JUDAS DE KERIOT - Difusión obra María Valtorta
JUDAS DE KERIOT - Difusión obra María Valtorta
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Están frescos, son de hoy. No tengo otra cosa... Perdona. ¿Dónde dormirás?...‖( le da los<br />
huevos). Jesús: ―No te preocupes. Sé dónde ir. Vete en paz por tu buen corazón. Adiós‖.<br />
Caminan unos cuantos metros en silencio. Luego Judas no aguanta más y dice: ―¡Pero también<br />
Tú...! ¡Mira que no hacerte adorar! ¿Por qué no hiciste que ese puerco blasfemo besase el<br />
lodo?... ¡A la tierra! ¡Arrojado a tierra por haberte faltado! ¡Al Mesías!... ¡Oh! ¡Yo lo hubiera<br />
hecho! A los samaritanos hay que reducirlos a cenizas con fuego milagroso. ¡Solo esto los<br />
mueve!‖. Jesús: ―¡Oh!, ¡cuántas veces habré de oír lo mismo! Si debiese convertir en cenizas a<br />
cada uno que me ofenda!... No, Judas... he venido para crear, no para destruir‖. Iscariote: ―Está<br />
bien, pero entre tanto otros te destruyen‖. Jesús no contesta. Simón pregunta: ―¿A dónde vamos<br />
ahora, Maestro?‖. Jesús: ―Venid conmigo. Conozco un lugar‖. Iscariote, más irritado todavía,<br />
pregunta: ―Pero si nunca has estado aquí, desde que huiste, ¿cómo lo conoces?‖. Jesús: ―Lo<br />
conozco. No es hermoso. He estado allí otra vez. No es en Belén... un poco fuera... Torzamos de<br />
este lado‖. Jesús va delante, detrás Simón, luego Judas y al final Juan... ■ En el silencio<br />
interrumpido tan solo al frotarse las sandalias contra las piedrecitas del camino, se percibe un<br />
llanto. Jesús, volviéndose, pregunta: ―¿Quién llora?‖. Judas: ―Es Juan, ha tenido miedo‖. Juan:<br />
―No, no tengo miedo. Tenía la mano en el cuchillo que tengo en mi cinto... pero me acordé de tu<br />
«No matar». Perdona. Siempre lo dices...‖. Iscariote pregunta: ―¿Y entonces, por qué lloras?‖.<br />
Juan: ―Porque sufro al ver que el mundo no ama a Jesús. No le reconoce y no quiere<br />
reconocerle. ¡Qué dolor! Algo así como si me restregasen el corazón con espinas de fuego.<br />
Como si hubiera visto pisotear a mi madre y escupirle a mi padre en la cara. Todavía peor...<br />
como si hubiese visto los caballos romanos comer en el Arca Santa y descansar en el Santo de<br />
los Santos‖. Jesús: ―No llores, Juan mío. Repetirás lo mismo una y otras tantas veces: «Él era la<br />
luz que vino a brillar entre las tinieblas, pero las tinieblas no le comprendieron. Vino al mundo<br />
que Él había hecho, pero el mundo no le conoció. Vino a su ciudad, a su casa, y los suyos no le<br />
recibieron». ¡No llores así!‖. Juan, con un suspiro, dice: ―¡Esto no sucede en Galilea!‖.<br />
Iscariote le responde: ―Y tampoco en Judea. Jerusalén es su capital y hace tres días te lanzaba<br />
hosannas a Ti, el Mesías; este lugar de burdos pastores, campesinos y hortelanos, no hay que<br />
tomarlo como punto de referencia. Tampoco los galileos, ¡vamos!, serán todos buenos. Y<br />
además, Judas el falso Mesías, ¿de donde era? Se decía...‖. Jesús: ―Basta, Judas. No conviene<br />
perder la calma. Estoy tranquilo. También estadlo vosotros. ■ Judas, ven aquí. Debo hablarte‖.<br />
Judas va donde Jesús. Jesús: ―Toma la bolsa, te encargarás de los gastos de mañana‖. Iscariote:<br />
―¿Y ahora en dónde nos albergaremos?‖. Jesús sonríe y calla.<br />
* “Entrad, ésta es la alcoba en donde nació el Rey de Israel‖. ■ Ha llegado la noche. La luna<br />
está arropada en su claridad. Los ruiseñores cantan entre los olivos. Un río que pasa por allí, es<br />
como una cinta de plata que canta. De los prados segados se levanta un olor a heno caliente,<br />
diría sensual. Algún mugido, algún balido, y... estrellas, estrellas y estrellas... un campo de<br />
estrellas en el manto del cielo; un baldaquino de piedras preciosas sobre las colinas de Belén.<br />
Iscariote dice: ―Pero aquí... son ruinas. ¿A dónde nos llevas? La ciudad está más allá‖. Jesús:<br />
―Lo sé. Ven. Sigue el río, detrás de Mí. Unos pocos pasos más y después... después te ofreceré<br />
la habitación del Rey de Israel‖. Judas encoge de hombros y calla. Unos pocos pasos más.<br />
Luego un amasijo de casas derruidas. Restos de viviendas... Una cueva entre dos aberturas de<br />
una gruesa pared. Dice Jesús: ―¿Tenéis yesca? Encended‖. Simón saca de su alforja una<br />
lamparita, la enciende y se la da a Jesús. ―Entrad‖ dice el Maestro levantando la lamparita. ■<br />
―Entrad, esta es la alcoba en donde nació el Rey de Israel‖. Iscariote: ―¿Estás de broma,<br />
Maestro? Esta es una cueva. Por supuesto que yo aquí no me quedo. Me repugna. Húmeda, fría,<br />
apestosa, llena de escorpiones, tal vez de serpientes...‖. Jesús: ―Y con todo, amigos, aquí el 25<br />
de las Encenias, de la Virgen nació Jesús el Emmanuel, el Verbo de Dios hecho carne por amor<br />
del hombre. Yo, que estoy hablando. Entonces, como ahora, el mundo fue sordo a las voces del<br />
Cielo que le hablaban al corazón... y rechazó a mi Madre... y aquí... No, Judas, no apartes con<br />
desagrado tus ojos de esos murciélagos que andan revoloteando; de esas lagartijas, de esas<br />
telarañas; no levantes con asco tu hermosa y bordada vestidura para que no roce el suelo<br />
cubierto de excrementos de animales. Esos murciélagos son hijos de los hijos de aquellos que<br />
fueron los primeros juguetes que miraban los ojos del Niño, a quien cantaban los ángeles el<br />
«Gloria» que escucharon los pastores, que estaban ebrios, sí, pero solo de extática alegría, de la<br />
verdadera alegría. Esas lagartijas, con su color esmeralda, fueron los primeros colores que<br />
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