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El relojero ciego - Fieras, alimañas y sabandijas

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Explicar es un arte difícil. Se puede explicar algo de forma<br />

que el lector comprenda las palabras, o de forma que el lector<br />

lo sienta en la médula de sus huesos. Para hacer esto último, a<br />

veces no es suficiente presentar la evidencia ante el lector de<br />

una manera desapasionada. Hay que transformarse en abogado<br />

y utilizar los trucos de la abogacía. Este libro no es un tratado<br />

científico desapasionado. Otros libros sobre el darwinismo lo son,<br />

muchos de ellos excelentes e informativos, y deberían leerse juntamente<br />

con éste. Lejos de ser desapasionado, tengo que confesar<br />

que algunas partes de este libro están escritas con una pasión<br />

que, en una revista científica profesional, podría provocar<br />

comentarios. Por supuesto, se trata de informar pero también<br />

se trata de persuadir e incluso —se puede decir el propósito sin<br />

presunción-- inspirar. Quiero inspirar al lector una visión de<br />

nuestra propia existencia, confrontada como un misterio escalofriante,<br />

y transmitirle, simultáneamente, toda la excitación del<br />

hecho de que se trata de un misterio con una solución elegante<br />

a nuestro alcance. Además, quiero persuadir al lector, no sólo<br />

de que la visión darwiniana del mundo es cierta, sino de que es<br />

la única teoría conocida que, en principio, podría resolver el misterio<br />

de nuestra existencia. Esto la convierte en una teoría doblemente<br />

satisfactoria. Un buen planteamiento podría ser que el<br />

darwinismo fuese cierto no sólo en este planeta sino en todos<br />

los del universo en los que pudiera hallarse vida.<br />

Hay un aspecto que me separa de los abogados profesionales.<br />

A un abogado o a un político se les paga para que ejerciten<br />

su pasión o persuasión en nombre de un cliente o de una causa<br />

en la cual puede que no crean en privado. Yo nunca he hecho<br />

esto ni lo haré. Puede que no siempre esté en lo cierto pero<br />

me preocupo intensamente de lo que es verdad y nunca digo<br />

algo que no crea que sea cierto. Recuerdo haber quedado impresionado<br />

durante una visita a una asociación universitaria para<br />

discutir con unos creacionistas. En la cena, después del debate,<br />

estaba sentado junto a una mujer joven, que había pronunciado<br />

un discurso mis o menos apasionado en favor del creacionismo.<br />

Era obvio que no podia ser una creacionista, por lo que le<br />

pedí que me dijera honestamente por qué lo había hecho. Admitió<br />

que, simplemente, estaba practicando su habilidad en el<br />

debate, y encontró más desafiante defender una posición en la<br />

que no creía. Al parecer, es una práctica frecuente de estas asociaciones<br />

universitarias decir a los oradores de qué lado tienen<br />

que estar. Sus propias creencias no entran en juego. He recorrido<br />

un largo camino para realizar la desagradable tarea de hablar<br />

en público, porque creo en la veracidad del tema que se me<br />

pide que defienda. Cuando descubrí que los miembros de esa<br />

sociedad utilizaban un tema como vehículo para practicar juegos<br />

de palabras, decidí rechazar futuras invitaciones de esta clase<br />

de asociaciones que fomentan una defensa falsa de principios<br />

en los que está en juego una verdad científica.<br />

Por razones que no tengo del todo claras, el darwinismo parece<br />

necesitar una defensa mayor que otras verdades establecidas<br />

de manera similar en otras ramas de la ciencia. Muchos de<br />

nosotros no comprendemos la teoría cuántica, o las teorías de<br />

Einstein sobre la relatividad general y especial, pero esto no nos<br />

lleva a oponernos a estas teorías. <strong>El</strong> darwinismo, a diferencia del<br />

«cinsteinismo», aparece contemplado como un hermoso juego<br />

por aquellos críticos que muestran un cierto grado de ignorancia.<br />

Supongo que un problema con el darwinismo, como Jacques<br />

Monod observó con perspicacia, es que todo el mundo cree<br />

que lo comprende. Es, por supuesto, una teoría remarcadamente<br />

simple; bastante infantil, podría pensarse, en comparación con<br />

casi toda la física y las matemáticas. En esencia, equivale simplemente<br />

a la idea de que, donde hay posibilidades de que se<br />

produzcan variaciones hereditarias, la reproducción no aleatoria<br />

tiene consecuencias que pueden llegar lejos, si hay tiempo para<br />

que se acumulen. Aun así, tenemos buenos fundamentos para<br />

creer que esta simplicidad es decepcionante. No hay que olvidar<br />

que, aunque parezca una teoría simple, nadie pensó en ella<br />

hasta que lo hicieron Darwin y Wallacc, a mediados del siglo<br />

XIX, casi trescientos años después de los Principia de Newton, y<br />

más de dos mil años después de la medición de la Tierra por<br />

Eratóstenes. ¿Cómo una idea tan simple pudo permanecer oculta<br />

para pensadores del calibre de Newton, Galileo, Descartes,<br />

Leibn¡7, Hume y Aristóteles? ¿Por qué tuvo que esperar a dos<br />

naturalistas de la época victoriana? ¿Dónde se equivocaron los<br />

filósofos y matemáticos que la pasaron por alto? Y ¿cómo una<br />

idea tan importante no ha sido absorbida todavía en amplios sectores<br />

de la conciencia popular?<br />

Es casi como si el cerebro humano estuviese diseñado específicamente<br />

para no entender el darwinismo, o para encontrarlo<br />

difícil de creer. Tomemos, por ejemplo, el tema del «azar», dramatizado<br />

frecuentemente como el azar <strong>ciego</strong>. La mayoría de la<br />

gente que ataca el darwinismo se lanza con una vehemencia casi<br />

impropia hacia la idea errónea de que no hay otra cosa distinta<br />

del mero azar en esta teoría. Dado que la complejidad de los<br />

seres vivos encarna la antítesis total del azar, si se piensa esto<br />

del darwinismo, ¡resultará fácil refutarlo! Una de mis tarcas consistirá<br />

en destruir este mito tan ampliamente extendido de que el<br />

darwinismo es una teoría de «azar». Otro aspecto por el que<br />

parecemos predispuestos a no creer en el darwinismo es que

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