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El relojero ciego - Fieras, alimañas y sabandijas

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localización por ecos, para ellos, podría ser, en gran medida,<br />

como ver para nosotros. Somos animales tan profundamente visuales<br />

que raramente nos damos cuenta de la tarea tan compleja<br />

que es ver. Los objetos están «ahí fuera», y pensamos que<br />

los «vemos» ahí fuera. Pero sospecho que, en realidad, nuestra<br />

percepción visual es un elaborado modelo del ordenador del cerebro,<br />

construido sobre la base de la información que procede<br />

del exterior, transformada de forma que pueda ser utilizada. Las<br />

diferencias en las longitudes de onda de la luz externa se codifican<br />

como diferencias de «CO1OP> en el modelo del ordenador<br />

cerebral. La forma y otros atributos son codificados de igual manera,<br />

para poder ser manejados. La sensación de ver es, para<br />

nosotros, muy diferente de la sensación de oír, pero esto no<br />

puede deberse directamente a las diferencias físicas entre la luz<br />

y el sonido. Tanto la luz como el sonido son, después de todo,<br />

transmitidas por los respectivos órganos de los sentidos con el<br />

mismo tipo de impulsos nerviosos. Es imposible decir, a partir<br />

de los atributos físicos de un impulso nervioso, si lo que se está<br />

transmitiendo es información sobre la luz, el sonido o el olor.<br />

La razón por la que la sensación de ver es tan diferente de la<br />

de oír, y de la de oler, es porque el cerebro encuentra conveniente<br />

utilizar distintos tipos de modelos internos para el mundo<br />

visual, el del sonido y el del olor. Debido a que nosotros utilizamos<br />

internamente nuestra información visual y auditiva de distinta<br />

forma y con distintos fines, es por lo que las sensaciones<br />

de ver y oír son tan diferentes. No por las diferencias físicas<br />

entre la luz y el sonido.<br />

Pero un murciélago utiliza la información sonora con el mismo<br />

fin que nosotros utilizamos la información visual. Utiliza los sonidos<br />

para percibir, y actualizar continuamente su percepción de<br />

la posición de los objetos en el espacio tridimensional, de la<br />

misma forma que nosotros utilizamos la luz. <strong>El</strong> modelo de ordenador<br />

interno necesario, por tanto, sería uno apropiado para<br />

la representación interna de los cambios de posición de los objetos<br />

en un espacio tridimensional. <strong>El</strong> punto al que quiero llegar<br />

es que la forma como adquiere un animal una experiencia<br />

subjetiva es una propiedad de su modelo de ordenador interno.<br />

Este modelo se selecciona, durante la evolución, por su conveniencia<br />

para una representación interna útil, prescindiendo de<br />

los estímulos físicos procedentes del exterior. Los murciélagos,<br />

y nosotros, necesitamos el mismo modelo interno de ordenador<br />

para representar los objetos en un espacio tridimensional. <strong>El</strong><br />

hecho de que los murciélagos lo construyan con ayuda de los<br />

ecos, mientras que nosotros lo hacemos con ayuda de la luz, es<br />

irrelevante. La información del exterior es, en cualquier caso,<br />

traducida al mismo tipo de impulsos nerviosos en su camino<br />

hacia el cerebro.<br />

Mi hipótesis, por tanto, es que el murciélago «ve», en gran<br />

medida, de la misma manera que lo hacemos nosotros, aun<br />

cuando el medio físico por el que el mundo de «ahí fuera» es<br />

traducido en impulsos nerviosos sea tan diferente: ultrasonidos<br />

en lugar de luz. Los murciélagos podrían utilizar, incluso, las<br />

sensaciones que llamamos color para sus fines, para representar<br />

diferencias en el mundo exterior que no tienen nada que ver<br />

con la fisica de las longitudes de onda, pero que juegan un papel<br />

funcional para el murciélago, similar al que juegan los colores<br />

para nosotros. Quizá los murciélagos machos tengan una superficie<br />

corporal de una textura sutil, de forma que los ecos que se<br />

reflejan en ellas hagan que sean percibidos por las hembras como<br />

vistosamente coloreada, el equivalente sonoro al plumaje nupcial<br />

de un ave del paraíso. No lo digo como una vaga metáfora.<br />

Es posible que la sensación subjetiva experimentada por un murciélago<br />

hembra cuando percibe a un macho sea realmente, por<br />

un decir, rojo brillante: la misma sensación que yo experimento<br />

cuando veo un flamenco, O, cuando menos, la sensación que<br />

un murciélago tiene sobre su pareja puede que no se diferencie<br />

de la sensación visual que me produce a mí un flamenco, más<br />

que lo que ésta se diferencia de la sensación visual que un flamenco<br />

produce en otro flamenco.<br />

Donald Griffin cuenta lo que le ocurrió a él y a su colega<br />

Robert Galambos, cuando describieron en 1940, por vez primera,<br />

en una reunión de asombrados zoólogos, su descubrimiento<br />

de la ecolocalización en los murciélagos. Un distinguido científico<br />

estaba tan indignado y se mostraba tan incrédulo que<br />

agarró a Galambos por los hombros y le sacudió, mientras se quejaba<br />

de que probablemente nosotros no queríamos hacer tan desaforada<br />

sugerencia. <strong>El</strong> radar y el sonar eran todavía desarrollos<br />

muy secretos de la tecnología militar, y la noción de que los murciélagos<br />

pudieran hacer algo aunque fuese remotamente análogo<br />

a los últimos triunfos de la ingeniería electrónica, sorprendió a<br />

mucha gente que lo consideró no sólo improbable sino emocionalmente<br />

repugnante.<br />

Es fácil simpatizar con el distinguido escéptico. Hay algo muy<br />

humano en su rechazo a creer. Y esto, realmente, lo define: humano<br />

es precisamente lo que es. Es precisamente debido a que<br />

nuestros sentidos humanos no son capaces de hacer lo que hacen<br />

los murciélagos por lo que lo encontramos difícil de creer. Debido<br />

a que nosotros sólo podemos comprenderlo a nivel de ins­

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