Máximo Gorki La Madre. - Partido Comunista del Ecuador
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«Así son...», pensó, y preguntó de nuevo:<br />
-¿Y si hubiese usted muerto?<br />
-¡Qué remedio! -replicó Sandrina en voz baja-. De todas maneras se disculpó. No debe perdonarse una ofensa.<br />
-Sí..., sí... -dijo lentamente la madre-. Pero a las mujeres, la vida nos ofende siempre.<br />
-He desempaquetado el cargamento -declaró Iégor abriendo la puerta-. ¿Está listo el samovar? Permítanme, voy a<br />
buscarlo.<br />
Cogió el samovar y añadió:<br />
-Mi digno padre no bebía menos de veinte vasos de té al día, y por eso pasó en este bajo mundo setenta y tres años sin<br />
enfermedad y tranquilísimamente. Pesaba ciento veintiséis kilos, y era sacristán de la aldea de Voskressenski...<br />
-¿Es usted hijo <strong>del</strong> Padre Juan? -gritó Pelagia.<br />
-Exactamente. ¿Pero cómo lo sabe?<br />
-Porque yo también soy de Voskressenski.<br />
-¿Paisana mía? ¿De qué familia?<br />
-Vecina suya. Soy una Seréguine.<br />
-¿<strong>La</strong> hija de Nil el cojo? Ya lo conozco: me tiró de las orejas más de una vez...<br />
Uno frente al otro reían, bajo el fuego cruzado de las preguntas y las respuestas. Sandrina, que estaba haciendo el té, los<br />
miraba sonriendo. El tintineo de los vasos recordó a la madre sus deberes.<br />
-¡Oh, perdón! Hablo y hablo... ¡Es tan agradable encontrar un paisano!<br />
-Soy yo quien tiene que pedirle perdón por hacer como en mi casa. Pero son ya las once, y tengo mucho camino por<br />
<strong>del</strong>ante.<br />
-¿Dónde va? ¿A la ciudad? -se extrañó la madre.<br />
-Sí.<br />
-¿Cómo? Es de noche, llueve y está usted rendida. Quédese a dormir aquí. Iégor dormirá en la cocina y nosotras dos<br />
aquí.<br />
-No, tengo que irme -dijo sencillamente la muchacha.<br />
-Sí, paisana, es preciso que esta señorita desaparezca. Aquí la conocen. Y si mañana la ven en la calle, hará feo -<br />
declaró Iégor.<br />
-Pero es que... ¿va a irse sola?<br />
-Sí -dijo Iégor, esbozando una sonrisa.<br />
<strong>La</strong> muchacha se sirvió té, cogió un trozo de pan de centeno y se puso a comer, mirando pensativamente a la madre.<br />
-¿Cómo puede...? Y Natacha hacía igual. Yo no iría, tendría miedo...<br />
-Ella también tiene miedo -dijo Iégor-. ¿No es verdad, Sandrina?