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EL ÚLTIMO ENIGMA JOAN MANUEL GISBERT

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<strong>EL</strong> DIAGNÓSTICO DE JACOB PALMAERT<br />

- Sería cruel por mi parte darle a usted esperanzas infundadas -le dijo Palmaert al letrado<br />

Loos-. He reconocido suficientemente a sus amigos, he estudiado cada caso con<br />

detenimiento, hasta la obsesión, y no creo que haya forma humana de volver a iluminar<br />

la oscuridad de sus mentes.<br />

Los dos hombres se encontraban en el suntuoso despacho privado del médico. Loos había<br />

ido a visitarle al anochecer, cargado de malos presentimientos. La conversación entre<br />

ambos se había prolongado largamente.<br />

- El Enigma de Salomón, o lo que en su lugar ha circulado entre ustedes -prosiguió<br />

Palmaert-, ha resultado ser, ciertamente, un abismo que crece dentro del pensamiento<br />

hasta devorarlo. Sus amigos buscaban el secreto universal, y lo que han encontrado es un<br />

infierno que ha dejado sus almas dislocadas.<br />

- Tantos hombres de talento perdidos para la actividad del pensamiento -suspiró Loos<br />

amargamente-: astrónomos, matemáticos, profesores de lógica, gramáticos, retóricos,<br />

eruditos en variadas ramas del saber y de la ciencia. Todas esas trayectorias de estudio y<br />

superación destruidas en unas semanas. Es demasiado horrible para asimilarlo.<br />

- Y la mujer, Sofía, ¿cuál era su actividad, si es que tenía alguna, aparte de su dedicación al<br />

arte de la enigmística?<br />

Loos no respondió enseguida y, cuando lo hizo, entregó las palabras con mucha<br />

precaución.<br />

- Ella constituye el caso más singular. Nunca hubo mujeres en la Hermandad. Pero Sofía<br />

rompió la norma. Es una persona extraordinaria. Quizá por ello ha enloquecido de una<br />

forma distinta a los demás.<br />

Palmaert se irguió un poco en su asiento.<br />

- ¿Podría aclararme mejor lo que ha dicho, señor Loos?<br />

- Hubo un tiempo en que ella aterrorizaba a ciertas personas con sus extraños poderes.<br />

- ¿En qué consistían esos poderes? -preguntó el médico, en un tono un poco escéptico y<br />

distante.<br />

- Ella percibía el olor de la maldad, las intenciones perversas, lo peor que los ojos de la<br />

gente revelaban. Pero dejó de explotar ese don que a ella misma espantaba y concentró<br />

toda su voluntad en al ciencia de los enigmas y en la búsqueda del texto de Salomón.<br />

- Lamento que ya no pueda hacer nada de eso -dijo Palmaert con mal disimulada<br />

indiferencia-. Bien, será preciso hablar de cuestiones prácticas. ¿Qué piensa usted hacer<br />

con sus amigos enfermos? Le están suponiendo una carga excesiva. Su casa y su<br />

menguada servidumbre no ofrecen condiciones para atender a un grupo tan numeroso<br />

de personas enajenadas.<br />

- ¿Qué sugiere usted? -preguntó Loos, con el aire de quien es incapaz de verle salida al<br />

problema que lo está abrumando-. En el estado en que se encuentran no puedo<br />

devolverlos a sus ciudades de origen.<br />

- Eso sería totalmente desaconsejable, desde luego -dijo el médico.<br />

- Entonces, ¿qué se puede hacer?<br />

- En Malinas y Lovaina existen instituciones donde podrían ser internados. No es fácil<br />

ingresar en esos sitios, pero con mi influencia sería posible lograrlo sin muchas<br />

dificultades. Son lugares muy poco agradables, desde luego. A nadie le desearía tener

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