Leonardo Sbaraglia

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PoR cicco
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5 minutos
A la gente que medita ya no la tratan de
esotérica ni de loca que habla con las tostadas.
Costumbre en alza, la meditación se empezó a
aplicar tanto en empresas como en cárceles,
tanto en sofisticadas fundaciones
internacionales como en gimnasios de barrio.
Lo hacen en la cárcel de Olmos, en el
penal de Villa Devoto, en la cárcel de
mujeres de La Plata, en la Unidad 3
de Rosario y en la prisión de máxima
seguridad de Florencio Varela; los últimos lugares
donde imaginarías a la gente haciéndolo. “Los
reclusos ahora duermen mejor, manejan los conflictos
y situaciones estresantes sin violencia, y
han experimentado una mejora de su autoestima
y del control sobre sí mismos”, observan en el
Servicio Penitenciario Bonaerense, donde para
estar a tono, instruyeron a los guardia-cárceles
para que lo hagan.
Durante 30 días, en 2009, lo hicieron y enseñaron
a hacerlo a 4.500 personas en un predio de
300 metros cuadrados en el shopping Paseo
Alcorta. Los compradores desaceleraban el paso,
descargaban las compras y se ponían a hacerlo en
medio del zarandeo de bolsas. La gente decía: “Si
puedo hacer esto en medio del caos del shopping,
puedo hacerlo en cualquier parte”.
Ahora que está gordo y las llamas ya no lo
envuelven, lo hace Charly García. El jefe de recursos
humanos de Coca-Cola Argentina, un hombre
inusualmente espiritual para su puesto —por
poco, se hizo rabino—, debate sobre cómo lograr
que los empleados de una de las compañías más
grandes del planeta también lo hagan.
Lo hace Julio César Pereyra, el intendente de
Florencio Varela. También el ex gerente de HSBC,
Alejandro Nigro, y el subgerente del Banco
Hipotecario, Hugo Chiera. Un ex ejecutivo dice
que hasta redujo sus niveles de colesterol. Lo hizo
—y hace— un conductor de radio, que escribió un
libro sobre el tema y se convirtió en maestro espiritual
de 150 mil lectores. Y quién sabe, si le dan
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