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Documento PDF - Bel Atreides

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CAPÍTULO VI<br />

Yo había añorado Indraprastha y su sabha, y había abrigado el convencimiento de<br />

que ninguna otra sabha me robaría el corazón como aquélla. Pero apenas empezaron a<br />

alzarse los muros de la nueva, descubrí que me costaba estar lejos del monumento. Ésta era<br />

una Dharma-sabha, llena de la gravedad del Primogénito. En ningún lugar había sentido yo<br />

tal poder bajo mis pies. Una sabha puede ser hermosa y noble, puede tener majestad y<br />

poder y carecer, sin embargo, de esencia sagrada. Pero aquí, el lugar escogido estaba<br />

situado al mismo tiempo en Hastina y en otros planos. Era un lugar desde el que irradiaría<br />

la llama sagrada y aquellos que vinieran a él, incluso en eras futuras cuando el edificio no<br />

existiera ya, conocerían el espíritu que había descendido aquí.<br />

Día tras día crecieron los pilares. Parikshita crecía también. El niño tenía los<br />

grandes ojos dulces de Uttara, mi pelo rizado y los brazos fuertes de todos nosotros. La<br />

nuestra era una Casa kshatriya en la que, al mirar a nuestro chiquillo, no le decíamos que<br />

creciese para matar a sus enemigos y vengar a su padre. Fue Subhadra la primera que,<br />

observándolo, anunció: “Crecerá para no tener enemigos.”<br />

Al oírlo, Uttara empezó a llorar y se arrojó en brazos de Subhadra. Las palabras de<br />

esta última la habían liberado de los miedos que la inundaban. Después de aquello, cuando<br />

lo mirábamos dormir o retozar en sus juegos, siempre decíamos: “Crecerá para no tener<br />

enemigos.” Sin embargo, tan pronto como pudo agarrar el arco, yo le sostuve el codo y tiré<br />

de su mano hacia la oreja en un gesto que el kshatriya reconoce de vidas pasadas. Él era un<br />

kshatriya y también lo era yo. ¿Qué otra cosa tenía yo que enseñarle? Él era un príncipe y,<br />

si no había otra opción, tendría que defender el reino. Poseía los brazos largos de un<br />

arquero -cosa que habíamos visto desde el principio-, hombros aptos para soportar el peso y<br />

las largas piernas de los Vrishnis, que siempre me ganaban las carreras. No podía seguir<br />

sintiendo que había perdido a Abhimanyu. Yo era padre otra vez.<br />

Habíamos retrasado mucho su ceremonia de tonsura auspiciosa, con la idea de que<br />

una celebración de tan pura felicidad debía aguardar el fin de los ecos del Kurukshetra.<br />

Pero Uttara y Subhadra consideraron que era de mal augurio retrasarla más. Fuera como<br />

fuera, los sentimientos de continuidad y los de un nuevo comienzo engendrados en la<br />

ceremonia estaban llenos de buenos presagios. Incluso más que Abhimanyu y Ghatotkacha,<br />

Parikshita era la esperanza de todo el mundo y el hijo de cada cual. Ahora que las arcas<br />

estaban repletas, toda Hastina fue invitada a unirse a la celebración. Guirnaldas y linternas<br />

colgaban de los árboles que orillaban las calles y las tabernas recibieron orden de servir dos<br />

jarras de vino al que la pidiera. Se distribuyó oro a los habitantes de la ciudad y todos<br />

nuestros servidores recibieron ropas de seda nuevas y joyas.<br />

Salió una procesión. Sonaron las caracolas y los tambores mientras elefantes<br />

pintados viboreaban por las calles de la ciudad detrás de bailarinas y cuadrillas de mimos.<br />

El sacerdote que afeitó la cabeza a Parikshita resplandecía de aprobación y Parikshita se<br />

volvió para ver caer cada bucle en la pátera de oro. Se rascó la cabeza, abriendo mucho los<br />

ojos de asombro. Su cráneo bien formado mostró al hombre que habría de ser. La nariz, las<br />

mejillas, la boca y la ancha frente brillaron por sí mismas. Lo que los rizos habían ocultado<br />

se veía ahora debidamente. La frente era la de Yudhisthira; la nariz, un punto larga, como la<br />

del Primogénito. Subhadra se dio cuenta y nuestros ojos se encontraron y sonrieron.<br />

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