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emile zola - Dirección General de Bibliotecas - Consejo Nacional ...

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EMILE ZOLA<br />

La caída<br />

<strong>de</strong>l abate Mouret<br />

En el parterre fue aquello una gran emoción; el viejo jardín<br />

les daba escolta. Vasto campo brotando a su albedrio albedrío hacía<br />

un siglo, era un rincón <strong>de</strong>l paraíso don<strong>de</strong> el viento sembraba<br />

las flores más raras. La dichosa paz <strong>de</strong>l Paradou, durmiendo<br />

bajo el omnipotente sol, impedía la <strong>de</strong>generación <strong>de</strong> las<br />

especies. :ies. Había allí una temperatura igual y una tierra que<br />

cada planta planta había largamente abonado para vivir en el<br />

silencio icio <strong>de</strong> su fuerza.<br />

La .a vegetación era enorme, soberbia, po<strong>de</strong>rosamente in¬ inculta,<br />

i, con florescencias monstruosas, <strong>de</strong>sconocidas <strong>de</strong> la<br />

azada la y la poda<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> los jardines. Entregada a sí misma,<br />

libre <strong>de</strong> crecer sin trabas, en el fondo <strong>de</strong> aquella soledad,<br />

resguardada ¡uardada por abrigos naturales, la naturaleza se abandonabamás<br />

más cada primavera, tomaba un un vigor formidable,<br />

r<br />

recreándose eándose en ofrecer en toda estación ramos extraños<br />

que ninguna mano <strong>de</strong>bía coger.<br />

Parecía tener furioso empeño en transformar lo que el<br />

esfuerzo <strong>de</strong>l hombre había creado; se rebelaba, lanzando<br />

a la <strong>de</strong>sbandada flores en medio <strong>de</strong> las alamedas, atacando<br />

los peñascos con la ola <strong>de</strong>sbordante <strong>de</strong> sus musgos,<br />

enroscándose al cuello <strong>de</strong> los mármoles que abatía<br />

con ayuda <strong>de</strong> la cuerda flexible <strong>de</strong> sus plantas trepadoras;<br />

rompiendo las losas <strong>de</strong> los estanques, <strong>de</strong> las escaleras,<br />

<strong>de</strong> las terrazas, hundiendo arbustos en los intersticios;<br />

encaramándose allí don<strong>de</strong> había la menor partícula <strong>de</strong><br />

tierra vegetal, abonándosela a su gusto y plantando en<br />

elia, como ban<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> rebelión, alguna simiente recogida<br />

<strong>de</strong>l camino, una sencilla planta <strong>de</strong> la cual hacía una verdura<br />

gigantesca.<br />

giBdiiiesca.<br />

Anteriormente, el parterre, cuidado por un amo que que<br />

tenía lía la pasión <strong>de</strong> las flores, mostraba en macizos bien<br />

formados lados una maravillosa colección <strong>de</strong> plantas. Ahora se<br />

encontraban intraban las mismas plantas, pero perpetuadas,<br />

convertidas invertidas en familias tan innumerables y tan esparcidas<br />

y revueltas por los cuatro ángulos <strong>de</strong>l jardín, que este no<br />

era más que un guirigay, una escuela matorralesca, un<br />

lugar sospechoso don<strong>de</strong> la naturaleza embriagada tenía<br />

hipos <strong>de</strong> verbena y clavel.<br />

Albina conducía a Sergio, aun aun cuando pareciese abandonada<br />

a él, débil, y sosteniéndose en su hombro.<br />

* Las páginas que siguen son sólo algunas <strong>de</strong> las muchas que ocupan<br />

en La caída <strong>de</strong>l abate Mouret esa asombrosa <strong>de</strong>scripción <strong>de</strong> Le Paradou<br />

(El Paraíso), el jardín extraordinario en que tenían lugar los amores<br />

pecaminosos <strong>de</strong> los personajes <strong>de</strong> la novela.<br />

(FRAGMENTO)<br />

E.L.<br />

Émile Zola en 1876<br />

Primeramente le llevó a la gruta, allá en el fondo, entre<br />

un grupo <strong>de</strong> álamos y sauces por entre los que corrían<br />

hilillos <strong>de</strong> agua serpenteando entre las piedras <strong>de</strong>sprendidas<br />

<strong>de</strong>l pilón <strong>de</strong> una fuentecilla. La gruta casi<br />

<strong>de</strong>saparecía entre el follaje. Hilados <strong>de</strong> rosas y <strong>de</strong><br />

escaramujos parecían impedir la entrada, formando una<br />

verja <strong>de</strong> flores rojas, amarillas, blancas, cuyos pendúculos<br />

se perdían entre ortigas colosales, <strong>de</strong> un ver<strong>de</strong> bronce.<br />

Era una exuberancia prodigiosa; jazmines estrellados,<br />

con sus suaves flores; glicinios, con hojas <strong>de</strong> bordados;<br />

hiedras tupidas, recortadas como tela barnizada; ligeras<br />

madreselvas, acribilladas <strong>de</strong> sus estambres coralíneos;<br />

amorosas clemáti<strong>de</strong>s, extendiendo sus brazos, luciendo<br />

sus penachos blancos, y otras plantas trepadoras enlazando<br />

a éstas, ligándolas aún más, tejiéndolas en una<br />

trama odorífera.<br />

Las capuchinas <strong>de</strong> carnes verdosas y <strong>de</strong>snudas, abrían<br />

sus bocas <strong>de</strong> oro rojizo. Las campánulas, mostrando el

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