JUDAS DE KERIOT - Difusión obra María Valtorta
JUDAS DE KERIOT - Difusión obra María Valtorta
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Dejemos a los Césares y a los Tetrarcas su botín. Yo tendré el mío, pero no un botín que<br />
merezca el castigo de fuego. No solo esto sino que le arrebataré al fuego de Satanás gran<br />
número de presas para llevarlas al Reino de Paz, del que soy Príncipe, y al siglo futuro: el<br />
tiempo eterno del cual soy Padre. ■ «Dios» --dice también David (Para. 29,1), de cuya estirpe<br />
desciendo, como habían predicho quienes vieron porque eran santos, gratos a Dios, elegidos<br />
por Dios para hablar-- «ha elegido a uno solo... a mi hijo... pero la <strong>obra</strong> es grandiosa, porque se<br />
trata no de preparar la casa de un hombre, sino la de Dios». Así es. Dios, el Rey de los reyes,<br />
ha elegido a uno sólo, a su Hijo, para construir, en los corazones, su casa. Ha preparado ya el<br />
material. ¡Oh, cuánto oro de caridad, y bronce, y plata, y hierro, y maderas raras y piedras<br />
preciosas! Todas están acumuladas en su Verbo y Él las usa para construir en vosotros la<br />
morada de Dios. Pero si el hombre no ayuda al Señor, en vano el Señor querrá construir su<br />
casa (Sal. 127). Al oro se responde con el oro, a la plata con la plata, el bronce con el bronce, al<br />
hierro con el hierro. O sea, por el amor debe darse amor, continencia para servir a la pureza,<br />
constancia para ser fieles, fuerza para no desistir. Y luego, llevar hoy la piedra, mañana la<br />
madera: hoy el sacrificio, mañana la <strong>obra</strong> y construir, construir siempre el templo de Dios en<br />
vosotros. ■ El Maestro, el Mesías, el Rey de Israel eterno, del pueblo eterno de Dios, os está<br />
llamando. Pero quiere que estéis limpios para la <strong>obra</strong>. Abajo la soberbia, a Dios sea la alabanza.<br />
Abajo los pensamientos humanos: de Dios es el Reino, ¡oh humildes!, decid conmigo: «Todas<br />
las cosas son tuyas, Padre, todo cuanto es bueno es tuyo. Enséñanos a conocerte y a servirte en<br />
verdad». Decid: «¿Quién soy yo?», y convenceos de que sólo seréis alguna cosa cuando lleguéis<br />
a ser mansiones purificadas en donde Dios pueda bajar y reposar. Todos vosotros, peregrinos y<br />
extranjeros en esta tierra, tratad de juntaros y de ir al Reino prometido. El camino son los<br />
Mandamientos que se cumplen no por temor al castigo sino por amor a Ti, Padre Santo. El<br />
Arca: un corazón perfecto en donde está el maná que nutre de sabiduría y en donde florece la<br />
vara de una voluntad pura. Y para que la casa esté iluminada, venid al que es la Luz del mundo.<br />
Os la he traído. Os he traído la luz. No otra cosa. No poseo riquezas y no prometo honores que<br />
sean de la tierra. Poseo todas las riquezas sobrenaturales de mi Padre y prometo a los que siguen<br />
a Dios con amor y caridad, la honra eterna del Cielo. La paz sea con vosotros‖.<br />
* Mesías y rey no son la misma cosa.- ■ La gente, que ha estado escuchando atenta, murmura<br />
un poco inquieta. Jesús habla con el sinagogo. Se unen al grupo otras personas, probablemente<br />
son las personalidades. El sinagogo pregunta: ―Maestro... ¿pero no eres el Rey de Israel? Nos<br />
habían dicho...‖. Jesús: ―Lo soy‖. Sinagogo: ―Pero Tú has dicho...‖. Jesús: ―Que no poseo y<br />
que no prometo riquezas del mundo. No puedo decir más que la verdad. Y así es. Conozco<br />
vuestro pensamiento. Pero el error proviene de una mala interpretación y de un sumo respeto al<br />
Altísimo. Se os dijo: «Viene el Mesías» y pensasteis, como muchos de Israel que Mesías y Rey<br />
fuesen una misma cosa. Levantad más en alto el espíritu. Contemplad este hermoso cielo de<br />
verano. ¿Pensáis que termina allí su límite, allí donde el aire parece una bóveda de zafiro? No.<br />
Más allá hay capas más puras, de un azul más nítido, hasta aquel inimaginable paraíso a donde<br />
el Mesías conducirá a los justos muertos en el Señor. ■ La misma diferencia existe entre la<br />
realeza mesiánica que el hombre imagina y la verdadera que es todo divina‖. Sinagogo: ―¿Pero<br />
podremos nosotros, pobres hombres, levantar el espíritu a donde Tú dices?‖. Jesús: ―Basta que<br />
lo queráis, y, si lo queréis, al punto os ayudaré‖. Sinagogo: ―¿Cómo te debemos llamar si no<br />
eres Rey?‖. Jesús: ―Maestro, Jesús, como queráis. Maestro soy y soy Jesús, el Salvador‖.<br />
* El anciano Saúl, que vio un día al Niño con su Madre, ve ahora al verdadero Rey.- ■ Un<br />
anciano dice: ―Oye, Señor: hubo ocasión, hace mucho tiempo, allá por el Edicto, que llegó la<br />
noticia que había nacido en Belén el Salvador... yo fui con otros... vi a un pequeñín, igual que<br />
los demás. Pero le adoré con fe. Después supe que había un hombre santo, que se llamaba Juan.<br />
¿Cuál es el Mesías verdadero?‖. Jesús: ―Aquel a quien tú adoraste. El otro es su Precursor. Un<br />
gran santo a los ojos del Altísimo, pero no es el Mesías‖. Anciano: ―¿Eras Tú?‖. Jesús: ―Era Yo.<br />
Y ¿qué viste alrededor de Mí recién nacido?‖. Anciano: ―Pobreza y limpieza, honradez y<br />
pureza... un carpintero gentil y serio que se llamaba José; carpintero pero de la estirpe de David.<br />
Una joven mujer rubia y gentil, de nombre <strong>María</strong>, ante cuya belleza las rosas más hermosas de<br />
Engadi palidecen y los lirios de los palacios reales son feos... y un Niño con ojos grandes de<br />
cielo, de cabellos de hilo de oro pálido. No vi otra cosa... y todavía creo oír la voz de la Madre<br />
que me decía: «Por mi Hijo yo te digo: el Señor esté contigo hasta el eterno encuentro y su<br />
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