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infancia en tacna - Universidad Nacional Jorge Basadre Grohmann

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ti<strong>en</strong>das, algunas de ellas invasoras de viejas casonas, Pero esta<br />

"destacneñización" de Tacna ayudada por la indifer<strong>en</strong>cia municipal y la<br />

del Instituto de Cultura limeño, aún no ha logrado su final victoria y<br />

quedan reductos impertérritos de la aut<strong>en</strong>ticidad y del bu<strong>en</strong> gusto, a<br />

veces no incompatibles con una digna pobreza.<br />

A pesar de todo, no son muchas las urbes <strong>en</strong> el mundo con un lugar<br />

de resid<strong>en</strong>cia y de caminata con las características de anchura,<br />

longitud, uniformidad <strong>en</strong> el trazo y el <strong>en</strong>canto de la Alameda. Ante ella no<br />

cab<strong>en</strong> ni el olvido ni el desdén del viajero más cosmopolita (5)<br />

En la Tacna de mis recuerdos a veces no se sabía dónde terminaba la<br />

campiña y dónde empezaba la ciudad. Al avanzar por una calle, tropezábamos<br />

inesperadam<strong>en</strong>te con un rincón ungido por la soledad rústica; y, <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>o<br />

c<strong>en</strong>tro, irrumpía de pronto el verdor campesino de una huerta, un jardín o<br />

una placita florida. La ciudad le daba al campo su lección de bu<strong>en</strong>as<br />

costumbres mediante la belleza y la pulcritud de los caminitos bordeados por<br />

cercos floridos, así como a través de la parcelación geométrica de la propiedad.<br />

El campo, eterno maestro de la vida, ofrecía, <strong>en</strong> retorno, al micro universo<br />

citadino, una atmósfera de s<strong>en</strong>cilla, casi infantil hermosura.<br />

En Lima el rincón que más se parece a la Alameda tacneña es la de los<br />

Descalzos. Bello expon<strong>en</strong>te, sin duda, de gracia y señorío cortesanos. Sin<br />

embargo, esta ancha y <strong>en</strong>rejada vía hállase al marg<strong>en</strong> de la actividad y el bullicio<br />

cotidianos; y, <strong>en</strong> nuestra época, qui<strong>en</strong>es la recorr<strong>en</strong> parec<strong>en</strong> fantasmas.<br />

Además, estuvo siempre divorciada del Rímac que, a lo lejos, pasa, como un<br />

extranjero, <strong>en</strong> un s<strong>en</strong>tido transversal a ella. Por el contrario, nuestra Alameda<br />

origínase precisam<strong>en</strong>te gracias al avance audaz del "valle viejo" por <strong>en</strong>tre el<br />

poblado. Al valle le roba su tesoro es<strong>en</strong>cial: el río. Es el Caplina, ínfimo caudal<br />

de agua que, orondo, llega después de cumplir, gracias a la c<strong>en</strong>t<strong>en</strong>aria<br />

sabiduría de los chacareros indíg<strong>en</strong>as, el milagro de las siembras y de las<br />

cosechas a través de numerosas g<strong>en</strong>eraciones. Ingresa él, como si fuese un<br />

huésped ilustre, al c<strong>en</strong>tro de la Alameda desde donde ella empieza hasta<br />

su final.<br />

Tal como lo contemplé <strong>en</strong> mis primeros años, avanzaba descubierto con<br />

dos acequias laterales. La corri<strong>en</strong>te c<strong>en</strong>tral fluía grácilm<strong>en</strong>te. Las riberas<br />

estaban muy lejos de hallarse distantes como alm<strong>en</strong>as <strong>en</strong>emigas. Entre ellas,<br />

no había pu<strong>en</strong>tes monum<strong>en</strong>tales que se agarras<strong>en</strong> desesperadam<strong>en</strong>te con sus<br />

manos de piedra. El Caplina era fácil de atravesar con una pirueta, bondadoso<br />

gran señor con el que los niños jugábamos <strong>en</strong> cualquier mom<strong>en</strong>to, como si él<br />

fuese tan infantil como nosotros. Mediante ágiles saltos, era posible ir de uno a<br />

otro lado de sus orillas. No faltaba el sarcasmo <strong>en</strong> los labios de los extraños<br />

fr<strong>en</strong>te a este liliputi<strong>en</strong>se congénere del Amazonas. ¡Un río dócil y que, por<br />

añadidura, sólo ti<strong>en</strong>e agua unos cuantos días de la semana. Pero la verdad es<br />

que la corri<strong>en</strong>te, <strong>en</strong>ana se comporta como una gran arteria que vivifica toda<br />

la región. Desángrase íntegram<strong>en</strong>te, una y otra vez, <strong>en</strong> ofr<strong>en</strong>da del paisaje.<br />

Gracias a su ímpetu, la tierra se fertiliza y concibe. El río diminuto y<br />

revoltoso es querido como si se adivinara que un corazón late bajo su pecho<br />

cristalino. Cuando, jov<strong>en</strong>zuelos, íbamos a la recova o a una casa amiga de la<br />

Alameda, la transpar<strong>en</strong>cia y el frescor de la mañana parecían emerger de<br />

(5) Se ha repetido por los historiadores que la Alameda fue obra del prefecto Manuel de M<strong>en</strong>diburu, con<br />

la canalización del río Caplina. Parece que se inició antes de él. Sin embargo, léese <strong>en</strong> el folleto de<br />

Belisario Gómez El Coloniaje (Tacna, Impr<strong>en</strong>ta de "El Porv<strong>en</strong>ir" por José Huidobro Molina, 1861): "La Alameda<br />

regalada por el Sr. Carrillo (se refiere al gran b<strong>en</strong>efactor de Tacna Camilo Carrillo cuyo obsequio efectuóse <strong>en</strong><br />

diciembre de 1833) ya no existe: la columna (<strong>en</strong> hom<strong>en</strong>aje a Francisco Antonio de Zela) fue trasladada hacia<br />

el Ori<strong>en</strong>te de la nueva pintoresca Alameda debido a los esfuerzos del Sr. Gral. D. Juan Antonio Pezet,<br />

prefecto del departa m<strong>en</strong>tó <strong>en</strong> esa época y hoy 2° Vice Presid<strong>en</strong>te de la República" (pág. 44) Pezet debió<br />

concluir la obra de M<strong>en</strong>diburu.

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