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Máximo Gorki La Madre. - Partido Comunista del Ecuador

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<strong>La</strong>s gentes de más edad, que tenían un buen sueldo en la fábrica, exclamaban:<br />

-¡Agitadores! Hay que partirles la cara.<br />

Y entregaban las hojitas en la dirección. Los jóvenes leían las proclamas con entusiasmo:<br />

-¡Es la verdad!<br />

<strong>La</strong> mayoría, agotados de trabajar e indiferentes a todo, respondían perezosamente:<br />

-Esto no sirve para nada. ¿Acaso se puede...?<br />

Pero las hojas interesaban, y si en una semana no las había, se decían unos a otros:<br />

-Parece que han abandonado la tarea.<br />

Pero el lunes reaparecían las hojitas, y los comentarios recomenzaban en sordina.<br />

En la fábrica y en la posada, se veían gentes que nadie conocía. Hacían preguntas, examinaban, fisgaban y atraían la<br />

atención de todos: unos por una prudencia sospechosa, otros por una amabilidad excesiva.<br />

<strong>La</strong> madre comprendía que toda esta agitación era obra de su hijo. Veía a la gente rodearlo, y sus temores por el porvenir<br />

se mezclaban al orgullo de tener un hijo semejante.<br />

Cierta tarde, María Korsounov llamó a la ventana, y cuando la madre la abrió, le murmuró precipitadamente:<br />

-Ten cuidado, Pelagia: tus corderitos han terminado la diversión. Esta noche vendrán a registrar tu casa, la de Mazine, la<br />

de Vessovchikov...<br />

Los gruesos labios de María chasquearon, su nariz carnosa olfateó ruidosamente, guiñó los ojos, y bizqueando hacia uno<br />

y otro lado, espió si había alguien en la calle.<br />

-Y yo, no sé nada, no te he dicho nada y ni siquiera te he visto hoy, ¿entiendes?<br />

Desapareció.<br />

<strong>La</strong> madre cerró la ventana y se dejó caer en una silla. Pero la conciencia <strong>del</strong> peligro que amenazaba a su hijo, la hizo<br />

levantarse rápidamente: se vistió en seguida, se envolvió la cabeza en un chal que apretó fuertemente, y corrió a casa de<br />

Théo Mazine, que estaba enfermo y no iba a trabajar. Cuando entró, él estaba sentado junto a la ventana y leía: con la<br />

mano izquierda sostenía la otra, separando el pulgar. Al saber la noticia 'se puso vivamente en pie y su rostro palideció.<br />

-Bueno, ahora sí que... -murmuró.<br />

-¿Qué hay que hacer? -preguntó Pelagia, secándose el sudor de la frente con mano temblorosa.<br />

-¡Esperar y no tener miedo! -respondió Théo, y pasó su mano útil sobre los rizados cabellos.<br />

-¡Pero yo creo que usted también tiene miedo! -exclamó ella.<br />

-¿Yo?<br />

Sus mejillas enrojecieron bruscamente, y sonrió con embarazo:<br />

-Sí, qué diablos... Hay que avisar a Pavel. Voy a mandarle recado inmediatamente. Váyase a casa: no será nada. A<br />

usted no van a pegarle, supongo.

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