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Redalyc.Música y ciudad: definiciones, procesos y prospectivas

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Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal<br />

Francisco Cruces<br />

<strong>Música</strong> y <strong>ciudad</strong>: <strong>definiciones</strong>, <strong>procesos</strong> y <strong>prospectivas</strong><br />

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=82200803<br />

Sistema de Información Científica<br />

Trans. Revista Transcultural de <strong>Música</strong>, núm. 8, diciembre, 2004, p. 0,<br />

Sociedad de Etnomusicología<br />

España<br />

Trans. Revista Transcultural de <strong>Música</strong>,<br />

ISSN (Versión electrónica): 1697-0101<br />

edicion@sibetrans.com<br />

Sociedad de Etnomusicología<br />

España<br />

¿Cómo citar? Fascículo completo Más información del artículo Página de la revista<br />

www.redalyc.org<br />

Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto


<strong>Música</strong> y <strong>ciudad</strong>: <strong>definiciones</strong>, <strong>procesos</strong> y <strong>prospectivas</strong><br />

Revista Transcultural de <strong>Música</strong><br />

Transcultural Music Review<br />

#8 (2004) ISSN:1697-0101<br />

<strong>Música</strong> y <strong>ciudad</strong>: <strong>definiciones</strong>, <strong>procesos</strong> y<br />

<strong>prospectivas</strong><br />

Francisco Cruces<br />

UNED, Madrid<br />

Resumen<br />

Este artículo reflexiona sobre las músicas urbanas como objeto de estudio en la<br />

etnomusicología española. Sin pretender una revisión exhaustiva del estado del<br />

arte en un campo poco explorado de forma sistemática hasta la fecha por los<br />

etnomusicólogos de nuestro país, tratará de aportar algunos insights al estudio de<br />

este tema desde la perspectiva de la antropología urbana. Me centraré en tres<br />

puntos principales: (a) Cómo ha sido construída la categoría de "música urbana" y<br />

su carácter inicialmente residual dentro de la tradición etnomusicológica; (b) Un<br />

breve repaso a la investigación sobre músicas en/de <strong>ciudad</strong>es en España,<br />

destacando algunos <strong>procesos</strong> sociales; (c) Una agenda de problemas para el<br />

campo de la etnomusicología urbana.<br />

Abstract<br />

This paper reflects on "urban music" as an object of study in Spanish<br />

ethnomusicology. It does not pretend an overall review of the state of the art (in a<br />

field not systematically explored by Spanish ethnomusicologists), but rather it will<br />

summarize a number of findings on the topic from an anthropological point of view. I<br />

will focus on three main topics: (a) The making of the "urban music" label within the<br />

ethnomusicological tradition as a reminder of other musicological concepts; (b) A<br />

review of research on musics in/of Spanish cities, with some significant social<br />

processes involved; (c) A working agenda for research in the field of urban<br />

ethnomusicology.<br />

"<strong>Música</strong> urbana": un concepto paradójicamente residual<br />

¿A qué nos referimos cuando hablamos de "música urbana"? ¿Por qué ha


<strong>Música</strong> y <strong>ciudad</strong>: <strong>definiciones</strong>, <strong>procesos</strong> y <strong>prospectivas</strong><br />

tardado tanto este concepto en ser reconocido como un objeto legítimo de la<br />

investigación etnomusicológica? ¿Qué implicaciones acarrea para la<br />

comprensión del campo?<br />

Voy a elaborar estas preguntas partiendo de la paradoja siguiente: en su<br />

calidad de ciencia inicialmente desplazada a los márgenes geográficos,<br />

sociales y simbólicos de un sistema de jerarquías culturales, especializada en<br />

todo aquello que la música culta de Occidente había situado en su periferia,<br />

la etnomusicología sólo ha alcanzado a tematizar tardía y residualmente la<br />

música que se produce, circula yconsume en las <strong>ciudad</strong>es. Obviamente, esta<br />

afirmación precisa cualificarse, en el sentido de que mucha de la música<br />

estudiada por los etnomusicólogos probablemente se producía o se recogía<br />

en centros urbanos de cierta entidad; lo llamativo del caso es que el entorno<br />

reconstruido de la música siempre haya respondido a una imagen ideal de<br />

"pueblo", es decir, de pequeña comunidad de origen.<br />

Más específicamente, sólo se ha producido el surgimiento de una<br />

"etnomusicología urbana" -es decir, de una investigación mediante trabajo de<br />

campo de las relaciones sistemáticas entre el contexto urbano y la vida<br />

musical- a raíz de las transformaciones que estaban sufriendo, por efecto de<br />

la modernización y la descolonización, nuestros objetos tradicionales. Por esa<br />

razón, la entrada en foco de las músicas llamadas "urbanas", "populares" y<br />

"masivas" tiene el efecto de una reescritura de la etnomusicología como<br />

ciencia, en el sentido de imponer una suerte de reconversión de nuestro<br />

capital científico.<br />

Consideremos, por ejemplo, la voz "Etnomusicología" del diccionario New<br />

Grove. Barbara Krader definía así, a finales de los setenta, los alcances<br />

temáticos de la disciplina:<br />

"La etnomusicología se ocupa primariamente de las músicas vivas de tradición<br />

oral (y de los instrumentos musicales y la danza), fuera de los límites de la<br />

música artística urbana europea. Los principales temas de investigación son las<br />

músicas de los pueblos sin escritura (o músicas tribales), las músicas<br />

transmitidas oralmente de las altas culturas de Asia (entre las cortes, altos<br />

sacerdotes y otros estratos superiores de la sociedad), como en China, Japón,<br />

Corea, Indonesia, India, Irán y los pueblos árabe-hablantes; y la música folk,<br />

que Nettl (1964: 7) definió tentativamente como música de tradición oral<br />

encontrada en aquellas áreas dominadas por altas culturas (...) Las tres<br />

categorías representan las áreas principales de interés de los etnomusicólogos,<br />

pero no son las únicas. Por ejemplo, el cambio o la aculturación son un campo<br />

de interés, a través del cual se puede emprender un estudio de música popular<br />

o comercial. En ella la tradición urbana puede ser central, en cualquier parte del<br />

mundo". (Krader 1980: 275. La traducción es mía).


<strong>Música</strong> y <strong>ciudad</strong>: <strong>definiciones</strong>, <strong>procesos</strong> y <strong>prospectivas</strong><br />

Probablemente esta definición haya quedado anticuada. Pero lo que interesa<br />

destacar de ella son ciertos rasgos que caracterizan bien los avatares del<br />

concepto de "música urbana" en relación con el modus operandi<br />

etnomusicológico. Primero, fija la actividad de la etnomusicología al estudio<br />

de tipos específicos de música -un rasgo heredado de la musicología<br />

comparada. Segundo, lo hace por yuxtaposición, de tal modo que el objeto<br />

resultante constituye una summa aditiva de tipos musicales. Tercero, al<br />

contrario de <strong>definiciones</strong> anteriores, como la de J. Kunst, que había excluído<br />

expresamente el estudio en este campo tanto del arte occidental como de la<br />

música popular ("de entretenimiento"), la definición de Krader sí abarca<br />

"algunas tradiciones urbanas".<br />

Es significativo el escaso interés que desde hace dos décadas suscita este<br />

tipo de acotaciones exhaustivas. Es como si constituyera la culminación de<br />

una manera de razonar a la que ya difícilmente podemos adherirnos, aunque<br />

sólo sea por el hecho de que la misma inclusión de la música urbana en la<br />

lista de tipos musicales -un tanto a regañadientes y por la puerta de atrás- la<br />

volvió imposible.<br />

Lo que quiero decir es que resulta paradójico colocar como una suerte de<br />

agregado marginal, al final de la definición, a aquellas músicas procedentes<br />

de los centros de poder. Como si, por una especie de zoom invertido, la<br />

etnomusicología sólo se hubiera aprestado a visibilizar el centro desde los<br />

márgenes -a partir de las periferias de un sistema de legitimidad musical.<br />

Acaso lo ha hecho tan sólo cuando los márgenes quedaron suficientemente<br />

al descubierto como manifestaciones donde también el centro (colonial,<br />

nacional, y urbano) estaba irremediablemente presente de forma explícita y<br />

audible. Del mismo modo que los <strong>procesos</strong> de descolonización urbanizaron y<br />

modernizaron (vertiginosa y desigualmente) los países del llamado Tercer<br />

Mundo, sus músicas "entraron en representación" (usando la expresión de<br />

Stuart Hall), irrumpiendo en la escena musical cotidiana de las <strong>ciudad</strong>es<br />

metropolitanas (cf. Hall 1995). Y así también hubo de hacerlo el discurso que<br />

se ocupaba de ellas.<br />

Hay una segunda paradoja. El añadido de "música urbana", yuxtapuesto a<br />

otras "músicas" (la folklórica, la tribal, etc.), parecería estar destinado a<br />

precisar el objeto de la etnomusicología. En realidad, su efecto es el<br />

contrario: lo diluye. Así, en las <strong>definiciones</strong> de Kunst o Krader, "música<br />

urbana" significa, entre otras cosas, la "música culta" de las <strong>ciudad</strong>es; pero<br />

también es "música comercial", así como "tradición urbana", es decir, tres<br />

cosas manifiestamente dispares.<br />

Esa ambigüedad no es casual. Es que la inclusión del concepto de música


<strong>Música</strong> y <strong>ciudad</strong>: <strong>definiciones</strong>, <strong>procesos</strong> y <strong>prospectivas</strong><br />

urbana hace colapsar la lógica tradicional del campo que definía la disciplina<br />

en función de un producto musical determinado. Pues es justamente la<br />

indefinición de los contenidos musicales de lo urbano -la heterogeneidad y<br />

diversidad sociocultural; la convivencia de tradiciones dispares; la hibridación<br />

y el préstamo- frente a las imagenes igualmente construídas, pero más<br />

homogéneamente perfiladas, de lo "primitivo", lo "tribal", lo "oral", lo "ágrafo",<br />

lo "folklórico", lo que quiebra esa forma de operar. A propósito de los<br />

festivales callejeros de Nueva York, por ejemplo, escribía a comienzos de los<br />

ochenta Reyes Schramm, en uno de los primeros llamados en favor de una<br />

etnomusicología urbana:<br />

"La diversidad permea todos los componentes de este tipo de eventos -los<br />

participantes, los repertorios musicales, los comportamientos, y las<br />

situaciones en las que se dan tales actos. Las coocurrencias e interacciones<br />

entre dichos componentes son muy complejas: los actos de música étnica no<br />

están limitados a los miembros del correspondiente grupo étnico; los<br />

ejecutantes de música artística pueden interpretar también otros tipos de<br />

música; los miembros de la audiencia que en determinado contexto bailan,<br />

cantan o siguen con palmas los espectáculos de música popular latina<br />

pueden, en otro, escucharla tranquilamente. La participación de toda clase de<br />

tecnologías mediáticas, de grandes masas de gente, y de una amplia gama<br />

de agencias seculares y religiosas -todo esto lleva la marca de la vida<br />

urbana" (Schramm 1982: 9. La traducción es mía).<br />

En otras palabras: desde que estudiamos "músicas urbanas" ya no sabemos<br />

muy bien lo que estudiamos. O, al menos, no con las certezas con que<br />

antaño se pudieron establecer distinciones tipológicas en función de<br />

características atribuidas al material musical per se. Estudiamos, desde<br />

luego, tradiciones musicales específicas de determinadas <strong>ciudad</strong>es (el chotis<br />

madrileño, el fado lisboeta, la murga gaditana, etc). Pero sería ésta una visión<br />

demasiado restringida de lo que significa "música urbana" -una visión que<br />

replica mecánicamente en las <strong>ciudad</strong>es los conocidos vicios de un concepto<br />

demasiado insular y homogeneizador de la cultura en la pequeña comunidad.<br />

En realidad, en el contexto de la <strong>ciudad</strong> nos encontramos sobre todo<br />

estudiando tradiciones nacionales o regionales (la cobla catalana, la danza<br />

del aurresku, la gaita gallega, las bandas valencianas, las charradas<br />

salmantinas) con respecto a las que ésta opera como centro concentrador. Y<br />

es que muchas <strong>ciudad</strong>es carecen de tradiciones musicales distintivas,<br />

absorbiendo las de su territorio de influencia, sin que por ello pueda decirse<br />

que carecen de una vida musical propia, un cuadro de conjunto donde se<br />

relacionan de un modo específico la circulación y producción de musica y la<br />

vida en común de los habitantes. Lo específicamente urbano no parecería


<strong>Música</strong> y <strong>ciudad</strong>: <strong>definiciones</strong>, <strong>procesos</strong> y <strong>prospectivas</strong><br />

entonces ser la generación de sentidos locales sino, precisamente, la ligazón<br />

transterritorial de dichos sentidos con un ámbito cultural mayor (regional,<br />

nacional o internacional) del que la <strong>ciudad</strong> funciona como centro y donde se<br />

amalgaman y conviven una pluralidad de manifestaciones de corte<br />

cosmopolita.<br />

Por eso, una tercera acepción de "música urbana" incluye la difusión<br />

generalizada y translocal de esas mismas imágenes en un circuito amplio -<br />

como las noches flamencas de Barcelona, los reels de los círculos celtas en<br />

Madrid, el bakalao en Valencia o las ferias de abril que las casas regionales<br />

andaluzas organizan en tantas <strong>ciudad</strong>es fuera de Andalucía, por poner<br />

algunos ejemplos. En esta medida, lo "urbano" funciona como escaparate de<br />

lo que ocurre fuera de la <strong>ciudad</strong> misma, dentro de horizontes regionales,<br />

nacionales o supranacionales. O como una red que integra culturalmente un<br />

sistema de <strong>ciudad</strong>es, más allá de cualquier entorno netamente definido. Esa<br />

red es hoy día extremadamente difusa y la categoría de "música urbana" un<br />

auténtico cajón de sastre donde, para el caso madrileño por ejemplo,<br />

conviven el soukouss africano, el neocasticismo zarzuelero municipal, los<br />

Cuarenta Principales, las tribus de punkis, las majas y majos de Lavapiés, los<br />

moteros y neohippies de Malasaña, las danzas goyescas, la ruta del bakalao,<br />

la cultura rosa en la plaza de Chueca, los gitanos de cabra y organito.<br />

¿Debemos estar contentos con semejante confusión? Un cierto grado de<br />

resignación ante la ambiguedad generada por la amalgama y el pastiche -<br />

ante las identidades migrantes y los géneros desanclados- con la<br />

consiguiente inconsistencia de nuestras categorías para pensar la realidad,<br />

tal vez forme parte del signo de los tiempos, en los que se proclama,<br />

remedando a Marx, que todo lo sólido se desvanece en el aire. Es saludable<br />

entender que la aparente confusión no es producto de nuestra indolencia<br />

intelectual, sino la materia de que están hechas las cosas.<br />

Sin embargo, el principal objetivo de una etnomusicología urbana consiste,<br />

precisamente, en encontrar principios de ordenación en esa diversidad<br />

interna de la vida musical de las <strong>ciudad</strong>es contemporáneas. Reyes Schramm<br />

expuso felizmente el problema en los siguientes términos:<br />

"Postular un orden sobre la base del supuesto de que la diversidad es<br />

meramente la suma total de ciertas musicas o grupos sociales contradice el<br />

hecho de que, en el área urbana, tales unidades discretas no sólo coexisten<br />

unas junto a otras, sino que interactúan entre sí. De manera inversa, asumir<br />

que existe un sistema musical englobante sería difícil de mantener, si no<br />

imposible: sobre la base de un único conjunto de estándares, las<br />

irregularidades superarían en número a las regularidades". (1982: 9. La<br />

traducción es mía).


<strong>Música</strong> y <strong>ciudad</strong>: <strong>definiciones</strong>, <strong>procesos</strong> y <strong>prospectivas</strong><br />

Es decir, el problema es el de dar orden a lo heterogéneo, encontrar la<br />

organización posible de una totalidad por definición plural. Si hablamos de<br />

músicas urbanas es porque presumimos en esa diversidad un entretejido,<br />

una trama, la cual se manifestaría en ciertos patrones del contexto de los que<br />

convencionalmente llamamos "extramusicales" -la presencia de industrias<br />

culturales, el peso del mercado fonográfico y las tecnologías de reproducción<br />

sonora, ciertos modos de recepción, ciertos usos del espacio. Pero dicha<br />

trama urbana se manifiesta sobre todo en la música misma, en forma de una<br />

permanente interlocución dialógica. Dos ejemplos: en el último concierto de<br />

flamenco al que asistí en Madrid, un homenaje por la retirada de Fosforito de<br />

los escenarios, La Cañera de Málaga y su acompañante insertaron entre sus<br />

bulerías sendas versiones de "Angelitos negros" y "El corazón partío". En otro<br />

concierto en la Plaza Mayor de Salamanca la Vieja Trova Santiaguera halagó<br />

a los presentes con una versión bolerística de "La vida sigue igual". Esos<br />

remakes flamencos y soneros de Antonio Machín, Alejandro Sanz o Julio<br />

Iglesias no pasarían de ser anecdóticos si no se produjeran en el lenguaje de<br />

tradiciones locales que se venden y ejercen como tales. La trama urbana<br />

forma ya parte indisociable del ejercicio de la tradición.<br />

Hablar de trama urbana parece entonces conllevar el supuesto de que, al<br />

menos parcialmente, los principios de ordenación de estas manifestaciones<br />

se encuentran en el contexto mismo -es decir, su sistematicidad habría de<br />

buscarse en eso que llamamos "lo urbano" como unidad espacial y<br />

sociocultural de análisis. Así, por ejemplo, en la definición de Salwa El<br />

Shawan Castelo-Branco:<br />

"La etnomusicología urbana tiene como objetivo la comprensión de los<br />

fenómenos musicales urbanos en relación con sus contextos. Esta nueva<br />

subdisciplina de la etnomusicología se distingue por su problemática de<br />

investigación, que surge de las propias características de las <strong>ciudad</strong>es, como la<br />

densidad poblacional, la diversidad cultural y la intensa actividad comercial” (El<br />

Shawan 1986: 45. La traducción es mía).<br />

¿En qué medida "lo urbano" designa realmente un contexto sociocultural<br />

específico, diferenciado como tal de "lo masivo", "lo moderno", o "lo<br />

informacional"? ¿Representa una unidad de análisis pertinente y viable para<br />

el trabajo etnomusicológico? Éstas son algunas cuestiones urgentes que abre<br />

este planteamiento; por razones de extensión, no voy a abordarlas aquí (para<br />

esta discusión a propósito de la cultura urbana, cf. Cruces 1995, 1997;<br />

Marcus 1995; Hannerz 1998; García Canclini 1995). Pero sí querría adelantar<br />

un par de ideas sobre la <strong>ciudad</strong> como unidad de observación y análisis de la<br />

música, y sobre su importancia en la comprensión de los <strong>procesos</strong>


<strong>Música</strong> y <strong>ciudad</strong>: <strong>definiciones</strong>, <strong>procesos</strong> y <strong>prospectivas</strong><br />

transculturales.<br />

En primer lugar, el contexto urbano ha de ser comprendido como un haz<br />

complejo de <strong>procesos</strong> socioculturales en varios niveles, no sólo como una<br />

realidad espacial, geográfica, determinada por la concentración de los<br />

asentamientos residenciales. En ese sentido débil, lo "urbano" (como opuesto<br />

a "rural") se ha ido desdibujando crecientemente al hilo de nuevas formas<br />

globalizadas de producción de bienes y de circulación de personas y<br />

expresiones culturales. Por un lado, aparecen pautas de residencia<br />

crecientemente descentradas respecto a las aglomeraciones tradicionales de<br />

la <strong>ciudad</strong> industrial, por ejemplo la "<strong>ciudad</strong> dispersa" (Borja y Castells 1997:<br />

56). Por otro, las formas de vida en el campo se modernizan y mecanizan<br />

hasta el punto de constituir poblaciones catalogadas como rururbanas. En<br />

tercer lugar, la relación entre campo y <strong>ciudad</strong> tiende a convertirse en un flujo<br />

de idas y venidas, con implicaciones de doble dirección, que no permiten<br />

segregar analíticamente ambos contextos (Pelinski et al. 1997). Finalmente,<br />

el crecimiento desordenado de las megápolis del mundo, cada vez más<br />

numerosas, ha desurbanizado aspectos de la vida cotidiana de las barriadas<br />

de estas <strong>ciudad</strong>es, donde pautas de residencia y relaciones sociales,<br />

literalmente trasladadas del campo a la <strong>ciudad</strong>, pueden convivir con las más<br />

modernas y cosmopolitas (García Canclini 1998).<br />

Eso no significa que el contexto urbano deje de definirse espacialmente. Yo<br />

creo que el locus de la investigación sigue, en antropología, irremisiblemente<br />

atado a una idea -por relativa que se quiera- de localidad, de lugar. [1] Pero sí<br />

implica una comprensión compleja del contexto urbano, definido<br />

simultáneamente como hecho espacial (extensión y concentración),<br />

demográfico (elevada cifra de población), sociológico (heterogeneidad social<br />

y cultural), comunicacional (densidad de intercambios), económico<br />

(producción industrial, circulación de mercancías, concentración de<br />

actividades y servicios), político (presencia institucional del Estado y las<br />

organizaciones formales).<br />

En otros términos, lo urbano es, en la expresión de Louis Wirth, una "forma<br />

de vida" (1998: 29). Esa forma de vida puede caracterizarse por la ligazón a<br />

un sentido cívico de convivencia, a un "proyecto civilizatorio"; una<br />

determinada configuración ideológica -el individualismo moderno- con su<br />

horizonte de valores ilustrados, higienismo y orden racional; un tipo de sujeto<br />

marcado por disposiciones espaciotemporales como las que Simmel<br />

denominara actitud blassé, cosmopolita y desencantada; la abstracción<br />

mercantil de los <strong>procesos</strong> de circulación y consumo cultural, con su<br />

desanclaje con respecto a los contextos originarios de producción; una<br />

particular sensibilidad o sensorio.


<strong>Música</strong> y <strong>ciudad</strong>: <strong>definiciones</strong>, <strong>procesos</strong> y <strong>prospectivas</strong><br />

La <strong>ciudad</strong> como contexto proporciona una unidad privilegiada donde mostrar<br />

etnográficamente estas disposiciones y <strong>procesos</strong>; cabría, no obstante, trazar<br />

una distinción ya clásica entre estudios "en" y "de" la <strong>ciudad</strong>. Las etnografías<br />

"en" la <strong>ciudad</strong> han tendido a aislar objetos dentro del conjunto urbano<br />

(normalmente, barrios residenciales, o gremios u otros grupos sociales),<br />

trabajando sobre ellos al modo tradicional en que los antropólogos abordan<br />

pequeñas comunidades. Hablamos de etnografías "de" la <strong>ciudad</strong> en un<br />

sentido más ambicioso: no el de una visión completa, exahustiva, de la<br />

totalidad cultural de una urbe (hemos acabado por reconocer que es esa una<br />

pretensión utópica); pero sí el de la recomposición tentativa de un cierto tejido<br />

de conjunto -un sistema de posiciones y exclusiones, un horizonte común,<br />

una memoria compartida. Conviene recordar que el antropólogo y el<br />

etnomusicólogo no están solos en esa pretensión sisífica. Los gobernantes<br />

de la <strong>ciudad</strong>, la prensa local, los técnicos municipales, los analistas del<br />

mercado y hasta los mismos <strong>ciudad</strong>anos se debaten diariamente con la tarea<br />

imposible de hacerse una imagen apropiada de ese todo inabarcable y en<br />

permanente movimiento en el que viven. Más que la pretensión holista de la<br />

etnografía clásica, lo que el contexto urbano ha venido a cuestionar es su<br />

monopolio interpretativo de la totalidad.<br />

Matizo: decimos sólo "cierto sentido de conjunto" porque, si algo significa el<br />

proceso de globalización, es que ya no hay unidades territoriales<br />

culturalmente autocontenidas. Ni siquiera para el caso de conjuntos<br />

socioculturales tan amorfos, plurales y omniabarcantes como son las grandes<br />

<strong>ciudad</strong>es. [2] Lo que afirmo es que dicho nivel resulta estratégico para<br />

reconstruir las relaciones entre formas locales y globales de cultura, para<br />

entender lo que siguen teniendo en común gentes que viven juntas, aunque<br />

ya no oigan las mismas melodías ni canten -salvo en contadas ocasiones- las<br />

mismas canciones. La comprensión de ese mínimo denominador común no<br />

significa pasar por alto lo que tienen de diferente, sino atender a los modos<br />

locales de negociar y organizar las diferencias. El supuesto subyacente a un<br />

estudio de música urbana es que ésta constituye una trama de interacciones<br />

y diálogos, de oposiciones y exclusiones, de segmentación e hibridación en<br />

los modos de producir, transmitir y consumir música.<br />

Creo que este lugar estratégico de la música urbana constituye el motivo por<br />

el que algunos de los principales teóricos de las conexiones transnacionales<br />

están recurriendo a <strong>procesos</strong> musicales para iluminar otros fenómenos de la<br />

cultura contemporánea. Valga como ejemplo la modelización por parte de<br />

Hannerz de los <strong>procesos</strong> de incorporación de las músicas y las comidas<br />

étnicas al mercado transnacional de las <strong>ciudad</strong>es mundiales. Cabe<br />

preguntarse qué tienen en común la música y la comida, que los hace


<strong>Música</strong> y <strong>ciudad</strong>: <strong>definiciones</strong>, <strong>procesos</strong> y <strong>prospectivas</strong><br />

igualmente idóneos para un argumento sobre la globalización. La música<br />

resulta útil para mostrar el permanente trasvase entre los cuatro órdenes o<br />

marcos (la interacción cotidiana, el mercado, el Estado y los movimientos<br />

sociales) que a juicio de Hannerz organizan el tráfico de significados en un<br />

ecúmene global (1998: 220).<br />

Así, la música se manifiesta como un potente heurístico de descubrimiento en<br />

un contexto donde tales conexiones, precisamente por su índole global, no<br />

vienen prefiguradas de antemano. Hannerz alude a los rastafaris de<br />

Ámsterdam, quienes resultan ser en buena parte originarios de Surinam,<br />

guayaneses-holandeses de segunda generación. La identificación a través<br />

del reggae jamaicano permite construir una cultura negra en la metrópoli que<br />

conecta insospechadamente la Guayana y Las Antillas en su común<br />

condición de ex-colonias (Hannerz 1998). Lo interesante no es que la música<br />

sea vehículo de un imaginario (siempre lo ha sido), sino el hecho de que<br />

permita visualizar el proceso de globalización como conexión entre periferias<br />

a través de un centro (Surinam-Amsterdam-Jamaica). El contexto urbano no<br />

es necesariamente el único productor de cultura global, pero sí el más<br />

importante entre sus agencias intermediadoras.<br />

Otros autores desde fuera de la etnomusicología están haciendo referencias<br />

pertinentes al papel de lo musical en la cultura urbana. Renato Ortiz, por<br />

ejemplo, toma las oposiciones ideológicas generadas por el rock (rock vs.<br />

enka en Japón, rock vs. samba en Brasil, rock vs. estilo chansoniere en<br />

Francia) como expresión paradigmática a nivel nacional de un proceso<br />

supranacional de mundialización (1994: 202). Y García Canclini, en un bello<br />

texto titulado “Narrar la multiculturalidad”, utiliza metafóricamente la sintonía<br />

musical en la radio del automóvil como síntoma de la construcción privatizada<br />

de la cotidianeidad urbana en las mega<strong>ciudad</strong>es y del uso fragmentado de<br />

sus espacios, en la lógica del videoclip:<br />

"Como en los videoclips, andar por la <strong>ciudad</strong> es mezclar músicas y relatos<br />

diversos en la intimidad del auto y con los ruidos externos (...) Todo es denso y<br />

fragmentario. Como en los videos, se ha hecho la <strong>ciudad</strong> saqueando imágenes<br />

de todas partes, en cualquier orden. Para ser un buen lector de la vida urbana<br />

hay que plegarse al ritmo y gozar las visiones efímeras" (García Canclini 1995:<br />

101).<br />

En resumen, he partido de la paradoja de una inicial marginalidad de la<br />

música urbana en la tradición etnomusicológica para acabar subrayando, a la<br />

inversa, su centralidad como lugar privilegiado desde el que comprender los<br />

<strong>procesos</strong> de transformación cultural en marcha. Como etnomusicólogo,<br />

siempre pienso en la música como ese lugar estratégico. Pero bajo


<strong>Música</strong> y <strong>ciudad</strong>: <strong>definiciones</strong>, <strong>procesos</strong> y <strong>prospectivas</strong><br />

condiciones de modernidad avanzada esto se vuelve cierto a fortiori, debido a<br />

la circulación generalizada de personas, capitales, bienes y significados. Ya<br />

B. Nettl entreveía en 1985 una suerte de signo de los tiempos en esta<br />

pertinencia social del sonido como vehículo de autoidentificación:<br />

"Resulta difícil saber cuáles pueden haber sido las funciones culturales de la<br />

música en cualquier sociedad del pasado lejano. Quizás una de ellas siempre<br />

haya consistido en reforzar las fronteras culturales, sostener una integridad. Se<br />

trate o no de un verdadero universal, esta función de la música ha ido ganando<br />

en importancia según los límites culturales se vuelven borrosos y precisan ser<br />

defendidos. Puede que el siglo XX sea especial en muchos sentidos. Aumentan<br />

las posibilidades de comunicación entre grupos culturales -virtualmente, la<br />

comunicación se impone. El hecho de que la mayoría de los humanos ya no<br />

pueda exhibir de manera conveniente su carácter especial mediante el vestido,<br />

la estructura social, la cultura material, o incluso por su ubicación, lenguaje o<br />

religión, ha ampliado el papel de la música como emblema de etnicidad.<br />

Unidades culturales, naciones, minorías, incluso grupos de edad, clases<br />

sociales y estratos educativos, todos se identifican por medio de su adherencia<br />

a repertorios y estilos de música particulares. Mientras otros medios de<br />

identificación se han vuelto menos efectivos, la música cada vez se acentúa<br />

más. Yo sugeriría que es por esta razón por lo que la música del siglo XX ha<br />

conservado su diversidad" (Nettl 1985: 165).<br />

Los estudios sobre música urbana en España: un campo<br />

en desarrollo<br />

Los estudios urbanos han ido desplegándose en los últimos años en la<br />

etnomusicología española; con resultados hasta ahora modestos y más<br />

orientados a demostrar lo evidente frente a discursos hegemónicos sobre el<br />

arte y la comunicación musical -la pertinencia cultural y científica de ese<br />

esfuerzo- que a construir un objeto autónomo. Opino sin embargo que ha sido<br />

pólvora bien gastada, capaz de abrir un espacio de legitimidad científica<br />

donde trabajar con cosas como el rock local, los <strong>procesos</strong> de revival<br />

tradicionalista en las Comunidades Autónomas, la incorporación de España al<br />

circuito de los megaconciertos, la expresión musical de los emigrantes<br />

magrebíes y latinoamericanos o las nuevas formas de fusión del flamenco.<br />

Aunque nos ha tomado más tiempo del deseable salir de argumentos<br />

definicionales y acotación de competencias, podemos apreciar una tendencia<br />

creciente a que estos temas sean reconocidos desde una diversidad de<br />

disciplinas. Como suele suceder, esto llega más tarde a las ciencias sociales<br />

que a la vida cotidiana: hace años que Ketama, Leño, el hilo musical o el


<strong>Música</strong> y <strong>ciudad</strong>: <strong>definiciones</strong>, <strong>procesos</strong> y <strong>prospectivas</strong><br />

merengue forman parte de nuestro sentido común sonoro. En lo que sigue no<br />

me detendré en hacer la cronología de este reconocimiento, en la que cabría<br />

resaltar dos hitos: en los años ochenta, la institucionalización de la<br />

etnomusicología como materia de las licenciaturas de varias universidades en<br />

Historia y Ciencias de la <strong>Música</strong>; en los noventa, la fundación de la SIbE<br />

(Sociedad Ibérica de Etnomusicología) como espacio de intercambio<br />

científico. La aceptación académica de los estudios sobre música popular se<br />

viene produciendo lentamente y a remolque de la dirección dominante en la<br />

etnomusicología internacional y los Cultural Studiesanglosajones. Es posible,<br />

no obstante, identificar algunos <strong>procesos</strong> y líneas de trabajo específicamente<br />

españoles.<br />

En términos generales, se trata de análisis de músicas "en" la <strong>ciudad</strong> (de<br />

géneros o fenómenos específicos), más que de análisis "de" la <strong>ciudad</strong><br />

propiamente dicha, contemplada desde un punto de vista musical. El tema<br />

urbano aparece lateralmente (aunque no por ello resulte secundario).<br />

Frecuentemente las únidades de análisis son subculturas (jóvenes,<br />

emigrantes, asociaciones festivas), o géneros dentro del campo musical<br />

(coros, pop, música de bandas, rock, música celta). También encontramos<br />

argumentos sobre algún aspecto de la escena nacional o regional,<br />

concretado en una o varias poblaciones. En lo que sigue destacaré algunas<br />

claves interpretativas presentes en la literatura, con la conciencia de no estar<br />

agotando lo publicado sobre el tema (v. las escasas entradas en castellano<br />

de la bibliografía de sociología de la música publicada por Rodríguez Morató<br />

1988).<br />

(a) La sociedad civil.<br />

A propósito del fenómeno de la proliferación de bandas de música y<br />

asociaciones festivas en Levante, los antropólogos J. Cucó, A. Ariño et al.<br />

publicaron a comienzos de los noventa un interesante estudio sobre la trama<br />

de asociaciones voluntarias que soportan la actividad musical y festera en la<br />

Comunidad Valenciana (Cucó et al. 1993). La unidad del análisis es la región,<br />

siguiendo lo que ellos llaman un planteamiento cualitativo-extensivo, con un<br />

mapeo general de la importancia de las sociedades musicales y las<br />

asociaciones falleras y de Moros y Cristianos. Hacen, no obstante, algunas<br />

catas en profundidad en poblaciones-tipo, como Lliria (13.000 habitantes), lo<br />

que les permite mostrar, por una parte, la vinculación entre la música y el<br />

complejo festivo en esa región de España y, por otra, la importancia del<br />

mismo en la construcción de la identidad local y la trama de la sociabilidad y<br />

reciprocidad vecinales. El hecho de descartar las <strong>ciudad</strong>es mayores limita, no<br />

obstante, su alcance respecto a los fenómenos propiamente urbanos.


<strong>Música</strong> y <strong>ciudad</strong>: <strong>definiciones</strong>, <strong>procesos</strong> y <strong>prospectivas</strong><br />

Ese fue, en cambio, el objetivo de mi tesis doctoral, donde abordé una<br />

etnografía del ciclo de fiestas madrileño desde el punto de vista de la<br />

democratización de la vida municipal y la intensa revitalización festiva de los<br />

años ochenta. Frente a cualquier visión ingenuamente inmediatista de las<br />

tradiciones urbanas, lo que aparece al estudiar el entramado organizativo de<br />

la fiesta en una <strong>ciudad</strong> como Madrid es un complicado espacio de<br />

negociación entre una pluralidad de sentidos de la convivencia cívica, espacio<br />

mediado por distintas agencias técnicas y políticas. La fiesta de la <strong>ciudad</strong><br />

moderna es una fiesta racionalizada, programada, civilizada: desactivada en<br />

su potencial de transgresión simbólica. Entre otras manifestaciones me<br />

interesó reconstruir la escena de los conciertos de rock, uno de los<br />

fenómenos emergentes durante el proceso de revitalización (Cruces 1995,<br />

1999).<br />

En la misma línea de interés por las puestas en escena de demandas de la<br />

sociedad civil y pretensiones identitarias de grupos urbanos se pueden situar<br />

las investigaciones de J. Ayats sobre la proferencia de eslóganes en<br />

manifestaciones de Barcelona y París, así como del canto de himnos y<br />

consignas en estadios de fútbol (1997, 1999). En una suerte de reducción<br />

irónica, Ayats muestra las potencialidades e insuficiencias de un análisis<br />

formal de la materia sonora, al trasladarlo a objetos considerados poco<br />

"nobles", cuya eficacia simbólica ha de ser buscada en otro lugar que en la<br />

mera sintaxis musical -en la pragmática de interacción que hacen posible.<br />

Desde una aproximación más histórica, J. Labajo ha presentado un<br />

panorama de los coros de Valladolid a comienzos de siglo (1987). El<br />

higienismo, la moralización de las costumbres y el valor educativo del canto -<br />

es decir, el proyecto civilizatorio específicamente urbanizador- aparecen<br />

como claves comunes a los distintos tipos de orfeón, ya sea en su versión<br />

liberal-republicana, socialista o católica. Significativamente, la articulación de<br />

los distintos orfeones se correspondía con la de las líneas ideológicas de la<br />

<strong>ciudad</strong> de entonces; cabría preguntarse qué ha quedado en la <strong>ciudad</strong> actual<br />

de ese modelo cívico de organización de las diferencias a través del canto.<br />

Más recientemente, esta misma investigadora ha realizado una tesis doctoral<br />

en la que analiza el paisaje sonoro de esta <strong>ciudad</strong> castellana (Labajo 1992).<br />

En las islas Canarias, Sagrario Martínez Berriel ha realizado una monografía<br />

sobre la vida musical en Las Palmas de Gran Canaria desde una perspectiva<br />

fundamentalmente sociológica donde no faltan, no obstante, referencias<br />

cruzadas a la obra de antropólogos y musicólogos. Edificado sobre el<br />

concepto de "comunidad musical", este trabajo explora de una forma<br />

descriptiva datos sobre la historia musical de la <strong>ciudad</strong>, el ejercicio profesional<br />

de los músicos y la transmisión familiar de las vocaciones musicales


<strong>Música</strong> y <strong>ciudad</strong>: <strong>definiciones</strong>, <strong>procesos</strong> y <strong>prospectivas</strong><br />

(Martínez Berriel 1993).<br />

Cabe también mencionar trabajos que, a través de un acercamiento<br />

tangencial al contexto urbano, han iluminado variados aspectos de la<br />

estrecha relación entre transición política, usos musicales y modernización de<br />

la vida española en el pasado más reciente -por ejemplo, el reestudio de un<br />

cancionero castellonense por R. Pelinski et al. (1997), el texto de W.<br />

Washabaugh sobre los documentales de flamenco realizados en el<br />

tardofranquismo (1997) o algunos de los artículos sobre música popular de la<br />

compilación de estudios culturales en España de H. Graham y J. Labanyi<br />

(1995).<br />

(b) La fiesta.<br />

El comportamiento festivo en contexto urbano suscita preguntas interesantes<br />

sobre las relaciones entre la tradición ritual y el proceso weberiano de la<br />

secularización. Ariño (1992), Cruces (1995, 1999), Angela López (1994) y<br />

otros autores han enfrentado empíricamente este problema tratando de<br />

interpretar desde conceptos como "ritual" o "religión civil" el sentido de<br />

distintas performances festivas en el contexto modernizado de la <strong>ciudad</strong> (las<br />

Fallas de Valencia, el baile en discoteca, los conciertos de rock). La<br />

importancia del argumento del ritual comunitario en la tradición antropológica<br />

se une aquí al peso de una tradición hispana de fiestas públicas. Desde estas<br />

aproximaciones, los nuevos eventos callejeros en el entorno urbano son<br />

susceptibles de leerse como formas de recreación numinosa de la<br />

experiencia en una sociedad secularizada, donde la secularización no se<br />

entiende como pérdida de lo sagrado sino como un desplazamiento de su<br />

monopolio desde la institución eclesial hacia una apropiación pluralista por<br />

instancias de las organizaciones formales y la sociedad civil.<br />

(c) La sociabilidad juvenil.<br />

En el contexto español, la referencia a "músicas urbanas" suele evocar<br />

automáticamente la práctica de ciertos géneros juveniles (fundamentalmente,<br />

el pop y el rock) y su consumo masivo. Desde luego, la ecuación urbano =<br />

rock = juventud se presta a un estereotipo equívoco que convendría<br />

deshacer; [3] pero no es menos cierto el lugar privilegiado de esa ecuación en<br />

la articulación del campo musical a un nivel transnacional (y, dicho sea de<br />

paso, en la literatura internacional sobre popular music ).<br />

Se plantea aquí una cuestión interesante. Teóricamente, sería necesario<br />

adaptar a cada una de las realidades nacionales las connotaciones de esta<br />

ecuación, tomada literalmente de la vida musical inglesa y norteamericana


<strong>Música</strong> y <strong>ciudad</strong>: <strong>definiciones</strong>, <strong>procesos</strong> y <strong>prospectivas</strong><br />

(tal como lo viene haciendo, por ejemplo, T. Mitchell en sus trabajos sobre rap<br />

italiano, rock checo o world music neocelandesa, cf. 1996). En nuestro caso,<br />

esto supone sondear, por ejemplo, los límites diferenciales de las categorías<br />

del "pop" o el "rock" en relación con variantes locales como la Nueva Ola<br />

madrileña, el Rock bravú gallego o el Rock alternativo vasco. En la práctica,<br />

sin embargo, acontece una suerte de doble correspondencia: el campo<br />

musical reproduce (dentro de ciertos límites) formas globalizadas, y por esa<br />

razón nuestro discurso puede también reproducir con relativo éxito discursos<br />

globales, aunque vengan calcados de los Popular Music Studies y los Cultural<br />

Studies. Es como si existiera una literal imposibilidad de hablar de rock sin<br />

introducir, tácita o explícitamente, un patrón de legitimidad musical tomado de<br />

los modelos originales, fundamentalmente anglos. Así, por ejemplo,<br />

describíaen 1987 -con gran lucidez, por otra parte- la escena rockera<br />

española el corresponsal inglés J. Hooper:<br />

"En el campo de la música rock, España está retrasada. La historia del rock<br />

español es la de una serie de imitaciones sucesivas. Estados Unidos produjo<br />

los Everly Brothers y España, entonces, presentó al Dúo Dinámico. Gran<br />

Bretaña produjo a los Beatles, Who y Rolling Stones, y de pronto en España<br />

apareció una multitud de grupos, aunque sólo uno de ellos -Los Bravos- suscitó<br />

una cierta impresión en el exterior, con una canción titulada Black is black. Por<br />

lo demás, este hecho tiene probablemente que ver con la naturaleza de la<br />

sociedad latina. El rock es el producto de una cultura juvenil, la cual, a su vez,<br />

es el rechazo de los valores socialmente establecidos. En las sociedades en<br />

que los lazos de familia todavía son sólidos, es imposible crear esa cultura<br />

juvenil. El problema de los músicos españoles de rock -incluso de los más<br />

talentosos, como Miguel Ríos, que ha gozado de mucho prestigio desde los<br />

años sesenta, o del grupo Tequila, que alcanzó su apogeo en los años setenta-<br />

es que por la apariencia y el sonido dan la impresión de ser -y son- chicos<br />

buenos con las caras lavadas y los cabellos bien peinados que no alcanzarían<br />

a identificar un abismo generacional aunque cayeran en él. Por otra parte, el<br />

rock es también el producto de una sociedad urbana más que rural, y de la<br />

clase trabajadora más que de la clase media. La vida urbana en la España<br />

actual requiere, por lo menos, algo de la rudeza y de la astucia necesarias para<br />

desenvolverse, por ejemplo, en Detroit o Liverpool; y el progreso económico de<br />

los años sesenta y los cambios políticos de los años 70 han aportado a la clase<br />

trabajadora una prosperidad y una influencia que antes nunca había tenido.<br />

Todo eso se ha reflejado en el rock español, y hasta cierto punto ha contribuído<br />

a reducir la distancia entre España y los países anglosajones" (Hooper 1987:<br />

191, cit. en Fouce 1999: 15).<br />

Pese a esta tendencia a juzgar el campo musical contemporáneo desde<br />

patrones anglos, tanto teóricos como sonoros, no debe olvidarse, sin<br />

embargo, la gran enseñanza de los estudios sobre el mercado fonográfico<br />

hispano: el producto local puede ser top de ventas. Hasta el año 1992 al


<strong>Música</strong> y <strong>ciudad</strong>: <strong>definiciones</strong>, <strong>procesos</strong> y <strong>prospectivas</strong><br />

menos, el cantante que más discos había vendido en España en todos los<br />

tiempos era Julio Iglesias (Jones 1992: 75). Actualmente, su hijo Enrique está<br />

siguiendo un camino parecido entre un público joven y no tan joven. Por<br />

supuesto, la pregunta es qué tan "local" resulta un cantante español que vive<br />

en Miami, graba con la Fonovisa mexicana, canta en Spanglish y cobra en<br />

dólares. Una pregunta similar suscita comprobar quiénes son los músicos de<br />

la Sociedad General de Autores de España que más vendieron en 1999:<br />

Oreja de Van Gogh, Luis Miguel, Chayanne, Miliki, Sabina, Bosé y Maná, por<br />

este orden (SGAE 2000: 4).<br />

Aunque algunos productos glocales desdicen, por tanto, la ecuación rock =<br />

urbano = juventud, algunos otros la confirman; es por ello que el seguimiento<br />

de los gustos juveniles se muestra como una estrategia factible para entender<br />

musicalmente la <strong>ciudad</strong>. La lógica de este enfoque tiende a construir su<br />

objeto a partir de algún género para, a continuación, seguir al grupo social de<br />

sus incondicionales (etiquetados como heavies, skins, punkos, bakaletas,<br />

siniestros). El supuesto subyacente es la productividad contrahegemónica de<br />

la música para dar expresión a formas emergentes de vida juvenil, basadas<br />

en su vida cotidiana y sus formas de sociabilidad, diferenciadas entre sí y con<br />

respecto al mundo adulto dominante. El problema que suscita, sin embargo,<br />

esta forma de proceder arranca, ya desde el inicio, con la definición<br />

apriorística del género y el recorte correspondiente de un grupo social las<br />

más de las veces ficticio. Nada es tan escurridizo como una audiencia.<br />

El trabajo más completo con que contamos en esta línea es el de Silvia<br />

Martínez sobre el heavy metalen Barcelona (1997;1999). Cabe también<br />

señalar los estudios comparativos de Feixa sobre punks en Lleida y Ciudad<br />

de México (1998), los de H. Fouce sobre la movidita madrileña(1998), el de A.<br />

Méndez Rubio sobre hip-hop valenciano, el de J. Contreras sobre círculos<br />

celtas en Madrid (1999). Sobre música máquina o fenómenos tan<br />

interesantes como la ruta del bacalao y sus variantes (de Toro a Asturias<br />

existe, por ejemplo, una ruta del torrezno) apenas tenemos reflexiones<br />

incidentales, como las del semiólogo G. Abril (1995: 96).<br />

Un planteamiento diferente es el de sociólogos de la juventud, como E. Gil<br />

Calvo, que buscan construir el cuadro de conjunto de los consumos y las<br />

prácticas entre los jóvenes, calificados en bloque como "depredadores<br />

audiovisuales" (sic). Aunque los trabajos de este autor no atienden<br />

propiamente a la producción musical de diferencia entre ellos (1985) , sí lo<br />

hacen otras investigaciones sociológicas como las de J. Levices, mediante el<br />

análisis de redes urbanas y el análisis factorial de cuestionarios a lectores de<br />

revistas musicales (1987, 1993).


<strong>Música</strong> y <strong>ciudad</strong>: <strong>definiciones</strong>, <strong>procesos</strong> y <strong>prospectivas</strong><br />

(d) El nacionalismo.<br />

En realidad, en este nivel lo urbano no aparece sino como mero escenario<br />

donde se representan teatralmente las identidades nacionales. Los trabajos<br />

de S. Brandes y J. Martí sobre los usos de la sardana como símbolo nacional<br />

catalán (Brandes 1985; Martí 1994), J. Roma sobre la jota aragonesa y el<br />

nacionalismo español del XIX (1995), G. Ibarretxe sobre los coros y el<br />

nacionalismo musical vasco (1996), K. Sánchez Ekiza sobre la historia del<br />

txistu y la danza aurresku (1999), los de G. Steingress sobre flamenco y<br />

andalucismo (1998), los de L. Costa sobre la folklorización de la<br />

muñeira(1998) inciden en esta línea, con diversa profundidad temporal.<br />

Aunque son fenómenos forjados en la larga duración, destacan dos<br />

momentos históricos: la reacción nacionalista de mediados del XIX<br />

(Renaixença, Foralismo, Rexurdimento), y el reciente proceso de<br />

"etnogénesis", en paralelo a la democratización y la institucionalización de las<br />

Autonomías, donde la música tradicional ha tomado un importante papel en<br />

las puestas en escena del "hecho diferencial" (cf. Prats 1998; Greenwood<br />

1992; Comelles y Prat 1992).<br />

El paradójico resultado es que la exhibición folklórica lleva la marca de la vida<br />

urbana. En España, hoy día, hablar de "música urbana" es hablar de cante<br />

hondo, txalapartas, gaitas, sardanas, isas, sevillanas y danzas de palos. Se<br />

trata de imágenes rurales a menudo ejecutadas y difundidas desde los<br />

centros autonómicos, pues la descentralización del Estado postfranquista ha<br />

conllevado nuevas formas de centralidad. Un aspecto notable de ese<br />

fenómeno sería la comarcalización del folklore. Por ejemplo, en opinión de<br />

algunos músicos tradicionales, la creación en las <strong>ciudad</strong>es de centros<br />

dedicados a la enseñanza formal y la difusión del folklore regional podría<br />

estar teniendo el paradójico efecto de unificar estilos de distinta procedencia<br />

geográfica.<br />

Si bien denominar "etnogénesis" a estos <strong>procesos</strong> de nueva centralidad<br />

cultural parece otorgarles el beneficio de una espontaneidad popular, adánica<br />

y desinteresada, tampoco veo exclusivamente en ellos folklorización, en el<br />

sentido de Hobsbawm y Ranger de invented traditions (1983), predicaciones<br />

modernas desde el Estado de una continuidad ficticia; ni tampoco<br />

manipulaciones políticas más o menos descaradas y aviesas (que por<br />

supuesto existen). La oposición folklore/folklorismo designa tipos ideales<br />

equívocos pues nunca, creo yo, ha dejado de estar sujeta la vida del folklore<br />

a la apropiación folklorística. En este punto corremos el riesgo de reproducir,<br />

mediante una distinción demasiado rígida, la creencia en un momento<br />

tradicional de intocada pureza. Las puestas en escena de lo popular generan<br />

siempre tanto sentidos endógenos como exógenos de la identidad, visiones


<strong>Música</strong> y <strong>ciudad</strong>: <strong>definiciones</strong>, <strong>procesos</strong> y <strong>prospectivas</strong><br />

en competencia y pactos de lectura entre actores diversos, entre los cuales<br />

hay que incluir, junto con las agencias políticas locales y los propios actores,<br />

el mercado turístico, las instancias supranacionales y los medios de<br />

comunicación. La economía política de la diferencia resulta de todos estos<br />

elementos, no siendo reducible ni a una total nivelación por el mercado, ni a<br />

una absoluta invención desde el Estado, ni mucho menos a una voluntad<br />

política espontánea y anónima de los <strong>ciudad</strong>anos.<br />

(e) La emigración.<br />

Lamentablemente, esta dimensión fundamental de la vida musical en<br />

nuestras <strong>ciudad</strong>es aún ha sido poco investigada, sobre todo teniendo en<br />

cuenta el elevado porcentaje de concentración de los emigrantes,<br />

principalmente latinoamericanos y magrebíes, en las grandes poblaciones.<br />

Constituye una notable excepción el trabajo de S. Asensio sobre distintos<br />

tipos de eventos musicales en el colectivo magrebí de Barcelona, y en<br />

particular sobre "la conversión del rai en símbolo" entre la juventud emigrada<br />

(1997, 1998). La música -tradicional y menos tradicional- se muestra como<br />

una superficie de adaptación extremadamente sutil, capaz de vehicular<br />

diferencialmente un "nosotros para nosotros" y un "nosotros para los otros"<br />

(en la aguda distinción de Ll. Prats, 1998), posibilitando distintos repertorios<br />

para las distintas situaciones. Es este un campo de estudios que tendrá que<br />

desarrollarse, en particular en la línea de una comprensión más precisa de<br />

los mecanismos de incorporación progresiva de lo que inicialmente son<br />

formas de vida al mercado multicultural de la <strong>ciudad</strong> (Hannerz 1998: 220).<br />

(f) La industria cultural, el mercado fonográfico y las tecnologías de mediación<br />

masiva.<br />

Una última connotación del concepto de música urbana apunta hacia la<br />

industria cultural. Cabría incluir en este capítulo el reciente ensayo de J. E.<br />

Adell (1998), que recoge y desarrolla bajo el concepto de simulacro<br />

argumentos hilados principalmente en la sociología crítica, la teoría literaria y<br />

los estudios culturales del entorno anglófono. La profundidad del tratamiento<br />

teórico contrasta con la deslocalización de los argumentos; según comentaba<br />

a propósito de los estudios sobre juventud, es notoria nuestra tendencia a<br />

trasladar urbi-et-orbe la discusión de los estudios culturales internacionales.<br />

La pregunta es: ¿pueden Madonna o los Sex Pistols significar en nuestro<br />

contexto musical lo mismo que en los textos de Frith, Lipsitz, Wicke o<br />

Hebdige?<br />

El trabajo empírico de mayor interés en este campo lo ha llevado a cabo J.<br />

Martí sobre las "músicas invisibles", un trabajo que precisamente tiene la


<strong>Música</strong> y <strong>ciudad</strong>: <strong>definiciones</strong>, <strong>procesos</strong> y <strong>prospectivas</strong><br />

virtud de visibilizar un objeto cotidiano de primordial importancia como son los<br />

recursos de música ambiental, en este caso en Barcelona (1999).<br />

Existen también algunos artículos de revisión de la economía de la industria<br />

musical en España. Desgraciadamente, para el mercado español no<br />

contamos con ninguna tan exhaustiva como la reciente de G. Yúdice para el<br />

conjunto de América Latina (1999); el tratamiento más detallado se encuentra<br />

en los artículos de D. Jones, que incluyen un repaso a la historia de las<br />

discográficas en España,un análisis de su desarrollo en los años ochenta y<br />

una útil bibliografía al respecto (1988, 1992, 1995). Es de destacar la<br />

privacidad y escasa transparencia de los datos disponibles sobre el mercado<br />

fonográfico español, la mayoría de ellos propiedad de la patronal de<br />

productores de fonogramas (AFYVE).<br />

Como puntos clave de esta industria cultural resaltan, en términos globales,<br />

su conversión progresiva en complejo multimedia y la integración y<br />

conglomeración transnacional (tanto horizontal como vertical) de las<br />

empresas fonográficas; en términos locales, el crecimiento del mercado<br />

español de fonogramas tras la crisis de los ochenta (un crecimiento<br />

considerable si tomamos por comparación el resto del mundo latino, llegando<br />

a superar en volumen de ventas a Brasil y México; cf. Yúdice 1999), así como<br />

la exportación hacia América Latina de productos de la industria<br />

transnacionalizada.<br />

Finalmente, habría que añadir en este capítulo las historias del pop y otros<br />

géneros en España realizadas desde dentro del propio campo artístico. Se<br />

trata en general de aproximaciones de naturaleza periodística o histórica,<br />

algunas de ellas profusamente documentadas, que oscilan entre la crónica, la<br />

hagiografía de los artistas y la crítica musical. Fundamentalmente centradas<br />

en los grupos, su estilo, sus influencias mutuas y la evolución de<br />

discográficas y promotoras, cabe destacar las de Silva (1984), Ordovás<br />

(1997), Feijóo, Carrero y Palau (1998), García Martínez (1996) y VV. AA.<br />

(1985, 1998).<br />

Una agenda prospectiva<br />

Para terminar, presentaré sucintamente algunos problemas clave de cara al<br />

desarrollo de una etnomusicología urbana en España.<br />

1. El paso de etnografías "en" a etnografías "de" la <strong>ciudad</strong>. Revisando la<br />

investigación disponible, se echa en falta una aproximación más empírica y


<strong>Música</strong> y <strong>ciudad</strong>: <strong>definiciones</strong>, <strong>procesos</strong> y <strong>prospectivas</strong><br />

localizada a las músicas en su contexto (es decir: más etnográfica), así como<br />

una reconstrucción holista de las relaciones entre música y vida citadina.<br />

Como hemos visto, trabajar sobre la hipótesis de algunos principios de orden<br />

no implica necesariamente postular que exista un único sistema musical, pero<br />

sí una imbricación entre los distintos géneros, grupos de edad, repertorios y<br />

discursos musicales: interactúan al tiempo que mantienen sus fronteras. Es<br />

esta imbricación local la que está en buena medida por revelar.<br />

Parte de este trabajo conceptual nos obligará a tematizar con mayor precisión<br />

el contexto urbano como tal -por ejemplo, en la dirección de N. García<br />

Canclini (1998) cuando distingue en la <strong>ciudad</strong> de México cuatro "<strong>ciudad</strong>es"<br />

diferentes (la histórica, la industrial, la comunicacional y la multicultural); o en<br />

la dirección de los marcos de circulación de significados de U. Hannerz<br />

(interacción personal, mercado, Estado y movimientos sociales; cf. García<br />

Canclini 1998; Hannerz 1998).<br />

2. El peso de lo local en las músicas urbanas no está fijado de antemano. La<br />

unidad pertinente para describir la música puede o no ser el lugar, la<br />

localidad. Algunos estudios se concentran exclusivamente en <strong>procesos</strong> de<br />

desanclaje -en el traslado espaciotemporal de la forma sonora-, mientras que<br />

otros enfatizan su reanclaje aquí-y-ahora. El resultado puede ser un discurso<br />

escindido entre la tentación cosmopolita de una comprensión desde ningún<br />

sitio y la celebración localista, resistente a la globalización. Trascender ambas<br />

tentaciones implica describir prácticas situadas en un espacio-tiempo que es<br />

en realidad discontinuo, fragmentado, multicéntrico, atravesado tanto por<br />

tendencias globales como por los atajos de los actores (Cruces 1998). En<br />

consecuencia, las unidades de estudio no tendrán que ser necesariamente<br />

territoriales o topológicas. Apunto, por ejemplo, la conveniencia de comenzar<br />

a practicar en la <strong>ciudad</strong> una etnografía multilocal(Marcus 1995), siguiendo en<br />

su transcurso a los objetos, los migrantes, los discursos o las melodías.<br />

3. El proceso de globalización/regionalizaciónse halla de manera insoslayable<br />

en el centro de la descripciónde las músicas urbanas. Eso no significa que<br />

tengamos una noción ya hecha, prefigurada, de dicho proceso. Según<br />

caricaturiza Abu-Loughod, habría que tratar de escapar a tanta "cháchara<br />

global" que presenta como cerradas y comprendidas aquéllas dimensiones<br />

del actual tráfago cultural que precisamente hay que explicar (1991). En las<br />

ciencias sociales dista de existir un discurso consensuado, único, sobre lo<br />

global. Más específicamente, en nuestra disciplina se produce la tentación de<br />

superar el localismo mediante el procedimiento de ensamblar etnografía local<br />

más teoría global (Marcus 1995). Algunos discursos sobre lo global<br />

despliegan el gran relato de la homogeneización (sea en tonos globalistas,<br />

como apología de la civilización, sea en tonos pesimistas, como lamento de la


<strong>Música</strong> y <strong>ciudad</strong>: <strong>definiciones</strong>, <strong>procesos</strong> y <strong>prospectivas</strong><br />

diferencia consumida). Otros narran el relato inverso, el de la fragmentación:<br />

la postmodernidad como un tiempo "después de la virtud", donde las<br />

diferencias "implosionaron", etc.<br />

Según mi parecer, a lo que una etnomusicología urbana debiera orientarse es<br />

a descubrir los hilos globales en el propio campo; a reconstruir<br />

empíricamente, por así decirlo, lo glocal emergente con su multiplicidad de<br />

matices y significados contradictorios. Hacer teoría de lo global "desde abajo"<br />

supone renunciar a una teorización desde el sillón del intérprete cultural, y<br />

abocarse a identificar y explicar conexiones imprevisibles (por ejemplo del<br />

tipo periferia-centro-periferia arriba comentadas). Supone también resistirse a<br />

aplicar sin más los clichés interpretativos que suelen acompañar los géneros<br />

translocalizados, pues, como escribe C. Geertz, "el arte y las categorías para<br />

apreciarlo se compran en la misma tienda" (1987). De lo que se trata, en<br />

definitiva, es de descifrar desde el terreno el peso respectivo de la interacción<br />

presencial y las vinculaciones a distancia.<br />

4. Descubrir los vínculos que ligan producción y consumo es otro de nuestros<br />

desafíos, pues en el contexto urbano ambos aspectos tienden a ser<br />

considerados de forma dispersa, cuando no abiertamente disociada. En<br />

particular, el tratamiento de la música popular suele oscilar entre un discurso<br />

frankfurtiano, satanizador de la industria, y otro apologético, idealizador de la<br />

autenticidad (Ochoa 1999). Lo que creo que necesitamos documentar<br />

etnográficamente es esa "productividad consumidora" de la que hablara M.<br />

de Certeau (1991): los atajos y estrategias de conexión y desenchufe por<br />

parte de los usuarios respecto de los bienes y productos musicales<br />

industrialmente producidos. Habría, en este sentido, que huir de cualquier<br />

asunción ingenua que identifique lo "global" con lo exterior y vinculado a las<br />

industrias. Hoy día, lo global forma parte de lo cotidiano. En otras palabras,<br />

precisamos discutir los modos de rearticulación cultural que implican ambos<br />

niveles del mercado musical. Dos ejemplos interesantes los representan las<br />

propuestas de J. J. de Carvalho, cuando habla de ecualización para referirse<br />

a las disposiciones de escucha del oyente contemporáneo, transversales a<br />

distintos géneros y tipos de música (1997); y la de G. Yúdice al mostrar cómo<br />

en el mundo hispano las seis grandes industrias de la fonografía mundial<br />

controlan la distribución y captan los beneficios, pero las formas musicales<br />

más vendidas siguen siendo esencialmente locales (1999).<br />

5. El sujeto oyente es móvil en sus identificaciones. Por más interesante y<br />

productivo que pueda ser el tipo de estudio modelo centrado en un género y<br />

sus fans, se hace necesario empezar a abordar otro tipo de trabajos que<br />

hagan justicia a la multiplicidad de opciones de que está hecho nuestro<br />

entorno sonoro y que todos utilizamos, incluyendo el ruido urbano, el silencio,


<strong>Música</strong> y <strong>ciudad</strong>: <strong>definiciones</strong>, <strong>procesos</strong> y <strong>prospectivas</strong><br />

la sintonización/desenchufe y la mayor o menor tolerancia hacia las opciones<br />

del vecino. La mayoría de los habitantes urbanos no se considera "tribu", ni<br />

tan siquiera son jóvenes. Eso no resta un ápice de interés a su vinculación<br />

con la vida musical, aunque acaso la haga cuantitativamente menos intensa.<br />

Una etnomusicología de la vida cotidiana contribuirá a iluminar las<br />

re<strong>definiciones</strong> en curso de las esferas pública y privada, tan tematizadas por<br />

la literatura feminista y los estudios culturales. Pues la música es un<br />

instrumento fundamental en la construcción moderna de la esfera íntima y de<br />

los mundos intersubjetivos, semánticamente densos, en que los que se<br />

edifica y repliega el individuo, a través de la organización del tiempo, de la<br />

acción, de los vínculos y el espacio personal mediante modalidades<br />

subyacentes de escucha.<br />

De ahí la necesidad de cuestionar el lugar del género musical como unidad<br />

privilegiada de estudio. Más bien habrá que entender los géneros en la<br />

música urbana como resultado de estrategias de comunicabilidad, espacios<br />

de precario consenso en permanente redefinición (Martín Barbero 1987). Al<br />

menos para un sujeto oyente genérico, funcionaría mejor trabajar a partir del<br />

supuesto de que son los rechazos y las exclusiones, más que las<br />

preferencias de repertorio, lo realmente relevante. Muchos repertorios<br />

urbanos se constituyen por descarte: lo que definen es el horizonte de un<br />

mínimo denominador común entre los habitantes de la <strong>ciudad</strong>.<br />

NOTAS:<br />

1. Contra una noción exageradamente literal del desanclaje moderno, o de sus<br />

espacios como no-lugares, v. Giddens 1994; Augé 1998.[§]<br />

2. Así lo hace pensar, por ejemplo, la noción de <strong>ciudad</strong>-flujo, aplicable hoy a<br />

conjuntos de núcleos urbanos entre los que circulan con fluidez grandes masas<br />

de capital, tecnología o personas. [§]<br />

3. Todos los comienzos de curso pido a mis alumnos que escriban,<br />

anónimamente, sus preferencias y rechazos musicales. En la elección positiva,<br />

la realidad de las "tribus" se desvanece de un plumazo: las preferencias abarcan<br />

de los cantautores al clásico, del flamenco al jazz, de la world music al pop. Sin<br />

embargo, los rechazos son nítidos, contundentes, enfáticos: "Por supuesto, la<br />

música máquina", "Odio el bacalao". Desde este punto de vista, las "tribus"<br />

funcionan, más que como un grupo al que uno se adhiere, como un instrumento<br />

de etiquetado susceptible de ser aplicado a otros. [§]<br />

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