EL ÚLTIMO ENIGMA JOAN MANUEL GISBERT
EL ÚLTIMO ENIGMA JOAN MANUEL GISBERT
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PERDIDOS EN UN LABERINTO<br />
El carruaje en el que iban el doctor Palmaert y Bartolomé Loos se detuvo ante una mansión<br />
grande y acomodada de un barrio algo apartado. Era la casa del abogado.<br />
Antes de que descendieran del vehículo, Loos, más afectado que en los momentos<br />
anteriores, le dijo al médico:<br />
- Ahora podrá usted ver los estragos que el Enigma está causando. Confío en que su<br />
experiencia y sus conocimientos le permitan ayudar a mis desdichados amigos.<br />
Palmaert guardó silencio. Estaba tenso y parecía haber decidido no preguntar ni decir<br />
nada más acerca del aquel extraño asunto hasta tener una opinión basada en hechos.<br />
Un viejo criado que sostenía un farol encendido se acercó solícito al carruaje. Loos le<br />
preguntó enseguida:<br />
- ¿Algún cambio en el estado de los enfermos?<br />
- Nada que yo haya podido notar, señor.<br />
Entraron en un gran vestíbulo tenuemente iluminado. Loos le confió con gravedad al<br />
médico:<br />
- En seis habitaciones distintas de esta casa están alojados desde hace algunos días seis de<br />
los Maestros de nuestra Hermandad. Todos ellos recibieron el texto del Enigma. Era un<br />
supremo desafío, una prueba largo tiempo esperada, una tentación irresistible. Y algo<br />
más -añadió sombríamente el abogado-: un pozo negro, un perverso laberinto, una<br />
trampa. El enigma de Salomón ha resultado ser mucho más peligroso de lo que creíamos.<br />
Sus mentes han ido quedando invadidas, extraviadas, como si el Enigma fuese un<br />
laberinto donde el pensamiento se pierde sin remedio.<br />
- Déjeme examinar a esos hombres -pidió Palmaert, con impaciencia.<br />
- Hay una mujer entre ellos -aclaró Loos.<br />
- ¿Una mujer? -dijo el doctor, extrañado, y añadió enseguida-: La veré primero a ella.<br />
Vamos.<br />
Avanzaron por un largo y amplio corredor hasta llegar a una de las diversas puertas<br />
cerradas que había a ambos lados. Antes de entrar, Palmaert preguntó:<br />
- ¿Hay alguien dentro con la enferm?<br />
- No, la servidumbre de que dispongo es escasa -dijo Loos, excusándose, a la vez que<br />
iniciaba la entrada en la habitación.<br />
- Espere -añadió Palmaert-. El primer examen quisiera hacerlo a solas. Este es siempre mi<br />
modo de actuar.<br />
- ¿También en una situación como esta? -opuso Loos, sorprendido.<br />
- Con más razón. Además, es mi costumbre. No la cambio nunca, por nada.<br />
- Como quiera -accedió Loos, aunque con cierta extrañeza-. Pero sepa que algunas de esas<br />
personas están sumidas en estados de temor y desamparo. No sé cómo reaccionarán<br />
cuando le vean entrar, si es que están conscientes.<br />
- No se preocupe -dijo Palmaert, expeditivo-. Sé lo que tengo que hacer. No está hablando<br />
usted con un principiante.<br />
- Perdone -murmuró el abogado, mientras Palmaert entraba en el dormitorio y cerraba la<br />
puerta tras de sí.