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Leonardo Sbaraglia

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traductores, vecinos del barrio, y Suleyman los<br />

recibe con los brazos abiertos. Los sufis meditan<br />

mientras cantan, meditan mientras bailan, meditan<br />

en todo momento del día y reciben a todo el<br />

mundo con los brazos abiertos. “Cualquiera<br />

puede practicar —dice él—. Los beneficios siempre<br />

son positivos, aunque dependen de cómo es<br />

la práctica. Para algunos, meditar es sinónimo de<br />

observar sus pensamientos. Ellos aprenden lo<br />

importante que es desconfiar de sí mismos. Para<br />

otros, meditar es estar atentos a la respiración.<br />

Ellos reciben control y serenidad. Algunos al<br />

meditar observan al que medita y reciben sabiduría.<br />

Y por último están aquellos que buscan fuera<br />

y dentro de sí mismos a Su Amado, queriendo<br />

meditar en toda acción solo sobre Él. Estos reciben<br />

el nombre de derviches”.<br />

En lo personal, medito desde hace cinco años.<br />

Pasé dos recitando mantras y tres desde que hago<br />

zazen y me ordené bodhisattva, un paso antes de<br />

convertirme en monje. Por la noche, me siento<br />

frente a la pared de mi habitación y la miro<br />

durante una hora. Es la forma justa de meditar,<br />

de acuerdo a la tradición del budismo zen. A cada<br />

principiante, Toshiro Yamauchi, uno de los monjes<br />

más antiguos del país, les dice: “El zazen es<br />

estar online con Dios”. Cada vez que puedo, voy a<br />

los retiros: seis horas de mirar el muro durante<br />

un día y medio, junto a unas 70 personas.<br />

Ahora bien, si hubiera invertido las horas que<br />

miro el muro en otra cosa, hoy sería experto en<br />

cine coreano. En la obra de Proust. Podría haber<br />

hecho un master en algo. Generado un negocio.<br />

Con la meditación, no recuperé el pelo. No se me<br />

fueron los lunares. Mis cálculos en los riñones<br />

siguen ahí. Y mi nariz no se achicó.<br />

No veo tele. Ahora veo paredes. Antes pensaba<br />

en triunfar. Ahora pienso en estar libre. De tanto<br />

observar el muro, sé cómo funciona mi mente y<br />

cuándo me tiende una trampa.<br />

Aunque, a veces, me pongo un poco fanático.<br />

En el super, por ejemplo, la sermoneo a mi hija de<br />

diez años: “No te dejes engañar por tu mente —le<br />

señalo—. Ves: esos cereales vienen con premio y<br />

los chicos se los llevan, no porque les gusten los<br />

cereales en sí, sino por el juguete berreta que<br />

regalan. Las compañías se aprovechan de tu<br />

mente. Tenés que despegarte y elegir los productos<br />

con tu yo auténtico”. “Papá, ¿por qué no me<br />

dejás en paz?” “Se ve —le digo yo— que todavía<br />

no estás online con Dios”. Y empujo el changuito<br />

lleno de cajitas de cereales. 2<br />

“Por la noche,<br />

me siento frente a<br />

la pared de la<br />

habitación y la miro<br />

durante una hora.<br />

No veo tele. Ahora<br />

veo paredes. Antes<br />

pensaba en<br />

triunfar. Ahora<br />

pienso en estar<br />

libre. De tanto<br />

mirar el muro, sé<br />

cómo funciona mi<br />

mente."<br />

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