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JUDAS DE KERIOT - Difusión obra María Valtorta

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Ley al hacerlo así. Claro... si no es cosa buena lo que hago, Jesús me lo hará saber. Haré lo que<br />

Él me diga. Si yo creo que ahí está la salvación, ¿por qué impedirme conseguirla? ¿Por qué a<br />

veces los padres de uno se convierten en enemigos?‖. Simón lanza un suspiro como si en su<br />

mente hubiera recuerdos tristes, y baja la cabeza. No habla ni una palabra. Tomás, sin embargo,<br />

responde: ―Yo he vencido ya el obstáculo, mi padre me escuchó y me comprendió. Me bendijo<br />

con estas palabras: «Ve. Que esta Pascua se convierta para ti en libertad de algo que has<br />

esperado. Dichoso tú que puedes creer. Si en realidad fuera Él --y lo sabrás siguiéndole--,<br />

vuelve a tu anciano padre a decirle que Israel tiene ya al Esperado»‖. Tadeo: ―¡Tienes más<br />

suerte que yo! ¡Y pensar que hemos vivido a su lado!... Y no creemos, ¡nosotros los de la<br />

familia!... Y dicen, o sea, ellos dicen: «Ha perdido el juicio»‖. ■ Simón Zelote grita: ―¡Eh,<br />

miren allí a un grupo de gente! ¡Es Él, es Él! ¡Reconozco su cabellera rubia! ¡Vamos<br />

corriendo!‖. Velozmente caminan hacia el sur. Los árboles, ahora que han llegado a la curva,<br />

ocultan el resto del camino, de manera que los grupos se encuentran casi uno frente al otro<br />

cuando menos lo esperan. Jesús parece que sube del río, porque está entre los árboles de la<br />

orilla. ‖¡Maestro!‖ ―¡Jesús!‖ ―¡Señor!‖. Los tres gritos del discípulo, del primo, del curado<br />

resuenan envueltos en adoración y alegría. ―¡La paz sea con vosotros!‖. He aquí la hermosa e<br />

inconfundible voz, llena, sonora, tranquila, dulce y cortante de Jesús. ■ Dice a Tadeo:<br />

―¿También, Tú, Judas, primo mío?‖. Se abrazan. Judas llora. Jesús: ―¿Por qué lloras?‖. Tadeo:<br />

―¡Jesús! ¡Quiero estar contigo!‖. Jesús: ―Siempre te he esperado. ¿Por qué no habías venido?‖.<br />

Judas inclina la cabeza y guarda silencio. Jesús: ―No querían... Y... ¿ahora?‖. Tadeo: ―Jesús,<br />

yo... yo no puedo obedecerles. Te quiero obedecer a Ti solo‖. Jesús: ―Pero Yo no te he mandado<br />

nada‖. Tadeo: ―No, Tú no. ¡Pero es tu misión la que me manda! Es Aquel que te ha enviado el<br />

que habla en mí, en el fondo de mi corazón, y me dice: «Ve a Él». Es Aquella que te engendró<br />

y que para mí ha sido una gentil maestra, que con su mirada de paloma, me lo dice sin emplear<br />

palabras: «Sé tú de Jesús». ¿Puedo dejar de hacer caso a esa majestuosa voz que taladra el<br />

corazón? ¿Puedo dejar de atender esa voz santa, que ciertamente ruega por mi bien? ¿Solo<br />

porque soy tu primo por parte de José, no debo de reconocerte por lo que eres, mientras que el<br />

Bautista te ha reconocido --sin haberte visto jamás-- aquí, en las orillas de este río y te ha<br />

saludado como «Cordero de Dios»?... Y yo, yo que he crecido contigo, yo que me hecho bueno<br />

siguiéndote a Ti, yo que me he convertido en hijo de la Ley por mérito de tu Madre y que de<br />

Ella he bebido no sólo los 613 preceptos de los rabíes, además de la Escritura y las oraciones,<br />

sino el espíritu de ellas... ¿Es que no voy a ser capaz de nada?‖. Jesús: ―¿Y tu padre?‖. Tadeo:<br />

―¿Mi padre? No le falta ni pan ni quien le asista, y además... Tú me das ejemplo. Tú has<br />

pensado en el bien del pueblo más que en el pequeño bienestar de <strong>María</strong>. Y Ella está sola. Dime,<br />

Maestro, ¿no es acaso lícito, sin faltarle al respeto, decir al propio padre: «¡Padre te quiero! Pero<br />

sobre ti está Dios, y a Él sigo...?»‖. Jesús: ―Judas, pariente y amigo mío, Yo te lo digo: vas muy<br />

adelante en el camino de la Luz. Ven. Sí, es lícito hablar en estos términos al padre cuando Dios<br />

es quien llama. Nada está por encima de Dios. Incluso las leyes de la sangre dejan de existir, o<br />

mejor dicho, se subliman, porque con nuestras lágrimas los ayudamos más a nuestros padres, a<br />

nuestras madres, y por algo más eterno que no lo cotidiano del mundo. Los atraemos con<br />

nosotros al Cielo y, por el mismo camino del sacrificio de los afectos, a Dios. Quédate, pues,<br />

Judas. Te he esperado y soy feliz de volverte a ver, amigo de mi vida Nazaretana‖. Judas queda<br />

conmovido<br />

* Simón Zelote, “Zelote” por casta y “Cananeo” por madre, elegido como discípulo.- ■<br />

Jesús se vuelve a Tomás: ―Has obedecido fielmente y esa es la primera virtud del discípulo‖.<br />

Tomás: ―He venido para serte fiel a Ti‖. Jesús: ―Lo serás. Te lo digo‖. Y luego dirigiéndose al<br />

ex leproso: ―Ven, tú que estás como avergonzado en la sombra. No tengas miedo‖. Zelote:<br />

―¡Señor mío!‖. El antiguo leproso está ya a los pies de Jesús que le dice: ―Levántate. ¿Cómo te<br />

llamas?‖. Zelote: ―Simón‖. Jesús: ―¿Tu familia?‖. Zelote: ―Señor... era poderosa... y yo también<br />

tenía poder... Pero envidia de opulencia y... errores de juventud lesionaron su poder. Mi padre...<br />

¡Oh! Debo hablar contra él, ¡porque me ha costado lágrimas y precisamente no del cielo! ¡Ya lo<br />

ves, ya has visto qué regalo me ha dado!‖. Jesús: ―¿Era leproso?‖. Zelote: ―No era leproso,<br />

como tampoco yo. Había contraído una enfermedad que se llama de otra forma, y que nosotros<br />

los de Israel la incluimos en las distintas lepras. Él --entonces dominaba su casta-- vivió y<br />

murió poderoso en su casa. Yo... si Tú no me hubieras salvado, habría muerto en los sepulcros‖.<br />

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