de amor y el amor lo<br />

entienden todos. Ven, Señor, entra y bendice esta morada feliz‖. Entran en una habitación,<br />

cercana a un extenso redil y todo termina. (Escrito el 10 de Febrero de 1945).<br />

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2-104-148 (2-70-639).- Noticias sobre la muerte de Alfeo y sobre el rescate del expastor Jonás<br />

que Lázaro gestiona.<br />

* Carta de la Virgen comunicando la muerte de Alfeo y el ambiente hostil de Nazaret<br />

hacia Jesús.- (Jesús con sus apóstoles, excepto Iscariote, se encuentra en una casa de una<br />

ciudad marítima en la región siro-fenicia). ■ Entra el pastor José. Está completamente lleno de<br />

polvo del camino, como quien hubiera andado mucho. Jesús, después del beso de saludo, pregunta:<br />

―¿Tú? ¿Por qué?‖. José: ―Tengo cartas para Ti. Tu Madre me las ha dado, y una es suya.<br />

Aquí están‖. Y José entrega tres pequeños rollos de una especie de pergamino fino, atados con<br />

una cinta. La más voluminosa de las cartas está incluso cerrada con un sello, otra tiene sólo el<br />

nudo y la tercera muestra un sello roto. ―Ésta es de tu Madre‖, e indica la que tiene el nudo.<br />

Jesús la desenrolla y la lee; primero en voz baja, luego alto. ―«A mi amado Hijo, paz y<br />

bendición. . Ha llegado a mí a la hora prima de las calendas de la luna de Elul un enviado de<br />

Betania. Se trata de Isaac, pastor. Le he dado un beso de paz en tu nombre y reposo como<br />

personal agradecimiento. Me ha traído estas dos cartas que ahora te envío diciéndome de palabra<br />

que el amigo Lázaro de Betania te ruega que condesciendas con lo que te pide. Amado Jesús, mi<br />

bendito Hijo y Señor, yo también tendría dos cosas que pedirte. Una, recordarte que me<br />

prometiste llamar a tu pobre Mamá para instruirle en la palabra; la segunda, que no vengas a<br />

Nazaret sin haber hablado antes conmigo»‖. ■ Jesús se detiene bruscamente, se pone en pie y va<br />

hacia donde están Santiago y Judas. Los abraza estrechamente y termina repitiendo, sin leer, las<br />

palabras: ―«Alfeo ha vuelto al seno de Abraham la pasada luna llena, con gran duelo de la<br />

ciudad...»‖. Los dos hijos lloran sobre el pecho de Jesús, que termina: ―«... En el último<br />

momento te hubiera deseado a su lado, pero Tú estabas lejos. Esto, no obstante es un consuelo<br />

para <strong>María</strong>, que ve en ello perdón de Dios, y debe dar paz también a mis sobrinos». ¿Habéis<br />

oído? Ella lo dice, y Ella sabe lo que dice‖. Santiago suplica: ―Dame la carta‖. Jesús: ―No. Te<br />

perjudicaría‖. Santiago: ―¿Por qué? ¿Qué puede decir que sea más penoso que la muerte de un<br />

padre?...‖. Judas suspira: ―Que nos ha maldecido‖. Dice Jesús: ―No. No es eso‖. Judas: ―Lo dices<br />

para no traspasar nuestro corazón. Pero es así‖ Jesús: ―Lee, entonces‖. Y Judas lee: ―«Jesús, te<br />

ruego, y conmigo <strong>María</strong>, que no vengas a Nazaret hasta que el duelo no haya terminado. El amor<br />

hacia Alfeo hace injustos a los nazarenos respecto a Ti, y tu Madre llora por ello. El buen amigo<br />

Alfeo me consuela, y pone calma en el pueblo. Ha tenido mucha resonancia lo que han contado<br />

Aser e Ismael sobre la mujer de Cusa, pero Nazaret es ahora un mar agitado por vientos<br />

contrarios. Te bendigo, Hijo mío, y te pido paz y bendición para mi alma. Paz a mis sobrinos.<br />

Mamá»‖. Los apóstoles hacen comentarios y consuelan a los dos hermanos, que están llorando.<br />

* Cartas de Lázaro y de Doras.- ■ Pedro dice: ―¿Y esas, no las lees?‖. Jesús hace un gesto de<br />

asentimiento y abre la de Lázaro. Llama a Simón Zelote. Leen juntos en un ángulo. Luego abren<br />

el otro rollo y lo leen también. Debaten. Veo que Simón trata de persuadirle de algo a Jesús, pero<br />

no lo consigue. Jesús con los rollos en la mano, se coloca en medio de la estancia y dice: ―Oid,<br />

amigos. Somos todos una familia y no hay secretos entre nosotros y, si tener oculto el mal es<br />

piedad, dar a conocer el bien es justicia. Oíd lo que escribe Lázaro de Betania: «Al Señor Jesús<br />

paz y bendición, y paz y salud a mi amigo Simón. He recibido tu carta y, como siervo que soy,<br />

he puesto mi corazón, mi palabra y todos mis medios a tu servicio para satisfacerte y tener el<br />

honor de serte siervo no inútil. He ido a ver a Doras a su castillo de Judea, a rogarle que me<br />

vendiera su siervo Jonás como Tú deseas. Confieso que si Simón, amigo mío fiel, no me<br />

hubiera dicho que me lo pedía por Ti, no habría visto la cara de ese chacal burlón, cruel y<br />

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funesto. Pero por Ti, Maestro y amigo, me siento capaz de afrontar hasta incluso a Satanás. Ello<br />

porque pienso que quien trabaja para Ti te tiene cercano y está, por tanto, protegido. Y<br />

ciertamente he recibido ayuda, porque he vencido, contra todas las previsiones. Dura fue la<br />

discusión y humillantes las primeras negativas. Tres veces tuve que agachar la cabeza ante este<br />

esbirro con poder. Luego, me impuso una espera de días. Finalmente, la carta; digna de un<br />

áspid. Yo casi no oso decirte: ‗Cede para conseguir el objetivo‘, porque él no es digno de tu<br />

presencia; pero no hay otra forma. He aceptado en tu Nombre y he firmado. Si he hecho mal,<br />

repréndeme. No obstante --créeme-- he tratado de servirte lo mejor que podía. Ayer ha venido<br />

un discípulo tuyo, judío, diciendo que venía en tu nombre a saber si había alguna noticia que<br />

llevarte. Ha dicho llamarse Judas de Keriot. No obstante, he preferido esperar a Isaac, para<br />

entregarle la carta. Y me ha extrañado mucho el que hubieras mandado a otros, sabiendo que<br />

todos los sábados viene aquí Isaac, para su reposo sabático. No tengo más que decirte. Tan solo<br />

te ruego, al besar tus santos pies, que los dirijas a la casa de tu siervo y amigo Lázaro, como<br />

prometiste. A Simón, salud. A Ti, Maestro y Amigo, un ósculo de paz solicitando tu bendición.<br />

Lázaro». ■ Y ahora la otra, la carta de Doras: «A Lázaro. Salud. He decidido. Por una suma<br />

doble obtendrás a Jonás. No obstante, pongo estas condiciones y no pienso cambiar respecto a<br />

ellas bajo ningún motivo. Quiero que primero Jonás termine la cosecha de este año, o sea, su<br />

entrega se efectuará para la luna de tisri, al final de la luna. Quiero que venga personalmente a<br />

recogerle Jesús de Nazaret, al cual le pido que entre bajo mi techo, para conocerle. Quiero pago<br />

inmediato a la vista de contrato en regla. Adiós. Doras»‖. Pedro grita: ―Qué peste. Pero ¿quién<br />

paga? Quién sabe lo que pide, y nosotros... ¡estamos siempre sin un céntimo!‖. Jesús: ―Simón<br />

paga. Para darme esta alegría a Mí y al pobre Jonás. No adquiere sino una piltrafa humana, que<br />

para nada le servirá; pero conquista un gran mérito en el Cielo‖. Todos muestran asombro:<br />

―¿Tú? ¡Oh!‖. Hasta los hijos de Alfeo salen de su aflicción por el estupor. Jesús: ―Él es. Es justo<br />

que ello sea conocido‖. Pedro: ―Sería también justo saber por qué Judas de Keriot ha ido donde<br />

Lázaro. ¿Quién le había enviado? ¿Tú?‖. Jesús no responde a Pedro. Se muestra muy serio y<br />

pensativo. Sale de la meditación solo para decir: ―Preocupaos de que José cene y repose, luego<br />

nos retiraremos a descansar. Yo prepararé la contestación a Lázaro...‖. (Escrito el 11 de Febrero<br />

de 1945).<br />

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2-109-170 (2-76- 661).- Rescate y muerte del expastor Jonás. Contraste de vidas: entre Jonás y<br />

Doras. La salvación se consigue en el lugar señalado por Dios a cada uno, sin rebelarse y<br />

<strong>obra</strong>ndo según la Ley eterna del Decálogo.<br />

* A los 4 amigos de Jonás: “Quien me desea tiene deseo del bien y Yo le amo como a un<br />

amigo”.- Pedro y 3 más cargan con el arado.- ■ Vuelvo a ver la llanura de Esdrelón, es de<br />

día pero un día seminublado de fines de otoño. Debió de haber llovido por la noche; una de las<br />

primeras melancólicas lluvias de los meses invernales, porque la tierra está húmeda aunque no<br />

lodosa. Todavía sopla el viento, un viento que arranca las amarillentas hojas y penetra en los<br />

huesos con su humedad. Son escasas las yuntas de bueyes tirando del arado. Levantan<br />

fatigosamente la tierra densa y pesada de esta fértil llanura para prepararla a recibir la semilla. Y<br />

lo que más me duele es ver que en algunos lugares son los mismos hombres los que hacen el<br />

trabajo de bueyes, jalando la reja del arado con todas las fuerzas de sus brazos y hasta con el<br />

pecho, apuntalando los pies en el suelo ya flojo, trabajando como esclavos en esta operación que<br />

cansa incluso a los fuertes toros. También Jesús contempla y ve. La tristeza se ve en su rostro<br />

bañado de lágrimas. Los discípulos: once, porque Judas está todavía ausente y los pastores ya no<br />

están, hablan entre sí y Pedro dice: ―Pequeña, pobre y fatigosa es la barca... ¡pero cien veces<br />

mejor que este trabajo de bestias de tiro!‖ y luego pregunta: ―Maestro ¿serán estos los siervos de<br />

Doras?‖. Simón Zelote responde: ―No lo creo; sus campos están más allá de aquellos árboles<br />

frutales. Todavía no los vemos‖. ■ Mas Pedro, siempre curioso, se separa del camino y se va<br />

por un lindero entre dos parcelas. En los bordes se han sentado un momento cuatro flacos y<br />

sudados campesinos. Respiran fatigosamente. Pedro les pregunta: ―¿Sois de Doras?‖.<br />

Responden: ―No, somos de su pariente Yocana. Y tú, ¿quién eres?‖. Pedro: ―Soy Simón de<br />

Jonás, pescador de Galilea hasta la luna de Ziv, ahora soy Pedro de Jesús de Nazaret, el Mesías<br />

de la Buena Nueva‖. Pedro dice gustoso y con orgullo de alguien que dijera: ―Pertenezco al alto<br />

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y divino César de Roma‖ y mucho más. Su honrada cara resplandece de alegría al decir que es<br />

de Jesús. Los cuatro campesinos infelices exclaman: ―¡Oh! ¡El Mesías! ¿Dónde?, ¿dónde está?‖.<br />

Pedro, señalando: ―Es aquel. Aquel alto y rubio, vestido de rojo oscuro. El que está ahora<br />

mirando hacia aquí y que sonríe porque está esperándome‖. Campesinos: ―¡Oh!... si fuésemos a<br />

Él... ¿nos rechazaría?‖. Pedro: ―¿Rechazaros?... ¿Por qué? Es el amigo de los infelices, de los<br />

pobres, de los oprimidos, y me parece que vosotros... pertenecéis a éstos...‖. Campesinos:<br />

―¡Claro que lo somos! ¡Y cómo! De todas formas, de ninguna manera como los de Doras. Al<br />

menos tenemos pan suficiente y no nos azotan sino en el caso de que dejemos el trabajo,<br />

pero...‖. Pedro: ―Quieres decir que si el hermoso señorito de Yocana os encontrara aquí<br />

hablando os...‖. Campesinos: ―Nos azotaría como no lo hace ni con sus perros...‖. Pedro silba de<br />

modo significativo. Luego dice: ―Entonces será mejor hacer así...‖ y poniendo sus manos en la<br />

boca a modo de embudo, grita fuerte: ―Maestro, ven aquí. Hay corazones que sufren y te<br />

quieren‖. Los campesinos no se lo pueden creer: ―Pero ¿qué estás diciendo? ¡Él! ¡¿Aquí donde<br />

nosotros?! ¡Pero si nosotros no somos más que unos siervos sin ningún valor!‖. Los cuatro están<br />

aterrorizados de tanto atrevimiento. Pedro riéndose: ―Los azotes no son algo agradables, y si se<br />

asoma por aquí ese «hermoso» fariseo, no querría recibir también yo una ración... ‖, y zarandea<br />

con su manota al más aterrorizado de los cuatro. ■ Jesús con su largo paso va hasta allí. Los<br />

cuatro no saben qué hacer. Querrían ir a su encuentro, pero el respeto los paraliza (pobres seres<br />

a quienes la perversidad humana ha transformado en seres atemorizados de todo). Caen rostro<br />

en tierra, adorando desde ahí al Mesías, que se llega a ellos. ―La paz a todos los que me desean.<br />

Quien me desea tiene deseo del bien y Yo le amo como a un amigo. Levantaos. ¿Quiénes<br />

sois?‖. Los cuatro apenas levantan el rostro del suelo, permaneciendo de rodillas y mudos.<br />

Pedro habla y dice: ―Son cuatro siervos del fariseo Yocana, pariente de Doras. Querrían<br />

hablarte, pero... si llega él, serán apaleados y por eso te dije: «¡Ven!» ¡Ea muchachos, que no os<br />

come! Tened confianza. Tomadle como a un amigo vuestro‖. Campesinos: ―Nosotros... nosotros<br />

sabemos de Ti... por Jonás...‖. Jesús: ―Vengo por él. Sé que me ha anunciado. ¿Qué sabéis de<br />

Mí?‖. Campesinos: ―Que eres el Mesías. Que te vio cuando eras pequeñito, que los ángeles<br />

cantaron paz a los buenos cuando Tú llegaste, que fuiste perseguido... pero que te salvaste, y<br />

ahora has buscado a tus pastores... y que les amas. Estas últimas cosas las decía ahora. Y<br />

nosotros pensábamos: si es tan bueno de amar y buscar a los pastores, ciertamente nos podrá<br />

querer también a nosotros aunque sea un poco... Tenemos mucha necesidad de que alguien nos<br />

ame...‖. ■ Jesús: ―Os amo. ¿Sufrís mucho?‖. Campesinos: ―¡Oh!... Pero más todavía los de<br />

Doras. ¡Si Yocana nos encontrase hablando!... Pero hoy está en Guerguesa. Todavía no ha<br />

regresado de los Tabernáculos. Su mayordomo nos dará esta noche de comer según el trabajo<br />

hecho. ¡No importa! Recuperaremos el tiempo no descansando para la comida de la hora de<br />

sexta‖. Pedro pregunta: ―Dime, muchacho. ¿No sería yo capaz de empujar ese arado? ¿Es un<br />

trabajo difícil?‖. Campesino: ―Difícil no, pero fatigoso. Requiere fuerza‖. Pedro: ―Fuerzas<br />

tengo. Déjame ver. Si soy capaz, mientras tú hablas, yo hago de buey. Tú Juan, Andrés y<br />

Santiago... ¡adelante!, a la lección. Pasamos de los peces a los gusanos de la tierra. ¡Ea!‖. Pedro<br />

pone su mano sobre el eje transversal del timón. Por cada arado hay dos hombres, uno de este<br />

lado, el otro al otro lado de la larga barra del timón. Mira e imita todos los movimientos del<br />

campesino. Fuerte como es y estando descansado, trabaja bien. El hombre le alaba. El buen<br />

Pedro exclama contento: ―Soy un maestro en arar. ¡Ea Juan! ¡Ven aquí! Un toro y un becerro<br />

por arado. En el otro, Santiago y el mudo toro de mi hermano. ¡Animo!... ¡Eh! ¡ahora!‖ y el par<br />

de arados empiezan a revolver la tierra y a hacer el surco a través del lago campo; y al llegar al<br />

límite, voltean el arado y hacen otro surco. Parece como si hubiesen trabajado siempre de<br />

campesinos. El más audaz de los siervos de Yocana dice: ―¡Qué buenos son tus amigos! ¿Tú has<br />

hecho que sean así?‖. Jesús: ―Yo he dado una regla a su bondad. Como tú haces con las tijeras<br />

de podar. Pero la bondad ya existía en ellos. Ahora florece bien, porque hay quien la cuida‖.<br />

* “¿Reprocháis a Dios por haberos puesto entre los últimos de la tierra?...Bienaventurados<br />

los que hayan honrado al Señor con verdad y justicia”.- ■ Campesino: ―Son también<br />

humildes. ¡Amigos tuyos y ayudar así a unos pobres siervos!‖. Jesús: ―Conmigo solo puede<br />

estar quien ama la humildad, la mansedumbre, la continencia, la honradez y el amor; sobre todo<br />

el amor, porque quien ama a Dios y al prójimo posee como consecuencia todas las virtudes<br />

y conquista el Cielo‖. Campesino: ―¿Podremos también nosotros conseguirlo, nosotros que no<br />

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tenemos tiempo de orar, de ir al Templo, ni siquiera de levantar la cabeza del surco?‖. Jesús:<br />

―Responded: ¿existe en vosotros rebelión, y reprocháis a Dios por haberos puesto entre los<br />

últimos de la tierra?‖. Campesinos: ―¡Oh, no, Maestro! Es nuestra suerte. Cuando cansados nos<br />

echamos en la cama, decimos: «¡Y bien!, el Dios de Abrahám sabe que estamos tan exhaustos<br />

que no podemos decirle más que: ‗Bendito seas, Señor‘»; también decimos: «Hoy hemos vivido<br />

también sin cometer pecado»... Ya sabes... podríamos robar un poquito, comer con el pan un<br />

fruto, o echar algo de aceite en las verduras molidas. Pero el amo dijo: «A los siervos les basta<br />

el pan y las verduras cocidas, y en el tiempo de la recolección un poco de vinagre en el agua<br />

para calmar la sed y proporcionar energía». Y nosotros lo hacemos. En fin... se podría estar<br />

peor‖. ■ Jesús: ―Yo en verdad os digo, que el Dios de Abraham sonríe al ver vuestros<br />

corazones, mientras su rostro es severo con quienes le insultan en el Templo con mentirosas<br />

plegarias, porque no aman a sus semejantes‖. Campesinos: ―¡Oh, pero entre sí se aman! Al<br />

menos... eso parece, porque se veneran mutuamente con regalos y reverencias. Es a nosotros a<br />

quienes no aman. Pero nosotros somos diferentes de ellos, y es justo‖. Jesús: ―No. En el Reino<br />

de mi Padre no es justo, y distinto será la manera de juzgar. No los ricos y poderosos, porque lo<br />

sean, tendrán honras, sino los que habrán siempre amado a Dios sobre sí mismos y sobre<br />

cualquier otra cosa como dinero, poder, mujer, y mesa; y amado a sus semejantes que son todos<br />

los hombres, ricos o pobres, famosos o desconocidos, doctos o sin cultura, buenos o malvados.<br />

Sí, también es necesario amar a los malvados. No por su maldad, sino por compasión hacia su<br />

pobre alma que han herido de muerte. Es menester amarlos con un amor que suplique al Padre<br />

celestial que los cure y redima. En el Reino de los Cielos serán bienaventurados, los que hayan<br />

honrado al Señor con verdad y justicia, y hayan amado a sus padres y familiares por respeto; los<br />

que no habrán robado de ninguna manera cosa alguna, o sea, los que hayan dado y pretendido lo<br />

justo, incluso en el trabajo de sus siervos; los que no hayan destruido ni reputaciones ni<br />

criaturas, y no hayan tenido deseo de matar, aun cuando los modos de actuar de los demás<br />

hayan sido tan crueles que solivianten el corazón al desprecio y a la rebelión; quienes no hayan<br />

jurado en falso, dañando al prójimo y a la verdad; quienes no hayan cometido adulterio o<br />

cualquier otro acto vicioso carnal; quienes mansa y resignadamente hayan aceptado su<br />

suerte sin envidiar a los demás. De éstos es el Reino de los Cielos. Y así, el mendigo puede<br />

ser allá arriba un rey bienaventurado, mientras que el Tetrarca con su poder será nada; es más,<br />

más que nada: será pasto de Satanás si ha actuado contra la Ley eterna del Decálogo‖. ■ Los<br />

hombres le están escuchando con la boca abierta. Cerca de Jesús están Bartolomé, Mateo,<br />

Simón, Felipe, Tomás, Santiago y Judas Alfeo. Los otros cuatro continúan su trabajo, colorados,<br />

sudorosos, pero alegres. Pedro es suficiente para tener a todos alegres. Campesinos: ―¡Oh,<br />

cuánta razón tenía Jonás en llamarte: «Santo»! Todo en Ti es santo; las palabras, la mirada, la<br />

sonrisa... Jamás habíamos experimentado en el alma, así...‖.<br />

* ―Es muy difícil amar a una hiena como Doras... pero Jonás, un santo, le ama”.- ■ Jesús:<br />

―¿Hace mucho que no veis a Jonás?‖. Campesinos: ―Desde que está enfermo. Sí, Maestro, no<br />

puede más. Antes a duras penas podía moverse, pero después de las labores del verano y de la<br />

vendimia ya realmente no se tiene en pie. Y con todo... le hace trabajar ése... ¡Oh, Tú dices que<br />

es menester amar todos, pero es muy difícil amar a las hienas, y Doras es peor que una hiena!‖.<br />

Jesús: ―Jonás le ama...‖. Campesino: ―Sí, Maestro. Y yo digo que es santo como los que, por su<br />

fidelidad al Señor Dios, fueron martirizados‖. Jesús: ―Has dicho bien. ¿Cómo te llamas?‖.<br />

Campesino: ―Miqueas y éste Saulo, éste Joel y éste Isaías‖. Jesús: ―Recordaré al Padre vuestros<br />

nombres. ¿Decías que Jonás está muy enfermo?‖. Miqueas: ―Sí. Apenas termina el trabajo se<br />

echa sobre su jergón de paja y no le vemos más. Nos lo dicen los otros siervos de Doras‖. Jesús:<br />

―¿Está en el trabajo a esta hora?‖. Miqueas: ―Si puede estar en pie, sí. Debería estar al otro lado<br />

de aquel manzanar‖. Jesús: ―¿Ha sido buena la cosecha de Doras?‖. Miqueas: ―¡Oh, ha sido<br />

célebre en toda la región! Fueron apuntalados los árboles porque los frutos tenían un tamaño<br />

verdaderamente milagroso. Doras tuvo que construir nuevas cubas, porque en las antiguas no<br />

hubiera cabido la uva. ¡Era tanta!‖. Jesús: ―Entonces Doras debió de haber premiado a su<br />

siervo‖. Miqueas: ―¿Premiado? ¡Señor, qué mal le conoces!‖. Jesús: ―Pero si Jonás me dijo que<br />

hace años le dio una paliza mortal por haber desaparecido algunos racimos de uvas, y que pasó a<br />

ser esclavo por deudas habiéndole acusado el patrón de pérdidas por la escasa cosecha, este año,<br />

que tuvo una cosecha milagrosa, debía de haberle dado premio‖. Miqueas: ―No. Le azotó<br />

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ferozmente, acusándole de no haber obtenido los años anteriores igual abundancia por no haber<br />

cuidado la tierra como se debía‖. ■ Mateo exclama: ―¡Ese hombre es una fiera!‖. Jesús: ―No. Es<br />

un hombre sin alma. Os dejo, hijos, con una bendición. ¿Tenéis pan y comida para hoy?‖.<br />

Miqueas: ―Tenemos este pan‖ y, sacando un pan oscuro de una bolsa que está en el suelo, se lo<br />

muestran. Jesús: ―Tomad mi comida. No tengo más que esto. Hoy estaré en la casa de Doras<br />

y... ―. Miqueas: ―¿Tú en la casa de Doras?‖. Jesús: ―Sí, para rescatar a Jonás. ¿No lo sabíais?‖.<br />

Miqueas: ―Nadie sabe nada aquí. Pero... desconfía, Maestro. Eres como una oveja en la cueva<br />

del lobo‖. Jesús: ―No me podrá hacer nada. Tomad mi comida. Santiago, dales cuanto<br />

tengamos. También vuestro vino. Alegraos un poco también vosotros, pobres amigos, en el<br />

alma y en el cuerpo. Pedro, vámonos‖. Pedro: ―Voy, Maestro. No quedaba más que este surco<br />

para terminar‖ y corre a donde está Jesús, respirando con fatiga, se seca con el manto que se<br />

había quitado, se lo vuelve a poner y ríe feliz. Los cuatro terminan de dar las gracias y le<br />

preguntan: ―¿Pasarás por aquí, Maestro?‖. Jesús: ―Sí, esperadme. Saludaréis incluso a Jonás.<br />

¿Lo podréis hacer?‖. Miqueas: ―¡Claro! El campo debía estar arado para el atardecer y ¡ya está<br />

hecho más de dos terceras partes, ¡y qué bien y qué rápido! ¡Tus amigos son fuertes! Dios os<br />

bendiga. Hoy para nosotros es una fiesta mayor que la de los Ácimos. ¡Que Dios os bendiga a<br />

todos! ¡A todos! ¡A todos!‖.<br />

* ―Los muertos aman a los vivos con doble amor”.- ■ Jesús se dirige derecho al manzanar.<br />

Lo atraviesan, llegan a los campos de Doras. Hay otros campesinos al arado o encorvados para<br />

arrancar de los surcos las hierbas. Jonás no está. Jesús es reconocido y sin dejar los hombres el<br />

trabajo, le saludan. Jesús: ―¿Dónde está Jonás?‖. Campesinos: ―Después de dos horas de trabajo<br />

se cayó en el surco y le han llevado a casa. Pobre Jonás. Poco le queda por sufrir. Está ya a su<br />

término. Jamás volveremos a tener un amigo tan bueno‖. Jesús: ―Me tenéis en la tierra y a él en<br />

el seno de Abrahám. Los muertos aman a los vivos con doble amor: con el suyo y con el que<br />

reciben al estar con Dios, y por lo tanto con amor perfecto‖. Campesinos: ―¡Oh! Ve pronto a<br />

donde está. ¡Que te vea ahora que sufre!‖. Jesús bendice y continúa su camino.■ Los discípulos<br />

preguntan: ―¿Y ahora qué vas a hacer? ¿Qué vas a decir a Doras?‖. Jesús: ―Voy a ir como si no<br />

supiera nada. Si se siente descubierto, es capaz de cebarse contra Jonás y sus siervos‖. Pedro<br />

dice a Simón Zelote: ―Tiene razón tu amigo Lázaro; es como un chacal‖. Zelote responde:<br />

―Lázaro nunca dice más que verdad y nunca habla mal de nadie. ¡Le conocerás y le amarás!‖.<br />

* Jesús lanza el anatema sobre los campos de Doras y apela al Dios del Sinaí.- ■ Se ve ya<br />

la casa del fariseo. Larga, baja, bien construida, en medio de árboles frutales ya sin fruta. Una<br />

casa de campo, pero rica y cómoda. Pedro y Simón se adelantan para avisar. Sale Doras. Un<br />

viejo de semblante duro, de viejo rapaz: ojos irónicos, boca de sierpe que gesticula una sonrisa<br />

falsa entre la barba que es más blanca que negra. ―Salud, Jesús‖ saluda familiarmente y con<br />

manifiesta ostentación de benevolencia. Jesús no dice: ―Paz‖; solo responde: ―Tenla<br />

igualmente‖. Doras: ―Entra. La casa te acoge. Has sido puntual como un rey‖. Jesús objeta:<br />

―Como hombre honrado‖. Doras ríe con sorna. Jesús se vuelve y dice a los discípulos, que no<br />

habían sido invitados: ―¡Entrad! Son mis amigos‖. Doras: ―¡Que entren!... pero... ¿aquel no es el<br />

alcabalero, hijo de Alfeo?‖. Jesús: ―Este es Mateo, el discípulo del Mesías‖, y lo dice con un<br />

tono que... el otro entiende y vuelve a reírse con mayor sorna que antes. Doras querría aplastar<br />

al «pobre» Maestro galileo bajo la opulencia de su casa que por dentro es fastuosa. Fastuosa y<br />

fría. Los siervos parecen esclavos. Caminan inclinados, dándose prisa rápidos, temerosos<br />

siempre de que se les castigue. La casa da la impresión de que en ella reina la frialdad y el odio.<br />

Pero Jesús no se deja aplastar ante la ostentación de riquezas, ni ante el recuerdo de posición y<br />

parentela... y Doras, que percibe la indiferencia del Maestro, le lleva consigo por el jardín, en<br />

donde hay también árboles; le muestra plantas raras y le ofrece frutos de ellas que los siervos<br />

traen en palanganas y en copas de oro. Jesús degusta y alaba la exquisitez de las frutas, parte<br />

conservada en una especie de almíbar con duraznos bellísimos, parte fruta natural, como peras<br />

de singular tamaño. Doras dice: ―Soy el único en Palestina en tener estas frutas y creo que ni<br />

siquiera las hay como éstas en toda la península. Las mandé traer de Persia y de lugares más<br />

lejanos todavía. La caravana me costó casi un talento. Pero ni siquiera los Tetrarcas tienen estas<br />

frutas. Probablemente ni el mismo César. Cuento las frutas y recojo todas las semillas. Las peras<br />

solo se comen en mi mesa, porque no quiero que se roben ni una semilla. Le envío a Annás,<br />

pero tan solo cocidas porque así son ya estériles‖. ■ Jesús: ―Son plantas de Dios, y los hombres<br />

93


todos son iguales‖. Doras: ―¿Iguales? ¡Noooo! ¿Yo igual a... a tus galileos?‖. Jesús: ―El alma<br />

viene de Dios, y Él las crea iguales‖. Doras: ―¡Pero yo soy Doras, el fariseo!...‖ y diciendo esto<br />

parece esponjarse como un pavo real. Jesús le atraviesa con sus ojos de zafiro, cada vez más<br />

encendidos, señal precursora en Él de un acto de piedad o de rigor. Jesús es mucho más alto que<br />

Doras y le domina; está majestuoso con su vestido purpúreo al lado de este pequeño y<br />

encorvado fariseo embutido en su vestido amplísimo y con una impresionante abundancia de<br />

franjas. Doras, después de algún tiempo de auto admiración de sí mismo, exclama: ―Pero Jesús,<br />

¿por qué has enviado a la casa de Doras, el fariseo puro, a Lázaro, hermano de una prostituta?<br />

¿Lázaro es tu amigo? ¡No debe serlo! ¿No sabes que está en el anatema, porque su hermana<br />

<strong>María</strong> es una prostituta?‖. Jesús: ―No conozco más que a Lázaro y sus acciones, que son<br />

honradas‖. Doras: ―Pero el mundo recuerda el pecado de esa casa y ve que su mancha se<br />

extiende sobre los amigos... ¡No vayas a esa casa! ¿Por qué no eres fariseo? Si lo deseas... yo<br />

soy poderoso... hago que te acepten como tal a pesar de que seas galileo. Puedo todo en el<br />

Sanedrín. Annás está en mis manos como este pedazo de paño de mi manto. Serías más<br />

temido‖. ■ Jesús: ―Yo quiero solo ser amado‖. Doras: ―Yo te amaré. Ves que te amo desde que<br />

te cedo, atendiendo a tu deseo, a Jonás‖. Jesús: ―He pagado por él‖. Doras: ―Es verdad, y me<br />

admiré que Tú pudieses disponer de tal cantidad‖. Jesús: ―No fui yo, sino un amigo lo hizo por<br />

Mí‖. Doras: ―Bien, bien. No quiero indagar. Ves que te amo y deseo satisfacerte. Tendrás a<br />

Jonás después de la comida. Solo por Ti hago este sacrificio...‖ y ríe en medio de su cruel risa.<br />

Jesús le mira cada vez con mayor rigor, con los brazos cruzados en el pecho. Están todavía en<br />

el jardín de los árboles, en espera de la comida. Doras: ―Me debes hacer un favor. Alegría por<br />

alegría. Te doy mi mejor siervo, me privo por lo tanto de una utilidad futura. Tu bendición, este<br />

año, (supe que viniste cuando comenzaba el calor fuerte) me dio cosechas que han hecho<br />

célebres mis posesiones. Bendice ahora mis ganados y mis campos. Para el año próximo echaré<br />

de menos a Jonás... y mientras encuentre otro igual a él, ven, bendíceme. Dame la alegría de que<br />

se hable de mí por toda la Palestina, y de tener rediles y graneros que revienten de abundancia.<br />

¡Ven!‖. Y le toma y trata de llevarle a la fuerza, poseído de su sed de oro. Jesús se opone y<br />

enérgicamente pregunta: ―¿Dónde está Jonás?‖. Doras: ―En los arados. Ha querido hacer esto<br />

por su buen patrón, pero vendrá antes de que termine la comida. Entre tanto ven a bendecir los<br />

ganados y los campos, los árboles frutales, las viñas, y los olivares... todo... todo... ¡Oh! ¡Qué<br />

fértiles serán el año que entra! Ven, pues‖. Jesús, en un tono mucho más fuerte, le pregunta:<br />

―¿Dónde está Jonás?‖. Doras: ―¡Ya te lo dije! Al frente de los arados. Es el primer siervo y no<br />

trabaja: preside‖. Jesús: ―¡Mentiroso!‖. Doras: ―¿Yo?... ¡Lo juro por Yeové!‖. Jesús:<br />

―¡Perjuro!‖. Doras: ―¿Yo?... ¿Yo perjuro? Yo soy el fiel más fiel. ¡Ten cuidado como hablas!‖.<br />

Jesús: ―¡Asesino!‖. Jesús ha levantado cada vez más fuerte la voz, y la última palabra parece<br />

como si fuese un trueno. Los discípulos se acercan a Él, los siervos se asoman por las puertas,<br />

temerosos. ■ El rostro de Jesús es formidable en su severidad. Parece como si sus ojos arrojasen<br />

rayos fosforescentes. A Doras por un momento el temor le sobrecoge. Se hace más pequeñito,<br />

como un montón de tela finísima junto a la alta persona de Jesús vestido con lana pesada de un<br />

rojo oscuro. Mas luego la soberbia se apodera otra vez de él. Doras se pone a gritar con su voz<br />

chillona (exactamente como la de los zorros): ―En mi casa yo solo doy órdenes. ¡Sal de aquí vil<br />

galileo!‖. Jesús: ―¡Saldré después de haberte maldecido a ti, tus campos, ganados, y viñas para<br />

este año y para los que vengan!‖. Doras: ―¡No, esto no! Sí, es verdad. Jonás está enfermo. Pero<br />

se ha curado. Se ha recuperado. Retira tu maldición‖. Jesús: ―¿Dónde está Jonás? Que un siervo<br />

me conduzca a él, inmediatamente. Yo pagué, y, dado que para ti es una mercancía, una<br />

máquina, tal lo considero; y, puesto que le he comprado, le quiero‖. Doras saca un silbato de oro<br />

de entre su pecho y silba tres veces. Muchos siervos de la casa y del campo acuden de todas<br />

partes; corren --encorvados hasta el punto de que casi rozan el suelo-- hasta donde está su<br />

temido dueño, que les ordena: ―¡Traedle a Jonás a éste y entregádselo! ¿A dónde vas?‖.<br />

* Jesús, todo amor, toma y lleva consigo a Jonás.- ―Doras, te pongo en manos del Dios del<br />

Sinaí”.- ■ Jesús ni siquiera responde. Camina detrás de los siervos que, presurosos, han cruzado<br />

el jardín en dirección de las casas de los campesinos. Entran en el tugurio de Jonás. Éste,<br />

realmente es un esqueleto semidesnudo, que respira fatigosamente por la fiebre sobre un lecho<br />

de cañas; como colchón, un vestido remendado; como manta, un manto todavía más roto. La<br />

joven de la otra vez le cuida como puede. Jesús: ―¡Jonás, amigó mío! ¡He venido a llevarte!‖.<br />

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Jonás: ―¿Tú?... ¡Señor mío! Me muero... ¡pero soy feliz de tenerte aquí!‖. Jesús: ―Fiel amigo,<br />

eres libre desde ahora, y no morirás aquí. Te llevo a mi casa...‖. Jonás: ―¿Libre?... ¿Por qué?...<br />

¿A tu casa? ¡Ah sí! Habías prometido que vería a tu Madre‖. Jesús es todo amor. Se inclina<br />

sobre el miserable lecho del infeliz, y le dice a Pedro: ―Pedro, tú eres fuerte. Levanta a Jonás, y<br />

vosotros dadle el manto. Este lecho es muy duro para cualquiera en estas condiciones‖. Los<br />

discípulos se despojan de sus mantos con prontitud, los doblan y vuelven a doblar y los<br />

extienden; con algunos hacen la almohada. Pedro coloca la carga de huesos y Jesús le cubre con<br />

su mismo manto y pregunta a Pedro: ―Pedro, ¿tienes dinero?‖. Pedro: ―Sí, Maestro, tengo<br />

cuarenta denarios‖. Jesús: ―Está bien. Vámonos. Ánimo, Jonás. Todavía un poco de esfuerzo y<br />

después habrá mucha paz en mi casa, cerca de <strong>María</strong>...‖. Jonás llora, en medio de su<br />

agotamiento, y exclama: ―<strong>María</strong>... sí... ¡Oh!‖. Pero no sabe más que llorar. Jesús se despide de<br />

la mujer: ―Adiós, mujer. El Señor te bendecirá por tu misericordia‖. Mujer: ―Adiós, Señor.<br />

Adiós, Jonás. Ruega, orad por mí‖. La joven llora. ■ Cuando están para salir, aparece Doras.<br />

Jonás por un momento se llena de terror y se tapa la cara. Jesús le pone una mano sobre la<br />

cabeza y sale a su lado, más severo que un juez. El miserable cortejo sale al patio, y toma el<br />

camino del jardín. Doras: ―¡Este lecho es mío! Te vendí el siervo, no el lecho‖. Jesús le arroja a<br />

los pies la bolsa sin hablar. Doras la toma, la vacía. ―Cuarenta denarios y cinco dracmas. ¡Es<br />

poco!‖. Jesús le mira al avariento y repugnante hombre en tal forma que es imposible describir<br />

su gesto. No dice nada. Doras: ―Dime al menos que retiras el anatema‖. Jesús le fulmina con<br />

una nueva mirada y una nueva frase: ―Te pongo en manos del Dios del Sinaí‖ y pasa derecho<br />

al lado de la rústica camilla que llevan Pedro y Andrés. Doras, al ver que todo es inútil, que su<br />

condena es segura, grita: ―¡Nos volveremos a ver, Jesús! ¡Oh! ¡Te tendré nuevamente entre las<br />

uñas! Te haré guerra a muerte. Llévate si quieres esa piltrafa de hombre. No me sirve más. Me<br />

ahorraré el entierro. Vete, vete. ¡Satanás maldito! A todo el Sanedrín te pondré en contra.<br />

¡Satanás, Satanás!‖.<br />

* Al soldado Publio Quintiliano: “Quien se acerca al Dios verdadero encuentra ese Bien en<br />

la otra vida donde se hace igual a Él en la beatitud”.- ■ Jesús aparenta no oír. Los discípulos<br />

están consternados. Jesús se preocupa solo de Jonás. Busca los caminos más planos y mejores<br />

hasta que llega a un cruce de campos en la propiedad de Yocana. Los cuatro campesinos corren<br />

a saludar a su amigo que parte y al Salvador que bendice. Pero desde Esdrelón hasta Nazaret el<br />

camino es largo y además no se puede ir deprisa con esa piadosa carga. Por el camino principal<br />

no se ve ningún carro o carreta. Nada. Continúan en silencio, Jonás parece que duerme, pero no<br />

abandona la mano de Jesús. Ya al atardecer, se ve un carro militar romano que los alcanza.<br />

Jesús, levantando el brazo, dice: ―En nombre de Dios, deteneos‖. Los dos soldados se detienen.<br />

Del capote extendido sobre el carro, el comandante, un hombre todo pomposo, saca la cabeza y<br />

pregunta a Jesús: ―¿Qué quieres?‖. Jesús: ―Tengo a un amigo que se está muriendo. Os pido<br />

para él un lugar en el carro‖. Comandante: ―No se podría... pero sube. Tampoco somos perros‖.<br />

Suben la camilla. Comandante: ―¿Tu amigo?... ¿Quién eres?‖. Jesús: ―Jesús de Nazaret‖.<br />

Comandante: ―¿Tú? ¡Oh!...‖el oficial le mira con curiosidad. ―Entonces, si Tú eres... subid<br />

cuantos podáis. Basta con que no os asoméis... así son las órdenes... pero sobre las órdenes está<br />

el ser humano, ¿o no?... y Tú eres bueno. Lo sé. Nosotros, los soldados, sabemos todo. ¿Cómo<br />

lo sé?... Hasta las piedras hablan, bien y mal; y nosotros tenemos oídos para oírlas, para servir al<br />

César. Tú no eres un falso Mesías como los anteriores, sediciosos, rebeldes. Tú eres bueno.<br />

Roma lo sabe. Este hombre... está muy enfermo‖. Jesús: ―Por eso le llevo a la casa de mi<br />

Madre‖. Comandante: ―¡Uhmm! ¡Poco tendrá que cuidarle! Dale un poco de vino de esa<br />

cantimplora... Tú, Aquila, arrea los caballos y... tu Quinto dame las raciones de miel y de<br />

mantequilla. Es mía pero le hará bien. Tiene mucha tos y la miel le hace bien‖. Jesús: ―Eres<br />

bueno‖. Comandante: ―No. Soy menos malo que muchos. Estoy contento de tenerte conmigo.<br />

Acuérdate de Publio Quintiliano de la Itálica (1). Estoy en Cesarea. Pero ahora voy a<br />

Tolemaide. Inspección de orden‖. Jesús: ―No estás en enemistad conmigo‖. Publio: ―¿Yo?<br />

Enemigo de los malos, jamás de los buenos. Querría también yo ser bueno. ■ Dime: ¿qué<br />

doctrina predicas, para nosotros los hombres de armas?‖. Jesús: ―La doctrina es única para<br />

todos. Justicia, honradez, continencia, piedad. Ejercer el propio oficio sin abusos. Aun en los<br />

duros momentos de las armas, no olvidar el ser humanos. Buscar conocer la Verdad, o sea a<br />

Dios Uno y Eterno, sin cuyo conocimiento cualquier acción está privada de gracia y por lo tanto<br />

95


del premio eterno‖. Publio: ―Y cuando esté muerto, ¿qué me interesa el bien hecho?‖. Jesús:<br />

―Quien se acerca al Dios verdadero encuentra ese Bien en la otra vida‖. Publio: ―¿Vuelvo a<br />

nacer? ¿me convierto en tribuno o aun en emperador?‖. Jesús: ―No. Te haces igual a Dios al<br />

unirte con Él en su eterna beatitud en el Cielo‖. Publio: ―¿Cómo? ¿En el Olimpo?... ¿Entre<br />

los dioses?‖. Jesús: ―No existen los dioses. Existe el Dios verdadero. El que yo predico. El que<br />

te oye y pone señal en tu bondad y en tu deseo de conocer el Bien‖. Publio: ―¡Esto me basta! No<br />

sabía que Dios se pudiese ocupar de un pobre soldado pagano‖. Jesús: ―Él te creó, Publio. Por<br />

eso te ama y querría que estuvieses con Él‖. Publio: ―¡Eh!... ¿Por qué no?... nadie nos habla de<br />

Dios jamás...‖. Jesús: ―Iré a Cesarea y me escucharás‖. Publio: ―¡Sí, iré a oírte! Allá está<br />

Nazaret. Querría servirte algo más. Pero si me ven...‖. Jesús: ―Desciendo y te bendigo por tu<br />

buen corazón‖. Publio: ―Salve, Maestro‖. Jesús: ―El Señor se os muestre. ¡Adiós, soldados!‖.<br />

* Jonás muere en el lecho de José entre Jesús y <strong>María</strong>.- ■ Descienden y vuelven a caminar.<br />

Jesús le dice para animarle: ―Jonás, en breve vas a descansar‖. Jonás sonríe. Cada vez más<br />

tranquilo, a medida que la tarde va cayendo y que está seguro de estar lejos de Doras. Juan con<br />

su hermano se adelanta corriendo para avisar a <strong>María</strong>. Y, cuando la pequeña comitiva llega a<br />

Nazaret, que está casi desierta al caer de la tarde, <strong>María</strong> está ya en las afueras esperando a su<br />

Hijo. ―Madre, aquí está Jonás. Se acoge a tu dulzura para comenzar a gustar el Paraíso. ¡Feliz<br />

Jonás!‖. Jonás, extenuado, como en éxtasis, murmura: ―¡Feliz, feliz!‖. Se le lleva a la<br />

habitación en donde murió José. Jesús: ―Estás en el lecho de mi padre. Y aquí está mi mamá y<br />

Yo. ¿Ves? Nazaret se convierte en Belén, y tú ahora eres el pequeño Jesús entre dos que te<br />

aman, y ellos son los que veneran en ti al siervo fiel. No ves los ángeles, pero revolotean a tu<br />

alrededor con alas de luz y cantan las palabras del canto navideño...‖. Jesús derrama su dulzura<br />

sobre el pobre Jonás que poco a poco va debilitándose. ■ Parece como si hubiese resistido hasta<br />

este momento para morir aquí. Pero es feliz. Sonríe, trata de besar la mano de Jesús, la de<br />

<strong>María</strong>, y de decir, decir... pero la falta de aliento quiebra sus palabras. <strong>María</strong>, cual Madre, lo<br />

conforta. Él repite: ―Sí... sí‖, con una sonrisa en su cara de esqueleto. Los discípulos<br />

conmovidos miran desde la puerta del huerto. Jesús: ―Dios ha escuchado tu largo deseo. La<br />

estrella de tu larga noche se convierte ahora en la estrella de tu eterno amanecer. ¿Sabes su<br />

nombre?‖. Jonás: ―Jesús, ¡el tuyo! ¡Oh! ¡Jesús! Los ángeles... ¿Quién está cantándome el himno<br />

angelical? Mi alma oye... pero también mis oídos lo quieren oír. ¿Quién lo canta para hacerme<br />

feliz?... ¡Tengo mucho sueño! Me he cansado mucho. ¡Muchas lágrimas... muchos insultos!...<br />

Doras... Yo... le perdono... pero no quiero oír su voz y la oigo... Es como la voz de Satanás junto<br />

a mi agonía. ¿Quién me cubre esa voz con palabras venidas del paraíso?‖. Es <strong>María</strong> que con la<br />

misma melodía de su canción de cuna entona dulcemente la canción que compuso a Jesús Niño:<br />

―Gloria a Dios en los altos Cielos y paz a los hombres de acá abajo‖. Y lo repite dos o tres<br />

veces porque ve que Jonás se ha tranquilizado al oírla. ■ Después de un poco de tiempo, dice:<br />

―¡No habla más Doras! Solo los ángeles... era un Niño... en un pesebre... entre un buey y un<br />

asno... y era el Mesías y yo le adoré... y con Él estaban José y <strong>María</strong>...‖ la voz se apaga en un<br />

breve murmullo y sigue un silencio. Jesús: ―¡Paz en el Cielo al hombre de buena voluntad! ¡Ha<br />

muerto! Le pondremos en nuestro pobre sepulcro. Merece que espere la resurrección de los<br />

muertos junto a mi justo padre‖. Y mientras <strong>María</strong> de Alfeo, a quien alguien ha avisado entra,<br />

todo termina. (Escrito el 15 de febrero de 1945).<br />

······································<br />

1 Nota : Cfr. Personajes de la Obra magna: Romanos/as.<br />

---------------------000----------------------<br />

2-112-193 (2-79-686).- J. Iscariote que, en el mercado de Jericó, pregunta al alcabalero Zaqueo<br />

sobre una mujer velada, se topa con Jesús y apóstoles.- En Betania, con Lázaro y Marta.<br />

* Zaqueo compra un brazalete a la mujer velada por la que Judas se interesa.- ■ La plaza<br />

del mercado del Jericó, con sus árboles, con sus mercaderes gritando. En una esquina, el<br />

recaudador Zaqueo, ocupado en sus transacciones legales e ilegales; probablemente también se<br />

ocupa en comprar y vender joyas porque veo que pesa e indica el valor de collares y objetos de<br />

metal finos; no sé si se los dan en vez de monedas por no pagar de otra forma los impuestos o si<br />

se los venden por otras necesidades. ■ Le toca el turno a una mujer delgada, toda cubierta por<br />

un gran manto de color pardo. También tiene la cara cubierta con un velo de algodón grueso y<br />

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de color amarillo que no deja que se le vea. No se nota más que la delgadez de su cuerpo, que se<br />

manifiesta tal a pesar de toda esa vestidura que la envuelve. Debe ser joven, al menos a juzgar<br />

por esa mínima parte que de ella se ve, o sea, una mano que por un momento sale por debajo del<br />

manto para entregar un brazalete de oro, y los pies, calzados con sandalias no muy sencillas,<br />

cubiertas con cuero, que llevan un entramado de correas que dejan ver solo los dedos, lisos y<br />

juveniles, y un poco del tobillo, delgado y blanquísimo. Da su brazalete sin decir palabra<br />

alguna, recibe el dinero sin objetar y se va. Ahora caigo en la cuenta que tiene a sus espaldas a<br />

Iscariote que atentamente la observa; y me doy cuenta también de que, cuando hace ademán<br />

para irse, Judas le dice una palabra que no logro coger. Pero ella, como si fuese una muda, no<br />

responde y se va ligera. Judas pregunta a Zaqueo: ―¿Quién es?‖. Zaqueo: ―No pregunto a los<br />

clientes su nombre, sobre todo cuando son buenos como ésa‖. Iscariote: ―Es joven, ¿verdad?‖.<br />

Zaqueo: ―Así parece‖. Iscariote: ―¿Pero es judía?‖. Iscariote: ―Y ¿quién lo va a saber? ¡El oro<br />

es amarillo en todos los países!‖. Iscariote: ―Déjame ver el brazalete‖. Zaqueo: ―¿Lo quieres<br />

comprar?‖. Iscariote: ―No‖. Zaqueo: ―Pues entonces nada. ¿Qué piensas, que uno se va a poner<br />

a hablar con ella?‖. Iscariote: ―Quería ver si lograba saber quién es...‖. Zaqueo: ―¿Tanto te<br />

interesa? ¿Eres nigromante que adivina, o perro de caza que sigue el olor? ¡Déjalo y olvídate de<br />

ello! Si es así, o es honrada e infeliz o está leprosa. Por tanto... no hay nada que hacer‖. Iscariote<br />

responde con desprecio: ―No tengo hambre de mujeres‖. Zaqueo: ―Así será... pero, con esa cara,<br />

me cuesta creerlo. Bueno, si no querías más que eso, apártate; tengo a otras personas a las que<br />

servir‖. ■ Judas se va enojado y pregunta a un vendedor de pan y a uno de fruta si conocen a la<br />

mujer que les había antes comprado pan y manzanas, y si saben dónde vive. No lo saben y<br />

responden: ―Hace tiempo que viene, cada dos o tres días, pero no sabemos dónde está‖. Iscariote<br />

insiste: ―¿Pero cómo habla?‖. Los dos se echan a reír y uno de ellos responde: ―Con la lengua‖.<br />

Judas les dice unas palabras insolentes y se marcha...<br />

* Imprevisto encuentro de Judas con Jesús y apóstoles. Pedro ironiza sobre los viñedos y<br />

la vendimia de J. Iscariote.-■... Y va a caer justo en medio del grupo de Jesús y de los suyos<br />

que vienen a comprar pan y alimentos para la comida de todos los días. La sorpresa es mutua<br />

y... no muy entusiasta. Jesús se limita a decir: ―¿Estás aquí?‖ y, mientras Judas masculla entre<br />

dientes alguna cosa, Pedro rompe en una clamorosa carcajada: ―Eso es: estoy ciego y soy<br />

incrédulo; no veo las viñas, y no creo en el milagro‖. Dos o tres discípulos preguntan: ―Pero<br />

¿qué dices?‖. Pedro: ―Digo la verdad. Aquí no hay viñedos. Y no puedo creer que Judas, aquí,<br />

entre este polvo, vendimie, solo porque es discípulo del Rabí‖. Iscariote responde secamente:<br />

―Hace tiempo que la vendimia terminó‖. Concluye Pedro: ―Y Keriot está lejos a muchas millas<br />

de distancia‖. Iscariote: ―Tú enseguida me atacas. No me aprecias‖. Pedro: ―No. Soy menos<br />

tonto de lo que tú quisieras‖. Jesús corta no sin severidad: ―¡Basta!‖.■ Se vuelve a Judas: ―No<br />

pensaba encontrarte aquí. Te creía cuando menos en Jerusalén para los Tabernáculos‖. Iscariote:<br />

―Mañana me voy. Estaba yo esperando a un amigo de la familia que...‖. Jesús: ―Por favor,<br />

basta‖. Iscariote: ―¿No me crees Maestro? Te juro que yo...‖. Jesús: ―No te he preguntado nada<br />

y te ruego que no digas nada. Estás aquí y basta. ¿Puedes venir con nosotros o todavía tienes<br />

asuntos que resolver? Responde con franqueza‖. Iscariote: ―No... he terminado. Total, ese al<br />

que me refería no viene y yo voy para la fiesta de Jerusalén. Y ¿tú a donde vas?‖. Jesús: ―A<br />

Jerusalén‖. Iscariote: ―¿Hoy mismo?‖. Jesús: ―Esta tarde estaré en Betania‖. Iscariote: ―¿En<br />

casa de Lázaro?‖. Jesús: ―Donde Lázaro‖. Iscariote: ―Entonces voy yo también‖. Jesús: ―Pues<br />

ven hasta Betania. Luego, Andrés con Santiago de Zebedeo y Tomás irán a Getsemaní a<br />

preparar las cosas y esperarnos a todos nosotros, y tú iras con ellos”. Jesús marca en tal forma<br />

las palabras que Judas no reacciona. Pedro pregunta: ―¿Y nosotros?‖. Jesús: ―Tú, mis primos y<br />

Mateo iréis a donde os voy a mandar, para volver por la tarde. Juan, Bartolomé, Simón y Felipe<br />

se quedarán conmigo, o sea, irán por Betania a anunciar que el Rabí ha llegado...‖.<br />

* Lázaro llora por su hermana Magdalena.- ■ Caminan veloces por los campos desnudos.<br />

Sopla aire de tempestad, no en el cielo sereno sino en los corazones, y todos lo perciben y<br />

marchan en silencio. Al llegar a Betania, viniendo de Jericó, la casa de Lázaro es de las<br />

primeras, Jesús despide al grupo que debe ir a Jerusalén; después al otro, al que manda hacia<br />

Belén, diciendo: ―Id seguros. Encontraréis a mitad de camino a Isaac, Elías y a los demás.<br />

Decidles que estaré en Jerusalén muchos días y que los espero para bendecirlos‖.■ Entre tanto,<br />

Simón ha llamado a la puerta y le han abierto. Los siervos dan aviso a Lázaro, que acude. Judas<br />

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Iscariote, que se había adelantado algunos metros, vuelve atrás con la excusa de decirle a Jesús:<br />

―Te he disgustado, Maestro, lo entiendo, perdóname‖ y aprovecha para mirar de refilón hacia la<br />

casa por la puerta abierta en el jardín. Jesús: ―Sí, de acuerdo. ¡Vete, vete! No hagas esperar a los<br />

compañeros‖. Judas se ve obligado a irse. Pedro murmura: ―Esperaba que hubiera un cambio de<br />

órdenes‖. Jesús: ―Eso, jamás, Pedro. Sé lo que hago. Compadécete de ese hombre...‖. Pedro:<br />

―Trataré de hacerlo pero no prometo... Adiós, Maestro. Ven, Mateo, y vosotros dos. Vámonos<br />

ligeros‖. Jesús: ―Mi paz sea con vosotros‖. ■ Jesús entra con los cuatro restantes y, después de<br />

dar el beso a Lázaro, presenta a Juan, Felipe y Bartolomé. Después les dice que se retiren y se<br />

queda sólo con Lázaro. Se dirigen a la casa. Esta vez, bajo el hermoso portal, hay una mujer. Es<br />

Marta. Es alta aunque no tanto como su hermana Magdalena, morena mientras la otra es rubia y<br />

de tez sonrosada; pero también es bella con su cuerpo armónicamente grueso, bien modelado, de<br />

cabeza menuda y cabellera muy oscura, bajo la cual presenta frente morena y lisa y dos ojos<br />

dulces y suaves, grandes entre las pestañas oscuras. Tiene la nariz ligeramente encorvada hacia<br />

abajo y una boca pequeña, muy roja entre el color moreno de las mejillas. Sonríe mostrando<br />

unos dientes fuertes y blanquísimos. Viste de lana color azul marino, con galones en rojo y<br />

verde oscuro en torno al cuello y a los dos extremos de las amplias mangas, cortas, hasta el<br />

codo, de las que salen otras mangas de lino blanco y finísimo amarradas a la muñeca por un<br />

cordoncillo que las recoge; esta camisita finísima y blanca, ceñida con un cordón, sobresale<br />

también por la parte alta del pecho, a la altura del cuello; lleva por cinturón una banda azul, roja<br />

y verde, de paño muy fino, que le llega hasta las caderas y le cuelga del lado izquierdo con una<br />

borla de flecos; un vestido rico y casto. Lázaro: ―Tengo una hermana, Maestro. Es ésta. Se<br />

llama Marta. Es buena y piadosa, el consuelo y la honra de la familia, y la alegría del pobre<br />

Lázaro. Antes era mi primera y única alegría, pero ahora es mi segunda, porque la primera eres<br />

Tú‖. Marta se postra hasta el suelo y besa la orla del vestido de Jesús, que le dice: ―Paz a la<br />

hermana buena y a la mujer casta. ¡Levántate!‖. Marta se levanta y entra en la casa con Jesús y<br />

Lázaro. Luego solicita ausentarse para las labores domésticas. Lázaro murmura: ―Es mi paz...‖,<br />

y mira a Jesús. Es una mirada investigadora, que Jesús, no obstante, muestra no haber visto. ■<br />

Lázaro pregunta: ―¿Y... Jonás?‖. Jesús: ―Ha muerto‖. Lázaro: ―¿Muerto? Entonces...‖. Jesús:<br />

―Cuando le he conseguido estaba ya muriéndose. Pero ha muerto libre y feliz en mi casa, en<br />

Nazaret, entre mi Madre y Yo‖. Lázaro: ―¡Doras te le ha acabado antes de entregártele!‖. Jesús:<br />

―De fatiga, sí, y también de golpes...‖. Lázaro: ―Es un demonio y te odia. Odia a todo el mundo<br />

esa hiena... ¿No te dijo que te odiaba?‖. Jesús: ―Me lo dijo‖. Lázaro: ―Desconfía de él, Jesús. Es<br />

capaz de todo, Señor... ¿qué te ha dicho Doras? ¿No te ha dicho que evites mi compañía? ¿No te<br />

ha dado una imagen ignominiosa del pobre Lázaro?‖. Jesús: ―Creo que me conoces<br />

suficientemente para comprender que Yo juzgo por Mí y con justicia, y que cuando amo lo hago<br />

sin pensar en si ese amor puede hacerme bien o mal según las luces del mundo‖. Lázaro: ―Pero<br />

este hombre es cruel y atroz en herir y dañar... Me ha torturado hace unos días con su visita y<br />

con sus palabras... ¡Oh... es mucho ya mi tormento!, ¿por qué privarme también de Ti?‖. Jesús:<br />

―Soy el consuelo de los atormentados y el compañero de los abandonados. He venido a ti<br />

también por esto‖. Lázaro: ―¡Ah! Entonces sabes que...¡Oh, vergüenza mía!‖. Jesús: ―No. ¿Por<br />

qué tuya? Lo sé. ¿Y qué? ¿Te despreciaré porque sufres? Yo soy misericordia, paz, perdón y<br />

amor para todos, ¿cuánto más para los inocentes? Tú no tienes el pecado por el que sufres.<br />

¿Estaría bien que me ensañase contra ti, si tengo piedad también de ella?”. Lázaro: ―¿La has<br />

visto?‖. Jesús: ―Sí. No llores‖. Mas Lázaro, con la cabeza reclinada encima de sus brazos<br />

cruzados y apoyados sobre una mesa, llora dolorosamente. Se asoma Marta y mira. Jesús le hace<br />

seña de que se esté callada. Y ella se retira con lágrimas que le caen silenciosamente. Lázaro<br />

poco a poco se calma. Se siente humillado por su debilidad. Jesús le consuela. Luego, viendo<br />

que su amigo desea estar solo un momento, sale al jardín y pasea entre las pequeñas veredas<br />

donde una que otra rosa purpúrea todavía se ve.<br />

* ―Marta, perdona a tu hermana Magdalena y háblala de Mí... Mi Nombre es salvación”.-<br />

■ Pasado un poco, Marta se acerca a Él. ―Maestro... ¿Lázaro te ha dicho?‖. Jesús:―Sí, Marta‖.<br />

Marta: ―Lázaro no es capaz de hallar consuelo desde que sabe que Tú lo sabes y que la viste‖.<br />

Jesús: ―¿Cómo lo supo?‖. Marta: ―Primero, aquel hombre que estaba contigo y que se dice tu<br />

discípulo, ese joven, alto, moreno y sin barba... luego Doras. Éste nos ha fustigado con su<br />

desprecio; el otro dijo solo que la habías visto en el lago... con sus amantes...‖. Jesús: ―¡Pero no<br />

98


lloréis por esto! ¿Creéis que Yo ignoraba vuestra herida? La sabía desde cuando Yo estaba con<br />

el Padre... No te aflijas, Marta. Levanta tu corazón y tu frente‖. Marta: ―Ruega por ella,<br />

Maestro. Yo oro... pero no sé perdonar completamente y tal vez el Eterno rechaza mi oración‖.<br />

Jesús: ―Has dicho bien: es menester perdonar para ser perdonados y escuchados. Yo ruego por<br />

ella. Pero dame tu perdón y el de Lázaro. Tú, buena hermana, puedes hablar y obtener todavía<br />

más que Yo. Su herida está demasiado abierta y le escuece demasiado como para que algo la<br />

roce, aunque sea mi mano. Tú puedes hacerlo. Dadme vuestro perdón completo, santo... y Yo lo<br />

haré...‖. Marta: ―¿Perdonar?... No podremos. Nuestra madre murió de dolor por sus malas<br />

acciones, y... eran de poca importancia en comparación de las actuales. Veo los tormentos que<br />

sufrió mi madre... los tengo presentes. Y veo que Lázaro sufre‖. Jesús: ―Está enferma, Marta,<br />

está loca. ¡Perdónala!‖. ■ Marta: ―Esta endemoniada, Maestro‖. Jesús: ―¿Y qué es la posesión<br />

diabólica, sino una enfermedad del espíritu contagiado por Satanás hasta el punto de convertirse<br />

en un ser espiritualmente diabólico? De otro modo, ¿cómo explicarías ciertas perversiones en<br />

los humanos, perversiones que hacen al hombre una bestia peor que cualquiera de ellas, más<br />

libidinosa que los monos en calor, etc., y hacen de él un ser híbrido, en el que se hallan<br />

fundidos el hombre y el animal y el demonio? Esta es la explicación de lo que nos asombra<br />

como una monstruosidad inexplicable en tantas criaturas. No llores. Perdona. Yo veo. Porque<br />

tengo una vista más alta que la del ojo y del corazón. Tengo vista de Dios. Veo, te digo:<br />

Perdona porque está enferma‖. Marta: ―Entonces... ¡cúrala!‖. Jesús: ―La curaré. Ten fe. Te haré<br />

feliz. Perdona y di a Lázaro que lo haga. Perdónala. Vuélvela a amar. Acércate a ella. Háblale<br />

como si fuese una como tú. ■ Háblale de Mí...‖. Marta: ―¿Cómo quieres que te entienda a Ti,<br />

que eres Santo?‖. Jesús: ―Parecerá que no comprende. Pero mi Nombre de por sí ya es<br />

salvación. Haz que piense en Mí y me llame. ¡Oh!, Satanás huye cuando mi Nombre es pensado<br />

por un corazón. Sonríe, Marta, ante esta esperanza. Mira esta rosa: la lluvia de los días pasados<br />

la había ajado, pero el sol de hoy la ha vuelto a abrir; y así es aún más hermosa, porque la lluvia<br />

que ha quedado entre pétalo y pétalo la enjoya de diamantes. Así sucederá en vuestra casa...<br />

llanto y dolor, ahora; después... alegría y gloria. Vete. Dilo a Lázaro mientras Yo, en la paz del<br />

jardín, ruego al Padre por <strong>María</strong> y por vosotros...‖. Todo termina aquí. (Escrito el 19 de Febrero<br />

de 1945).<br />

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2-113-199 (2-80-692).- Después de la fiesta de los Tabernáculos, regreso a Betania.- Lázaro le<br />

habla de J. de Arimatea, Nicodemo, del Sanedrín y de J. Iscariote (un camaleón).<br />

* “Lázaro, no tengo nada contra los poderosos. He venido para los pobres y para los que<br />

sufren en el alma y en el cuerpo”.- ■ Nuevamente Jesús está en casa de Lázaro. Por lo que<br />

oigo, comprendo que los Tabernáculos ya se han celebrado y que Jesús ha regresado a Betania<br />

por insistencia de su amigo, que no quiere verse separado de Él. También caigo en la cuenta que<br />

Jesús está con Simón y Juan, y que los demás están esparcidos en diversos lugares. Y, en fin,<br />

comprendo que ha habido encuentro de amigos, todavía fieles a Lázaro, invitados por él para<br />

dar a conocer a Jesús. Comprendo todo esto porque Lázaro continúa --con más detalle--<br />

ilustrando las características morales de cada uno. ■ Así, al hablar de José de Arimatea, lo<br />

define como: ―un hombre justo y verdadero israelita‖. Dice: ―No se atreve a decirlo --porque<br />

teme al Sanedrín, que ya te odia, y del cual forma parte--, pero espera que Tú seas el Predicho<br />

por los Profetas. Él mismo me ha pedido venir para conocerte y juzgar acerca de Ti en primera<br />

persona, puesto que no le parecía justo lo que de Ti tus enemigos decían... Hasta de Galilea han<br />

venido fariseos para acusarte de pecado. Pero José juzgó de este modo: «Quien <strong>obra</strong> milagros<br />

tiene a Dios consigo. Quien tiene a Dios no puede estar en pecado; es más, debe ser alguien<br />

amado por Dios». Y querría verte en su casa de Arimatea. Me ha dicho que te lo proponga. Y yo<br />

te pido que escuches su petición, que también es mía‖. Jesús: ―He venido para los pobres y para<br />

los que sufren en el alma y en el cuerpo, más que para los poderosos que ven en Mí solo un<br />

objeto de interés. Iré a la casa de José. No tengo nada en contra de los poderosos. ■ Un<br />

discípulo mío, ese que por curiosidad y por darse importancia vino a tu casa sin orden mía -pero<br />

es un joven y se ha de ser indulgente con él--, es testigo de mi respeto para con las castas<br />

reinantes que se autoproclaman «las defensoras de la Ley» y...--dan a entender-- «las tutoras del<br />

Altísimo». ¡Oh, está claro que el Altísimo se sostiene Él solo! Ninguno entre los doctores ha<br />

99


100<br />

tenido jamás el respeto que Yo he tenido hacia los oficiales del Templo‖. Lázaro: ―Lo sé y esto<br />

lo saben muchos, y muchos... pero tan sólo los mejores llaman justo a este acto. Los demás lo<br />

llaman...«hipocresía»‖. Jesús: ―Cada uno da lo que tiene de sí, Lázaro‖. Lázaro: ―Es verdad.<br />

Ve, no obstante, a la casa de José. Él desearía que fueras para el próximo sábado‖. Jesús: ―Iré.<br />

Se lo puedes comunicar‖.<br />

* Según Nicodemo, Iscariote es un camaleón que toma el color del lugar.- ■ Lázaro:<br />

―También Nicodemo es bueno. Es más... me dijo... Bueno, ¿puedo decirte un juicio sobre uno<br />

de tus discípulos?‖. Jesús: ―Dilo. Si es justo, lo que dice será cierto; si injusto, criticará una<br />

conversión, porque el Espíritu da luz al espíritu del hombre si es hombre recto; y el espíritu del<br />

hombre, guiado por el Espíritu de Dios, tiene sabiduría sobrehumana y lee la verdad de los<br />

corazones‖. Lázaro: ―Me dijo: «No critico la presencia de los ignorantes ni de los publicanos<br />

entre los discípulos del Mesías. Pero no juzgo digno de estar entre los suyos a aquél que no sé si<br />

está con Él o contra Él, como un camaleón que toma el color del lugar en donde se encuentra»‖.<br />

Jesús: ―Es Judas Iscariote. Lo sé. Pero creedme todos: la juventud es vino que fermenta y<br />

luego se purifica. Cuando fermenta aumenta de volumen y hace espuma y se derrama por todas<br />

partes debido a la exhuberancia de su fuerza. El viento de primavera sopla por todas partes, y<br />

parece un loco arrancador de hojas; y, no obstante, debemos estarle agradecidos por ser<br />

fecundador de flores. Judas es vino y viento, pero malvado no lo es. Su modo de ser desorienta<br />

y turba, hasta molesta y hace sufrir; pero no todo en él es malvado... es un potro de sangre<br />

ardiente‖. Lázaro: ―Tú lo dices... Yo no soy competente para juzgarle. De él me queda la<br />

amargura de haberme dicho de que Tú la habías visto...‖. ■ Jesús: ―Sí. Pero esa amargura se<br />

mitiga ahora con miel, por mi promesa...‖. Lázaro: ―Sí. Pero recuerdo aquel momento. El<br />

sufrimiento no se olvida aunque ya hubiera cesado‖. Jesús: ―¡Lázaro! ¡Lázaro! Tú te turbas por<br />

demasiadas cosas... ¡y tan mezquinas! Deja que pasen los días: pompas de aire que se esfuman y<br />

que no vuelven con sus colores alegres o tristes; y mira al Cielo, que no desaparece y que es<br />

para los justos‖. Lázaro: ―Sí, Maestro y Amigo. No quiero juzgar por qué Judas está contigo, ni<br />

por qué le tienes contigo. Rogaré para que no te haga daño‖. Jesús sonríe y todo termina.<br />

(Escrito el 20 de Febrero de 1945).<br />

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2-114-204 (2-81-698).-En el convite de José de Arimatea, encuentro con Gamaliel, Nicodemo y<br />

unos sinedristas.-El cargo y la santidad.- El milagro y la santidad.- La fe de Gamaliel y la señal.<br />

* “¿El milagro es prueba de santidad?... Los sacerdotes deben tener Verdad y doctrina<br />

además del cargo”.- (Jesús, acompañado de Tomás y Simón Zelote, respondiendo a la<br />

invitación de José de Arimatea, ha llegado a la casa de éste. Aquí se encuentra, además de con<br />

Lázaro, con otros invitados: Nicodemo, Félix y Simón --miembros del Sanedrín--, Cornelio y<br />

un tal Juan. Una vez que ha llegado Gamaliel, se sientan a la mesa). ■ Gamaliel está sentado en<br />

el centro de la mesa entre Jesús y José. Junto a Jesús está Lázaro y junto a José, Nicodemo.<br />

Empieza la comida después de las preces rituales, que Gamaliel recita después de un<br />

intercambio oriental de cortesías entre los tres principales personajes, esto es, Gamaliel, Jesús y<br />

José. Gamaliel es un hombre de porte muy digno, pero no orgulloso. Prefiere escuchar que<br />

hablar. Se ve que medita cada una de las palabras de Jesús, y le mira frecuentemente con sus<br />

negros, profundos y severos ojos. Cuando Jesús se calla porque el tema se ha agotado, Gamaliel<br />

con una pregunta oportuna enciende la conversación. Lázaro en un primer momento se<br />

encuentra un poco sin saber qué hablar, pero luego toma confianza y participa en la<br />

conversación. Hasta que la comida está casi acabada no se hacen alusiones directas a la<br />

personalidad de Jesús. ■ Se enciende entonces, entre Félix y Lázaro, a quien se une a apoyarle<br />

Nicodemo, y, en fin, el otro invitado de nombre Juan, una discusión acerca de los milagros<br />

como prueba a favor o en contra de un individuo. Jesús guarda silencio. Se le nota una sonrisa<br />

hasta cierto punto misteriosa, pero no dice nada. También Gamaliel calla. Tiene un codo<br />

apoyado sobre el lecho y la mirada fijamente intensa en Jesús. Parece como si quisiera descifrar<br />

alguna palabra sobrenatural, escrita en la piel pálida y lisa del rostro de Jesús, rostro del que<br />

parece estar analizando cada una de las fibras. ■ Félix sostiene que la santidad de Juan Bautista<br />

es innegable, y de esta santidad de la que nadie discute ni duda saca una conclusión<br />

desfavorable a Jesús de Nazaret, autor de muchos y famosos milagros. Concluye: ―El milagro


101<br />

no es prueba de santidad, porque no se ve en la vida del Profeta Juan, y nadie en Israel lleva una<br />

vida como la suya: ni banquetes, ni amistades, ni comodidades; sí sufrimientos y prisiones por<br />

el honor de la Ley; soledad, porque, aunque sí tiene discípulos, ni siquiera convive con ellos, y<br />

encuentra culpas incluso en los más honrados y a todos alcanzan sus invectivas. Mientras que...<br />

la verdad es que el Maestro de Nazaret aquí presente, ha hecho, es verdad, milagros, pero veo<br />

que aprecia como los demás lo que la vida ofrece, y no rechaza amistades --y... perdona si esto<br />

te lo dice uno de los Ancianos del Sanedrín--, se muestra demasiado dispuesto a dar, en nombre<br />

de Dios, perdón y amor a los pecadores públicos y señalados con anatema. No lo deberías hacer,<br />

Jesús‖. Jesús, sonríe pero no habla. Lázaro responde por Él: ―Nuestro poderoso Señor es libre<br />

de dirigir a sus siervos como quiere y a donde quiere. A Moisés le concedió el milagro; a Aarón,<br />

su primer pontífice, no se lo concedió. ¿Qué decir entonces? ¿Qué conclusión sacas? ¿El uno es<br />

más santo que el otro?‖. Felix responde: ―Ciertamente‖. Lázaro: ―Entonces el más santo es<br />

Jesús, que hace milagros‖. Félix ha perdido la brújula, pero acude a un último subterfugio: ―A<br />

Aarón se le había concedido el pontificado. Era suficiente‖. ■ Nicodemo responde: ―No amigo.<br />

El Pontificado es un cargo santo, pero no es más que cargo. No siempre y no todos los<br />

pontífices de Israel han sido santos: lo cual no quita el que fueran pontífices, aunque no fueran<br />

santos‖. Félix exclama: ―¡No querrás decir que el sumo Sacerdote sea un hombre privado de<br />

gracia!...‖. Interviene el que se llama Juan: ―Felix, no entremos en el fuego que quema. Yo, tú,<br />

Gamaliel, José, Nicodemo, todos, sabemos muchas cosas...‖. Félix está escandalizado: ―Pero<br />

¡cómo!... pero ¡cómo! ¡Gamaliel, intervén!...‖. Los tres, que discuten acaloradamente contra<br />

Félix, dicen: ―Si es justo, dirá la verdad que no quieres oír‖. José trata de poner paz. Jesús no<br />

dice nada, lo mismo que Tomás, Zelote y el otro Simón, amigo de José. Gamaliel parece que<br />

está jugando con las cintas de su vestido, pero mira de arriba abajo a Jesús. Félix grita: ―¡Habla<br />

pues Gamaliel!‖. Dicen los tres: ―Sí ¡Habla! ¡Habla!‖. Gamaliel responde: ―Yo digo: las<br />

debilidades de la familia se tienen ocultas‖. Félix grita: ―No es una respuesta. Parece como si<br />

confesases que hay culpas en la casa del pontífice‖. Los tres le replican: ―Es boca que dice<br />

verdad‖. ■ Gamaliel se pone derecho y se vuelve a Jesús: ―Aquí está el Maestro que eclipsa a<br />

los más doctos. Que Él dé su opinión‖. Jesús dice: ―Tú lo deseas. Obedezco. Yo digo: el hombre<br />

es hombre; el cargo o misión va más allá del hombre; pero el hombre investido de un cargo, es<br />

capaz de cumplirlo como superhombre cuando, por vivir una vida santa, tiene a Dios por<br />

amigo. Él es quien dijo: «Tú eres sacerdote según el orden que Yo te he dado». ¿Qué está<br />

escrito en el Racional? (Éx. 28,15-30; Lev.8,8). «Doctrina y Verdad». Esto deberían poseer los<br />

pontífices. A la doctrina se llega por medio de una meditación constante, dirigida a conocer al<br />

Sapientísimo; a la Verdad, con la fidelidad absoluta al Bien. El que juega con el Mal entra en la<br />

Mentira y pierde la Verdad‖. Gamaliel exclama admirado: ―¡Bien has respondido! Como un<br />

gran Rabí. Yo, Gamaliel. Te lo digo. Me superas‖. ■ Félix estalla: ―Entonces, que Éste aclare<br />

por qué Aarón no hizo milagros y Moisés sí‖. Jesús, interpelado, responde: ―Porque Moisés<br />

debía imponerse sobre la masa oscura y pesada, y hasta contraria, de los israelitas, y debía llegar<br />

a tener una autoridad moral sobre ellos que fuera capaz de doblegarlos a la voluntad de Dios. El<br />

hombre es el eterno salvaje y el eterno niño. Se admira de lo que sale de las reglas. Tal cosa es<br />

el milagro. Es una luz agitada ante las pupilas cerradas; es un sonido que resuena junto a los<br />

oídos tapados: despierta, atrae la atención, hace decir: «Aquí está Dios»‖. Félix rebate: ―Lo<br />

dices a favor tuyo‖. Jesús: ―¿A favor mío? ¿Y qué me añado haciendo milagros? ¿Puedo parecer<br />

más alto si pongo una hoja de hierba bajo mis pies? Así es el milagro con respecto a la<br />

santidad. Hay santos que jamás hicieron milagros. Hay magos y nigromantes que con fuerzas<br />

oscuras los hacen, pero no son santos siendo ellos unos demonios. Yo seré Yo, aunque deje de<br />

<strong>obra</strong>r milagros‖. Gamaliel aprueba: ―¡Perfectamente bien! ¡Eres grande, Jesús!‖. Félix insta<br />

dirigiéndose a Gamaliel: ―¿Y quién es, según tú, este «grande»?‖. Gamaliel le responde: ―El<br />

mayor entre los profetas que yo conozco, tanto en <strong>obra</strong>s como en palabras‖. José dice: ―Es el<br />

Mesías, te lo digo, Gamaliel. Créelo, tú que eres sabio y justo‖. Félix a Gamaliel y José:<br />

―¿Cómo? ¿Con que tú, jefe de los judíos, tú el Anciano, gloria nuestra, caes en la idolatría de un<br />

hombre? ¿Quién te prueba que es el Mesías? Yo no lo creeré jamás aunque le vea hacer<br />

milagros. Pero, ¿por qué no hace uno delante de nosotros? Díselo tú que le alabas, díselo tú<br />

que le defiendes‖. José responde seriamente: ―No le invité para diversión de mis amigos, y te<br />

ruego que recuerdes que eres mi invitado‖. Félix, enojado y grosero se va.


102<br />

* ―Aquel Niño dijo: «Yo daré una señal. Las piedras del Templo del Señor se estremecerán<br />

con mis últimas palabras»”.-■ Después de unos momentos Jesús se dirige a Gamaliel: ―¿Y tú<br />

no pides milagros para creer?‖. Gamaliel: ―No serán los milagros de un hombre de Dios que<br />

me quiten la espina dolorosa que llevo en el corazón de tres preguntas que siempre han<br />

permanecido sin respuesta‖. Jesús: ―¿Qué preguntas?‖. Gamaliel: ―¿Está vivo el Mesías? ¿Era<br />

Aquél?.... ¿Es Éste?‖. José exclama: ―Él es, te lo digo, Gamaliel. ¿No le sientes santo, distinto,<br />

potente? ¿Sí?¿Entonces qué esperas para creer?‖. Gamaliel no responde a José. Se dirige a<br />

Jesús: ―Una vez... no te sientas molesto, Jesús, si soy tenaz en mis ideas... Una vez, cuando aún<br />

vivía el grande y sabio Hilel, yo creí, y él conmigo, que el Mesías estaba ya en Israel. ¡Un gran<br />

resplandor de sol divino en aquel frío día de un persistente invierno! Era Pascua... Los<br />

campesinos temblaban por las mieses heladas... Yo dije, después de haber oído aquellas<br />

palabras. «Israel está salvado. ¡Desde hoy, abundancia en los campos y bendiciones en los<br />

corazones! El Esperado se ha manifestado con su primer fulgor». Y no me equivoqué. Todos<br />

podéis recordar qué cosecha hubo en aquel año, de trece meses (1), que en éste se repite‖. Jesús:<br />

―¿Qué palabras oíste? ¿Quién las dijo?‖. Gamaliel: ―Uno... poco más que un Niño... pero Dios<br />

resplandecía en su inocente y apacible rostro... Hace diez y nueve años que lo pienso y lo<br />

recuerdo... y trato de volver a oír esa voz... que hablaba palabras de sabiduría. ¿En qué parte de<br />

la tierra está? Yo pienso:... «Era Dios. Bajo forma de Niño para no aterrorizar al hombre. Y<br />

como el rayo que en un momento recorre los cielos de oriente a occidente, de norte a sur, Él, el<br />

Divino, recorre de un lado a otro de la tierra, vestido de hermosa misericordia, con voz y rostro<br />

de Niño y pensamiento divino, la tierra para decirles a los hombres: ‗Yo soy‘». Pienso de esta<br />

forma:.. «¿Cuándo volverá a Israel?...¿Cuándo?». Y pienso: «Cuando Israel sea altar para el pie<br />

de Dios». Y gime mi corazón al ver la abyección de Israel: «Nunca». ¡Oh..., dura respuesta... y<br />

verdadera! ¿Puede la santidad descender en su Mesías mientras exista en nosotros la<br />

abominación?‖. Jesús responde: ―Puede hacerlo y lo hace, porque es Misericordia‖. ■<br />

Gamaliel le mira pensativo y le pregunta: ―¿Cuál es tu verdadero Nombre?‖. Y Jesús,<br />

majestuoso, se levanta y dice: ―Yo soy quien es. Soy el Pensamiento y la Palabra del Padre. Soy<br />

el Mesías del Señor‖. Gamaliel: ―¿Tú?... No lo puedo creer. Grande es tu santidad. Pero aquel<br />

Niño en quien creo dijo entonces: «Yo daré una señal... Estas piedras se estremecerán cuando<br />

llegue mi hora». Espero esa señal para creer. ¿Me la puedes dar Tú para persuadirme que Tú<br />

eres el Esperado?‖. Los dos --ahora en pie ambos-- altos, majestuosos--. el uno con su amplio<br />

vestido de blanco lino, el otro con su vestido sencillo de lana de color rojo oscura; el uno, de<br />

edad; el otro joven; ambos, de ojos dominadores y profundos, se miran fijamente. Jesús baja su<br />

brazo derecho, que tenía sobre el pecho y como si jurase exclama: ―¿Esa señal aguardas? ¡Pues<br />

la tendrás! Repito las palabras de aquel entonces: «Las piedras del Templo del Señor se<br />

estremecerán con mis últimas palabras». Espera esa señal, doctor de Israel, hombre justo, y<br />

luego cree, si quieres obtener perdón y salvación. ■ ¡Serías bienaventurado si pudieses creer<br />

antes! Pero no puedes. Siglos de creencias equivocadas acerca de una promesa justa, y cúmulos<br />

de orgullo, como muro se te interponen para llegar a la Verdad y a la Fe‖. Gamaliel: ―Dices<br />

bien. Esperaré esa señal. Adiós. ¡El Señor sea contigo!‖. Jesús: ―Adiós, Gamaliel. Que el<br />

Espíritu Eterno te ilumine y te guíe‖. Todos despiden a Gamaliel que se va con Nicodemo, Juan<br />

y Simón (el miembro del Sanedrín). Se quedan Jesús, José, Lázaro, Tomás, Simón Zelote y<br />

Cornelio. José dice: ―¡No cede!... Me gustaría que estuviese entre tus discípulos. Sería peso<br />

decisivo en tu favor... pero no lo logro‖. Jesús: ―No te aflijas por ello. No hay influencia capaz<br />

de salvarme de la tempestad que ya se está preparando. Pero Gamaliel, si no se pliega a favor,<br />

tampoco lo hará contra el Mesías. Es de los que esperan...‖. Todo termina. (Escrito 21 de<br />

Febrero de 1945).<br />

·································<br />

1 Nota : El año hebraico contaba con 12 meses de 29 y 30 días, con un mes suplementario<br />

cada dos o tres años.<br />

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2-115-211 (2-82-706).- Jesús y el soldado Alejandro expulsados del Templo.<br />

* J. Iscariote da testimonio de Jesús frente a los del Templo.- (El soldado Alejandro entra<br />

al Templo y se abre paso hasta Jesús, a quien cuenta lo sucedido: su caballo ha embestido cerca


103<br />

de la Antonia a un niño abriéndole la cabeza de una patada. Acto seguido, Jesús, acompañado<br />

de Alejandro, va donde el niño que está en brazos de su madre esperándoles debajo de un<br />

pórtico del Templo y cura al niño). ■ Alejandro ya está para marcharse cuando llegan, como<br />

ciclones, oficiales del Templo y sacerdotes: ―El Sumo Sacerdote te intima a Ti y al pagano<br />

profanador, por nuestro medio, de que al punto salgas del Templo. Habéis turbado el<br />

ofrecimiento del incienso. Éste (pagano) ha penetrado en un lugar que es de Israel. No es la<br />

primera vez que por tu causa hay confusión en el Templo. El Sumo Sacerdote, y con él, los<br />

ancianos de turno, te ordenan que no vuelvas más a poner los pies aquí dentro. Vete y quédate<br />

con tus paganos‖. Alejandro, herido del desprecio con que los sacerdotes dicen «paganos»,<br />

responde: ―No somos perros tampoco nosotros. Él lo dice: «Hay un solo Dios, Creador de los<br />

judíos y de los romanos». Si esta es su casa y Él me creó, puedo entrar también yo‖. Jesús<br />

interviene: ―Calla, Alejandro. Yo hablo‖, y después de haber besado al niño y entregado a su<br />

madre, se ha puesto de pie. Dice al grupo que le arroja: ―Nadie puede prohibir a un fiel, a un<br />

verdadero israelita a quien de ningún modo se le puede acusar de pecado, de orar junto al<br />

Santo‖. Un sacerdote le dice: ―Pero de explicar en el Templo la Ley, sí. Te has arrogado el<br />

derecho y ni siquiera lo has pedido. ¡Pero bueno, ¿quién eres Tú?! ¡¿Cómo usurpas un nombre y<br />

un puesto que no te pertenecen?!‖. ¡Jesús los mira con unos ojos que...! ■ Luego dice: ―Judas de<br />

Keriot. Ven aquí‖. A Judas no parece que le guste que le llamen. Había tratado de eclipsarse<br />

apenas llegaron los sacerdotes y oficiales del Templo (que no visten como soldados: se trata de<br />

un cargo civil). Mas debe obedecer porque Pedro y Judas de Alfeo le empujan adelante. Jesús:<br />

―Responde, Judas. Y vosotros, miradle. ¿Le conocéis?... Es del Templo... ¿Le conocéis?‖.<br />

Tienen que responder que sí. Jesús: ―Judas, ¿qué te mandé hacer cuando hablé aquí por vez<br />

primera? Y, ¿de qué te asombraste tú? ¿Y Yo qué dije como respuesta a tu asombro? Habla<br />

franco‖. Iscariote: ―Me dijo: «Llama al oficial de turno para que pueda pedirle permiso para<br />

enseñar»... Y dio su nombre y prueba de su personalidad y de su tribu... y me admiré de ello<br />

como de una formalidad inútil porque se dice el Mesías. Y Él me dijo: «Es necesario, y cuando<br />

llegue el momento, recuerda que no falté al respeto ni al Templo ni a sus oficiales». Ciertamente<br />

así dijo. Debo decirlo por honor a la verdad‖. Si Judas al principio hablaba un poco incierto,<br />

como cortado, después, con uno de esos gestos bruscos, propios suyos ha tomado confianza y se<br />

ha hecho hasta arrogante. Un sacerdote le reprocha: ―Me sorprende que le defiendas. Has<br />

traicionado la confianza que en ti teníamos‖. Iscariote: ―No he traicionado a nadie. ¡Cuántos de<br />

vosotros sois del Bautista! Y... ¿por eso sois traidores? Yo soy del Mesías y eso es todo‖.<br />

Sacerdote: ―Con todo y eso, éste no debe hablar aquí. Que venga como fiel. Es mucho para uno<br />

que se hace amigo de paganos, meretrices, publicanos...‖. ■ Jesús, enérgica pero tranquilamente,<br />

dice: ―Respondedme a Mí, entonces. ¿Quiénes son los Ancianos del turno?‖. Responden:<br />

―Doras y Félix, judíos, Joaquín de Cafarnaúm y José Itureo‖. Jesús: ―Entiendo. Decid a los tres<br />

acusadores, porque el Itureo no ha podido acusar, que el Templo no es todo Israel e Israel no es<br />

todo el mundo, y que la baba de los reptiles, aunque es mucha y venenosísima, no aplastará la<br />

voz de Dios, ni su veneno paralizará mi caminar entre los hombres, hasta que no llegue la hora.<br />

Y luego... ¡oh!, decidles que después los hombres harán justicia de los verdugos y levantarán en<br />

alto a la Víctima haciendo de Ella su único amor. Idos. Nosotros nos vamos‖. Jesús se echa<br />

encima su pesado manto oscuro y sale en medio de los suyos. ■ Detrás de todos viene Alejandro<br />

que había asistido a la disputa. Fuera del recinto, cerca de la Torre Antonia dice: ―Que te vaya<br />

bien, Maestro. Y te pido perdón de haber sido la causa de pleito contra Ti‖. Jesús: ―¡Oh no te<br />

preocupes! Buscaban un pretexto y lo encontraron. Si no hubieras sido tú, hubiera sido otro...<br />

Vosotros en Roma, celebráis juegos en el Circo con fieras y serpientes, ¿no es verdad? Pues<br />

bien, te digo que no hay fiera más cruel y engañosa que el hombre que quiere matar a otro‖.<br />

Alejandro: ―Y yo te digo que al servicio de Cesar he recorrido todas las regiones de Roma. Pero<br />

entre los miles y miles de súbditos suyos, jamás he encontrado uno más divino que Tú. ¡Ni<br />

siquiera nuestros dioses son divinos como Tú! Vengativos, crueles, peleones, mentirosos... Tú<br />

eres bueno. Tú verdaderamente eres el Hombre. Que te conserves bien, Maestro”. Jesús:<br />

―Adiós, Alejandro. Prosigue en la luz‖. Todo termina. (Escrito el 22 de Febrero de 1945).<br />

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SINOPSIS


104<br />

(Debido a las amenazas del Sanedrín, Jesús no puede permanecer por más tiempo en Jerusalén,<br />

no por temor a las molestias que le podrían ocasionar a Él sino a los que le rodean y a los que<br />

vienen a Él. Se traslada a un lugar, entre Efráin y el Jordán, donde antes también había<br />

evangelizado y bautizado el Bautista. Se instalan en una casa rústica, propiedad de Lázaro, en<br />

un lugar llamado «Aguas Claras», que se encuentra dentro de las posesiones de Lázaro, al frente<br />

de las cuales hay un administrador de Lázaro. ■ En este lugar se dedicará Jesús, junto con sus<br />

discípulos, bautizando como Juan, a la evangelización acompañándola con curaciones y<br />

discursos. Con un discurso de apertura sobre: «El alma: cómo conservar viva el alma»; y con<br />

discursos sobre cada uno de los diez preceptos del Decálogo, explicando un precepto cada día.<br />

―Pues sería estúpido quien pretendiese empezar su santificación partiendo de las cosas más<br />

arduas, relegando lo que constituye la base del edificio inmutable de la perfección: el<br />

Decálogo‖. Concluyendo los discursos con un discurso de clausura: sobre la purificación. Entre<br />

el numeroso grupo de peregrinos que asisten a estos discursos está también una mujer: «La<br />

Velada»).<br />

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2-118-229 (2-85-723) Inicio de la vida en común en «Aguas claras».- A Iscariote no le gusta el<br />

lugar.- Aparece la mujer velada.<br />

* Estado anímico de los apóstoles durante los trabajos de preparación del nuevo hogar..<br />

La mentalidad de Iscariote choca con el inhóspito lugar y con sus compañeros.- ■ La casa,<br />

donde Jesús y los suyos residirán, está situada en un lugar llamado «Aguas claras». Campos,<br />

prados y viñedos la rodean y a la distancia de unos trescientos metros (no tome en serio mis<br />

medidas) se ve otra casa en medio del campo, más hermosa porque tiene una terraza en el techo,<br />

que no tiene la de Lázaro. Más allá de esta otra casa, hay bosques de olivos y de otros árboles,<br />

parte despojados de hojas, parte frondosos, que impiden la vista. Pedro con su hermano y Juan<br />

gustosos trabajan en limpiar la era y los camarotes, en arreglar los lechos y sacar agua. Aún<br />

más, Pedro hace todo un montaje en torno al pozo para poner en funcionamiento y reforzar las<br />

sogas y hacer así más práctico y cómodo el sacar el agua. Por su parte, los primos de Jesús<br />

trabajan con el martillo y la lima en las cerraduras y goznes; y Santiago de Zebedeo les ayuda<br />

serrando y cortando con una sierra como un obrero de astilleros. Tomás está atareado en la<br />

cocina y parece ser un buen cocinero: sabe dosificar lumbre y llama, y limpiar las verduras que<br />

el señorito Judas Iscariote se ha dignado traer del poblado cercano. Sé que hay un pueblo<br />

vecino, más o menos grande, porque Judas dice que hacen el pan solo dos veces por semana, y<br />

que, por tanto, ese día no hay pan. Habiéndolo oído, Pedro dice: ―Haremos tortas en el fuego.<br />

Allí hay harina. Pronto, quítate el vestido y haz la masa, luego me ocupo yo de cocerlas; que sé<br />

hacerlo‖. Y no puedo menos que echarme a reír al ver que Iscariote se humilla, solo con los<br />

vestidos interiores, amasando la harina, llenándose bien de polvo. Jesús no está, como tampoco<br />

Simón, Bartolomé, Mateo, ni Felipe. ■ Pedro responde a una queja de Iscariote: ―Lo peor es<br />

hoy. Pero mañana irá mejor; y para la primavera irá perfectamente‖. Iscariote pregunta<br />

asustado: ―¿En primavera? ¿Estaremos siempre aquí?‖. Pedro: ―¿Por qué no? Es una casa. Si<br />

llueve no nos mojamos. Hay agua de beber. No falta el fuego... ¿Qué más quieres? Yo me<br />

encuentro a mis anchas. Y también porque no huelo el hedor de los fariseos y compañía‖.<br />

Andrés dice: ―Pedro, vamos a sacar las redes‖, y se lleva consigo afuera a su hermano antes de<br />

que empiece un altercado entre él e Iscariote. Iscariote exclama: ―¡Este hombre no me puede<br />

ver!‖. Tomás, que siempre tiene óptimo humor, responde: ―No. No lo puedes decir. Es así de<br />

franco con todos. Tú eres el que siempre estás descontento‖. Iscariote: ―Es que yo me<br />

imaginaba otra cosa...‖. Santiago de Alfeo dice tranquilo: ―Mi primo no te prohíbe ir a ocuparte<br />

de las otras cosas. Creo que todos pensábamos en otra cosa al seguirle. La razón es que<br />

tenemos cerviz dura y mucha soberbia. Jamás ha ocultado el peligro ni el esfuerzo que supone el<br />

seguirle‖. Iscariote refunfuña entre dientes. El otro Judas, Tadeo, que trabaja en una mesita de la<br />

cocina para transformarla en un pequeño armario, dice: ―Estás equivocado. Estás equivocado<br />

incluso desde el punto de vista de las costumbres: todo israelita debe trabajar; y nosotros<br />

trabajamos. ¿Te molesta tanto trabajar? Yo no siento nada. Desde que estoy con Él cualquier<br />

fatiga se me hace liviana‖. Santiago de Zebedeo afirma: ―Yo tampoco extraño nada. Y estoy<br />

contento de estar como si estuviese en familia‖. Iscariote comenta irónico: ―¡Pues sí que vamos


105<br />

a hacer mucho aquí!...‖. Judas Tadeo estalla: ―Pero en resumidas cuentas, ¿qué quieres?... ¿Qué<br />

pretendes?... ¿Una corte como la de un sátrapa? No te permito criticar lo que hace mi primo.<br />

¿Entendido?‖. Santiago de Alfeo: ―Calla hermano. A Jesús no le gustan estas disputas.<br />

Hablemos menos y trabajemos más. Será mejor para todos. Por otra parte... si Él no logra<br />

cambiar los corazones... ¿puedes esperar hacerlo tú con tus palabras?‖. Iscariote pregunta<br />

agresivo: ―El corazón que no cambia es el mío... ¿verdad?‖. Santiago no le responde, antes bien<br />

se mete un clavo entre los labios y empieza a clavar con todas sus fuerzas los goznes haciendo<br />

tal ruido que no se oye el farfullar de Judas. ■ Pasa un poco de tiempo, luego entran al mismo<br />

tiempo Isaac con huevos y una cesta de panes fragantes y Andrés con peces en una canasta.<br />

Isaac dice: ―Tened, lo manda el administrador y dice que, si necesitamos algo, se le den<br />

ordenes‖. Tomás dice a Iscariote: ―¿Ves que de hambre no se muere?‖. Y añade: ―Dame el<br />

pescado Andrés. ¡Qué hermoso! Pero ¿cómo se hace para prepararlo?... yo no sé‖. Andrés: ―Yo<br />

sí sé. Soy pescador‖ y se pone en un rincón a sacar las entrañas de los peces que todavía están<br />

coleando. Isaac: ―El Maestro está a punto de llegar. Recorrió el pueblo y los campos. Veréis<br />

que dentro de poco estará aquí. Curó ya a un enfermo de los ojos. Yo ya había recorrido estos<br />

campos y sabían...‖. Iscariote: ―¡Ya, claro! ¡Yo, yo!... Todo los pastores... Nosotros hemos<br />

dejado, yo al menos, una vida segura, y hemos hecho esto y hemos hecho lo otro, pero nada se<br />

ha logrado...‖. Isaac mira estupefacto a Iscariote... pero, filosóficamente, no objeta nada. Los<br />

otros le imitan, pero por dentro son una caldera. ■ ―¡La paz sea con vosotros!‖. En el umbral<br />

está Jesús, sonriente, amable. ―¡Qué diligentes! ¡Todos trabajando! ¿Puedo ayudarte, primo?‖.<br />

Santiago de Alfeo: ―No, descansa. Ya terminé‖. Jesús dice con un poco de tristeza: ―Traemos<br />

muchos alimentos. Todos han querido regalarnos. Si todos tuviesen el corazón de los humildes‖.<br />

―¡Oh Maestro mío! ¡Que Dios te bendiga!‖. Es Pedro que entra con una carga de leña sobre sus<br />

espaldas y que saluda a Jesús bajo su fardo. Jesús: ―También a ti, Pedro, te bendiga el Señor.<br />

¡Habéis trabajado mucho!‖. Pedro: ―Y en las horas libres trabajaremos más. ¡Tenemos una casa<br />

en el campo... y hay que hacerla un Edén! Para empezar he arreglado el pozo, al menos para ver<br />

de noche dónde está y para estar seguros de no perder cántaros al bajarlos. Luego... ¿ves qué<br />

hábiles son tus primos? Todas estas cosas son necesarias para quien debe vivir largo tiempo en<br />

un lugar, y yo, que soy pescador, no lo habría sabido hacerlas. Verdaderamente son capaces.<br />

También Tomás, podría hacer de cocinero en el palacio de Herodes. También Judas es bueno.<br />

Hizo unas espléndidas tortas...‖. Iscariote responde de mal humor: ―E inútiles. Hay pan‖. Pedro<br />

le mira y yo me espero una respuesta punzante, pero se limita a mover la cabeza; luego prepara<br />

bien las cenizas y sobre ellas pone las tortas... Tomás dice riendo: ―¡Dentro de poco todo estará<br />

listo!‖. Santiago de Zebedeo pregunta: ―¿Hablarás hoy?‖. Jesús: ―Sí. Entre sexta y nona.<br />

Vuestros compañeros lo dijeron. Por eso, comamos aprisa‖.<br />

* Pedro comunica a Jesús la presencia de la mujer velada. Solo Pedro se ha percatado de<br />

que les vino siguiendo desde Betania.- ■ Pasan algunos minutos y Juan pone el pan sobre la<br />

mesa, prepara las sillas, trae las copas y los cántaros y Tomás trae las verduras cocidas y el<br />

pescado frito. Jesús está en el centro, ofrece y bendice, distribuye y todos comen a gusto.<br />

Todavía están comiendo cuando en la era se asoman algunas personas. Pedro se levanta y va a la<br />

puerta: ―¿Qué queréis?‖. Responden: ―¿El Rabí no hablará aquí?‖. Pedro: ―Hablará, ahora está<br />

comiendo porque también Él es hombre. Sentaos aquí afuera y esperad‖. El grupillo se pone<br />

debajo del rústico cobertizo. Pedro: ―La verdad es que viene el frío y frecuentemente vamos a<br />

tener lluvia. Pienso que estaría bien usar ese establo vacío. Lo he limpiado muy bien. El pesebre<br />

servirá de banco...‖. Iscariote dice: ―No digas ironías tontas. El Rabí es rabí‖. Pedro: ―¿Cuáles<br />

ironías? Si nació en un establo, ¡podría hablar sobre un pesebre!‖. Jesús: ―Pedro tiene razón,<br />

¡pero os ruego que os améis!‖. Jesús parece hasta cansado en decir estas palabras. Terminan de<br />

comer y Jesús sale para dirigirse enseguida adonde está el pequeño grupo. Pedro le grita por<br />

detrás: ―Espera, Maestro. Tu primo te ha hecho una silla porque el suelo de ahí está húmedo‖.<br />

Jesús: ―No es necesario. Ya sabes. Hablo de pie. La gente quiere verme y Yo a ella. Más bien...<br />

preparad las sillas y lechos. Tal vez vendrán enfermos... y los podrán usar‖. Juan dice: ―Siempre<br />

piensas en los demás, ¡buen Maestro!‖, y le besa la mano. Jesús se dirige, con una sonrisa<br />

ligeramente triste, al grupo. Con él van también todos los discípulos. ■ Pedro que está al lado de<br />

Jesús, lo hace inclinarse hacia él, y le dice en voz baja: ―Detrás del muro está la mujer velada.<br />

La he visto. Está desde esta mañana, vino siguiéndonos desde Betania. ¿La echo o la dejo?‖.


106<br />

Jesús: ―Déjala. Ya lo he dicho‖. Pedro: ―¿Pero si es espía como dice Iscariote?‖. Jesús: ―No lo<br />

es. Fíate en lo que te digo. Déjala y no digas nada a nadie. Respeta el secreto‖. Pedro: ―No he<br />

dicho nada, porque pensé que estaba bien...‖. Jesús comienza diciendo: ―Paz a vosotros que<br />

buscáis la Palabra‖. Se dirige al fondo del portal, teniendo a sus espaldas la pared de la casa. Es<br />

el tibio atardecer de un día de noviembre en que Jesús habla a unas veinte personas sentadas por<br />

tierra o apoyadas a las columnas... (Escrito el 26 de Febrero de 1945).<br />

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2-119-240 (2-86-736).- En «Aguas Claras».-Jesús bautiza como Juan.- La oración.- Los<br />

milagros.<br />

* “Desde mañana bautizaréis”.- El beso de Jesús a sus apóstoles y a J. Iscariote.- (Hoy,<br />

en «Aguas Claras», Jesús ha hablado sobre el pasaje del Éxodo ―Yo soy El Señor Dios Tuyo‖.<br />

Y a continuación ha realizado muchas curaciones. Acaba de perdonar también a un hombre<br />

arrepentido de haber matado a su madre y a su hermano por causa de una herencia). ■ Jesús<br />

vuelve a la casa, a la oscura cocina no obstante sean todavía las primeras horas del atardecer.<br />

Los discípulos se le arremolinan a su alrededor. Pedro pregunta: ―¿Qué tenía el hombre que<br />

llevaste detrás de la casa?‖. Jesús: ―Necesidad de purificación‖. Pedro: ―No ha vuelto, de todas<br />

formas, y no estaba siquiera entre los que pedían el bautismo‖. Jesús: ―Se fue a donde se le<br />

envió. A expiar, Pedro. No en una cárcel sino con la penitencia por todo el resto de su vida‖.<br />

Pedro pregunta: ―¿Entonces no se purifica con el agua?‖. Jesús: ―También el llanto es agua‖.<br />

Pedro: ―Esto es verdad. Ahora que has hecho milagros, ¡quien sabe cuántos vendrán!... Hoy<br />

eran más del doble...‖. ■ Jesús: ―Así es. Si Yo tuviera que hacer todo, no podría. Vosotros<br />

bautizaréis. Primero uno cada vez, después seréis dos, tres, muchos. Y Yo predicaré y curaré a<br />

los enfermos y pecadores‖. Pedro: ―¿Nosotros, bautizar? ¡Oh! ¡Yo no soy digno! ¡Quítame esa<br />

misión, Señor! ¡Tengo necesidad de ser bautizado!‖. Pedro se ha arrodillado y suplica. Jesús se<br />

inclina y le dice: ―Tú vas a ser el primero en bautizar. Desde mañana‖. Pedro: ―¡No, Señor!<br />

¿Cómo voy a hacerlo si estoy más negro que una chimenea?‖. Jesús sonríe de la sinceridad<br />

humilde del apóstol arrodillado junto a sus rodillas, sobre las que tiene puestas sus gruesas<br />

manos de pescador. Le besa en la frente, en el límite de su cabello entrecano que, áspero, se<br />

riza: ■ ―Mira, te bautizo con un beso. ¿Estás contento?‖. Pedro: ―¡Cometería inmediatamente<br />

otro pecado para recibir otro beso!‖. Jesús: ―Esto no. No hay que burlarse de Dios abusando de<br />

sus dones‖. Iscariote dice: ―Y ¿a mí no me das un beso? También yo tengo alguno que otro<br />

pecado‖. Jesús le mira atentamente. Su mirar, muy mutable, pasa de la luz de la alegría, que le<br />

hacía claro mientras hablaba con Pedro, a una oscura severidad, y yo diría que cansada, y dice:<br />

―Sí... también a ti. Ven. No soy injusto con nadie. Sé bueno, Judas. ¡Si quisieses...! Eres joven.<br />

Toda una vida para ascender siempre hasta la perfección de la santidad...‖ y le besa. ―Ahora tú,<br />

Simón Zelote, amigo mío. Y tú, Mateo, mi victoria. Y tú sabio Bartolomé. Y tú, Felipe fiel. Y<br />

tú, Tomás, el de la pronta voluntad. Ven, Andrés, el del silencio activo. Y tú, Santiago, el del<br />

primer encuentro. Y ahora tú, alegría de tu Maestro. Y tú, Judas, compañero de infancia y de<br />

juventud. Y tú, Santiago que me recuerda al Justo (S. José) en sus facciones y en su corazón.<br />

¡Ea! Todos, todos. Recordad que mi amor es grande, pero es necesaria también vuestra buena<br />

voluntad. Daréis un paso adelante en la vida de discípulos míos desde mañana. Y pensad que<br />

cada paso adelante es una honra y una obligación‖.<br />

* ―La oración es un don que Dios dona al hombre y que el hombre dona a Dios”.- ■ Pedro<br />

dice: ―Maestro... un día dijiste a mí, a Juan, a Santiago y a Andrés que nos enseñarías a orar.<br />

Creo que si orásemos como Tú oras, seríamos capaces de ser dignos del trabajo que quieres de<br />

nosotros‖. Jesús: ―También entonces te respondí: «Cuando estéis suficientemente formados, os<br />

enseñaré la plegaria sublime, para dejaros mi plegaria. Pero incluso ésta no tendrá ningún valor<br />

si se dice solo con la boca. Por ahora, levantad el alma y la voluntad hacia Dios». ■ La plegaria<br />

es un don que Dios concede al hombre y que el hombre dona a Dios...‖. Iscariote dice: ―¿Cómo<br />

es esto?... ¿No somos todavía dignos de orar? Todo Israel ora...‖. Jesús: ―Sí, Judas. Puedes ver<br />

por sus <strong>obra</strong>s cómo ora Israel. No quiero hacer de vosotros traidores. Quien ora externamente y<br />

por dentro está contra el bien, es un traidor‖.<br />

* ―Si hay demasiada carne, no haréis milagros”.- ―Somos débiles y pecadores. Ayúdanos<br />

con tu fuerza y perdón”.- ■ Iscariote sigue preguntando: ―¿Y los milagros? ¿cuándo nos


107<br />

capacitas para que los hagamos?‖. Pedro: ―¿Nosotros hacer milagros?, ¿nosotros? ¡Misericordia<br />

eterna! ¡Y eso que bebemos agua pura! ¿Nosotros, milagros? Pero muchacho ¿estás loco?‖.<br />

Pedro está escandalizado, espantado, fuera de sí. Iscariote le contesta: ―Él nos dijo en Judea.<br />

¿No es verdad?‖. Jesús: ―Sí, es verdad, lo dije. Y los haréis. Pero, mientras en vosotros haya<br />

demasiada carne, no tendréis milagros‖. Iscariote: ―Ayunaremos‖. Jesús: ―No se requiere<br />

ayunos. Cuando digo carne quiero decir las pasiones corrompidas, la triple concupiscencia, y<br />

tras de esta pérfida trinidad, la secuela de sus vicios...Como hijos de una lujuriosa, bígama<br />

unión, la soberbia de la mente engendra, con la avidez de la carne y del poder, todo lo malo que<br />

hay en el hombre y en el mundo‖. ■ Iscariote objeta: ―Nosotros hemos dejado todo por Ti‖.<br />

Jesús: ―Pero no a vosotros mismos‖. Iscariote: ―¿Debemos entonces morir? Con tal de estar<br />

contigo lo haríamos. Yo al menos...‖. Jesús: ―No. No pido vuestra muerte material. Pido que<br />

muera en vosotros la animalidad y el satanismo, y esto no muere mientras la carne esté<br />

satisfecha y haya en vosotros mentira, orgullo, ira, soberbia, gula, avaricia, pereza‖. Bartolomeo<br />

dice sumisamente: ―¡Somos muy frágiles, junto a Ti, muy Santo!‖. El primo Santiago: ―Y<br />

siempre fue Santo. ¡Nosotros lo podemos decir!‖. Juan interviene: ―Él sabe cómo somos... No<br />

debemos por eso perder los ánimos. Hay que decirle solamente: Danos diariamente la fuerza de<br />

servirte. Si dijésemos: «Estamos sin pecado» nos engañaríamos y seríamos mentirosos. Y ¿a<br />

quién engañaríamos?... ¡A nosotros que sabemos lo que somos, aunque no lo queramos<br />

confesar!... ¿Engañaríamos a Dios a quien no se puede?... Pero si decimos: «Somos débiles y<br />

pecadores. Ayúdanos con tu fuerza y perdón». Dios entonces no nos desilusionará, y en su<br />

bondad y justicia nos perdonará y purificará de la iniquidad de nuestros pobres corazones‖.<br />

Jesús, poniéndose de pie y atrayendo hacia su corazón al predilecto que había hablado desde su<br />

oscuro rincón, dice: ―Eres bienaventurado, Juan, porque la Verdad habla en tus labios que tienen<br />

perfume de inocencia y no besan sino al Amor adorable‖. (Escrito el 27 de Febrero de 1945).<br />

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2-121-247 (2-88-744).- En «Aguas Claras».- Altercado sobre la mujer velada con J. Iscariote.-<br />

Mannaén, ―el hermano de leche de Herodes‖ (1).- Iscariote debe ser un desequilibrado.<br />

* Altercado de Pedro con Iscariote sobre la mujer velada... Iscariote parece un<br />

desequilibrado.- “Qué fatigoso es ser Redentor, la falta de amor me estrangula como una<br />

soga”.- ■ Hay un gran desconcierto entre los discípulos. Su agitación es tanta, que parecen un<br />

enjambre cuando se le hurga. Hablan, miran, nerviosamente, a todas partes... Jesús no está.<br />

Finalmente toman una decisión y Pedro ordena a Juan: ―Vete a buscar al Maestro. Está en el<br />

bosque junto al río. Dile que venga pronto y que diga lo que se debe de hacer‖. Juan se marcha a<br />

todo correr. Iscariote dice: ―No entiendo por qué tanta confusión y tanta descortesía. Yo habría<br />

ido y le habría recibido con todos los honores... Es un honor para él y también para nosotros.<br />

Así, pues...‖. Pedro: ―Yo no sé nada. Será diferente de su pariente de leche... pero... pero quien<br />

está con hienas se le pega el olor y el instinto. ■ Por lo demás, tú querrías que se marchara esa<br />

mujer... ¡Pero ten cuidado! El Maestro no quiere, y yo la tengo bajo mi protección. Si la tocas...<br />

yo no soy el Maestro... Te lo digo para tu futura conducta‖. Iscariote: ―¡Venga hombre! ¿Pero<br />

quién es? ¿Es acaso la bella Herodías?‖. Pedro: ―¡No te hagas el chistoso!‖. Iscariote: ―Si me<br />

hago gracioso es por ti. Has hecho alrededor de ella una guardia real, como si se tratara de una<br />

reina...‖. Pedro: ―El Maestro me dijo: «Procura que no se le perturbe y respétala», y eso es lo<br />

que hago‖. Tomás pregunta: ―Pero, ¿quién es?... ¿Lo sabes?‖. Pedro: ―Yo no‖. Varios insisten:<br />

―¡Ea! Dilo. Tú lo sabes... ―. Pedro: ―Os juro que no sé nada. El Maestro lo sabe, pero yo no‖.<br />

Santiago de Zebedeo: ―Deberá ser Juan quien se lo pregunte. A él le dice todo‖. Iscariote:<br />

―¿Por qué? ¿Qué cosa de especial tiene con Juan? ¿Es un dios, tu hermano?‖. Santiago de<br />

Zebedeo: ―No, Judas. Es el mejor de nosotros‖. Santiago de Alfeo dice: ―Por mí ni me<br />

preocupo. Ayer mi hermano la vio cuando salía del río con los peces que le había dado Andrés y<br />

se lo preguntó a Jesús. Él respondió: «No tiene rostro. Es un espíritu que busca a Dios. Para Mí<br />

no es más que esto y así quiero que sea para todos». Y dijo en tal forma «quiero» que os<br />

aconsejo que no insistáis‖. Iscariote: ―Yo voy a donde ella‖. Pedro, encendido como un gallo,<br />

dice: ―Prueba si eres capaz‖. Iscariote: ―¿Me espías para luego chivarte ante Jesús?‖. Pedro:<br />

―Dejo ese oficio a los del Templo. Nosotros los del lago, ganamos el pan con el trabajo y no con<br />

la delación. Pero no me provoques ni te permitas desobedecer al Maestro, porque estoy yo...‖.


108<br />

Iscariote: ―¿Y tú quién eres? Un hombre pobre como yo‖. Pedro: ―Sí, Señor. Es más, más<br />

pobre, más ignorante, más vulgar que tú. Lo sé y no me avergüenzo. Me avergonzaría si fuese<br />

igual a ti en el corazón. El Maestro me confió este encargo y yo lo hago‖. Iscariote: ―¿Igual a<br />

mí en el corazón? Y ¿qué cosa hay en mi corazón que te causa asco?... Habla, acusa, ofende...‖.<br />

Zelote interviene y con él Bartolomé: ―¡Pero bueno! Ya está bien, Judas, cállate. Respeta las<br />

canas de Pedro‖. Iscariote: ―Respeto a todos, pero quiero saber qué es lo que hay en mí...‖.<br />

Zelote: ―Pues te voy a dar gusto inmediatamente... Déjame hablar... hay soberbia... tanta que se<br />

puede llenar esta cocina, y hay falsedad y hay lujuria‖. Iscariote: ―¿A mí me llamas falso?‖.<br />

Todos se interponen y Judas se ve obligado a callarse. ■ Simón Zelote con calma dice a Pedro:<br />

―Perdona amigo si te digo una cosa. Él tiene defectos, pero tú también tienes, y uno de ellos es<br />

el no compadecer a los jóvenes. ¿Por qué no tienes en cuenta le edad, el nacimiento... y tantas<br />

cosas? Mira: Tú <strong>obra</strong>s por amor a Jesús. ¿Pero no caes en la cuenta que estas disputas le causan<br />

hastío? A él no le digo nada (y señala a Judas) pero a ti sí, que eres hombre maduro y muy<br />

sincero, te hago esta súplica. ¡Él tiene muchas penas por sus enemigos! ¡Y añadirle nosotros<br />

otras!... Hay mucha guerra a su alrededor, ¿por qué provocar otra en su propio nido?‖. Judas<br />

Tadeo dice: ―Es verdad, Jesús está triste y ha adelgazado. En las noches oigo que da vueltas<br />

sobre su cama y suspira. Hace algunos días me levanté y vi que lloraba orando. Le pregunté:<br />

«¿Qué te pasa?». Me abrazó y me dijo: «Quiéreme mucho. ¡Qué fatigoso es ser Redentor!»‖.<br />

Felipe: ―También yo le encontré con señales de haber llorado en el bosque del río. Y a mi<br />

mirada interrogativa respondió: «¿Sabes qué diferencia hay entre el Cielo y la tierra, además de<br />

la de no ver a Dios? Es la falta de amor entre los hombres. Me estrangula como una soga. He<br />

venido aquí a echar granos a los pájaros para ser amado por seres que se aman»‖. Judas<br />

Iscariote (debe ser un poco desequilibrado) se arroja al suelo y llora como un muchacho. ■ En<br />

este momento entra Jesús con Juan: ―Pero ¿qué sucede? ¿Por qué ese llanto?‖. Pedro responde<br />

franco: ―Por mi culpa, Maestro. Cometí un error. Regañé a Judas muy duramente‖. Iscariote:<br />

―No... yo... yo... el culpable. Yo soy... el que te causo dolor... no soy bueno... perturbo. ¡Pero<br />

ayúdame a ser bueno! Porque aquí tengo una cosa, aquí en el corazón, que me obliga a hacer<br />

cosas que no querría hacer. Es más fuerte que yo... y te causo dolor, a Ti, Maestro, al que<br />

debería de dar gozo... Créelo. No es falsedad...‖. Jesús: ―Pues claro, Judas, no lo dudo. Viniste a<br />

Mí con sinceridad de corazón, con verdadero entusiasmo. Pero eres joven... Nadie, ni siquiera tú<br />

mismo, te conoce como Yo te conozco. ¡Ánimo!, levántate y ven aquí. Luego hablaremos los<br />

dos solos‖.<br />

* ―Mannaén ha llegado como un «alma» no como hermano de leche de Herodes”.- ■ Jesús:<br />

“Entre tanto hablemos del asunto por el que me mandasteis llamar. Ha venido Mannaén... Bien,<br />

¿dónde está el mal? ¿Acaso no puede un hermano de leche de Herodes tener sed del Dios<br />

verdadero? ¿Tenéis miedo por Mí? ¡No, hombre, no! Tened fe en mi palabra. Este hombre no<br />

ha venido sino por fines honestos‖. Los discípulos preguntan: ―Entonces ¿por qué no se dio a<br />

conocer?‖. Jesús: ―Precisamente porque viene como un «alma», no como hermano de leche de<br />

Herodes. Se ha envuelto en el silencio porque piensa que ante la Palabra de Dios no existe<br />

parentesco con un rey... Respetemos su silencio‖. Discípulos: ―¿Pero si por el contrario, él le<br />

enviase?‖. Jesús: ―¿Quién?... ¿Herodes?... No. No tengáis miedo‖. Discípulos: ―¿Quién le<br />

manda entonces? ¿Cómo se ha informado de Ti?‖. Jesús: ―Pues por el mismo Juan, mi primo.<br />

¿Creéis que no me habrá predicado en la cárcel? O por Cusa... o por la voz de la gente... o por el<br />

mismo odio de los fariseos. Hasta las frondas y el aire hablan ya de Mí. Se ha echado la piedra<br />

en el agua inmóvil, el mazo ha percutido en el bronce: las ondas se difunden, cada vez más<br />

mayores, portando a la lejana agua la revelación, y el sonido lo entrega confiado a los espacios...<br />

La tierra ha aprendido a decir: «Jesús» y jamás se callará. Marchad... y sed amables con él,<br />

como con cualquiera. Marchad, Yo me quedo con Judas‖. Los discípulos se van.<br />

* “Judas, tienes dos caballos locos: el sentido y la autosuficiencia... Quieres ser el<br />

«vencedor»”.- ■ Jesús mira a Judas todavía lloroso y le pregunta: ―¿Entonces? ¿No tienes nada<br />

que decirme? Yo sé todo lo tuyo. Pero quiero saberlo de ti. ¿Por qué ese llanto? Y sobre todo,<br />

¿por qué este desequilibrio que te tiene siempre descontento?‖. Iscariote: ―¡Oh! sí, Maestro. Tú<br />

lo has dicho. Soy celoso por naturaleza. Tú sabes que así es... Sufro viendo que... viendo tantas<br />

cosas. Esto me saca de quicio... y me hace injusto. Y me vuelvo malo, aun cuando no querría,<br />

no...‖. Jesús: ―¡Pero no llores de nuevo! ¿De qué estás celoso? Acostúmbrate a hablar con tu


109<br />

verdadera alma. Hablas mucho, hasta demasiado; pero, ¿con qué?: con el instinto y con tu<br />

mente. Sigues todo un fatigoso y continuo trabajo para decir lo que quieres decir: hablo de ti, de<br />

tu yo, porque cuando tienes que hablar de otros y a otros, no te pones cortapisas ni límites.<br />

Igualmente no pones cortapisas a tu carne, que es tu caballo enloquecido. Pareces un jinete al<br />

que el jefe de las carreras le hubiese dado dos caballos locos. El uno es el sentido, el otro...<br />

¿quieres saber quién es el otro? ¿Sí? Es el error que no quieres domar. Tú, jinete capaz, pero<br />

imprudente, te fías de tu capacidad y crees que es suficiente. Quieres llegar primero... no pierdes<br />

tiempo ni siquiera para cambiar de caballo. Antes bien los espoleas y golpeas con el látigo.<br />

Quieres ser «el vencedor». Quieres aplauso... ¿No sabes que la victoria es segura cuando se<br />

conquista con constante, paciente y prudente trabajo?... Habla con tu alma. De ahí quiero que<br />

salga tu confesión ¿O debo decirte lo que hay adentro?‖. ■ Iscariote: ―Veo que tampoco Tú eres<br />

justo, ni firme, y esto me hace sufrir‖. Jesús: ―¿Por qué me acusas? ¿En qué ves que he<br />

faltado?‖. Iscariote: ―Cuando quise llevarte con mis amigos, no te gustó y dijiste: «Prefiero<br />

estar entre los humildes». Posteriormente Simón y Lázaro te dijeron que convenía que te<br />

pusieses bajo la protección de un poderoso y Tú aceptaste. Tú das preferencia a Pedro, a Simón,<br />

a Juan. Tú...‖. Jesús: ―¿Qué otra cosa?‖. Iscariote: ―Nada más, Jesús‖. Jesús: ―Nubecillas...<br />

Pompas en la espuma de la ola. Me das compasión, porque eres un desgraciado que te torturas,<br />

pudiendo alegrarte. ¿Puedes decir que este lugar es de lujo? ¿Puedes decir que no hubo razón<br />

poderosa que me obligó a aceptarlo? ¿Si Sión hubiera sido menos madrastra para sus profetas,<br />

estaría aquí, escondido como uno que teme a la justicia humana, y se refugia en un lugar de<br />

asilo?‖. Iscariote: ―No‖. Jesús: ―Y ¿entonces puedes decir que no te he dado encargos como a<br />

los demás? ¿Puedes decir que he sido duro contigo cuando has faltado? ■ Tú no fuiste sincero<br />

Las vides... ¡Oh, las vides! ¿Qué nombre tenían esas vides? No fuiste complaciente con quien<br />

sufría y se redimía. Ni siquiera fuiste respetuoso para conmigo. Y los demás lo han visto... Y,<br />

con todo, una voz sola e incansable se ha alzado defensora siempre: la mía. Los otros tendrían<br />

derecho de sentirse celosos, porque si ha habido uno que haya sido protegido has sido tú‖. Judas<br />

conmovido, avergonzado, llora. Jesús: ―Me voy. Es la hora en que soy de todos. Tú quédate y<br />

reflexiona‖. Iscariote: ―Perdóname, Maestro. No podré tener paz si no tengo tu perdón. No estés<br />

triste por mi causa. Soy un muchacho malvado... Amo y atormento... Así sucedía con mi<br />

madre... así contigo... así sucederá con mi esposa si algún día me casase... ¡sería mejor que me<br />

muriese!...‖. Jesús: ―Sería mejor que te enmendases. Estás perdonado. ¡Hasta luego!‖.<br />

* Pedro debería tratar a Iscariote como a un hijo.- Mannaén pide alojamiento.- ■ Jesús<br />

sale. Afuera está Pedro: ―Ven, Maestro. Ya es tarde. Hay mucha gente. Dentro de poco se<br />

pondrá el sol. Y no has ni comido... Ese muchacho es la causa de todo‖. Jesús: ―Ese<br />

«muchacho» tiene necesidad de todos vosotros para dejar de ser la causa de estas cosas. Procura<br />

recordártelo, Pedro. Si fuese tu hijo, ¿serías indulgente con él?...‖. Pedro: ―¡Uhmm! Sí y no.<br />

Sería indulgente... pero... le enseñaría también algunas cosas. Aunque fuese adulto le enseñaría<br />

como a un jovencillo mal educado. Bueno, si fuese mi hijo, no sería así...‖. Jesús: ―Basta‖.<br />

Pedro: ―Sí. Basta, Señor mío. ■ Mira allí a Mannaén. Es el que tiene el manto casi negro, es<br />

rojo oscuro. Me dio esto para los pobres y me dijo que si podía quedarse a dormir‖. Jesús:<br />

―¿Qué respondiste?‖. Pedro: ―La verdad: «Tenemos camas solo para nosotros. Ve al pueblo»‖.<br />

Jesús no dice nada. Deja a Pedro y va a donde está Juan; a quien dice algo. Luego se pone a<br />

hablar a la gente... Y una vez terminado el discurso, se despide dándoles la paz.<br />

* Mannaén, instruido por el Bautista que le dijo: “Hay Uno que es más que yo; te recogerá<br />

y te elevará”.- ■ No hay ningún enfermo. Jesús permanece con los brazos cruzados apoyado<br />

contra la pared, bajo del cobertizo sobre el que ya las sombras van cayendo. Jesús mira a los que<br />

se van yendo en borriquillos y a los que se dirigen al río a purificarse, a los que atravesando los<br />

campos se dirigen hacia el pueblo. El hombre vestido de rojo parece que no sabe qué hacer.<br />

Jesús no le pierde de vista. Después de algún tiempo el hombre se mueve y se dirige hacia su<br />

caballo, un caballo hermosísimo blanco adornado con una gualdrapa roja que pende de la silla<br />

adornada con plata. Dice Jesús llegándose a él: ―¡Hombre, espérame! Cae la tarde ¿Tienes<br />

dónde dormir? ¿Vienes de lejos? ¿Estás solo?‖. Mannaén, él es, responde: ―De muy lejos... y<br />

me iré... no lo sé... al pueblo, si encuentro... si no... a Jericó... Dejé allí la escolta; no me fiaba<br />

de ella‖. Jesús: ―No. Te ofrezco mi cama. Está ya preparada. ¿Tienes qué comer?‖. Mannaén:<br />

―No tengo nada. Creía encontrar un pueblo más hospitalario...‖. Jesús: ―Nada falta allí‖.


110<br />

Mannaén: ―Nada. Ni siquiera el odio hacia Herodes. ¿Sabes quién soy?‖. Jesús: ―El nombre de<br />

quienes me buscan es uno solo: hermanos en el nombre de Dios. Ven. Partiremos juntos el pan.<br />

Puedes llevar el caballo a aquel recinto; le vigilo Yo, que dormiré allí‖. Mannaén: ―No. Jamás.<br />

Yo duermo allí. Acepto el pan, pero nada más. No pondré mi cuerpo sucio, donde Tú recuestas<br />

tu cuerpo santo‖. ■ Jesús: ―¿Me crees santo?‖. Mannaén: ―Sé que eres santo. Juan, Cusa... tus<br />

<strong>obra</strong>s... tus palabras. Todo ello resuena en el palacio real como una concha conserva el rumor<br />

del mar. Iba yo a donde estaba Juan... y luego le perdí. Pero me había dicho: «Uno que es más<br />

que yo te recogerá y te elevará». Solo podías ser Tú. He venido en cuanto he sabido dónde<br />

estabas‖. Han quedado solos bajo el cobertizo. Los discípulos, en la cocina, cuchichean y miran<br />

de reojo. Zelote, que era a quien tocaba hoy bautizar, regresa del río, con los últimos bautizados.<br />

Jesús, después de bendecirlos, dice a Simón: ―Este hombre es el peregrino que busca refugio en<br />

nombre de Dios, y en el nombre de Dios le saludamos como amigo‖. Simón se inclina. También<br />

lo hace el hombre. Entran en el galerón y Mannaén amarra el caballo al pesebre. Acude Juan,<br />

advertido por un gesto de Jesús, con hierba y un cubo de agua. Acude también Pedro con una<br />

lámpara de aceite porque está ya oscuro. Dice el caballero: ―Aquí estaré muy bien. Dios os lo<br />

pague‖, y luego entra con Jesús y con Simón a la cocina, iluminada por una un haz de ramas<br />

secas encendido en ese momento. Todo termina. (Escrito el 1 de Marzo de 1945).<br />

········································<br />

1 Nota : Cfr. Personajes de la Obra magna: Mannaén.<br />

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2-122-254 (2-89-752).- En «Aguas Claras».-Iscariote pide a Juan: ―¿Me ayudarás a ser menos<br />

malo?‖.<br />

* Iscariote reconoce que Juan tiene miedo de él porque no es bueno y tiene tendencias<br />

perversas.- ■ Jesús pasea lentamente arriba y abajo a lo largo de la orilla del río. Hace poco<br />

debe haber amanecido, porque la neblina de un triste día invernal envuelve todavía los cañizares<br />

de las márgenes. Por ninguna parte a lo largo del Jordán se ve a alguien. Tan solo hay neblina a<br />

ras de tierra y el chocar del agua entre las cañas, rumor de aguas, que, por las lluvias de los días<br />

precedentes, están turbias, y algunos reclamos de pájaros, cortos, tristes, como lo son cuando,<br />

pasada la estación de los amores, las aves están entristecidas por el invierno y por la escasez del<br />

alimento. Jesús los escucha y parece atraerle mucho la llamada de un pajarito, que con<br />

regularidad matemática, voltea su cabecita hacia el norte y lanza un lamentoso «chiruit», luego<br />

la dobla hacia el sur y repite su interrogatorio «chiruit» sin obtener respuesta. Finalmente el<br />

pajarito parece haber obtenido respuesta con el «chip» que llega de la otra ribera y con un grito<br />

de alegría se lanza a través del río. Jesús hace un gesto como diciendo: ―¡Menos mal!‖ y<br />

continúa paseando. ■ Juan, que llega de los prados, pregunta: ―¿Te importuno, Maestro?‖.<br />

Jesús: ―No. ¿Qué quieres?‖. Juan: ―Quería decirte... me parece que sea una noticia que te pueda<br />

dar consuelo y vine al punto a decírtela; además, quisiera pedirte consejo. Estaba barriendo los<br />

salones y vino Judas de Keriot y me dijo: «Te ayudo». Me quedé sorprendido porque casi<br />

siempre hace de mala gana estos quehaceres humildes... No obstante, me he limitado a decir:<br />

«¡Oh gracias! ¡Así lo haré antes y mejor!». Él se ha puesto a barrer y hemos terminado pronto.<br />

Me dijo: «Vamos al bosque. Los viejos son siempre los que acarrean leña. No está bien. Vamos<br />

nosotros. Yo no sé cómo se hace, pero si me enseñas...». Y nos fuimos. Mientras estaba yo con<br />

él atando la leña, me dijo: «Juan, te quiero decir una cosa». Le dije: «Habla». Pensaba que sería<br />

una crítica. Por el contrario, dijo: «Tú y yo somos los más jóvenes. Sería necesario que<br />

estuviésemos unidos. Tú tienes casi miedo de mí y tienes razón porque no soy bueno. Pero<br />

créeme... no lo hago a propósito. Hay veces que siento ganas de ser malo. Tal vez, como yo era<br />

el único, no me educaron bien. Querría hacerme bueno. Sé que los viejos no me miran con<br />

buenos ojos. Los primos de Jesús están enfadados porque en realidad, así es, les he faltado<br />

mucho, como también a su primo. Pero tú eres bueno y tienes paciencia. Quiéreme mucho.<br />

Hazte idea de que soy hermano tuyo, malo sí, pero a quien hay que amar aunque sea malo. El<br />

Maestro también dice que hay que <strong>obra</strong>r así. Cuando veas que no obro bien, dímelo. Y luego no<br />

me dejes siempre solo. Cuando voy al pueblo, ven también tú; así me ayudarás a no hacer el<br />

mal. Ayer sufrí mucho. Jesús me habló y yo le miré. Dentro de mi necio rencor no me miraba ni<br />

a mí mismo, ni a los demás. Ayer lo comprobé... Tienen razón de decir que Jesús sufre... y


111<br />

pienso que tengo algo de culpa en ello... No quiero más tenerla. Ven conmigo. ¿Vendrás?... ¿Me<br />

ayudarás a ser menos malo?». ■ Así habló y te confieso que el corazón me latía, como le late a<br />

un pajarito cuando le coge un muchacho. Me latía de gozo porque me agrada que se haga bueno<br />

--por Ti me agrada-- y latía un poco de miedo porque... no quisiera volverme como Judas. Pero<br />

después me acordé de lo que dijiste cuando aceptaste a Judas, y le respondí: «Sí, te ayudaré.<br />

Pero debo obedecer, y si tengo otras órdenes...». Pensaba: ahora se lo diré al Maestro y si Él<br />

quiere lo hago, y si no quiere, que me dé la orden de no alejarme de la casa‖. Jesús: ―Oye, Juan.<br />

Puedes ir. Pero debes prometerme que si sientes que algo te turba, me lo vienes a decir. Me has<br />

alegrado con esto, mucho, Juan. Aquí llega Pedro con pescado. Puedes irte, Juan‖.<br />

* ―Un vicioso, para ir al Bien, debe ir contra corriente y no puede lograrlo por sí solo”.- ■<br />

Jesús se dirige a Pedro: ―¿Buena pesca?‖. Pedro: ―¡Uhmm! No muy buena. Pescaditos... pero<br />

todo sirve. Está Santiago que reniega porque algún animal ha roído la soga y se ha perdido una<br />

red y le dije: «¿Y él no debía comer? Ten compasión del pobre animal». Pero Santiago no lo<br />

toma así...‖. Pedro se echa una carcajada. Jesús: ―Eso es lo que yo digo respecto a uno que es<br />

hermano y es lo que vosotros no sabéis hacer‖. Pedro: ―¿Te refieres a Judas?‖. Jesús: ―Hablo<br />

de Judas. Él sufre por ello. Tiene buenos deseos y tendencias perversas. Pero dime, tú, experto<br />

pescador. ¿Si Yo quisiera ir en barca por el Jordán y llegar al lago de Genesaret, qué debería<br />

hacer? ¿Lo lograría?...‖.Pedro: ―¡En fin! ¡Sería un trabajo enorme! Lo lograrías con barcas<br />

pequeñas y planas... Cuesta trabajo, ¿sabes? ¡Es lejos! Sería necesario medir siempre el fondo,<br />

tener ojos en la ribera, en los remolinos, en los bosquecillos flotantes, en la corriente. La vela en<br />

estos casos no sirve, es más, perjudica... ¿pero quieres volver al lago siguiendo el río? Ten en<br />

cuenta que contra corriente se va mal. Hay que ser muchos, si no...‖. Jesús: ―Tú has dicho.<br />

Cuando alguien es vicioso, para ir hacia el Bien, debe ir contra la corriente, y no puede por<br />

sí solo lograrlo. Judas es uno de estos. Y vosotros no le ayudáis. El pobre rema hacia arriba,<br />

solo y se pega contra el fondo, da con remolinos, se mete en bosquecillos flotantes y cae en una<br />

vorágine. Si quiere medir el fondo, no puede tener al mismo tiempo el timón y el remo. ¿Por<br />

qué se le echa en cara si no avanza? Tenéis piedad de los extraños, y de él, vuestro compañero<br />

¡no!... ¡No es justo! ¿Ves allá a Juan y a él, que van al pueblo a traer pan y verduras? Él ha<br />

pedido que por favor no se le deje ir solo. Se lo pidió a Juan, porque no es tonto, y sabe cómo<br />

pensáis los viejos de él‖. Pedro: ―¿Y Tú le has mandado? ¿Y si Juan también se echa a perder?‖.<br />

■ Santiago, que llega con la red recuperada entre un cañizar, pregunta: ―¿Quién? ¿Mi hermano?<br />

¿Por qué se va a echar a… perder?‖. Pedro: ―Porque Judas va con él‖. Santiago: ―¿Desde<br />

cuándo?‖. Jesús: ―Desde hoy. Yo le di permiso‖. Santiago: ―Si Tú lo permites, entonces...‖.<br />

Jesús: ―Sí; es más, se lo aconsejo a todos. Le dejáis muy solo. No seáis jueces solo para él. No<br />

es peor que otros. Está muy mal educado desde su infancia‖. Santiago: ―Sí, debe ser eso. Si<br />

hubiese tenido por madre y padre a Zebedeo y Salomé, las cosas no serían así. Mis padres son<br />

buenos, pero se acuerdan de tener un derecho y una obligación sobre sus hijos‖. Jesús: ―Dijiste<br />

bien. Hoy hablaré exactamente sobre esto. Vámonos. Veo que empieza a aparecer gente por los<br />

prados‖. Pedro, entre admirado y fastidiado, dice: ―Yo ya no sé cómo nos las vamos a arreglar<br />

para vivir. Ya no hay ni hora para comer, ni de orar, ni de descansar... y la gente sigue<br />

aumentando‖. Jesús: ―¿Te lamentas por ello? Señal de que hay quien todavía busca a Dios‖.<br />

Pedro: ―Sí, Maestro. Pero Tú sufres como consecuencia. Ayer te quedaste incluso sin comer, y<br />

esta noche sin más cobijas que tu manto. ¡Si lo supiese tu Madre!...‖. Jesús: ―¡Bendeciría a<br />

Dios, que me acerca tantos fieles!‖. Pedro termina: ―Y me regañaría a mí, en quien puso su<br />

confianza‖. (Escrito el 3 de Marzo de 1945).<br />

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2-124-272 (2-91-771).- En «Aguas Claras».- El valor de un alma.- Se da alojo a la «Velada».<br />

* Cuando Jesús mira a las personas solo ve almas.- ■ El día es tan tempestuoso que no hay<br />

ningún peregrino. Llueve a cántaros y la era se ha convertido en una pequeña laguna por la que<br />

flotan hojas secas, que quién sabe de dónde sean, pero que el viento las trajo, el viento que silba<br />

y sacude puertas y ventanas. En la cocina, más oscura que nunca --porque para impedir que<br />

entre la lluvia se debe tener apenas entornada la puerta--, quien está se ahuma, lagrimea y tose,<br />

pues el viento rechaza hacia dentro el humo. Pedro dice como un sabio: ―Tenía razón Salomón.<br />

Tres cosas echan afuera al hombre: la mujer pendenciera (y a ésa la dejé en Cafarnaúm riñendo


112<br />

con los otros yernos); la chimenea que echa humo y el techo que gotea. Y estas dos cosas las<br />

tenemos... Pero mañana me las arreglaré con esta chimenea. Voy al techo y tú, y tú y tú<br />

(Santiago, Juan, Andrés) venís conmigo. Y con piedras planas haremos un techo a la chimenea‖.<br />

Tomás pregunta: ―Y ¿dónde encuentras las piedras planas?‖. Pedro: ―En el cobertizo. Si gotea<br />

allí no se acaba el mundo; pero aquí... ¿Te duele que tus alimentos dejen de decorarse con<br />

lágrimas tiznadas de hollín?‖. Tomás: ―¡Bonito sería! ¡Ojalá lo lograras! ¡Mira cómo estoy<br />

teñido! Me cae en la cabeza cuando estoy cerca del fuego‖. Juan dice riéndose: ―Pareces un<br />

monstruo egipcio‖. De hecho Tomás presenta sobre su rostro lleno y afable diversas y<br />

caprichosas figuras negras. El primero que se ríe de ello es él mismo, que está siempre alegre, y<br />

Jesús también se ríe, porque justamente cuando está hablando, otra gota cargada de hollín le cae<br />

en la nariz y le pone negra la punta. ■ Iscariote, que hace tiempo que está cambiando, dice a<br />

Pedro: ―Tú eres experto de tiempo, ¿qué piensas? ¿Durará mucho así?‖. Pedro le contesta:<br />

―Ahora te lo voy a decir; voy a hacer de astrólogo‖, y se va a la puerta, la abre un poco más,<br />

saca un poco la cabeza y una mano y sentencia: ―Viento bajo y del sur, calor y neblina...<br />

¡Uhmm! Poco hay que...‖. Pedro calla, se vuelve a meter despacio y entorna la puerta, y da un<br />

vistazo hacia fuera. Tres o cuatro preguntan: ―¿Qué pasa?‖. Pedro hace señal con la mano de<br />

que guarden silencio. Mira. Luego dice en voz baja: ―Es aquella mujer. Ha bebido agua del pozo<br />

y tomado un poco de leña del patio. Está toda mojada. No encenderá... se va... voy a seguirla.<br />

Quiero ver...‖. Y cauteloso sale. Tomás pregunta: ―Pero, ¿dónde puede quedarse para estar<br />

siempre cerca?‖. Mateo añade: ―Y ¡para estar aquí con este tiempo!‖. Bartolomé dice:<br />

―Ciertamente va al pueblo porque anteayer estaba allí comprando pan‖. Santiago de Alfeo<br />

observa: ―¡Tiene una constancia inaudita en estar así velada!‖. Tomás concluye: ―O un gran<br />

motivo‖. Juan pregunta: ―¿Sería ésta a la que se refería ayer aquel judío?‖. Y dice: ―Son siempre<br />

tan falsos...‖. Y Jesús continúa callado como si estuviese sordo. Todos le miran, seguros de que<br />

Él lo sabe. Sigue trabajando con un cuchillo afilado en un trozo de madera blanda; poco a poco<br />

el trozo de madera va tomando la forma de un tenedor grande para sacar las verduras del agua<br />

hirviendo. Cuando ha terminado, se le ofrece a Tomás que está dedicado con todas sus fuerzas a<br />

la cocina. Tomás: ―Eres muy bueno, Maestro... pero... nos dices ¿quién es?‖. Jesús: ―Un alma.<br />

Para Mí todos vosotros sois «almas». Ninguna otra cosa. Hombres, mujeres, ancianos, niños,<br />

almas, almas, almas, almas blancas los niños, almas azules los muchachos, almas color rosa los<br />

jóvenes, almas de oro los justos, almas negrísimas los pecadores. Pero solo almas; solo almas. Y<br />

sonrío a las almas blancas, porque me parece como si sonriera a los ángeles; y descanso entre<br />

las flores color rosa y azules de los adolescentes buenos; y me alegro con las almas preciosas de<br />

los justos; y me canso, sufriendo para hacer preciosas y brillantes las almas de los pecadores...<br />

¿Las caras?... ¿Los cuerpos?... ¡Nada! Yo os conozco y reconozco por vuestras almas‖. Tomás<br />

pregunta: ―Y ¿qué alma tiene ella?‖.<br />

* Dan alojo a la Velada por acuerdo unánime. Iscariote confiesa su curiosidad.- ■ Jesús<br />

contesta a Tomás: ―Un alma menos curiosa que la de mis amigos, porque no indaga, no<br />

pregunta, va y viene sin decir palabra, sin echar una mirada‖. Iscariote: ―Yo creía que era una<br />

mujer mala o leprosa. Pero he cambiado de parecer porque... Maestro, ¿no me regañas si te digo<br />

una cosa?‖ pregunta y se va a poner cerca de Jesús apoyándose sobre sus rodillas, todo<br />

cambiado, humilde, bueno, mucho más bello en esta actitud que no cuando es el pomposo y<br />

soberbio. Jesús: ―No te regañaré. Habla‖. Iscariote: ―Sé dónde vive. La seguí una tarde...<br />

fingiendo que iba sacar agua, porque he caído en la cuenta que viene siempre al pozo cuando ya<br />

está oscuro... Una mañana encontré por tierra una orquilla de plata... exactamente en el brocal<br />

del pozo... y comprendí que ella la había perdido. Pus bien, está en una chocita de leña en el<br />

bosque; quizás la utilizan los campesinos; de todas formas, está casi en ruinas. Ella le ha puesto<br />

encima como techo unas ramas; quizás ese montón de leña lo quería para eso. Es una cueva. No<br />

comprendo cómo puede estar así. Casi ni cabría un perro grande o un asno pequeño. Era noche<br />

de luna y pude ver bien. Está medio sepultada entre las zarzas, pero dentro... está vacía y no<br />

tiene puerta. Por eso mismo he cambiado de opinión y he comprendido que no es una<br />

prostituta‖. Jesús: ―No lo deberías haber hecho. Pero sé sincero: ¿no hiciste nada más?‖.<br />

Iscariote: ―No, Maestro. Habría deseado verla, porque ya en Jericó la vi, y creo reconocer su<br />

paso, muy suave, con el que va veloz a donde quiere. También su figura debe de ser flexible y...<br />

bella. Sí, se adivina, no obstante todos esos vestidos. Pero no me atreví a espiarla cuando se


113<br />

acostó en el suelo. Tal vez se quitó el velo. Pero la respeté...‖. Jesús le mira fijamente y luego<br />

dice: ―Y has sufrido. Pero dijiste la verdad. Yo te digo que estoy contento de ti. Otra vez te<br />

costará menos ser bueno. Todo consiste en dar el primer paso. ¡Muy bien Judas!‖ y le acaricia.<br />

■ Regresa Pedro de la calle: ―¡Pero Maestro! ¡Esa mujer está loca! ¿Pero Tú sabes en dónde<br />

está? Casi en la orilla del río, en una casita de madera bajo un matorral. Tal vez en un tiempo<br />

sirvió a algún pescador o guardabosques...¡Quién sabe! Jamás me hubiera imaginado que en<br />

aquel lugar húmedo, metido en un foso, bajo una enramada de zarzas se encontrase aquella<br />

pobre mujer. Le dije: «Habla y sé sincera. ¿Eres leprosa?». Me respondió con voz apagada:<br />

«¡No!». Le dije: «¡Júralo!». Y ella: «¡Lo juro!». Insistí: «Mira que si lo eres y no dices y te<br />

acercas a la casa y yo llego a saber que eres inmunda, hago que te apedreen. Pero si eres una<br />

perseguida, ladrona o una asesina, y estás aquí por miedo a nosotros, no tangas miedo de nada.<br />

Ahora sal de ahí. ¿No ves que estás en el agua? ¿Tienes hambre? ¿Estás temblando? Soy viejo,<br />

¿lo ves? No te hago la corte. Viejo y honesto. Por esto, ¡escúchame!». Así me he expresado.<br />

Pero no ha querido venir. Nos la encontraremos muerta porque está dentro del agua‖. ■ Jesús<br />

piensa. Mira las doce caras que le contemplan. Luego pregunta: ―¿Qué pensáis que se pueda<br />

hacer?‖. Le dicen: ―Maestro, Tú decides‖. Jesús: ―No. Quiero que vosotros juzguéis. Se trata<br />

de algo en que vuestra honra también se halla mezclada. Y no debo violentar vuestro derecho de<br />

conservarla‖. Zelote dice: ―En nombre de la misericordia digo que no se la puede dejar allí‖. Y<br />

Bartolomé: ―Diría que hoy se le lleve al galerón. Van también allí los peregrinos y también ella<br />

puede ir‖. Andrés comenta: ―Al fin y al cabo es una criatura como todas las demás‖. Mateo hace<br />

observar: ―Y, además, hoy no viene nadie, y por lo tanto...‖. Judas Tadeo dice: ―Yo propondría<br />

darle alojamiento por hoy, y mañana decírselo al encargado; es un buen hombre‖. Pedro<br />

exclama: ―Tienes razón. ¡Sí, señor! Tiene muchos establos vacíos. Siempre un establo será un<br />

palacio comparado a esa barquichuela ¡que está haciendo agua!‖. Tomás dice con ansia: ―Vete a<br />

decírselo entonces‖. Jesús observa: ―Los jóvenes todavía no han hablado‖. Santiago: ―Para mí<br />

está bien lo que Tú hagas‖. El otro Santiago con su hermano a una voz: ―Para nosotros<br />

también‖. Felipe: ―Pienso solo en que por desgracia vaya a venir un fariseo‖. Iscariote dice:<br />

―¡Oh!, aunque caminásemos por las nubes, ¿crees que no nos acusarían? No acusan a Dios<br />

porque está lejos. Pero si pudiesen tenerlo cerca, como lo tuvieron Abraham, Jacob y Moisés, le<br />

harían reproches... ¿Quién hay, para ellos, sin culpa?‖. Jesús: ―Si es así, id a decirle que venga<br />

a cobijarse en esa estancia. Ve tú, Pedro, con Simón y Bartolomé. Sois viejos, con lo cual se<br />

sentirá menos violenta esa mujer. Y decidle que le daremos comida caliente y un vestido seco;<br />

el que dejó aquí Isaac. ¿Veis que todo sirve?... incluso un vestido de mujer dado a un<br />

hombre...‖. Los jóvenes se ríen, porque con el vestido en cuestión debe de haber habido algún<br />

hecho gracioso. Los tres de edad se van... poco después regresan. Dicen: ―Ha costado lo suyo...<br />

pero, al fin, ha venido. Le hemos jurado que no la molestaríamos en ningún momento; ahora le<br />

llevo paja y el vestido. Dame las verduras y un pan; hoy no tiene nada que llevarse a la boca.<br />

Por otra parte... ¿quién puede salir con este diluvio?‖. El buen Pedro sale con sus tesoros.<br />

* “Las almas oyen las palabras de los maestros y no avanzan porque ven también las<br />

acciones de sus maestros”.- ■ Jesús:―Y ahora una orden para todos: por ningún motivo se va a<br />

esa estancia. Mañana tomaremos las decisiones oportunas. Acostumbraos a hacer el bien por el<br />

bien, sin curiosidades o deseos de recibir del bien realizado un motivo de diversión o cualquier<br />

otra cosa. ¿Veis? Os lamentabais de que hoy no se haría nada útil. Hemos amado al prójimo. Y<br />

qué cosa más grande podíamos hacer. Si esta mujer, como es verdad, es una infeliz, ¿no podrá,<br />

acaso, nuestro auxilio darle un alivio, un calor, una protección mucho más profunda que el poco<br />

alimento, el pobre vestido, el techo sólido, que le hemos dado? Si es una culpable, una<br />

pecadora, una criatura que busca a Dios, ¿nuestro amor no será, acaso, la más bella lección, la<br />

más poderosa palabra, la señal más clara para ponerla en el camino de Dios?‖. ■ Pedro entra<br />

despacito y se pone a escuchar a su Maestro. Jesús: ―Mirad, amigos. Muchos maestros tiene<br />

Israel, que no hacen más que hablar y hablar... Bueno, pues las almas no cambian. ¿Por qué?<br />

Porque las almas oyen las palabras de los maestros pero también ven sus acciones. Pues bien,<br />

éstas destruyen a aquellas. Y las almas se quedan donde estaban, si no es que retroceden<br />

incluso. Pero cuando un maestro hace lo que dice y <strong>obra</strong> santamente en todas sus acciones;<br />

aunque solo lleve a cabo acciones materiales --como dar un pan, un vestido, un lugar de<br />

alojamiento al prójimo que sufre--, obtiene el que las almas vayan adelante y lleguen a Dios,


114<br />

porque son sus mismas acciones las que dicen a los hermanos: ―¡Dios existe! ¡Dios está aquí!‖.<br />

¡Oh..., el amor! En verdad os digo que quien ama, se salva a sí mismo y a los demás‖. Pedro:<br />

―Así es, como Tú dices, Maestro. Esa mujer me dijo: «Sea bendito el Salvador y Aquel que le<br />

ha enviado, y todos vosotros que estáis con Él» y me quería besar los pies a mí, hombre<br />

miserable; y lloraba tras su tupido velo... ¡En fin! Esperamos que no llegue ninguna de esas<br />

celebridades de Jerusalén... Si no... ¿quién nos salva?‖. Jesús: ―Es suficiente que nuestra<br />

conciencia nos salve del juicio de nuestro Padre‖. Luego bendice y ofrece los alimentos y se<br />

sienta a la mesa. (Escrito el 5 de Marzo de 1945).<br />

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2-126-287 (2-93-787).- En «Aguas Claras».- Jesús-Dios, intransigente con el impenitente<br />

fariseo Doras que cae fulminado: ―No es lícito herir a Dios‖.<br />

* “Nada los convierte. El bien no cabe donde todo está lleno de mal”.- (En «Aguas Claras»,<br />

Jesús está terminando su discurso sobre el mandamiento ―No matarás‖. Va a referirse ahora<br />

directamente al cruel fariseo Doras, oculto detrás de la gente. Por aquel anatema lanzado por<br />

Jesús, en el episodio del rescate de Jonás, las tierras de Doras han quedando totalmente<br />

desoladas e improductivas. Abatido por su nueva situación, Doras se hace presente en el lugar).<br />

■ Dice Jesús: ―Y todavía añado: el patrón que da una paliza a un siervo, pero con la astucia de<br />

que no se le muera entre sus manos, es doblemente culpable. El siervo no es dinero del patrón,<br />

es un alma de su Dios. Sea para siempre maldito ese patrón que trata a su siervo peor que al<br />

buey.‖ Jesús parece como lanzar rayos y truenos. Todos le miran espantados, porque antes<br />

hablaba con calma. ―¡Maldito sea! La Nueva Ley abroga esta dureza contra el esclavo, todavía<br />

justa cuando en el pueblo de Israel no había hipócritas que se fingían santos y agudizaban su<br />

ingenio solo para sacar el máximo provecho y eludir la Ley de Dios. Pero ahora --rebosando<br />

Israel de estos seres viperinos, que hacen de su capricho cosa lícita porque son ellos, los<br />

miserables poderosos, a quienes Dios mira con odio y náusea--, al presente Yo digo: ya no es<br />

así. Caen los esclavos en sus surcos y ante las piedras de molino. Caen, con los huesos<br />

quebrantados, visibles los nervios, a causa de los azotes. Los acusan de delitos que no<br />

existieron para poderlos golpear, para justificar su propio sadismo satánico. Hasta el milagro se<br />

usa como acusación para tener el derecho a golpearlos. Ni el poder, ni la santidad del esclavo<br />

convierten su alma retorcida. No se les puede convertir. El bien no cabe donde todo está lleno<br />

de mal. ■ Dios ve y dice: «¡Basta!». Demasiados son los Caínes que matan a los Abeles. Y<br />

¿qué os pensáis, inmundos sepulcros blanqueados por fuera, por fuera cubiertos con palabras de<br />

la Ley mientras que por dentro se pasea el rey Satanás y pulula el satanismo más astuto, qué os<br />

pensáis?, ¿que es solo Abel hijo de Adán?, ¿que Dios mira benigno solo a los que no son<br />

esclavos de hombre mientras rechaza el único ofrecimiento que puede elevarle el esclavo, el de<br />

su honradez envuelta en llanto? ¡No! En verdad os digo que cada justo es un Abel, aun cuando<br />

esté cargado de cadenas, aun cuando muera entre los terrones del campo o sangrando por los<br />

azotes; y que son Caínes todos los injustos que le dan a Dios por orgullo, no por verdadero<br />

culto, lo que está manchado por su pecado y manchado por su sangre. ¡Vosotros que profanáis<br />

el milagro. Profanadores del hombre, asesinos, sacrílegos! ¡Fuera! ¡Idos de mi presencia!<br />

¡Basta! Yo os digo: Basta. Y os lo puedo decir porque soy la Palabra divina que traduce el<br />

Pensamiento divino. ¡Idos!‖. Jesús de pie, erguido, sobre la rústica tribuna causa miedo, impone<br />

temor. Su brazo derecho extendido señalando a la puerta de salida; sus ojos, dos fuegos azules:<br />

parecen fulminar a los pecadores presentes. La niñita que estaba a sus pies se pone a llorar y<br />

corre a su madre. Los discípulos se miran espantados y tratan de descubrir contra quién es la<br />

invectiva. La gente también se vuelve con los ojos interrogativos. ■ Finalmente el secreto se<br />

descubre. En el fondo, fuera de la puerta, semiescondido detrás de un grupo de campesinos<br />

altos, se deja ver Doras. Está ahora más flaco, amarillo, arrugado, todo él nariz y mentón. Trae<br />

consigo a un siervo que lo ayuda a moverse porque parece que haya sufrido un accidente. Y<br />

¿quién podía verle allí entre la gente en medio del patio?... Se atreve a hablar en su voz ronca:<br />

―¿Te refieres a mí? ¿Por qué lo dices?‖. Jesús: ―Por ti. Sal de mi casa‖. Doras: ―Me voy. Pero<br />

dentro de poco ajustaremos cuentas. No lo dudes‖. Jesús: ―¿Pronto? Al punto. El Dios del<br />

Sinaí, te lo dije, te está esperando‖. Doras: ―También tú, hombre maléfico, que a mí me has<br />

acarreado las enfermedades y a mis tierras los animales dañinos. Nos volveremos a ver, para


115<br />

gozo mío‖. Jesús: ―Sí. Y no querrás volverme a ver. Porque Yo te voy a juzgar‖. Doras,<br />

gesticula, trata de gritar: ―¡Ah! ¡Ah! Mald...‖. Y cae al suelo. Grita el siervo: ―¡Ha muerto! ¡Ha<br />

muerto el patrón! ¡Que seas bendito, tú, Mesías nuestro vengador!‖. ■ Jesús: ―No Yo. Dios, el<br />

Señor Eterno. Que ninguno se contamine: que solo el siervo se ocupe de su patrón. Y trata bien<br />

su cuerpo. Todos vosotros, sus siervos, sed buenos. No os regocijéis de alegría, con<br />

resentimiento, por el caído, para que no merezcáis condena. Que Dios y el justo Jonás sean<br />

siempre vuestros amigos, y Yo con ellos. ¡Adiós!‖. Pedro pregunta: ―Pero... ¿ha muerto por tu<br />

querer?‖. Jesús: ―No, sino que el Padre entró en Mí... es un misterio que no puedes entender.<br />

Acuérdate de que no es lícito herir a Dios. Él, sin concurso ajeno, se toma venganza‖. Pedro:<br />

―¿No podrías entonces decir a tu Padre que haga morir a todos los que te odian?‖. Jesús:<br />

―¡Cállate! Tú no sabes de qué espíritu eres. Yo soy Misericordia y no venganza‖. El viejo<br />

sinagogo se acerca: ―Maestro, has resuelto todas mis preguntas y hay luz en mí. Que seas<br />

bendito. Ven a mi sinagoga. No rehúses a un pobre viejo tu palabra‖. Jesús: ―Iré. Vete en paz.<br />

Que el Señor sea contigo‖. Mientras la multitud se va poco a poco, todo termina. (Escrito el 10<br />

de Marzo de 1945).<br />

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2-127-289 (2-94-790).- En «Aguas Claras».- Los discípulos del Bautista, inquietos por los<br />

informes que les dan sobre «Aguas Claras».- Testimonio del Bautista.- Jesús desvela el misterio<br />

que envuelve al Precursor.<br />

* Testimonio del Bautista sobre Doras y sobre la mujer velada.- ■ Es un serenísimo día de<br />

invierno. Sol, viento y cielo azul, sin ni siquiera la menor mancha de nubes. Son las primeras<br />

horas del día. Todavía un ligero velo de rocío, mejor dicho de escarchas, cubre cual polvo el<br />

suelo y las hierbas. Vienen en dirección a la casa tres hombres que caminan con la seguridad de<br />

quien sabe a dónde se dirige. Llegando ya, ven a Juan que atraviesa el patio cargado de cubos de<br />

agua sacados del pozo. Le llaman. Juan se vuelve, deja los cubos y les dice: ―¿Vosotros aquí?<br />

¡Bienvenidos! El Maestro se alegrará al veros. Venid, venid, antes de que llegue la gente.<br />

¡Ahora viene mucha!...‖. Son los tres pastores discípulos de Juan Bautista. Simeón, Juan y<br />

Matías van contentos detrás del apóstol. ―Maestro, hay tres amigos. Mira‖ dice Juan entrando<br />

en la cocina donde arde alegre un buen fuego de raíces, y que expande un agradable olor a<br />

bosque y a laurel quemado. Jesús: ―Paz sea con vosotros, amigos míos. ¿Cómo es que venís a<br />

verme? ¿Le ha sucedido alguna desgracia al Bautista?‖. Simeón dice: ―No, Maestro. Hemos<br />

venido por permiso suyo. Te saluda y dice que encomiendes a Dios el león perseguido por los<br />

arqueros. No se hace ilusiones sobre su suerte futura, aunque por ahora sigue libre, y es feliz<br />

porque sabe que tienes muchos fieles, aun los que antes eran suyos. Maestro... también nosotros<br />

tenemos el anhelo de serlo, pero... no queremos abandonarle ahora que le persiguen.<br />

Compréndenos...‖. Jesús: ―No solo eso, sino que os bendigo por ello. El Bautista es digno de<br />

todo respeto y amor‖. Matías: ―Sí. Así es. El Bautista es grande, y cada vez descuella más su<br />

figura. Se parece al agave que poco antes de morir produce el gran candelabro de la flor de<br />

siete hojas y lo ondea, y perfuma. Así es él. Y dice siempre: «Mi único deseo es volver a<br />

verle...». Verte a Ti. Nosotros hemos recogido este grito de su alma y, sin decírselo, te lo hemos<br />

venido a traer. Él es «el Penitente», «el Absteniente». Su santo deseo de verte y de oírte le<br />

consume. Yo soy Tobías, ahora Matías. Creo que el arcángel dado a Tobías no sería distinto del<br />

Bautista; todo en él es sabiduría‖. ■ Jesús: ―¿Quién ha dicho que no le vuelva a ver?... Pero<br />

¿solo por eso habéis venido? Es muy duro caminar durante esta estación. Hoy hace un día<br />

sereno, pero, hasta hace solo tres días, ¡cómo llovía por todas partes!‖. Matías: ―No hemos<br />

venido solo por esto. Hace algunos días vino Doras, el fariseo, a purificarse. El Bautista le negó<br />

el rito con estas palabras: «No entra el agua en donde hay una costra tan grande de pecado. Solo<br />

uno te puede perdonar: el Mesías». Y entonces él dijo: «Iré a donde está Él. Quiero curarme.<br />

Creo que este mal es un maleficio suyo». Entonces el Bautista le arrojó de su presencia como lo<br />

habría hecho con Satanás. Él, al irse, vio a Juan (el pastor) --le conocía desde que Juan visitaba<br />

a Jonás, con quien estaba algo emparentado-- y le dijo que él vendría aquí, que todos iban, que<br />

había venido Mannaén y hasta incluso venían las... (yo digo prostitutas pero él dijo otra palabra<br />

peor). «Aguas Claras, decía, está lleno de ilusos. Ahora, si me cura y retira la maldición contra<br />

mis tierras --que están como excavadas como con máquinas de guerra por ejércitos de topos y


116<br />

gusanos de todas clases y animales que acaban con las semillas y roen las raíces de los árboles<br />

frutales y de las viñas y no hay nada que los venza--, me haré amigo suyo. De otro modo... ¡ay<br />

de Él!». Nosotros le respondimos: «¿Y con este corazón vas allá?». Y él contestó: «¿Pero quién<br />

cree en ese pedazo de Satanás? Además, así como convive con prostitutas, puede hacer alianza<br />

también conmigo». Nosotros queríamos venir a decírtelo, para que pudieras saber a qué atenerte<br />

con Doras‖. Jesús ―Ya está todo resuelto‖. Matías: ―¿Ya? ¡Ah, es verdad!, que él tiene carros y<br />

caballos y nosotros tan solo las piernas. ¿Cuándo ha venido?‖. Jesús: ―Ayer‖. Matías: ―¿Y qué<br />

pasó?‖. Jesús: ―Lo siguiente: que si queréis ocuparos de Doras podéis ir al duelo a su casa de<br />

Jerusalén. Le están preparando para el sepulcro‖. Exclaman: ―¡¿Muerto?!‖. Jesús: ―Muerto.<br />

Aquí. Pero no hablemos de él‖. Matías: ―Sí, Maestro... ■ Solo... dinos una cosa. ¿Es verdad<br />

cuanto dijo Mannaén?‖. Jesús: ―Sí. ¿Os desagrada?‖. Matías: ―No, no..., nos alegra. ¡Cuánto le<br />

hemos hablado de Ti en Maqueronte! Y ¿qué quiere el discípulo sino que el Maestro sea<br />

amado? Es lo que Juan quiere, y, con él, nosotros‖. Jesús: ―Hablas bien Matías. La sabiduría<br />

está contigo‖. Matías: ―Y... yo no lo creo, pero ahora la hemos visto... a esa mujer. Vino<br />

también a nosotros buscándote a Ti antes de los Tabernáculos. Le dijimos: «A quien tú buscas<br />

no está aquí, pero pronto estará en Jerusalén, para los Tabernáculos». Eso le dijimos, porque el<br />

Bautista nos había dicho: «¿Veis a esa pecadora?: es una costra de inmundicia; pero lleva<br />

dentro una llama que hay que alimentar; así, se avivará de tal modo que saldrá impetuosamente<br />

de la costra y arderá toda. Cederá la inmundicia y quedará solamente la llama». Eso dijo. Pero...<br />

¿es verdad que duerme aquí, como han venido a decirnos dos influyentes escribas?‖. Jesús:<br />

―No. Está en una de las caballerizas del encargado, más o menos a un estadio de aquí‖. Matías:<br />

―¡Lenguas infernales! ¿Oíste? ¡Y ellos...!‖. Jesús: ―Déjalos que hablen. Los buenos no creen en<br />

sus palabras, sino en mis <strong>obra</strong>s‖. Matías: ―Esto lo dice también Juan‖.<br />

* Testimonio del Bautista sobre sí mismo: “Yo no soy el Mesías, sino el que ha sido<br />

mandado delante de Él para prepararle el camino... Sola la esposa goza del esposo, el<br />

amigo del novio se alegra y desaparece... Es necesario que Él crezca y yo disminuya. Quien<br />

viene del Cielo está por encima de todos”.- Matías continúa diciendo a Jesús: ―Hace unos<br />

días, algunos discípulos suyos, le dijeron en nuestra presencia: «Rabí, Aquel que estaba contigo<br />

al otro lado del Jordán, del que tú diste testimonio, ahora bautiza y todos van a Él; te vas a<br />

quedar sin fieles». A lo que Juan respondió: «¡Bienaventurado mi oído, que oye esta noticia! No<br />

sabéis qué alegría me proporcionáis. Tened en cuenta que el hombre no puede tomar nada si no<br />

le es dado del Cielo. Vosotros podéis testificar que dije: ‗Yo no soy el Mesías, sino el que ha<br />

sido mandado delante de Él para prepararle el camino‘. El hombre justo no se apropia un<br />

nombre que no es suyo, y, aunque otro hombre quisiera alabarle diciéndole: ‗Eres ése‘, es decir:<br />

el Santo, él responde: ‗¡No, en verdad, no!; yo soy su siervo‘. ■ Y de todas formas se alegra<br />

mucho de ello, porque dice: ‗Se ve que me asemejo a Él un poco, si el hombre me puede<br />

confundir con Él‘. Y, ¿qué desea la persona que ama sino parecerse a su amado? Solo la esposa<br />

goza del esposo. El paraninfo no podría gozar de ella, porque sería una inmoralidad y un hurto.<br />

Pero el amigo del novio, que está cerca de él y escucha su palabra llena de júbilo nupcial,<br />

experimenta una alegría tan grande que podría compararse a la que hace feliz a la virgen casada<br />

con él, la cual en aquella palabra empieza a degustar la miel de las palabras nupciales. Esta es<br />

mi alegría y es completa. ¿Qué otra cosa hace el amigo del novio, después de haberle servido<br />

durante meses y habiéndole conducido a la esposa hasta el hogar? Se retira y desaparece. ¡Así<br />

hago yo! Uno solo queda, el esposo con la esposa: el Hombre con la Humanidad. ¡Oh, qué<br />

palabra más profunda! ■ Es necesario que Él crezca y que yo disminuya. Quien viene del Cielo<br />

está por encima de todos. Patriarcas y Profetas desaparecen a su llegada, porque Él es como el<br />

sol, que todo ilumina y su luz es tan fuerte que los astros y planetas, que no tienen luz propia, se<br />

revisten de ella, y los que aún no están apagados desaparecen en el supremo resplandor del sol.<br />

Esto sucede porque Él viene del Cielo, mientras los Patriarcas y Profetas irán al Cielo, pero del<br />

Cielo no vienen. Quien viene del Cielo es superior a todos, y anuncia lo que ha visto y oído.<br />

Pero ninguno de entre los que no tienden al Cielo, renegando por ello de Dios, podrá aceptar su<br />

testimonio. Quien acepta el testimonio del que ha bajado del Cielo, demuestra, con este acto<br />

suyo de creer, que Dios es verdadero y no una fábula exenta de verdad, y escucha a la Verdad<br />

porque su ánimo está deseoso de ella. Porque aquel a quien Dios ha enviado pronuncia palabras<br />

de Dios, pues Dios le da el Espíritu con plenitud, y el Espíritu dice: ‗Heme aquí. Tómame, que


117<br />

quiero estar contigo, Tú, delicia de nuestro amor‘. Porque el Padre ama al Hijo sin medida y<br />

todas las cosas las ha puesto en su mano. Por eso quien cree en el Hijo tiene la vida eterna; mas<br />

quien se niega a creer en el Hijo, no verá la Vida, y la cólera de Dios permanecerá en él y sobre<br />

él». Esto dijo. Estas palabras me las he grabado en la memoria para repetirlas‖. Jesús: ―Te<br />

alabo y te doy las gracias por ello. El último Profeta de Israel no es aquél que desciende del<br />

Cielo, pero, por haber sido adornado de dones divinos desde el vientre de su madre --vosotros<br />

no lo sabéis, pero Yo os lo digo-- es el que más se acerca al Cielo‖. ■ Los tres pastores se<br />

muestran ansiosos de saber, así como también los discípulos: ―¿Qué cosa? ¿Qué cosa?<br />

¡Cuenta!... Él dice de sí mismo: «Yo soy el pecador»‖. Jesús: ―Cuando mi Madre me llevaba, a<br />

mí-Dios en su vientre, fue a servir --porque es la humilde y amorosa--, a la madre de Juan,<br />

prima de ella por parte de su madre, que había quedado embarazada en su vejez. El Bautista<br />

tenía ya su alma, porque era el séptimo mes de su formación (2). Y este germen de hombre<br />

encerrado en el seno materno, saltó de alegría al oír la voz de la Esposa de Dios ■ También en<br />

esto fue Precursor: precedió a los redimidos, porque de seno a seno se derramó la Gracia, y<br />

penetró, y cayó la Culpa de Origen del alma del niño. Por ello Yo os digo que sobre la tierra hay<br />

tres que son poseedores de la Sabiduría, del mismo modo que en el Cielo Tres son los<br />

poseedores de la Sabiduría: el Verbo, la Madre, y el Precursor, en la Tierra; el Padre, el Hijo y<br />

el Espíritu Santo, en el Cielo‖. Matías: ―Nuestro corazón está lleno de estupor... Casi como<br />

cuando se nos dijo: «Ha nacido el Mesías...». Porque eres Tú el abismo de la Misericordia y este<br />

Juan nuestro es el abismo de la humildad‖. Jesús: ―Y mi Madre es el abismo de la Pureza, de la<br />

Gracia, de la Caridad, de la Obediencia, de la Humildad, de toda virtud que sea de Dios y que<br />

Dios infunde en sus santos‖. (Escrito el 11 de Marzo de 1945).<br />

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2-128-299 (2-95-800).- «En Aguas Claras».- Jesús no puede soportar el pecado del 9º<br />

mandamiento.- Iscariote, Zelote y Juan buscan noticias en Jerusalén.<br />

* “Judas, no me des jamás ese dolor”... “Maestro, te amo, pero soy débil”.- (Jesús ha<br />

hablado a la gente hoy sobre las palabras del Éxodo ‖No desearás a la mujer de los demás‖.<br />

Jesús no puede soportar este pecado). ■ De hecho, Jesús está muy pálido, y su rostro denota<br />

dolor. No vuelve a sonreír sino hasta cuando se agacha sobre los niños enfermos y sobre los<br />

enfermos en sus camillas. Entonces vuelve a ser Él. Sobre todo cuando, al introducir su dedo en<br />

la boca de un mudo de unos diez años de edad, le hace decir: ―Jesús‖ y luego: ―Mamá‖. La<br />

gente se marcha muy lentamente. ■ Jesús se queda a pasear por el sol que inunda la era hasta<br />

que se le acerca Iscariote: ―Maestro, no estoy tranquilo...‖. Jesús: ―¿Por qué, Judas?‖. Iscariote:<br />

―Por los de Jerusalén... Yo los conozco. Déjame ir allí algunos días. No te digo que me mandes<br />

solo; es más, te ruego que no sea así. Mándame con Simón y Juan, que fueron muy buenos<br />

conmigo en el primer viaje a la Judea. El uno me frena, el otro me purifica hasta en el<br />

pensamiento. ¡No te puedes imaginar lo que significa Juan para mí!: es un rocío que calma mis<br />

ardores y aceite sobre mis aguas agitadas... Créelo‖. Jesús: ―Lo sé. No te debes por lo tanto<br />

admirar de que Yo le quiera tanto. Es mi paz. Pero tú también, si eres siempre bueno, serás mi<br />

consuelo. Si usas los dones de Dios --y tienes muchos-- para el bien, como estás haciendo<br />

desde hace algunos días, llegarás a ser un verdadero apóstol‖. ■ Iscariote: ―¿Y me amarás como<br />

amas a Juan?‖. Jesús: ―Yo te amo igualmente, Judas; solo que entonces te amaré sin<br />

preocupación y dolor‖. Iscariote: ―¡Oh, Maestro mío! ¡Qué bueno eres!‖. Jesús: ―Ve a<br />

Jerusalén, aunque no servirá de nada. Pero no quiero quitarte tu deseo de ayudarme. Lo diré<br />

inmediatamente a Simón y a Juan. Vamos. ¿Ves cómo sufre tu Jesús por ciertas culpas? Son<br />

como uno que ha levantado un peso demasiado fuerte. No me des jamás este dolor. Nunca<br />

más...‖. Iscariote: ―No, Maestro. No. Te amo. Lo sabes... pero soy débil...‖. Jesús: ―El amor<br />

fortalece‖. Entran en la casa y todo termina. (Escrito el 12 de Marzo de 1945).<br />

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SINOPSIS<br />

(Por una parte, Jesús ha concluido sus discursos explicando el significado de la próxima fiesta<br />

de la Purificación diciéndoles: ―No basta decir «Destruyo» los dioses individuales que<br />

sustituyen al Dios verdadero --idolatrías del sentido, del oro, del orgullo; los vicios capitales que<br />

conducen a la profanación y muerte del alma y de cuerpo y al castigo de Dios--, sino hay que


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decir «Purifico». El hombre se purifica con el arrepentimiento humilde y sincero. No hay<br />

pecado que Dios no perdone si el pecador está realmente arrepentido‖ ■ Por otra parte, después<br />

de unos días de ausencia, Juan Zebedeo, Simón Zelote e Iscariote vuelven con noticias de<br />

Jerusalén. Son noticias preocupantes. Traen también consigo algunos detalles enviados por las<br />

mujeres de los apóstoles y una carta para Jesús de su Madre. En la carta le recuerda que hace ya<br />

un año que no está con Ella; que recibe noticias que hablan de Él; unos le bendicen, otros le<br />

maldicen; incluso que su primo José de Alfeo, en un viaje reciente a Jerusalén, fue amenazado y<br />

detenido por los hombres del Gran Consejo. Ante esta noticia...).<br />

-------000------<br />

2-133-329 (2-100-834).- «Aguas Claras» es abandonada por Jesús y los suyos y van a Betania.<br />

*“Como la luna en sus fases, así en mi religión habrá fases crecientes, llenas,<br />

decrecientes”.- ■ Pedro grita: ―¡Hasta esa casa llegan esos desvergonzados!‖. Y Judas Tadeo<br />

exclama: ―José... podía haberse guardado para sí lo sucedido. ¡Pero le ha llenado de satisfacción<br />

el poder comunicárselo!‖. Enjuicia Felipe: ―Gritos de hiena no infunden temor a los vivos‖.<br />

Iscariote dice: ―Lo malo es que no son hienas, sino tigres. ¡Buscan una presa viva!‖. Y<br />

volviéndose a Zelote: ―Di todo lo que hemos sabido‖. Zelote: ―Sí, Maestro. El temor de Judas<br />

estaba justificado. Fuimos a casa de José de Arimatea y de Lázaro que son abiertos amigos<br />

tuyos. Luego Judas y yo, --como si yo fuese un amigo suyo de la infancia-- fuimos a casa de<br />

algunos amigos suyos de Sión... Bueno, pues José y Lázaro te dicen que te dejes este lugar<br />

enseguida y vayas donde ellos durante estas fiestas. Cede, Maestro; es por tu bien. ■ Además<br />

los amigos de Judas dijeron: «Mira que ya está decidido ir a sorprenderle para acusarle.<br />

Precisamente en estos días de fiesta en que no hay gente. Que se retire por algún tiempo, para<br />

engañar a estas víboras. La muerte de Doras ha estimulado su veneno y su miedo, porque<br />

además de sentir odio tienen miedo. Y el miedo les hace ver lo que no existe y el odio les hace<br />

incluso mentir»‖. Iscariote: ―¡Todo, pero es que saben todo de nosotros! ¡Es una cosa odiosa!<br />

¡Y todo alteran. Todo exageran! Y, cuando creen que no haya bastante razón para maldecir, se<br />

lo inventan. Tengo náuseas y me siento abatido. Me llegan ganas de expatriarme, de irme... no<br />

sé... lejos, fuera de este Israel que es todo un pecado...‖. Se le ve deprimido a Iscariote. Jesús:<br />

―Judas, Judas... una mujer para dar al mundo a un hombre, trabaja por nueve lunas. Tú,<br />

para dar al mundo el conocimiento de Dios ¿querrías emplear menos tiempo? No nueve<br />

lunas, sino millares de lunas serán necesarias; del mismo modo que la luna nace y muere cada<br />

mes, apenas acabada de nacer, luego llena, luego menguada... así sucederá siempre en el mundo,<br />

mientras exista: habrá fases crecientes, llenas y decrecientes, de religión. Mas, aun cuando<br />

parezca muerta, tendrá vida, como la luna, que existe aun cuando parece que se haya extinguido.<br />

Y quien haya trabajado en esta religión, conseguirá mérito completo, a pesar de que solo una<br />

escasa minoría de almas fieles quede sobre la tierra. ¡Venga! ¡Venga! ¡Nada de fáciles<br />

entusiasmos en los triunfos ni de fáciles depresiones en las derrotas!‖. ■ Apóstoles, unos y<br />

otros: ―No obstante... vete de aquí. Nosotros no somos todavía fuertes. Pensamos que ante el<br />

Sanedrín tendríamos miedo. Yo al menos.. De los otros no sé... creo que es una imprudencia el<br />

probarlo. No tenemos el corazón de los tres jóvenes de la corte de Nabucodonosor‖. ―Sí,<br />

Maestro. Es mejor‖. ―Es prudente‖. ―Judas tiene razón‖. ―Ves que también tu madre y<br />

familiares...‖. ―Y Lázaro y José...‖. ―Hagámosles venir en vano...‖. Jesús abre los brazos y dice:<br />

―Sea como queréis. Pero luego se vuelve aquí. Veréis cuántos vienen. Yo ni fuerzo ni tiento<br />

vuestra alma. Sé que todavía no está preparada... Bueno... veamos los trabajos que han hecho las<br />

mujeres‖. Todos, con ojos alegres y voces de alegría extraen de las alforjas los paquetes con los<br />

vestidos, sandalias y los alimentos que enviaron las mamás y las esposas, y tratan de interesar a<br />

Jesús a que admire tanto favor de Dios, pero Él sigue triste y distraído. (Escrito el 18 de Marzo<br />

de 1945).<br />

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2-135-336 (2-102-843).- En Betania, en casa de Zelote, y no en su casa, Magdalena oye hablar<br />

a Jesús (2º contacto con Jesús).<br />

* ―Marta, ahora la lucha por tu hermana <strong>María</strong> es entre el demonio y Yo”.- ■ Llega al<br />

improviso Maximino, que precede en unos metros a Lázaro. ―Maestro... me dijo Simón... que


119<br />

Tú vas a su casa... Le va a dar dolor a Lázaro... pero se comprende‖. Jesús: ―Luego hablaremos<br />

de ello. ¡Oh, amigo mío!‖. Jesús se acerca rápido a Lázaro, el cual parece sentirse violento, y le<br />

besa en las mejillas. Han llegado entre tanto a un caminito que conduce a una casita situada<br />

entre otros terrenos de árboles frutales y el de Lázaro. Éste dice: ―Entonces ¿estás decidido a ir<br />

a casa de Simón?‖. Jesús: ―Sí, amigo mío. Traigo a todos mis discípulos y prefiero sea así...‖. A<br />

Lázaro le desagrada esta determinación pero no replica; solo se vuelve a la pequeña<br />

aglomeración de gente que los sigue y dice: ―Idos, el Maestro tiene necesidad de descanso‖.<br />

Aquí me convenzo de la autoridad que tiene Lázaro. Todos se inclinan al oír sus palabras. Se<br />

retiran mientras Jesús les manda un dulce saludo: ―La paz sea con vosotros. Os avisaré cuando<br />

predique‖. ■ Lázaro, ahora que están solos, adelantados respecto a los discípulos, los cuales,<br />

algunos metros más atrás, vienen hablando con Maximino, dice: ―Maestro... Marta está hecha<br />

un mar de lágrimas. Por esto no vino, pero luego vendrá. Yo lloro solo en mi corazón. Pero hay<br />

que reconocer que es justo. Si hubiéramos pensado que ella (Magdalena) venía... pero jamás<br />

viene a las fiestas... Sí... jamás viene... Yo digo: precisamente hoy tenía que traerla aquí el<br />

demonio‖. Jesús: ―¿El demonio? ¿Por qué no pudo ser su ángel por órdenes de Dios? Pero<br />

créeme, que aunque ella no hubiese estado aquí de todas formas Yo hubiera ido a la casa de<br />

Simón‖. Lázaro: ―¿Por qué, Señor mío? ¿No te dio paz mi casa?‖. Jesús: ―Tanta, que después<br />

de Nazaret es mi lugar preferido. Pero respóndeme: ¿por qué me dijiste: «Sal de Aguas<br />

Claras?». Por las asechanzas que se acercan. ¿No es así? Por esto entro a tierras de Lázaro pero<br />

no quiero que Lázaro sea insultado en su casa. ¿Crees que te respetarían? Con tal de pisotearme<br />

pasarían sobre el Arca Santa... déjame por lo menos ahora. Luego vendré. Por otra parte nadie<br />

me prohíbe que venga a comer a tu casa y que tú vengas a donde Yo estoy. Deja que se diga:<br />

«Está en casa de un discípulo suyo»‖. ■ Lázaro: ―¿Y yo no lo soy?‖. Jesús: ―Tú eres el amigo.<br />

Es más que discípulo para el corazón. La malicia no entiende eso. Déjame hacer las cosas como<br />

Yo quiero. Lázaro, esta casa es tuya... pero no es tu casa, la hermosa y rica casa del hijo de<br />

Teófilo, y, para los pedantes, eso cuenta mucho‖. Lázaro: ―Tú hablas así... pero ¿por qué? Es a<br />

causa de ella ¿no es así? Yo estaba ya casi decidido a perdonar... pero si ella es causa de que Tú<br />

te apartes,¡vive Dios que la odiaré!‖. Jesús: ―Y me perderás para siempre. Desecha ese<br />

pensamiento enseguida o ahora mismo me pierdes. ■ Aquí viene Marta. La paz sea contigo, mi<br />

buena hospitalaria‖. Marta, arrodillada, llora y dice: ―¡Oh, Señor!‖. Se ha bajado el velo, que<br />

lleva sobre el peinado hecho en forma de corona, para no mostrar mucho su llanto a los<br />

extraños. Pero, a Jesús no piensa ocultárselo. Jesús: ―¿Por qué este llanto? ¡Verdaderamente<br />

estás malgastando esas lágrimas! Hay muchas razones para llorar, y para hacer de las lágrimas<br />

un objeto precioso. ¡Pero llorar por este motivo!... ¡Oh, Marta! Parece que te olvidas quién soy<br />

Yo. Del hombre, como sabes, no tengo más que el vestido. Mi corazón es divino, y palpita<br />

como divino. ¡Vamos! Levántate y entra en casa... Y en cuanto a ella, dejadla en paz. Aunque<br />

viniera a burlarse de Mí, dejadla en paz, os lo digo. No es ella. Es el que la posee quien la hace<br />

instrumento de turbación. Pero aquí hay Uno que es más fuerte que su amo. Ahora la lucha está<br />

entre él y Yo, directamente. Vosotros rogad, perdonad, tened paciencia y creed. Ninguna otra<br />

cosa.■ Entran en la casita (Es una pequeña casa cuadrada rodeada de un pórtico que la hace más<br />

extensa). Dentro hay cuatro habitaciones, divididas por un pasillo en forma de cruz. Una<br />

escalera, exterior como de costumbre, conduce a la parte alta del pequeño pórtico, que, por<br />

tanto, aquí es una terraza, que da acceso a una amplia estancia de las mismas dimensiones que la<br />

casa; en el pasado probablemente destinada para provisiones, ahora está enteramente libre y<br />

limpia, absolutamente vacía. Simón que está al lado del anciano siervo, --que oigo que le llaman<br />

José--, al ofrecer su casa dice: ―Aquí se podría hablar a la gente, o también comer... como tú<br />

quieras‖. Jesús: ―Vamos a pensarlo. Y ahora ve a decir a los demás que después de la comida,<br />

puede venir gente. No defraudaré a los buenos de este lugar‖. Zelote: ―¿A dónde digo que<br />

vayan?‖. Jesús: ―Que vengan aquí. El día está templado. El lugar está protegido de los vientos.<br />

Al huerto, como no tiene fruta, la gente no le puede hacer ningún daño. Hablaré aquí desde la<br />

terraza. Ve a decirlo‖.<br />

* Jesús y Lázaro hablan sobre los sucesos de «Aguas Claras».- ■ Se quedan solos Lázaro y<br />

Jesús. Marta, --de nuevo la ―buena hospitalaria‖ al tener que ocuparse de atender a tantas<br />

personas-- trabaja abajo con los criados y con los mismos apóstoles disponiendo lo necesario<br />

para las mesas y para el descanso. Jesús pone un brazo sobre los hombros de Lázaro, y le


120<br />

conduce fuera de la sala, a pasear por la terraza que rodea la casa, bajo un bello sol que entibia<br />

el día, y, desde arriba mira a los siervos que trabajan y a los discípulos, y envía una sonrisa a<br />

Marta que va y viene pero sin la cara de congoja que antes tenía. Mira también el hermoso<br />

panorama que rodea el lugar, y nombra con Lázaro diversos lugares y personas para terminar<br />

preguntando a quemarropa: ■ ―¿Entonces, la muerte de Doras fue como agitar una vara dentro<br />

del nido de víboras?‖. Lázaro: ―¡Oh, Maestro! Me ha contado Nicodemo que fue una de las<br />

sesiones más violentas a que haya asistido en el Sanedrín‖. Jesús: ―¿Qué cosa hice para que el<br />

Sanedrín se inquietara? Doras, murió por sí mismo, a la vista de todo el pueblo, muerto de ira.<br />

No permití que se faltase al respeto a su cadáver. Por tanto...‖. Lázaro: ―Tienes razón. Pero<br />

ellos... están locos de miedo. Y... ¿sabes que han dicho que hay que pillarte en pecado para<br />

poder matarte?‖. Jesús: ―¡Oh! Si es por eso, ¡ni te preocupes! ¡Tendrán que esperar hasta la hora<br />

de Dios!‖. Lázaro: ―¡Pero, Jesús! ¿Sabes de quién se habla? ¿Sabes de qué son capaces los<br />

fariseos y escribas? ¿Sabes qué alma tiene Anás? ¿Sabes quién es su segundo? ¿Sabes?... pero<br />

¿qué estoy diciendo? ¡Tú sabes! Y, por eso, es inútil que te diga que inventarán el pecado para<br />

poder acusarte‖. Jesús: ―Ya lo encontraron. He hecho más de lo que necesitan. He hablado a los<br />

romanos, he hablado a los pecadores... ■ Sí, a pecadoras, Lázaro. Una --no mires con esa cara<br />

de espanto--... una siempre, fue a oírme y se aloja en uno de los establos de tu administrador,<br />

porque se lo pedí, porque, para que estuviera cerca de Mí, se había establecido en una<br />

pocilga...‖. Lázaro, estupefacto, parece una estatua. Ni se mueve. Mira a Jesús como a quien ve<br />

algo sumamente raro. Jesús sonriente le zarandea y pregunta. ―¿Has visto a Satanás?‖. Lázaro:<br />

―No... He visto a la Misericordia. Pero... lo entiendo. Esos, los del Consejo, no. Dicen que es<br />

pecado. ¡Luego es verdad! Creía... ¡Oh! ¿qué has hecho?‖. Jesús: ―Mi deber, mi derecho y mi<br />

deseo: buscar y redimir a un alma caída. Por esto podrás ver que tu hermana no será el primer<br />

fango al que me acerque y sobre el que me incline y no será la última. Quiero sembrar en el<br />

fango flores y quiero que nazcan flores del bien‖. Lázaro: ―¡Oh! ¡Dios mío!... Pero...¡Oh<br />

Maestro mío! Tú, tienes razón. Estás en tu derecho, es tu deber y es tu deseo. Pero, las hienas no<br />

comprenden esto. Son carroña tan fétida, que no sienten el olor, no pueden sentir el perfume de<br />

los lirios, y hasta en donde éstos florecen, ellos, esas poderosas carroñas, sienten olor de pecado;<br />

no comprenden que proviene de su cloaca... Te lo ruego, no estés en un lugar por mucho<br />

tiempo; vete de acá para allá sin darles la posibilidad de encontrarte...‖.<br />

*Magdalena, oculta, oye a Jesús: “Van buscando amor, cualquier amor, estas almas<br />

infelices a las que el Amor de Dios aguijonea. Pero uno solo es el amor: Dios”.- ■ ....Y la<br />

visión se reanuda cuando Jesús sube de nuevo a la terraza para hablar a la gente que, de Betania<br />

y de lugares circunvecinos, ha acudido a escucharle. ―La paz sea con vosotros. Aun cuando yo<br />

callara, los vientos de Dios llevarían hasta vosotros las palabras de mi amor y las del odio de<br />

otros. Sé que estáis turbados porque no desconocéis el por qué de que Yo esté entre vosotros.<br />

Pero no hagáis otra cosa que alegraros y bendecir conmigo al Señor, que emplea el mal para dar<br />

un motivo de alegría a sus hijos, conduciendo de nuevo a su Cordero, aguijoneado por el mal, a<br />

donde los otros corderos, para ponerle al seguro contra los lobos. Ved qué bueno es el Señor. Al<br />

lugar en que me encontraba llegaron, como aguas a un mar, un río y un riachuelo. Un río de<br />

amorosa dulzura, un riachuelo de punzante amargura. El primero era vuestro amor, desde<br />

Lázaro y Marta al último del pueblo; el riachuelo era el injusto rencor de quien, no pudiendo ir<br />

al Bien que le llama, acusa al Bien de ser Pecado. Y el río decía: «Vuelve, vuelve con nosotros.<br />

Que nuestras olas te circunden, te aíslen, te defiendan, te den todo aquello que el mundo te<br />

niega». El riachuelo malvado lanzaba amenazas y quería matar con su veneno. Mas, ¿qué es un<br />

riachuelo comparado con un río?, ¿qué, comparado con un mar? Nada. Como a nada ha quedado<br />

reducido el veneno del riachuelo, porque el río de vuestro amor lo ha superado de tal modo, que<br />

al mar de mi amor no ha llegado sino la dulzura de vuestro amor. Podríamos decir aún más: ha<br />

producido un bien. Me ha traído de nuevo con vosotros. Bendigamos por ello al Señor<br />

Altísimo‖. La voz de Jesús se expande, poderosa, por el aire tranquilo y silencioso. Jesús, lleno<br />

de hermosura bajo el sol, desde lo alto de la terraza, gesticula y sonríe sereno. Abajo, la gente<br />

escucha beata: son como un floreado de rostros alzados sonriendo a la armonía de su voz.<br />

Lázaro está cerca de Jesús, como también Simón y Juan. Los demás están diseminados entre la<br />

multitud. Sube también Marta y se sienta en el suelo a los pies de Jesús, mirando hacia su casa,<br />

que se ve más allá de los árboles frutales... ■ Lázaro: ―Mi hermana, Jesús... ¡oh!‖. Lázaro


121<br />

descubre a <strong>María</strong> que se escurre detrás de un seto del huerto de Lázaro para acercarse lo más<br />

posible. Camina agachada, pero su rubia cabellera brilla como oro contra el boj oscuro. Marta<br />

hace ademán de levantarse, pero Jesús le pone la mano sobre la cabeza y debe quedarse donde<br />

está. ■ Todavía más fuerte levanta Jesús su voz: ―¿Qué decir de estos infelices? Dios les ha<br />

dado tiempo de hacer penitencia y ellos lo emplean en pecar. Dios no los pierde de vista, aunque<br />

parezca que lo haga. Llega el momento en que, o bien porque, cual rayo capaz de penetrar<br />

incluso en la roca, el amor de Dios hiende y desgarra su duro corazón, o bien porque la suma de<br />

sus delitos hace llegar el nivel de su cieno hasta introducirse en su boca y en su nariz --y<br />

perciben, sí, al fin perciben la náusea de ese sabor y de ese hedor que da asco a los demás y que<br />

llena su corazón-- llega el momento en que ello les produce náusea y brota un movimiento de<br />

deseo por el bien. Entonces el alma grita: «¿Quién me concediera volver a ser como antes,<br />

cuando estaba yo en amistad con Dios, cuando su luz resplandecía en mi corazón y caminaba yo<br />

bajo sus rayos, cuando, al ver mi recto proceder, el mundo, admirado, guardaba silencio, y quien<br />

me veía me llamaba bienaventurado? El mundo bebía mi sonrisa, y mis palabras eran aceptadas<br />

cual palabras de ángel y saltaba de orgullo el corazón de mis familiares. ‗Y ahora, ¿qué soy?<br />

Motivo de burla de los jóvenes, horror de los ancianos, tema de sus cantares, el esputo de su<br />

desprecio baña mi cara‘» (Job 29,1-30,10). Sí, así habla en ciertas horas el alma de los<br />

pecadores, de los verdaderos Job, porque no hay miseria mayor que ésta, la de quien ha perdido<br />

para siempre la amistad de Dios y su Reino. Inspiran tan solo piedad. Piedad tan solo. Son<br />

pobres almas que, por ociosidad o por ligereza, han perdido al eterno Esposo. «De noche, en mi<br />

lecho, busqué el amor de mi alma y no lo encontré» (Cantar 3,1). De hecho en las tinieblas no<br />

se puede reconocer al esposo, y el alma aguijoneada por el amor, sin saber qué hacer porque<br />

está rodeada de la noche espiritual, busca y trata de encontrar un alivio a su tormento. Cree<br />

poder encontrarlo en cualquier amor. ¡No! Uno solo es el amor del alma: Dios. Van buscando<br />

amor estas almas a las que el Amor de Dios aguijonea. Bastaría con que admitieran la luz en<br />

ellas para que el amor fuera su consorte. Van como enfermas, buscando a tientas amor, y<br />

encuentran toda clase de amores, todo lo asqueroso que el hombre así ha bautizado, pero no<br />

encuentran al Amor; porque el amor es Dios y no el oro, ni los placeres, ni el poder. ¡Pobres,<br />

pobres almas! Si, menos ociosas, se hubiesen puesto en pie al oír la invitación del Esposo<br />

eterno, al oír a Dios que dice: «Sígueme», a Dios que dice:«Ábreme», no habrían llegado tarde a<br />

abrir la puerta, con el ímpetu de su amor despertado, cuando, desilusionado, el Esposo ya estaba<br />

lejos y había desaparecido... Y no habrían profanado ese ímpetu santo de una necesidad de amor<br />

en un lodazal que, por su hediondez, causa repugnancia hasta a un animal inmundo; sembraron<br />

cardos que no eran flores, sino solo pinchos, pinchos que punzan, y que no sirven de corona. Y<br />

no habrían conocido las burlas de todos aquellos que, cual guardias de ronda, como Dios, pero<br />

por motivos opuestos, no pierden de vista al pecador y lo acechan para burlarse de él y<br />

criticarle. ¡Pobres almas maltratadas, expoliadas, heridas por todos! Tan solo Dios no acude a<br />

esta lapidación de cruel escarnio; es más, vierte sus lágrimas para curar de las heridas y para<br />

volver a vestir con vestidura diamantina a su criatura. Siempre su criatura... Solo Dios... y los<br />

hijos de Dios con el Padre. ■ Bendigamos al Señor. Él quiso que, por los pecadores, Yo debiera<br />

volver aquí para deciros: «Perdonad, perdonad siempre. Haced de todo mal en bien. Haced de<br />

toda ofensa una gracia». No os digo solo «haced»; os digo: imitad mi modo de <strong>obra</strong>r. Yo amo y<br />

bendigo a mis enemigos porque por ellos he podido volver a vosotros, amigos míos. La paz sea<br />

con vosotros‖. La gente agita velos y ramas en dirección de Jesús, y luego, lentamente, se van<br />

alejando.<br />

* ―Es el secreto del Redentor y de los redentores: tener paciencia, bondad, constancia,<br />

oración”.- ■ Lázaro dice: ―¿Habrán visto a esa desvergonzada?‖. Jesús: ―No, Lázaro. Estaba<br />

detrás del seto y bien escondida. Podíamos verla, porque estábamos en lo alto. Los otros no‖.<br />

Lázaro: ―Había prometido que...‖. Jesús: ―¿Por qué no podía venir? ¿No es también ella una<br />

hija de Abrahám? Quiero que vosotros hermanos, discípulos, me juréis que no haréis ninguna<br />

alusión a ella. Dejadla en paz. ¿Que se reirá de Mí? Dejadla. ¿Que llorará? Dejadla. ¿Que querrá<br />

quedarse? Dejadla ¿Tendrá ganas de huir? Dejadla. ■ Es el secreto del Redentor y de los<br />

redentores: tener paciencia, bondad, constancia, y oración. Nada más Todo gesto s<strong>obra</strong> ante<br />

ciertas enfermedades...y ciertos tocamientos son insufribles...Adiós amigos, me quedo a orar.<br />

Cada uno vaya a sus tareas. Y que Dios os acompañe‖.Todo termina (Escrito el 21 Marzo1945).


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122<br />

2-137-355 (2-104-862).- Regreso a «Aguas Claras» pero deben abandonar el lugar<br />

* “Andrés, jamás la oración hecha para salvar un alma se pierde”.- (Después de celebrar la<br />

fiesta de las Encenias en casa de Lázaro, Jesús y los suyos emprenden el regreso a «Aguas<br />

Claras»). ■ Jesús atraviesa con sus discípulos las llanuras de «Aguas Claras». El día está<br />

lluvioso y todo está desierto. Es más o menos mediodía, porque cuando logra el sol abrirse paso<br />

entre los resquicios de las nubes, envía sus rayos perpendiculares. Jesús va hablando con<br />

Iscariote y le da el encargo de ir al pueblo para comprar lo más necesario. Cuando se queda<br />

solo, se le junta Andrés, y siempre tímido, dice en voz baja: ―¿Quieres escucharme, Maestro?‖.<br />

Jesús: ―Sí, ven adelante conmigo‖ y alarga el paso seguido de su discípulo, adelantándose<br />

algunos metros respecto a los demás. Andrés, apenado, le dice: ―¡La mujer ya no está,<br />

Maestro!‖. Y explica: ―La pegaron y huyó. Iba herida y sangrando. El administrador la vio. Me<br />

adelanté, diciendo que iba a ver si nos habían tendido alguna insidia, pero la verdad es que<br />

quería ir enseguida a donde estaba ella. ¡Tantas esperanzas tenía de traerla a la luz! ¡Mucho he<br />

orado por ella en estos días!... ¡Ahora ha huido! Se perderá. Si supiese en dónde está, la iría a<br />

buscar... No lo diría a los demás, pero a Ti, sí, porque me entiendes. Tú sabes que en esta<br />

búsqueda no hay pasión alguna, sino un deseo, ¡oh!, un deseo tan grande que se hace tormento,<br />

de salvar a una hermana mía...‖. ■ Jesús: ―Lo sé, Andrés, y te digo: aun cuando las cosas se han<br />

presentado así, tu deseo se cumplirá. Jamás la plegaria hecha con ese motivo se pierde. Dios la<br />

escucha y ella se salvará‖. Andrés: ―Si Tú eres quien lo dice... ¡Mi dolor se mitiga!‖.<br />

* El verdadero don del apóstol.- ■ Jesús: ―¿No querrías saber qué es de ella? ¿No te interesa<br />

ni siquiera el no ser tú el que la conduzca a Mí? ¿No me preguntas cómo lo hará?‖. Jesús sonríe<br />

dulcemente, con un esplendor de luz en sus azules pupilas que miran al apóstol que va<br />

caminando a su lado. Una de esas sonrisas y de esas miradas que son uno de los secretos de<br />

Jesús para conquistar los corazones. Andrés con sus dulces ojos castaños lo mira y dice: ―Me<br />

basta saber que vendrá a Ti. Que sea otro o yo, no me importa. ¿Cómo sucederá? Tú lo sabes y<br />

no tengo necesidad yo de saberlo. Tengo la promesa y me siento feliz‖. Jesús le pasa el brazo<br />

por los hombros y lo trae a Sí dándole un abrazo afectuoso, que transporta al buen Andrés en<br />

éxtasis y en esta forma sigue hablando: ―Este es el don del verdadero apóstol. Mira, amigo: tu<br />

vida y la de los futuros apóstoles será siempre así. Algunas veces sabréis que fuisteis «los<br />

salvadores». Pero muchas veces salvaréis las almas sin saber siquiera que salvasteis las almas<br />

que más queríais que se salvasen. Sólo en el Cielo veréis venir a vuestro encuentro o subir al<br />

Rey Eterno a quienes salvasteis. Algunas veces lo sabréis en la tierra. Son las alegrías que os<br />

infundo para dar un vigor mucho mayor para buscar nuevas conquistas. ¡Bienaventurado será el<br />

sacerdote que no tenga necesidad de estos incentivos para cumplir con su propio deber!<br />

Bienaventurado el que no se amilana al no ver triunfos y que no dice: «¡No hago más porque no<br />

tengo satisfacción!». ■ La satisfacción apostólica que se busca, como único incentivo,<br />

demuestra que no existe formación apostólica, envilece el apostolado que es cosa espiritual y lo<br />

reduce al nivel de un vulgar trabajo humano. No se debe caer jamás en la idolatría del<br />

ministerio. No sois vosotros los que debéis ser adorados sino el Señor vuestro. A Él sea la gloria<br />

de los que se salvan. A vosotros, la <strong>obra</strong> de la salvación dejando para cuando estéis en el Cielo<br />

la gloria de haber sido los «salvadores»‖.<br />

* La voluntad de redimirse es ya una absolución.- ■ Jesús: ―Pero me decías que el<br />

administrador la vio. Cuéntame‖. Andrés: ―Tres días después de que habíamos partido, vinieron<br />

algunos fariseos a buscarte. Naturalmente no te encontraron. Recorrieron el pueblo y las casas<br />

de los campos como si estuvieran vivamente interesados en verte. Nadie lo creyó. Entraron en la<br />

posada echando fuera con soberbia a los que estaban allí, porque decían que no querían entrar<br />

en contacto con extranjeros desconocidos, que podían incluso profanarlos. Todos los días iban a<br />

la casa. Después de algunos días encontraron a esa pobrecita, que siempre iba allá porque tal vez<br />

esperaba encontrarte y conseguir la paz. La hicieron huir, siguiéndola hasta su refugio que<br />

estaba en el establo del administrador. No la agredieron inmediatamente, dado que el<br />

administrador y sus hijos habían salido armados de garrotes. Pero luego, por la tarde, cuando<br />

ella salió de nuevo, volvieron, y venían con otros, y cuando la mujer fue a la fuente, empezaron<br />

a apedrearla, llamándola «prostituta» y exponiéndola al oprobio del pueblo. Y, dado que ella se


123<br />

echó a correr queriendo huir, la alcanzaron, la pegaron, le quitaron el velo y manto para que<br />

todos la viesen, y siguieron pegándola, tratando de imponerse con su autoridad al sinagogo para<br />

que la maldijera y fuera así lapidada, y además para que te maldijera a Ti, que la habías llevado<br />

al pueblo. Pero el sinagogo no quiso hacerlo y ahora está en espera del anatema del Sanedrín.<br />

El administrador la arrancó de las manos de esos bribones y la ayudó. Pero por la noche se fue,<br />

dejando un brazalete y escrito sobre un pedazo de pergamino: «Gracias, ruega por mí». El<br />

administrador dice que es joven y hermosísima, aunque muy pálida y delgada. La buscó por los<br />

campos, porque estaba muy herida, pero no la encontró, y no se explica cómo haya podido<br />

alejarse mucho. ■ Tal vez haya muerto en algún sitio... y no se salvó...‖. Jesús: ―No‖. Andrés:<br />

―¿No? ¿No ha muerto? ¿No se ha perdido?‖. Jesús: ―La voluntad de redimirse es ya una<br />

absolución. Aun cuando hubiese muerto sería perdonada, porque ha buscado la verdad y puesto<br />

bajo sus pies el error. Pero no ha muerto. Empieza a subir por la pendiente del monte de la<br />

redención. La veo... inclinada bajo su llanto de arrepentimiento. Ahora bien, el llanto la hace<br />

siempre más fuerte, mientras que, por el contrario, el peso va disminuyendo. Yo la veo. Se<br />

dirige al encuentro del Sol. Cuando haya subido toda la pendiente, se encontrará en la gloria del<br />

Dios-Sol. Va subiendo... ayúdala con tus oraciones‖. Andrés: ―¡Oh Señor mío!‖. Y se siente<br />

casi aterrorizado por el hecho de poder ayudar a un alma en su santificación. Jesús sonríe mucho<br />

más dulce. Dice: ―Será necesario abrir los brazos y el corazón al sinagogo perseguido e ir a<br />

bendecir al buen administrador. Vamos con los compañeros a decírselo‖.<br />

* Iscariote, herido tras un altercado con los fariseos, advierte del peligro de quedar allí.-<br />

■ Pero mientras recorren en sentido inverso el camino andado para unirse a los otros diez --los<br />

cuales, habiendo comprendido que Andrés estaba en coloquio secreto con el Maestro, se habían<br />

detenido aparte--, llega corriendo el Iscariote. Viene muy rápido, con su manto ondeando a su<br />

espalda, haciendo además un verdadero carrusel de gestos con los brazos, de modo que parece<br />

una mariposa gigantesca en veloz vuelo por el prado. Pedro le pregunta: ―¿Pero qué tiene? ¿Se<br />

ha vuelto loco?‖. Antes de que alguien pudiese responderle, Iscariote, ya un poco cerca, con voz<br />

jadeante grita: ―¡Espera, Maestro! Escuchadme antes de ir a la casa... Están al acecho. ¡Oh, qué<br />

ruines!...‖ y corre; ya ha llegado: ―¡Oh, Maestro! ¡No se puede ir allá! Te están esperando para<br />

hacerte daño. Despiden a quienes vienen buscándote. Los espantan con anatemas horrendos.<br />

¿Qué quieres hacer? Aquí te perseguirían y tu <strong>obra</strong> quedaría anulada... Uno de ellos me vio y me<br />

atacó. Un viejo, feo, narigón que me conoce, porque es uno de los escribas del Templo --pues<br />

también hay escribas-- me atacó asiéndome con sus garras y me insultó con su voz de gavilán.<br />

Mientras me insultó, me rasguñó --«mira», dice, mostrando una muñeca y una mejilla con<br />

señales claras de las uñas-- le he dejado, pero cuando babeó sobre Ti, lo cogí por el cuello...‖.<br />

Jesús grita: ―¡Pero Judas!‖. Iscariote: ―No, Maestro. No le estrangulé. Tan solo le impedí que<br />

blasfemase contra Ti, y luego le dejé que se fuese. Ahora está allí muriéndose de miedo por el<br />

peligro que ha corrido... Vámonos de acá, te ruego. ¡Total, ya nadie podría venir a verte!...‖.<br />

Todos tienen una opinión: ―¡Maestro!‖. ―¡Es un horror!‖. ―Judas tiene razón‖. ―¡Son como<br />

hienas en acecho!‖.―Fuego del Cielo que bajaste sobre Sodoma ¿por qué no vuelves a bajar?‖.<br />

Pedro dice a Iscariote: ―En realidad has estado valiente, muchacho. Una mala suerte que no<br />

hubiese estado también yo. Te habría ayudado‖. Iscariote: ―¡Oh, Pedro! Si hubieras estado<br />

también tú, ese viejo gavilán hubiese perdido para siempre las plumas y la voz‖. Pedro: ―¿Pero<br />

cómo hiciste para... para quedarte a mitad?‖. Iscariote: ―¡Ah! Una luz improvisa en la mente;<br />

una idea que salió quién sabe de qué parte profunda del corazón: «El Maestro condena la<br />

violencia», y... me contuve. Lo cual me ha supuesto un choque interior más profundo aún que el<br />

que recibí al pegarme con la pared contra la que me había tirado el escriba cuando me agredió.<br />

Sentí los nervios como despedazados... hasta el punto de que después no hubiera tenido ya<br />

fuerza para ensañarme con él. ¡Qué esfuerzo supone el vencerse!...‖. Pedro: ―¡Eres un<br />

muchacho valiente! ¿Verdad, Maestro? ¿No das tu parecer?‖. ■ Pedro está tan contento por lo<br />

que hizo Judas, que no comprende por qué Jesús haya pasado de tener el luminoso rostro de<br />

antes a mostrar una cara severa que le oscurece la mirada y le comprime la boca, pareciendo<br />

ésta hacerse más pequeña. La abre para decir: ―Yo digo que estoy más disgustado de vuestro<br />

modo de pensar que de la conducta de los judíos. Ellos, desgraciados, se encuentran en las<br />

tinieblas. Vosotros, que estáis con la Luz, sois duros, vengativos, murmuradores, violentos; sois<br />

de los que aprueban, como ellos, un acto brutal. Os digo que me dais la prueba de ser siempre


124<br />

los mismos que erais cuando por primera vez me visteis. Y esto me duele. En cuanto a los<br />

fariseos, sabed que el Mesías no huye. Retiraos. Yo les haré frente. No soy cobarde. Cuando<br />

haya hablado con ellos sin haber podido persuadirles, me retiraré. No se debe decir que no he<br />

buscado todos los medios para atraerlos a Mí. También ellos son hijos de Abraham. Cumplo con<br />

mi deber hasta el fin. Es preciso que la causa de su condena sea únicamente su mala voluntad y<br />

no una falta de dedicación mía hacia ellos‖.<br />

* Ni las palabras humildes de Jesús logran doblegar la mala voluntad de los fariseos.-<br />

Jesús llora.- ■ Y Jesús camina hacia la casa, que se deja ver con su techo bajo, tras una fila de<br />

árboles sin hojas. Los apóstoles le siguen con la cabeza baja, hablando entre sí. Han llegado a la<br />

casa. Entran a la cocina en silencio, y se ponen a preparar lo necesario. Jesús está absorto en su<br />

pensamiento. Están a punto de comer cuando un grupo de personas aparece en la puerta.<br />

Iscariote dice en voz baja: ―Ahí están‖. Jesús se levanta inmediatamente y se dirige a ellos. Es<br />

tan imponente que el grupillo retrocede por un instante, pero el saludo de Jesús les da seguridad:<br />

―La paz sea con vosotros. ¿Qué queréis?‖. Entonces esos hombres viles creen poder atreverse a<br />

todo y arrogantemente le intiman: ―En nombre de la santa Ley te ordenamos que abandones este<br />

lugar. Tú, turbador de las conciencias, violador de la Ley, corruptor de las tranquilas ciudades<br />

de Judá. ¿No temes el castigo del Cielo? Tú, mono imitador del Justo que bautiza en el Jordán;<br />

Tú, que proteges a las prostitutas. Lárgate de la tierra santa de Judá. Que tu aliento no llegue<br />

desde aquí a los muros de la Ciudad santa‖. Jesús: ―No hago ningún mal. Enseño como rabbí,<br />

curo como taumaturgo, arrojo los demonios como exorcista. Estas categorías, queridas por Dios,<br />

existen también en Judá, y Dios exige respeto y veneración hacia ellas por parte vuestra. No<br />

pido veneración. Pido solo que me dejéis hacer el bien a los que están enfermos en el cuerpo, en<br />

la mente o en el espíritu. ¿Por qué me lo prohibís?‖. Fariseos: ―Eres un poseído ¡lárgate!‖.<br />

Jesús: ―El insulto no es una respuesta. Os pido que no me prohibáis lo que a otros permitís‖.<br />

Fariseos: ―Porque eres un poseído, y arrojas los demonios y haces milagros con la ayuda de<br />

ellos‖. Jesús: ―¿Y vuestros exorcistas, entonces? ¿Con la ayuda de quién lo hacen?”.<br />

Fariseos: ―Con la ayuda santa. Tú eres pecador. Y para aumentar tu poder, te sirves de<br />

pecadoras, porque con esta clase de uniones se aumenta la fuerza de la posesión demoníaca.<br />

Nuestra santidad ha purificado la zona de esa mujer, tu cómplice; pero no permitimos que te<br />

quedes aquí, para que no atraigas a otras mujeres‖. ■ Pedro, que se ha acercado al Maestro en<br />

actitud no recomendable, les pregunta: ―¿Pero esta casa es vuestra?‖. Fariseos: ―No es casa<br />

nuestra. Pero todo Judá y todo Israel está en manos de los santos, de los puros de Israel‖.<br />

Iscariote, que también se ha acercado a la puerta, termina: ―¿Lo sois vosotros?‖. Y concluye la<br />

frase con una risotada burlona. Luego pregunta: ―¿Dónde está el otro amigo vuestro? ¿Todavía<br />

está temblando? ¡Desvergonzados, largaos! Y enseguida. De otro modo haré que os arrepintáis<br />

de...‖. Jesús: ―Silencio, Judas. Y tú, Pedro, regresa a tu lugar. Oid, escribas y fariseos. Por<br />

vuestro bien, por piedad de vuestra alma, os ruego que no combatáis al Verbo de Dios.<br />

Venid a Mí. No os odio. Comprendo vuestra mentalidad y la compadezco. Pero os ruego que<br />

tengáis una nueva mentalidad, santa, capaz de santificaros y de que os dé el Cielo. ¿Creéis que<br />

he venido para pelear contra vosotros? ¡Oh, no! He venido a salvaros. Para esto he venido. Os<br />

amo. Os pido amor y comprensión. Precisamente porque sois los más santos en Israel debéis<br />

comprender más que todos la verdad. Sed alma y no cuerpo. ¿Queréis que os lo pida de rodillas?<br />

Lo hago. Lo que está en juego, vuestra alma, tiene tal valor, que Yo metería bajo las plantas de<br />

los pies para conquistarla para el Cielo, con la seguridad de que el Padre no consideraría errónea<br />

esta humillación mía. ¡Hablad!¡Decidme la palabra que espero!‖. Fariseos: ―Maldición,<br />

decimos‖. ■ Jesús: ―Está bien. Dicho queda. Idos. También Yo me iré‖. Y Jesús les da la<br />

espalda y regresa a su lugar. Dobla su cabeza sobre la mesa y llora. Bartolomé cierra la puerta<br />

para que ninguno de esos hombres crueles que le han insultado, y que se marchan profiriendo<br />

amenazas y blasfemias, vea este llanto. Un largo silencio, luego Santiago de Alfeo acaricia la<br />

cabeza de su Jesús y le dice: ―No llores. Nosotros te amamos. Incluso por ellos‖. Jesús levanta<br />

su rostro y dice: ―No lloro por Mí. Lloro por ellos que se matan, sordos a toda llamada‖. El otro<br />

Santiago pregunta: ―¿Qué hacemos ahora, Señor?‖. Jesús: ―Iremos a Galilea. Partiremos<br />

mañana por la mañana‖. Santiago: ―¿Hoy no, Señor?‖. Jesús: ―No. Debo saludar a los buenos<br />

del lugar. ¿Vendréis conmigo?‖. (Escrito el 15 de Abril de 1945).<br />

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125<br />

2-138-361 (2-105-868).- Jesús y apóstoles abandonan «Aguas Claras». Jesús se despide del<br />

administrador y del arquisinagogo Timoneo que se hace discípulo.<br />

* El administrador alaba la conducta de la «velada» y Jesús alaba la rectitud del<br />

administrador con la bendición.- ■ ―Señor, yo no he hecho sino cumplir con mi deber ante<br />

Dios, ante mi jefe y ante la honestidad de conciencia. He estado atento a esa mujer durante este<br />

tiempo en que ha sido huésped mía, y siempre la he visto honesta. Habrá sido una pecadora.<br />

Bien. Ahora no lo es. ¿Por qué razón tengo yo que indagar sobre un pasado que ella misma ha<br />

tachado para anularlo? Yo tengo hijos en edad joven, no feos. Pues bien, no ha mostrado nunca<br />

su rostro, realmente bonito, ni ha hecho oír su palabra. Puedo decir que oí el tono de su voz de<br />

plata cuando gritó cuando fue herida. De hecho ella, lo poco que pedía --siempre a mí o a mi<br />

mujer-- lo decía tras el velo, y tan bajo que casi no se entendía. Date cuenta de lo prudente que<br />

fue: cuando temió que su presencia podía causar algún perjuicio, se marchó... Yo le había<br />

prometido protección y ayuda, y sin embargo, ella no quiso aprovecharlo.¡No, así no se<br />

comportan las mujeres perdidas! Yo rogaré por ella, como ha pedido; incluso, sin este recuerdo.<br />

Tenlo, Señor. Empléalo como limosna para bien suyo. Dándola Tú, ciertamente, recibirá a<br />

cambio la paz‖. Ha sido el administrador quien ha hablado a Jesús y lo ha hecho<br />

respetuosamente. Es un hombre de buen talle, rostro honesto y cuerpo recio. Detrás de él hay<br />

seis jóvenes, parecidos al padre, seis caras francas e inteligentes; también está su esposa, una<br />

mujercita liviana y todo dulzura, que escucha a su marido como escucharía a un dios, asintiendo<br />

continuamente con la cabeza. ■ Jesús recibe el brazalete de oro y se lo pasa a Pedro diciendo:<br />

―Para los pobres‖. Luego se dirige al administrador en estos términos: ―No todos tienen tu<br />

rectitud en Israel. Tú eres sabio, porque distingues el bien del mal y sigues el bien sin sopesar la<br />

utilidad humana que el cumplirlo pueda comportar. En nombre del Eterno Padre, te bendigo a ti,<br />

a tus hijos, a tu esposa y a tu casa. Manteneos siempre en esta disposición de espíritu y el Señor<br />

estará siempre con vosotros, y tendréis la vida eterna‖.<br />

* El arquisinagogo Timoneo, discípulo... obrero del Dueño eterno.- ... ■ Jesús ha llegado a<br />

la casa del Arquisinagogo. Éste le dice a Jesús: ―Señor... Yo... me han dicho que he pecado. Me<br />

han dicho que soy anatema. Yo me examino... y no creo que lo sea. Pero ellos son los santos de<br />

Israel, y yo el pobre jefe de sinagoga. Sin duda tienen razón. Y yo ahora no me atrevo a alzar la<br />

mirada hacia el rostro airado de Dios, a pesar de que me sería muy necesario en este momento.<br />

Ahora quedaré privado de todo bien, porque el Sanedrín está claro que me maldice‖. Jesús:<br />

―Pero, ¿cuál es el dolor? ¿El de dejar de ser jefe de la sinagoga, o el de quedar imposibilitado<br />

para hablar de Dios?‖. Timoneo: ―Es precisamente esto, Maestro, lo que me produce dolor.<br />

Supongo que cuando dices que si me duele el no ser el jefe de la Sinagoga te refieres a las<br />

ganancias y a los honores que ello conlleva. Eso no me preocupa. Solo tengo a mi madre. Ella<br />

es nativa de Aera y allí tiene una pequeña casa. Techo y sustento, para ella, hay. Para mí... yo<br />

soy joven. Trabajaré. Pero jamás osaré hablar de Dios, pues he pecado‖. Jesús: ‖¿Por qué has<br />

pecado?‖. Timoneo: ―Dicen que soy cómplice del... ¡Señor..., no me hagas decir...!‖. Jesús: ―No.<br />

Yo lo digo. Bueno, ni siquiera lo digo. Yo y tú conocemos sus acusaciones, y Yo y tú sabemos<br />

que no son ciertas. Por tanto, tú no has pecado. Yo te lo digo‖. Timoneo: ―Entonces, ¿puedo<br />

todavía levantar la mirada hacia el Omnipotente? ¿Te puedo...‖. Jesús: ―¿Qué, hijo?‖.■ Jesús<br />

es todo dulzura mientras se inclina hacia el hombre, que se ha detenido bruscamente como con<br />

miedo. ―¿Qué? Mi Padre busca tu mirada, la quiere. Y Yo quiero tu corazón y tu pensamiento.<br />

Sí, el Sanedrín descargará su mano sobre ti, Yo abro los brazos y digo: «Ven». ¿Quieres ser un<br />

discípulo mío? Yo veo en ti todo lo necesario para ser un obrero del Dueño eterno. Ven a mi<br />

viña...‖.Timoneo: ―¿Lo dices en serio, Maestro? Madre... ¿estás oyendo? ¡Yo me siento feliz,<br />

madre! ¡Celebrémoslo a lo grande, madre! Luego me iré con el Maestro y tú volverás a tu casa.<br />

Voy enseguida, Señor mío; Tú, que me has librado de todo temor, y dolor, y miedo a Dios‖.<br />

Jesús: ―No. Esperarás la palabra del Sanedrín. Con corazón sereno y sin odio. Tú en tu puesto,<br />

mientras se te deje en ese puesto. Luego te juntarás conmigo en Nazaret o en Cafarnaúm. Adiós.<br />

La paz sea contigo y con tu madre‖. (Escrito el 16 de Abril de 1945).<br />

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126<br />

2-139-365 (2-106- 872) .- En los montes de Emaús. Descripción del carácter de J. Iscariote. La<br />

recta de la perfección: orden ↔caridad (cualidades para ser buenos).<br />

* “¿Qué cosa soy, Señor mío? Ayúdame a entender lo que soy”.-“Judas, eres un<br />

desordenado”.- ■ Jesús está con los suyos en un lugar muy montañoso. El camino es<br />

incómodo y escabroso. Los más viejos se cansan mucho. Los jóvenes, por su parte, están<br />

contentos alrededor de Jesús y suben ágiles, conversando entre sí. Los dos primos, los dos hijos<br />

de Zebedeo y Andrés están felices con el pensamiento de su regreso a Galilea, y tal es su alegría<br />

que contagia también a Iscariote que desde hace tiempo está en las mejores disposiciones de<br />

espíritu. Se limita a preguntar: ―Bueno, Maestro, pero, para Pascua, cuando se va al Templo...<br />

¿vas a volver a Keriot? Mi madre espera siempre volver a verte. Me lo ha hecho saber.<br />

Igualmente mis paisanos...‖. Jesús: ―Por supuesto. Ahora aunque quisiéramos, la estación es<br />

muy dura para meterse por esos caminos infranqueables. Daos cuenta cómo aquí también resulta<br />

muy fatigoso; y, si no hubiera sido por esa imposición, no habría emprendido ahora el camino...<br />

Pero ya no podía uno quedarse allí más...‖. Jesús calla, pensativo. Juan dice: ―¿Y después,<br />

quiero decir por Pascua, se podrá ir? Yo quisiera mostrar tu gruta a Santiago y a Andrés‖.<br />

Iscariote pregunta: ―¿Te olvidas que Belén no nos ama a nosotros? O, mejor dicho, al Maestro‖.<br />

Juan: ―No. Pero iré con Santiago y Andrés. Jesús podría estar en Yutta o en tu casa...―.<br />

Iscariote: ―¡Oh! Eso sí me gusta. ¿Lo harás así, Maestro? Ellos van a Belén, Tú te quedas<br />

conmigo en Keriot. Realmente conmigo solo nunca has estado... y siento grandes deseos de<br />

tenerte enteramente para mí‖. Jesús: ―¿Estás celoso? ¿No sabes que amo a todos por igual<br />

modo? ¿No crees que estoy con todos vosotros, aun cuando os parezca que esté lejos?‖.<br />

Iscariote: ―Sé que nos amas. Si no fuese así, serías más severo, a lo menos conmigo. Creo que<br />

tu espíritu vela siempre sobre nosotros. ¿Pero somos del todo espíritu? Existe también el<br />

hombre con sus pasiones, sus deseos, y sus quejas. Jesús mío, yo sé que no soy el que más te<br />

hace feliz, pero creo que Tú sabes lo vivo que está en mí el deseo de agradarte y cómo me pesan<br />

las horas en que te pierdo por mi miseria...‖. Jesús: ―No, Judas. No me pierdes. Estoy más cerca<br />

de ti, porque conozco lo que eres‖. ■ Iscariote: ―¿Qué cosa soy, Señor mío? Dímelo. Ayúdame<br />

a entender lo que soy. No me comprendo. Me parece que sea como una mujer que sufre los<br />

efectos de estar en cinta. Tengo apetitos santos y perversos. ¿Por qué? ¿Qué cosa soy yo?...‖.<br />

Jesús mira con una mirada indefinible. Está triste, pero con una tristeza llena de piedad. Mucha<br />

piedad. Parece un médico que comprueba el estado del enfermo y que sabe que es un enfermo<br />

incurable... pero no habla. Iscariote: ―Dímelo, Maestro mío. Tu juicio será el menos severo de<br />

todos los que se lancen contra el pobre Judas. Y además... estamos entre hermanos. No me<br />

importa que sepan de qué estoy hecho. Al contrario, al oírlo de ti, corregirán su juicio y me<br />

ayudarán. ¿No es verdad?‖. Los otros se sienten violentos y no saben qué decir. Miran al<br />

compañero, miran a Jesús. Jesús pone a su lado a Judas Iscariote, en el lugar donde antes estaba<br />

su primo Santiago, y dice: ■ ―Tú eres simplemente un desordenado. Tienes en ti todos los<br />

mejores elementos, pero no los tienes bien fijados, y, el más mínimo soplo de viento los<br />

descoloca. Hace poco pasamos por aquellos desfiladeros y nos mostraron el daño que han hecho<br />

a las pobres casas de aquél pueblecito el agua, la tierra y los árboles. Estos tres elementos son<br />

cosas útiles y benditas, ¿no es verdad? Bueno, a pesar de todo, han resultado malditas. ¿Por<br />

qué? Porque el agua del río no tenía un curso ordenado, sino que, por indolencia del hombre, se<br />

habían excavado otros lechos siguiendo su capricho, lo cual era bonito mientras no había<br />

tempestades. Esa clara agua que irrigaba el monte con pequeños riachuelos --collares de<br />

diamantes o de esmeraldas, según reflejasen la luz o la sombra de los bosques-- era como una<br />

<strong>obra</strong> de joyero. Y el hombre gozaba de ello, porque esa agua parlanchina era útil para sus<br />

campos; como también eran hermosos los árboles nacidos, por avatares de los vientos, en<br />

caprichosos grupos, ora aquí, ora allí, dejando claros llenos de sol. También era hermosa la<br />

tierra esponjosa, depositada por quién sabe qué lejanos aluviones entre unas ondulaciones y<br />

otras del monte; tierra verdaderamente fértil para los cultivos. Pero ha sido suficiente que<br />

llegaran las tempestades de hace un mes, para que los caprichosos surcos del río se uniesen y,<br />

desordenadamente, se desbordaran siguiendo otro curso, llevándose los desordenados árboles y<br />

arrastrando hacia abajo las desordenadas acumulaciones de tierra. Si las aguas hubiesen estado<br />

bien reguladas, si los árboles hubiesen estado agrupados en bosques ordenados, si la tierra<br />

hubiese estado sostenida con las debidas protecciones, entonces esos tres elementos, la madera,


127<br />

el agua y la tierra, que son buenos, no se habrían convertido en causas de destrucción y muerte<br />

para ese pueblecito. Tú tienes inteligencia, valor, educación, prontitud, elegancia, tienes<br />

muchas, muchas cosas, pero están salvajemente dispuestas en ti; y tú dejas que estén así. Mira:<br />

tienes necesidad de un trabajo paciente y constante sobre de ti mismo, para poner orden, --que al<br />

final se traduce en una vigorosidad-- en tus cualidades, de modo que cuando surja la tempestad<br />

de la tentación, lo bueno que tienes en ti no se transforme en un mal para ti y para los demás‖.<br />

Iscariote: ―Tienes razón, Maestro. Cada cierto tiempo sufro la acción de un viento que me altera<br />

profundamente, y entonces todo se enreda. Y dices que yo podría...‖. Jesús: ―La voluntad lo es<br />

todo, Judas‖. ■ Iscariote: ―Pero hay tentaciones que son tan ardientes... Uno se oculta, por<br />

miedo a que el mundo se las lea en el rostro‖. Jesús: ―¡Ése es el error! Ése sería el momento<br />

preciso de no ocultarse, sino de buscar el mundo de los buenos, su ayuda. Además el contacto<br />

con los buenos calma la fiebre. Y buscar también el mundo de los criticadores, porque, debido a<br />

ese orgullo, que impulsa a ocultarse para que no le lean a uno su espíritu tentado, ello sería un<br />

impulso ante la debilidad moral, y no se caería‖. Iscariote: ―Tú fuiste al desierto...‖. Jesús:<br />

―Porque lo podía hacer. Pero ¡ay de los solos si no son, en su soledad, multitud contra la<br />

multitud!‖. Iscariote: ―¿Cómo? No entiendo‖. Jesús: ―Multitud de virtudes contra multitud de<br />

tentaciones. Cuando la virtud es poca, hay que hacer lo que hace esta débil hiedra: agarrarse a<br />

las ramas de árboles robustos, para poder subir‖. Iscariote: ―Gracias, Maestro. Yo me agarro a<br />

Ti y a mis compañeros. Ayudadme todos. Sois mejores que yo‖. ■ Santiago de Alfeo dice: ―Ha<br />

sido mejor el ambiente sobrio y honesto en que hemos crecido, amigo. Ahora estás con nosotros<br />

y te queremos mucho. Verás... no es por criticar la Judea, pero, créelo, en Galilea hay, al menos<br />

en nuestros pueblos, menos riqueza y menos corrupción. Están cercanos Tiberíades, Mágdala y<br />

otros lugares de regocijo. Pero vivimos con «nuestra» alma sencilla, vulgar, si quieres, pero<br />

activa, contenta santamente de lo que da Dios‖. Juan objeta: ―Santiago ¿no sabes que la mamá<br />

de Judas es una mujer santa? Se le ve la bondad escrita en su cara‖. Judas de Keriot feliz de<br />

haber oído tal alabanza le manda una sonrisa; y su sonrisa aumenta cuando Jesús confirma:<br />

―Dijiste bien, Juan. Es una criatura santa‖. Iscariote: ―¡Sí! ¡Ya! Pero mi padre soñaba con<br />

hacerme un gran personaje en el mundo, y muy pronto y demasiado profundamente me arrancó<br />

de mi madre‖.<br />

* La recta de la perfección: orden, paciencia, constancia, humildad, caridad.- ■ Pedro<br />

pregunta desde lejos: ―¿Pero qué es lo que tenéis que decir, que no paráis de hablar? ¡Deteneos!<br />

Esperadnos. No le veo la gracia caminar así y no pensar que tengo piernas cortas‖. Se detienen<br />

hasta que el otro grupo los alcanza. Pedro: ―¡Uf! ¡Cómo te quiero, barquita mía! Aquí se suda<br />

como esclavos... ¿de qué hablabais?‖. Jesús responde: ―Hablábamos de las cualidades para<br />

ser buenos”. Pedro: ―¿Y no me las dices a mí, Maestro?‖. Jesús: ―Claro que sí: Orden,<br />

paciencia, constancia, humildad, caridad... Muchas veces las he enumerado‖. Pedro: ―Pero el<br />

orden, no. ¿Qué tiene que ver el orden?‖. Jesús: ―El desorden no es jamás una buena cualidad.<br />

Y lo he dicho a tus compañeros. Te lo dirán. Y le he puesto en primer lugar; y en el último la<br />

caridad, porque son los dos extremos de una recta de la perfección. Ahora bien, tú sabes que una<br />

recta puesta horizontalmente, no tiene ni principio ni fin. Ambos extremos pueden ser principio<br />

y pueden ser fin, mientras que de una espiral, o de cualquier otra figura no cerrada en sí misma,<br />

siempre hay un principio y un fin. La santidad es lineal, sencilla, perfecta, y no tiene sino dos<br />

extremos, como la recta‖. Pedro: ―Es fácil hacer una recta‖. Jesús: ―¿Lo crees? Te engañas. En<br />

un dibujo, complicado incluso, puede pasar inadvertido algún defecto; pero en la recta<br />

enseguida se ve cualquier falta, o de inclinación o de inseguridad. José, cuando me enseñaba el<br />

oficio, insistía mucho en que fueran derechas las tablas y con razón me decía: «¿Ves, Hijo mío?<br />

En una moldura o en un trabajo de torno todavía puede pasar una imperfección leve, porque el<br />

ojo (si no es expertísimo), si observa un punto no ve el otro. Pero si una tabla no está derecha<br />

como se debe, ni siquiera el trabajo más sencillo, como podía ser una pobre mesa de<br />

campesinos, sale bien. Estará arqueada, hacia abajo o hacia arriba. No sirve sino para el fuego».<br />

■ Podemos aplicar esto mismo a las almas. Para que no suceda que no se sirva sino para el<br />

fuego del infierno, es decir, para conquistar el Cielo, es menester ser perfecto como una tabla<br />

debidamente cepillada y escuadrada. Quien empieza su trabajo espiritual desordenadamente,<br />

comenzando por las cosas inútiles, saltando, como un pájaro inquieto, de esto a aquello, al final,<br />

cuando quiere reunir las partes de su trabajo, ya no puede, no encajan. Por tanto: orden. Por


128<br />

tanto: caridad. Luego, manteniendo fijos en las dos mordazas estos extremos, de forma que no<br />

se escapen nunca, trabajar en todo lo restante, ya se trate de molduras o de tallas. ¿Has<br />

entendido?‖. ■ Pedro: ―Sí. He comprendido‖. Pedro se traga en silencio la lección y de pronto<br />

concluye: ‖Entonces mi hermano vale más que yo. Es él muy ordenado. Un paso después del<br />

otro, callado, en silencio. Da la impresión de que no se moviera, y, sin embargo... Yo desearía<br />

hacer muchas cosas y en poco tiempo. Y no hago nada.. ¿Quién me ayuda?‖. Jesús: ―Tu buen<br />

deseo. No temas, Pedro. Tú también haces. Te haces‖. Felipe: ―¿Y yo?‖. Jesús: ―También tú,<br />

Felipe‖. Tomás: ―¿Y yo? Me parece que no sirvo para nada‖. Jesús: ―No. Tomás. También tú te<br />

trabajas. Todos os trabajáis. Sois árboles sin podar, pero el injerto os cambia despacio pero<br />

seguro, y Yo tengo en vosotros mi alegría‖. Tomás: ―Eso. Estamos tristes y Tú nos consuelas;<br />

débiles y nos das fuerzas; miedosos y nos das valor. En todo y en todas las circunstancias tienes<br />

a la mano el consejo y el consuelo. Maestro, Tú siempre estás preparado y siempre eres bueno,<br />

¿cuál es el secreto?‖. Jesús: ―Amigos míos, para esto he venido, sabiendo ya lo que me<br />

encontraría y lo que debía hacer. Sin ilusiones no existen desilusiones; por tanto, no se pierde<br />

energía, se va adelante. Recordad esto, para cuando vosotros debáis también tallar al hombre<br />

animal para hacer de él el hombre espiritual‖. (Escrito el 17 de Abril de 1945).<br />

Dice Jesús:<br />

―Y con esto termina el primer año de evangelización. Tomad nota de ello. ¿Qué podré<br />

deciros? Lo he dado porque era mi deseo que fuese conocido. Pero, como los fariseos, así<br />

también hay quien se opone a este trabajo. Mi deseo de ser amado --conocer es amar-- se ve<br />

rechazado por demasiadas cosas... Y esto me produce un gran dolor a Mí, que soy el al Eterno<br />

Maestro que por vuestra causa estoy aprisionado...‖.<br />

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