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Evely. Eternizar la vida

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Jesús decía que para curar hacía falta tener fe. Hacía<br />

falta, pues, que el enfermo cambiara, no que Jesús le<br />

cambiara. Hacía falta que cambiara de nivel, de orientación,<br />

de voluntad profunda; en una pa<strong>la</strong>bra, que cambiara<br />

de fe. Al acercarse a Jesús, manifestaba que tenía<br />

fe en él, que esperaba que Dios actuaría por <strong>la</strong> fe de<br />

Jesús. Pero comprendía que Dios podía actuar en él a<br />

partir de su propia fe. F<strong>la</strong>co servicio le habría hecho<br />

Jesús creyendo por él.<br />

Lo que nos ocurre se nos asemeja o se nos asemejará,<br />

pues haremos de ello algo que será asimi<strong>la</strong>do por nosotros,<br />

integrado en nosotros mismos. De alguna manera,<br />

somos responsables de ello.<br />

Yo considero que existe una sorprendente evidencia:<br />

todos somos, en definitiva, lo que hemos querido ser.<br />

Somos nosotros quienes damos su sentido a nuestra <strong>vida</strong>.<br />

La prueba es que ¿quién estaría dispuesto a cambiar su<br />

suerte por <strong>la</strong> de otro? No cambiar su salud, su fortuna,<br />

su inteligencia, su marido, su mujer. No, lo que yo digo<br />

es intercambiar su ser con el de otro. Pues bien, nunca<br />

he encontrado a nadie que lo deseara. Yo, por mi parte,<br />

a pesar de todas mis ambiciones, nunca he deseado<br />

cambiar de ser. Si lo que digo es cierto, ello significa<br />

que en lo más profundo de nosotros mismos somos exactamente<br />

lo que queremos ser; significa que cada uno de<br />

nosotros, aun sin proponérselo, se siente a gusto con su<br />

propia identidad. Nuestra <strong>vida</strong>, tal como es, reve<strong>la</strong> nuestros<br />

deseos y nuestra voluntad. Sólo hay un medio de<br />

cambiar<strong>la</strong>: cambiar de voluntad.<br />

Si echamos sobre otros <strong>la</strong> responsabilidad de nuestros<br />

actos, sobre nuestro marido, nuestra mujer, nuestro<br />

entorno, Dios o el diablo, jamás cambiaremos, lo que<br />

significa que, en definitiva, aun cuando a veces afirmemos<br />

lo contrario, nos sentimos muy bien como so-<br />

— 36 —<br />

mos. Debemos reconocernos en el espejo que nos presenta<br />

nuestra existencia. ¿Me he hecho a mí mismo o<br />

he consentido dejarme mode<strong>la</strong>r por el exterior? El único<br />

medio de saberlo es consultar nuestra voluntad profunda,<br />

nuestro verdadero ser. Pero, como por lo general vivimos<br />

superficialmente, sofocamos <strong>la</strong>s protestas de nuestro<br />

ser profundo y permanecemos sordos a sus l<strong>la</strong>madas.<br />

Poseemos dos «yoes»: uno que se agita en <strong>la</strong> periferia<br />

del alma, que reivindica, se afirma y vive con el temor<br />

de no alcanzar el reconocimiento. El otro es el yo central,<br />

profundo, que actúa también constantemente, pero<br />

con una intensidad tan serena que su inquieto compañero<br />

le cree pasivo, adormi<strong>la</strong>do. Existen, por tanto, el yo<br />

superficial, ligero como <strong>la</strong> espuma, y el yo profundo,<br />

que es el tiempo de Dios, esbozo y capacidad de Dios.<br />

¿Cuál de ellos elegimos ser?<br />

Lo esencial del hombre se encuentra en el lugar de<br />

confluencia entre Dios y él. Ése es el sentido profundo<br />

de esta frase: «Creed que cualquier cosa que pidáis a<br />

Dios, ya <strong>la</strong> habéis recibido». Todo está en nuestro interior.<br />

Si lo creemos, nuestra voluntad profunda será<br />

siempre eficaz. A ese nivel, nada nos será imposible.<br />

La fe no procede de <strong>la</strong> voluntad o de <strong>la</strong> reflexión mental,<br />

es una realidad en nuestro cuerpo, una certidumbre viva<br />

de nuestro ser.<br />

Jesús nos hizo una reve<strong>la</strong>ción revolucionaria, tanto<br />

para su época como para <strong>la</strong> nuestra: cada hombre es hijo<br />

de Dios y está l<strong>la</strong>mado a <strong>la</strong> divinización. Cada hombre<br />

es el lugar de una oferta permanente de Dios. Jesús nos<br />

dice: «Estáis salvados, estáis perdonados, el reino de<br />

Dios está en vosotros si aceptáis creer en él, abriros a<br />

él, que él os haga vivir. No tenéis que hacerlo venir,<br />

está ahí, dentro de vosotros. Tenéis que explorarlo, ana-<br />

— 37 —

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