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JUDAS DE KERIOT - Difusión obra María Valtorta

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ahora: ¿Sería justo que alguien que ya tuvo el bien extraordinario de poder servir a Dios de una<br />

manera especial, gozara también por toda la vida de un bien continuo? ¿No os parece que ya ha<br />

tenido mucho bien y que, por lo tanto, puede llamarse feliz, aunque en lo humano no lo sea?...<br />

¿No sería injusto que aquel que tiene ya en el corazón la luz de manifestación divina y la paz de<br />

una conciencia tranquila, tuviera además honores y bienes terrenos? ¿No sería una cosa hasta<br />

imprudente?‖. ■ Zelote dice: ―Maestro, pienso que hasta sería profanador. ¿Por qué poner<br />

alegrías humanas en donde Tú estás?... Cuando uno te tiene --y éstos te han tenido pues son<br />

los únicos ricos en Israel porque durante treinta años te poseyeron-- no debe tener otra cosa. No<br />

se ponen cosas humanas en el propiciatorio... y el vaso sagrado no sirve más que para usos<br />

sagrados. Estos han sido consagrados desde el día en que vieron tu sonrisa... ¡y nada, pero nada<br />

que no sea Tú debe entrar en el corazón que te posee! ¡Si fuese como ellos!‖. Iscariote contesta<br />

irónicamente: ―Sin embargo, te has dado prisa, después de haber visto al Maestro y después de<br />

ser curado, en volver a tomar posesión de tus bienes‖. Zelote: ―Es verdad, lo dije y lo hice,<br />

pero... ¿sabes por qué? ¿Cómo puedes juzgar si no lo sabes todo? Mi administrador tuvo<br />

órdenes escuetas. Ahora que Simón Zelote está curado --y sus enemigos no pueden hacerle daño<br />

segregándole; ni perseguirle porque ya no pertenece más que al Mesías, y no tiene ninguna<br />

secta: tiene sólo a Jesús y basta-- Simón puede disponer de sus bienes que un hombre honrado,<br />

un hombre fiel le conservó. Y yo, dueño todavía durante una hora, di órdenes de reajuste para<br />

obtener más dinero por su venta y poder decir... no, esto no lo digo‖. Jesús dice: ―Simón, los<br />

ángeles lo dicen por ti, y lo escriben en el libro eterno‖. Simón mira a Jesús. Los dos se cruzan<br />

miradas, la del uno está llena de sorpresa, la del otro de bendición. ■ Iscariote: ―¡Como siempre<br />

estoy equivocado!‖. Jesús: ―No, Judas. Tienes sentido práctico. Tu mismo lo dices‖. Juan,<br />

siempre dulce y conciliador, dice: ‖¡Oh, pero con Jesús!... ¡También Simón Pedro estaba<br />

apegado al sentido práctico ¡y ahora sin embargo!... También, tú, Judas, llegarás a ser como él.<br />

Poco tiempo hace que estás con el Maestro, nosotros más y nos hemos mejorado‖. Iscariote:<br />

―No me ha querido con Él. Si no, hubiera sido suyo desde la Pascua‖. Hoy Judas está de mal<br />

humor. Jesús corta la conversación al dirigirse a Leví: ―¿Has estado alguna vez en Galilea?‖.<br />

Leví: ―Sí, Señor‖. Jesús: ―Vendrás conmigo para llevarme a donde está Jonás... ¿Le conoces?‖.<br />

Leví: ―Sí, por Pascua nos veíamos siempre; yo iba a verle entonces‖. José baja la cabeza<br />

apenado. Jesús lo nota y le dice: ―Juntos no podéis venir. Elías se quedaría solo con las ovejas.<br />

Pero tú vendrás conmigo hasta el paso de Jericó, donde nos separaremos por un tiempo.<br />

Después te diré lo que debes hacer‖. Iscariote: ―¿Nosotros ya nada más?‖. Jesús: ―También<br />

vosotros, Judas, también vosotros‖.<br />

* Jesús llega a conocer el final de la familia Zacarías-Isabel y algunos detalles de la vida<br />

oculta de Juan Bautista.- ■ Juan, que va unos pasos por delante, dice: ―Ya se ven las casas‖.<br />

Elías: ―Es Hebrón, entre dos ríos, como jinete. ¿Ves, Maestro? ¿Ves aquella casa grande entre<br />

aquella hierba verde, un poco más alta que las demás? Es la casa de Zacarías‖. Jesús:<br />

―Apresuremos el paso‖. Recorren ligeros los últimos metros del camino y entran en el pueblo.<br />

Las pequeñas pezuñas de las ovejas parecen castañuelas al chocar contra las piedras irregulares<br />

de la calle, aquí toscamente adoquinada. La gente mira a este grupo de hombres de tan diverso<br />

aspecto, edad y vestido entre el blancor de las ovejas. Elías dice: ―¡Oh! ¡Está cambiada! ¡Aquí<br />

estaba la verja de entrada! Ahora en lugar de la verja hay un portón de hierro que impide ver. Y<br />

la tapia que la circunda es más alta que un hombre, y, por tanto no se ve nada‖. Jesús: ―Tal vez<br />

esté abierto por detrás, vamos‖. Dan vuelta a un gran cuadrilátero, mejor dicho, un amplio<br />

rectángulo, pero la pared es igual por todas partes. Juan, al observarla, dice: ―Una pared<br />

construida hace poco. No tiene grietas y en el suelo hay todavía piedras con cal‖. Elías, perplejo,<br />

dice: ―Tampoco veo el sepulcro... Estaba hacia el bosque. Ahora el bosque está fuera del muro<br />

y... parece de todos. Están haciendo leña en él...‖. ■ Un hombre, un viejecito leñador de baja<br />

estatura, pero fuerte, que mira al grupo, deja de partir un tronco caído, y viene hacia ellos.<br />

―¿Qué buscáis?‖. Elías: ―Queríamos entrar en la casa, para orar en el sepulcro de Zacarías‖.<br />

Leñador: ―Ya no existe el sepulcro. ¿No lo sabéis? ¿Quiénes sois?‖. Elías: ―Yo, amigo de<br />

Samuel, el pastor. Él...‖. Jesús dice: ―No es necesario, Elías‖, y Elías calla. Leñador: ―¡Ah!<br />

¡Samuel!... ¡Ya! Solo que desde que Juan, hijo de Zacarías, está en prisión, la casa ya no es<br />

suya. Y es una desgracia, porque él distribuía todas las ganancias de sus bienes entre los pobres<br />

de Hebrón. Una mañana vino uno de la corte de Herodes, echó fuera a Joel, clausuró la casa;<br />

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