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Capítulo I - Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

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El golpe en vago: cuento <strong>de</strong> la 18.ª centuria<br />

o seis hombres <strong>de</strong>bieran. Salió también al aire la formidable hoja <strong>de</strong>l merca<strong>de</strong>r <strong>de</strong> trigo, pero vibrando<br />

<strong>de</strong> modo que no era fácil colegir a qué partido daba ayuda. En esto se abrió <strong>de</strong> repente la puerta <strong>de</strong><br />

la sala, y entró la justicia a dar fin a la contienda.<br />

-¡Alto a la justicia! -gritó el jefe <strong>de</strong> randa- ¡Asesinos! ¡Cobar<strong>de</strong>s! ¿No os avergonzáis <strong>de</strong> ir tantos<br />

contra un rapaz como éste? ¡A la cárcel con todos!<br />

A cuyas palabras se pusieron algo cadavéricos los rostros <strong>de</strong> los bravos, volvieron al suelo las<br />

puntas <strong>de</strong> las espadas, y se quedaron todos sin palabra ni voz.<br />

Carlos, con una sonrisa entre compasiva e iracunda, pidió por ellos, diciendo que no creía tuviesen<br />

otra intención que la <strong>de</strong> ejercitarse en la esgrima.<br />

-¿Conque es juego todo esto -preguntó el cabo <strong>de</strong> ronda mirándolo <strong>de</strong> través- y yo soy un po<strong>de</strong>nco<br />

y no sé lo que me hago?<br />

-Lejos <strong>de</strong> eso -contestó Carlos-; pero suponga usted que yo, que soy la parte agraviada, no quiero<br />

<strong>de</strong> quejarme <strong>de</strong> la injuria.<br />

Se a<strong>de</strong>lantó entonces el merca<strong>de</strong>r, y quitándose su dilatado castor rectificó lo que Carlos había<br />

dicho, añadió que era todo un pasatiempo, y suplicó al cabo pidiese algo para la ronda.<br />

-¿Conque se han empeñado uste<strong>de</strong>s en que yo soy un mocoso? -dijo con su mirar atravesando el<br />

<strong>de</strong> la patrulla-; pues señores, yo les haré a uste<strong>de</strong>s ver que ya me han salido las barbas; a los míos me<br />

los llevo yo conmigo <strong>de</strong> juro; y también a este señor hidalgo si no se planta ahora mismo en mitad<br />

<strong>de</strong> esa calle.<br />

-A mí -respondió Carlos alteradamente-, no pue<strong>de</strong> usted llevarme consigo por capricho ni antojo<br />

propio. Yo no he cometido ningún <strong>de</strong>lito; y mientras tenga la espada en la mano no me llevarán<br />

consigo todos los alguaciles <strong>de</strong> España.<br />

Le echó el hombre <strong>de</strong> la justicia otra <strong>de</strong> sus miradas diagonales; y luego con sosegada voz le dijo:<br />

-¡Palabras <strong>de</strong> pocos años! Si vuestra merced, señor mancebo, es, como me parece, hijo <strong>de</strong><br />

buenos padres, no se <strong>de</strong>gra<strong>de</strong> permaneciendo más tiempo en una casa infame, y en sociedad más<br />

infame todavía. Den gracias todos estos señores a la generosidad mal empleada que vuestra merced<br />

manifiesta. Ellos y yo somos conocidos muy antiguos, y sé que su trato no es el que a vuestra merced<br />

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