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Dickens, Charles - Oliver Twist.pdf - enclasedehistoria

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venido a confirmarlo la presencia de las personas escuálidas que por allí<br />

cruzaban doblados los cuerpos y con paso vacilante. La mayor parte de los<br />

edificios tenían huecos para tiendas en las plantas bajas; pero casi todas estaban<br />

cerradas y en estado ruinoso, no presentando señales de estar habitadas más<br />

que las habitaciones de los pisos altos. Gruesas vigas sólidamente sujetas al<br />

suelo y apuntalando los muros intentaban oponerse a la acción de los años en<br />

muchas casas que amenazaban venirse abajo, siendo de notar que hasta aquellas<br />

que no presentaban más que paredes cuarteadas habían sido escogidas por los<br />

vagabundos para asilo nocturno, como lo demostraba el hecho de que muchas<br />

de las tablas toscas que hacían en ellas el oficio de puertas o ventanas, ofrecían<br />

portillos para dar paso a un cuerpo humano. Corría por el arroyo un agua sucia<br />

y corrompida, y hasta las ratas, que se alimentaban de las basuras y<br />

podredumbres, tenían aspecto de nauseabundos esqueletos.<br />

La puerta, abierta de par en par, frente a la cual se detuvieron el funerario<br />

y <strong>Oliver</strong>, no tenía aldabón ni campanilla, en vista de lo cual, Sowerbery,<br />

deslizándose a tientas por un corredor obscuro, e indicando a <strong>Oliver</strong> que le<br />

siguiese sin miedo, subió la escalera hasta llegar al primer piso, en una de cuyas<br />

puertas llamó con los nudillos.<br />

Una jovencita de trece a catorce años abrió sin tardanza. El funerario,<br />

comprendiendo por el aspecto de la habitación que era allí donde hacían falta<br />

sus servicios, entró resueltamente, acompañado de <strong>Oliver</strong>.<br />

No había lumbre en la estancia, no obstante lo cual, un hombre aparecía<br />

recostado automáticamente contra la chimenea apagada. A su lado había una<br />

anciana sentada en un banquillo tosco, y en un rincón, unos niños macilentos y<br />

cubiertos de harapos. En otro rincón, frente a la puerta, yacía sobre el frío suelo<br />

un bulto tapado con una manta raída. <strong>Oliver</strong> se estremeció al mirar hacia aquel<br />

sitio y se estrechó contra su amo, adivinando que bajo la manta había un<br />

cadáver.<br />

Densa palidez cubría la chupada cara del hombre; grises eran sus cabellos<br />

y barba y sus ojos estaban inyectados en sangre. Profundas arrugas surcaban en<br />

todos sentidos la cara de la mujer, por bajo de cuyo labio superior asomaban los<br />

dos dientes únicos que le quedaban. Sus ojos eran pequeños y de mirada<br />

penetrante. No osaba <strong>Oliver</strong> volver los ojos hacia ninguno de aquellos dos seres,<br />

que le recordaban las ratas repugnantes que fuera había visto.<br />

—¡Que nadie la toque! —aulló el hombre, al ver que Sowerberry se<br />

acercaba al cadáver—. ¡Atrás!<br />

—¡Atrás, digo, si en algo estiman sus vida!<br />

—¡Déjese de tonterías, buen hombre! —dijo Sowerberry, muy<br />

acostumbrado a ver la miseria bajo todas sus formas—. La vida es así amigo<br />

mío.<br />

—Repito —gritó el hombre, agitando los puños y pateando con furia, que<br />

no se la enterrará, que no la llevarán a la fosa, donde no podría dormir y los<br />

gusanos la martirizarían... sin provecho, pues sólo huesos habrían de encontrar.<br />

No contestó el funerario a aquel hombre delirante. Sacó una cinta del<br />

bolsillo, y se arrodilló un momento, junto al cadáver.<br />

—¡Ah! —exclamó el que más loco que cuerdo parecía, prorrumpiendo en<br />

sollozos y cayendo de rodillas a los pies de la difunta—. ¡De rodillas todo el<br />

mundo, de rodillas, y escuchadme! Digo que esta infeliz ha muerto de hambre.

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