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Estudios Revista Ecléctica. Número 159 - Christie Books

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tástrofe, ella es una maestrita de pueblo, a quien<br />

sus convecinos tachan de orgullosa, aislada y<br />

sexualmente frígida. Dos observaciones previas,<br />

que ayudarán a diseñar la psicología de nuestra<br />

inquietante protagonista: Ante todo, es muy<br />

probable que este aislamiento espiritual concomitante<br />

a una soledad material en que ella vive,<br />

no sea sino una reacción psíquica defensiva, ante<br />

la hostilidad silenciosa y latente que ella adivina<br />

en los habitantes del pueblo. Sintiéndose incomprendida<br />

y acaso temiendo una desilusión que le<br />

privase del consuelo de sus ensueños, ella se<br />

refugia en la literatura y en su escuela, y así se<br />

crea un amable mundo interior, en el cual está<br />

sentada en el solio ideal que no le ofreció la<br />

vida. El escritor, aun el más realista, es siempre<br />

un descontento de la vida, un inadaptado a la<br />

realidad, un soñador que se evade de las asperezas<br />

del vivir cotidiano por el escotillón azul<br />

de su literatura. Y esta mujercita, soñadora y<br />

concentrada en sus libros en el seno de un pueblo<br />

que no la comprende, se nos antoja un poco<br />

Madame Bovary, una romántica latente que desea<br />

vivir una novela que nunca llegará a escribirse.<br />

Con la diferencia de que si la heroína de<br />

Flaubert bordó un ensueño quimérico sobre el<br />

burdo telar de un vulgarísimo adulterio pueblerino,<br />

la maestra que analizamos busca su felicidad<br />

en su vida interior. Por lo cual, ya no la<br />

creemos fría e insensible como usted nos la pinta,<br />

sino que esa indiferencia suya exterior oculta<br />

un interno volcán de apetencias y líricos anhelos,<br />

que ella no deja aflorar a las acciones de su<br />

vida, por temor a verlos manchados al contactar<br />

con la realidad.<br />

En otra ocasión decía yo que, igual que Mesalina,<br />

la pasional insaciable, era en el fondo una<br />

mujer frígida y, por tanto, insatisfecha, también<br />

a la inversa, numerosas mujeres que atravesaban<br />

la vida bajo la etiqueta de frígidas no eran sino<br />

ardientes buscadoras de amor que, por timidez<br />

o temor al fracaso, se reprimían en sus anhelos,<br />

enmascarando así, bajo la helada apariencia de<br />

su frialdad, las incandescencias de su alma.<br />

Creo, por tanto, que esa mujer era una amorosa<br />

latente, tan celosa de sus ideales, que a los<br />

requerimientos de usted no contesta sino con una<br />

amistad que es insatisfactoria para el varón,<br />

mas que para ella tiene el valor de un repliegue<br />

táctico en sí misma, desde el cual le analiza a<br />

usted sin atreverse a corresponderle abiertamente,<br />

porque enmohecidos los resortes del alma no<br />

acierta a lanzar a toda rueda sus maquinarias<br />

eróticas.<br />

Segunda observación: No acepte al pie de la<br />

letra el calificativo de frígida, adjudicado a una<br />

mujer por un pueblo que la desconoce. Una de<br />

las características de la psicología del pueblo<br />

español es la tendencia a la simplificación y su<br />

afición a cristalizar en fórmulas demasiado concretas<br />

juicios abstractos. En un pueblecito, tales<br />

características se exageran al máximo. Y en el<br />

terreno erótico, las apreciaciones llegan a un<br />

extremismo desconcertante. La mujer sincera y<br />

amorosamente noble es para las comadres pueblerinas<br />

una desvergonzada y ardorosa amante<br />

de todos; la mujer recatada y solitaria, una frígida<br />

o una viciosa. Del mismo modo que en una<br />

fiebre de generalizaciones, decía el gran humorista<br />

español, que vemos un astado en el padre<br />

de muchos hijos, y un impotente, en el varón que<br />

no tuvo ninguno en su matrimonio.<br />

No acepto, por lo tanto, el calificativo de frí-<br />

© faximil edicions digitals 2006<br />

gida para esta mujer. Creo que nunca lo fuá,<br />

más que en la imaginación de las desocupadas<br />

del pueblo, siempre puestas a escribir con sus<br />

murmuraciones una novela erótica.<br />

Ella es así, y usted, enamorado y constante,<br />

la vio siempre igual, pura y sincera, aunque amorosamente<br />

lejana de usted al parecer.<br />

De pronto cambia el escenario. En el ambiente<br />

gris y uniforme de su paisaje pueblerino, la sexualidad<br />

de ella dormitaba. Pero viene la guerra,<br />

el pánico, la inquietud, el miedo; el fascismo<br />

asesino se cierne como negra y amenazadora<br />

nube en el azul diáfano de Castilla. Y un día la<br />

escuadrilla de aviones al servicio del fascio sangriento<br />

bombardea el pueblo. Loca de terror, se<br />

refugia ella bajo un puentecillo. A su lado, unos<br />

campesinos se acurrucan en espera de que transcurra<br />

la lluvia de la muerte. Horas de angustioso<br />

terror bajo la metralla. He aquí el instante<br />

crucial en la vida de esa mujer. El ambiente ha<br />

cambiado y determina al variar una curiosa<br />

transformación en un alma femenina. En mi<br />

«Mensaje eugénico a los trabajadores» recordaba<br />

yo que en toda catástrofe colectiva, cuando imperan<br />

la muerte, el dolor y el miedo, la sexualidad<br />

se desata, como acaeció en la peste de<br />

Bombay, el terremoto de Messina y el cólera de<br />

Ñapóles. Rotos los frenos de la autocrítica moral,<br />

un ansia d¡e placer devora' a los seres en trance<br />

de muerte. Al destruirse la vida, renacen las<br />

fuerzas compensadoras del sexo, y, como dijo<br />

el doctor Munthe, hombres y mujeres, ebrios de<br />

voluptuosidad, caen en brazos unos de otros, ignorando<br />

que era la Muerte la que les daba con<br />

una mano el narcótico letal y con la otra el afrodisíaco<br />

del sexo.<br />

En el alma de la maestrita, las horas pasadas<br />

con la muerte colgada sobre su cabeza, acurrucada<br />

en el puente, desatan fuerzas dormidas. Su<br />

sexualidad, que yacía comprimida por su idealismo,<br />

se estira como un muelle a presión, roto<br />

el resorte que le contenía. Tiene, además, ella<br />

la noción de que allí podría morir y entonces<br />

quedaba malograda su vida amorosa. Moría habiendo<br />

cumplido su fin social —encarnado en su<br />

obra literariopedagógica—, pero malogrado el fin<br />

biológico —excelsa unión sexual, maternidad<br />

acaso—. Una íntima rebeldía azuza al potro loco<br />

del instinto sexual. Y semiinconsciente casi, nace<br />

la hembra en ella, que cae en brazos de un hombre<br />

en celo, al estar sometido a un similar proceso<br />

psicosexual.<br />

Después... Vuelve a la reflexión. La asquea<br />

todo, el hombre que desconoce y que ahora le<br />

repugna, su conducta, todo lo acaecido. Pero en<br />

su alma florece una orquídea maravillosa: Ha<br />

despertado ya el sexo en su carne. Ya es una<br />

mujer. Y el amor que sentía hacia usted, antaño<br />

reprimido por viejos recelos espirituales 1 , se manifiesta<br />

vigorosamente.<br />

La llamada espiritual del amor ya no se ye<br />

ahogada por una sexualidad dormida. Ya es mujer<br />

y tiene la conciencia del sexo. Ya sabe lo que<br />

es amor. Y no teme a nada con tal de conquistarlo.<br />

El amor la redimirá de su pasado error.<br />

Acude a usted. Y usted, que ve los hechos desde<br />

fuera y no desde dentro, como ahora los hemos<br />

disecado, al no comprender esa conducta, la expulsa<br />

de su casa, con el alma dolorida. Porque<br />

no piensa que el temor a la muerte trajo el sexo,<br />

y el sexo al amor integral. Y, sin embargo, usted<br />

la ama y ella misma, que hoy llora lo que aun<br />

no ha comprendido, también desea la nueva vida.

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