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EL ÚLTIMO ENIGMA JOAN MANUEL GISBERT

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ANTE <strong>EL</strong> FUEGO<br />

Ismael no había tardado mucho en dar media vuelta y cabalgar de nuevo en dirección a<br />

Brujas. Cuidando mucho de no quedar expuesto a una nueva artimaña del hombre en<br />

quien tenía depositadas sus esperanzas, lo seguía a distancia.<br />

Se había convencido de que no necesitaba tenerlo al alcance de la vista. Podía dejarle una<br />

hora de ventaja. O dos. O pasearse sin verlo casi toda la jornada y no perderle por ello la<br />

pista. Podía incluso permitirse el lujo de tomar el camino real, mucho más seguro, y<br />

adelantarlo.<br />

El muchacho sabía que si había un lugar en la ruta de Brujas donde el Maestro de Enigmas<br />

pudiera quedarse a descansar unas horas, y darle reposo también a su bien adiestrado<br />

caballo, ese sitio era el Albergue de Flandes. Las demás posada eran demasiado<br />

nauseabundas y cochambrosas.<br />

Si llegaba al albergue antes del anochecer, Ismael sabía que contaría con muchas<br />

posibilidades de coincidir allí con el enigmático personaje.<br />

Los cálculos del muchacho resultaron acertados. El caballo pardo del ojo izquierdo<br />

aureolado y el hombre que lo montaba aparecieron ya entrada la noche en las<br />

proximidades del establecimiento.<br />

Ismael, apostado en un lugar estratégico, los vio sin llegar a ser descubierto.<br />

Antes de entrar en el edificio, el Maestro de Utrecht tomó ciertas precauciones. Estuvo un<br />

rato, en actitud furtiva, mirando al interior por las ventanas. Luego confió el caballo al<br />

mozo de las cuadras y, cargando un fardo medianamente abultado, entró con rapidez en la<br />

posada.<br />

No se detuvo más que un momento en la taberna y subió enseguida a la planta de<br />

hospedaje. Ahora era Ismael quien observaba a través de una ventana.<br />

Decidió esperar un poco, no demasiado. Estaba impaciente, ansioso y también un tanto<br />

desanimado. Si fracasaba una segunda vez en su tentativa, quizá ya sería cuestión de ir<br />

pensando en dejarlo. Tal vez estaba persiguiendo alzo inalcanzable.<br />

Más tarde, sacudiéndose de encima aquellas ideas pesimistas, entró en el Albergue de<br />

Flandes.<br />

La taberna estaba poco concurrida. Un hombre viejo trasteaba detrás de un mostrador<br />

atestado de cacharros. A él se dirigió:<br />

- Buenas noches nos de Dios. ¿En qué habitación se aloja mi señor, el caballero que llegó<br />

hace un rato, cuyo honorable nombre es Juan de Utrecht?<br />

- No me ha dicho que lo acompañara nadie -replicó el hombre, molesto por el olvido del<br />

huésped.<br />

- No importa -improvisó Ismael en el acto-. Estoy acostumbrado a dormir en cualquier<br />

parte. Pero antes tengo que hablarle.<br />

- Ha pedido comida más que suficiente para dos. Supongo que te dará algo. Si no, vuelve<br />

por aquí. Si el caballero se hace cargo del gasto, en la cocina encontraremos algún bocado<br />

para ti y tendrás un jergón donde dormir.<br />

- Gracias señor. ¿Cuál es la habitación?<br />

- En el piso de arriba. La puerta que está en el centro de la galería.<br />

- Con permiso, allá voy.

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