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Capítulo I - Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

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El golpe en vago: cuento <strong>de</strong> la 18.ª centuria<br />

y necromántica; que <strong>de</strong>spreciando el sueño necesario a los otros hombres, saludaba diariamente a la<br />

aurora con la música <strong>de</strong> un clave, y extrañas ca<strong>de</strong>ncias en lengua más extraña; y a éstos añadían otros<br />

cargos, igualmente infundados e imaginarios. Tal era el tutor <strong>de</strong> Carlos. Le había dado la naturaleza un<br />

ánimo ardiente, un feliz ingenio y un corazón inflamado <strong>de</strong> vehementes pasiones. Fue su cuna, como<br />

ya hemos indicado, ilustre; y supo en su mocedad ornar la espada con los laureles <strong>de</strong> Apolo. Como<br />

Garcilaso, Ercilla, <strong>Cervantes</strong>, Mendoza y otros muchos españoles <strong>de</strong> los pasados tiempos, concibió<br />

el noble <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> hacer dudar en los nuestros y en los futuros si merecía más aplauso por la belleza<br />

<strong>de</strong> sus composiciones o por la bizarría <strong>de</strong> sus proezas. Al volver <strong>de</strong> las guerras <strong>de</strong>l Norte, <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong>l tratado <strong>de</strong> Viena <strong>de</strong> 1731, sufrió este distinguido caballero varias calamida<strong>de</strong>s que contristaron<br />

profundamente su espíritu, y resolvió abandonar el mundo y buscar la paz en la soledad y el estudio.<br />

Siendo éstos los motivos que le hicieron abrazar el sacerdocio, rehusó las dignida<strong>de</strong>s eclesiásticas<br />

que en la Corte le ofrecieron, y se retiró al pequeño lugar <strong>de</strong> Aznalcóllar, adon<strong>de</strong> casualmente Carlos,<br />

niño entonces <strong>de</strong> poquísimos años, le ayudó a la misa primera que dijo en el pueblo. Agradaron al<br />

cura su <strong>de</strong>sembarazo y viveza; y creciendo esta predilección con el trato diario, resolvió, encargarse<br />

seriamente <strong>de</strong> la educación <strong>de</strong> su favorito. No se limitó en el <strong>de</strong>sempeño <strong>de</strong> este <strong>de</strong>ber sagrado a hacer<br />

apren<strong>de</strong>r a su alumno estupendas cosazas <strong>de</strong> memoria, sino que, combinando en un plan maduramente<br />

dirigido el cultivo <strong>de</strong> su razón con el <strong>de</strong> sus faculta<strong>de</strong>s físicas y morales, y aprovechándose <strong>de</strong> la<br />

buena disposición natural <strong>de</strong> su educando, logró formar <strong>de</strong> él un joven instruido, ágil, afable, fuerte,<br />

generoso, no menos mo<strong>de</strong>sto que cortés y valiente.<br />

Entraron en casa <strong>de</strong> Carlos casi al momento mismo <strong>de</strong> su llegada, el físico y el barbero <strong>de</strong>l pueblo,<br />

que curaron su herida, <strong>de</strong>clarándola poco importante y nada peligrosa. Después <strong>de</strong> una abundante<br />

cena, a que concurrió, como suele <strong>de</strong>cirse, la flor <strong>de</strong>l pueblo, empezaron a sonar castañetas, flautas y<br />

guitarras, y un momento <strong>de</strong>spués rompió el baile con general y bulliciosa alegría. Dio Carlos pruebas<br />

<strong>de</strong> su <strong>de</strong>ferencia hacia la niña que tanto se había interesado por su salud, absteniéndose, para no<br />

empeorarla, <strong>de</strong> empezar el baile, como en calidad <strong>de</strong> principal personaje <strong>de</strong>bía haber hecho. Compensó<br />

con ventajas la compulsiva quietud <strong>de</strong> Carlos su amigo Alberto, mozo <strong>de</strong> infatigable energía en el<br />

bolero, oportuno requebrista, diestro tocador <strong>de</strong> guitarra, y extremado cantor <strong>de</strong> playeras y ron<strong>de</strong>ñas.<br />

Le trataban con amistoso afecto tías y madres, antiguas solteronas y doncellas principiantes. Pero con<br />

más ternura que todas la tímida Eugenia, la <strong>de</strong> los ojos azules, compañera por la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> la señorita,<br />

que junto a Carlos estaba.<br />

Era esta la beldad <strong>de</strong>l pueblo y el orgullo <strong>de</strong> la sierra. Des<strong>de</strong>ñosa, tal vez <strong>de</strong>masiado, pero con<br />

aquel <strong>de</strong>sdén altivo y majestuoso, aquella majestad afable e inteligente que tiene por principio un alto<br />

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