Documento PDF - Bel Atreides
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Dhrishtadyumna y el otro hermano de Draupadi y los cinco hijos de nuestra reina habían<br />
sido abrasados vivos por Ashwatthama y mi rabia se había consumido con ello, si no antes.<br />
Que tales fuegos estuviesen vivos todavía en Bhima y Satyaki tantas lunas después de la<br />
guerra, con tanta leña alrededor, sólo podía pronosticar el mal. Oí la risa callada de<br />
Ashwatthama antes de arrojar su maldición. Krishna había salvado a Parikshita, pero ¿se<br />
había agotado el astra? La guerra no había acabado... y no terminaría mientras ardiesen iras<br />
letales en estos corazones.<br />
Conociendo el efecto de la contradicción en Bhima, volví a sentarme y permanecí<br />
callado tal como había aprendido a hacer en mi campaña de paz. Aguardamos unos<br />
instantes. Satyaki se sentó entonces, airado y ceñudo. Yudhisthira se sentó, doblada la<br />
cabeza. Eran como mimos que dan a su audiencia tiempo para entender. Luego, Satyaki se<br />
levantó y se marchó sin el permiso ritual del Primogénito. Ni siquiera en el bosque, cuando<br />
no éramos más que nosotros cinco, habíamos descuidado la pleitesía debida a nuestro rey.<br />
El lapsus de Satyaki devolvió a Bhima sus sentidos. Como un lobo o tigre domesticado, se<br />
arrodilló ante Yudhisthira y puso la cabeza en su regazo. La mano de nuestro hermano<br />
mayor se la acarició, pero sus ojos estaban colmados de pensamiento y miraban la puerta<br />
por la que Satyaki había desaparecido. Bhima lo percibió y siguió a su primo diciendo: “No<br />
es nada, hermano. Me disculparé ante él.”<br />
En última instancia, en lo que a las arcas se refería, había poca diferencia en que tío<br />
Dhritarashtra ofreciese oro por Jayadratha o no. Nuestra riqueza se había agotado en la<br />
guerra. No habría habido oro bastante para celebrar el Ashwamedha, ni siquiera de un modo<br />
humilde, aunque el tío no hubiese ofrecido ningún sacrificio y hubiera vivido de arroz<br />
tostado y agua. Era esto lo que atormentaba a Bhima: que Yudhisthira, que había celebrado<br />
el Rajasuya en plenitud de esplendor y dignidad, se viese reducido a preocupaciones<br />
materiales para restablecer el Dharma y purificarnos de la sangre derramada. Para el<br />
Rajasuya, Bhima había traído riquezas del este, cestos de rubíes y zafiros. Había vertido las<br />
piedras a los pies del Primogénito entonces, pero ahora se sentía tan desvalido como una<br />
madre incapaz de proporcionar alimento. En cuanto a mí mismo, una parte de mí quería<br />
ayudar a conseguir oro para Yudhisthira, mientras que otra sabía que nada llevaría más<br />
rápido a Kalidasa al poste del sacrificio.<br />
Nuestro ingenio debía de estar embotado por la guerra, pues hizo falta otro incidente<br />
para mostrarnos lo obvio. Mientras tanto, la vida me resultaba no sólo soportable, sino<br />
incluso dichosa, gracias a mi nieto, el hijo de Abhimanyu. Mis mañanas transcurrían en la<br />
cámara del consejo, donde se discutían los impuestos y la irrigación y los muertos de tío<br />
Dhritarashtra, mientras Bhima se dormía y roncaba gentilmente o se levantaba de pronto,<br />
rendía pleitesía y partía porque el aburrimiento le agudizaba el hambre. Satyaki resistía a<br />
nuestro lado bien provisto de vino. Si no hubiera sido por el porte de Yudhisthira y la<br />
dignidad de nuestro tío Vidura y de Sanjaya, la sala del consejo habría resultado<br />
insoportable. Cuando el Primogénito se ponía en pie y nos daba la venia para partir, nunca<br />
nos parecía demasiado pronto. Mi corazón se aligeraba entonces en proporción inversa a la<br />
distancia que me separaba del palacio de Subhadra. Me detenía en el umbral fingiendo<br />
desmayo y murmujeaba las frases rituales del que busca refugio. Ella nunca dejaba<br />
entonces de responderme con aquella risa suya que era como la del agua al besar las rocas o<br />
el canto de un ave y que me revivía como ninguna poción lo habría hecho. Si Uttara y el<br />
crío estaban en alguna otra parte, íbamos a buscarlos o hacíamos que la nodriza nos trajese<br />
a la criatura. El pequeño era como Krishna, y era como Abhimanyu cuando lo dejamos en<br />
Indraprastha para acudir a la partida de dados. Tenía los ojos alegres pero, a veces, sus<br />
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