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6 Tras la muerte de sus padres, la señora Ladisla retomó la idea de seguir estudiando. “Mi primer hijo lo tuve a los diecinueve, en total son siete”. Afirma que la vida no le ha sido fácil; el padre de sus hijos la ayudó en el comienzo, pero “me salió malo” y hoy en día llevan treinta años separados, “la misma edad de mi hijo menor”. Para aquel momento habitaba en El Pedregal, pero cuando se separó de su pareja tuvo la oportunidad de adquirir una casa en Minas de Baruta, la misma que ocupa en la actualidad. “Al principio era un ranchito pero poco a poco y con la ayuda de mis hijos se ha ido arreglando”. En esa misma casa Ladisla comenzó a trabajar cuidando niños y en eso estuvo hasta hace poco tiempo. Pruebas de vida Con una mirada triste cuenta varias de las duras batallas que enfrentó durante su vida. Sus hijos por diferentes razones no culminaron estudios. “Sólo uno fue el que logró sacar el bachillerato. La historia se repite con mi hijo mayor, desde temprano salió a trabajar para ayudarme en la casa”. Al hablar de los sueños que le faltan por cumplir, no olvida el que sus hijos se animen a inscribirse en alguna misión bolivariana. “Espero que mis hijos aprovechen las oportunidades que el presidente Chávez otorga al pueblo, porque este gobierno, en comparación con otros, le ha dado más apoyo al pueblo y posibilidades de superación; gracias a la Misión Robinson hoy sé leer y escribir”. Actualmente vive con sus hijos y nietos. Recuerda con agrado el día que llegó a su casa y les dio la noticia a todos del reinicio en el mundo del aprendizaje, “ellos se alegraron y me han apoyado mucho”. Entre risas cuenta cómo sus nietos la ayudan en matemáticas y “pierden rápido la paciencia”. Y es que el sumar y dividir para Ladisla resulta una tarea muy difícil, por eso “prefiero las clases de lenguaje”. Su nieto Alberto García, de dieciocho años de edad, dice: “Me parece maravilloso que pueda aprender lo que no sabía; yo le ayudo con las divisiones pero no tengo paciencia. Cuando me dio la noticia me emocioné mucho por ella”. De igual forma, Gabriel León, otro nieto, de quince años de edad, asegura: “La ayudo en lo que puedo, particularmente con los números, aunque yo tengo más paciencia con ella”. La oportunidad soñada La Misión Robinson llegó a la vida de Ladisla por medio del papá de una niña que cuida hace dos años. “Él me animó y me insistió para que fuese. Después de mucho pensarlo, acepté, y el señor me llevó al centro, me inscribió y esa misma semana comencé las clases junto con un grupo como de quince personas; la experiencia es maravillosa y el grupo se ha unido mucho”. Ladisla confiesa sentir que dejó la oscuridad intelectual en la que se encontraba. “Cuando termine de estudiar no sé si seguiré por mi edad, aunque nunca es tarde”. “Las técnicas de estudio son muy buenas, entre los videos y la ayuda de la profesora (facilitadora) Gisela Rojas he aprendido a leer y comprender mejor, pero, sobre todo, a escribir porque no sabía nada”. “Antes me decía ¡yo no voy a poder con eso!, pero ahora se me quitó todo el miedo, ahora echamos broma, nos reímos y aprendemos”. Uno de sus hermanos también estudia en la Misión Robinson, en Barlovento. “Él de pequeño estudió un poquito más que yo, pero también los dejó por trabajar”. Dentro del aula Entre las anécdotas ocurridas a lo largo de estos dos años, Ladisla recuerda especialmente el primer día de clases. “Ese día estaba muy nerviosa, había pasado toda una vida sin entrar a un salón de clases, pero gracias a mi profesora y a los demás compañeros entré en confianza rápidamente, aunque siempre he sido muy callada y tranquila”. Al referirse a sus compañeros de estudio se llena de alegría y afirma: “Hay personas mayores que yo, creo que Juanita tiene como ochenta años y siempre anda cantando; la señora Delia, que vive en la zona y el señor Juan tienen setenta y dos años; Vicente es discapacitado, la profesora siempre lo ayuda, está al lado de él explicándole porque tiene problemas de audición y de visión, creo que tiene mi misma edad, sesenta y cinco años, aunque nunca se lo he preguntado. También hay un señor que nos hace reír mucho porque a mitad de clases se levanta y comienza a hacer proclamas del Presidente”. Gisela Rojas, la facilitadota, asegura que la señora Ladisla es “muy buena, ya que es ordenada, tranquila, sencilla,
callada y siempre pendiente de recibir bien sus clases”. Con respecto a la experiencia como facilitadora, Gisela asegura que es “muy bonita y satisfactoria porque uno aprende del grupo y los llega a querer mucho; yo he recibido mucho cariño de ellos”. Gran emoción Fue exactamente el 28 de octubre de 2005, cuando, en el Teatro Teresa En su casa de Minas de Baruta, Ladisla habla de sus experiencias. Alfonso Ocando Carreño, Ladisla tuvo la oportunidad de ver al presidente Chávez. “Ese día se celebraba el día de Simón Rodríguez (Conmemoración de los 236 años del nacimiento del maestro de Bolívar) y se decretaba a Venezuela libre de analfabetismo”. La marea roja, característica de las concentraciones a favor del presidente Hugo Chávez Frías, se hizo presente ese día en el Teresa Carreño, y entre risas y aplausos Ladisla, junto a su facilitadora y demás compañeros de estudio, recibieron al primer mandatario. “Recuerdo la emoción tan grande que sentí al verlo desde tan cerca; desde ese momento espero el mes de agosto de este año, fecha en la que me graduaré y espero volverlo a ver”. Pero Ladisla no sólo está emocionada porque en unos meses se graduará, sino porque ha visto la luz.
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