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JUDAS DE KERIOT - Difusión obra María Valtorta

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caer el vestido. Si la cara está cubierta de costras, el tronco es un entretejido de llagas: unas ya<br />

convertidas en agujeros profundos, otras simplemente como rojas quemaduras, otras<br />

blanquecinas y brillantes como si tuviesen encima un cristalito blanco. Jesús: ―¡Eres leproso!<br />

¿Para qué me quieres?‖. Leproso: ―¡No me maldigas! ¡No me tires piedras! Me han contado que<br />

la otra tarde te has manifestado como Voz de Dios y Portador de su Gracia. Me han dicho que<br />

Tú has afirmado que al alzar tu Señal sanas cualquier enfermedad. ¡Levántala sobre mí! ¡Vengo<br />

de los sepulcros... desde allá! Me he arrastrado como una serpiente entre los arbustos del<br />

riachuelo para llegar sin ser visto. He esperado a que anocheciera para hacerlo, porque en la<br />

penumbra se me identifica menos. Me he atrevido... encontré a éste, al buen amo de la casa. No<br />

me ha matado y solo me ha dicho: «Espera junto al muro». Ten piedad, Tú también‖. Y dado<br />

que Jesús se acerca, Él solo, pues los seis discípulos y el dueño del lugar, con los dos<br />

desconocidos, se han quedado lejos y muestran claramente repulsa, dice de nuevo: ‖¡No más<br />

adelante!...¡No más!... ¡Estoy infectado!‖. Pero Jesús avanza. Le mira con tanta piedad, que el<br />

hombre se pone a llorar y se arrodilla con la cara casi sobre el suelo y solloza: ―¡Tu Señal! ¡Tu<br />

Señal!‖. Jesús: ―Será levantada en su hora. Pero a ti te digo: ¡Levántate! ¡Cúrate! ¡Lo quiero! Y<br />

sé para Mí testigo en esta ciudad que debe conocerme. Y no peques más en reconocimiento<br />

hacia Dios‖. El hombre se levanta poco a poco. Parece como si emergiese de una tumba... y está<br />

curado. Grita: ―¡Estoy limpio! ¡Oh!, ¿qué debo hacer ahora yo por Ti?‖. Jesús: ―Obedecer a la<br />

Ley. Ve al sacerdote. Sé bueno en el porvenir. ¡Ve!‖. El hombre hace un movimiento de<br />

arrojarse a los pies de Jesús, pero se acuerda de que está todavía impuro según la Ley (Lev. 13 y<br />

14) y se detiene. Eso sí, se besa la mano y manda con ella el beso a Jesús, y llora de alegría.<br />

* Judas de Keriot y Tomás quieren seguir a Jesús. “Judas, es mejor sopesarse a sí mismo<br />

antes de emprender un camino muy escarpado... sólo el que sabe querer con todas sus<br />

fuerzas resiste”.- ■ Los otros parecen como petrificados. Jesús vuelve la espalda al curado y,<br />

con la sonrisa en los labios, los hace volver en sí, diciendo: ―Amigos, no era más que una lepra<br />

de la carne, vosotros veréis caer la lepra de los corazones. ¿Sois los que me buscabais?‖<br />

pregunta a los dos desconocidos. ―Aquí estoy. ¿Quiénes sois?‖. ―Te oímos la otra tarde... en el<br />

Templo. Te habíamos buscado. Uno que se dice ser tu pariente, nos dijo que estabas aquí‖.<br />

Jesús: ―¿Por qué me buscáis?‖. ―Por seguirte, si quieres, porque has dicho palabras de verdad‖.<br />

Jesús: ―¿Seguirme? ¿Pero sabéis hacia dónde voy?‖. ―No, Maestro, pero ciertamente que a la<br />

gloria―. Jesús: ―Sí, pero no a una gloria de la tierra sino a la que tiene su asiento en el Cielo y<br />

que se conquista con la virtud y sacrificios. ¿Por qué queréis seguirme?‖ vuelve a preguntar.<br />

―Para tener parte en tu gloria‖. Jesús: ‖¿Según el Cielo?‖. ―Sí, según el Cielo‖. Jesús: ―No<br />

todos pueden llegar porque Mammón acecha, más que a los demás, a los que desean el Cielo y<br />

sólo el que sabe querer con todas sus fuerzas resiste. ¿Por qué seguirme, si seguirme quiere<br />

decir lucha continua con el enemigo que es Satanás?‖. ―Porque así quiere nuestro corazón, que<br />

ha quedado conquistado por Ti. Tú eres santo y poderoso. Queremos ser tus amigos‖. Jesús:<br />

―¡¡¡Amigos!!!‖.... ■ Jesús se calla y suspira. Después mira fijamente al que siempre ha estado<br />

hablando y que ahora ha dejado de caer el manto pequeño de la cabeza que está rapada. Es<br />

Judas de Keriot. Jesús: ―¿Quién eres tú, que hablas mejor que uno del pueblo?‖. Iscariote: ―Soy<br />

Judas de Simón. Soy de Keriot. Pero soy del Templo... o... estoy en el Templo. Espero y sueño<br />

en el rey de los Judíos. Te he visto que eres rey en la palabra. Rey te he visto en el gesto.<br />

Tómame contigo‖. Jesús: ―¿Tomarte?... ¿Ahora?... ¿Inmediatamente?... ¡No!‖. Iscariote: ―¿Por<br />

qué, Maestro?‖. Jesús: ―Porque es mejor sopesarse a sí mismo antes de emprender un camino<br />

muy escarpado‖. Iscariote: ―¿No te fías de mi sinceridad?‖. Jesús: ―¡Lo has dicho! Creo en tu<br />

impulso, pero no creo en tu constancia. Piénsalo bien, Judas. Por ahora me voy, y volveré para<br />

Pentecostés. Si estás en el Templo, podrás verme. ¡Sopésate a ti mismo!... ■ y tú, ¿quién eres?‖<br />

pregunta al otro desconocido. Éste le responde: ―Otro que te vio. Querría estar contigo. Pero<br />

ahora siento temor‖. Jesús: ―¡No! La presunción es perdición. El temor puede ser obstáculo,<br />

pero si procede de humildad, es una ayuda. No tengas miedo. También tú piénsalo y cuando<br />

vuelva...‖. El desconocido le interrumpe: ―Maestro, ¡eres santo! Tengo miedo de no ser digno.<br />

No de otra cosa. Porque respecto a mi amor no temo...‖. Jesús: ―¿Cómo te llamas?‖. Responde:<br />

―Tomás y de sobrenombre Dídimo‖. Jesús: ―Recordaré tu nombre. Ve en paz‖. Jesús los<br />

despide y se retira a la casa donde se hospeda, para la cena.<br />

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