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Capítulo I - Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

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Eugenia le pidió al galán entonces la concesión <strong>de</strong> algunos momentos <strong>de</strong> silencio.<br />

-Des<strong>de</strong> luego -contestó el joven-, con tal <strong>de</strong> que tú rompas el tuyo.<br />

-Y tanto como lo romperé, que Isabel y yo tenemos un favor que pedirte.<br />

El golpe en vago: cuento <strong>de</strong> la 18.ª centuria<br />

-¿Favores a mí, ídolos míos? -exclamó Alberto con alegre sorpresa- ¿A mí, cuya vida es más vuestra<br />

que la menor cinta <strong>de</strong> vuestros propios mantos?<br />

Y viendo que continuaban silenciosas:<br />

-¿A qué aguardáis? Habla, pues, Eugenia; tú, Isabel; cualquiera <strong>de</strong> vosotras, ambas juntas, y no<br />

me hagáis esperar más.<br />

Preludió Eugenia su discurso con varias observaciones sueltas, pero no acertaba, valiéndonos <strong>de</strong> la<br />

frase <strong>de</strong> Solís, a formar cláusulas enteras sin que tropezase la lengua en palabras que no se <strong>de</strong>jaban<br />

enten<strong>de</strong>r. Fue la sustancia antes insinuada que expresa <strong>de</strong> su arenga, que la señora Andrea, madre <strong>de</strong><br />

Isabel, solía pasarse, los días enteros fuera <strong>de</strong> casa, y querían ambas amigas agra<strong>de</strong>cidísimas a Alberto<br />

si quisiese este observar sin interrupción la dicha casa, y entrar en ella con tanta frecuencia y <strong>de</strong>tenerse<br />

tanto tiempo como lo hiciera el padre Narciso, molesto e impertinente visitador; añadiendo que les<br />

hiciese el obsequio <strong>de</strong> llevar con paciencia toda indirecta <strong>de</strong>sagradable <strong>de</strong> la señora Andrea, pues no<br />

podrían nacer éstas <strong>de</strong> mala voluntad, sino <strong>de</strong> causas cuya explicación no era entonces necesaria.<br />

-Pero, ¿qué pullas me ha <strong>de</strong> echar a mí la señora Andrea? Pues ¿hay vieja <strong>de</strong> más buen alma en<br />

todo el pueblo? Algo regaña, pero ése es su genio.<br />

-Cierto -respondió Isabel-; mi pobre madre es la mejor <strong>de</strong> las mujeres; pero está tan nerviosa y<br />

enferma, que me tiene su salud en continuo sobresalto. Cree ver visiones...<br />

-Pues ahí está el toque- interrumpió Alberto-; en que con estas calores aquella cabeza, ya usted me<br />

entien<strong>de</strong>. Pero Dios querrá que se alivie en refrescando el tiempo. ¡Lo que es lástima es que no tenga<br />

a lo menos cien hijas tan resaladas y amables como la que tiene!<br />

-Ten juicio, hombre, por Dios, que no eres tan niño -dijo Eugenia-; y prométenos que no faltarás<br />

<strong>de</strong> casa <strong>de</strong> Isabel hasta la vuelta <strong>de</strong> Carlos.<br />

Entonces se paró, Alberto, contoneando el cuerpo y adornando los labios <strong>de</strong> una sonrisa que<br />

significaba: «¡Yo sé mucho!», le preguntó con vivo semblante.<br />

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