REVISTA CRISTIANA - Fundación Federico Fliedner
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274 R e v is t a C r i s t i a n a .<br />
un todo de los demás; no hay nadie que niegue esto en el fondo: el nombre de Jesús<br />
Nazareno. La luz moral fue desarrollada en el mundo antiguo por la reflexión<br />
de los sabios, consagrada á discernir la voz de la conciencia y á reconocer<br />
las leyes de la sociedad espiritual. Empero á medida que crecía la luz moral, se<br />
iban degradando las costumbres, y la civilización romana ofreció una mezcla horrible<br />
de corrupción y de crueldad. Existia una especie de divorcio profundo entre<br />
la conciencia y la vida de la humanidad; y cuanto más claramente veian los<br />
sabios la imagen del bien, tanto más impotentes se sentían para realizarla en<br />
el mundo. Entonces fue cuando se dejó oir la palabra del Galileo, y ella vino á<br />
ser el punto de partida de la restauración de una sociedad que estaba sumei'gida<br />
en los abismos de 1a. corrupción.<br />
Para un examen más extenso de este asnnto, os puedo remitir á una obra<br />
que no puede ser sospechada, ó á lo menos en el sentido en que yo puedo serlo<br />
por alguno de vosotros; es la obra de un autor francés, el señor Denis, que ha escrito<br />
una Historia de las ideas morales de la antigüedad (1). El señor Denis parece<br />
tener la intención positiva de negar la realidad de una manifestación sobrenatural<br />
en Jesucristo. El reúne una multitud de textos para probar que la luz moral<br />
ha crecido bajo la acción de las investigaciones de la filosofía antigua. El lo prueba;<br />
mas él tiene que hacer ver también que la corrupción de las costumbres creció<br />
á medida que los sabios percibieron de una manera más clara y distinta las<br />
verdaderas leyes de la naturaleza; y reconoce que el poder, la fuerza que ha comenzado<br />
á realizar la ley moral, no ha salido directamente de los trabajos de los<br />
filósofos, sino de la predicación cristiana. Es la palabra cristiana lo que ha dado<br />
el impulso al progreso que caracteriza y constituye la civilización moderna; aun<br />
los que no aceptan la divinidad del Evangelio, se ven obligados á proclamar ese<br />
hecho en el terreno de la historia; para aceptar esta afirmación, es preciso admitir<br />
que el mundo progresa. Permitidme hacer á este respecto una confesion personal.<br />
Yo sé que hablar de sí mismo lo ménos que uno pueda es una buena regla;<br />
mas vosotros sabéis también que cuando los hombres contribuyen con sus pensamientos<br />
á un fondo común, no hay quizá nada que tenga tanto valor como la relación<br />
que uno haga de su propia experiencia. Hé aquí, pues, lo que me ha sucedido<br />
con respecto á la idea del progreso.<br />
Cada uno de nosotros, sea por razón de las circunstancias que ocurrieron á su<br />
venida en el mundo, sea también, según creo, á causa de su temperamento, se ve<br />
impulsado á mirar con predilección el pasado ó el porvenir. Yo siempre he tenido<br />
una afición peculiar al pasado;'ora á causa de las circunstancias generales que<br />
acabo de indicar, ora quizá porque no siendo insensible á la poesía, hallo que esos<br />
caminos del tiempo, tan bien celebrados ya por nuestro Topffer; esos caminos que<br />
circulan entre altas cercas, que dan vueltas en los ángulos de los campos y serpentean<br />
con el curso de las corrientes, son más amenos que los mejores ferrocarriles<br />
y las líneas telegráficas más bellas; puede ser, en fin, porque en los espectáculos<br />
que el mundo político ha presentado en Europa despues de los dias de mi juventud,<br />
yo siempre he experimentado un sentimiento que no ha sido de estimación<br />
por los hombres que aclaman toda novedad (teniendo siempre cuidado de crearse<br />
en el nuevo orden un puesto tan bueno como les es posible); por esos hombres<br />
que siempre vuelven la espalda al sol que se pone y adoran al sol que se levanta,<br />
que aplauden despues del buen suceso aquello que habian vituperado cuando la<br />
victoria era incierta. Como resultado de todas estas causas, yo estaba dispuesto á<br />
menospreciar las novedades y á creer poco en el progreso. Ahora bien; en el año<br />
(1) Dos volúmenes en 8.° Librería de Augusto Durand, 1858.