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Dickens, Charles - Oliver Twist.pdf - enclasedehistoria

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común acuerdo lo calificaron de pillete sin corazón y ordenaron a Bumble que lo<br />

quitase de su presencia cuanto antes.<br />

Aunque es muy natural que la junta, con doble motivo que nadie en el<br />

mundo, experimentara asombro y horror virtuosos ante la muestra más liviana<br />

de carencia de sensibilidad, es el caso que en la ocasión presente se equivocó de<br />

medio a medio. La verdad era que <strong>Oliver</strong>, lejos de adolecer de falta de<br />

sensibilidad, la poseía en grado máximo, aunque los malos tratos le habían<br />

puesto en camino de permanecer durante toda su vida en un estado de<br />

estupidez brutal y de idiotismo lamentable. Escuchó la noticia de su nuevo<br />

destino sin despegar los labios, y hecho su equipaje, operación por cierto poco<br />

costosa y de transporte sencillo, pues se reducía a un paquetito de papel de<br />

medio pie cuadrado por unas tres pulgadas de fondo, se encasquetó bien la<br />

gorra y siguió al excelso dignatario que debía conducirle a su nuevo teatro de<br />

torturas.<br />

Largo rato caminaron juntos sin que Bumble se dignara dirigir una palabra<br />

ni una mirada al muchacho, sin duda porque ponía todo su pensamiento en<br />

llevar la cabeza muy erguida, cual cuadra a un buen bedel. El viento soplaba con<br />

violencia, agitando los faldones de la levita de Bumble, los que, más compasivos<br />

que los hombres, envolvieron al huérfano a la par que dejaron a descubierto el<br />

chaleco y los calzones de paño amarillento que completaban la indumentaria de<br />

aquél.<br />

Próximos a llegar a la casa del funerario, Bumble se dignó bajar los ojos<br />

para cerciorarse de si el muchacho estaba presentable, lo que hizo con aires de<br />

benévolo protector.<br />

—¡<strong>Oliver</strong>! —llamó Bumble.<br />

—¡Señor! —respondió con voz débil y temblorosa el niño.<br />

—Alce el caballerito esa gorra que le cubre los ojos y levante la cabeza.<br />

Obedeció al instante <strong>Oliver</strong> y se pasó con ligereza el dorso de la mano que<br />

tenía libre por los ojos, no obstante lo cual, quedó una lágrima temblando en el<br />

extremo de sus pestañas cuando dirigió la vista a su conductor, lágrima que se<br />

desprendió y rodó lentamente por sus mejillas al conjuro de la mirada<br />

severísima que le dirigió el bedel. A la primera lágrima siguió la segunda, y a<br />

ésta otra y otra. Quiso el infeliz dominarse, pero en vano. Al fin, soltó la levita<br />

del bedel, y tapándose la cara con entrambas manos, comenzó a verter torrentes<br />

de lágrimas que corrían a lo largo de sus descarnados dedos.<br />

—¡Bien! ¡Pero que muy bien! —exclamó Bumble, cesando bruscamente de<br />

andar y posando en el huérfano una mirada de malignidad infinita—.<br />

De todos los muchachos ingratos y viciosos que jamás he conocido, eres, <strong>Oliver</strong>,<br />

el más...<br />

—¡No!... ¡No, señor! —articuló <strong>Oliver</strong> entre sollozos, aferrándose a la mano<br />

que empuñaba el famoso bastón.<br />

—¡Yo seré bueno... sí... quiero serlo... y dócil y obediente también... sí,<br />

señor... ¡Soy un niño, señor... muy niño... y me veo tan... tan...!<br />

—¿Tan qué? —inquirió Bumble admirado.<br />

—¡Tan solo, señor! ¡Tan abandonado! ¡Todo el mundo me detesta!... ¡Oh,<br />

no se enfade conmigo, señor, se lo suplico!

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