La historia 67 - Escritores Teocráticos.net
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<strong>La</strong> Historia <strong>67</strong> Tomás Hidalgo 2006<br />
del enemigo y al llegar encuentran muertos a sus enemigos quienes horas antes se<br />
habían ellos mismos causado la muerte cumpliéndose así la palabra de Jehová. ¿Por<br />
qué siendo solo un niño me gustaron esos episodios? En realidad aún no lo sé. Pero sí<br />
sé que este episodio fue bastante especial cuando solo unos pocos años después me<br />
hallaba quieto esperando cual sería el desenlace de tan peligrosa situación.<br />
Aquel día, —que menciono al comienzo de este relato—, parecía que se<br />
desarrollaría de manera normal. Era un domingo y esa mañana era distintamente<br />
brillante. Parecía que el sol había madrugado más que de costumbre en esa ocasión y<br />
era un día perfecto para las actividades que mi familia desarrollaría en esa jornada. Mi<br />
padre era anciano de congregación y esa tarde había sido invitado como conferenciante<br />
en dos congregaciones de la ciudad de Medellín. Decidimos que como familia<br />
saldríamos a acompañarlo. Una de las conferencias la tuvo en el extremo noroccidental<br />
de la ciudad. Sin novedades, mi padre presentó la conferencia, y tan pronto terminó nos<br />
dirigimos hacia el sur occidente para su segunda conferencia del día. Era un salón de<br />
tamaño mediano cuyo auditorio quedaba oculto de la entrada principal, pues había que<br />
recorrer un pequeño zaguán hacia la izquierda.<br />
—Buenas tardes hermano Antonio, lo estábamos esperando. Siéntase como en<br />
su casa. Bienvenidos todos —nos saludó el Anciano presidente de la congregación.<br />
—Buenas tardes hermano Orlando. —Mi padre conocía a varios de los<br />
hermanos de esa congregación.<br />
Después de los saludos de rigor, y tomar los datos del tema de la conferencia,<br />
nos pusimos a saludar a los hermanos que allí se encontraban. Habíamos llegado como<br />
unos veinte minutos antes de la hora en que comenzaría la reunión.<br />
—Venga hermano Antonio, le voy a presentar a un hermano muy especial.<br />
— ¿De quién se trata Orlando?<br />
—Ya lo verás.<br />
El hermano Orlando lleva a mi padre hacia delante y en una silla especialmente<br />
adaptada, se hallaba un hermano de avanzada edad cuyos ojos ya se habían apagado<br />
debido a los achaques propios de su vejez.<br />
—Mire hermano Antonio, le presento al hermano José Manuel Grave.<br />
— ¿José Manuel Grave? —dijo mi padre—. Me suena… Ah, ya sé ¡Pero si es el<br />
primer hermano que se hizo testigo en la ciudad! Vaya que sorpresa encontrarlo aquí en<br />
esta congregación.<br />
—Así es –contestó el hermano Grave— aquí estoy todavía dando guerra. Solo<br />
que ya no tengo las energías de hace años.<br />
—Pero usted ha ayudado a muchos a conocer la verdad, y su ejemplo de aguante<br />
es sobresaliente, y todos aquí hemos oído hablar de su celo por la verdad.<br />
— ¿Mi celo y aguante? De no haber sido por la ayuda de nuestro creador<br />
Jehová, realmente no hubiera tenido la fuerza para enfrentarme a todas las saetas<br />
encendidas que el enemigo ha lanzado sin misericordia sobre mi humanidad. Pero<br />
Jehová es bondadoso y se ha acordado de mí aún en los momentos más difíciles<br />
—Predicar en la ciudad era un desafío bastante grande en aquel entonces ¿No es<br />
así hermano Grave?<br />
—Es correcto, recuerdo en una ocasión que estaba predicando con un hermano<br />
misionero. Él no hablaba nada de español, y yo no sabía ni jota de inglés. Más o menos<br />
a media mañana una chusma de escolares vociferantes arremetió contra nosotros,<br />
lanzándonos piedras y puñados de barro. Yo sentía que había llegado mi final pues esa<br />
horda iracunda estaba bastante exaltada. Solo atiné a decirle a Jehová: Por favor Padre,<br />
ayúdanos. De repente, una puerta se abrió y sentí que me halaban de la mano y<br />
precipitadamente fuimos empujados hacia dentro de una casa. <strong>La</strong> dueña de ese hogar<br />
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