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EL ÚLTIMO ENIGMA JOAN MANUEL GISBERT

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Aquella era la prueba definitiva.<br />

La decisiva conversación entre el médico y el colaborador de la Inquisición Lucas Lauchen<br />

había comenzado en el despacho privado de Palmaert. Mientras, los dos asesinos<br />

profesionales a las que a veces recurría Lauchen se habían tumbado un rato en un cuarto<br />

de descanso.<br />

- El texto del supuesto Enigma de Salomón ha tenido un efecto devastador -informaba el<br />

doctor-. Puede ya decirse que la Hermandad ha dejado de existir.<br />

- Como si una maldición se hubiese abatido sobre sus miembros, ¿verdad? -preguntó<br />

Lauchen.<br />

- En cierto modo -admitió Palmaert-, aunque el instrumento ha sido el enunciado de un<br />

enigma enloquecedor.<br />

- Este es el final que les corresponde a los que se desvían del camino recto -sentenció<br />

Lauchen-. Ojalá que un día les ocurra algo parecido, o peor, a los Hermanos del Espíritu<br />

Santo, a los brujos cabalistas, a los iluminados, a los reformistas, a los adoradores del<br />

Zodíaco y a todos los que oscurecen el brillo de la auténtica fe.<br />

- La Hermandad del Enigma de Salomón -dijo Palmaert- no podrá ya oscurecer nada.<br />

- El caso está pues maduro para ser presentado al Tribunal. Pero queda aún un cabo suelto,<br />

un enojoso aspecto todavía fuera de control: Juan de Utrecht.<br />

- ¿Qué sabe de él?<br />

- Menos de lo que quisiera. Su comportamiento es desconcertante. Se diría que su mente<br />

también se ha desquiciado. Se marchó precipitadamente de Amberes sin celebrar la<br />

entrevista convenida con el canónigo Leiden, que fue quien lo trató todo con él desde el<br />

primer momento. Luego ha seguido actuando más como lo haría un espía o un fugitivo<br />

que de la manera que es de esperar de un aliado.<br />

- ¿Por qué no llamarlo, lisa y llanamente, traidor? -sugirió Palmaert, más apegado a lo<br />

práctico.<br />

- Ese nombre ya se lo darán los suyos, esos perseguidores de enigmas. Pero, para los fines<br />

que yo represento, Juan de Utrecht ha sido el Ángel Exterminador, el propagador de la<br />

epidemia. Tenía previsto que él nos acompañara al Tribunal, pero vamos a prescindir de<br />

su testificación. Su conducta anormal no augura nada bueno. Cuando aparezca quizá nos<br />

obligue a tomar decisiones muy extremas.<br />

- Estoy convencido de que Juan de Utrecht no tardará en presentarse en esta casa -dijo<br />

Palmaert.<br />

- ¿Por qué está usted tan seguro de que vendrá precisamente aquí? -quiso saber Lucas<br />

Lauchen.<br />

- Porque averiguará que por aquí ha pasado su discípulo.<br />

Lauchen se irguió súbitamente en el sillón.<br />

- Eso no es posible. ¿Cuándo estuvo aquí ese muchacho?<br />

- Está todavía. Pero habrá que tomar una decisión. Sabe demasiado, ¿no?<br />

Lauchen no salía de su asombro y temía encontrarse con alguna contrariedad inesperada.<br />

Pero estaba muy seguro cuando dijo:<br />

- Perdone, pero lo que usted dice no puede ser verdad en modo alguno.<br />

- ¿Por qué? -preguntó Palmaert, seguro de que el otro estaba confundido.

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