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JUDAS DE KERIOT - Difusión obra María Valtorta

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gentes. No os prometo que siempre se os creerá. Yo he recibido escarnios y golpes, vosotros<br />

también recibiréis. Pero así como supisteis ser fuertes y justos en la espera, sedlo más aún ahora<br />

que sois míos. ■ Mañana iremos hacia Yutta, luego a Hebrón. ¿Podéis venir?‖. Pastores: ―¡Oh,<br />

sí! Los caminos son de todos y los pastos son de Dios. Tan sólo el odio injusto nos tiene<br />

alejados de Belén. Los otros pueblos saben todo... pero solo se burlan de nosotros llamándonos<br />

«Bebedores». Por esto, muy poco podremos hacer aquí‖. Jesús: ―Os llamaré para que vayáis a<br />

otro lugar. No os abandonaré‖. Pastores: ―¿Durante toda la vida?‖. Jesús: ―Durante toda mi<br />

vida‖. Elías: ―No, primero moriré yo, Maestro. Soy viejo‖. Jesús: ―¿Tú lo crees? ¡No! Yo. Una<br />

de las primeras caras que vi fue la tuya, Elías. Y será una de las últimas. Me llevaré conmigo, en<br />

mi pupila, tu cara consternada de dolor a causa de mi muerte. Pero después será tu cara la que<br />

lleve en el corazón el irradiar de una mañana triunfal, y con ella esperarás la muerte... La<br />

muerte: el encuentro eterno con el Jesús a quien adoraste cuando era pequeñito. También<br />

entonces los ángeles cantarán el Gloria: «para los hombres de buena voluntad». No oigo más.<br />

La dulce visión termina. (Escrito el 11 de Enero de 1945).<br />

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1-76-409 (2-40-448).- Jesús en Yutta con Isaac el pastor. – Sara y sus niños.<br />

* Isaac siente la llamada de Jesús y sus piernas inertes rec<strong>obra</strong>n fuerzas milagrosamente.-<br />

■ Jesús viene bajando con los suyos y con los tres pastores en dirección al río. Se para con toda<br />

la paciencia cuando hay que esperar a una oveja retrasada o a uno de los pastores que debe ir<br />

tras de una oveja que se le extravía. Es exactamente el Buen Pastor. También se ha buscado Él<br />

una rama larga para apartar las ramas de las moreras y de los espinos y algalias, que salen al<br />

paso por todas partes tratando de pegarse a los vestidos. Así es completa su figura de pastor.<br />

Elías: ―¿Ves?... Yutta está allá arriba. Ahora pasaremos el torrente; hay un lugar en donde se<br />

puede vadear en verano, sin tener que ir hasta el puente. Habría sido más breve venir por<br />

Hebrón, pero Tú no has querido‖. Jesús: ―No a Hebrón iremos después. Primero y siempre al<br />

que sufre. Los muertos ya no sufren, cuando son justos. Y Samuel era justo. Además, para los<br />

muertos que necesitan de oraciones, no es necesario que uno esté cerca de los huesos muertos<br />

para ofrecerlas...‖. ■ Elías: ―¿Me has dicho que quieres que Isaac sepa de tu presencia, pero sin<br />

entrar en el pueblo?‖. Jesús: ―Sí, así lo deseo‖. Elías: ―Entonces es hora de separarnos. Yo iré a<br />

verle, Leví y José se quedarán con el rebaño y con vosotros. Subo por aquí; así será más<br />

rápido‖. Elías sube por la ladera, hacia las casas blanquecinas que resplandecen con el sol.<br />

Tengo la sensación de que le sigo. Ahí está ante las primeras casas. Sigue por un callejón entre<br />

casas y huertos. Continúa caminando algunas decenas de metros. Tuerce y va a dar a una calle<br />

más ancha, que le lleva a una plaza. No he dicho que todo sucede en las primeras horas<br />

matinales. Lo digo ahora para que se comprenda por qué en la plaza hay todavía mercado, y que<br />

amas de casa y vendedores se desgañitan en torno a los árboles que dan sombra en la plaza. ■<br />

Siguiendo un camino que parte de la plaza, en una esquina, hay una casa pobre, mejor dicho,<br />

una habitación con la puerta abierta. Casi a la puerta hay un lecho miserable y sobre él hay un<br />

enfermo que es todo un esqueleto, que pide entre lamentos una limosna. Elías entra como rayo.<br />

―Isaac... soy yo‖. Isaac: ―¿Tu?... No te esperaba. Viniste la luna pasada‖. Elías: ―Isaac...<br />

Isaac... ¿Sabes por qué he venido?‖. Isaac: ―No sé... Estás excitado... ¿Qué pasa?‖. Elías: ―He<br />

visto a Jesús de Nazaret, ya hombre, y Rabí. Ha venido a buscarme...y quiere vernos. ¡Oh,<br />

Isaac! ¿Te sientes mal?‖. En realidad Isaac está como alguien que fuese a morir, pero toma<br />

aliento. Dice: ―No. La noticia...¿Dónde está? ¿Cómo es? ¡Oh, si pudiera verle!‖. Elías: ―Está<br />

allá abajo, hacia el valle. Me manda que te diga esto, nada más esto: «Ven, Isaac, quiero verte<br />

y bendecirte». Isaac: ―¿Ha dicho eso?‖. Elías: ―Eso. Pero, ¿qué haces?‖. Isaac: ―Me pongo en<br />

camino‖. Isaac hace a un lado las cobijas, mueve las inertes piernas, las saca fuera del jergón de<br />

paja, las pone en el suelo, se levanta todavía un poco incierto, vacilante. Todo sucede en un<br />

instante, bajo los ojos desencajados de Elías... que al fin entiende y da un grito... Se asoma una<br />

mujercita curiosa. Ve al enfermo de pie, cubriéndose --no tiene otra cosa-- con una de las<br />

cobijas, y se echa a correr gritando como una gallina. Isaac: ―Vamos... Vamos por aquí, para<br />

tardar menos y no toparnos con mucha gente... Rápido, Elías‖. Y salen los dos de estampida por<br />

una puerta de un huerto que da a la parte posterior, empujan la puerta de ramas secas; ya están<br />

afuera; marchan rápidamente por una callejuela miserable, luego siguen por un camino entre<br />

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