Documento PDF - Bel Atreides
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lo apreté contra mi corazón. Oí la risa de Satyaki y lo sentí tocarme los pies. ¿Teníamos que<br />
haberlo retenido en Hastina? Los Dioses habían necesitado su espíritu implacable para<br />
culminar Su obra. Encendimos la pira de Satyaki, con mis manos sobre las del muchacho.<br />
Pasé todo el día encendiendo piras, consolando a viudas, hablando a las criaturas.<br />
Por fin, a la puesta del sol, todo había acabado. Cubierto por una fina capa de ceniza y<br />
oliendo fuertemente a humo y a sándalo, retorné a palacio.<br />
se elevó una voz en serena imploración,<br />
“Eso que no está en el sonido...”<br />
“ni en el contacto, ni en la forma, ni en la disminución...”<br />
se le unió el resto de los sacerdotes, infundiéndose fuerza unos a otros,<br />
“...ni en el sabor, ni en el olor; Eso que es eterno,<br />
que carece de principio o de fin, superior al Gran Ser, lo estable;<br />
habiendo visto Eso, de las fauces de la muerte<br />
hay liberación.”<br />
Suspiros y gemidos y ahogados sollozos seguían al himno. Los sacerdotes apenas<br />
tomaron aliento.<br />
“Om es el arco<br />
Y el alma es la flecha<br />
Y a Eso, el mismo Brahman,<br />
Se le llama el blanco.”<br />
Los himnos prosiguieron, descargas de flechas apuntadas a la compasión del<br />
Altísimo. Súplica, fe contra toda evidencia, la fuerza de los hombres enfrentada a la<br />
oscuridad, la Luz invocada contra la desesperación... tales eran nuestros himnos para<br />
elevarnos sobre la desolación. Los sacerdotes lo sabían. Sus voces se hacían más y más<br />
poderosas, como hinchadas por una invisible multitud. Poco a poco la tenebrura escampó.<br />
Por esto honramos a los brahmines. Entonces lo comprendí.<br />
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