Descargar en formato PDF (e-book) - Leonides Alonso
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aquel mom<strong>en</strong>to y que danzarían con ella toda la vida, a veces como un<br />
torm<strong>en</strong>to, a veces como un alivio.<br />
A mí también me persigu<strong>en</strong> los recuerdos, su rostro sin tiempo me<br />
acompaña, me atorm<strong>en</strong>ta y me consuela. Lo veo <strong>en</strong> mis sueños y <strong>en</strong><br />
mis delirios y <strong>en</strong> todos los rostros, especialm<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> el rostro pálido y<br />
pecoso de su hija Mercedes que se parece infinitam<strong>en</strong>te a mi<br />
hermana Rosa.<br />
Mercedes, la niña que nació antes de que transcurrieran nueve meses<br />
del <strong>en</strong>lace <strong>en</strong> matrimonio de Carolina y Martín, fue el testimonio firme<br />
de un amor que se alim<strong>en</strong>taba de recuerdos con los que luchaba<br />
inútilm<strong>en</strong>te por transformarlos <strong>en</strong> olvido.<br />
Nada podía hacer contra ellos, la vida se <strong>en</strong>cargaba de pot<strong>en</strong>ciarlos a<br />
cada instante de mil maneras difer<strong>en</strong>tes, no pude v<strong>en</strong>cerlos. De la<br />
misma manera que no pude v<strong>en</strong>cer el amor años atrás cuando ella<br />
era casi una muchacha y yo estaba <strong>en</strong> la flor de la vida.<br />
Entonces mis manos también temblaban cuando la veía a través de la<br />
v<strong>en</strong>tana acercarse con un cesto de víveres <strong>en</strong> la cabeza, luego hacía<br />
girar la puerta sobre las oxidadas bisagras al abrirse produci<strong>en</strong>do un<br />
chirrido estrid<strong>en</strong>te como una carcajada diabólica. Eso era el chirrido,<br />
una carcajada del diablo que se reía porque de nuevo caeríamos <strong>en</strong> la<br />
t<strong>en</strong>tación de la carne.<br />
Carolina me ofrecía con una sonrisa inoc<strong>en</strong>te el cesto repleto de<br />
víveres que con un gesto elegante lo hacía desc<strong>en</strong>der de su cabeza y<br />
lo dejaba <strong>en</strong> el suelo.<br />
Aquellas visitas eran el motivo de mi felicidad y sufrimi<strong>en</strong>tos,<br />
despertaban <strong>en</strong> mí tantos conflictos internos, tal s<strong>en</strong>tido de<br />
culpabilidad que no t<strong>en</strong>ía más remedio que imponerme serias<br />
p<strong>en</strong>it<strong>en</strong>cias, pero, al mismo tiempo, me proporcionaban tantas ganas<br />
de vivir que sin ellas, tal vez, no hubiera soportado la soledad y me<br />
habría vuelto loco. Claro que aquello también era una locura.<br />
De cara al exterior, el secreto estaba bi<strong>en</strong> guardado, las visitas de<br />
Carolina no parecían despertar sospechas ni dar lugar a habladurías.<br />
Las visitas estaban justificadas, sus padres se <strong>en</strong>cargaban de<br />
v<strong>en</strong>derme víveres para la subsist<strong>en</strong>cia y ella era la portadora.<br />
Periódicam<strong>en</strong>te aparecía exuberante cual diosa de la fertilidad y me<br />
ofrecía los frutos de la tierra junto con la fruta prohibida de su cuerpo.<br />
Cinco largos años de placeres y torm<strong>en</strong>tos, de gozo y arrep<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to,<br />
de firmes propósitos de ruptura, de continuos deslices y más<br />
arrep<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to.<br />
Durante el invierno pasaba largas horas <strong>en</strong> el confesionario<br />
escuchando las conci<strong>en</strong>cias humanas, participando de las angustias y<br />
conflictos de los demás, de los deseos reprimidos, los arrebatos<br />
producidos por falta de reflexión, por la debilidad de la voluntad, por el<br />
miedo y tantas otras cosas a las que se les daba el nombre de<br />
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