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Documento PDF - Bel Atreides

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Era un mundo de Dioses el que dejábamos atrás. Había sabios en las cuevas de los<br />

montes que no habían salido a saludarnos, pero cuyas bendiciones -estábamos seguros-<br />

sostenían el mundo y lo ayudarían a superar la Kaliyuga. A ellos les envié mi plegaria.<br />

Mi oído de arquero oyó el primer guijarro. Después, toda la compañía percibió el<br />

golpeteo cuando las piedras cayeron alrededor de nosotros. Trescientos gajarohas<br />

suplicaron a sus asustados elefantes que no hicieran caso, pero éstos tenían más sentido<br />

común. Las piedras dejaron de caer. Una señal del patriarca detuvo nuestro avance. Los<br />

elefantes barritaban, pegadas las orejas a sus costados. Alzaron las trompas y berrearon y,<br />

cuando Vyasa nos ordenó marchar otra vez, no quisieron moverse. Un tamborileo... una<br />

lluvia de piedras delante del patriarca, al que podíamos ver más abajo que nosotros, y luego<br />

el primer gran peñasco. Después, con un fragor como el de un centenar de truenos, otras<br />

rocas, incontables, se desprendieron de la cornisa de la montaña y cayeron justo por encima<br />

de nosotros al valle.<br />

Un pedrusco no puedes abatirlo con un dardo y yo no conocía ningún astra para un<br />

desprendimiento de tierras. Entonces, en medio del farfullar y griterío y el meneo letal de la<br />

montaña, se elevaron los breves compases de un cántico de paz. El abuelo Vyasa estaba de<br />

pie en su asiento del varandaka, con los brazos alzados. Tenía el rostro vuelto hacia la<br />

montaña, de forma que yo veía el perfil halconado de su nariz. Sus facciones conservaban<br />

tan perfecta compostura que podría haber sido parte de aquel mundo rocoso, erecto de<br />

aquel modo desde el principio de la creación, ignorante de la arena o de las piedras o<br />

peñascos o montañas que cayesen sobre él. El repicar cesó y se retiró como para escuchar:<br />

un último traqueteo de piedras -una me golpeó el tobillo- y después todo cesó. Un silencio<br />

total... y nuestros hombres y animales lo observaron. Podía oírse su respiración. El patriarca<br />

no se movió. Luego, sus párpados arrugados y entrecerrados pestañearon y se cerraron.<br />

Yudhisthira tenía razón. Uno no debe portar incredulidad. No puede hacerlo. Así<br />

como en el Indraloka yo había constatado que toda nuestra gracia y encanto heredados<br />

provenían de Urvasi, comprendía ahora que toda nuestra fuerza y sabiduría nos llegaba a<br />

través de este sabio que había engendrado a nuestro padre.<br />

El patriarca había terminado su cántico, pero tenía aún los brazos alzados contra los<br />

cielos y el moño de su cabeza los desafiaba. Se giró en redondo. Había un reto en sus ojos<br />

para mí también.<br />

“Él sigue la senda de todos los espíritus,<br />

De las ninfas y del ciervo en el bosque.<br />

Comprendiendo sus pensamientos, borbollando con sus éxtasis,<br />

Su amigo tentador es él,<br />

El asceta del largo cabello.”<br />

En el campamento base descargamos los elefantes y subimos a las montañas en<br />

busca de más. Esta vez, el espíritu de los montes no se opuso a nuestro paso.<br />

Om Tat Sat<br />

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