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Descargar en formato PDF (e-book) - Leonides Alonso

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Además de las señales del cielo estaban las señales del r<strong>en</strong>ubeiro,<br />

que era un misterioso hombre de carne y hueso que andaba por las<br />

montañas pero que jamás se acercaba demasiado a los pueblos,<br />

solam<strong>en</strong>te se dejaba ver por los pastores <strong>en</strong> ocasiones y su pres<strong>en</strong>cia<br />

era señal inequívoca de terribles torm<strong>en</strong>tas, de esas que arrasaban los<br />

campos, que dejaban los árboles tronchados que v<strong>en</strong>ían<br />

acompañadas de piedras de granito tan grandes que eran capaces de<br />

matar a los bueyes.<br />

Me contó un anciano que cuando él era jov<strong>en</strong>, mi<strong>en</strong>tras segaban el<br />

c<strong>en</strong>t<strong>en</strong>o, allá por la fiesta de Santiago, a pesar de que hacía un sol<br />

espléndido y nadie sospechaba que pudiera acercarse una torm<strong>en</strong>ta,<br />

apareció un nubarrón gris del que desc<strong>en</strong>dió un hombre con camisa<br />

blanca, un hombre desconocido que trepaba por las montañas con la<br />

velocidad de un gato y que desapareció <strong>en</strong>tre la espesura de los<br />

arbustos para no volver a verle. Tras ese acontecimi<strong>en</strong>to, <strong>en</strong> cuestión<br />

minutos el cielo se pobló de terroríficas nubes negras y se<br />

des<strong>en</strong>cad<strong>en</strong>ó una terrible torm<strong>en</strong>ta de granizo de la que salieron vivos<br />

gracias a que se protegieron las cabezas con las ollas <strong>en</strong> las que<br />

habían llevado el potaje, pero las ollas quedaron deformadas.<br />

Y que otra vez que el r<strong>en</strong>ubeiro apareció <strong>en</strong> semejantes condiciones se<br />

des<strong>en</strong>cad<strong>en</strong>ó una torm<strong>en</strong>ta de agua tan abundante que arrastró<br />

toneladas de tierra del camino dejando descubiertas dos <strong>en</strong>ormes<br />

vasijas romanas de barro ll<strong>en</strong>as de monedas de oro que habían<br />

permanecido ocultas desde el as<strong>en</strong>tami<strong>en</strong>to romano sin que nadie<br />

tuviera noticia del magnifico tesoro. Tan grandes eran las vasijas que<br />

al extraerlas el camino quedó intransitable hasta que los hombres del<br />

pueblo lo reconstruyeron rell<strong>en</strong>ando los huecos con tierra.<br />

Pero ese historia se acerca más a la imaginación popular que a la<br />

propia historia; cuando le pregunté que habían hecho con el tesoro no<br />

supo que responder. Seguram<strong>en</strong>te, aquello que explicaba como<br />

experi<strong>en</strong>cia personal no era más que una ley<strong>en</strong>da que se había ido<br />

transmiti<strong>en</strong>do de boca <strong>en</strong> boca hasta que la m<strong>en</strong>te de anciano, un<br />

tanto infantil por la s<strong>en</strong>ectud acabó admitiéndola como experi<strong>en</strong>cia<br />

propia.<br />

Los meses de Junio y Julio eran meses de recogida: c<strong>en</strong>t<strong>en</strong>o y h<strong>en</strong>o. El<br />

c<strong>en</strong>t<strong>en</strong>o se sembraba <strong>en</strong> Octubre y se abandonaba a la mano de la<br />

nieve que con su manto blanco lo <strong>en</strong>volvía de Octubre a Abril o Mayo,<br />

dep<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do del año. Cuando la nieve se fundía, el c<strong>en</strong>t<strong>en</strong>o se<br />

desarrollaba con gran velocidad, florecía, daba fruto y se secaba<br />

cuando el verano llegaba a su pl<strong>en</strong>itud, cuando <strong>en</strong> el cielo la vía<br />

láctea señalaba el camino de Santiago.<br />

Las hortalizas de Aira da Pedra se regían por un ciclo difer<strong>en</strong>te, se<br />

sembraban <strong>en</strong> Marzo cuando remitían las heladas y maduraban <strong>en</strong><br />

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