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Dickens, Charles - Oliver Twist.pdf - enclasedehistoria

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—Del país de los inocentes. ¿Está arriba Fajín?<br />

—Arreglando pañuelos lo tienes. Adelante —contestó el hombre<br />

desapareciendo con la vela y dejando a obscuras a los jóvenes.<br />

<strong>Oliver</strong>, una de cuyas manos tenía fuertemente asida su compañero, subió<br />

con dificultad tentando con la otra las paredes por una escalera más abundante<br />

en agujeros que en peldaños, en medio de una obscuridad, escalera que su guía<br />

subió con la ligereza del que conoce perfectamente el camino. Llegados arriba,<br />

abrió una puerta de una habitación interior e introdujo en ésta a <strong>Oliver</strong>.<br />

Los años y la suciedad habían ennegrecido las paredes y el techo de la<br />

habitación. Delante de la chimenea, sobre una mesa desvencijada, derramaba<br />

turbios resplandores una vela introducida en el cuello de una botella de ginebra,<br />

junto a la cual se veían dos o tres cubiletes de estaño, manteca y un pan, así<br />

como también un plato. En una sartén puesta a la lumbre, se freían unas<br />

morcillas, a las que hacía guardia, tostadera en mano, un judío de cara arrugada<br />

y facha innoble y repulsiva, sobre la primera de las cuales caían espesos<br />

mechones de cerdas de un rojo sucio que la ocultaban en parte. Vestía una<br />

especie de túnica de franela cubierta de pringue, y al parecer dividía su atención<br />

entre la sartén y una percha de la cual pendían infinidad de pañuelos de seda.<br />

Varios lechos a cual más sucios, hechos de sacos viejos, aparecían alineados en<br />

la habitación, y sentados alrededor de una mesa, fumaban en pipas de yeso y<br />

bebían, como pudieran hacerlo hombres hechos y derechos, cuatro o cinco<br />

muchachos de la misma edad que el Truhán. Todos ellos se agruparon en torno<br />

del judío mientras éste escuchaba algunas palabras que en voz baja le dijo<br />

el Truhán, después de lo cual dieron media vuelta Y miraron con sonrisa<br />

burlona a <strong>Oliver</strong>, como lo hizo también el judío, tostadera en mano.<br />

—Fajín —dijo Santiago Dawkins, le presentó a mi amigo <strong>Oliver</strong> <strong>Twist</strong>.<br />

Hizo el judío un guiño, seguido de una reverencia, y tomando a <strong>Oliver</strong> por<br />

la mano, le dijo que abrigaba la esperanza de estrechar más y más su amistad. A<br />

continuación le rodearon los jovencitos de las pipas y menudearon tanto los<br />

enérgicos apretones de manos, que a poco más pierde el hatillo que en una<br />

llevaba, que fue precisamente la que todos estrechaban con más fuerza. Fue una<br />

escena encantadora. Todos se desvivían por servir a <strong>Oliver</strong>. Uno le quitaba la<br />

gorra otro llevaba su complacencia hasta el extremo de desocupar sus bolsillos a<br />

fin de que, al irse a dormir, no tuviera que tomarse la molestia de vaciarlos por<br />

sí mismo. Es más que probable que aquellas atenciones hubieran llegado hasta<br />

bastante más lejos, de no haber prodigado el judío algunas caricias a los<br />

complacientes jóvenes con el mango de la tostadera.<br />

—Nos alegramos infinito de verte. <strong>Oliver</strong>... infinito —dijo el judío—.<br />

Tú, Truhán, saca las morcillas y acerca a la lumbre un banco para que se siente<br />

tu amigo... ¡Ah! Veo que atraen tus miradas los pañuelos de la colección, ¿eh?<br />

Son muchos y de calidad superior, ¿no? Acabamos de sacarlos para ponerlos en<br />

colada, <strong>Oliver</strong>. ¡Ja, ja, ja!<br />

Las palabras del judío arrancaron aplausos estrepitosos a la concurrencia.<br />

Sirvieron la cena. <strong>Oliver</strong> comió su parte, y cuando hubo terminado, el judío<br />

le preparó en un cubilete una mezcla de ginebra y agua caliente, diciéndole que<br />

la bebiera sin tardanza en atención a que otro caballero estaba esperando su<br />

cubilete. Obedeció <strong>Oliver</strong>, quien muy pronto se dejó caer sobre uno de los sacos,<br />

donde seguidamente recibió la visita del buen Morfeo.

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