REVISTA CRISTIANA - Fundación Federico Fliedner
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286 R e v is t a C r i s t i a n a .<br />
taban de su frente, y casi se liabia hundido<br />
ya en el rio con el niño acuestas.<br />
Sin embargo, hizo un esfuerzo supremo,<br />
y tambaleando, llegó al otro lado, depositó<br />
el niño suavemente en la orilla, y<br />
le dijo: «Señorito mió, os ruego no volváis<br />
nunca por este camino; pues esta<br />
vez á duras penas he librado con vida.»<br />
Pero el precioso niño bautizó en el<br />
acto á Ofero y le dijo: «Sabe que todos<br />
tus pecados te son perdonados; y aunque<br />
tus piernas vacilaban, 110 temas ni te<br />
maravilles, pues has llevado acuestas al<br />
Salvador del mundo. E11 señal de ello,<br />
planta en la tierra tu tronco de pino,<br />
por tanto tiempo muerto y deshojado;<br />
mañana echará verdes retoños. En lo<br />
sucesivo te llamarás, ya no Ofero, sino<br />
Cristóbal.» Entonces Ofero juntando las<br />
manos y orando, dijo: «Siento que se<br />
está acercando mi fin. Mis miembros<br />
tiemblan y mis fuerzas desfallecen, y<br />
Dios me ha perdonado mis pecados. «Con<br />
esto el niño desapareció en un torrente<br />
de luz. Cristóbal plantó su bastón en la<br />
tierra, y por la mañana echó verdes hojas<br />
y flores rojas como de almendro.<br />
Tres di as despues los ángeles llevaron<br />
á Cristóbal al Paraíso.<br />
Esta es la leyenda que me inspira mayor<br />
confianza que cualquier otra. ¡Cuán<br />
dulce 110 seria si cuando hubiese procurado<br />
con mi humilde concurso, auxiliar<br />
á uno ú otro peregrino en su via á la<br />
santa ciudad; cuando hubiese llevado<br />
la ultima carga y mis fuerzas desfalleciesen,<br />
se me apareciera el santo niño<br />
y me dijese: «Elsita, has cumplido la<br />
obra que te destinaba: tus pecados te<br />
son perdonados; y que entonces vinieran<br />
los ángeles, me tomasen en sus brazos,<br />
que me llevasen al otro lado del tenebroso<br />
rio, y que mi vida rejuveneciese<br />
y floreciese de nuevo en el Paraiso, como<br />
floreció el tronco muerto de S. Cristóbal.<br />
Pero vigilar durante todos los largos<br />
dias de nuestra vida del rio, llevar<br />
las cargas y no saber si estamos haciendo,<br />
despues de todo, lo que debemos,<br />
esto sí que es duro!<br />
¡Cuán dulce no sería, despues de haber<br />
atravesado el rio, que al cumplir un<br />
leve, un humilde, un cotidiano deber<br />
hubiera uno estado sirviendo y agra- •<br />
dando al Señor más poderoso, el Salvador<br />
del Mundo! Pero si uno pudiera saberlo<br />
mientras estaba atravesando con<br />
gran trabajo el rio, cuán delicioso no<br />
seria! ¡Cuán poco caso no haria uno de<br />
las heladas aguas, de los adoloridos<br />
hombros ó de los vacilantes y desfallecidos<br />
miembros.<br />
Eisenach, Enero ele 1505.<br />
<strong>Federico</strong> está otra vez en casa en medio<br />
de nosotros. Con su bigote y espada,<br />
presenta ya un aspecto tan varonil como<br />
nuestro padre. ¡Cuán alegre no se siente<br />
la casa con el eco de su firme paso y de<br />
su vibrante voz! A veces cuando lo miro<br />
mientras retoza con los niños y los toma<br />
entre sus brazos, ó juega á la pelota con<br />
Cristóbal y Pollux, ó se ejercita tirando<br />
el arco en los juegos cívicos, deseo de<br />
nuevo que hubiese vivido en los tiempos<br />
en que nuestros antepasados habitaban<br />
los castillos de Bohemia, y que <strong>Federico</strong><br />
hubiese sido caballero para dirigirse cabalgando<br />
á la cabeza de sus vasallos á<br />
combatir en defensa de alguna buena<br />
causa— contra los turcos por ejemplo—<br />
que, según dice, están amenazando al<br />
Imperio y á toda la cristiandad.<br />
Mi pequeño mundo doméstico es, por<br />
cierto, dilatado y suficiente para ocuparme;<br />
pero esta vida casera me parece<br />
estrecha y mezquina para él. Desearía<br />
que tratase con los hombres y no con<br />
los libros. Las mujeres pueden leer,<br />
aprender, y pensar si tienen tiempo<br />
(aunque por supuesto no tan bien como<br />
los hombres ); hasta he oido hablar de<br />
mujeres que escriben libros.<br />
Santa Bárbara y Santa Catalina entendían<br />
de astronomía y de filosofía, y<br />
podían hablar no sé cuántos idiomas,<br />
pero no podrían haber salido armadas<br />
de escudo y lanza como San Jorge de<br />
Capadocia, para librar á la princesa<br />
cautiva y matar al gran dragón africano.<br />
Quisiera que <strong>Federico</strong> hiciese lo<br />
que no pueden hacer las mujeres. Hay<br />
tanto vigor en su delgado y ágil cuerpo,